Por Carlos Valdés Martín
Existe un tal
“Misántropo”, quien imita la misantropía del autor de El mundo como representación y voluntad. Ese libro que es un monumento
cristalizado y filtrado mientras Schopenhauer envidiaba al otro talento, al
filósofo Hegel (quien, por desgraciada coincidencia, habitaba en la misma
ciudad de Berlín y se dedicaba a la misma profesión: pensaba mucho). El misántropo
dice odiar a su hermano (un Caín de palabras) mientras permanece en su piel
demasiado humana.
Evoco con
falsedad al misántropo, pues su odio de frases y palabras es falaz resultado de
un despecho perpetuo.
El
verdadero genio (quizá un Hegel ignorando a sus vecino Schopenhauer) es
diferente del misántropo, aunque pertenecen a la misma familia.
El genio no
es arrogante ni humilde. Esas fronteras pertenecen exclusivamente al ciudadano
ordinario.
Cuando
aparenta ser el más humilde, el genio te está engañando: recuerda a Montaigne.
Cuando el
genio aparenta ser arrogante, es porque coloca una trampa para los
"ingenuos aspirantes a genio": recuerda a Beethoven.
Quien pretende
seguir las huellas de otro terminará en un callejón sin salida: el de la mediocridad
disfrazada.
El primer
paso para escapar de la mediocridad es realizar un extraño ejercicio: montarse
en los hombros de uno mismo. ¿Qué altura se logra entonces? Por hoy no lo revelaré
y permitiré que te siga engañando el genio.
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