Por Carlos Valdés
Martín
La masa tiene
vocación por apoderarse de la humanidad, aunque sólo sea evidente durante los
grandes acontecimientos[1].
Masa es gente sumada; nosotros agrupados o yo mismo como hormiga aglomerada,
baile de máscaras o batallón incontable. Multicolores son las amalgamas que nos
juntan y uno solo el resultado. En fin, digo masa y soy cómplice de una igualdad
elemental.
Esta vocación de la
masa por apoderarse ha sido descrita con deleite por Lenin, quien como líder se
distinguió por incitar a las masas para integrase en una cruzada, que
restableciera la igualdad fundamental. Con Lenin la masa proletaria adquiere un
rango ético fantasioso y casi angelical[2].
Este rango ético proviene de que la masa es el
proletariado, por definición marxista, aunque presente mezclas momentáneas diversas con irrupciones
campesinas y pequeñoburguesas. En él ese proletariado regenera el rumbo de la
humanidad, porque el proletariado crea a futuro socialista, encargado de
establecer la justicia y la equidad finales, el actor del inicio de la historia
verdaderamente humana. El cumplimiento de ese ideal justiciero depende de que
el proletariado no quede disgregado y disperso, se requiere de su unidad
efectiva y de su eficaz estado actuante como masa. Ese es el motivo del partido proletario, que es
una élite, pero que suda y se esfuerza únicamente para la masa, entonces para reunirla
y evitar su dispersión: cristalizarla.
La historia de las
revoluciones sociales muestra encarnada esa idea, casi estética, de la masa
apoderándose de la humanidad. Los líderes políticos de tales revoluciones se
presentan como moralistas de las multitudes. Uno de sus lemas implica:
"las masas siempre tienen la razón". Si bien se encontrarán otras
razones como la intelectual "razón marxista", la elitista "razón
de partido" y la siniestra "razón de Estado", es junto con las
multitudes donde la justificación del movimiento social encuentra su motivo evidente.
Haciendo un esquema
tenemos en un extremo la individualidad aislada y en el otro su pluralidad. La
multitud se reúne y crece hasta alcanzar densidad,
el nivel compacto que genera una fusión de individualidades. Gramaticalmente se
vale decir masas o masa, pero su uso singular indica una nueva unidad: síntesis
de los muchos en conglomerado que es el cuerpo
de la masa. Por la magia de la densidad o la unidad de propósitos se genera una
nueva singularidad, cuando la masa es esa singularidad[3].
Luego la masa unificada se dispersa y permanece latente, hasta que resurge en diversos
momentos, bajo congregaciones episódicas.
La momia y la persona
Como político
práctico Lenin logró, en su momento, movilizar a las masas rusas y sobresaltó al
calendario planetario. Sin que sea aquí el momento de estimar esa revolución, a
la vuelta de los años su recuerdo estaba engarzado bajo un culto masivo
estatizado. El mausoleo de Lenin mostraba el cuerpo momificado del dirigente elevado
hasta la talla de un semidiós; con pose inmutable ante una masa convertida en
fila continua e interminable. Después de décadas, ya no era claro el mensaje
mesiánico de Lenin —quien los convocó a tomar todo el poder entre sus manos y a
revolucionar su presente— al contrario, el mausoleo servía para la consagración
del status quo y la resignación ante
un presente bastante gris, desde las épocas de Stalin o Brezhnev.
La momia de Lenin encarnaba
al poderío ungido a perpetuidad en la persona, una clara antípoda al ideal comunitario de Marx. En vida, Lenin predicó “todo
el poder” para el pueblo organizado como proletariado en soviets; con una
promesa de democracia radical: etapas hacia el pleno control de los
trabajadores. Con el giro de la historia triunfó el despotismo monolítico
organizado bajo el aparato estatal y monopolizado por un dictador.
El mando no existe
fuera de las personas, en efecto, quienes detentan personalmente el poder son una
o muchas individualidades. La relación de poder misma, (por ejemplo, una
correlación de fuerzas parlamentaria) rebasa a cualquier persona, pero las decisiones
siempre las toma alguien. En ese sentido, la colectividad decidiendo por sí
misma fuera de las personas
particulares es un mito de la burocracia (el Estado con derecho a decidir por
todos) o de los amantes del mercado (el mercado decidiendo por todos).
El poder separa
Aunque Lenin no
hubiera monopolizado el poder en sus manos (como la fiera maquinaria burocrática
cuando lo sucedió), su momia sí servía como signo mágico para indicar separación
radical entre el dirigente de Estado respecto del pueblo llano. La irremediable
distancia de los vivos frente a la muerte separa. Agreguemos la distancia entre
el simple ciudadano ruso y Lenin como el héroe glorificado, con fama de titán
millones de veces repetida. Un cuerpo muerto y su leyenda marcan ya una gran
distancia. Pero una momia solamente es símbolo de tal poder personal, y los
mausoleos sólo indican una fantasmagoría funeraria de lo que fue el muerto[4].
Son palacios las organizaciones arquitectónicas adecuadas para generar tal
efecto de separación entre los acaparadores del poder respecto de una masa
circundante. El tamaño colosal de las construcciones sirve para marcar la
grandeza del gobernante frente al ciudadano. Las altas murallas son para
separar de forma efectiva e incluso militar, de tal modo que los gobernantes
tengan protección ante los súbditos descontentos. La elegancia de las
construcciones atrapa la imaginación popular en torno a la majestad de los mandatarios.
Formaciones de piedra sirven para evocar la eternidad que desean ganar los
gobernantes. En la mente de los gobernados debe establecerse una reverencia
ante lo desconocido, misterioso y
grandioso[5].
El asalto al palacio
La revolución rusa
inició su historia con el antagonismo radical contra esas edificaciones palatinas.
Nada más palaciego que esa dinastía
Romanov que gobernó ese gran imperio, acallando los descontentos con sangre y
fuego. En la revolución de 1917 el único modo para transformar la vida social
era asaltando el palacio, cuando el “diálogo” que entendía esa dinastía era el
de las balas y bombas[6].
Esa revolución fue un movimiento de masas, lucha entre multitudes plebeyas y
testas coronadas, donde un asalto contra la sede dinástica culmina ese proceso.
Aunque se mezcla la conspiración partidista y la organización militar, la técnica
del golpe de Estado y lo demás[7],
integrada queda la vocación de la masa por transgredir esa barrera del poder
establecido, con la emoción masiva de irrumpir e inundar ese aparente recinto
de lo sagrado. Atacar el Palacio de Invierno exige asaltar otras “dependencias”
(lo dependiente de la corona en lo estricto y simbólico), por eso repiten las
tomas de oficinas públicas y mansiones. En esta perspectiva, cualesquiera
construcciones relacionadas con el gobierno o la realeza son pequeños palacios,
que son sucesivamente invadidos en ecos de un gran asalto.
La restauración monumental y la marea de la historia
¿Dónde termina el
asalto a un palacio? Durante el amotinamiento la multitud ataca la
construcción, y en la ebriedad golpista se rompen cristales y vajillas, rasgan
cortinas y rompen muebles, incluso incendian[8].
Luego el fragor de la batalla se detiene, después algunos castillos son
derribados hasta los cimientos y otros van revitalizándose, cuando los nuevos
habitantes de los palacios se sienten los actores del viejo guion: el texto de
la dominación con el antiguo juego de unos pocos decidiendo por todos. El
asalto puede terminar como absurdo cambio de personal o hasta con el
perfeccionamiento del sistema, incluyendo los recintos del poder. El caos
momentáneo quizá termina con la instauración de un orden más rígido y
amurallado de monumentos. Las construcciones se fortifican para restaurar el ego
individual de los amos, quienes levantan murallas más altas para conjurar el
peligro[9].
En el extremo opuesto el simple súbdito queda en la masa como disuelto, y las
arquitecturas abiertas o confluyentes son el lugar adecuado como las plazas
públicas, donde se escenifica esa masificación mansa. Tras los muros altos, los
palacios se identifican con castillos creados para evitar la irrupción; de ese
modo protegido el sitio acepta las visitas ceremoniales y mesuradas, jamás
irrupciones[10]. El
asalto masivo define la violación del principio palaciego.
Cuando el ingreso
del pueblo al recinto sacro del poder ocurre por vía pacífica y electoral, los
representantes de la población son los que ingresan, pero —por regla general— son
transformados o “tentados”. El mero
acto de la delegación del poder ya entraña la semilla de enajenación entre
representado y representante, como lo captó J.J. Rousseau al argumentar sobre la
democracia[11]. El
establecimiento dentro de un palacio indica la entrada a un universo simbólico.
El mandato popular se convierte en investidura (federal o parlamentaria) y ésta
en el fetiche de quien la porta; además, el puesto otorga privilegios e
ingresos superiores para quien posee el cargo de representante, por eso la
investidura jamás debe perpetuarse porque se convierte en tiranía. Una y otra
vez, los parlamentarios de los grupos democráticos y radicales abandonan a sus
bases, se van transformando en señores engreídos de su investidura. El
"cretinismo parlamentario" se comentó como un mal que esterilizó las
ansias de cambio de la socialdemocracia europea a principios de siglo y
permitió el aval de los créditos de guerra[12].
No solamente el individuo al ser representante cambió, también las
organizaciones de representación enteras se transforman[13].
En la Rusia post-revolucionaria, igual los soviets (representantes de obreros y
campesinos) perdieron su encanto plebeyo; luego se convirtieron en integrantes
de un ritual antidemocrático y engranaje de la maquinaria burocrática.
Entre el asalto y la
restauración de los palacios se describe un ciclo preciso. En el conjunto,
vemos un ascenso seguido de un descenso en el nivel de masas participando, con
sus ingredientes caóticos y desorden que acompañan el cambio. El desorden que
acompaña a la masa contiene su perfil heroico, pues el caos obliga a crear a
partir de la libertad e improvisar un porvenir inexistente[14].
El orden que toma cuerpo en las construcciones palaciegas obtiene ingredientes
majestuosos, donde pocos perciben las exigencias de diseñar las libertades y la convivencia. En granito y mármol cuaja
el anhelo humano de permanecer victoriosos sobre lo caduco; el anhelo de
eternidad plasmado ya desde las pirámides de roca[15].
En la marea de la historia, las pretensiones de eternidad convertidas en
despotismo perecen aunque traten de amurallarse tras sólidas rocas, y mueren
mientras ímpetus de nueva instauración brotan: los ímpetus para alcanzar otro
milenio.
NOTAS:
[1] CANETTI, Elías, Masa y poder,
Ed. Mushkin.
[2] A nivel
estricto cuestiona al populismo narodniki,
cuando adora al pueblo como bueno; pero él establece un camino marxista, donde
el proletariado contiene el potencial de todo lo bueno, como la clase que
redimirá a la humanidad para establecer el reino definitivo de la justicia. Cf.
LENIN, Obras escogidas en tres tomos,
Ed. Progreso. En este sentido, Mao representa un regreso del “amor al pueblo”
de los narodniki rusos.
[3] Bajo ciertos contextos
físicos, el término “singularidad” es diferente al usual, pues implica la
ruptura de las leyes ordinarias de la física; en ese sentido, un “agujero negro”
es una singularidad. De modo paralelo, la libertad absoluta de la masa en
pleno, implica una paradoja de singularidad, como observó Hegel en la Fenomenología del Espíritu, sobre la
masa reunida y el Terror revolucionario, derivado de la conversión de la
libertad colectiva en una singularidad paradójica.
[4] En su
fantasía el emperador amarillo, diseñó su mausoleo como si siguiera gobernando
desde el más allá con sus miles de guerreros de terracota a escala natural.
[5] El recinto
del poder combina estas cualidades, pues lo desconocido sin atracción no es
misterioso, lo misterioso puede encerrar algo ominoso y no grandioso, y éste no
es evidencia sino una trascendencia. El supremo poder supone esa combinación,
por tanto su ocultamiento ya implica un discurso, una semiótica que atrapa la
conciencia del gobernado.
[6] El periodo
de bombas no pertenece a los bolcheviques, sino al anarquismo, sin embargo, es
la genealogía del hermano mayor de Lenin, condenado por un atentado al zar
ruso, Alejandro II. Cf. TROTSKY, León, El
joven Lenin.
[7] Cf.
MALAPARTE, Curzio, Técnica del golpe de
Estado. Autor que reduce el nudo de esto a una adecuada técnica para
asaltar el aparato del Estado.
[8] Los relatos de oleadas revolucionarias muestran el fervor del saqueo,
donde el acto es más simbólico, que de efecto económico, como en cuentos de
José Luis Martínez sobre la revolución mexicana, donde los trofeos saqueados es
un bacín de bronce o un gran espejo roto.
[9] Quien
acapara el poder siente el peligro en la nuca y late la paranoia en su corazón.
Cf. CANETTI, Elías, Masa y poder.
[10] El
medioevo se ha descubierto como la época de los castillos, cuando el poder
aristocrático está fortificado en cada punto, el noble es guerrero. Cf.
ANDERSON, Perry, Transiciones de la
antigüedad al feudalismo y El Estado
Absolutista.
[13] Esta
transformación es lo que la imaginación popular asimiló como el llamado al
“lado oscuro” desde los personajes de Starwars.
[14] Para
Ortega y Gasset también a este principio de acción de masas lo acompaña un
sobre-simplificación que no restaura la democracia, pues la “acción directa”
destruye las mediaciones de la política, incluso a la representación misma. Cf.
ORTEGA Y GASSET, José, España
invertebrada.
[15] CLARK,
Kenneth, Civilization, Pone énfasis
que la búsqueda de la pirámide egipcia de piedra es la eternidad.
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