Por Carlos Valdés Martín
Él era
tan auténtico y de fuerza tan concentrada que lo creyeron extranjero; sintieron
era radical y los más insensatos hasta lo repudiaron. Quien concentra vivamente
el sentido de una cultura o nación podría parece exótico y hasta extranjero. Quien enciende intensamente la llama es un
extraño para la oscuridad que lo repudia: así brilló Quetzalcóatl.
Así
sucedió a quien surgió como factor de civilización entre los toltecas y
encontró detractores entre sus compatriotas. ¿Cambiar para alcanzar a ser uno
mismo? A la mentalidad inferior ese cambio le resulta un atentado pues delata
la mediocridad. ¿Si este conformismo seduce y tranquiliza? ¿De qué sirve un
líder brillante para sacarnos de la “zona de confort”? La mentalidad conformista se subleva ante el líder cuando le envía una
señal de vergüenza sobre su mediocridad.
Con Quetzalcóatl
sucedió algo semejante a la princesa Casandra y otros profetas desarmados:
comienzan por no creerles y terminan repudiándolos[1]. Casandra adivinaba el
futuro y advirtió a los troyanos que sus enemigos les entregarían un regalo
engañoso y vino el Caballo de Troya. La princesa había sufrido una maldición,
pues a sus vecinos les parecían extravagantes sus palabras proféticas y nunca
le creían. Cuando ella advierte el peligro final, su voz de alarma se extravía
en la incomprensión y no faltó quien se burlara de ella. ¡Qué triste resulta la
burla sobre quien trae una verdad precisa!
Aunque
existe un parecido entre la vidente y el civilizador, pues ambos traen la voz
de futuro, su situación y efectos son muy diferentes. El vidente posee un ojo
interior tan agudo y preciso que sintoniza los acontecimientos por venir; su
problema es que el porvenir inevitable y desagradable no debe ser creído para
mantenerse inevitable; por tanto, el mejor vidente será el más ignorado y a eso
se le llama el “síndrome de Casandra”.
Un
civilizador es quien alumbra una nueva realidad por eso llama la atención,
atrae las miradas y provoca inquietud. El civilizador aplaca la guerra inútil,
remplaza el sufrimiento por “flor y canto” convertido en bienes materiales.
El mejor civilizador porta la semilla del cambio y, a veces, es rápidamente
aceptado pues destaca por sus aportaciones a la comunidad. Este personaje posee
una fuerza singular, con su hondura saca de las entrañas de cada tierra lo
auténtico; al mismo tiempo con una visión de águila sobrehumana descubre un
porvenir que se volverá realidad. Por este rasgo de futuro emparenta con los
adivinos, aunque su carácter de creador pertenece a otra estirpe. Más aún, el
gran civilizador es el héroe superlativo, como lo entendió Carlyle[2], y se aproxima al profeta
religioso o al mesías, de tal modo la memoria colectiva no siempre establece
una diferencia. En esta versión describo al Quetzalcóatl civilizador: a él se
atribuyen los dones de las ciencias y artes entre los toltecas, quienes
levantaron la gran cultura del altiplano mesoamericano.
Para
efectos de la teoría de la nación, el personaje civilizador resultará también
el personaje más “nacionalizador” que por paradoja se cree contagiado de
“extranjería”. Debido a que cualquier nación es un conjunto en movimiento[3], algunos elementos
culturales exóticos y de apariencia extranjera esconden mensajes de futuro más propio
y auténtico. El caso típico sucede con algunos artistas de vanguardia que por
su enfoque tan avanzado, el medio local los rechaza y hasta llega a repudiar.
El genio Van Gogh fue rechazado por el público y la crítica contemporáneas, hasta
después de su suicido empezó la veneración hacia sus creaciones. A veces no son
rechazados, simplemente resultan incomprendidos y debe añejarse su legado (como
vino fino) para que sean bien asimilados, con el ejemplo incuestionable de
Franz Kafka.
Por su
parte, un civilizador poderoso encierra la semilla de su propio pueblo de una
manera tan rotunda que debe provocar el desconcierto. Aquéllos situados en un
periodo pre-escrito se colocan en una posición tal que rápidamente se
convierten en leyendas y no tenemos los detalles para evaluarlos: nos debemos
conformar con la silueta. En este caso, Quetzalcóatl se convierte en leyenda
como también sucede con el Emperador Amarillo u Odin, donde el perfil de
detalles se desdibuja por la transmisión oral y la dificultad de la interpretación[4]. De cualquier manera, los
personajes ligados a la fundación de culturas originarias guardan un papel preponderante.
En
perspectiva de Quetzalcóatl debemos entender tres aspectos: una divinidad de
primer orden entre los antiguos; el personaje histórico (ligado a esa divinidad
según la interpretación que le demos) y una casta sacerdotal. En este escrito
me centraré en el personaje histórico (que se diviniza) y su relación
perceptible con su comunidad. En los
vestigios de Quetzalcóatl coinciden las dos grandes culturas finales de nuestra
región: mayas y náhuatles. A su vez, estas culturas remiten a un periodo
anterior y casi existe consenso en que este personaje se liga con una gran
cultura anterior, los toltecas constructores de Teotihuacán y Tula, que dibujan
la línea directa de antecedentes. De modo explícito los aztecas y las tribus
emparentadas se declararon deudores de los teotihuacanos. Así, la narrativa de
Quetzalcóatl se liga con la forja de la civilización tolteca-teotihuacana.
**
Ese ciclo entre rechazo a lo superior, ataque, culpa
y culto posterior posee un arco claro y repetitivo agrupando la otra cara del “síndrome”. En mitología, psicología y cultura las fases se repiten de modo típico en las leyendas, religiones,
configuraciones culturales y psíquicas. En los diferentes ciclos legendarios,
cuando el héroe es incomprendido y rechazado, queda una culpa y una añoranza.
Ya
sabemos lo que sucede con el héroe individual que fue atacado y quizá hasta
muerto o exiliado… Pero ¿qué sucede con el grupo que pasa desde agresor por
incomprensión hasta heredero de una culpa colectiva? El grupo mismo se
empequeñece o se transforma mediante una metamorfosis; si el grupo no es
homogéneo (casi siempre es así) acontece una mezcla.
Un empequeñecimiento emocional es lo que
sufrió nuestro pueblo al repudiar a su prócer de civilización. La
interpretación del personaje como blanco y barbado en sentido simbólico era un
anhelo de pureza, regreso a la inocencia y rescatar la fuente de la vida
propia, como mostraba su emblema del caracol. Gran parte del
pueblo asumió la culpa (luego repetida ante la Conquista[5]) y mantuvo una
ilusión-alusión-elusión de inferioridad asumida ente el extranjero luego de la
Independencia; otra se transformó identificando la grandeza de sus propias
raíces. De modo simultáneo nuestra cultura se asume sublime (herencia de una
raíz primera y original) y oprimida (inferior ante un poder extraño, foráneo
que nos oprime de diversas formas). Entonces surge un modo distinto para comprender el sentimiento de inferioridad,
cuando no surge de una violencia externa, sino de una pérdida de la raíz o un
extravío[6].
En fin,
este síndrome de Quetzalcóatl está
integrado por dos caras. La faz luminosa del líder adelantado que impacta y
arrastra a una comunidad, mostrando su ser auténtico empujando hacia su
realización. La faz gris de una multitud empujada hacia adelante pero herida y
cuestionada en su mediocridad, despertando recelo y repudio hacia quien fuera
su líder para rechazarlo como exótico.
Se cumple un proceso de rechazo, ataque y culpa colectiva marcando este síndrome-enfermedad social. El intento
de curación surge con el culto posterior al adelantado y la negación de la
posibilidad de su muerte[7].
Una y
otra vez, la herencia de Quetzalcóatl vuelve y favorece el renacimiento
positivo de nuestro pueblo. En la Independencia, Reforma, Revolución hay
procesos de modernización con aceptación del pasado, por ejemplo, destacan el periodo
de Cárdenas, liberalismo del siglo XIX, auge del indigenismo en el siglo XX,
revitalización de la arqueología y antropología social, educación y cultura
nacionalista desde la década de 1920, muralismo… Tal como lo indica el
simbolismo ondulante de la serpiente, el proceso de la cultural (evento de
acción y conciencia) no es lineal, sino ascenso y bajada. El nuevo siglo marca el potencial para un ascenso cultural, rescatando las
raíces civilizadoras en la figura mítica de Quetzalcóatl[8].
Superado el rechazo del personaje civilizador (autenticidad extrema que
desconcierta) se transita hacia una aceptación fortificada, —a veces ingenua[9], casi siempre consciente—
que unifica pasado, presente y futuro. En la prospectiva del futuro se
resuelven cuentas del ayer. En ese porvenir ascendente se resuelve nuestro
propio “síndrome de Quetzalcóatl”.
NOTAS:
[1]
Maquiavelo, al recordar el
caso del predicador Savonarola, indica que el profeta desarmado termina
derrotado y sacrificado. Cf. El Príncipe.
[2]
CARLYLE, Thomas, Los héroes. Bajo este rubro de héroe
civilizador coloca a Odin de los escandinavos, el cual raya en lo mesiánico y
es divinizado por el recuerdo.
[3]
La excepción supuesta de
las sociedades inmóviles no lo son en sentido estricto; la circularidad de su
movimiento requiere de dispositivos para “detener el avance”. Cf. La discusión
sobre el asiatismo visto en la teoría histórica de occidente, en ANDERSON,
Perry, El Estado Absolutista.
[4]
Por ejemplo, para Thomas
Carlyle en Los héroes, Odin proviene
del civilizador no del dios, sino del personaje. El Emperador Amarillo se
estima más como personaje que como dios, pero sus atributos son adquisiciones
imposibles para una persona. Cf. WONG, Eva, El
taoísmo.
[5]
Que la profecía del regreso resultara en el fiasco de la Conquista remachó el
ataúd de la culpabilidad. SAHAGÚN, Bernardino, Historia General de las cosas de la Nueva España.
[6]
Evoco a Samuel Ramos en su
El perfil del hombre y la cultura en México,
con mi propia aclaración de que no permaneció un “sentimiento de inferioridad”
en el aire, sino que el país ha sido sometido a una inferioridad material, de
desigualdad en la relaciones internacionales. Cf. VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas reflejantes, el espejo de la
nación.
[7]
La psicología popular inmortaliza a los personajes, negando su muerte y
convirtiéndolos en leyenda. Cf. CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras.
[8]
Al menos, se contabilizan dos intentos importantes por rescatar esta figura
mítica para refuncionalizarla en la
cultura nacional: Vasconcelos y José López Portillo. El fracaso político del
Presidente frustró su intento por rescatar al personaje.
[9]
En ocasiones, el
indigenismo o la reivindicación de lo auténtico popular raya en la ingenuidad,
no obstante mantiene una función importante en la larga marcha de la toma de
conciencia. Cf. BARTRA, Roger, La jaula
de la melancolía.
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