Por Carlos Valdés Martín
En la película
Avatar se cuela al primer plano una pareja de mitos de nuestra civilización,
junto con culpas colectivas. Dándose la
mano en un hipotético planeta Pandora del año 2154 se alían este par de modelos
imaginarios. La identidad queda velada por los fantasiosos cuerpos con caras de
tigre y colas de mono, pero en la trama es evidente y les llama James Cameron de
esa manera: indígenas y salvajes.
Cinco siglos
antes, mientras Europa se volvía más capaz de conquistar territorios cada vez
más lejanos, en su trama cultural surgió la idea de la bondad natural de los
salvajes. Dos protagonistas intelectuales fueron: Bartolomé de las Casas, el
fraile que defendió a los indígenas de América ante los atropellos de su
correligionarios[1] y
J.J. Rousseau, un ideólogo de la democracia pre moderna y defensor de la
naturaleza superior de quienes carecían del barniz de civilización[2]. Claro que no surgió una
tendencia única, pues la predominante de esos siglos previos fue la visión
maniquea de la maldad de las pieles oscuras, la cual justificaba la conquista,
expropiación, explotación y saqueo del periodo colonial. El más simple examen
nos indica que comparar a los
colonizados con sus nuevos amos marcaba un índice de oprobio claro: ganaron la
guerra colonizadora quienes más mataban del bando contrario[3].
Como fuera, la
visión de una población aborigen bondadosa y no corrompida por la civilización
occidental se ha mantenido vigente y surge hasta en las caricaturas o ficciones
más extremas.
Si aceptamos
que básicamente los salvajes son buenos, entonces los colonizadores (por
reflejo) resultan personajes malos. Durante cuatro siglos predominaron las
visiones de la impiedad o villanía de los colonizados. Cuando la
descolonización empezaba a ser efectiva, creció una situación marginal que ha
dado lugar a otro mito paralelo: el buen colonizador que toma conciencia y
rompe el orden opresor. De hecho, sí han existido esta clase de personajes a lo
largo de la historia, y en el relato dramático se deben juntar. Bartolomé de
las Casas y otros frailes protectores de indígenas son el complemento del buen
salvaje, perfilando al modelo del buen colonizador. El caso extremo es el
rebelde contra la propia colonización, el tránsfuga y eso es lo peculiar de Avatar: centrada en el héroe Jack Sully convertido
a la causa aborigen. De modo extraordinario, esto también ha sucedido y lo
ejemplifica Francisco Javier Mina, un peninsular que se embarcó a América para
liberarla de sus compatriotas y murió en el intento.
Jack Sully no
es el primer prototipo de colonizador converso dotado de éxito cinematográfico
y la repetición de este esquema indica una culpa añeja. En Danza con lobos el blanco resulta adoptado y convertido al credo
indígena. ¿Cuál culpa? El éxito de Occidente proviene de una feroz colonización
y dominación económica sobre la periferia aborigen. Todavía alrededor del
planeta millones de personas siguen pagando los platos rotos de ese sistema de
desigualdad por vía de conquista y las nuevas generaciones encuentran
preferible superar esa culpa que mantenerse atadas a ella. Antaño colonia
brutal, hoy imperio también brutal, aunque contenido por una compleja red de
instituciones y preceptos. Los bandos parecen definidos, al menos para la
ciencia ficción, ¿qué lado tomarán mañana los niños de hoy?
NOTAS:
[1]
DE LAS CASAS, BARTOLOMÉ, Brevísima relación de la destrucción de las
Indias.
[2]
ROUSSEAU, Jean Jacques, Discurso sobre el origen de la desigualdad.
[3]
Una nueva retórica
comienza desde el supuesto de la bondad de los aborígenes. GALEANO, Eduardo, Las venas abiertas de América Latina.
LEÓN PORTILLA, Miguel, La visión de los
vencidos.
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