Por
Carlos Valdés Martín
Equivalencia de una actividad y el call-center
global
En la
Biblia el trabajo se distingue como actividad desagradable, que requiere el
sudor de la frente; una dificultad intrínseca detectada en el esfuerzo físico
se relaciona directamente con el premio del trabajo. En el capitalismo, el
trabajo se liga más hacia la retribución económica, como labor remunerada,
profesión lucrativa y condición de asalariado. Este premio al trabajo
diferencia la actividad del “cuida-perros” que pasea a una pequeña jauría al
parque, para sustituir a los amos de perros. La actividad misma no se distingue
del cuidado que el amoroso dueño prodiga a su perro en persona. Cargar bultos
de cemento para una construcción no se suele encontrar entre las actividades de
consumo, y se supone siempre como una situación laboral. Con la evolución de
los medios técnicos, las actividades insalubres y físicamente ruinosas se están
reduciendo en favor de actividades más ligeras, aunque aburridas y, quizá,
hasta embrutecedoras como el hablar se convierte en un monólogo dentro de un
“call-center”. Así, como el capitalismo industrial reunía masas de manos (actos
musculares donde predomina la extensión final de la mano) para mover tuercas en
gestos mecánicos, el capitalismo post-industrial reúne una masa de bocas y
mentes (actos mentales donde predomina la extensión de la boca y los dedos) para
hablar mecánicamente en promociones masivas. Cuando con el siguiente paso de la
tecnología, esta acumulación mecánica de gestos humanos también entrará en
decadencia, y ¿qué quedará? En el próximo paso de la sociedad surge al ritmo de
nuevas tecnología, las actividades se descentralizan y los actos se
diversifican, se mantiene la necesidad de un equilibrio entre lo que se hace
(la entrega de un tiempo y una actividad de “trabajo”) y lo que se recibe. En
la sociedad industrial, el obrero asalariado debía ser vigoroso y disciplinado,
con fuerza para soportar un esfuerzo repetitivo en ocho horas (al menos). En la
sociedad post-industrial el cognitario debe ser ágil de mente, rápido de boca y
fino de dedos, para procesar una actividad conectado al ciber-sistema durante
ocho horas, cuando menos. El obrero entró en decadencia como figura social, y descendió
del protagonismo político del movimiento socialista, a formar una base de
sindicalismo, que ocasionalmente logra magníficas prestaciones, pero ya no protagonista
central[1].
El cognitario, difuso y masivo, es el protagonista disperso de la democracia
moderna, que bajo su gorra de ciudadano crítico y participativo, presiona de
modo constante hacia una sociedad mejor. Sin embargo, todavía el cognitario
carece de una estrategia propia y de horizonte
de cambios deseables que sea preciso; como grupo difuso presiona con
eficacia hacia la sociedad de libertades y diversidad versión 2.0, o quizá más
allá. En este periodo del capitalismo postindustrial, la fragilidad de las
empresas (con boom y cracks económicos de los sectores de punta) la estabilidad
en el empleo parece más una utopía. Con la expansión de los sistemas
tecnológicos, el campo de lo social se mueve y difunde de manera constante. El
manejo de la computadora (en versiones cada día más miniaturizadas, como
teléfonos inteligentes e ipods) está en el corazón del trabajo socialmente
necesario (en términos de Marx) y por tanto la contribución de cada persona al
bienestar comunitario está al acceso de sus dedos. La diferencia entre la
preparación en el cómputo (el tiempo de estudio) se minimiza, y la diferencia
entre las habilidades utilidad en el trabajo y la inutilidad (el videojuego
como límite) se reduce. Los servicios de call-center corresponden a un enorme
videojuego bien estructurado y pagado, donde las relaciones de servicio se
median por sistemas de juegos (relaciones de input-output con peripecias y un
resultado, que debe ser victorioso o agradable). Está cercano el día cuando se
encuentre el modo para sacarle provecho económico inmediato a casi cualquier
videojuego, quizá sacando estadísticas de los patrones de consumo y
comunicación; de hecho el gran juego de las redes sociales ya es un negocio
inmediato donde los patrocinadores pagan a facebook sumas por obtener un
fragmento de la pantalla de los usuarios. ¿Por qué no se retribuye a los
ciudadanos cibernautas de manera inmediata durante su participación dentro de
la red de redes? En tema no es imposible, al contrario, existen los medios
técnicos para que los ciudadanos sean retribuidos y de hecho Google ya implementa
estos sistemas mediante Adwords.
La donación de los multimillonarios
El bolsista,
Warren Buffet anunció que donaría el 99% de su fortuna para obras filantrópicas
y esta es superior a 42 mil millones de dólares. Para darnos una idea de esa
cantidad, observamos que corresponde al producto interno bruto anual de países
como Panamá y El Salvador en 2010. Después a iniciativa suya y de Bill Gates, un
grupo de los mayores multimillonarios accedió a donar parte de sus fortunas
para causas benéficas. Desentonó Carlos Slim, pero él argumentó no lo hizo por
motivos avariciosos, sino que la legislación fiscal mexicana no le permitía
entregar directamente un porcentaje grande de su fortuna; aún sin tener un
gesto tan espectacular, el mexicano ha dedicado grandes cantidades a obras
filantrópicas. En ningún periodo anterior, la élite económica mundial había
parecido tan dispuesta a suplir la función justiciera del Estado, la cual se
había castrado en este aspecto por las políticas neoliberales, tan insensibles
a la obligación redistributiva del gobierno. En números globales la donación
propuesta es tan espectacular, que rebasó el producto interno de algunas
naciones. Sin embargo, parece un rayo en cielo sereno, pues el sistema global
de desigualdad no resulta afectado por ese flujo de recursos por vía de la
donación.
Una
donación masiva de este tipo nos habla ¿de fuerza o debilidad del sistema
capitalista? Cualquiera de las dos respuestas pareciera viable. El capitalismo
postindustrial parece debilitado en su aspecto ético, pues sus líderes
económico dicen que es hora de torcer la vara en otro sentido, saltarse las
barreras del sistema donde cada cual mira para sí mismo y no se ocupa por nada
más. Pero en el aspecto material este capitalismo parece un sistema fuerte, que no se trastoca con gestos dramáticos
de sus jefes económicos. Precisamente, en la dispersión de objetivos y su
canalización encontramos la fuerza del sistema capitalista.
El principio utilitarista de Bentham y la función
del Estado post-neoliberal
Ya que
el capitalismo manifiesta fuerza (pero no perfección) el Estado es el agente
recurrente que ha operado la contraparte para compensar las distorsiones del
sistema. En los años 30 del siglo XX la operación gubernamental como Estado
Benefactor, Fascista y Comunista marcó la encrucijada de la historia. En el
siguiente periodo, la disputa por el mejor modelo quedó dominada por los
sistemas de economía mixta en Occidente y economía estatista en el Bloque
Comunista. Hacia los ochentas el modelo economía mixta empezó a sufrir ataques,
y tras la caída del muro del Berlín, la euforia capitalista fue tanta que se
creyó que un capitalismo químicamente puro sería más satisfactorio, para las
cabezas financieras y políticas del Consenso de Washington, y empezó el periodo
del Estado débil y el neoliberalismo predominó. Como argumento ideológico la
economía neoliberal juró que las crisis se debían (casi exclusivamente) a que
el mercado estaba ahogado por la intervención ineficiente del Estado. El
argumento neoliberal de la perfección del mercado chocó contra la pared de la
realidad con la crisis del 2008, al mismo tiempo que la reconstrucción capitalista
del Oriente no pareció satisfactoria. Ante las catástrofes del mercado no queda
otra alternativa que el regreso del Estado, pero ¿solamente se requiere del
Estado como paramédico durante un atropellamiento del sistema y para darle
respiración artificial y analgésicos? Solamente los neoliberales por inercia
esperan que el “paramédico” le otorgue unas aspirinas al “mercado perfecto” y
que éste vuelva a caminar a la perfección. Pero los hechos desprestigiaron a la
ideología del mercado puro y buscan nuevos modelos. Latinoamérica mira hacia
gobiernos de izquierda, y algunas intervenciones heterodoxas (poco respetuosas
del mercado) parecen obtener un resultado muy superior a la ortodoxia
neoliberal. Entonces el Estado vuelve a
la cargada, actúa una y otra vez sobre la economía, pero ¿en base a qué
principios? Los neoliberales, con terror gritan que la intervención sea breve y
que vuelvan los capitales a actuar en completa libertad. La otra mayoría
desconcertada y hasta indignada (una masa confusa intentando ocupar Wall
Street) busca un mejor principio rector, y viene a la mente ese sencillo
principio filosófico propuesto por Bentham: la mayor felicidad para el mayor
número posible. El mismo viejo principio se puede aplicar a los actos del
Estado. Y este principio del viejo “utilitarismo” adquiere nueva luz cuando
observamos la donación de Warren-Gates y sus pares multimillonarios. La teoría
económica del consumo, indica que la dotación progresiva de un bien se va
tornando cada vez menos satisfactoria, agregar más millones a la cúspide de los
súper ricos ya no les da satisfacciones. En este caso los incrementos en las
fortunas amasadas no están generando más felicidad en sus poseedores. Por
ejemplo, en Estados Unidos la gestión republicana tuvo como uno de sus ejes no
incrementar los impuestos a los ricos; pero el gesto de los supermillonarios
norteamericanos indica tanto el éxito práctico de esas medidas (pues las
fortunas crecieron) como el desenlace ético: tanto dinero termina por volverse
ocioso y poco deseable para sus dueños. Bajo la vieja idea de Bentham, la tarea
del Estado neoliberal para hacer más ricos a las ricos, resulta por completo
inútil, pues ellos mismos dejan de sentir utilidad en esa vocación de acopio
financiero. La bandera neoliberal puede sustituirse por principios más nobles,
y que sean más eficaces; pues ya se ha vuelvo a mostrar la limitación del
capitalismo, cuando una nueva oleada de crisis afecta los centros económicos
del planeta.
El ingreso universal
Ya que
en la cúspide el dinero en exceso parece un sobrante, su complemento está en la
base de la pirámide social. Desde la Revolución Industrial el tema de la
pobreza no había sido tan cuestionado; cada vez más existe una amplia
conciencia que la pobreza es un mal artificial, producto de fallas del sistema
social. La solución marxista salió de la moda intelectual del final del siglo
XX, pero el problema de la desigualdad y la pobreza se ha mantenido. El
problema es el mismo de antes, pero las soluciones se requieren renovar. Miro
con interés que una idea sencilla, pero antaño impracticable, se ha renovado,
pues la ministra italiana del trabajo Elsa Fornero[2]
propugna por un ingreso universal básico, como sustento de la pirámide social.
La idea proviene desde el viejo igualitarismo, desde las comunas primitivas y
del reparto de los bienes en el comunismo agrícola. La vieja idea igualitaria se
reconvierte bajo un complejo análisis de su factibilidad económica y pareciera
pasar desde el bando utopista al escenario de lo posible.
Una
propuesta del tipo ingreso universal puede evaluarse desde muchos puntos de
vista. ¿Pero cuál punto de vista es el superior para analizar una propuesta de
este tipo? Y si se está de acuerdo con su principio ¿cómo modularlas para que
no caiga en el irrealismo y la imposibilidad financiera? Es una evidencia de
base que el ingreso social debe mantener una contrapartida en una producción
social, de lo contrario, el ingreso se vuelve tinta mojada o papel monedad
devaluado, como ya ha sucedido. En este caso concreto, la ministra Fornero
busca un balance con la factibilidad económica, no se contenta con la simple
idealidad ética de lo bueno que sería repartir ingresos. Además existe
experiencia histórica con las crisis capitalistas, algunas de sus modalidades
son perniciosas y dejan a la población sin empleo ninguno, generando una masa
frustrada y explosiva. El incremento del desempleo invita a buscar una salida
integradora de población dentro del sistema de producción/consumo. De entrada,
el desempleo implica falta de empleo productivo de parte de la gente. La misma
aceleración del cambio dificulta la reinserción, y una de las facetas de esta
propuesta, es la importancia de un ingreso mínimo para que la población
reaprenda lo necesario y reinsertarse en un nuevo empleo. En el corto plazo,
cualquier política económica no debe ser tan costosa que arruine el
funcionamiento del Estado, una redistribución fiscal mediante un ingreso
garantizado debe mantenerse en un límite de operación viable: esto toca a la
continuidad y las consecuencias de esta idea.
Para
redondear el examen de esta idea del ingreso mínimo universal, conviene
recurrir al principio de Bentham de la expansión de la felicidad aplicado a una
política pública. Esta opción para garantizar el ingreso mínimo quizá no agrade
a unos pocos, en especial a quienes ya poseen un ingreso que sienten inamovible
por su acceso a propiedades, empresas o profesiones exitosas. Quien no tenga
esa garantía de ingreso mínimo (a menos que sea un aficionado al riesgo
extremo) añoraría adquirir ese beneficio público. En ciertos grupos desprotegidos
ya se emplea un procedimiento similar al ingreso mínimo garantizado, por
ejemplo, cuando existen adultos mayores en condición de desamparo. Tomando otro ejemplo, vemos que, incluso,
los reos del Estado son mantenidos en sus necesidades básicas: ellos reciben un
ingreso mínimo en especie mediante ropa,
comida, alojamiento, salud. Si los prisioneros de una sociedad reciben el
beneficio de una manutención mínima, entonces ¿por qué no la reciben los
ciudadanos ordinarios? ¿Los ciudadanos merecen un derecho inferior al
delincuente? El ingreso, cuando llega en situación de penuria y satisface
las primeras necesidades, resulta muy satisfactorio y otorga una contribución
hacia la felicidad quitando el hambre, la enfermedad o la falta de vivienda.
Quizá esta idea del ingreso universal garantizado, aunque nunca generará una
felicidad pareja (incluso habrá la excepción de quien no desea esta dádiva y
será menos feliz que antes), al menos reduce la infelicidad de los más
desprotegidos o quienes sientan una mayor libertad pues no están atados a un
modo de ingreso indeseable.
La
sombra que oscurece esta idea feliz es la nube negra de una satisfacción sin
esfuerzo alguno. La tendencia al “mínimo esfuerzo” no es un ideal a escala
social, aunque vende mucho a nivel comercial. A nivel de ideal social el
cuidado de la niñez corresponde al mínimo esfuerzo, a crear condiciones de
mínima hostilidad ambiental para el infante; aunque luego la etapa adolescente marca
una difícil transición entre el periodo de incubación y el de enfrentamiento
con un mundo externo. Entonces la idea de un ingreso mínimo universal, debe
combinar ese afán redistributivo con la motivación personal para obtener metas.
La cantidad de este ingreso no debería ser tan cuantiosa que paralice el
esfuerzo individual y el incentivo para buscar mejoría económica y cultural. A
nivel práctico, es casi imposible un Estado benefactor tan rico que produzca un
ingreso garantizado tan jugoso que erosione la motivación para el trabajo o
emprendimiento[3].
La responsabilidad del Estado
Y para
darle un sentido “políticamente correcto” al ingreso universal, conviene
colocar entre las obligaciones del
Estado el ser garante del ingreso del
ciudadano. De manera recurrente el Estado cae en una posición de fiscalista,
que se contenta con buscar cómo extraer la riqueza del ciudadano, para luego
regresarla a cuenta gotas, como si fuera una limosna. Pero la acción del Estado
debe empezar en el momento de la producción de la riqueza, procurando un marco
normativo y de incentivos que no se contraponga con el ciudadano. El Estado debe ser aliado del ciudadano en
la creación de ingresos, y hasta se debería plantear con claridad que esa es
obligación de Estado respaldar el derecho del ciudadano a tener ingresos, por
cualquier vía lícita. El Estado debe romper el círculo de hostilidad hacia el
ciudadano; la hostilidad aparece en una fiscalización punitiva y una dura carga
fiscal que ha impuesto. El modo para romper ese círculo hostil es con una
responsabilidad muy clara para favorecer el ingreso de los ciudadanos, mediante
su marco legal y de fomento. Conforme el Estado sea eficaz para facilitar el
ingreso de todos, le resultará más sencillo (y será legítimo) cobrar impuestos.
En el
caso mexicano, tenemos un tejido mal armado entre una gran capa social de fuera
del fisco (llamada economía informal) y una capa menor perseguida en exceso. El
sector formal de la economía recibe muchos desincentivos, siendo constantemente
amenazado con sanciones y con sistemas complicados de recaudación. Conforme el
sector formal sea mejor protegido y reciba un marco legal que le facilite su
labor de crear riqueza, entonces el Estado estará menos atareado “tapando” los
baches que se crean en el sistema capitalista. Tal como está la organización
del sistema actual no queda más que “tapar los baches”, y un problema
fundamental es garantizar la subsistencia de los ciudadanos, sin importar su
origen ni destino.
NOTAS:
[1]
Conforme aparece como
proletariado organizado puede ocupar papeles estratégicos y protagónico, pero
eso es distinto de ser el sujeto protagónico; funciona de manera táctica y
estratégica, con peticiones legítimas, a veces logrando resultados superiores a
su número. Eso es muy diferente a ser el “sujeto del cambio” para ser otro
protagonista, como sucedía con algunas ciudades-Estado comerciales en el
periodo medioeval y renacentista, cuando el Estado absolutista ascendía y esas
ciudades-Estado (como Venecia) lograban posiciones importantes. Cf. ANDERSON,
Perry, El Estado absolutista.
[2]
Entrevista a Elsa Fornero,
publicado en internet, Espaguetis y surf:
razones para una renta básica universal en la crisis actual del capitalismo.
Revista electrónica “www.sinpermiso.info”.
[3]
La única posición para
esto surgiría desde un Estado privilegiado con acceso a algún recurso natural
valioso y con pocos habitantes, como los emiratos petroleros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario