Para ver el
mundo en un grano de arena,
Y el Cielo en
una flor silvestre,
Abarca el
infinito en la palma de tu mano
Y la eternidad
en una hora.
Aquel que se
liga a una alegría
Hace esfumar el
fluir de la vida;
Aquél quien besa
la joya cuando esta cruza su camino
Vive en el
amanecer de la eternidad.
William
Blake
Por Carlos Valdés Martín
De modo
simultáneo, un grano de arena representa el poder y la debilidad de lo pequeño.
El grano se pierde, pues se hunde en la multitud de partículas que forman un
simple puñado. Esa mínima partícula —el grano— se extravía al caer sin orden ni
concierto en una multitud de entidades iguales, pero sin plan ni objetivo.
Considerada
en su singularidad una partícula adquiere de nuevo su jerarquía como en este
poema de Blake, cuando se descubre que en lo mínimo yace un reflejo del
universo entero. En los viejos relojes de arena, el flujo de granos de arena
reflejaba el tiempo y para el poeta ese único grano atesora una chispa de
eternidad. ¿Quién puede atrapar el tiempo, deteniéndolo en su fugacidad? Lo
hacen el poeta, el creador, el inspirado, el líder, el profeta… Ellas o ellos
lo hacen con un gesto supremo para
atrapar lo inmenso en pocas palabras, en breves pensamientos, en ideas
condensadas, en principios humanos terrenales o espirituales indudables…En fin,
unos pocos atrapan el grano de arena y le dan el hondo sentido para vencer la
caducidad de la existencia.
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El
Arenal es un municipio pequeño, situado a unos pocos minutos de la capital del
Estado de Hidalgo. No se piense que es un desierto, al contrario, lo rodea un
agradable ambiente de bosques y rocas de montaña. El nombre se debe a la
abundancia de arenas, tan necesarias para la industria constructora, como
decían los antiguos edificando a “cal y arena”.
Existe
una especie de ley aritmética según la cual un municipio mientras más pequeño,
más cálida es su gente. Este sitio no es la excepción, su calidez confirma la
regla. Liderados por una dama en el municipio, este rincón de México está enamorado
de sus tradiciones.
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Decía
al filósofo Descartes que la primera entre las emociones es la capacidad de
maravillarse[1],
y así lo señala el culto de este sitio. Quien se maravilla vuelve a su infancia
y adquiere la emoción primera, descubriendo lo extraordinario bajo el manto de
lo cotidiano.
El
distintivo del sitio son las fiestas del Señor de las Maravillas, una devoción
que atrae gente de diversos rumbos del país y hasta del extranjero. Como en los
antiguos tiempos, el peregrinar restablece la conexión entre las almas
necesitadas de sentido y las efemérides del retorno. De esa manera, los
peregrinos visitan el sitio y definen de manera espontánea la presencia de un
pueblo mágico. Como suele suceder con el retraso entre la realidad vital y la
consagración oficial, la Secretaría de Turismo se tarda en descubrir que esto
es precisamente un “pueblo mágico”, pero así lo determina la multitud de
peregrinos.
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Las
naciones sin la fortaleza y orgullo de sus regiones se convertirían en
contenedores vacíos. Los sitios de apariencia más sencilla encierran el secreto
de nuestras raíces, tan resistentes a la globalización y el imperialismo
espontáneo[2].
En este caso, la confluencia entre las culturas náhuatl, otomí y española han
marcado el rosto preciso de este pequeño municipio que sonríe ante la noche
estrellada y la montaña rocosa.
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¿Hay
algo más extraordinario que localizar el universo entero en un grano de arena?
¿Algo superior que atrapar la eternidad en un instante?
Si
sienten el alma dispuesta a maravillarse con lo mínimo, con la brevedad del
instante y la magnificencia del detalle, deténganse a respirar el aire
cristalino de este rincón de México que se llama El Arenal.
NOTAS:
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