Por Carlos Valdés Martín
Esa película
adquirió un aire de leyenda y se conservó como una referencia obligada de la
buena ciencia ficción. Basada en una obra de Philip K. Dick, titulada Do Androids Dreams of Electric Sheep? Esta película salió
a la luz el mismo año en que murió el novelista: curiosa sincronía entre el
triunfo y la muerte. Indican los reportes que el autor conoció avances del
trabajo del cineasta Ridley Scott y recibe la ironía del “efecto Moisés”: morir
sin entrar a la tierra prometida cuando fue el líder[1].
La película se
centra en otra orilla, en seres androides en la próxima frontera más allá de lo
humano. Para empezar, esos androides son de perfecta apariencia humana, en su
belleza y fiereza, con emociones y esperanzas. Rebasan el término de las
estatuas perfectas de las leyendas griegas y se levantan como la copia suprema:
el alter ego de la especie. Seres
artificiales que son gemelo rebelde y desesperado por romper con la maldición
que le clavó su amo en el pecho, con una condena a una mortalidad programada de
4 años. ¿Qué drama es ese? Es la misma mortalidad que todos conocemos y, a
regañadientes o consuelo, desde que abrimos los ojos nos vamos adaptando,
haciendo a la idea y esperando saltar hasta una especie de salvación (sea el
cielo o el infierno para los malos).
En este caso, unos
androides perfectos escapan y buscan resolver su trágico destino de una muerte
a fecha fija, así que buscan a su creador para resolver su defecto mortífero.
¿No es esa misma búsqueda la de cada persona cuando acude al médico con una
enfermedad grave o asiste a la iglesia esperando superar la envoltura material?
Es lo mismo, pero en una perspectiva fantástica muy explícita. Vemos a androides
molestos y desesperados, ansiosos por romper la cadena del destino como
personajes de teatro griego. El mismo destino que todos sabemos establecido en
este cuerpo con una fecha final; sin embargo, nosotros solemos ignorar la fecha
exacta de nuestra caducidad. Estos seres lo saben con exactitud.
Hay un creador
de estos androides que no es Dios padre sino el jefe de una corporación
gigante. Él programó genéticamente sus muertes. El líder de los androides, su
hijo más perfecto, le exige salvar su vida… pero esto es una tragedia y no resulta
posible. El hijo, nuevo Edipo furioso, mata al padre-fabricante, como la obra
torcida destruye la memoria de su autor[2].
El líder del
grupo de androides se resigna a su destino, salva de una caída fatal al
profesional que liquida androides (el término que da nombre al filme: Blade
Runner). Y como acto final suelta una paloma al vuelo para simbolizar una
esperanza. Lo último que dice es: “I've
seen things you people wouldn't believe: Attack ships on fire off the shoulder
of Orión. I've watched c-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate.
All those ... moments will be lost in time, like tears...in rain. Time to die.”
Con un final muy diferente al de la novela, para confortar
al espectador y dejar un agradable sabor de boca el otro protagonista, el Blade
Runner descubre a Rachael, un androide perfecto, con una memoria implantada y
que no está destinada a esa rápida muerte genética. Ella establece la ilusión
de una sucesión: un espejo perpetuo que nos ame sin final.
Al acabar este
filme se adivina un consuelo. Algún momento no se perderá como lágrimas en la
lluvia; pues permanecerá tal como lo deseaba Unamuno: retener ese destello luminoso entre dos eternidades de oscuridad[3].
NOTAS:
[1]
A Freud le llamó poderosamente
esa “maldición” sobre Moisés quien estaba destinado a no mirar la tierra
prometida, por sus fallas ante Jehovah. Al propio Freud le sucedía un fenómeno
parecido cuando se sentía una especie de Moisés guiando al pueblo
psicoanalítico hacia su meta. Cf. FROMM, Erich, La misión de Sigmund Freud, su personalidad e influencia.
[2]
Aunque este argumento no existe en la novela y sí en la película. A diferencia del Edipo clásico,
este androide del film sí sabe a quién mata. Cf. SÓFOCLES, Edipo rey.
[3]
UNAMUNO, Miguel, El sentimiento trágico de la vida.
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