Por Carlos Valdés Martín
Siendo motivo principal de la existencia la búsqueda de felicidad[1], debido al mal tino o al desconocimiento pasamos la vida buscando los fantasmas que más creemos ingenuamente le asemejan: diversiones, placeres, dinero... No ha de ser sencillo lograrla, ya que los pensadores nos ofrecen su auxilio para alcanzarla. Miremos algunas propuestas para rondar más próximos a la felicidad.
Primera
variación: el hedonismo
Conviene
recordar al Fausto de Goethe, con el
personaje emblema de la alborada de la modernidad, para indicar que la entrega
al hedonismo es ponerse en brazos de la tragedia, una especie de demonio que
engendra el morir. El hedonismo busca a otro ser humano como su objeto de
placer, de tal modo que sea su medio para el placer y ya[2]. El
hedonismo trata del simple y puro carpe
diem, disfrute del día, vivir el hoy sin mayores consideraciones. Si se
recurre a otra persona es para exaltar el propio placer, que también es complacerse
en la inmediatez (en cierto sentido, esto es obligación, digamos una “ley” por
la cual necesitamos del prójimo). La persona objeto del placer debe permanecer
porque el deleite quiere eternizarse. En esta afirmación existe una negación
del prójimo a nivel de su alter-idad; pues el egoísta goza sin respetar al otro
en su independencia, por alcanzar su goce[3].
Además, experimenta una decepción pues su goce queda sin trascendencia, requiere
de una renovación perpetua; pero después del placer comprueba una dura ley de
necesidad por la cual todo placer se agota. Ciertamente, el deleite de los
sentidos resulta hasta psicológicamente indispensable[4], pero
se agota a final de cuentas, no importa
las píldoras de juventud ingeridas. Después del placer esa individualidad
egoísta, como tal se irá a pique por la ley de la necesidad (el terrible Cronos
de la vejez y decadencia, también economía por una reducción marginal de la
satisfacción[5]), luego viene la muerte[6].
La
amargura de la experiencia hedonista es todavía mayor, porque el placer es un
acto de sentimiento y no de pensamiento. El hedonismo es singularidad del
individuo, como conciencia que percibe, por lo que esa conciencia no puede
superarse por sí misma. La presencia del otro extremo, (aquí pensado también en
el sentido de la existencia de la libertad de otra conciencia) lo experimenta
“como contradicción o como aplastamiento de su singularidad”[7].
El hedonismo no es, estrictamente,
un vicio particular sino una dimensión de la existencia, pero es la dimensión atada
a los vicios. El hedonismo no es un placer particular, sino el placer
convertido en la religión hacia las personas. En ese sentido, nuestra sociedad
actual es hedonista. Y esta es una afirmación asaz triste, porque finalmente encontrará
un callejón sin salida, incluso como consumo simbólico[8].
Si nuestra sociedad es hedonista,
significa que predomina una visión de que la felicidad son los gustos del
momento, gozando de cualquier confort, rodeado de los lujos y las bellezas
posibles. En su momento, Fausto obtuvo
todos los placeres a su alcance y el resultado fue que su vida quedaba vacía y lo
amado se perdía sin remedio.
La “sociedad de consumo” promueve
e idealiza esa situación de dilapidación sin mérito, venerando al rico ocioso
como el peldaño supremo de la escala social. Una última mirada al hedonismo, revela
que su clímax ideal es el fruto obtenido sin trabajo digno y sin siembra. Esto
sería una situación de retribución mal habida que no resulta del esfuerzo y de
la creatividad, como el sueño sin vigilia, por tanto, resulta frustrante en un
nivel profundo[9]. Asimismo, el estudio
detenido de los modelos de riqueza, belleza y placer nos indica que carecen de
una llave para la felicidad, y más bien pareciera les estaba vedada, por
ejemplo, revisemos las biografías de Howard Hugges y Marilyn Monroe.
Segunda
variación: el romanticismo
A un nivel propio de los
sentimientos el romanticismo es una emanación sincera, brota desde lo más
profundo del corazón. Debemos afirmar que es una superación del hedonismo, pero
sólo parcial. El romántico actúa conforme a la ley de su corazón, en base a honestidad
de sentimientos, y percibe que en estas claves existe universalidad[10]. En
la acción de una conciencia romántica que pretende moverse acorde a esta ley
del corazón llegará, por fuerza, el enfrentamiento con el mundo, entendido como
orden absurdo que contradice esa ley. El actuar romántico entra en
contradicción con el entorno y los demás hombres, en su percepción el statu quo es prosaico y los demás hombres,
vulgares; además, siente un fin elevado para el “logro del bien de la
Humanidad”, por lo que es una forma de conciencia noble, desprendida de su
egoísmo.
Este romanticismo es la
identificación inmediata de la singularidad (individuo romántico actuando
acorde a la ley del corazón) con la universalidad (idea de que el mundo debe
ser armonioso, según esta misma ley espontánea del corazón). Las repetidas
rebeliones juveniles poseen este mismo sello de la singularidad siguiendo ese
impulso[11].
Sin embargo, el romántico casi
por regla falla en sus apreciaciones y es como un niño que carece de medios
para alcanzar sus objetivos[12]. El
caso más notable lo tenemos en el campo propiamente amoroso, donde la “teoría
del príncipe azul” de las doncellas es la fatídica guía para el fracaso en la relación
amorosa[13].
Ahora bien, el romanticismo cree
en la posibilidad de la felicidad, un tanto más elevada que el hedonista por
cuanto tiene fe en la actuación en base a su corazón y sus corazonadas. Sin
embargo, más allá de estos sentimientos, habrá falta de percepción y deberá caerse
en un destino nefasto. Es común encontrar héroes románticos, que han perseguido
causas nobles con precipitación y decisión, siendo mártires inoportunos de periodos
negros. Tomemos como ejemplo a Lord Byron, quien muere en una incursión por la
causa de la liberación de Grecia, careciendo de medios y recursos para alcanzar
su cometido. De hecho, este romanticismo impulsivo conviene llamarlo quijotismo,
por su mirada demasiado alta y porque se insufla de un aparente virtuosismo[14]. Por
lo mismo, el alma romántica requiere de someterse a un esclarecimiento, para
que sus aspiraciones no queden en vagas intenciones.
Tercera
variación: Superación de la conciencia infeliz
El filósofo Hegel indica que la
infeliz, por fuerza es aquélla que mira su fundamento como separado de ella
misma, observando su esencia como lejana de su existencia, el ser presente[15]. Por
ejemplo, para la conciencia religiosa infeliz la tragedia es que no puede
encontrar a su Dios, pues su divinidad la abandona y no da respuesta a sus
ruegos. Dios sería la esencia íntima y el fundamento de la conciencia
religiosa, pero si ignora la esencia de su comunión con la divinidad, siempre
la verá como ajena a sí misma. Sin embargo, en un sentido fenomenológico la conciencia
infeliz es la que puso la imagen de
Dios como su esencia interior y plenitud de su alma, por tanto la conciencia lo
remediará[16].
Siguiendo esta línea de
razonamiento, en todo momento el sufrimiento también es un estado de conciencia
de separación, una situación de enajenación parcial o general[17] del
sujeto respecto de su fundamento y consecuencia. Por lo mismo, el concepto de “conciencia
infeliz”, al nivel de generalidad ofrecido por Hegel, ofrece las claves para la
superación ideológica de la caída en la infelicidad y la aptitud para el
sufrimiento.
Mientras
el sufrimiento corporal (dolor físico, enfermedad, vejez, invalidez, etc.)
depende de circunstancias particulares (alimento, medicina, analgésicos,
recursos, etc.[18]); el nivel consciente y
humano del sufrimiento depende de la interpretación que se ofrece a la vida.
Esta clave para superar el sufrimiento humano es “recuperar el fundamento de
la conciencia”, aunque existen muchos componentes de esta afirmación. Al
recuperar el fundamento de las conciencia se inicia la clarificación de los
mayores enigmas de la vida. El primer fundamento es que la conciencia resulta
esencial al mundo y que el pensamiento vital es perpetuo; en otras palabras, el
primer fundamento emerge con la continuidad de la conciencia, en la continuidad
del pensamiento[19]. El
pensamiento continuo rebasa las barreras, supera sus límites y adquiere una
perspectiva infinita, una visión que resulta tan difícil de lograr y es base
para superar la conciencia de la muerte definitiva[20]. Es
decir, el pensamiento continuo establece una potente perspectiva de vida
infinita, marco adecuado para comprender la felicidad[21].
Conclusión
Para no
alargar la exposición evitaré un final simple: una fórmula para alcanzar la
felicidad en base a la filosofía[22].
Espero que las siguientes pistas sean de utilidad. El hedonismo ilumina al
placer, el romanticismo enaltece el sentimiento y la conciencia de sí esclarece
el pensamiento; entonces en un proceso de superación y conservación —como debe
ser el camino dialéctico—, la salida hacia la felicidad es la
superación-conservando de estas tres “leyes”: placer, sentimiento y
pensamiento. Es decir, la filosofía indica que la felicidad se preña de estos
tres frutos: placer, sentimiento y pensamiento[23]… que
en otros términos indicará el sentido del amor maduro, más allá del simple
capricho del corazón o la fantasía pseudo-religiosa[24].
Madurez en el amor, esa es la base para la felicidad.
NOTAS:
[1] Para
algunos la felicidad sería el único motivo, para otros un horizonte deseable,
sometido a otras consideraciones éticas. Estimo define un meta-estado que
trasciende los eventos particulares, por tanto es una meta-meta (si se capta la
ironía), algo más allá de la meta particular. Cf. ARISTÓTELES, Ética nicomaquea.
[2] HEGEL,
G.W.F. Fenomenología del Espíritu.
[3] Eso sin
considerar la complejidad de las diferencias de perspectiva entre géneros, como
señalan los manuales; por ejemplo, Los
hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.
[4] De ahí
el psicoanálisis declarando que el libido resulta indispensable de satisfacer,
bajo modalidades aceptables. Cf. FREUD, Sigmund, Más allá del principio del placer.
[5] La
observación empírica de la reducción de la satisfacción con la repetición del
acto, retomada por la economía neoclásica. ROLL, Eric, Historia de las doctrinas económicas.
[6]
Como sea sobreviene esa separación, y su herida terrible debe
conjurarse. Cf. CARUSO, Igor, La
separación de los amantes.
[7]VALS-PLANA,
Ramón, Del yo al nosotros, p. 182.
[8] Para
Baudrillard, el consumo deja de ser objetivo para crearse como capa simbólica
que ha devorado a la sociedad, inaugurando la sociedad de consumo. Cf. Economía política del signo, El sistema de
los objetos, y El espejo de la
producción.
[9] Por
ejemplo, FROMM, Erich, El corazón del
hombre.
[10] El
romanticismo puede rebasar el simple sentimiento para ofrecer versiones
complejas, uniendo la estética, como lo presente Höldelin en Hiperión.
[11] ORTEGA
Y GASSET, José, La idea de las
generaciones modernas y El tema de
nuestro tiempo. ZERMEÑO, Sergio, México:
una democracia utópica. El movimiento estudiantil del 68.
[12] Perfecto
ejemplo de ese enfoque romántico es Van Gogh con su incapacidad para
relacionarse con el entorno, Cf. STONE, Irving, Anhelo de vivir.
[13]
ALBERONI, Francesco, Enamoramiento
y amor.
[14]
Véase el artículo “Oscilación
entre quijotismo y oportunismo” también basado en Hegel y la teoría
política.
[15] HEGEL, G.W.F. Fenomenología del Espíritu.
[16]
El ateísmo quita el absoluto de Dios, pero no le da esta continuidad a
la conciencia, por tanto Nietzsche sigue a la espera de algo más: el súper
hombre que tampoco está aquí. Cf. LEFEVRE, Henri, Hegel, Marx y Nietzsche.
[17] De modo
interesante Marx estableció una visión general de la enajenación. Cf. MARX,
Karl, Manuscritos económico-filosoficos
de 1844. Donde se anota que la enajenación ocurre, de ahí su conciencia.
[18] Por
tanto, también es un tema material económico. Cf. MESZAROS, Iztván, La teoría de la enajenación en Marx.
[19] Esta escalera
de superaciones sobre el tema de la infelicidad-felicidad, muestra de modo en
extremo sintético la perspectiva del joven Hegel, con la evolución dialéctica
del espíritu y su inmortalidad. Cf. SERAU, René, Hegel y el hegelianismo.
[20] De
acuerdo a Unamuno por eso quedamos presos del sentimiento trágico de la vida,
incapaces de pensarnos de modo infinito. Cf. El sentimiento trágico de la vida.
[21] Por eso
el misticismo verdadero es alegre, comprende que su cielo está en la mente
presente. Cf. HUXLEY, Aldous, Cielo e
infierno.
[22] Una
aproximación está en Descartes Las
pasiones del alma, de la cual pueden encontrar su comentario en mi blog.
[23] En
otros términos, esta integración también solicita la contraparte externa: nivel
económico material, una forma social armónica y un nivel intelectual-cultural
aceptable en el entorno. Es claro, que la contradicción entre individuo y
sociedad marca el curso preciso de estos cauces. Cf. SARTRE, Jean Paul, La crítica de la razón dialéctica.
[24] FROMM,
Erich, El arte de amar.
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