Por Carlos
Valdés Martín
Resultó
divertido y útil para educarnos un discurso de Obama en su visita a México.
Como ya existen millones de votantes que le interesan nos enseña cómo agitar un
discurso nacional sin caer en extremos ni sonrojarse.
La modal
neoliberal y globalofílica ha creado un sentimiento de inferioridad en el tema nacional,
que presenta novedades ante el malinchismo tradicional. Ahora se cae en la
modalidad del ¿Qué dirán? Ellos, los otros, extranjeros, superiores e
inalcanzables. El gatillo del sentimiento de inferioridad de quien carece de
fuerza interior regresa bajo el tema de la globalidad.
Debe aparecer
el Presidente de piel oscura para señalar la admiración por lo mexicano para
que algunos empiecen a levantar la cabeza. ¿Por qué Francia, España y EUA sí
tiene su instituto cultural internacional para levantar la cabeza en todo el
mundo señalando las maravillas producidas en su país? En cambio, la buena idea
de crear un Instituto Octavio Paz que levante el nombre del país y sus logros
culturales se queda como una buena idea a la que nadie le hace caso pues quedó
en el baúl de un candidato perdedor.
Viene Obama y
en su discurso demuestra que hizo bien la tarea: recuerda a Rivera, Kahlo, Sor
Juana, Paz y hasta cita un poema de Amado Nervo dedicado a Benito Juárez. Por
cierto, el prócer Juárez soslayado en el Bicentenario. ¿Qué salvarnos de
Francia y Maximiliano no fue una Segunda Independencia?
Por si fuera
poco, llega Obama y halaga a los mexicanos presentes con el ejemplo de Rafael
Navarro González, ayuda a analizar información que viene del Curiosity en Marte y aportando ciencia
en su máximo nivel para la superpotencia.
Mientras que en nuestros “sexenios perdidos” se siguió expulsando al
talento y regateando recursos para el SNI.
Y, para evitar
las lamentaciones, encontramos que el halago a la nación mexicana cantado por
Obama también trae oferta de trato entre iguales. Otras veces, el tema de “somos
iguales” entre mexicanos y norteamericanos ha sido una mascarada o ficción de
cancillerías. Todos sabemos que existe desproporción de recursos económicos y
por tanto de poderes fácticos. En esta ocasión, el Presidente visitante no
impuso ninguna condición en lo oscurito. Ni los detractores la han encontrado,
aunque conservo un capítulo para mi sospechosismo. Además, Obama reconoció su
parte de culpa con el tema de la droga y el tráfico de armas. Eso sí es un
notición, pues una mala tradición del Norte tiende a negar cualquier clase de
falla propia que cause males sobre el mundo. Es la mala tradición de que “me
creo perfecto” y no escucho críticas. Este cambio resulta interesante y sano:
es la autocrítica de la superpotencia.
Por último,
Obama pone acento en un tema nacional clave: el futuro. Con una retórica recuperada
a partir de Luther King Jr., Obama manda el mensaje de un sueño posible. Si una
nación está viva debe marcar un rumbo futuro. La única dirección de la
existencia es el rumbo fijo en el mañana. Una nación que se contenta única y
exclusivamente con su pasado está en agonía y moribunda. El pasado es una
referencia indispensable, pero la nación funciona en la bisagra que unifica
pasado, presente y futuro. Al hablar de que también los mexicanos tenemos
derecho a un sueño (en el sentido de un ideal realizable) y lo lograremos, el
Presidente Obama nos da lecciones de una acertada aplicación del nacionalismo
mexicano.
Si el
visitante anota que nuestra comunidad nacional está moviéndose tras un sueño
¿no lo ven también nuestros líderes de opinión, intelectuales y políticos? Los
mexicanos de a pie nos quedamos esperando una respuesta.
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