Por
Carlos Valdés Martín
La simpleza de mis primeros…
En mis días de
secundaria imaginaba que no existía otra manera para concebir el tiempo distinta
a la lineal. Este asunto lo miraba tan recto como la regla escolar. En algún
momento había comenzado a existir el tiempo, era un instante tan lejano que se
volvía completamente nebuloso, pero seguramente se trataba del origen mismo del
universo. El universo debía de haber empezado con su propio cronómetro,
ajustado a mi reloj mesurable con las horas, minutos y segundos que se
dibujaban entre las manecillas. En efecto yo suponía que debió de existir un
primer segundo de la creación, tan pequeño como el breve espacio que existía en
ese reloj de pulsera con la marca desaparecida de una fábrica: Diesel Nacional[1]. Mucho después me di
cuenta que esa ingenuidad era compartida por importantes científicos y
filósofos en su estructura esencial. Se trata del modelo newtoniano del tiempo
con su medida absoluta y eterna de la simultaneidad. Cuando encontré tanta
afinidad con importantes pensadores supuse que mi intuición adolecente fue
perspicaz. Poco a poco me enteré de que existen otros modos de captar el asunto
y que en las ciencias físicas impera el relativismo o la explicación cuántica, en
donde casi nadie cree en ese sencillo, concepto lineal y homogéneo del tiempo,
de una simpleza casi estética.
Aunque se
conciba una imagen sencilla no por eso deja de contener sus complejidades. Si
se afirma la infinitud y entonces el tiempo no tiene inicio ni termina, de tal
modo que no existiría un principio del mundo sino una continuidad incontable de
las transformaciones del universo, de tal modo que la fantasía vagaría sin
punto de terminación en torno a la interrogación de lo que existió antes que
antes. En una velada platicaba con el amigo Sergio sobre esa línea de regreso
interminable. Antes de nosotros existió el hombre antiguo, antes que éste el
hombre primitivo, antes el mono, antes el mamífero, el dinosaurio, antes el
reptil, antes el pez, antes el trilobite, antes el microorganismo, antes un
caldo de aminoácidos, antes un planeta incandescente, antes un sistema solar en
formación, antes una nebulosa, y antes que ésta ¿qué encontraremos? El pasado
de lo supuestamente conocido sobre la línea recta del infinito pretérito nos
lleva por caminos tortuosos, adecuados a la imaginación y la ansiedad. Por eso
es preferible, para evitar el riesgo de la especulación excesiva, definir un
inicio un corte, como principio de todo tiempo, y dejar la infinitud como
propiedad exclusiva del futuro. Los creadores de todos los calendarios humanos
actuaron de modo semejante, definiendo un año inicial y siguiendo la cuenta.
Pero esa simplificación administrativa de la línea infinita le reduce encanto,
porque la cuerda de la imaginación queda más tensa sin asideras ni al principio
ni al final y, sobre esa prolongación sin fin, posee cierta hermosura
intangible.
El otro lado elegante
de la simple recta infinita se conecta con el tema del movimiento. Para medir el
efecto temporal está el movimiento, y desde la antigüedad se buscaba medidas
más precisas de tiempo en base a procesos regulares de caída de cuerpos, como
la arena y el agua, Galileo encontró que el péndulo manifiesta mayor
regularidad. En la actualidad, el paso de los electrones por los circuitos
integrados es la medida que se impone. La siguiente pregunta ingenua y obligada
es si transcurre el tiempo sin movimiento alguno. Bajo la visión sencilla
deberá de existir una especie de reloj absoluto para todo el universo, lo
estimado por los deístas como un cronómetro de Dios[2]. Pero si hubiera un estado
de reposo absoluto entonces no transcurriría eficazmente el tiempo para el
objeto de inmovilidad perfecta. Con ese argumento la juventud adquiere la idea
más simple para un viaje al futuro: congelarse. Para los demás seguiría la ley
del tiempo y para un objeto congelado cesaría. Este argumento suena a
injusticia. Sobre todo debería de existir algún registro aún dentro de tal
congelamiento, para que entonces el transcurrir ineludible no sea una mera
idea. Me imaginaba en una cápsula de
congelamiento incrustado dentro de una oscuridad interestelar, condenado
para siempre al estancamiento perpetuo, y de alguna manera imaginar a las
estrellas prisioneras de un tal maleficio, donde precisamente el
desprendimiento de la luz era el camino de la separación de su corazón de
estrella, de tal modo que ese corazón profundo vivía enterrado dentro de la
luz, congelado y separado del resto del universo. Recurriendo a una metafísica
más convencional la muerte es una escapatoria del reino de Cronos, una vía de
escape hacia lo inmutable o trasmundo de eternidades.
La esfera de la época agrícola
Ya la primera
diferencia entre dos iniciadores griegos de la filosofía implicaba una radical
oposición sobre este asunto. La separación radical entre el estático Parménides
y el fluido Heráclito estaba en su sensibilidad frente al transcurrir. El
primero, prefería las definiciones claras y el sentido estático, para definir
que "lo que es, es y lo que no es, no es", por lo que el cosmos debía
de ser una esfera, representación
geométrica de lo estable e inmutable. Por su parte Heráclito prefería zambullirse
en las aguas del río, y quedaba contento de que nunca se bañaba con la misma
agua, porque todo cambia y todo pasa.
Entre los
pueblos agrícolas existía la convicción de que el movimiento cronológico era
firmemente circular, que los ciclos anuales regresaban al mismo punto
calendario de manera plena y estricta. De tal modo el movimiento en espiral de la existencia era más
aparente que real; pues predominaba, a final de cuentas, la esfera como
resultado de transformaciones ilusorias. Las narraciones y los ritos se
repetían sin cesar: gestos idénticos. Los dramas griegos cuando apelaban a un Destino,
lo hacían en sentido estricto: repetición humana de un designio divino pero
oculto. En un concepto como el hinduismo esta existencia debía de ser un
reencarnación de otra: copia mejor o peor del pasado. Las ideas de Platón como
arquetipos repetían en la material al trasmundo ideal: más repeticiones. Al
recordarse los mitos de lejanas épocas, la narración decía: antes existieron
otras humanidades caídas en una rueda, pero renacidas durante el siguiente
giro. La serpiente Odradeg, que sostiene a la tierra en algunas mitologías
germanas representa esa repetición, cuando se muerde la cola, demostrando que
su final es también su principio. Las diversas mitologías y religiones
estudiadas por Mircea Eliade insisten en esta idea de la circularidad del tiempo[3]. El viejo ritual del año
nuevo describe una renovación del tiempo, los rituales de romper vajillas y
estrenar ropa el 31 de diciembre tienen su raíz en la convicción ancestral: reinaugurar
el tiempo o presenciar su renacer, es decir, su última natividad.
Cada filosofo contiene su…
Esta idea
redonda del cronómetro trata de consolidarla otro filósofo, Nietzsche, reconocido
por su explicación del eterno retorno. El tiempo antiguo es llevado al extremo por
Nietzsche con esta eternidad a cuestas. No es tan fácil definir si retrata una
visión de pesadilla o un deleite especulativo. El eterno retorno supondría la
repetición exacta de lo ahora sucedido, lo cual lo podemos proyectar hacia el
pasado y hacia el futuro. Al mismo tiempo quedaríamos atrapados en la fugacidad,
pues todos los momentos particulares se repiten, de tal forma que son tan
fugaces y eternos. Curiosa contradicción para un alma romántica, que cada
segundo sea fugaz y eterno. El lado
negro de tal repetición lo comenta Milan Kundera, imaginando la eternidad como
el clavo de Cristo en la cruz, la reiteración de ese culpable gesto de crueldad[4]. Bajo la condena de la
eternidad la vida obtendría una responsabilidad demasiado pesada, abrumadora,
aplastante. El lado luminoso de tal idea está en la eternidad de todo lo
significativo. Cada acontecimiento, clavado en la rueda de la eternidad
adquiere la majestuosidad de lo perpetuo, la densidad de lo infinito. Bajo esta
noción de que el tiempo es curvo, entonces el instante produce un
encadenamiento completo, conduciendo hacia un torrente infinito, que
conoce un camino de regreso siempre hacia atrás. El instante resulta todopoderoso porque se produce a sí
mismo sobre esa cadena sin término, igual a la materia auto-engendrada y eterna
que imagina Engels[5].
En fin, el eterno retorno es un pensamiento concebido en el libro Así hablaba Zaratustra para sorprender y
anonadar a los espíritus de cortos vuelos [6].
La sensibilidad de Kant…
En base a las
perplejidades tejidas en torno al tiempo, es simpático el esfuerzo de Emmanuel
Kant por sacar las dimensiones del mundo real, y afirmar que tiempo y espacio
son condiciones ideales de la sensibilidad humana. Según el alemán
espacio-tiempo son unos moldes indispensables instalados dentro de la cabeza
que permiten darle sentido a todo fenómeno percibido, como si nacieras con
cronómetro y regla integrados. Esas coordenadas serían percepciones subjetivas
y forzosas, que organizan el vasto mundo ante nuestros ojos y conciencia.
Al parecer a
Kant no le resultaba convincente la existencia de un tiempo infinito lineal y
de un espacio extenso infinito por problemas lógicos conocidos. Desde la
antigüedad, se cuestionó ¿qué hay antes sobre la línea del tiempo? Siempre
existe algún posible antes y esa posibilidad de una regresión infinita es
problemática. El primer motor no se encuentra y se debe colocar en hipótesis
arbitraria. A esas paradojas, Kant las llamó aporías y buscó una salida
elegante. La salida elegante fue que no existían esas cosas contrarias a la
lógica formal: tiempo y espacio.
En esencia, la
manera de captar el asunto por este filósofo era plenamente newtoniana, con una
ingenua y extrema fe en la bondad de los relojes. Por un lado, encontramos la
majestuosa elegancia de los conceptos newtonianos, que mediante pocas premisas
y mínimas relaciones cuantitativas (ley de gravedad) logra un conjunto de
conceptos, que adicionalmente corresponde con infinidad de percepciones
sensoriales. La continuidad, simultaneidad absoluta y homogeneidad del tiempo poseen
su correlato sensorial en millones de acontecimientos cotidianos de nuestra
escala personal que confirman ese sentido. Cualquier trabajador está
convencido, que por muy tediosa que haya sido la jornada y por lento que sienta
el paso de los minutos, en realidad, su horario de salida es el mismo. Son muy
pocos los acontecimientos de percepción cotidiana que van en contra de tal idea
y espontáneamente son agrupados en el terreno de lo misterioso, sospechoso o
paranormal, como sucede con las llamadas premoniciones.
Big Bang pisa la cola…
El principio
del tiempo sería la cola de la serpiente Odradeg si el mítico gigante
existiera. Colocar un principio a una proyección infinita es detener la
reflexión en un punto. ¿No existe un antes del Big Bang? Una entidad anterior
al universo conocido es una puerta abierta a la fantasía. Si ya imaginar un
segundo primero del universo es una puerta de ficciones, donde cabe argumentar
casi cualquier principio de génesis. Según Paul Davies en esas fracciones de
segundo iniciales se está creando el espacio-tiempo y todas las leyes junto con
la materia, así que ahí ocurre una sucesión de edades del universo, lo cual ya
es bastante extraño[7].
En esa cuestión extraña la “línea del tiempo” queda torcida y desmenuzada hasta
convertirse en añicos y quedar
sustituida por otra noción extrema. ¿Qué de extremo tiene ese Big Bang? Es la
génesis absoluta en un momento, lo significa una especie de Dios creando el
universo[8], aunque el científico debe
mirarlo como un acto material, pues el método no le permite salirse de su
carril de materia probada y realidad probable.
La pérdida de ímpetu…
En las leyendas
de los pueblos antiguos era común encontrar épocas pasadas con más vigor, por
ejemplo, indicadas como periodos de habitantes de oro o etapas de semidioses
que nos precedieron. Entre los griegos en Los
trabajos y los días[9] está reflejada esa
creencia en periodos de humanidades superiores clasificadas en oro, plata,
hierro y bronce. También entre el hinduismo plasmada en los Vedas existe una visión
análoga desde los metales más finos, decayendo en una actualidad, de existencia
más ruda y corrompida. Si esta noción de decadencia de los periodos se aplica
al cronómetro universal, el relativismo también nos invita a especular con
algún escepticismo, pues quienes indican que el tiempo depende de la velocidad,
deben relacionar esto con la velocidad de expansión del universo. El Big Bang
hace crecer el universo a una velocidad considerable y nuestra física del
tiempo depende de ese movimiento. La tendencia a la expansión modifica ese
tiempo relativo y dependiente de la velocidad de desplazamiento. En algunas
ficciones se imagina que ese ímpetu se va perdiendo y hasta el avance temporal
se convertiría en una cámara lenta y cada vez más pausada, hasta alcanzar una
especie de parálisis. Bajo esa imagen de parálisis progresiva el universo
entero cae en una enfermedad de entropía extrema, cae en depresión para
terminar en catatonia, en una especie muerte de congelación perpetua. Aunque
sea pura imaginería, no deja de ser curioso suponer un universo cayendo en la
cámara lenta, hasta la sofocación paralítica bajo el hechizo de su cuerda de
reloj moribunda. Un universo lento caería en una distinta y última paradoja de
Aquiles y la tortuga[10], pues bajo esa cámara lenta,
cualquier persecución sería inalcanzable. Aquiles nunca alcanzaría a la tortuga,
aunque no por la tradicional división en partes más pequeñas, sino por una
pérdida de ímpetu que termina en inmovilidad.
NOTAS:
[1] Durante el periodo promotor de la industria local, el Estado
mexicano patrocinó diversas empresas. En Ciudad Sahagún, Hidalgo, se integró un
conjunto de empresas, entre las que destacaban Renault de México y Diesel
Nacional, más conocida por su marca comercial DINA. El reloj contenía una
publicidad de Diesel Nacional, que fabricaba motores y no cronómetros.
[2] Esto parece estar incluido en la visión del tiempo de Descartes.
[3] ELIADE, Mircea, El mito del
eterno retorno.
[4] KUNDERA, Milán, La
insoportable levedad del ser, “Si cada uno de los instantes de nuestra vida
se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como
Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno
descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es
el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más
pesada.”
[5] ENGELS, Friedrich, El
anti-Dühring.
[6] NIETZSCHE, Friedrich, Así
hablaba Zaratustra, "De la visión y el enigma", p. 177-182.
[7] DAVIS, Paul, El universo.
[8] Es un argumento de corte teológico encontrar una causa de todo
que no posea causa, acto absoluto de Génesis y ante ese acto absoluto lo demás
resulta efecto. Ese ha sido un argumento clásico para demostrar la “existencia”
de Dios. Cf. DESCARTES, René, Meditaciones
metafísicas.
[9] HESÍODO, Los trabajos y los
días.
[10] BORGES, Jorge Luis, Borges
oral, Emecé Ediciones, p. 22. Según recuerda el escritor argentino las
aporías de Zenón han sido motivo de regocijo y especulación sobre el tiempo
usado como espacio, como línea a recortar.
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