Por Carlos Valdés Martín
La nación moderna exige y
precisa de un diseño para su edificación y sobrevivencia; a diferencia de una
simple agrupación de personas, la agregación de grandes masas y con estructura
económica y cultural implica desafíos específicos. Comprender el tema del
diseño nacional y la contribución activa de tantos líderes en su edificación no
es tan simple y tampoco existe un consenso en este asunto.
Algunos sociólogos e
historiadores consideran que los resultados humanos son una suma casual de
circunstancias y condiciones, por lo cual las grandes sociedades representan
una especie de colonias coralinas, donde un diseño simple se repite sin cesar
hasta crear un conjunto armónico, por azar o por una mano providencial; en una
versión, que podríamos llamar determinista social-natural. Otros teóricos,
suponen un misterioso diseño de estructuras que dominan al inconsciente
individual o colectivo, imponiendo estructuras y obligando a un statu quo que nadie pretende; en una
versión de estructuralismo o pos-estructuralismo, donde la sinrazón domina y plasma diseños inopinados[1].
Por último, con más realismo muchos visionarios suponen la combinación entre
condiciones naturales, sociales y circunstanciales que deben recibir la
impronta del esfuerzo individual y colectivo para establecer la realidad
social. La interpretación burda del marxismo ha sido un determinismo social que
no ha producido frutos permanentes sino enardecidos experimentos sociales, donde
el Estado tiránico ha devorado las intenciones de los pueblos y sus líderes. Un
ejemplo de ilusión burda post-marxista aparece en Wallerstein, quien pretende
encapsular los procesos político-sociales en proyecciones de “largo o mediano”
plazo, pretendiendo que una acumulación numérica y catastrofista solape su
reiterada incapacidad predictiva[2].
El post-estructuralismo
del discurso crítico del Poder y el llamado pensamiento pos-moderno, se han
contentado con una crítica (a veces puntual, a veces vaga) de las fallas evidentes
de las estructuras políticas y sociales, dando quejas sobre el oprobio de las
cárceles y cuestionando sistemas educativos; pero tienden a quedarse en una
interpretación impotente que es sub-subjetivista[3].
Por su parte, los líderes
prácticos de los cambios sociales parecieran dotados de algunas ideas potentes
y sencillas, junto con una teoría más pragmática sobre la colectividad, aunque
no carente de conceptos sociales. Para que triunfar en una confrontación, en la
visión de los líderes se reúnen al menos cuatro elementos: lo nocivo de la
sociedad que existe; la posibilidad de transformarla; los medios para operar
ese cambio y un estado futuro deseable. Dicho de otra manera reconocible y
breve, los elementos del cambio son: injusticia, crisis, voluntad e ideal.
Algunas teorías sociales presentan claramente definido un cuadro de ciencia
social que ampara esos elementos; por ejemplo, el marxismo clásico, ofrece la
crítica del capitalismo, el diagnóstico de su crisis, el fortalecimiento del
proletariado como su Némesis y un futuro comunista como ideal a lograr. Esa
estructura de saber social con enfoque práctico se repite con August Comte[4]
o bien cuando algún protagonista práctico agrega de su cosecha las herramientas
y el ideal hacia el cual dirigirse. Según la relativa justeza de estos
elementos es que el dirigente merecerá ser llamado un arquitecto o permanecer
en el nivel del simple albañil. Muchas veces, el error en las visiones de
liderazgo conduce a resultados catastróficos, con lo cual se evidencia fallas
profundas en la visión de la dirigencia.
Dentro del amplio abanico
de autores y actores liberales y nacionalistas se ha presentado ese mismo arco
de problema-medios y solución, que llevó a la explosión de la formación de
naciones modernas y Estados constitucionales de los siglos XIX al XXI. Esto nos
lleva a sostener que la nación moderna no
surge de una edificación espontánea, sino de una obra intencionada (aunque
contradictoria, por la variedad de enfoques y fuerzas involucradas), es decir,
que la Nación moderna no solamente es fruto de un conglomerado de fuerzas
sociales-naturales y de azarosos encuentros de circunstancias, además también se
modela por la mano de los diseñadores intencionados y afortunados, que
contribuyeron a su edificación.
Hay
tres visiones del tema social
Es importante comprender
las tres visiones básicas del problema social actual y englobarlas en un
naturalismo (lo social es cosificado), subjetivismo (crítica impotente ante las
circunstancias) y activismo. Esto se clasifica por la evidencia de las
principales teorías y también por no encontrar ninguna teoría social completa y
perfecta, luego del fracaso del marxismo y la espera de su relevo histórico (hasta
hoy sigue siendo aguardado). Ninguna de las tres interpretaciones fundamentales
resulta por entero ociosa ni equivocada. Al observar objetividad de la
colectividad, como de cosa externa, se respeta el devenir social y sus
tendencias, pero se queda propenso a idolatrar aspectos mudables, como sucede
con el llamado neoliberalismo económico, que tiende a mirar el mercado como
entidad perfecta a la que basta respetar y elogiar, para que funcione lo mejor
posible[5].
Una cuestión es comprender el mercado y su legalidad, otra distinta partir de
la hipótesis de que los agentes del mercado poseen perfección absoluta. El
subjetivismo se desliza hacia quejas más o menos inteligentes, cuestionando la
inhumanidad o injusticias del sistema, sin detenerse mucho a investigar las
bases sociales o pensar si hasta los defectos esconden racionalidad, por
desagradable que sea. Ya he adelantado que el activismo social, conforme logra
resultados, no carece por entero de teoría social de trasfondo. Algunos
políticos prácticos y exitosos sí han contado con sus tesis explícitas, incluso
han utilizado elementos de naturalismo social y subjetivismo, pero los han
enderezado de tal manera que han logrado objetivos, a veces, hasta éxitos
impresionantes como en el caso de Lenin y Cárdenas.
Intentando mostrar cómo
la teoría social que sirve a la práctica posee una estructura señalé cuatro
elementos para el cambio (injusticia, crisis, voluntad e ideal)
que los podemos describir de una manera más general: el estado presente o
circunstancia; la contradicción insalvable o la falla; la decisión de cambio o
la herramienta, y el objetivo u horizonte. Esos cuatro elementos son muy
universales y también se corresponden
con la estructura general del trabajo: objeto de producción o naturaleza;
necesidad o apetencia; actividad orientada o el trabajo mismo; y el objetivo del
trabajo. En otras palabras, por rudimentario que sea el líder social, está
involucrado en una práctica y así sigue las legalidades necesarias del trabajo.
Siguiendo con eso mismo, el buen trabajo requiere de conocimiento objetivo de
su material y en eso toma actitud de objetivista naturalista; adopta la
decisión individual para obtener algo que debe corresponder a su necesidad y en
eso sigue la pose subjetivista; por último, requiere del empuje para cumplir
con su esfuerzo y meta, en ese sentido es plenamente un pragmático que deja en
suspenso las actitudes naturalistas y subjetivistas, mientras suda la “gota
gorda”. ¿Cuál de las tres posiciones es la correcta? Según vimos se requiere de
recorrer las tres para obtener el resultado satisfactorio; esto es una espiral
y un regreso al punto de partida, como en la Fenomenología del Espíritu de Hegel, porque el continuar el proceso
también implica avance. Adquiere un acento mayor la posición del líder
práctico, porque es quien está en el proceso real, lo cual a veces aparece
burdo, como cuando Alejandro Magno resolvió el nudo gordiano cortándolo de
tajo.
Érase
un reino infeliz…
Al contrario de las
fábulas, la historia moderna demuestra que los reinos eran sistemas en extremo
infelices e injustos, donde solamente un puñado de privilegiados mandaba y la
masa permanecía sometida a los designios de la aristocracia. En el reino
antiguo la mayoría eran súbditos sin derechos definidos y la pequeña minoría
era una aristocracia, sometida al rey y regulada por la iglesia. Pero la
regulación de la iglesia resultaba en extremo imperfecta, porque los obispos
también eran señores feudales, con tierras y castillos bajo se égida. La
inmensa mayoría del pueblo era analfabeto y estaba sometido a las regulaciones
de la gleba; es decir, estaba atado a la tierra, por lo que tenía prohibido
moverse fuera de su comarca sin el permiso de sus superiores. Por si fuera
poco, la Biblia y las leyes se atesoraban en latín, un idioma inaccesible para
esa población vulgar, así que el reino era un sitio diseñado para la felicidad
de muy pocos, mientras que las mayorías debían contentarse con su destino.
En el contexto de reinos
europeos surgió un descontento incontenible, cuando la gente empezó a darse
cuenta de que la situación podía ser distinta. En otros términos, ocurría el
ocaso del feudalismo y la ilustración había abierto muchas mentes; las ciudades
comerciales habían prosperado y no estaban contentas con la tutela monárquica.
Amplias regiones se habían inconformado con el monopolio religioso de la
iglesia católica y habían logrado imponer nuevas creencias con el
protestantismo, que se caracterizaba por permitir leer la Biblia en propio
idioma. El descontento europeo se caracterizó por un anhelo de libertad y
justicia que se precipitó en los grandes episodios de la Revolución Francesa y
una larga secuela de movimientos liberales. Por su parte América no se quedó
atrás y una avalancha de movimientos independentistas también obligó a fundar
repúblicas, bajo constituciones más o menos democráticas.
Pongamos un ejemplo
memorable, por ejemplo, aunque un rey posea rasgos de talento indudable y deslumbre
a su siglo, impresionando no solamente a su país sino al mundo, y su reino se
levante entre el concierto de las naciones para ganar guerras y deslumbrar con
su Palacio de Versalles y una cultura floreciente, vanguardia de la
Ilustración; aun así, el reino se levanta sobre la miseria y opresión de sus
súbditos. Esto narra la brillante trayectoria de Luis XIV, quien fuera un
soberano sobresaliente, capaz de adelantar a Francia entre el concierto europeo;
sin embargo, los episodios de guerras y situaciones de una opresión sobre su
población son numerosos, su ideología es lo opuesto al liberalismo como la
anulación del Edicto de Nantes con su tolerancia religiosa y la imposición de
un "galicanismo" religioso, o la “facultad” para arrasar un territorio durante
una retirada militar, como en el Palatinado[6].
En fin, el mosaico de
reinos infelices se fue transformando en el mundo de las naciones y repúblicas,
que oscilaron entre las democracias y tiranías de distinto color.
La
clasificación de tendencias políticas
La oleada de
acontecimientos que describí es una compleja transformación, que no sucedió en
automático, pues fueron personas con nociones e ideales quienes se decidieron a
cambiar sus circunstancias. En esos procesos se presentan los cuatro elementos
básicos del cambio: injusticia, crisis, voluntad e ideal. El estado presente de
cosas se caracterizaba por injusticia, donde la mayoría se sentía oprimida; ese
statu quo se presentaba decadente y
debilitado, así estaba presentando la cara de una crisis, debido a muchos
factores que no detallo aquí; una minoría decidida adquirió la voluntad de
cambio y generó diversos movimientos (protestas, revoluciones) que ahondaron la
crisis del sistema; y la ideología principal que se formó en el periodo del
siglo XIX al XX fue la liberal, que retomaba ideas de la Antigüedad y la
Ilustración para forjar su ideario de libertad y de una república ordenada por
leyes, bajo un sistema democrático. De hecho, durante los siglos XIX, XX y
principio del XXI han predominado tres ideologías sociales: la
conservadora-autoritaria, la liberal-democrática y la socialista-justiciera.
Esta clasificación es casi universalmente aceptada, aunque ha presentado
algunos movimientos que han causado perplejidad ante la población y, por
consecuencia, en los analistas, porque la izquierda en el poder por regla se ha
deslizado a una posición conservadora-autoritaria o liberal-democrática, al
convertirse las revoluciones en dictaduras comunistas con “culto a la
personalidad” o en buenos gestores del sistema capitalista (socialdemócratas
europeos); el liberalismo-democrático se ha vuelto tan predominante desde el
final del siglo XX que no pareciera representar nada específico (porque todos
los actores políticos usan banderas liberales); el conservadurismo-autoritario
más común se ha deslizado hacia temas económicos (doctrina de culto al mercado,
en estricto sentido, simple halago a grupos monopólicos) y en esa figura se distingue
del conservadurismo que se mantiene
atado a fundamentalismos religiosos. Para resumir, como sea, han existido tres
principales corrientes políticas en el periodo moderno que son conservadurismo, liberalismo y socialismo,
las cuales representan la decantación de tres principios sociales básicos de orden, libertad, justicia. El
conservadurismo se identifica con el orden; el liberalismo con la libertad, y
el socialismo con la justicia. La condensación de estos principios fácilmente
lleva a quimeras e imposibilidades, siendo que la construcción de las
sociedades ha requerido una mezcla específica de tales componentes.
La
masonería moderna y el ideario de la Revolución Francesa
Está ampliamente
documentado que la masonería moderna se implicó y destacó su ideología entre
los movimientos republicanos del siglo XVIII y XIX, por lo cual se requeriría
de una tratado enciclopédico para detallar las variadas intervenciones de
masones en las gestas liberales, constitucionalistas, nacionalistas,
revolucionarias e independentistas. La masonería se identifica con la consigna
triple de “libertad, igualdad y
fraternidad” que caracterizó al movimiento revolucionario francés[7].
También ha permanecido en la sensibilidad política, de modo tan amplio, que
sucede lo mismo que al promedio liberal: todos lo emplean, así que pareciera
ser un “tono universal”, especie de color azul para el cielo. Si hoy alguien
descubre que el cielo es azul en el día y oscuro en la noche le refutaremos que
no hay novedad alguna, pero hace décadas “libertad, igualdad y fraternidad” no
eran obviedades del ideario social, al contrario, resultaba novedad y hasta
herejía. Es obligatorio subrayar que al final del siglo XVIII esas ideas eran
novedosas, que el pensamiento tradicional estaba dominado por otros modelos
provenientes del feudalismo y las ideas católicas tradicionalistas, donde hasta
mirar por telescopio era motivo de condena.
En su origen esa consigna
de “libertad, igualdad y fraternidad”
solamente identificó al liberalismo, pero luego el socialismo se forjó desarrollando
el aspecto de “igualdad” hasta identificarlo con una nueva forma de sociedad y
un afán de justicia para los más desfavorecidos. Al adquirir aceptación las
ideas su campo de aplicación se amplía y también sus definiciones resultan más
imprecisas, por lo que se debe cuidar de establecer los significados con
claridad.
La
clásica triple consigna en la adversidad: Trotsky y Martí
Las herramientas
intelectuales y proyectos constructores de tantos líderes del pasado no se
reducirán a los tres mencionados; pero sí es muy aleccionador retomar a algunos
dirigentes que han sido destacados y han sabido emplear bien sus herramientas
mentales, manifiestas en la triple consigna “libertad, igualdad y fraternidad”.
El tema de la libertad ha
sido el más sensible en el inicio de este ciclo histórico, pues ese don era el
más frustrado por el Estado Absolutista de los monarcas. La tarea práctica más
urgente era deshacerse de reyes o de poderes coloniales, para sustituir el
privilegio con leyes que ampararan libertades básicas. Afirmar la libertad
“natural” del hombre resultó una bandera que chocaba frontalmente con el orden
monárquico, por lo que se afirmación más sencilla encontraba grandes
dificultades. La teoría posterior ha cuestionado que la libertad sea asunto natural
como proclamó Rousseau[8],
pero no se ha refutado su radicalismo ni efecto político. De hecho, sobre la libertad se ha armado una noción básica
y utilizado continuamente, la cual comparada con las situaciones de opresión y
gobierno monárquico servía de bandera para una agitación.
En la lucha política, la
bandera de la libertad posee un filo muy interesante, porque lo ganado por uno
individuo, grupo o clase puede ser a costa de los demás. Un caso aleccionador
acontece con el comunismo práctico del periodo revolucionario. Los líderes del
periodo ascendente sinceramente lucharon por emancipación para la clase
proletaria a expensas de lo demás, aclarando en su ideario que expropiarían a
los dueños de los medios de producción, fueran aristócratas o burgueses. En
Lenin y Trotsky la búsqueda de una liberación para la gran mayoría proletaria
fue sincera, sin observar la ironía histórica de que un Estado dictatorial se
construiría como consecuencia de revoluciones que exigían emancipación política
y económica para las mayorías. El exiliado Trotsky alcanzó a ver los horrores
de un Estado centralizador y dueño absoluto que se levantaba en la URSS, pero
ya impotente para oponer una solución ante esa nueva encrucijada histórica[9].
De hecho, este ejemplo nos obliga a reflexionar en el balance de los principios
planteados, porque para el comunismo marxista el tema de la libertad está
sometido a “la gran mayoría” proletario-popular en base a un predominio de un
igualitarismo estricto, de tal manera que la minoría burguesa y la (no tan
minoritaria sección) pequeñoburguesa son despreciables en el cálculo social. Esto
implica que minimizar uno de los principios de la “triple consigna” para
extender otros ha resultado en estrategias equivocadas y experimentos sociales
fracasados.
Ahora bien, el triunfo o
fracaso no es una elemento de juicio suficiente para evaluar unos ideales y la
táctica para llevarlos a cabo, pues con frecuencia la suma de adversarios
resulta colosal; bajo esa adversidad quien lucha por sus ideales, está casi
atrapado y su combate es desesperado, como lo ejemplifica la situación de Cuba
en el siglo XIX. La isla del Caribe siguió siendo bastión colonial después de
que la gran mayoría de Hispanoamérica se liberó; justamente, por la
desproporción entre la nostalgia de España y lo menguado de sus posesiones, la
tarea de manumisión resultaba imposible. La dificultad no se debía a falta de
liderazgo sino a la facilidad con que la Península Ibérica era capaz de mandar
suficiente tropa para aplastar el anhelo cubano. Ese fracaso del
independentismo acontecía, sin menoscabar la enorme talla intelectual y moral
de José Martí, líder del bando independentista.
La
clásica triple consigna, herramienta del liderazgo constructor (Cárdenas,
Constitución y Reforma Agraria)
Las herramientas de la
triple consigna se miran de otra manera en ambientes más propicios a la
edificación de pactos sociales y concordia; utilizadas en situaciones que no
son callejones sin salida se observa mejor su eficacia. El proceso de
pacificación y de reconstrucción social después de la Revolución Mexicana
resultó sumamente complejo y conflictivo; aunque en retrospectiva pareciera una
obviedad que el problema de la concentración de la propiedad agraria en
latifundios era la causa del descontento campesino[10],
si nos colocamos en su contexto, la solución de una generoso y audaz reforma
agraria parecía casi imposible. En la posrevolución la aspiración de tierra
para los campesinos había sido planteada en la Constitución de 1917, bajo un
texto de audacia social que sorprendió a propios y extraños, siendo llamada la
“primera constitución social en el mundo”, porque no solamente garantizaba un
sistema de leyes y libertades, sino consideraba centrales los derechos sociales
de obreros y campesinos. Las grandes haciendas y concentraciones agrarias
ociosas no estaban diseñadas para dar bienestar a sus peones, y las unidades
altamente productivas (azúcar, algodón, henequén) eran más una excepción que la
regla.
Tras la Constitución de
1917 y las alianzas políticas del periodo posrevolucionario comenzó un modesto
reparto agrario que alentó al campesinado y alarmó a los terratenientes. El
proceso de estabilización interna de México era precario, pues los ajustes de
cuenta y la falta de acuerdo entre facciones ganadoras terminaban en
conflictos, incluso armados e intentos de sublevación. En fin, la reforma agraria prometida desde
1917 avanzaba con lentitud, casi a paso de tortuga, sucediéndose los gobiernos
de Carranza, Obregón, Calles, Rodríguez, Ortiz Rubio y Portes Gil con repartos
limitados; hasta la aparición de Lázaro Cárdenas. La decisión del General
Cárdenas de radicalizar el reparto agrario, incluso afectando a los principales
bastiones económicos del campo, resultó llena de obstáculos y plagada de
peligros; para empezar debió desafiar y vencer al Jefe Máximo, Plutarco Elías
Calles, quien ejerció un control indudable sobre las gestiones presidenciales
previas[11].
Un aspecto sumamente interesante en la trayectoria de Cárdenas, fue su aparente
cautela inicial en el ámbito político, para luego movilizar a las masas y
organizarlas al ofrecer un acceso masivo al recurso productivo del periodo, que
entonces era la tierra agrícola. Ninguna visión retrospectiva sería capaz de
sintetizar el cambio en millones de campesinos mexicano que saltaron desde la
miseria y el oprobio de ser peones sin derechos ni tierra, hundidos en la
miseria y la desesperanza, para convertirse en flamantes ejidatarios, dotados
de un sitio en el mundo y llenos de perspectivas sobre una vida nueva. El campo
mexicano había sido un paraje poblado de rencores y desencuentros, luego
mediante decisiones radicales pero constructivas, en un sexenio se pacificó al
país y cambió el sistema durante décadas, hasta que los efectos benéficos del
reparto agrario quedaron manifiestamente menguados o hasta nulificados,
regresando el campo a otro círculo de miseria[12].
El reparto agrario
mexicano, representaba una solución original a la triple consigna liberal. La
posesión de la tierra representó para el jornalero el acceso directo a una libertad económica que solamente
imaginó durante la Revolución, accediendo al fruto del surco y con la convicción
de que, por fin, algo bajo el cielo era realmente suyo. Para el líder
encumbrado, no era un acto arbitrario, sino resultado de un mandato legal,
aunado al raciocinio sobre la situación concreta y un ideario de compromiso con
el campo, pues el mismo Cárdenas era de origen humilde y rural. El reparto
agrícola era el gesto más igualitario
imaginable en ese periodo, pues levantaba del ostracismo a la población más
sencilla que contribuía con arduo trabajo al sostenimiento del país sin recibir
beneficios a cambio. La figura del ejido, marcaba una intersección entre el
antiguo colectivismo prehispánico (la comunidad agraria misma) y las ideas de
corte socialista que estaban entrando en boga, pero sin caer en el extremo de
la propiedad por el Estado, quedando la posesión en una especie de cooperativa
local, con potestad para que cada cabeza de familia decidiera la producción y
tomase el fruto. La noción misma de un reparto agrario que beneficiara a los
dueños originales de la tierra o, simplemente, pusiera los latifundios ociosos
en manos de quienes estuvieran aptos y dispuestos para trabajarla, resultaba un
gesto fraternal del Estado como
representante de la nación, de hecho implicaba nacionalizar a la masa de
campesinos, ofreciendo la primera gran integración material de los paisanos a
un proyecto colectivo[13].
Ese delicado diseño, pasó por la mente de Cárdenas, pero no era una creación individual,
sino resultado evidente de las visiones ideológicas de muchos líderes de la
Revolución Mexicana, que implicaba tanto legalismo en su operación como
generosidad de miras y adentrarse en una experiencia económica y social que
tenía escasos precedentes en otros países.
Las
teorías deterministas, subjetivistas y pragmatismo frente a líderes
Con frecuencia, el líder
es más hombre o mujer de acción, por lo que no se detiene demasiado ante las
teorías sociales, casi siempre las toma bajo su forma popular de ideologías, ya
sea políticas o hasta de tradiciones religiosas. En el extremo, es evidente que
el monarca absoluto Luis XIV se debía amparar en el manto devoto, pero su
praxis de cabeza imperial lo impulsaba a guiarse por el cardenal Mazarino (sin objetar
su periodo infantil de la regencia) o después imponerse al Papa de Roma
mediante el recurso político de sujetar a la iglesia local mediante sus decretos
de galicanismo. Bajo el manto de ideas dominantes del siglo XVII, el monarca lo
era por la voluntad de Dios, también llamada Providencia, justificada mediante
títulos nobiliarios que se heredaban y certificada por la intervención del
clero católico. En ese contexto, el edificio político se justificaba con un
alegato sobre Dios y su interés para que tal personaje fuera la suprema
majestad en el reino; empero, las justificaciones ideológicas no garantizaban
el reino real, lo cual se ejemplifica en la biografía infantil y juvenil del “Rey Sol”
está marcada por dos sublevaciones de su aristocracia, ante lo cual el monarca
tomaría providencias para someter y controlar a “sus” aristócratas. Conforme el
monarca francés controló las sediciones aristócratas y organizó mejor su reino,
empezó a concentrar el poder en mayor medida que sus predecesores; con él la cúspide
de mando se deshizo de los contrapesos aristocráticos y eclesiásticos. En la
persona del monarca absoluto, concentrando todas las ramas del gobierno y sin
contrapesos internos, pareciera contradecirse por entero el determinismo social
conforme todas las riendas de decisiones importantes se centralizan; pues, ante
el reino de súbditos, se levanta el monarca con el mando supremo, capaz de
decidir los destinos colectivos sin posibilidad de oposición. La tesis de uno
que mando y todos obedeciendo es el discurso monárquico extremo, la cual se
contradice al mirarse desde afuera, tal como lo relativiza un análisis
materialista sobre tales sociedades. Para el marxismo, el ascenso absolutista
está determinado materialmente por una confluencia entre factores que cambian
las relaciones sociales feudales (en decadencia) frente a las capitalistas (en
ascenso contradictorio)[14];
por tanto, el ascenso de déspotas absolutistas es un evento históricamente
determinado por factores económicos y sociales, además que no sería tan
significativo la presencia de una figura cimera, cuando es una especie de
“títere” de las fuerzas sociales moviéndose.
Lenin y Trotsky
representan ejemplarmente a los marxistas teórico-prácticos, con un singular
balance entre estudio de teoría social con dedicación práctica exitosa. Ambos
plantearon que la aplicación de la doctrina exigía una adecuación peculiar a la
situación rusa, por ser un imperio feudal, relativamente atrasado, sometido a
terribles presiones sociales e involucrado en la Primera Guerra Mundial. Cada
cual con sus peculiaridades, desarrollaron tesis de aplicación práctica para
saltar una esperada etapa capitalista y proponerse una revolución socialista a
partir de una situación precapitalista; de hecho la discusión marxista doctrinaria
se centró en ese paradoja, que ahora parecería irrelevante de “quemar estepas”
hacia una sociedad socialista no-contradictoria y sin explotación, casi
paradisíaca[15].
Para lo que aquí nos interesa, el líder pragmático es perfectamente capaz de
romper su propia tesis determinista, para lanzarse a cumplir las tareas que
considera viables y deseables, es decir, el dirigente comunista se lanza a la
revolución, aunque la doctrina de Marx marque una imposibilidad.
El subjetivismo (crítica
impotente ante circunstancias, atribución a recónditos oráculos internos de
cualidades que escapan al entorno) pareciera poco apto para el líder, pero en
el abanico de las mentalidades, hasta en los dirigentes y grandes pensadores
hay espacio para la arbitrariedad y el capricho supersticioso. Resultaría
sencillo elegir entre las arbitrariedades y manías de Luis XIV suficientes
rasgos que revelen ese subjetivismo; incluso, en los monarcas esos rasgos se
acentuarán al no encontrar suficiente oposición para manifestarlos, por ejemplo,
en una vanidad rebuscada.
El pragmatismo del líder
pone énfasis en el lado activo de su libertad, aunque no sea consciente de ese
alcance. La mente de un caudillo es capaz de estar sometida a un plan exterior
y no creer en su participación voluntaria, mientras su actividad es la más
tensa cuerda, sometida a la ley del máximo esfuerzo y enfrentada a los más
variados desafíos. Sin embargo, la creencia en esquemas equivocados (sean
deterministas, subjetivistas o hasta voluntaristas) mete en problemas a cualquier
liderazgo, y algunas decisiones afamadas se han cuestionado por su desatino,
por ejemplo, la campaña militar de Napoleón contra Rusia. El cálculo del
dirigente militar no depende de una teoría pura, pero sí implica alguna
evaluación concreta (mezcla de varios ingredientes, incluyendo su visión
social) y su desatino arrastra a miles o hasta millones al desastre. La
decisión del estratega es un acto libre (incluso cuando está colegiado[16])
que impregna el resultado, por lo mismo, las ideas que se mezclan para
arrastrar una decisión importante son los componentes para la victoria o
derrota. El líder que sobrestima sus recursos y capacidades fácilmente se
embarca en empresas desastrosas, mientras el cauteloso que subestima medios y
oportunidades queda enredado en la medianía de sus metas, lo cual también suele
llevar al descalabro. El dirigente cauto se comporta como si fuera inspirado
por algún determinismo social adverso; el impetuoso semeja al impulsado por
subjetivismos soñadores. El exitoso se mueve en el justo medio entre un
determinismo bien analizado (reconociendo fortalezas y debilidades) y su
voluntad atenta al logro práctico (el pragmatismo bien entendido). De manera
retrospectiva, Lázaro Cárdenas resultó la mezcla casi perfecta entre respeto a un
entorno por determinismo socio-político (dificultades de facciones, jerarquía
de gobierno, problema agrario, descontento social) y decisión oportuna para
cambiar circunstancias (pragmatismo del reformador social). El balance del
siglo XX mexicano lo convierte en el Presidente que logró una mayor
transformación en sus seis años de gobierno, colocando la plataforma de la
modernización del país y el legado de un periodo pacífico y próspero. No es
casual que ese personaje fuese un masón comprometido y activo en el estudio de
las herramientas simbólicas de la transformación, porque mostró un enorme
dominio práctico de la confluencia entre evaluación real de situaciones
superiores a sus fuerzas (determinismo) y las facultades potenciadas que
obtenía al ser colocado en la presidencia, con la oportunidad de empujar una
serie de reformas (agrarias, laborales, nacionalizadoras, legales, educativas,
etc.) que ha quedado plasmadas como progresistas (con un signo indudable de
avance), y han resistido el juicio de la historia y hasta los reclamos de los
grupos afectados.
Los
cuatro elementos para el cambio ante el liderazgo social
Arriba indiqué que los
cuatro elementos básicos del cambio son: injusticia, crisis, voluntad e ideal.
Ese cuadrante suele manifestarse de distintas formas conforme la ideología
social sea distinta. Para el joven Rey Sol esto surgió en la modalidad de una
sedición aristocrática interna llamada la Fronda que tuvo dos episodios
principales; eso implicaba una intolerable y riesgosa desobediencia de sus
“pares” aristócratas, ante lo cual su gobierno implicó un esfuerzo constante
para someterlos, cooptarlos y neutralizarlos mediante medidas tan variadas que
incluyeron el reforzamiento del Estado, empleo de ministros burgueses (no a los
nobles), integración de aristócratas en las Cortes, el famoso fasto de las
Cortes de Versalles, leyes que restringían prerrogativas a los nobles, etc. La
paradoja y trascendencia históricas consiste en que al reforzar su gobierno
personal (“el Estado soy yo”), la obra del monarca fue ilustrada y consolidó el
perfil de Francia, lo cual permaneció como plataforma y fue una obra
constructiva para el país. Las supuestas palabras finales del
rey Luis XIV merecen un comentario respecto de la cuestión nacional, pues se le
atribuye que dijo en su lecho de muerte “Yo me marcho, Francia permanece”, sin
embargo, esta versión resulta dudosa en la biografía de Hatton, quien indica
“según parece”[17]. La
crisis surgió en los mismos episodios de la Fronda, sin embargo, quedó resuelta
con la intervención del entorno (reina, Mazarino), así que su periodo de
gobierno fue preventivo. Las muchas guerras y conflictos dinásticos en que
participó no llegaron al extremo de la crisis, por más que la Europa cristiana
estuviera alarmada por el avance otomano hasta las puertas de Viena, ante lo
cual él fue hasta cómplice. El monarca manifiesta una voluntad de sobrevivencia
y grandeza, que por resultado engrandece a su reino, lo cual no implica ser
incluyente, ni siquiera felicidad para su círculo cercano. Según se evidencia,
el ideal monárquico resulta el más problemático por ser el proyecto más
exclusivo de poder personal, pero que resulta moderado por una buena educación,
que según la reseña histórica este personaje sí la obtuvo de manera esmerada,
preparándose desde la infancia para ser un “buen gobernante” según los
estándares de la época y esto se confirma con la brillantez del resultado.
Lenin sintió en carne de
infancia la injusticia social, en
especial cuando se entera que su admirado hermano mayor era condenado a muerte
por conspiración contra el zar Alejandro; el hecho marcó su peculiar actitud
aguerrida y determinación para revolucionar a su país[18].
El imperio zarista, a los ojos de la mayoría, parecía una maquinaria
indestructible, pero las condiciones de opresión y miseria resultaban extremas,
por lo que episódicamente surgían sublevaciones que eran reprimidas cruelmente.
El joven Lenin se convirtió en un conspirador proscrito, que sufrió
encarcelamientos y exilios, y, en condiciones de lucha rigurosísimas,
desarrolló sus teorías y prácticas para formar un partido bolchevique
conspirativo y militante, expresión de una voluntad
colectiva, capaz de desafiar al zarismo. La coyuntura de la Primera Guerra
Mundial generó el marco de una crisis
catastrófica que el Lenin maduro supo aprovechar a la perfección una
revolución sin una brújula definida y convertirla en la primera revolución
socialista triunfante, inspirada por ideas
marxistas. Su liderazgo resultó incuestionable en el partido y luego en la
nación, pero la enfermedad y muerte prematura en los primeros años del proceso
revolucionario, lo convirtieron en un ídolo y casi leyenda de los
revolucionarios. Las ideas igualitarias
de sus propuestas eran diáfanas y la honestidad de su liderazgo, evidente.
El juicio de la historia
sobre Lenin cuestiona el fondo de sus ideas
deterministas ilusas, según las
cuales el proletariado liberado de la influencia burguesa funcionaría cual
clase autónoma capaz de dirigir una sociedad con justicia e igualdad. La práctica
post-revolucionaria ha mostrado un modelo por completo diferente, donde la masa
de proletariado (en especial, el marxismo encerraba grandes esperanzas sobre el
productor manual industrial[19])
se mantenía a nivel de masa pasiva y se levantaba sobre ella un Estado
autoritaria, sometido a una jerarquía total, pues el control centralizado de la
producción implicaba el control social total. El resultado no es justicia sino
una expropiación general a favor del Estado, donde el igualitarismo original de
Lenin se vuelve una ficción jurídica, sometida a una ideología de Estado y una
práctica persecutoria, es decir, la antípoda a lo pretendido por él.
Geometrías
políticas
De los personajes
reseñados, sin duda el extremo de la derecha conservadora corresponde al monarca Luis XIV de Francia, quien
favoreció un centralismo administrativo, reforzó los privilegios aristocráticos
y monárquicos, sin interesarse por el tema de la justicia social ni de las
libertades en términos más modernos. Sus éxitos prácticos engrandecieron a su
país y dieron pie al desarrollo manufacturero que creó las condiciones de la
inquietud por libertades y, por tanto, un siglo después a la Revolución
Francesa. El entramado de sus reformas le dio solidez al Estado asentado en París y sus reformas también dieron
un sustrato a la formación de Francia.
El extremo izquierdo de
estos personajes, por supuesto, corresponde a Trotsky (y Lenin cuya distinción
es por circunstancias de destino personal, más que por enfoque teórico que fue
compartido[20]),
quien tuvo más tiempo para analizar el destino del periodo post-revolucionario.
En hipótesis audaces, para Trotsky la garantía de un sistema social justo,
radicaba tanto en la hipotética naturaleza superior de la clase proletaria, la
hipótesis de una sociedad socialista superior y una “revolución permanente”. De todas estas
tesis, la posteridad ha quedado más sorprendida por esta última consigna ¿qué
es una revolución permanente? Resulta difícil explicar tal figura por un evento
definido, sino por la trascendencia del evento. Para el materialismo marxista
el referente de la ética es la sociedad, pues cualquier evento humano es fruto
social (su época y circunstancias basadas en condiciones de producción) por
tanto una aspiración ética a una situación social justa, se remite a las
condiciones sociales; aunque la idea de justicia, se acepta como una aspiración
igualitaria casi intuitiva (el ideal de producción socialista sería: a cada
quien según su capacidad, de cada quién según su necesidad[21]).
Entonces, en el enfoque de la revolución permanente (la noción de revolución
social radicalizada), después del evento de ruptura con el orden capitalista
continúa un revolucionar perpetuo, pues las fuerzas productivas estarían más
aceleradas que nunca[22].
Hasta donde hemos visto, esa aceleración fracasó con los regímenes autoritarios
emanados de la revolución, al contrario, el modelo más acelerado tecnológico lo
tenemos en este capitalismo tan evidentemente injusto. La práctica de la URSS
de Stalin, le mostró el error de cálculo a Trotsky sin que lograra verlo
redondo: la estatización somete a toda la población, creando un “proletariado”
global, una figura de sometimiento injusto, tan ajena a la sensibilidad
original de la izquierda; lo cual conlleva hacia una esquizofrenia de conceptos[23].
El centro del espectro
político lo ocupan Cárdenas y Martí. El cubano, por su situación, manifiesta
más la vocación de libertad y la crítica romántica a la opresión, plena de
sensibilidad y estilo, con la disposición al extremo del sacrificio. Lázaro Cárdenas
muestra a plenitud al político pragmático que no deja abandonado sus
herramientas ni sus ideales de una sociedad mejor. Las circunstancias lo llevan
a conocer los rigores de la existencia militar durante la terminación del
periodo revolucionario mexicano. Encuentra la situación para cumplir el
programa social de la Revolución Mexicana mediante reparto agraria y mejoras
laborales (seguridad social, pensiones, etc.), además de actor nacionalista,
mediante la expropiación petrolera y otras medidas defensoras de los recursos
nacionales; además de otorgar asilo a los refugiados españoles y perseguidos
del fascismo. En términos generales, Cárdenas se mantuvo dentro de cauces
legales y con respeto a libertades sociales básicas; se ha cuestionado su
tendencia a la organización semi-corporativista, integrando a las masas obreras
y campesinas dentro del partido dominante que casi se volvió partido de Estado; también limitó los poderes
autónomos del Estado y restringió el federalismo sometiendo a los gobiernos locales[24].
Esa enorme obra política práctica, Cárdenas no la hace en base a una teoría
social preconcebida, sino buscando rescatar lo mejor del capitalismo y socialismo.
Debido a que no sigue por un camino doctrinario para los conservadores él era un comunista y para la izquierda él
era un liberal populista.
Complejidad
nacional frente a las buenas intenciones
Las intenciones de los
líderes nacionales se pueden convertir en un veneno que intoxica su propia
obra; tal es el caso de los excelsos líderes del socialismo real,
ejemplificados por Lenin y Trotsky. Las sociedades (en este caso naciones,
significa casi lo mismo) son entidades complejas, para las cuales imponerles un
ideal simplista representa una evento tóxico, pues lo importante y positivo de
levantar un ideal, también incluye el correo el objetivo y hasta facilitar
enormes contragolpes (al individuo o a la sociedad). El triunfador Lenin fue
abatido por el tiempo, sin oportunidad, para completar su obra en el sentido de
perfeccionarlo personalmente, continuado los ajustes; sin embargo, la
experiencia posterior y su repetición, nos muestra el vicio estalinista (que al
repetirse, ya no es la obra de un mal líder Stalin, ni de una casualidad de
atraso, sino efecto del modelo Estado-amo, que oscila entre la oligarquía y la
“timocracia” que siempre fracasa) que es encubierto por la intención de
“acelerar la felicidad”[25].
Esto implica que el modelo de fondo de organización fraternal centralizada, se
vuelve en su contrario, pues el amo-Estado subyuga centralizadamente al
proletariado, y la liberación buscada se convierte en opresión general.
Sintetizando en una línea de explicación, la totalidad compleja no se logra
controlar bajo los planes del líder inspirado y estudioso, que era Lenin, para
desbordarse; por tanto la ambición de modelo organizador, se frustra en su
ambición misma de moldear a toda la sociedad. La escasez de espacios libres de
la iniciativa, la falta de libertades fundamentales garantizadas, hace que el
modelo sea tan rígido que se vuelva opresivo. Lenin no se contenta con las
líneas del plano y pretende una remodelación más revolucionaria, por tanto sin
bases firmes para su desarrollo[26];
su salto de etapas (sin periodo burgués maduro según Marx) se convierte en
salto en el vacío, que es atrapado por el Estado burocrático y su élite (una
casta privilegiada que es por entero contraria a la igualdad preconizada por la
teoría marxista leninista).
El otro lado de la
complejidad desbordándose, se llama “la revolución devorando a sus hijos”. La
superación del periodo convulsivo de las revoluciones, con facilidad exige
destruir a los líderes, para centralizar el mando (casi siempre, periodo
contrarrevolucionario o de estabilización), de tal modo que la fracción
burocrática triunfante de la URSS, persiguió y asesinó a todos los líderes
revolucionarios, con las contadas excepciones de quien murió pronto (Lenin) y
quien triunfó por sobre todas las cabezas (Stalin). Por tanto, para la eficacia
constructiva se debe también medir las fuerzas y no convertir las herramientas
constructivas, en desvaríos contrarios al curso real de la historia.
Efectos
en la edificación nacional
En la Francia de Luis XIV,
el reforzamiento del Estado y sus instituciones educativas y culturales, con el
paso del tiempo dio pie a una nación vigorosa y con grandes contribuciones en
el ámbito europeo. Pero su Estado autoritario debía ser barrido de raíz por
obligación, el Estado unipersonal resultaría obsoleto ante la modernización de
las naciones. El contexto de la Revolución Francesa y los eventos de Napoleón
cambiaron por entero la herencia monárquica que el Rey Sol, lo cual implicó
subvertir todo el contenido aristocrático de su legado, cambió lo esencial de
su proyecto monárquico y reconfiguró para crear una nación moderna. En
retrospectiva, al monarca exitoso se le interpreta como formador del país,
cuando ese efecto resulta casual respecto de su proyecto. La verdadera
edificación de la Francia moderna empezó al trastocar ese legado, con el
impulso de las tesis de libertades e igualdad política emanadas de la
Revolución.
En la URSS, sobre la
Rusia zarista (imperio multinacional sometido a la primacía del centro Ruso) se
intentó forjar un sistema supra-nacional bajo la ideología comunista; que tuvo
un impulso integrador de la población, con mejoras económicas, unificación
educativa y cultural acelerada, a lo cual se agregó un tinte nacionalista
fuerte con la Guerra Mundial y el periodo llamado de la Guerra Fría[27].
Con la caída del muro y el deshielo, el sistema multinacional interior estalló,
en ese sentido, fracasó el proyecto de la URSS y el Estado recurrió a un perfil de nación más
precisa, basado en criterios tradicionales étnicos y lingüísticos así como al
“mínimo democrático” en la organización del poder. La nueva Rusia avanza a
tientas en su reconstrucción y la edificación de sus proyectos, todavía no
termina su balance ante el pasado revolucionario, pues la continuidad y ruptura
a nivel de identidades nacionales están en proceso.
En México, la obra de
reforma social de Cárdenas se mantuvo como referente y fue el modelo de
integración nacional durante el resto del siglo XX. Sin duda, en el contexto de
un capitalismo atrasado, los logros de justicia agraria y laboral, quedaron
relativizados con el empobrecimiento de la población y generación de nuevas
contradicciones sociales. La operación del sistema capitalista y la mala
gestión de gobiernos posteriores agudizaron el problema de la desigualdad; la
falta de un sistema de contrapesos políticos y económicos provocó autoritarismo
en el periodo posterior. No fue casual, que la disidencia de Cuauhtémoc
Cárdenas —el hijo del general Lázaro Cárdenas del Río— empujara hacia el cambio
del sistema político tradicional en México. A partir de 1994, el periodo de los
grandes Tratados Comerciales nos obliga a reflexionar acerca del efecto del
sistema económico mundial trasnacional sobre el perfil de las naciones; sin
embargo, esa gran obra social marcó definitivamente al México en el siglo XX y
no ha sido superada por los procesos del siglo XXI. Si, por último, comparamos
esas obras de la pragmática política, sin duda la acción de Lázaro Cárdenas
presenta actos y resultados más próximos a un balance contenidos en la triple
consigna “Libertad, igualdad y fraternidad”.
NOTAS:
[1] El estructuralismo y post, a su
manera, han dominado las modas intelectuales de la sociología desde la mitad
del siglo XX, desplazando al marxismo en la academia. Es verdad, que gran parte
del interrogante social se está desarrollando sobre las correlaciones ocultas y
los diseños que se encuentran en la trama social, aplicándose concepto
provenientes de campos afines como la economía, psicología o lingüística. Cf.
ANDERSON, Perry, Tras las huellas del
materialismo histórico.
[2] WALLERSTEIN, Emmanuel, Después del liberalismo. Sus burdos errores
de predicción sobre cada futuro próximo resultan hasta cómicos, pero son
errores nodales en un autor que pretende fundar su teoría en una capacidad de proyección
y acierto sobre los largos plazos del sistema capitalista. De su análisis
desequilibrado solamente queda en pie la bienintencionada crítica sobre abusos
del sistema.
[3] “Sub-subjetivista” es una ironía
para señalar varias teorizaciones que se deshacen de la subjetividad (a cambio
de las estructuras o de algún misterio crítico), incluso en sus versiones más
extremas como “la desaparición del hombre” del primer Foucault en Las palabras y las cosas.
[4]
THOMPSON, Keneth, Augusto Comte,
México, Ed. FCE.
[5] En su origen el neoliberalismo es
una tensión hacia el extremo del liberalismo económico, bien fundado por Adam
Smith; por tanto, una exageración que trae su mixtificación.
[6] HATTON,
Ragnhild, Luis XIV, Ed. Bruguera. La información disponible
indica que este monarca no se debe contar entre la aristocracia que se interesó
por esa nueva organización y la amparó como sucedió con muchos monarcas
ingleses y prusianos.
[7]
Esta identificación entre masonería y el ideario liberal no sucedió de
inmediato, fue un proceso, en el cual las revoluciones norteamericana y
francesa, fueron eventos clave en su cristalización. Cf. MARTIN ALBO, Miguel, Historia de la masonería.
[8] ROUSSEAU, J.J. Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres.
[9] Existe una amplia bibliografía de León
Trotsky al respecto: La internacional
comunista después de Lenin, La revolución permanente, Stalin biografía política
y La revolución traicionada. Claro
que propone en contra de Stalin, pero carece de los medios, luego es perseguido
y asesinado.
[10]
SILVA HERZOG, Jesús, El agrarismo
mexicano y la reforma agraria, Ed. FCE.
[11] CORDOVA, Arnaldo, La política de masas del cardenismo.
[12]
El fracaso evidente de la agricultura de autosubsistencia y la crisis posterior
del modelo ejidal no debe opacar el hecho de su comienzo extraordinario, que
fue la base para la edificación del país y el restablecimiento de la paz social
por el largo resto del siglo XX. En especial, la estadística agrícola señala un
éxito productivo hasta 1965 y después una crisis del campo mexicano. Cf. HANSEN, Roger, La política del desarrollo mexicano.
[13] VALDÉS MARTÍN, Carlos, “Líderes en
la edificación de la nación”, El poder de
la masonería en México.
[14] El enorme estudio sobre ese
periodo es El Estado Absolutista de
Perry Anderson.
[15] LENIN, Iván I. Obras escogidas en tres tomos; o de modo
más especializado Entre dos revoluciones.
[16]
Quizá la mejor defensa y estudio sobre la decisión individual está en La crítica de la razón dialéctica de
Sartre.
[17]
HATTON, R. op. cit., p. 190.
[18] TROTSKY, León, El joven Lenin.
[19] Un tema interesante, que es
discutido por Lenin, por ejemplo en ¿Qué
hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás y El izquierdismo, enfermedad infantil en el comunismo. El tema
siguió siendo relevante para el marxismo hasta la debacle de las grandes instalaciones
industriales tradicionales desde mediados del siglo XX, véase a Alvin Toffler, La Tercera ola y El cambio del poder.
[20] En verdad, la izquierda es sutil
en distinciones y existen quienes se reclaman herederos de tal tradición
personal u otra, pero al lector esa diferencia le resultaría desmedida.
[21] Famosa fórmula de Marx,
proveniente de “Crítica al Programa de
Gotha”.
[22] Para el marxismo, el capitalismo
tiene atoradas las fuerzas productivas y una revolución socialista las
liberaría y aceleraría al extremo. Véase, León TROTSKY, La revolución permanente.
[23] MARCUSE, Herbet, El marxismo
soviético., autor que critica el modelo bajo un paralelo al
industrialismo capitalista, bajo una modalidad de moral represiva.
[24] CÓRDOVA, Arnaldo, La política de masas del cardenismo.
[25]
Una simpática ironía sobre la buena intención fracasada de acelerar la
felicidad de todos está en el último cuento de la Ciberiada de Stanislaw Lem.
[26]
Esta discusión sobre la madurez de Rusia para la revolución socialista fue el
meollo de la discusión entre el centro marxista y los bolcheviques de Lenin en
el periodo previo a 1917. Curiosamente, el tema estaba prefigurado desde Marx
en su correspondencia con Danielson, un narodniki ruso que tradujo El capital.
[27]
De hecho, la confluencia y contradicción entre el nacionalismo ruso y el
internacionalismo proletario controlado desde Moscú merece un estudio detallado;
mientras la ideología oficial mantuvo una forma no nacional (un discurso,
incluso anti nacional), su contenido se desvió hacia la “defensa de la patria
socialista”, una variante del nacionalismo, incluso burda. Por ejemplo, CLAUDÍN,
Fernando, La crisis del movimiento
comunista, indica que bajo la dirección de Stalin la Internacional
Comunista, aunque el riesgo de ese camino estaba presente desde un principio: “Encerró
los intereses del proletariado internacional en el cuadro de las cuestiones
rusas.” p. 4.
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