Cuento finalista en un concurso del año 2013; lo dejo a su consideración.
Por Carlos Valdés Martín
Acusado de
hereje y brujo lo encerraron en la torre del monasterio. Con torturas
intentaron que este filósofo afamado se retractara, pero los latigazos y el
potro parecían inútiles. En el último interrogatorio, en privado el Secretario
del Santo Oficio lo conminó y la respuesta de Giordano resultó extraña:
—Me has convencido.
Sí, esta fama conseguida la debo a una tinta especial que la brujería puso en
mis manos.
El Secretario
exorbitó los ojos. Quería apoderarse del secreto.
—Obtendrás la
fama y fortuna, solamente si desde ya usas exclusivamente una tinta cuya
fórmula revelaré. Para que satisfagas cualquier ambición deberás empezar a
escribir con esa tinta, sin omitir ningún texto.
—¿Qué pides a
cambio? Imposible liberarte.
—Pido poco, solo
abrevia mi sufrir. Moviliza influencias para terminar este juicio. Prefiero un
horrible final y no más horror sin fin.
El Secretario murmuró:
—Es peligroso y
además mi alma…
—No temas;
estamos solos y esta magia recibió la bendición del Papa Gregorio, bien sabes
que él toleró la magia negra, siempre que sirviera a la Santa Madre.
El Secretario se
santiguó, mandó callar al hereje y se retiró. Pero al amanecer regresó y ofreció
el trato.
La tinta era negra
y apenas un ligero olorcillo amargo la distinguía. El primer escrito lo hizo
con miedo, pero no cayeron rayos del cielo y el Secretario siguió su registro
con tranquilidad.
En una semana cumplió
parte del trato.
Una hoguera
grande era el destino de Giordano.
Una pequeña
multitud estaba expectante, rodeando el sitio. De modo ceremonial se colocaban
los representantes del Santo Oficio. Un encargado leyó las liturgias de rigor.
Otro representante indicó que el reo se había arrepentido, pero su boca quedaba
amordazada para evitar maledicencias y gritos.
El Secretario
anotó en un acta los detalles pertinentes y dejó espacio para firmas.
El momento
esperado: el verdugo encendió la gran pira. Un viento fresco avivó la flama y
un aullido siniestro escapó entre la mordaza del reo. Lo último que pensó
Giordano fue: “Al caer el verano, esa tinta que él espera fabulosa,
simplemente, desaparecerá. De la memoria de él y los suyos nada quedará, nada.
Yo permaneceré en mis libros, siempre siendo Bruno, Giord...”
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