Por
Carlos Valdés Martín
La
confección literaria de El capote es ejemplar,
pues muestra a la perfección las estructuras y procedimientos de la narrativa
moderna con destellos geniales. Además los temas predilectos de Nikolai Gógol han
perdurado en el gusto literario mediante la crítica moralista, la exaltación de
sentimientos, el cuestionamiento al aparato de Estado, la enfermedad mental,
los recursos cómicos y la fantasía espectral. En el contexto del “alma rusa”,
tan arcaica frente a Europa occidental, resaltaban los fenómenos de la
modernización, por ejemplo, el interés por las mercaderías de calidad y la
fascinación por lo extranjero[1], mientras se contraponían
la añeja religiosidad y un enorme gobierno que amenazaba con aplastar cualquier
aspiración.
Trama
Narrado
con humor e ironía nos muestra el ambiente de los pequeños burócratas y el
enrarecido espacio citadino, desde un punto de vista del narrador omnisciente
aunque parcial[2]. El capote expone cómo un burócrata de
categoría mínima, Akaki Akákievich[3], copista de una oficina
anónima en San Petersburgo [4], sale de su rutina por la urgencia
imperiosa de adquirir un capote (en otras traducciones se prefiere llamarlo “el
abrigo”) nuevo que lo proteja del frío invernal. Sus ingresos exiguos implican
una enorme dificultad para obtener ese artículo que sería un lujo para él, por
tanto se somete a una austeridad rigurosa hasta juntar el dinero. El sastre le
confecciona un hermoso capote que provoca hasta elogios de sus compañeros de
oficina y al protagonista, Akaki, una gran felicidad; sin embargo, debe quedar
claro que para los jefes de la burocracia no resultaba un artículo de lujo
extraordinario. Coincide que el mismo día del estreno del capote y las
felicitaciones por la adquisición, un jefe tendrá su fiesta de cumpleaños, por
lo que el protagonista es invitado a esa celebración y debe acudir cual festejo
de su capote. Por su situación humilde y reservada, Akaki no acostumbra pasear
por la ciudad, el barrio elegante le resulta remoto y casi un descubrimiento.
La ostentación en la fiesta del jefe burocrático lo sorprende y hasta termina
por causarle malestar; en ese contexto notamos que su capote extraordinario no sobrepasa
a las confecciones lujosas. El regreso a pie y solitario por zonas que
desconoce lo conduce hacia una plaza donde unos personajes altos de bigote lo
atacan y arrebatan el capote, afirmando que le pertenece a uno de ellos[5]. La maravillosa vestimenta
que trasmutaba a Akaki le ha durado esa jornada única. Despojado de su preciosa
prenda, intenta pedir auxilio pero es inútil, el guardia que rondaba esa plaza
imaginó que los malandrines eran amigos suyos. Ahí comienza el viacrucis del
personaje que intenta pedir eficiencia policiaca y luego justicia, para recuperar
su prenda. Las pesquisas que intenta lo llevan a solicitar auxilio de una “alta
personalidad”, lo cual resulta contraproducente en un incidente fatídico, pues por
solicitarle que intervenga dicha “alta personalidad” lo maltrata y humilla. La
impresión por el maltrato recibido resulta tan abrumadora que Akaki cae enfermo
y en breve tiempo muere. Tras el fallecimiento, la narración opera un giro
fantástico, pues aparece el fantasma del empleado robando capotes de
transeúntes solitarios. Las correrías del fantasma de Akaki continúan hasta que
él atrapa a la “alta personalidad” que lo humilló y el arranca su lujoso
capote. Después del incidente desapareció el fantasma, aunque el cuento termina
con el testimonio sobre otro espectro
que cabría confundir con el primero
del relato, el cual es alto y de largos bigotes.
Esta
trama también ha sido objeto de diversos análisis, porque se presta a varias
interpretaciones ya que sus escenas permiten interpretaciones ambiguas. El tema
de quiénes son y qué representan los fantasmas ha sido motivo de largas
discusiones, entre las que destaca la de Edmund Wilson, afamado crítico
literario. El humor de la narrativa también facilita las oscuridades y la
interpretación múltiple.
Curiosidad de la
burocracia
El
zarismo modernizó el gobierno tradicional y resultó una institución notoria
para ese país, extenso y predominantemente agrícola. Las oficinas ordenadas
controlando la política y economía de un imperio ambicioso resultaba notable
para los analistas rusos. En este caso el primer objeto de El capote es un “departamento ministerial” y sus empleados, la
agrupación jerárquica, donde Gógol decide destacar a una de sus piezas humanas
más humildes: el copista. Sobre ese departamento se omiten detalles, lo cual,
en lugar de disimular su naturaleza, sirve para demostrar su universalidad de
oficina, donde se distribuye mando y no existe un objeto para hacer. El relato
muestra sistemáticamente que el trabajo burocrático mismo está vaciado de
contenidos humanos, para lo cual analiza la tarea de un copista, dedicado
infinitamente a repetir su servicio sin interesarse por lo escrito. También demuestra
que el aparato oficinesco es peligroso repartiendo desde hostigamiento entre
compañeros de idéntica escala, hasta el castigo de los gendarmes y el control
sobre vidas y honras en las escalas superiores. El simple relato pronuncia un grito de alarma sobre el poderío de los
gobiernos burocráticos, el cual con las décadas se afinaría en la teoría social
(extensión de aparato y tiranía) y en la crítica literaria (Kafka). Las
discusiones sobre el crecimiento del Estado, su naturaleza y sus dispositivitos
proliferaron durante el siglo XIX y continúan sin terminar[6]. La precisión y crítica
sobre el microcosmos de la burocracia, junto con su irónico efecto en la
personalidad, alcanzó su cumbre con la obra de Franz Kafka, aunque no fue excepcional
atacando esa temática[7].
La
estructura burocrática sería irrelevante si no fuera por su alta jerarquía y la
cuestión de que manda sobre las existencias y bienes. En este cuento, se
muestran los lujos de los jefes, su soberbia ante los subordinados y su
influencia en las existencias, con la búsqueda del capote. La queja sobre el
excesivo poderío de una estructura aparece implícita y explícita, junto con la
indiferencia y hasta despotismo del funcionario.
Gran ciudad: laberinto y separación
La
modernización de la Rusia imperial poseía un crisol especial en la ciudad de
San Petersburgo, la capital imperial creada exprofeso
por la voluntad del zar Pedro el Grande. A orillas del Mar Báltico, la urbe era
un modelo de avances y recursos invertidos para mostrar la grandeza de un
proyecto; puerta ante el Occidente, ostentando su avanzada militar y comercial.
De modo simultáneo, para la conciencia más adelantada esa edificación imperial
representaba el atraso y hasta la barbarie, con su mezcla de feudalismo, fe
ortodoxa y explotación inhumana sobre la población. Paradójicamente, una
metrópoli perfectamente planificada por los arquitectos del zar, también representa
el cariz de laberinto para el protagonista,
quien se enreda entre sus calles y plazas. Ese laberinto no resulta de un
problema de trazados, sino por la oposición entre el súbdito ordinario y la
enormidad de las edificaciones y un trasfondo misterioso de distancias; porque
esa ciudad estaba destinada a separar radicalmente a los de arriba y los de
abajo, incluso cada escalón jerárquico debía dar la impresión de un abismo. Una
sucesión de abismos porque la población jamás debía acceder hasta la cúspide gubernamental que,
coincidentemente, aglutinaba a una
aristocracia de sangre, una fe dogmática, un aparato militar-policiaco y el
privilegio económico. Por eso, en la narración las oportunidades son inusitadas
para que el humilde Akaki visite la zona de los ricos mandatarios y, después,
la cita con el funcionario encumbrado que lo humilla; dichos eventos son excepcionales,
a pesar de que el personaje está ubicado en las proximidades de los jerarcas cual
engranaje silencioso.
Personaje principal
A
Akaki Akákievich su descripción física lo señala carente de gracia, bajo de
estatura, bastante feo y con defectos como marcas de viruela, arrugas, calvicie,
miopía y hasta insinuando hemorroides. A esa falta de gracia se agrega la pobreza
y un carácter apocado, aunado a torpeza para lidiar con sus semejantes. El
carácter rutinario y temeroso del personaje principal —siendo simple copista y repetidor sin
creatividad— sirve para revelar ese dispositivo que es la máquina burocrática: cada
individuo convertido en engranaje, sometido a la repetición y vacío de
contenidos. Desde los iguales de su oficina el protagonista sufre burlas y desde
arriba desprecio e incomprensión; sin embargo, él no persigue ninguna vía de
escape bajo la lógica del sistema, rechazando la única oportunidad de ascenso[8]. Sin embargo, este
personaje disfruta auténticamente su trabajo y goza su labor, lo cual se
refleja en su rostro[9]. Su actividad repetitiva
se le ha integrado tan íntimamente que pierde la noción de caminar entre las
calles y cree que continúa en mitad de una línea de copiado. Él encarna un
modelo de enajenación, rayano en el autista, impedido de comunicarse con
eficacia, sin vínculos familiares y, además, sometido a una estricta soledad y frugalidad
aunque casi feliz[10].
Sus
medios de defensa ante el mundo son casi inútiles, aunque permiten una tregua
con su entorno hostil, así emplea un argumento contra las continuas molestias
de sus compañeros de oficina: “¡Déjenme! ¿Por qué me ofenden?” Lo mismo sucede
con su rechazo a tomar tareas diferentes que le permitirían ascender en la
escala laboral, encarna una táctica para el fracaso. Su carácter ahorrativo
corresponde a esa misma clase de estratagemas, casi rituales, más reflejo de
una negación del mismo Akaki que medio enérgico para obtener algo.
Los secundarios
Varios
personajes secundarios sirven a la trama como son la madre de Akaki, un padrino
y madrina cuando nació; el sastre Petrovich y su esposa; de la oficina los
compañeros y el jefe que invita a su fiesta de cumpleaños; los primeros
ladrones y el guardia que presencia el robo del capote; la amante e hija del
antagonista, etc. Entre todos destaca el sastre con su intervención para
convencer al protagonista que es inútil seguir remendando el viejo capote y
cumple a la perfección el pedido nuevo. La descripción del sastre es graciosa,
mostrando su físico curioso, suele coser descalzo y sobre una mesa, donde “Lo
primero que llamaba la atención era el dedo grande, bien conocido por la uña
destrozada, pero fuerte y firme, como la concha de una tortuga.”[11] Este artesano es gracioso
por su físico y también por sus actitudes, siendo un briago que oscila entre la
molicie y la brillantez.
Provoca
inquietud en este relato la proliferación de dos series, que forman el tejido
de su trama social: burócratas y policías-militares. En el ambiente petersburgués
ambas series terminan confluyendo, pues comparten su integración dentro del
Estado, dirigiéndose hacia arriba en la jerarquía (una cúspide evidente a la
cual Gógol, con precaución, omite evidenciar) y hacia abajo abrazando al todo
social; confluyen y aprietan pues tejen la red del poder, definiendo lo posible
y lo imposible, lo peligroso y lo rutinario. Los gendarmes están, inclusive, a
un tris de capturar al fantasma de Akaki pero fracasan, con lo que se confirma
la imposibilidad[12].
Las dos series dibujan un ambiente de prohibiciones constantes y el
general-funcionario maximiza esa perspectiva, al sellar que es imposible
recuperar el objeto extraordinario y humillar irremediablemente al
protagonista.
El antagonista humillador
Con
cuidado se mantiene el anonimato del antagonista quien se denomina la “alta
personalidad”, cuyo puesto se conjuga con que también posee rango de general,
aunque no despliega actividad bélica. De este personaje su sello más característico
es el ejercicio concienzudo de la jerarquía y una doble existencia, entre su agresivo papel de funcionario y su
corazón amable, reservado para la intimidad o con sus iguales. Su función
exterior predomina, y por sus actos prolifera la intimidación y hundimiento contra
sus subordinados, quienes sienten un temor permanente; en el relato, su tarea
externa es mantener un orden que produce distancias y separación ante lo
deseado. A nivel interior, se insiste en que sigue siendo un ser humano y hasta
de buen interior[13],
que tras humillar a Akaki (efecto de su función exterior, donde se alegra con
sadismo) se preocupa por él y hasta manda a buscarlo, cuando ya falleció.
Por
los excesos agresivos que prodiga, combinados con su costumbre licenciosa de
adquirir una amante extranjera, él resulta el blanco idóneo para una venganza
poética. Su agresión gratuita ante la petición de justicia, que desemboca en la
muerte de Akaki, debe ser vengada en algún momento y lo cumple el fantasma del
copista, robándole su capote y provocándole un gran terror. Tras el gran susto,
este personaje modera su prepotencia y “ya rara vez”[14] lanza esos desplantes.
Sentimientos que despierta y función de aniquilación
Sin
embargo, al principio del relato para Akaki —a pesar de su mediocridad— surge
un objetivo de lucha y la narración se dinamiza, conforme asume la búsqueda de
un objetivo, él se convierte en combativo para romper su monotonía. El capote
despierta al personaje y muestra luces potenciales con una vivacidad
desconocida, “su vida había cobrado mayor plenitud; como si se hubiera casado
o...”[15] Ese despertar sirve para
colorear mejor su trágico desenlace, porque comenzaba a escapar del nivel de
simple engranaje, cuando el acaso conspira para hundirlo. Por lo anterior, la
existencia gris y pobre con su ambiente repetitivo y sin motivaciones, sirve
para levantar el telón de fondo oscuro
sobre el cual destaca la súbita alegría que le da ese esfuerzo por conseguirlo
y el capote obtenido cual trofeo; sobre tal monotonía y mediocridad la pugna
por alcanzarlo y la calidad de la prenda cobran su mayor estelaridad.
Las
dificultades y privaciones de Akaki despiertan el lector sentimientos de
simpatía por su desvalimiento; luego su embate para lograr su capote abre las
posibilidades del personaje, para que pronto el trofeo se convierta en un
inmenso lastre que hunde con su robo. El don nadie convertido en momentáneo
triunfador coloca la trama en un terreno dramático, luego el objeto robado
desencadena los acontecimientos por la senda fatal.
El
mecanismo de la trama se dirige hacia la aniquilación una vez robado el
precioso capote, porque la dificultad enorme para su obtención se revela en fatalidad
absoluta de su pérdida. El mecanismo de retribución al justo esfuerzo del
trabajo (humilde y repetitivo) queda roto por la violación ética del robo y
remachados los clavos de ataúd mediante la soberbia del jerarca que es llamado la
“alta personalidad”. En vez de que la jerarquía sirva al fin justiciero, se
convierte en cómplice del oprobio y hunde a Akaki en la muerte. El personaje
sufre una triple violencia: su privación económica que le dificulta al extremo
conseguir su bien[16]; su arrebato injusto que
le roba su prenda; y la humillación del funcionario poderoso cuando se niega
ofrecer justicia. En ese proceso se desemboca en la aniquilación del personaje,
cuando se redondea su calidad de víctima[17]. En el giro fantástico de
la trama, donde antes todo fue verosímil y realista, el copista se convierte en
fantasma malandrín que repite el origen su martirio, pero convertido en
vengador. Se perfila un castigo metafísico que repite la injusticia original y
no se detiene hasta cuando también ataca a quien lo había humillado. Entonces
el objeto del desquite se destina contra el poderoso, dándole una satisfacción
moral al lector que se ha encariñado con Akaki, diríase una justicia poética.
El objeto del deseo: capote
Desde
el título hasta el desenlace este relato se teje en torno a un objeto del deseo,
que se mueve entre el estricto realismo y un toque de fantasía[18]. El objeto se argumenta
verídico, en cuanto no posee alguna característica fantasiosa, sin ninguna
magia ni conjuros en sí, sino que la situación del copista tan monótona y
miserable le otorga esa característica. Es evidente el argumento: ya que Akaki
ha sufrido tantas privaciones materiales y espirituales es porque su capote
descuella y casi vida cobra. En el relato la prenda es notable por méritos
propios: en lo objetivo, por la elección de los materiales y confección del
sastre que resulta en su utilidad manifiesta (bien diseñado y protege contra el
frío), y en lo subjetivo posee cierta belleza y es felicitado por los colegas. La
comparación contra el capote anterior es notable: era inútil contra el frío,
sujeto a múltiples remiendos, incómodo y deshaciéndose, provocando mala
impresión y hasta burlas.
Ese
capote nuevo traspasa el ámbito de las prendas de vestir ordinarias para
convertirse en una especie de “segunda piel” o habitación individual. Esa
identificación extrema entre el sentido protector y de bienestar rebasa la
categoría de ordinaria (lo práctico y utilitario, incluso desechable de la vestimenta),
para convertirse en un objeto sobresaliente. Notemos que proviene de la
confección de un sastre artesano
curioso pero con talentos, que cuando termina su tarea está tan orgulloso, que
sigue y espía al cliente algunas calles para admirar su confección. Esa noción
de que la hizo un artesano talentoso le confiere singularidad y mérito al
objeto, que rebasa el término de manufacturas industriales o de marca[19]. Asimismo, el proceso de
ahorro para su compra rebasa el límite natural, para colocarse en el plano del
sacrificio y lo inusitado, por lo que su obtención y pérdida posterior
adquieren una dimensión extraordinaria.
Tras
todas las justificaciones verosímiles sobre la calidad de ese capote, el relato
juega con la enajenación de esa cosa y su influjo exorbitado. Antes de
confeccionarse la lucha por obtenerlo le confiere emoción y sentido, cual si
fuese una novia[20];
al obtenerlo le proporciona una gran alegría y aceptación en su microcosmos de
oficina, desde elogios de sus compañeros hasta participar en una fiesta. El uso
del capote concede cierta libertad y audacia, Akaki actúa con más confianza y
de modo distinto, sale en la noche, mira escaparates de tiendas y hasta sigue a
una mujer sin intención alguna: el objeto inanimado transmite fuerzas al
personaje. El objeto ha cobrado tanta vitalidad que trasmuta en talismán de
envidia y unos ladrones son encarnación de la injusticia, aunque con el desenlace
resultarían espectros. Esto cumple un designio de enajenación en el sentido
sociológico, cuando el objeto pareciera más vivo que el personaje, por tanto su
pérdida definitiva sella una sentencia de muerte.
Dispositivos del poder en el discurso y la humillación
Destaca
la táctica de la “alta personalidad” para hacerse el importante y adquirir
“majestad” ante sus empleados. Bloquea la comunicación mediante la repetición
de una palabra-talismán, convertida en amenaza, que es “Severidad, severidad y…
severidad”[21].
El
relato desnuda la utilización de preguntas retórica de autoridad que no son
interrogaciones para comprender, sino “preguntas-clausura” que señalan hacia la
cúspide castrante de la jerarquía que impide la acción de los subordinados, por
eso ante sus supeditados se limitaba a blandir estas frases retóricas: “¿Cómo
se atreve? ¿Sabe usted con quién habla? ¿Se da usted cuenta? ¿Sabe a quién
tiene adelante?”[22] Cuando este tipo de argumentos se enfocan
hacia Akaki, profieren en una humillación insoportable, la cual parece hasta
divertir al agresor. En ese instante estalla el nudo dramático en este relato.
El efecto es destruir la esperanza del protagonista y hundirlo en una
humillación insoportable, que revela su nulidad completa ante el discurso del
poder. El desenlace es la breve agonía de Akaki, su muerte y conversión en
fantasma.
El giro fantasmal
El
giro del relato lo presenta explícito Gógol al anunciar el cambio de tono,
pasando desde lo realista, hasta “un final fantástico e inesperado”[23]. Incluso, con algo de
audacia, el cuento cambia de género, saltando desde el drama cuidadosamente realista
hasta la ficción fantasmal. En ese giro, el cuento reduce intensidad de dramatismo, lo hace con medida para compensar y proporcionar[24] lo siguiente: el gusto de
la justicia poética contra “la alta personalidad” y consuelo para el alma en
pena de Akaki, además hasta una apertura
(la ahora famosa técnica literaria del final abierto) con un desenlace que
permitiría interpretar que los ladrones iniciales del capote también eran
fantasmas. Si esto fuera certero, los sucesivos arrebatos de capotes traerían
una cadena de desgracias inacabable porque esa prenda sí afecta durante el
invierno ruso.
Lo insignificante y lo significante
Esta
es la discusión trascendente y casi filosófica explícita del relato: “Pero
siempre habrá personas que consideran como muy importante lo que los demás
califican de insignificante.”[25] Lo que llamaríamos la
lección moral, se centra en la despreocupación generalizada ante el pequeño personaje,
tildado como insignificante por su entorno, despreciando su aspecto,
limitaciones y pobrezas. El capote entero
clama por reivindicar a la gente ignorada y, con gran tino, emplea la metáfora
de la mosca bajo el microscopio del científico, la cual recibe más atención[26]. En el aspecto opuesto,
el jerarca posee otra escala de valores, donde la posición es lo más
importante. El relato completo ofrece el dilema ¿importa la persona o la
jerarquía? Lo plantea con cuidado: no redacta un panfleto político ni un lema
anarquista. La colisión de este dilema ocurre con la humillación de Akaki,
cuando se muestra que la balanza está cargada por entero en quien manda. El
resultado es que el discurso del poder y su reparto injusto de bienes marca la
separación convencional entre lo significante y lo insignificante, donde queda
claro de qué lado termina la gente. También por ese diseño cuidadoso y su
mensaje que trasciende este cuento destacó en el panorama de la gran literatura
rusa y Dostoievski sentenció “Todos crecimos bajo El capote”.
NOTAS:
[1] Según se muestra en
las escenas de la amante alemana del general (El capote, p. 71) y los escaparates con alusiones a lo español y la
prevalencia de los franceses, El capote,
p. 48, bajo sello editorial de Editores Mexicanos Unidos, traducción de Joaquín
Torres Rodríguez.
[2] El análisis de
Benítez Burraco proporciona un interesante catálogo de recursos humorísticos de
Gógol, además anota que el narrador hace intervenciones y comentarios que
saltan la objetividad, presentando rasgos orales muy interesantes, en BENÍTEZ
BURRACO, Antonio, Tres ensayos sobre literatura rusa: Pushkin, Gógol y Chéjov, pp.
106-122.
[3] El nombre ruso Akaki
se debe traducir por Acacio, que deriva del árbol de acacia el cual proviene
del griego, para significar “sin mancha” o “sin maldad”, por tanto emblema de
la inocencia; también representativo de la inmortalidad, porque en la
antigüedad su madera se consideraba incorruptible, por tanto inmune a la
muerte. Su apellido Akákieviech significa que también es hijo de un varón con
el mismo nombre, según la costumbre rusa.
[4] Que Gógol no
mencione nombre de la oficina ni de altos funcionarios se justifica en función
de la censura y represión bajo el zarismo, cuestión que explica al comienzo de
este cuento, al referir la queja de un capitán de policía, pues una novela
romántica contenía a un personaje que se emborrachaba. La maquinaria de
espionaje y censura interior del zarismo era enorme como se mostró tras la
Revolución de Octubre. Cf. SERGE, Víctor, Lo
que todo revolucionario debe saber sobre la represión.
[5] Esta escena ha
abierto agitadas especulaciones, al nivel de sospechar que ese par inicial son
fantasmas y el que habla es el propio Akaki espectral que genera un nudo en el
tiempo, para él mismo originar su desgracia.
[6] El marxismo se
mostró optimista ante el crecimiento del Estado y la burocracia, suponiendo que
emanaba cual subproducto de una división del trabajo en el seno del
capitalismo. La duda creció cuando los mismos remedios comunistas ampliaron una
burocratización, la cual fue elevada a un nivel monstruoso y de tiranía. Cf.
TROTSKY, León, La revolución traicionada.
[7] El horror de la
burocracia salta en cualquier rincón de la literatura, incluso en fábulas de
ciencia ficción, brota ese temor en la Ciberiada
de Stanislav Lem.
[8] Cuando su jefe le
encarga un trabajo de mayor nivel, él resulta incapaz, por lo que solicita
volver a su tarea de copista. En ese sentido, él es adaptado y resignado.
[10] La crítica nota que
los personajes de Gógol aportan la perspectiva del “póshlost”, que es el orgullo necio que siente “la persona inferior
por su inferioridad”. DOMÍNGUEZ MICHAEL, Chrístopher, Gógol en perspectiva, en
revista Letras libres, 3/07/2009.
[12] El capote, p. 69, se narra que el fantasma tomado por el cuello estaba siendo
detenido, pero la aspiración de rapé de mala calidad, hizo estornudar al
difunto “que empezó a salpicar por todos lados” y desapareció.
[13] “La compasión no era
para él realmente ajena: su corazón era capaz de nobles sentimientos, aunque a
menudo su alta posición impidiera expresarlos”. El capote, p. 70.
[14] El capote, p. 75. La secuela es que la “alta personalidad” evita sus actos agresivos
y palabras humillantes, aunque no por completo.
[16] La presencia de
eventos económico son recurrentes aunque paradójicos y se mueven al filo de la
lógica mercantil. El capote, objeto del relato, linda con el fetichismo y lo
fantasmal. El dispositivo capitalista de ganar dinero se disuelve entre la
miseria y el ahorro perdido en un instante. La retribución está más sujeta al
capricho de los funcionarios que a cualquier eficiencia en el trabajo. En este
cuento el panorama es complejo y su economía verosímil se somete a las pasiones
y jerarquías.
[17] El perfeccionamiento
en la calidad de víctima hasta alcanzar contornos irreales, es un dispositivo
notable en la literatura de Kafka, que aquí encuentra un notable precedente.
[18] En el cuento dice: “el
espíritu de la luz en forma de capote” y ese es el elogio final sobre la
contribución del objeto hacia el personaje. El
capote, p. 67.
[19] BAUDRILLARD, Jean, El sistema de los objetos. El artesano
antecede al industrial, pero el sistema comercial después recupera en la
fantasía y potencia ese carácter deseable de los objetos, incluso cuando su
obsolescencia está programada.
[20] La alusión al capote
cual novia fantasma se justifica en el relato y cabría inferir fetichismo en
sentido psicológico, como escarba Freud en La
Venus de las pieles, obra de Leopold von Sacher-Masoch. Bajo tal óptica, el
protagonista es un masoquista funcional, incapaz de aspirar a una mujer real,
quien recibe la prenda que lo cohabita y trasviste (en el juego de la ficción se
permite este doble objetivo: poseer y convertirse en el opuesto) y es despojado
por figuras masculinas, lo cual se remata con la humillación ante el
funcionario con cariz de padre autoritario. Entonces la osadía del deseo
terminaría castigada, pero se daría una compensación fantasmal al arrebatar al
padre su prenda, siendo entonces el capote una fémina fantasmal.
[22] El capote, p. 59. En sentido cartesiano nos muestra las antípodas de la duda
metódica, porque sirven para matar la sucesión de dudas e interrogantes que
exige la investigación racional. Cf. DESCARTES, René, El discurso del método.
[23] El capote, p. 68. Al mismo tiempo, el relato entero emparentaría con el tipo de
“literatura menor” que se define en Kafka
para una literatura menor.
[24] Cabe especular otra
ventaja del cambio de género: reduce la presión hacia una censura, una
institución peligrosa en el régimen zarista.
1 comentario:
chale pe pica el hueo
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