Por Carlos Valdés Martín
Por
su herencia este breve ensayo, adquirió calidad de joya entre los textos donde
se toma conciencia sobre Latinoamérica. La figura de Martí y su epopeya
personal han merecido ese reconocimiento, cuando su amplitud de miras y
generosidad le valió convertirse en bandera para las generaciones siguientes,
no sólo de Cuba y América, también un reconocimiento universal.
La
calidad de su escritura y el punto preciso de su itinerario personal marca una
tensión superior y exige una lectura muy atenta de Nuestra América, revisando cada frase y repensando cada párrafo. Añade
dramatismo esa circunstancia cimera de llamar a la acción pocos años antes de
la siguiente insurrección en Cuba y la muerte del prócer en un enfrentamiento.
La complejidad de su estilo con un denso destilado poético, unido a lo oportuno
de sus consideraciones ha fascinado a generaciones posteriores.
Ese
ensayo fue una arenga por llamar a la
acción, una crítica por su fuerte
dosis de cuestionamientos y un poema
modernista en prosa por su estilo. Una clasificación convencional divide el
ensayo Nuestra América en tres:
advertencia (párrafos 1 y 2), explicación (3 a 10) y profecía (11 y 12), siendo
en el inicio y final donde predomina esa visión de arenga para la acción.
El
bello estilo de este ensayo deriva de las complejidades del modernismo con sus
elementos: fantasía, poesía, sentidos, etc. Para la lectura actual, ese estilo
presenta dificultades por sus sobrecargas metafóricas y poéticas, pero conforme
más se bebe de sus líneas, resulta más delicioso. En las conclusiones se
mostrará que los horizontes de su pensamiento muestran vigencia para la problemática continental, enfrascada en nuevas
preocupaciones y viejas lacras.
El sujeto colectivo de su autocrítica
Para
este cubano su primer personaje de controversia es el “aldeano”, que pronto demuestra
que no describe al individuo físico que habita en la aldea, sino que se expande
hacia cualquiera que sufra ese vicio de provincianismo mental y espiritual;
incluso, con más razón, la crítica se enfilará contra quienes han engullido
ideas europeizantes o visiones del extranjero[1]. Poseyendo Martí hondas
raíces ibéricas, provendría del mismo grupo expuesto y, entonces, su enfoque levanta
una autocrítica a la condición de los
pueblos iberoamericanos, por lo mismo no cuestiona desde la soberbia. Las
aristas de su autocrítica hacia nuestros americanos son diversas y
entremezcladas con finura poética:
Por
aldeanos, espíritus rústicos que confunden su mínimo sitial con el todo. Por
desentendidos del mundo y centrados en intereses egoístas y malsanos. Por
ignorantes, en especial desconociendo la ciencia del gobierno. Por confundirse
en base a las ideas europeizantes. Por fantasiosos y faltos de voluntad. Por
atacar y despojar a sus vecinos que son sus hermanos y oprimir a la población
original.
Esa
andanada de cuestionamientos contra nuestras taras la dirige para superarlas,
en especial para reformar la situación interna y conjurar los peligros
externos. Además, no presupone que lo debatido sea incurable, al contrario,
irradia un trasfondo optimista al evaluar que los males tienen remedio y ya
está en proceso la cura.
La escala: compararse con gigantes
En
especial exhibe la inmadurez, la contradicción y el egoísmo en nuestras
regiones como la fuente de muchas calamidades que hunden a la mayoría, y,
además, abren el espacio para las amenazas externas. El cuestionamiento, de
modo claro está marcado por un contrapunto, que incita a la evidencia: comienza
indicando que afuera hay “gigantes” y “cometas”, seres metafóricos y enormes
que sirven para “comparar”, lo que hay adentro con lo demás. La enormidad exterior sirve
para unidad de medida: ante el coloso somos enanos. Aquí, la desmedida del gigantismo posee un efecto
paradójico para moderar la crítica, pues ante el gigante ¿quién no se revela
pigmeo? Ante el cometa ¿quién no resulta diminuto? Además los enormes son prepotentes
para poner encima la bota y, en la metáfora astronómica, los cometas son
capaces de ir “por el aire dormidos engullendo mundos.”[2] En ese juego de metáforas,
la desmesura inicial permite
redimensionar el problema y apretarse sobre el diagnóstico interior de las
repúblicas prematuras (también una excelente alegoría del nacimiento sietemesino, del niño involuntariamente
menor).
Las armas ideales
¿De
qué tamaños hablamos? ¿De qué depende
la prematura América? Desde el inicio Martí pone muy en claro que lo medido son
ideas, luego matiza indicando que el tamaño está en las miras y en la formación
interna de los pueblos (en especial, en la educación de los líderes, que
influyen en los rústicos). ¿Qué está corto en nuestra América? Las ideas son
las recortadas[3],
lo que cojea de pequeñez es tal idealidad. Por tanto, Martí propone otras que
sirvan para una lucha que pareciera inminente[4], nos explica de ideas que
son literalmente “armas”. “Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo
en la cabeza, sino con las armas en la almohada (…) las armas del juicio, que
vencen a las otras.”[5] Por tanto, el prócer
propone doctrinas fuertes en extremo y aptas para enfrentar su entorno: “No hay
proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el
mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados.”[6]
Objeto de la crítica fase 1: declaración de amor y
patriotismo
Para
crear el “objeto” interior de la crítica, primero Martí nos ha indicado su
medida (compararse contra los colosos) y la materia de su espada (las ideas
flameadas), entonces debe abundar en el retrato de estas tierras contrahechas e
inmaduras. La autocrítica inicial, aparece bajo una nueva luz.
El
primer requisito es una declaración de
amor hacia Nuestra América que se
ilumina con la luz de madre afligida, dando los matices clásicos de la nación
oprimida. En un párrafo de lectura ardua, plantea Martí la disyuntiva entre el
patriota y el apátrida, dejando claro que el amor a la madre común es la
frontera definida “Pues, ¿quién es el hombre? ¿El que se queda con la madre, a
curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de
su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del
seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de
papel?”[7] El patriota se esmera en
curar a la madre común, el apátrida la explota y oculta, aliado con la opresión
(gusano de corbata y casaca de papel). En varias partes
insiste en separar con fuerza al patriota (quizá aún inmaduro o acobardado)
respecto del enemigo interior (indica “desertores”, “delicados”, quienes
“arrastran” el honor…), y lo que separa esos dos bandos son actitudes de amor y fe en estas tierras y su gente
humilde (permanecer con los indios). En consecuencia, la “madre común” adquiere
la calidad de un valor supremo,
identificándose con un nacionalismo[8]
militante aunque ampliado a todos los países semejantes (desde el Rio Bravo
hasta Magallanes) y a la humanidad entera: “Peca contra la Humanidad el que
fomente y propague la oposición y el odio de las razas.”[9]
Expone
cómo la misma imperfección e inmadurez de nuestras repúblicas debe ser motivo
de amor y aprecio. Relativiza el argumento sobre la inmadurez americana, al
indicar que se ha avanzado mucho partiendo desde elementos tan contrapuestos.
“De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado
naciones tan adelantadas y compactas.”[10]
Objeto de la crítica fase 2: diagnóstico de miserias y
causas del atraso
La
herencia colonial: “La colonia
continuó viviendo en la república”[11], ejemplificada en
múltiples trazos, cual la “pelea del libro con el cirial”[12], o “los elementos
discordantes y hostiles que heredó de un colonizador despótico y avieso”[13].
Una
masa sin educación cae en inercia y
belicosidad: “La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la
inteligencia”[14] y
“pueblos originales, de composición singular y violenta”[15].
Presencia
de elementos contradictorios, que
gravita sin ser imbatible: “de la soberbia de las ciudades capitales, del
triunfo ciego de los campesinos desdeñados”[16]; tendencia natural al
desorden de los elementos contrarios[17], y “Cansados del odio
inútil de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el
cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas
urbanas divididas sobre la nación natural”[18].
Obstáculo
para reconocer la verdad del país:
“su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país”[19]. Incluso fantasías
extraviadas: “ponen coche de viento y de cochero a una pompa de jabón”[20]. Una minoría que abrevó una
falsa erudición[21]
en el extranjero y se equivoca: “A
adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y
aspiran a dirigir un pueblo que no conocen.”[22]
Falta
de alianza con los naturales y
campesinos del país, desde la independencia cuando “entró, desatendiendo o
desoyendo a los ignorantes que lo habían ayudado a redimirse”[23].
Pero
la plumilla de vomitar sobre la que descarga Martí su ácido es contra las minorías que uniendo esa incapacidad de
mirar a los pueblos, usando ideas extranjeras, además se aprovechan de las
tierras o indígenas, provocando opresión o tiranías:
“Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer”[24], “¡Estos nacidos en
América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los
crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho
de las enfermedades!”[25]
Las dos palancas para remediar los males: valor y
saber
Contra
tales defectos arrastrados por las tierras americanas, bastará remediarles con dos factores básicos: valentía y
conocimiento. La valentía es un término para sintetizar un caleidoscopio de
cualidades morales propugnadas por el prócer independentista —integridad,
arrojo, decisión, compasión, justicia y demás que también se denominan virtudes—
que empujan en la dirección de una confrontación abierta contra un poder añejo
y opresivo: la colonia española sobre el Caribe. Ese caleidoscopio particular,
en este caso de urgente arenga, exige de la osada valentía para enfrentar los
males padecidos[26],
“A los sietemesinos sólo les faltará el valor.”[27] Entonces esa sería la
clave para reunir las partes contradictorias, agregarle valor al humano
prematuro de estas tierras. Por lo mismo, él es un gran moralista, dispuesto a
pagar con su ejemplo esa prédica de vida.
El
segundo factor decisivo es el conocimiento, que más específicamente, lo refiere
a un saber del buen gobierno, los
conocimientos para alcanzar el máximo nivel civilizatorio para las tierras
mestizas y obtener una comunidad rigiéndose bajo ideales, por tanto, es el saber
que conduce hacia una república con cualidades de utopía. Una y otra vez
insiste que el arte del gobierno importando es insuficiente (cuando es bueno[28]) o hasta perjudicial
cuando es malinterpretado, convirtiéndolo en una ventaja de las élites. Por tanto,
la mayor urgencia está en la asimilación sobre el saber del buen gobierno
local, con raíces en la propia situación y no en nociones importadas[29]. Por eso la nueva
generación habrá de crear ese arte del gobernar[30].
Las metáforas naturales: el tigre y el árbol
Entre
la carretada de las metáforas poéticas y modernistas que entrega Martí en este
ensayo, destacan la vegetal del árbol y la animal del tigre fiero. El árbol se
refiere a los pueblos americanos[31] y a sus tierras
inalcanzables para la ignorancia[32]. En este contexto, el
término naturaleza adquiere un valor múltiple y repetitivo, siendo uno de los
términos más repetidos en este ensayo; pues designa la situación real de las
naciones, la complexión de las mayorías[33] y el modelo de solución,
pues “El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del
país.”[34] Esta multiplicación del término “naturaleza” resulta en extremo
interesante, porque su amplitud acuña una moneda de valores múltiples para una
utilidad exhaustiva y hasta engañosa[35].
El
tigre merece recordarse como la metáfora más inquietante en Nuestra América, cuando representa a la
masa oprimida, al pasado irredento y hasta la asechanza externa. La fiereza con
la que dota a este felino mítico es memorable: “El tigre, espantado del fogonazo,
vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con
las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de
terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima (…) El tigre
espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las
zarpas al aire, echando llamas por los ojos.”[36] La amenaza es terrible,
pues al combatírsele nada más se amilana y prepara su venganza; la presa se
descuida y entonces la bestia regresa en la oscuridad; su asechanza se
multiplica, reaparece en cada esquina. Aquí reúne las dos metáforas, la activa del
tigre que suele emerger único y hasta individual, pero al converger con la
multiplicidad del árbol, se convierte en una marea de peligro, pues acecha
“detrás de cada árbol”. Vencerlo resulta casi imposible, pues su embestida es
agónica y echando fuego por la mirada. Sirve cual metáfora paranoica, capaz de moverse y atravesar cualquier calma,
en ese sentido de Deleuze por acercar a los opuestos[37]. En ese significado, ese
temor justificado ante el pasado colonial, ante la violencia de los oprimidos y
hasta las nuevas potencias imperiales opera cual viento que moviliza y reúne
los anhelos de Martí.
Mirada al porvenir: soluciones urgentes
Resalta
que en su discurso, el prócer ya observa fuerzas vitales que avanzan en la
dirección correcta; en especial, él estima ya surge otra generación de
pensadores y dirigentes, con artistas y ciudadanos valerosos, que están
adaptando las ideas al clima tropical, preparando el arte del buen gobierno y
la convivencia entre los pueblos. Esto implica que están surgiendo, y los llama
“los hombres nuevos americanos”[38] quienes cambian su mundo,
y tras el genérico hombre nuevo,
engarza en apretado conjunto al economista, orador, dramaturgo y hasta poeta
que se aclimata y aporta ideas, inclusive el gobernante “aprende indio”[39]. Además tratándose de lo novedoso
abriéndose paso, la pieza clave mora entre los jóvenes, quienes “Entienden que
se imita demasiado, y que la salvación está en crear.”[40]
La
solución de José Martí emerge basada en dos palancas valor y saber, que se liga
a un aliento explícito de unidad hispanoamericana, de ahí su elocuente título
de Nuestra América. Dichas grandes
líneas de solución no están sustentadas en un simplismo, porque el mismo texto
ya explica que se fundamenta en el arsenal ideológico del liberalismo clásico[41], junto con fuertes
componentes de justicia social y retorno a las raíces. Si analizamos
someramente, estos dos puntales se volvieron protagónicos para las nuevas ideologías
políticas en el subcontinente durante el siglo XX: la justicia social derivó en
populismo y socialismo; la agenda
liberal y republicana alimentó el constitucionalismo y la democracia política; mientras la vuelta a las raíces nutrió el nacionalismo e indigenismo[42];
y, por si fuera poco, la llamada de Martí hacia la unidad entre naciones
distintas, se adelanta al lado positivo de la globalización en curso. En
ese sentido, el vanguardismo del discurso resulta apabullante y muy alentador,
indicándonos que han existido profetas
laicos mirando los horizontes; siempre sometidos al síndrome de Casandra:
incomprendidos por sus contemporáneos y admirados por la posteridad. Cabría
preguntarse si la interpretación del siglo XX, sobre la herencia generosa de Martí,
no resultará reinterpretada a la luz del siglo XXI tecnológico, que sigue tan
sediento de justicia y unión entre los pueblos. Un nuevo siglo pletórico de
gadgets maravillosos, pero tan urgido de fórmulas precisas con que los dirigentes
se adapten a las urgencias de sus pueblos y aprovechen ese enorme arsenal de
ideas que legó el prócer, José Martí: cubano por sangre y universal por visionario.
NOTAS:
[1] MARTÍ, José, Nuestra
América, “¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no
hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del
gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de
América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o
francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen.”
[2] Nuestra América, párrafo 1. En la literatura, la relación
entre enorme y mínimo posee una gran funcionalidad en muchos cuentos infantiles
y de aventuras. La alusión a las “siete leguas” corresponde al Pulgarcito de Perrault. Asimismo, la
metáfora de lo enorme regresa hacia la gran dimensión, hasta la gran obra que
busca Martí para liberar a América.
[3] El cambio de los
tiempo, según Ortega y Gasset se marca primero en el cambio del sutil aire de
la ideas, como lo señala en El tema de
nuestro tiempo. Para otros, en el suelo nutricio de la producción es que
surgen esas ideas, que carecen de historia propia a diferencia de la economía
bien definida. Cf. MARX, Karl y ENGELS, Friedrich, La ideología alemana.
[6] NA, párrafo 2. En el discurso Pinos
nuevos indica: “El mucho heroísmo ha de sanear el mucho crimen.”
[8] Se achata el
concepto de “nacionalismo” cuando se reduce a la mera contraposición de países,
cuando afirmar lo propio es denostar lo ajeno; esa visión se ajusta al
nacionalismo colonialista, donde el esquema de relación es de ganar-perder. Los
jilgueros más afinados comprenden que reivindicar una nación no implica
denostar a las demás ni arrebatarles con rapiña; tal es el canto candoroso de
Martí, que no es el único en ese sentido. Cf. ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas.
[12] El cirial es clara alusión a la iglesia católica, que señala
causa el atraso americano, NA, Párrafo
4.
[13] Entonces Cuba era una colonia, la última gran herencia del pasado
colonial que los independentistas y patriotas del Caribe intentaban liberar. NA,
Párrafo 7.
[15] Al tema de la educación lo coloca más como causa del atraso y su
efecto en la situación de inercia y violencia de las sociedades americanas. NA, Párrafo 4.
[16] Insiste en que la población nativa no es violenta como parte de
su naturaleza, sino resultado de un resentimiento justificado y efecto de su
falta de educación. NA, Párrafo 8.
[17] “al hombre le es más fácil
morir con honra que pensar con orden” Párrafo 9. En el ensayo llamado Madre América, pone todavía más énfasis
en la conjunción de elementos contradictorios que integran al continente, pero
“¡Y todo ese veneno lo hemos trocado en savia!” en Madre América.
[21] “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre
la falsa erudición y la naturaleza.” NA, Párrafo 5.
[22] Coloca un gran énfasis en la falsedad del punto de vista
adquirido por gran parte de las élites criollas y mestizas que están aplicando
recetas extranjeras que no sirven; lo cual parece una ironía cuando se repiten
las llamadas “recetas neoliberales” que insisten en mantenerse estériles o
hasta contraproducentes en los países atrasados. NA, Párrafo 6.
[23] Gran parte del llamado se dirige hacia los esclarecidos como su
interlocutor válido, para que se alíen con sus propios pueblos y corrijan el
rumbo de sus naciones, tomando el ejemplo de Juárez y otros próceres
latinoamericanos. NA, Párrafo 7.
[25] NA, Párrafo 3. La carga emocional de la metáfora de la madre, se repite
con el tema del encarcelamiento en Madre
América.
[28] NA, Párrafo 4, “Con un decreto de Hamilton no se
le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyès no se
desestanca la sangre cuajada de la raza india.”
[29] NA, Párrafo 4, “La forma de gobierno ha de avenirse
a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de
los elementos naturales del país.”
[30] NA, Párrafo 12 “Los jóvenes de América se ponen
la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura
del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear.
Crear es la palabra de pase de esta generación.”
[31] “¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante
de las siete leguas!”, NA, párrafo 1. También la imagen final de un
Gran Semí, está ligada al plantar semillas fértiles a escala mítica, siendo
otra derivación de las divinidades vegetales, según notas de Cintio Vitier a la
edición del Centro de Estudios Martianos de 1991.
[35] Tal variedad de sentidos nos engaña fácilmente. Ese tan diverso apelar a lo natural del hombre
proviene desde los filósofos ilustrados, con vertientes en el hombre natural
bueno bajo la cáscara civilizada (Rousseau); pero también evoca al libro de la
naturaleza (positivismo científico), al argumento liberal sobre los derechos
naturales (Locke) y hasta la vertiente de Marx para un “valor de uso” natural
bajo la costra “valor de cambio” del capitalismo, Cf. MARX, Karl, El capital y Grundrisse.
[37] Deleuze y Guattari, Kafka por una literatura menor. El miedo
móvil de lo paranoico posee gran fuerza literaria pues unifica cualquier campo
y descubre innumerables sentidos; el opuesto dispositivo esquizoide, separa los
sentidos, fragmenta las realidades.
[39] NA, Párrafo 10. Esto implica la encarnación de la idea, al servicio de la
comunidad, al modo de un cognitariado
despertando y ajustando la contradicción enorme de un calendario atrasado. Las
naciones requieren su propia capa de cognitariado; sus intelectuales en
términos de Antonio Gramsci, Cf. Cuadernos
de la cárcel.
[41] NA, Párrafo 10, “que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y
plena”. El programa liberal se caracteriza por su acento en las libertades,
soberanía popular y los derechos. John Locke el primer gran pensador liberal, presenta
su visión en el segundo Tratado sobre el
Gobierno Civil.
[42] A final de cuentas,
el populismo predominó en el siglo XX latinoamericano, a excepción de Cuba, lo
cual resultó bien estudiado. Cf. IANNI, Octavio, La formación del Estado populista en América Latina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario