Por Carlos Valdés (Vázquez) (1928-1991)
Publicado en "Los narradores ante el público" (05/08/1965). Autor de El nombre es lo de menos, La voz de la
tierra entre otras obras, y fundador, junto con el maestro Huberto Batis,
de los míticos Cuadernos del viento.
Compartió créditos junto a las figuras clave de la literatura mexicana en “Los narradores ante el público” como
Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos
Monsiváis y José Emilio Pacheco entre los más destacados.
Creo en el poder de la literatura para
volver más auténtica y profunda la vida del hombre.
Creo que la existencia del escritor está
empeñada en la lucha con el estilo y la vida.
Creo que la ardua lucha con el estilo y
su dominio no bastan. Expresarse correcta y bellamente no basta.
Cuando el
escritor carece de un mensaje trascendente convierte su obra en un instrumento
perfecto, pero inútil, sin espíritu, como una de esas máquinas grandiosas y de
apariencia impresionante a las que sus inventores no les han encontrado objeto.
(Cuando hablo de utilidad no me refiero al pragmatismo económico, moral,
político o social, sino a lo que es útil al espíritu del hombre).
Creo que el compromiso del artista con la
vida consiste en conocer el mundo que lo rodea, en convertirse en testigo e
intérprete fiel de la naturaleza. En cierto sentido los métodos ordenadores del
artista superan a las leyes ciegas de la naturaleza. El artista impone el orden
y la armonía donde imperan las sombras y el caos.
Creo que el artista más genial es el que
logra penetrar en la esencia de las cosas y de los hombres, y domina el arte de
la claridad y la luz.
Creo que la vocación del artista y la del
santo se asemejan en su idealismo, recorren caminos paralelos, pero divergen
hacia puntos opuestos e irreconciliables. La subjetividad del artista desemboca
en formas concretas de culto; en cambio, el místico adora las abstracciones más
puras. El místico tiene más afinidad con el matemático y el filósofo; en
cambio, el artista se parece más a los locos y a los amantes. El artista es un
loco y un amante que goza de una conciencia y una lucidez deslumbradora,
conciencia muchas veces inadvertida para el propio artista, y sólo se revela a
través del trabajo y la creación.
Creo que la literatura presupone el
conocimiento de sí mismo; pero no se trata de un conocimiento analítico, sino
intuitivo. El artista sabe, pero muchas veces ignora de dónde proviene su
conocimiento. El artista puede aun ignorar muchos datos enciclopédicos, y hasta
equivocarse en las teorías que sustenta, pero lo redime la intuición, la
ciencia infusa que no se aprende en ningún texto.
Creo que la gran literatura es radical
porque penetra hasta las raíces de la existencia humana. No acepta soluciones
ni moralejas superficiales, advierte las contradicciones y las expone con
valentía revolucionaria.
Creo que el escritor debe ser libre en el
más amplio sentido del vocablo, y no convertirse en instrumento de intereses
ajenos a la literatura, y debe desafiar todas las convenciones, no transigir
con nada, ni retroceder ante la muerte o la locura.
Creo que el escritor no debe seguir
recetas ni preceptos establecidos. Cada artista debe encontrar su propio
camino, su voz propia.
Creo que los caminos de la literatura son
múltiples y misteriosos, y hasta a los guías más perfectos los ataca el vértigo
y la duda. Creo que en la literatura no hay nada escrito, ni definitivo.
Creo que la literatura no puede ser una
condecoración, un premio a la constancia del académico que se somete y trabaja
en la paz de los claustros universitarios.
Creo que el temple del verdadero escritor
se prueba en la lucha cotidiana, en el heroísmo cotidiano, en la vigilancia
cotidiana, en el trabajo cotidiano por mantener vivo y despierto el fuego de su
conciencia.
Creo que si la crítica, el pensamiento
analítico consigue descifrar el enigma de la literatura, ese día la literatura
y la poesía, carentes del misterio protector, se convertirán en ejercicios de
erudición intrascendente, en una especie de crucigrama para probar la paciencia
de los aburridos.
Creo en la literatura, creo en el poder
de la literatura para volver más auténtica y profunda la vida del hombre.
Creo en los que creen en la literatura,
en los humildes de espíritu que aceptan el misterio, y que sólo atinan a ser
humildes y esperan con fe el milagro de la iluminación.
Creo que en el reino de la literatura los
esfuerzos fácilmente se convierten en polvo y en humo, y el mayor pecado es la
vanagloria. La indigencia es el castigo del que todo cree tenerlo. Los artistas
sin excepción deben esforzarse por encontrar su camino, porque muchos empiezan
la jornada, pero pocos ven el término de sus fatigas. La literatura es una
profesión de desesperanza. El que no trabaja se halla condenado al fracaso y al
olvido. El artista laborioso ha recorrido la mitad del camino; pero que nadie
afirme con vanagloria: “Estoy salvado”, porque sólo la caprichosa y esquiva
gracia es capaz de salvarlo.
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