Por
Carlos Valdés Martín
Para
quienes somos clientes y amigos de los Abogados este día provoca júbilo al
compartirlo;[1]
acudimos para celebrar la presencia de esta antigua profesión que siempre
acompaña a las Leyes. Los Abogados son indispensables porque las Leyes no
funcionan por sí solas ni en automatismo maquinal; cuando el entorno es
adverso, hasta las mejores leyes se vuelven “letra muerta”.
Thomas
Moro creyó que los abogados y jueces eran prescindibles en su tierra llamada Utopía porque sus Leyes resultaban
perfectas; pero reconocemos que el literato provocó una ilusión, agradable a
los tiranos y a los narradores de prodigios. (Porque la Utopía de Moro es ficción literaria, donde —amplificando la línea
de los excesos— los camposantos serían superfluos al desaparecer las muertes). Aceptamos
el principio de que para que funcionen las Leyes debe acudir la Razón para
interpretarlas y a la Voluntad decidida para defenderlas.
Además
no basta una buena Razón, sino que se deben conjuntar varias cualidades humanas
en la profesión del Abogado. La meta vale la pena, pues el buen Abogado es
quien salva a los inocentes en las condiciones más adversas.
"Success is walking from failure to failure
with no loss of enthusiasm"
Winston Churchill
Dos inocentes tras el ataque de las hienas
Esta
es una anécdota de una antigua travesía en los linderos del África Subsahariana
que se dirigió hacia las fronteras del viejo Egipto.
A
la mitad de un paraje desértico sin caminos marcados, dos chicos se acompañan
en su primer viaje ritual; provenientes de distintas familias, son dos casi niños[2] que en riesgo, según la
costumbre del primer viaje para los Béberes (lo que en otras regiones se nombra
como Beduinos), lo hacen sin las habilidades suficientes para orientarse entre
las ardientes arenas. Dirigiéndose hacia los montes Atlas se extravían
empujados por tormentas de arena (esas enormes masas de oscuridad que cubren
hasta el horizonte y soplan sin descanso, confundiendo los sentidos), hasta
quedar las márgenes del antiguo Egipto; uno anhelando colocar candeleros de
bronce y el otro, sal en grano (no se piense en grandes cantidades, sino una
mínima dotación ya que esta travesía es simbólica).
(Para
una mejor descripción de estos jovencitos: El mayor se distingue por unos ojos
color mar; atribuidos a que su madre se mojó los pies en la playa durante un
viaje un tiempo antes de que él naciera. Además de tales ojos de mar, se
caracteriza por una intrépida alegría, rápido para correr y el primero en los
juegos. El menor encierra una mirada ceniza, de ojos más oscuros que lo
habitual; atribuidos a que su padre exploró una cueva, donde alojó a su madre
antes de parir. Es la oscuridad de las grutas terrestres lo que encierra en sus
ojos. El menor creció melancólico, reservado y prefiere no participar en los
cantos nocturnos alrededor de las hogueras; prefiere mirar las estrellas y
escuchar la voz del desierto. La tribu atribuye esa tristeza a que perdió a su
madre por una fiebre siendo aún un crío.)
(Tras
dos días de tormentas de arena, deciden descansar; la adversidad ha sido muy
superior a la esperada. Su confianza para orientarse en mitad de las arenas
candentes ha quedado vulnerada. Las provisiones ya escasean y se preguntan cómo
llegar a un sitio dónde obtener alimentos.)
Ellos
descansan fuera de ruta, cuando sobre una loma cercana de improviso una manada
de fieras hienas,[3] se
aproxima amenazante. Esas bestias avanzan a grandes zancadas y gruñendo
hostiles: en un pestañeo rodean el sitio.
Ante
el movimiento envolvente de los animales los chicos quedan sitiados. Ellos se
colocan espalda con espalda, mientras apresurados toman largos candeleros; con
acierto, espalda con espalda, así no presentan ese punto vulnerable. Una docena
de bestias hambrientas los rodean procurando encontrar el punto débil.
Las
hienas se acercan con fiereza pero también con cautela, cuando se atreven entonces
un candelero alcanza a golpear hocicos. El ruido y alboroto cruza el silencio
del desierto y llama la atención de unos guardias fronterizos[4] que toman rumbo hacia la
pelea.
Los
guardias se aproximan alarmados, pues todos los animales de la región por
decreto pertenecen al Sultán,[5] y lo que observan a la
distancia les hace suponer que hay contrabandistas o cazadores furtivos. El
capitán de guardias ordena alejar a las bestias y detener a los dos
sospechosos.
Los
chicos divisan que han llegado sus salvadores por lo que gritan con júbilo, pero
los guardias hablan otro idioma por eso interpretan los gestos como una ofensa.[6] (Con señas de lanzas y
espadas apuntando obligan a que los chicos se sometan. Les atan las manos a las
espaldas y examinan a los dos camellos que cargan sus bultos; ahí descubren una
daga.) Además los guardias encuentran permisos específicos para comerciar con otro reino, porque los chicos habían
perdido el rumbo.
Quedan
detenidos y junto con sus mercaderías enviados hacia la capital. (Sorprendidos,
con hambre y resignados los chicos emprenden el camino. Al menos sus captores
les dan agua y eso los revitaliza. Entre los chicos comentan sobre la
dificultad inesperada y con los signos del cielo calculan cuánto están fuera de
ruta.) Luego de días de travesía, (llegan a la ciudad, que los maravilla y
atemoriza; los chicos son habitantes del desierto, su vivienda habitual es una
pequeña aldea. Un jefe malhumorado los recibe; interrogando a los guardias el
doble, por si esa captura podría ser señal de un grupo mayor de nómadas. Intenta
interrogar a los chicos sin resultados por la barrera del lenguaje).
Los
envían hasta una oscura y maloliente celda para esperar el Juicio. (La cárcel
es muy pequeña; un oscuro sótano con una única ventana y una vasija maloliente por
todo baño. Por compañeros de celda hay un enfermo casi moribundo acusado de
profanar reliquias y un corpulento ladrón que ya había perdido una mano en
castigo; ambos están en espera de una pena capital. El celador es un truhan sádico
que gusta de soltar una serpiente —que no es venenosa— en las tardes para
atemorizar a los encerrados.)
Ninguno
conoce el idioma ni las leyes del sitio. Atemorizados por las hienas y
encerrados en una oscura mazmorra, suspiran y miran al cielo (oculto por un
techo burdo) implorando por un Ángel Guardián[7] que los ampare en un
trance tan difícil.
En
esos tiempos, los juicios se hacían en la Corte real y sus sentencias eran
sumarias.
Los
chicos son presentados con el Juez de la Corte, donde los guardias muestran el
cargamento sin permisos ni pagos de impuestos, un arma escondida... El Juez
encargado de momento advierte la hipótesis de una culpabilidad inmediata que
condenaría a los chicos a una esclavitud forzada. En esos tiempos, las faltas
eran castigadas con enorme severidad.
(Seguramente
ya se preguntarán ¿dónde surge el abogado? Aquí precisamente y es el paladín de
esta narración, el Ángel Guardián…)
Por
fortuna, en esa Corte regularmente acudía un Abogado generoso, bien estimado
hasta por el Sultán mismo, debido a sus conocimientos y recto criterio.
Con
habilidad el Abogado indica a un Intérprete para dar la información indispensable.
Pronto se da cuenta que los chicos son Béberes con quienes este reino juró Tratados
desde la XXII Dinastía de Egipto,[8] por lo cual está permitido
su libre tránsito y la portación de armas. Aclara que los viajeros no destinaban
la carga a ese reino por lo cual no están obligados a un impuesto, sin embargo,
con el desvío forzoso debe permitírseles realizar sus mercaderías en la plaza
sin cargo alguno. Para abreviar: el Abogado de la defensa fue eficaz y exitoso
(el auténtico Ángel Guardián que restableció la balanza de la Justicia,
empleando sus conocimientos para amparar a los inocentes y dando a cada quien
lo que en justicia le corresponde.)
Conclusión
Conforme
esta narración, los clientes solemos mirar a los buenos Abogados como Ángeles
Guardianes que acuden para protegernos en cuestión de Leyes. Han transcurrido
siglos desde esa anécdota y los clientes seguimos siendo como Niños que
desconocemos de Leyes, nos aventuramos por Desierto sin experiencia suficiente
y cuando sufrimos un ataque inesperado, nos colocamos entre las Hienas
metafóricas de nuestra sociedad.[9] Los ciudadanos, en lugar
de armas legales, para nuestra defensa empleamos candeleros e improvisamos
argumentos sin fuerza jurídica. Cuando el problema “está que arde” nos urge la
presencia de un abogado Ángel de la Guardia que nos salve de la incomprensión y
la amenaza de un Juicio adverso. Por eso buscamos Abogados con Compromiso,[10] la cual es una palabra
fuerte, porque el Compromiso implica está completamente en la mitad de una
situación, completamente situado por una realidad que no permite una salida
fácil. La dificultad es la materia de los buenos Abogados, que son capaces de
explicar su Compromiso a sus defendidos y obtener un resultado excelente en
cada juicio que enfrentan.
Gracias
a los Abogados, este mundo es menos desierto y menos caos de Leyes
incomprendidas o mal aplicadas.
Contexto
La
celebración del Día del Abogado comenzó en México el 12 de julio de 1960 a
propuesta del Diario de México, el
Presidente de la República, el Lic. Adolfo López Mateos, declara Día del
Abogado. Fue empleada esa fecha pues comenzó la cátedra de derecho ese mismo
día del año 1553 se impartió la primera cátedra de Derecho en México en la
Universidad Pontificia a cargo de Fray Bartolomé Frías y Albornoz.
[1] Discurso pronunciado
el día del Abogado, 12 de julio de 2017, en el evento organizado por la
Confederación Nacional en Seguridad y Justicia de México, A.C., presidida por
el Dr. Jorge Miguel Aldana Ibarra. Las partes entre paréntesis son aclaraciones
y partes que dejé fuera de discurso por motivos de brevedad.
[2] El tránsito hacia la
mayoría de edad de antiguos pueblos, desde nuestra perspectiva, es un
disparate, pues entre los 9 y 13 años se les otorgan las responsabilidades de
adultos.
[3] El relato supone que
son hienas, las cuales no suelen ser cazadoras sino más bien carroñeras; pero
siendo un evento en mitad de la nada y en los linderos de antiguos reinos, la
identidad precisa de los animales se ha extraviado. Recordemos que la variedad
del chacal era divinizado en el antiguo Egipto, siendo representado en Anubis,
el guardián de los muertos.
[4] Si bien los antiguos
no establecían las fronteras con mucha precisión, sí era práctica común colocar
signos de fronteras (así para los romanos Término fue una deidad representado
por una cabeza en una columna enterrada con la misteriosa cualidad de ser
inamovible) y dejar pequeños destacamentos militares en puntos de vigilancia,
sitios ceremoniales remotos o rutas comerciales.
[5] La primera conquista
de Egipto por las primeras dinastías fue bajo los reinos Omeyas, caracterizados
por su tolerancia y progresismo, muy distintos de la interpretación fanática
del islam de siglos posteriores.
[6] La agitación de los
candeleros sobre las cabezas para saludar queda malinterpretada; agreguemos una
palabra “becos” que en idioma Beocio significa pan, pero que los guardias
interpretan como un insulto. Herodoto la indica como la primera palabra según
un experimento faraónico, en sus Historias.
[7] Los diferentes
pueblos creen en sus propios Espíritus guardianes, la creencia en ángeles como
figuras aladas fue extensa entre los pueblos del desierto.
[8] Los antepasados de
los Béberes integraron un ejército formidable que abatió a una dinastía egipcia
y se integraron en esa sociedad durante la Dinastía XXII.
[9] Para una hipotética
sociedad utópica de leyes perfectas, según el libro Utopía serían inútiles y
hasta perjudiciales los abogados: “en 1516, el sistema legal de Utopía creado
por Tomás Moro (Thomas More) también excluyó y prohibió completamente a
abogados, procuradores y gestores, los cuales llevan las materias hábilmente y
disputan de leyes sutilmente. Pues creen más adecuado que cada hombre defienda
su propio asunto y cuente al juez la misma historia que contaría a su abogado.
Así habrá menos divagaciones en las palabras y la verdad aparecerá más pronto a
la luz (…) Esto es difícil de ser observado en otros países con tan infinito
número de ciegas e intrincadas leyes (…) en Utopía (…) todas las leyes, dicen,
se hacen y publican con el único propósito de que a través de ellas se
recuerden a cada hombre sus deberes.” Tomado de la página de Carlos Pérez
Vaquero, http://archivodeinalbis.blogspot.mx/2013/03/conquistar-america-pero-sin-abogados-ni.html.
Esa hipótesis de perfección de la ley haría inútil toda ciencia, pues la mente
humana sería capaz de penetrar la verdad sin ninguna auxilio.
[10] La teoría de Ortega
y Gasset sobre la integración completa entre “el hombre y su circunstancia”
implica con claridad el compromiso, pues nunca escapamos a nuestra circunstancia por eso estamos
comprometidos, y más vale que lo asumamos con plena conciencia. Véase, El tema de nuestro tiempo.
[11] Aproximadamente del
siglo VIII a. C., para su principal biógrafo ya era un personaje legendario. La
leyenda le atribuye la creación de todas las originales y peculiares leyes e
instituciones de Esparta; en particular, sus dos principales méritos se han considerado
la institución del Senado y la decisión de morir fuera de la ciudad para que
los espartanos respetaran sus legislaciones. Véase Plutarco, Vidas paralelas, capítulo “Licurgo”.
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