Por
Carlos Valdés Martín
Entre
las puertas memorables, merece distinguirse una “puerta que no existe”, nacida
de la inspiración de Gustav Meyrink, con una evocación vinculada a Jorge Luis
Borges. Un ensayista anota: “un alto cuarto de la Antigua Escuela: aquel cuyo
único acceso es una ventana enrejada que da a la calle.”[1]
La
novela El Gólem sucede en un
laberinto doble que teje la ciudad de Praga centrada en su gueto judío (jewish ghetto) y con un protagonista que
suele sentirse otra persona, incluso hasta él mismo creerse la arcilla que
cobró vida por el conjuro de un rabino. Insistamos en la observación del
ambiente: el cuarto sin puertas resulta un complemento perfecto para una ciudad
laberinto, pues inventa una trampa contra la arquitectura ordinaria y humana;[2] mediante su situación
ilógica el cuarto sin puertas abre
una grieta para lo sobrenatural, para encerrar
a la potencia del Gólem. El cierre material sirve durante 33 años, hasta que el
calendario abre la metafísica conjura y suelta el prodigio. Lo mismo el
laberinto ciudad, que prolonga encierros hasta que se desata una salida
inverosímil.
Acceso al Más Allá
El
texto fantástico nos ofrece un acceso
al Más Allá, aunque —por paradoja—los accesos ordinarios han desaparecido; así esa
utilidad desaparecida nos invita a
reflexionar sobre la inutilidad que rompe el paradigma de lo cotidiano. Para
eliminar el sentido de lo cotidiano el creador literario emplea el recurso de ausentar
una puerta o un día o una noche o un año. Una vez que ha desaparecido el
sentido de lo cotidiano se aborda el espacio sobrenatural, en este caso
observamos una arquitectura desconocida.
Cualquier
habitación posee al menos una puerta para su acceso; quitarla implica inventar una
entidad contrahecha que pierde su servicio cotidiano. En el caso de El Gólem permanece un acceso irregular
mediante una ventana enrejada, que se conjuga con una bisagra temporal
representada por el periodo de 33 años. El acceso resulta extraordinario durante
una fecha extraordinaria, que indica la datación fuera de lo común, aunque
rigurosamente repetitiva, que aparece con el transcurso calendario.
Inutilidad del extremo de la serie
La
“serie” resulta un concepto útil para
establecer las conexiones, sin requerimiento mayor que una contigüidad, la mera
conexión de uno con otro, de tal manera que después se descubra cuál clase de
conexión.[3] Borges descubre ese tipo
de relación en su poema dedicado a la creación del Gólem: “¿Por qué di en
agregar a la infinita serie / un símbolo más?”[4] Por su facilidad de
conexión, la “serie” acepta con avidez los agregados, para seguir tejiendo
relaciones; aunque —a veces sorpresivamente— tropieza con finales, donde surge
el acabamiento de la serie.
¿Para
qué sirve un cuarto sin accesos ordinarios sino con una ventana enrejada? La
novela nos sugiere que sí sirve para ocultar un prodigio y para provocar la
posición del Arcano del Tarot llamado el Ahorcado o Colgado, personaje que está
colgado de cabeza. La primera función es ocultar durante 33 años el secreto del
Gólem y la segunda es provocar una visión invertida.
¿Qué
implica una visión invertida según la carta del Tarot 12 del Ahorcado? Implica
el salto del paradigma y adquirir un punto de vista posible pero en extremo inusual.
La inversión de las ideas fue preconizada por Marx respecto de Hegel,
presumiendo que había vuelto a poner en los pies la dialéctica, pasando del
idealismo al materialismo.[5] En esta novela legendaria
es el paso de lo físico a lo metafísico: el personaje se sumerge en el código
de lo imposible. El argumento de la novela implica que el protagonista pasa a
ser el otro en dos versiones principales: su mente se extravía siendo un Gólem
y también como el protagonista “Athanasius Pernath” por el pretexto baladí de
una confusión de sombreros. A final de cuentas, el protagonista no resulta ser
ni uno ni otro, permanece como una sombra que transita entre confusiones
metafísicas de personalidad y desdoblamientos laberínticos entre la antigua
Praga con sus barrios judíos. En ese sentido, el cuarto sin puertas resulta una
especie de Arca de la Alianza, pero empotrada y escondida en el laberinto de
Praga, donde la alianza más discreta no es con Dios sino con un Más Allá menos
pretencioso. El contenido de esa Arca es espantoso pues ese Gólem revivido cada
33 años es capaz de sufrir más que de gozar, capaz de aterrar más que de
servir, y resulta una especie de efecto “demiurgo de la torpeza”, advertencia
al estilo de Dédalo (fabricando el Laberinto), Ícaro (armando las alas de la
caída fatal) o Dr. Frankenstein. En el segundo sentido, también balancear al
Ahorcado para que mire en sentido inverso las realidades, otorga un beneficio
inesperado, la simple visión de lo radicalmente
distinto trae beneficios. Ahora bien, obtener por un instante la visión del
Ahorcado resulta en una especie de enceguecer por exceso de luminosidad;[6] el chispazo de Más Allá (o
del espejo de sí mismo en otro) no se logra asimilar por el personaje.
La piedra grasa y su antagónico proceso VITRIOL
Asimismo,
la metáfora inicial de la novela y la escena correspondiente al Ahorcado se
refieren a una desconcertante piedra con textura de grasa o cebo. Esa
conversión de la dura piedra (material propio de la construcción y más si se
trata un masón que busca el alquímico VITRIOL) hacia la engañosa grasa.
Ahora
bien, el famoso acróstico alquímico se interpreta en dos direcciones
contrapuestas de su serie. Una dirección es la dureza cual ácido más fuerte,
por un efecto “vitriólico” donde la acidez es extrema y se interpreta
materialmente en ácido sulfúrico. La dirección opuesta busca la piedra más dura
mediante un procedimiento reflexivo, visita a la tierra para la encontrar de la
piedra efectivamente dura que se representa en el Yo. Cuando se unen las dos
direcciones VITRIOL se refiere a la aplicación de una disolución enérgica hasta
encontrar el núcleo duro del Yo, en otras palabras, implica el descubrimiento
de la Autenticidad.
La
trasmutación fallida de una alquimia paradójica de la piedra a la grasa define
el tema clave. La novela comienza con esa revelación del tránsito de la piedra
hacia la grasa, que resulta desconcertante hasta para el Buda; la visión de la
caída arrastra lo mismo y el final de la historia merece esa indicación. En
términos de lo arriba señalado, la novela comienza con la falla en la dureza de
la piedra interior, la falsificación del descubrimiento del VITRIOL para
toparse con grasa blanda en lugar del Yo duro.
De encierros voluntarios: caverna de sabiduría y
panza de ballena
Cuentan
que Montaigne al envejecer ejerció casi un encierro voluntario en su castillo,
aunque presumía que en días de peligro dejaba abiertas las puertas de su
propiedad para no tentar a los bandoleros y dando a entender que él no
encerraba riquezas.[7] Él
ofrece ejemplo del confinamiento que no sea físico sino voluntario… El encierro
sucede con o sin paredes, basta trazar un círculo mágico de tiza en el piso
para contener a un demonio, o mejor todavía establecer la sutil separación
entre los derechos y deberes del individuo civilizado. Resguardarse cada día en
una habitación para dormir representa un breve encierro voluntario, que solemos
aceptar cual signo universal de merecido descanso.[8]
Las
metáforas de la sabiduría y su revelación transitan por las cavernas. El sabio
se encierra voluntariamente en una caverna o bien involuntariamente dentro del
vientre de una ballena que es la
metáfora de una cueva viva y flotante. En el relato de Elías la cueva lo recibe
tras la desesperación, cuando siente el fracaso, con el lamento de "Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues
no soy yo mejor que mis padres".[9] En algunos casos, la cueva
implica la preservación del Yo, pero en otros es la hipótesis de su disolución;
cualquiera de ambos extremos implica la posibilidad
del acceso a la sabiduría o su fracaso definitivo; entre ambos extremos la
desesperación resulta lógica. La escena del personaje dentro del cuarto sin
puertas (la metafórica caverna) le provoca desesperación y le conduce hacia una
posición inusitada, que representa a manera del Colgado del Tarot. En posición
invertida la visión cambia, para algunos se alcanza la sabiduría, para otros un
evento fuera de lo común que no termina de asimilarse.
La extraña puerta hermafrodita
¿Qué sucedería si al cuarto también le
arrancamos su única ventaja? Cual cíclope enceguecido termina por metamorfosearse
en tumba, según nos recuerda el Barril de
Amontillado de Allan Poe. Clausurar la última abertura convierte al recinto
en una tumba, de ahí lo importante que resulta conservar una ventana si ya
desapareció la puerta. Sin embargo, esa afirmación de una clausura final no
sirve demasiado sino para desenlaces o para terminar personajes, esto es, el
cuarto sin puertas ni ventanas deja de ser habitación. Si esta última
metamorfosis señala el tránsito del cuarto hasta la tumba, debemos reubicarnos
en la literatura fantástico-metafísica de Meyrink. Cuándo la identidad se
extravía ¿para qué insistir en la diferencia entre habitación y tumba? ¿para
qué insistir en la separación entre este personaje con un sombrero y el
protagonista ubicuo Athanasius? La puerta ausente podría ser remplazada con el
extraño portal de doble hoja al final de la novela, en el cual una hoja se
representa masculina mientras la opuesta es femenina, de tal manera que dibuja un
resultado hermafrodita.[10] Siendo tan insólita esa
última puerta, sin embargo, no resulta perturbadora porque protege un jardín de
perfección, correspondiente al jardín edénico traído a la tierra, donde habita
la nueva figura de un Athanasius “auténtico”, ya maduro y sin las agitaciones
del protagonista de la novela El Gólem.
Al final de la novela han desaparecido los angustiosos antagonismos y se
resguarda un jardín edénico.
NOTAS:
[1] Con acierto el
ensayista Omar González anota
repetidamente la presencia de esa misteriosa arquitectura de un cuarto sin
puerta, para conectar entre Meyrink y Borges alrededor de El Gólem. En http://notasomargonzalez.blogspot.mx/search/label/Meyrink.
[2] Mientras el “cuarto
separado” (imagen destacada por Virginia Wolf) marca con acierto la soberanía
de la conciencia que busca su fuero interno, al darse un paso más con la
imaginación, el “cuarto sin puertas” empuja más allá de esa conciencia lúcida y
reflexiva, para encontrar el portento quimérico.
[3] Gilles Deleuze, Lógica del sentido y también Jean Paul
Sartre en la Crítica de la razón
dialéctica.
[4] Jorge Luis Borges su
poema “El Gólem”. Con su descomunal inteligencia, el argentino advierte que lo
escandaloso del personaje vitalizado por el rabino está en un pliegue más al
infinito, ese agregarse sobre la serie infinita de la divinidad merece el signo
de admiración.
[5] Resulta una tesis
equívoca, pues los sistemas de pensamiento son tan complejos que resulta imposible
la simple inversión, Marx retrocede
ante la fase de la Fenomenología del
Espíritu de Hegel para simplificar y argumentar que la misma materia ha de
progresar cual espíritu; por eso cabe la hipótesis de que Marx se paralizó ante
la genialidad de la “Dialéctica del señor y el siervo” (el amo y el
esclavo).
[6] Conforme el inocente
aprendiz de brujo abre el caldero o el Gran Libro quedando deslumbrado. “Der
Zauberlehrling” de Johann Wolfgang von Goethe. El francés Paul Dukas adaptó el poema a una pieza
sinfónica de 10 minutos: “L’apprenti sorcier”. El cinematógrafo volvió a
consagrar la pieza, en Fantasía de Disney.
[7] La paradoja entre el
encierro y la arquitectura misma de los castillos medievales queda remarcada en
ese argumento de Montaigne en sus Ensayos.
[8] Al menos que poseamos el manto estrellado para cobijarnos, cual
la leyenda del gaucho Martín Fierro,
caso extremo del nomadismo que no sirve para regir las aspiraciones actuales.
1 comentario:
Hola!! Una gran entrada, sumamente interesante. Es la primera vez que me paso por aquí, así que ya me tenéis como seguidora. Os invito a mi blog por os queréis pasar, sin compromisos. Besos!! elaventurerodepapel.blogspot.com.es
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