Por Carlos Valdés Martín
Un lector ávido se deslumbra cada vez
que un científico, uniendo saberes duros y amplia cultura, se adentra por una
audaz especulación y comparte su cátedra científica, vinculándola con el horizonte
esencial. Este es el caso de Jacques Monod, laureado como Premio Nobel 1965 de medicina
y con una célebre indagación filosófica[1] en
el libro El azar y la necesidad,
editado originalmente en el año 1970. Su tema sopesa la definición misma de la
vida en base a descubrimientos recientes de la biología como las enzimas y el
DNA, para relacionar estas definiciones con la entera existencia individual y
colectiva. Sin embargo, la misma formación de científico natural corresponde
con algunas debilidades cuando rotula el terreno de la ciencia social y la
especulación.
Máquinas que se conservan regulares y se reproducen
La definición establece el eje inicial del
conocimiento del objeto, y para conquistar esa precisión el libro comienza desde
una imagen tan técnica sobre la vida, que suspiramos conmovidos por la forzosa ingenuidad
de los antecesores en el campo la biología.[2] Desde
el comienzo el autor justifica que el tema biológico es capaz de conmocionar a
las perspectivas humanas y filosóficas, compartiendo sus resultados y haciendo
propuestas para compatibilizar conceptos.[3] Con
puntual elegancia, Monod debe de recordarnos las dificultades que acontecen al
distinguir entre los objetos naturales y los artificiales, cuando tratamos de
considerar esto desde un punto de vista "ingenuamente"
extraterrestre. Su indagación inicial define que hay dos principios propios de
organización específica de los seres vivos, las cuales se designan con
neologismos: invarianza y teleonomía.
La invarianza
revela el secreto de la reproducción, esa peculiar característica de los seres
de vivos la generar descendencia que continúa la estirpe, donde mantiene los
mismos rasgos exteriores e interiores de los progenitores y por eso mismo permite
continuidad para las especies. La llave mágica del sostenimiento de los
caracteres heredados se había descubierto unos pocos años antes del escrito
comentado, con la clave del código genético del DNA. Antes de la resolución de
esta fórmula material y tan compleja, a la vez conteniendo entera la
información vital dentro de la estructura más elemental, arroja luz sobre todo
el conocimiento biológico, dando fin a una disputa milenaria entre distintas creencias
en ese campo. Así, pues la tendencia esencial de los organismos vivos mantiene
sus rasgos y eso presenta una peculiaridad excepcional frente al resto de la
naturaleza, donde la mayoría de los procesos no se perpetúa individualmente,
sino que presenta una dinámica, que anotamos como a la deriva, donde transita
de una forma a otra, de un estado a otro, de un componente químico a otro, de
un nivel de energía a otro. Sistemáticamente el texto califica a los seres
vivos con máquinas que se reproducen
a sí mismas.[4]
El otro rasgo abarca en conjunto de las funciones
metabólicas a las cuales abarca en la teleonomía,
se trata de la eficiencia para orientar funciones hacia ciertos fines, y aquí
fines lo usa en el sentido laxo de ciertas metas programadas materialmente. Es
decir, los seres vivos presentan un proyecto en su ser material (también se le
llama “morfogénesis autónoma”)[5] y
ese está marcado el mantenerse y reproducirse, para lo cual se despliega una
gama muy variada de actividades, desde las micro a las macro conocidas, como:
alimentarse, metabolizar, protegerse, etc. Esta variedad de actividades permite
que se cumpla una meta de fondo.
En general, el desempeño de los seres vivos está
marcado por una gran eficiencia material, pues para cumplir sus diferentes
funciones bioquímicas ofrecen excelentes resultados en un sentido de regulación
de flujos de energía, reúso de residuos, regulación de los subproductos
materiales de sus procesos, etc. A esto lo considera Monod incluso un fenómeno
desconcertante pues hasta contradeciría las teorías de la termodinámica más
aceptadas, pero cree que ocurre algo que lo explica sin contradecir la entropía
de manera directa. Esa eficiencia de los seres vivos la llama su performatividad
(del inglés performance: acabado de calidad).
Entonces al mantenimiento de la regularidad
(conservación de la vida) y su continuidad (reproducción bajo el signo de la invarianza) debemos agregar el
dispositivo de la eficiencia (llamada performatividad)
como rasgos de la vida. Aristotélicamente ahí estaría la diferencia específica
respecto de las demás máquinas conocidas.
Especulaciones en torno a la conservación y la evolución
Si se abandona el terreno ingenuo de que todo ha sido
así siempre y que no existen más posibilidades, entonces la conservación como
tal resulta sorprendente. Si se parte de la infinidad de interacciones posibles
dentro del mundo natural en un campo tan delicado como las relaciones químicas,
entonces resulta sorprendente que una pauta natural de una complejidad apabullante
—la del organismo vivo— se conserve inalterada durante millones de años. La
interrogante antigua era en torno a ¿puede ocurrir el cambio? y la interrogante
de Monod es la contraria ¿cómo se mantiene inalterada la vida? Claro no se
trata de negar la evolución, sino preguntarse por qué ésta no sucede más
radical, más abrupta y cómo van a mantenerse inalteradas especies durante
millones de años, "un hecho en verdad más paradójico que la misma
evolución"[6].
La respuesta está en la naturaleza del DNA, que es un
código que establece el mecanismo replicador de la célula y que no posee una
reversa[7],
en el sentido de que la información siempre opera en el mismo sentido,
partiendo del centro de la información genética para ordenar al organismo, y
sin que el medio influya en algo sobre esa información genética (más que en el
sentido de una alteración casual: agente mutágeno
como la radiación). De ahí, que el sistema genético sea "totalmente,
intensamente conservador, cerrado sobre sí mismo"[8].
En este sentido, toda la organización del mismo DNA, equivalente a decir la
organización del organismo vivo está cerrada ante los influjos del exterior, en
el sentido de ninguna ductilidad para convertir los estímulos exteriores en
información genética. El funcionamiento correcto del mecanismo del DNA
implicaría una imposibilidad de evolución, pero ésta se impone por alteraciones
accidentales discretas de la secuencia de la doble hélice genética. Entonces
mutaciones genéticas azarosas son "la única fuente de modificaciones del
texto genético"[9] y
entonces se eleva el papel del azar microscópico al frente del escenario de la
vida, la variedad de las disposiciones genéticas dependen de microscópicos
cambios casuales. Entonces podríamos colocar esto como el principio activo de
la evolución, la fuente de los cambios en las generaciones y a partir de esto
la posibilidad de la selección natural de variaciones de las especies.
Este principio activo de las mutaciones lo considera
Monod radicalmente azaroso. Por un lado, a nivel del micromundo afirma que
imperan las condiciones de la indeterminación de acuerdo a la teoría cuántica.
Luego está el sentido azaroso de la coincidencia de dos series de eventos
necesarios, pero cuyo cruce es indeterminado como el encuentro entre un agente
químico mutágeno y la cadena DNA. Finalmente, está la relación no necesaria
entre el cambio en la información genética misma y el resultado a nivel de las
transformaciones de proteínas de las células, es decir, el resultado de cambio
funcional del ser vivo, el resultado evidente de la macro evolución determinada
por una micro mutación.
En este punto, Monod quiere aclarar que la evolución
es meramente el resultado azaroso y entonces quedaría refutada la
interpretación de un progreso de la vida, predeterminada en el plan del
Universo, como se deprende de Hegel, Comte, Engels, etc. El resultado de la
evolución vendría de una fuerza de transformación caracterizada por su entera
libertad, que carecería completamente de cualquier tipo de intención o de
tendencia propia. Sin embargo, aquí hay una observación al argumento de Monod,
quien considera al conjunto como disuelto en casi un éter inexistente. Esto lo
justifica planteando que la evolución misma no define una propiedad de los organismos
(pues si fuese lo contrario entonces había una tendencia hacia la perfección),[10]
sino fruto de una imperfección en su mecanismo conservador: la mutación micro
genética. Aquí, se le escapa el matiz de que el conjunto nunca implica el lado
irreal para las partes y que el cambio no es la ruptura de la continuidad, en
fin, lo que escapa al científico natural, es la hipótesis (dialéctica,
estructura, totalidad) de la forzosa interdependencia de cada parte hacia un
contexto. Pero el esquema propuesto por Monod nunca es descabellado, como casi
siempre el científico natural permanece realista (de modo sistemático o espontáneo)
y reconoce una serie de rasgos comprobados del problema, aunque flaquea para redondear
la argumentación.
Monod reconoce que el tránsito de la mutación hacia
la selección natural (el resultado de la evolución) va en un sentido de
perfeccionamiento. "Las únicas mutaciones aceptables son, pues, las que
por lo menos, no reducen la coherencia de aparato teleonómico, sino más bien lo confirman en la orientación ya
adoptada"[11]. Esto señala
en el sentido del perfeccionamiento, por vía de la especialización de seres
vivos y "mejora" de las especies. En el calendario, el sentido de la
selección natural va hacia "la tendencia general ascendente de la
evolución, perfeccionamiento y el enriquecimiento del aparato teleonómico"[12]. Aunque
Monod alerta que este argumento no se convierta en una ilusión del proyecto de
perfección religioso u optimista de la dialéctica ordinaria, sino en la
confirmación del segundo principio de la termodinámica, donde plantea que la
diferencia de especies es irreversible[13].
Las mutaciones de la humanidad
Aunque sea como un pequeño ejercicio especulativo
resulta interesante el planteamiento del número estimado de mutaciones dentro cada
generación humana. Sin que sea una cantidad comprobable "se puede estimar
que, en la población humana actual (3 X 109) se producen, en cada
generación, de unos cien a mil millares de millones de mutaciones"[14].
El número de mutaciones por generación, en sí mismo resulta impresionante, sin
embargo, la mayoría de los acontecimientos son microscópicos y no se observan
reflejándose en el nivel macro del organismo. La mayoría de las mutaciones se
pierden sin dejar rastro, pero la base del genoma humano está en proceso de
evolución. La evolución biológica humana no ha terminado sino que la observamos
a escala planetaria. Es una circunstancia imposible de evadir, pero
preferiríamos evitar su conciencia por cierto desgarramiento doloroso, por la
mera idea de una diferenciación radical de la humanidad, que si bien
especulativamente es permisible, la experiencia concreta del racismo y la
discriminación sexual revela una contradicción con la aspiración universal: su
integración pacífica inclusiva con sus diferencias.[15]
Sin embargo, la evolución por mutación de las
especies en el sentido biológico opera a una escala de impresionante lentitud
(porque incluso cien mil millones de mutaciones son un ritmo insignificante
para lo que exige la reorganización funcional de una especie, como el
surgimiento de un nuevo sistema como el esquelético) si la comparamos con el
ritmo específico de una evolución donde lo esencial ocurre fuera de los cuerpos
(contra Foucault), porque ocurre en la transformación no corporal (que es
secundaria) sino en la modificación del espacio cultura-material por la
producción de la vida de la especie: la historia. En cierto sentido, este salto
cualitativo lo reconoce Monod: "el lenguaje simbólico, acontecimiento
único en la biosfera, abre el camino a otra evolución, creadora de un nuevo
reino, el de la cultura, de las ideas, del conocimiento"[16].
Ahora estamos, sumidos como humanidad en una nueva evolución, para lo cual
debemos entrar en nuevas consideraciones. La misma evolución biológica estricta
de la especie es sobre un carril específico, pues la evolución física del cuerpo
"se ha centrado sobre todo en el desarrollo progresivo de la caja
craneana, o sea del cerebro"[17].
En ese sentido la selección natural de la especie se ha orientado hacia el
incremento de la capacidad cerebral en un periodo de dos millones de años, y
ese tiempo resulta una duración "relativamente corta y específica"
para la modificación biofísica.
Crecimiento del cerebro: esa ha sido la mutación
esencial física en dos millones de años. Pero esa "selección natural"
de las especies no es una orientación sencilla, sino que tiene ya contiene una
orientación y una marca distintiva, enrolada hacia la senda específica del
humano. Otras especies han estabilizado el tamaño de su cerebro durante
millones de años, como sucedió con los otros monos o las lagartijas.
Aquí nos encontramos con uno de los temas esenciales
de la discusión del biólogo, pues el dispositivo de la organización de la
célula viva es completamente conservador, porque la tarea del DNA al
reproducirse replica su identidad. El mecanismo falla por razones
microscópicas, pero al nivel macroscópico de la organización global de las
especies debemos de considerar que el cambio evolutivo sigue ciertas pautas. Un
nivel son las pautas determinadas por adaptaciones ecológicas, como la conquista
de la tierra por los vertebrados. Pero el nivel que más nos atañe son los
caminos de retroalimentación de disposiciones (estrategias de vida, nichos de
la especie, performances), que (proyectando al ser humano) Monod llama las
" iniciales que comprometen el porvenir de la especie
creando una presión de selección nueva"[18].
Una vez definido un carril de evolución entonces las mutaciones microscópicas
confabulan en favor del avance de ciertas organizaciones funcionales, apoyan
ciertas "performances" y anulan las demás. Ese es el carril propio de
cada especie. Sin embargo, en este punto se modifica la tesis inicial de que el
DNA es "sordo", que no acepta ninguna influencia del exterior para
favorecer adaptaciones. La explicación se relativiza, porque ahora resulta que
millones y millones de mutaciones casuales pasan por el cedazo de la influencia
exterior y exclusivamente las variaciones que "escuchan" al mundo
exterior florecen en la evolución. Y en la mencionada retroalimentación del ser
vivo con el medio resulta que el carril de desarrollo humano es especialmente
sensible para el crecimiento de cierto performance y que la selección favorece a la inteligencia y al lenguaje.
Por más que Monod rechaza que exista un impulso natural hacia el progreso de la
especie, aunque él responsabilice al azar, sin embargo, el carril de salida del
azar avanza en el sentido más optimista: mejoría de la inteligencia de la
especie, lo cual convierte al texto, en cuanto bien argumentado sobre el tema
de la vida, en un aliento optimista: el movimiento evolutivo de las especies no
es un desbarrancarse por cualquier camino sino avance de los performances más
exitosos, y una vez que se llega al carril de la inteligencia, entonces la
selección natural favorece el crecimiento de la misma, o lo mismo que indicó
Sagan con amplitud de miras: nuestro destino está en el rumbo del crecimiento
de la inteligencia[19].
La única mutación importante apunta hacia la continuación por el derrotero de
la inteligencia, que también es el crecimiento de sus capacidades productivas,
lo que en términos políticos debemos llamar su libertad[20].
Así, el camino lento (con duraciones de millones de años) y sinuoso (marcado
por los caprichos del azar del microcosmos) de la biología confirma que el sendero
iniciado por nuestra especie que se encauza por la producción mediante
inteligencia y lenguaje es irreversible, que ese rumbo no va a revertirse o
detenerse, que incluso las legalidades del código genético cargan los dados jugando
a favor.
NOTAS:
[1] No se
trata de “filosofía” en el sentido técnico sino de generalización y alcance del
horizonte, para sacar las consecuencias de las últimas investigaciones, en
especial, las propias de la biología, con lo cual enriquece la cosmovisión y el
alcance de la investigación. Véase la Introducción de Sartre a la Crítica de la razón dialéctica.
[2] De
manera casi automática, las aportaciones de Darwin generaron una tentación de
aplicar un darwinismo social, aquí Monod aplica con sutileza e inteligencia las
consecuencias del descubrimiento de las estructuras celulares del DNA y otras
en la aplicación a la condición individual y social.
[3] De
manera paralela la historia de la biología alimenta la perspectiva filosófica
de Foucault en Las palabras y las cosas.
Y la obra de Monod a primera vista contraría el curso sobre la episteme de la
Vida de Foucault, quien daba por finiquitada la síntesis del siglo XVIII al XX
que sí consideraba con seriedad la “síntesis” en el concepto de Vida; pues Monod
lo retoma integrando el conocimiento del mecanismo celular y definiendo los
maquinismos que la integran.
[4] Esta
línea positiva entre máquina y organismo biológico posee una relación
conflictiva, precisamente ligada al crecimiento de la biología. Digamos que
Monod da unos pasos atrás para acercarse a Descartes, y el racionalismo inicial
que señaló a los cuerpos como máquinas específicas. Aunque algunos filósofos
del siglo XX retomaron el sentido positivo de la máquina para aplicarlo al
cuerpo y la mente como Deleuze, y la expansión de la computación ha
revitalizado el tema, pero creando el concepto de los cibernético, como un
puente. Véase Deleuze, Lógica del sentido.
[5]"ser objetos dotados de un proyecto"
p. 20. Aunque este proyecto se debe interpretar en un sentido no subjetivo de
finalidad deseada, sino de meta programada materialmente, respecto de la cual
se organiza el conjunto de los performances del ser vivo. Esta definición de
morfogénesis autónoma se resume en “La morfogénesis autónoma señala que la
estructura de un ser vivo resulta de procesos que no parecen deber casi nada a
la acción de fuerzas exteriores, sino a interacciones morfogenéticas del mismo
objeto.” En Hipótesis de Gaia. James
Lovelock, Lynn Margulis, de Erwin Andrei Hortua Cortes.
[6]Monod, El azar y
la necesidad, p. 123.
[7]Monod, p. 122.
[8]Monod, El azar y
la necesidad, p. 123.
[9]Monod, p. 125.
[10] Es
cierto que la perfección misma en movimiento, para un investigador formado en
el espíritu científico, con facilidad se descubre como una chabacanería a la
manera de la burla de Voltaire contra Leibniz en la novela Cándido, cuando el personaje Pangloss a cada desgracia repite que
se confirma “el mejor de los mundos posibles”. Sin embargo, creo que con Hegel
cabe reivindicar el “perfeccionamiento” como una “estructura dialéctica”, y no
una simple ilusión.
[11]Monod, p. 132.
[12]Monod, p. 136.
[13]Sin embargo, esta evidencia de la evolución estaría
contradiciendo la ampliación de la entropía en el sentido de tendencia
espontánea hacia la desorganización y la pérdida de información, porque la
evolución confirmaría un sentido contrario. Con lo cual, al menos, la entropía
quedaría confinada como una ley de comportamiento de la energía.
[14]Monod, pp. 133-134.
[15] Aunque
ya existen algunos aspectos en la ficción popular como las caricaturas de
mutantes y la protesta por el respeto trangénero que indican una asimilación
inconsciente de tal fenómeno de fondo: las mutaciones como un ruido de la
especie.
[16]Monod, p. 140. Aquí se reconoce la importancia
específica del lenguaje de la comunicación y del conocimiento, pero no se
redondea en la producción material humana, que es donde se convierte el proceso
en circular, camino de la subjetividad a la realización y de regreso, de tal
manera que existe un nuevo movimiento en la naturaleza. Más adelante Monod retoma
el tema de la relación entre producción y lenguaje como refuerzo mutuo.
[17]Monod, p. 141.
[18]Monod, p. 142.
[19]Sagan, Los
dragones del Edén y El cerebro de
Broca.
[20]Marx, explica la relación entre la producción material
y la libertad humana, que se suelen divorciar como dos niveles de realidad
desconectados, cuando la producción es el contenido y plataforma material de la
libertad. Cf. Grundrisse.
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