Carlos
Valdés Martín
Cualquier poder para quedar completo requiere de saberes o se desmorona[1],
lo cual se tradujo en los símbolos de las leyendas medievales de Merlín y
Arturo. En correspondencia, cuando los sabios se fascinan y acuden por espejismo,
amenaza o interés para servir al gobernante, quizá hasta de modo voluntario buscando
convertir la magia de las ideas en el oro
sólido de un mandato. Las narraciones alrededor de la mítica figura del rey
Arturo destilan de valiosas lecciones sobre la naturaleza del Poder y sus
relaciones con el conocimiento, siempre que encontremos sus metamorfosis
típicas.[2]
En la fantasía popular el arquetipo del pensador encarna en mago, y el
legendario Merlín sirve al joven Arturo, porque adivina que él personificará al rey de los ingleses y entonces
encarnará al Estado.[3]
En el otro extremo, los líderes astutos buscan controlar el saber y mientras
más absoluto lo imaginen más lo estimarán. Así, Arturo confía ciegamente en
Merlín y la desaparición del mago anuncia la catástrofe del reino.
Sensibilidad angustiada de Kafka
El anhelo por una conclusión última para un tema complejo nos impone
asumir que no hay rutas cortas ni atajos. Si alguien compartiera la
sensibilidad de Franz Kafka, adelantaría la hipótesis de que el futuro permanecerá
perdido, porque los pensadores adulan al poder voluntariamente por fascinación,
convertida en vocación. Al mismo tiempo,
los gobernantes sienten el ansia por
saber, entonces buscan conocimiento y en la medida que casi nunca lo alcanzan
en persona (un logro difícil, pues los gobernantes habrían de comenzar siendo
estudiosos intensos y objetivos, antes que partícipes y beneficiarios), su
recurso es cautivar a los que suponen son sabios. La aguda sensibilidad de
Kafka manifiesta perspicacia ética, aunque queda limitada por la condición del aislamiento extremo.[4]
En el aislamiento la capacidad pensante se convierte en una sombra terrible: la
impotencia angustiante. El conocimiento contiene un principio de potencia o
acción, por lo que su falta de realización destila una conciencia amarga, de
los abrumadores presagios de la vida, que desborda en toda dirección al acto intelectual.
Así, el saber tomado aisladamente, sin precisar circunstancia lanza tanto la
capacidad como la angustiosa impotencia, quizá cristaliza en la afamada espada Excálibur
pero permanece paralizada dentro de la
piedra durante una eternidad. Y la angustia del solitario hace más tentador
aproximarse al mando terrenal tal cual éste se presente (incluyendo sus
aspectos innobles, profanos y hasta brutal como el Centauro de Gramsci),[5]
como una práctica política plagada de
ferocidades discretas o desnudas. [6]
El punto “fulcro”
Quien posea un saber clave (digamos victorioso, bélico, ganador o
invicto) no correrá de inmediato con su texto bajo el brazo para entregárselo
al primer príncipe que se encuentre: aunque eso alguna vez suceda, el gesto no
revela la intimidad del asunto.[7]
Los gobernantes tratan de adornarse rodeándose de las celebridades
intelectuales, aunque ese gesto de la aproximación linda con la bufonada, pues
de igual forma los gobernantes se retratan con las actrices bellas y el deportista
célebres. Lo crucial a considerar es este “flucro”:
una gama de conocimientos son indispensables
para la actividad de gobierno y la de cualquier mando.[8] De
hecho hay una constelación de conocimientos, que constituyen el saber de la
dominación (en sentido rudo) y de cualquier civilidad (la legalidad en sentido
amplio).
Para desvelar qué es el saber de la dominación destaca un sorprendente
texto en El príncipe de Maquiavelo, aunque
el libro cometió el pecado de exhibir demasiado al explicar los recursos de los
gobernantes para acceder y mantener el reino. Fue un pecado, porque la claridad
excesiva en estas cuestiones se convierte en una denuncia. De cualquier manera,
hay muchas motivaciones por las que cada potestad necesita de saber. Existen desde
los niveles más elementales del perfil de su realidad, y por eso el gobierno se
encarga escrupulosamente de levantar los censos. Tal nivel de conocimiento
censal es tan empírico, que parece inocente, sin embargo, en mal sentido
paranoico el Apocalipsis se
interpreta cual horror al censo, al marcarse un número de desgracia, el
malhadado 666. La sistematización de una red de conocimiento comienza con la
simple recogida de datos, de ahí la importancia de las oficinas de datos y los
censos para la creación de los Estados.[9]
Éxito tipo Keynes
Aunque el camino directo y los atajos casi siempre desembocan en el
fracaso, algunas clases de conocimientos han sostenido una relación idílica con
los gobernantes. En ocasiones singulares irrumpe el amor a primera vista, por
ejemplo, en la leyenda, Merlín reconocen de inmediato a Arturo. En la historia,
algunos pensadores plantean tesis clave con un contenido positivo para el
régimen, por lo que rápidamente son llamados desde las cumbres. En la
antigüedad hay casos paradigmáticos como que Alejando Magno haya aprendido de
Aristóteles y que Nerón pagara con traición los consejos de Séneca, el estoico.
Los economistas, que han planteado remedios a los males del sistema y con una
concepción positiva del mismo, han conquistado la notoriedad debido a la
naturaleza de sus estudios. La utilidad de un personaje no significa un
servilismo personal, por ejemplo, la relevancia y aceptación de John Maynard Keynes
radica en la naturaleza de su planteamiento, pues él propone el concepto
adecuado para la política económica, explica la conexión entre la gestión de la
moneda, en relación a los salarios reales y al reparto de las ganancias entre
capitalistas industriales y banqueros. Aunque la concepción keynesiana
incluyera desavenencias con el mandatario o implique críticas al reparto de la
riqueza, fue imprescindible que el Estado recuperara ese conocimiento, que armara
una herramienta para su despliegue económico. En su momento, Keynes cumplía el
papel del Merlín para el "Estado de bienestar", agitando la varita mágica de la prosperidad.
Del rebelde alcanzando el trono
Lo llamativo y hasta desconcertante acontece con pensadores radicales, quienes
siguen una carrera de opositores y cuando ganan se convierten en engranaje
clave de un nuevo orden. El caso más llamativo es cuando los rebeldes se entronizan
como gobernantes del nuevo Estado. El paradigma más notable del siglo XX fue el
marxismo, pues la doctrina socialista fue diseñada desde la crítica sistemática
de todo lo real, incluyendo al mismo poder estatal.[10]
Las finalidades teóricas del marxismo merecen catalogarse de anarquistas, la
meta final incluye la desaparición del Estado, como órgano especializado del
gobierno y sus instituciones coercitivas características. Sin embargo, el siglo
XX ha vivido el drama del estalinismo (y sus variaciones), donde el Estado se
enseñorea como déspota absoluto, pues en vez de que el proletariado se adueñe
del gobierno y apropie de los medios de producción, como pregonaba la teoría,
el nuevo gobierno somete al proletariado y monopoliza los medios de producción.
La llamada esclavitud asalariada no quedó suprimida, sino universalizada por la
secuela de los soviets. Es notable que intelectuales y aguerridos
revolucionarios más o menos educados en el marxismo, previamente perseguidos
por tiranías, monarcas y dictaduras participaron en la empresa de ampliación
absolutista de las facultades gobernantes. Es un hecho que destacados
dirigentes marxistas se detuvieron en cuanto vislumbraron el abismo que se
abría a sus pies, un abismo entre la tesis hipotéticamente liberadora, aunque
la práctica esclavizadora y entonces la crónica señala que la mayoría de los destacados
comunistas de Rusia enfrentaron la muerte, antes que aceptar el estalinismo.[11]
Entonces confirmamos el prototipo del intelectual, que a partir de la
resistencia, en la perspectiva de un contra-poder, se enreda a la hora de su
triunfo. Así, la victoria de procesos revolucionarios desencadenó una derrota
ante el Poder descarnado, con la figura de tiranía enajenada y despótica.
De quien se corrompe
Como resultado de tales experiencias, hay muchos que afirman que el
poder político siempre corrompe, arrastrando a los corruptos primero y, al
final, hasta a los hombres nobles. En esa hipótesis, cualquier intelectual que disfrute
el éxito, probando las mieles de la cumbre quedará hechizado, olvidando lo que
antes propuso y se dedicará a seguir unas reglas del juego misteriosamente ruines
y eternas. El problema de esta visión es que absolutiza al poder político,
dotándolo de una naturaleza de divinidad
negra, con una esencia demoniaca. La leyenda de Arturo también habla de una
metafísica del mando y la personificación la encontramos en la
hermana-reina-bruja Morgana, que destruye el reino en un delirio de ambición
inmoral, aunque también Arturo participa de esta desgracia, pues él resulta
cómplice y víctima de las maquinaciones.[12]
¿En qué consiste la corrupción de los intelectuales integrados? La
corrupción consiste más en la naturaleza de su saber que en su intención y sus
actos. Dentro de la gran gama de saberes, existen algunos particularmente
opuestos al poder despótico. El primero que se inventó fue la sencilla ética
que levanta un hasta aquí al exceso prepotente y es crucial cuando se deja de
lado.[13]
Luego está el conocimiento de la espontánea solidaridad entre los de abajo, por
ejemplo, los gremios ancestrales y rudimentarios sindicatos surgieron en espontaneidad
como abrazo auténtico de unión entre iguales. Existió y existe un conocimiento
de qué significa el sindicalismo: una fraternidad activa, convertida en lucha
para defender el interés de los agremiados. Con posterioridad se tejió otro “saber”
acerca del sindicalismo, que lo degradó en el arte de la manipulación de los
obreros. En México, se vivió completamente este proceso y la personalidad de
Fidel Velázquez nos muestra la trayectoria completa, desde principios de siglo
cuando el sindicato se concebía como una manera de resistir el abuso, desplazándose
hasta un complejo compromiso, donde el Estado legisla la actividad laboral y se
institucionaliza al sindicato para ajustar al trabajador bajo una trama de
intereses.[14] A
ese sistema complejo de compromisos, ventajas y sumisiones, en México se llamó
“charrismo” y su existencia implica
una trama de pericias, precisadas bajo prácticas y leyes. Si aceptamos el
sentido funcional y gramsciano del término,[15]
entonces cualquier operador de potestades resulta un "intelectual" y,
en ese sentido, Fidel Velázquez cumplió el papel de un "intelectual"
al servicio del Estado.
Independientemente del ingreso a las élites del líder sindical, lo
primero que ha podrido desde su interior, es el saber y la práctica de la fraternidad,
el tender la mano en solidaridad y la honestidad en las reivindicaciones. Al
integrarse el intelectual (sindicalista) al Estado (aunque no sea de modo
formal) ocurre que adecúa su saber y acciones a la naturaleza previa del aparato.
Concluyen dos discursos resultantes: el de los dominados que resisten y el
lenguaje del sistema estatal, en una dicotomía simple, pero la dialéctica no se
detiene y nos demuestra hegelianamente que la antítesis exige una nueva
síntesis.[16]
El caso más irónico y conflictivo, ocurre cuando el pensador accede al gobierno
desde sus premisas de resistencia. El triunfo abre un conflicto y una
disyuntiva de la historia: el saber subvierte la naturaleza milenaria del poder
estatal o éste subvierte la naturaleza de conocimientos y prácticas de la resistencia.[17]
Cualquier victoria que afloja las opresiones colocando leyes que garantizan
derechos a los de abajo y que plantean la igualdad esencial de las personas, a
la fecha, ha resultado pírrica. En 1917, la Revolución Rusa plantó una
modificación radical, a través de una modalidad plebeya de democracia directa
en los soviets. Los errores profundos de la teoría estallaron con rapidez y una
década después el triunfo del estalinismo, significa que el mando despótico
subvierte el mensaje de la utopía marxista, para fosilizarlo en una religión de Estado.
El curso final de esta historia no ha definido su resultado, según la
pesadilla de Walter Benjamin en su Angelus
novus.[18]
Para que el saber permanezca alérgico a someterse al despotismo, debe de contar
con una aguda conciencia que salve la esencia del problema. La tragedia de
Sócrates muestra que un pensamiento lo suficiente agudo da nacimiento a la
filosofía y provoca las furias del gobierno ordinario. Para ganar una
inteligencia impermeable a las falsas promesas del Estado, requerimos saber bastante
del poder y lo exigimos con profundidad.
El misterio alrededor y qué es en sí mismo
Por su propia función el poder político
se rodea de un intenso misterio, los altos muros de los palacios y la
complejidad de la jerga burocrática contribuyen a esa oscuridad. Si las mentiras son cotidianas en la demagogia es porque
la verdad desnuda no ilumina ni revela al
Estado, su ambiente es un invernadero para cultivar más sombras. De nuevo
recordemos que Maquiavelo intentó exponer una “verdad desnuda” en El príncipe, pero fue rechazado al
plantearle a Cesar Borgia el modo de apoderarse de reinos y mantenerse tiránicamente
sobre rivales y súbditos. Para el lenguaje de los mandones no conviene el idioma
llano, sólo les sirve la retórica y, de preferencia, la demagogia.[19]
Y así como su “dialecto” destila confusión y complejidad, su práctica emana un
manto de neblina semi-luminosa, que al mirar evita distinguir lo que se mira,
tal como lo definió la teatralidad de Luis XIV.[20]
Bastaría analizar a fondo una única palabra “majestad” para empezar al
comprender la táctica implementada por este monarca, que nos explicar qué es
esa neblina semi-luminosa para mostrar la cúspide del Poder mientras se ciega a
los súbditos.
Para distinguir qué define al poder en sí mismo —sin otros atributos que
compliquen el asunto—, en primer lugar, es capacidad de actuar e imponer en los
otros la prohibición de actuar[21],
lo cual en términos personales implica que un polo manda y el otro obedece. Así,
en esencia, el poder define el nivel de efectividad
material de la práctica, entonces todo hacer (desde el individuo hasta el
Estado) implica fuerza para hacer. Toda y cada capacidad implica un nivel de
potencia, aunque si no se despliega dicho potencial permanece dormido. Imaginando
una situación sin Estado hay acción, por tanto hay poder hacer en los individuos
y en las agrupaciones; esa fórmula de la inteligencia y verdad elemental, ha
sido fundamento del anarquismo desde siempre.[22]
Los sentidos físicos abren el empuje de captar el mundo, las puertas de la
percepción y los interiores (emotivos, intelectivos, intuitivos, etc.)
canalizan y expresan la subjetividad. En ese aspecto, cualquier individuo
despliega multiplicidad de facultades a cada instante y este despliegue nunca
cesa, puesto que hasta la imaginación o el sueño vanos son fortalezas humanas.
Esa esencia original del gobierno posee sus niveles y su efectividad la
vemos precisa al chocar con las oposiciones de la naturaleza. Hay distintas
capacidades para actuar, en base a lo cual comparamos, y se valoran más algunos
que otros. De acuerdo al tipo de prácticas se califican y precisan los poderes.
El poder económico nos remite al
mundo material de objetos escasos y surge el nivel fundamental del trabajo.[23]
El específico amatorio nos ubica en el terreno de las prácticas entre las
personas, donde las fuerzas de atracción y deleite sostienen su curso.
El político cristaliza tal característica, que ha conducido a que le
llamemos "el Poder" en un sentido singular y con mayúsculas. Las
palabras incitan a arrodillarse ante este tipo peculiar de krátos y diferente a otras facultades, pues en este ámbito parece
compendiar a todos los demás o que merece sobresalir y quedar exaltado en su
singularidad única. Pareciera como si los demás fuesen de segunda categoría,
solamente malas copias de lo verdaderamente singular.[24]
¿Será cierto? Dudar de esa jerarquía aplica el poder analítico para mostrar al mando estatal rebajado frente a la
multitud de facultades humanas revela una mezcla de verdad y de mito. Hasta que
Descartes liberó el potencial racional mediante la duda regresó la imaginación
de una república.[25]
La característica unitaria del Estado no es continua a lo largo de la
historia. Mientras el Estado feudal es parcialmente integrador en torno a los
territorios, sobre los que se entrelazan complicadas jerarquías ligadas a los
linajes, en cambio se unifica en torno a las dinastías. Por su lado el Estado
capitalista es unitario en torno a las delimitaciones territoriales, la
tendencia es a que dentro de un territorio existe uno y sólo un Estado, pero en
el planeta se multiplican los diversos Estados nacionales.
Monopolio obediente
Obsesionarse —cual si fuese único— con el modelo de poder característico
del Estado falsea la complejidad. El discurso legal inscribe el mensaje de la
obediencia de los particulares ante un orden superior, que define las reglas de
la convivencia y su cotidianeidad se concentra en el Ejecutivo. Ese peculiar eje
se revela dependiente de los demás poderes, que se presentan como menores,
limitados o particulares por su dispersión misma. La multiplicidad de sujetos
individuales, colectividades y empresas que pululan en la actividad no-gubernamental
aparecen como particularidades frente al unificado y unificador Estado. Cuando
se cuestiona la preponderancia de los monopolios, se le califica de
"desmedida", expresando que la concentración económica, se desborda
hacia una influencia decisiva en la sociedad. Sin embargo, esa media queda
relativa, pues incluso el monopolio más gigante se encuentra reglamentado bajo
el marco jurídico: incluso cuando influya y desborde sus atribuciones (salto
cotidiano del interés material al político), aun así las demarcaciones legales permanecen
de obligatoriedad general; incluso cuando cualquier disposición esté
definitivamente tramada (a modo de conjura) para beneficiar a un único monopolio
se disfraza con la careta de una normatividad. En conclusión, toda actividad
económica subyace como lo particular y privado frente a un poderío con atribuciones
para meter en cintura y castigar destructivamente a quienes desobedezcan sus
reglas.
Crisis y “salud”
¿Qué sucede cuando el conjunto de la actividad económica particular hace
agua? La crisis es la impotencia generalizada de los agentes económicos, y en
la medida en que sea profunda se convertirá en una crisis política. En este
caso, se evidencia súbitamente que la enorme fuerza del Estado depende de la robustez
de la producción que lo sustenta. Cuando hay hambre entre las mayorías, se
revela que el gobierno es de un aparato dependiente dentro de un conjunto. La capacidad
total del Estado no proviene solamente de sus propios medios, que son
suministradores, sus fuerzas armadas y las empresas que controla directamente,
sino que depende de su adecuada inserción en otro sistema de jerarquías, a
veces, nominado de clases sociales.
La salud del Estado depende de la manera en que se inserten el conjunto
de capacidades sociales, apoyando el sentido de su política. Esto queda claro durante
las crisis políticas más agudas, cuando se genera el fenómeno llamado de la dualidad de poderes. En situaciones
graves, una parte de la sociedad genera su propio pre-Estado, como acontece con
los ejércitos revolucionarios en México de 1915 a 1917, que ejercen funciones
gubernativas, gestión de la moneda, administración de hacienda, judiciales,
policiacas, legislativas, militares, etcétera.
Debido a que la salud del Estado depende de una articulación con otros
poderes sociales, es por eso que interviene activa y permanentemente para
mantener una fisonomía en la sociedad civil. Y esa actividad estatal sirve para
presentarse como superior, distinto, unitario y no dependiente de los demás
poderes.
La salud del Estado moderno conlleva mantenerse ajeno y funcional a la
sociedad civil. Suceden las dos operaciones contradictorias a la vez. La
ajenidad del Estado delimita una enajenación de toda la ciudadanía. De manera
teórica y como base de la legalidad constitucional se reconoce que la soberanía
reside en el pueblo, mientas la soberanía cotidiana reside en la representación
Estatal.[26]
El Estado democrático representa al pueblo porque es electo, y el Estado
dictatorial supone representa al pueblo por cualquier justificación ideológica.
Mantener la representación del pueblo, con un diputado por cada miles o cientos
de miles y un Presidente por millones de personas[27]
implica una separación abismal de la ciudadanía respecto de la decisión
efectiva de lo que le afecta.
Soberanía y ajenidad ante el pueblo
Con su peculiar talento Rousseau trasladó la soberanía al pueblo
lanzando un rayo estremecedor bajo un cielo sin nubarrones,[28]
pues el concepto resulta tan estremecedor que sigue aportando consecuencias.
Para acrecienta tal radicalismo, él había captado que delegar la soberanía
propia del pueblo en un grupo de representantes significaba enajenarla y provocar
una falacia, pues la soberanía popular fundacional metamorfosea en la soberanía
real del Estado. En ese aspecto, hasta los Estados electos no son por completo democráticos,
sino combinados con jerárquicos, porque el breve momento del voto nunca basta
ni es suficiente para caracterizar y garantizar a la democracia, en el extremo
un día de votaciones se vacía del contenidos por una mala elección de
representantes o la posterior corrupción del elegido. La democracia define un
gobierno propio del pueblo, cuando lo que ha resultado es delegación permanente
en un aparato ajeno.
Esa ajenidad estructural del Estado frente al pueblo es funcional. El
Estado es funcional en tanto cumple muchas tareas adecuadas al mantenimiento
del orden social presente. Por ejemplo, la producción privada necesita de
mercados, y los mercado desarrollados no son para trueque sino monetarios, se
requiere de dinero, y el dinero desarrollado es fiduciario, constituido por billetes
y otras operaciones crediticias, ese tipo de dinero requiere de disposiciones
legales que afectan a la emisión, circulación y conexión con los sistemas de
crédito, y el sistema monetario completo se opera mediante un sistema
electrónico que requiere de regulaciones y mucha seguridad. El espejo de
organización colectiva ajeno al mercado está en el Estado, y eso lo adecua a
regular la emisión de la moneda, independientemente de que una buena o mal
gestión gubernamental redunden en estabilidad o en inflación.
En la unidad de estas dos características de aparato ajeno al pueblo y funcional a un conjunto de requerimientos
objetivos e intereses de la sociedad civil surgen en simultáneo su presencia
obligada y los mayores peligros del Estado. La democracia tiene un momento de
elección, donde transita cada gobierno por el juicio popular, y entonces la
cámara de diputados refleja heterogeneidad de intereses para contrabalancear. Aunque
el aparato mismo del Estado levanta un bloque jerárquico y organizado de manera
autoritaria, por obediencias próximas al rey-súbito disfrazadas de
patrón-empleado. En especial, todo el aparato administrativo, ideológico,
económico y militar dependiente del Ejecutivo muestra ese rasgo de una pirámide
que sistemáticamente conduce las riendas hacia la cúspide. Cada peldaño de la
burocracia diseña una geometría jerárquica piramidal, con obediencia obligada
hacia los mandos superiores.[29]
Al final de cuentas se concentra una tremenda maquinaria política en el
gobernante supremo, quien posee la llave de las decisiones que afectan a una
nación. El sistema de delegación de facultades conduce finalmente hasta un
individuo, sujeto a las presiones del entorno sobre su envestidura y ese peso
que concentra provoca una tremenda soledad, la soledad del líder.
Cuando espera demasiado
El ciudadano de la calle y una pesada trama que gestiona las peticiones
(una estructura del sistema regional de peticiones) le exigen demasiado a los
gobernantes. Y mientras más autoritario sea un sistema creará mayores
expectativas. Los gobiernos autoritarios y más aún las dictaduras hacen un
culto al gobernante. Sin que nos detengamos en el caso extremo, se exigen saberes
grandiosos y soluciones desbordantes a los mandatarios. Si bien ese saber no es
personal, el político que está al mando deberá de rodearse de los conocedores
con las soluciones, deberá de servirse de las lumbreras de la nación. El pueblo
desea que su gobernante sea el predestinado, como Arturo, y que si bien él
mismo no fue una lumbrera intelectual, al menos demostró el buen sentido de la
justicia y fue capaz de rodearse de un Merlín, sabelotodo y de un victorioso
equipo de caballeros de la mesa redonda. Por lo mismo, la gente permanece al
pendiente de lo que hizo o dejó de hacer el Presidente.
Frente a tales presiones está un peligro latente. Si la actividad
gubernamental va por la senda del fracaso se potencia el mecanismo de la
mentira. El aparato estatal, en su rasgo burocrático, ya está diseñado para
convertirse en un club de elogios automáticos para los jefes. Potenciar el
mecanismo de la mentira es perseguir a cualquier oposición en una escalada de
desconfianza y paranoia destinada a justificar las acciones y proyectos
gubernamentales. Además hay descontrol sobre este proceso, cuando un prospecto
de dictador paranoico accede al poder de un país por medios democráticos, como
sucedió con Hitler, quien apoyado en los recursos del aparato de Estado, borró
hasta los vestigios de vida democrática en Alemania y se lanzó a la aventura
imperial.
La relación conflictiva de intelectuales con el Poder
Numerosos intelectuales descubren esa naturaleza negativa del autoritarismo
estatal. De ahí surgen biografías con conflictivos de atracción y repulsión,
entre pensadores destacados y los gobiernos. Ordinariamente se oscila entre la
integración a la política tal como está, aunque buscando favorecer
posibilidades, y una huida graciosa, pues desagrada y hasta horroriza esa politiquería
tal como sucede. Participar o huir en una situación concreta es una elección por
convicción, sin embargo, cuando hay un importante “saber del poder” el pensador
quedará bajo el examen del juez interior más riguroso. Peculiar es la situación cuando el proyecto de
los intelectuales fue revolucionar a la esencia política misma y a la
naturaleza del Estado. Ese esfuerzo ha sido el cabalmente radical, de conmover
el fundamento mismo del modo de hacer público, lleno de miserias que predomina
hasta nuestros días. En la historia moderna han existido dos momentos
fundamentales de tal tenor. El primero, fue la creación de la política liberal
y la formación del Estado burgués moderno, desde el impulso para las reformas
en Inglaterra, la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa, una serie
de eventos donde se cambió de raíz la manera feudal de hacer política. El
segundo, fue la creación de la estrategia comunista, y la formación del Estado
soviético, con sus secuelas. En la medida, en que la opción liberal ha
cristalizado cual factor dominante a largo plazo, y en que la política comunista
al triunfar lo hizo negativamente,[30]
nos centraremos en los elementos de la crítica y superación del presente
contenida en los planteamientos políticos, marginales a la práctica estatal.
Teoría y práctica marxista
La política comunista tiene una infinidad de aspectos, aquí vamos a
definirla en torno a su carácter teórico y práctico, frente a su desafío. La
teoría socialista la dividimos en tres cuerpos de rasgos distintos en tesis y
vínculos prácticos, aunque el origen reconocido para todas es la obra de Marx.
1) El cuerpo teórico originario de Marx, y diversas aportaciones sucesivas,
ligadas a actividades revolucionarias, incluyendo el derrocamiento de regímenes
feudales y capitalistas. 2) El ramal teórico de tipo estrictamente
socialdemócrata, ligado a la actividad de reformas limitadas al campo del
capitalismo y a la gestión de la fuerza laboral. 3) El ramal seudo-teórico de
tipo estrictamente estalinista, ligado a la actividad gubernativa burocrática
de opresión sobre el proletariado.[31]
La clasificación es elocuente, en cuanto investigamos los elementos para
esclarecer el poder y desnudarlo, buscando los factores de su superación. En el
cuerpo teórico, que llamaremos para simplificar marxismo, es donde hay
elementos en ese sentido. En el contenido conceptual, veremos que es viable
demostrar que el Estado levanta una falsa universalidad, que tiene una
historia, que posee un carácter de clases, que en sus características
esenciales está la coerción, que su aparente superioridad frente a la sociedad
es una ilusión, que las funciones indispensables de gobierno no tienen siempre
que adquirir la forma de Estado, que es viable suprimir la forma estatal
sustituyéndola por otra distinta, etcétera. Todos estos elementos conceptuales
existentes en la obra original de Marx y Engels permiten mantener una distancia
crítica frente al Estado, denunciando las miserias implicadas en todos los
regímenes estatales.
En la relación entre la finalidad socialista de extinguir el Estado y
los medios para lograrlo está un cúmulo de paradojas históricas. El medio
necesario para la extinción socialista del Estado, pasa por la constitución del
proletariado en clase gobernante, a través de la llamada dictadura del
proletariado. Ese medio de llegar a la abolición del Estado ha pasado por la
toma del poder por diversos partidos comunistas, y a una nueva forma de Estado.
La nueva forma de Estado inaugurada por los bolcheviques rusos sólo
ocasionalmente cabría llamarla una dictadura del proletariado, y más
consistentemente ha sido la dictadura sobre el proletariado, vía la dictadura
del partido integrada a un aparato burocrático de Estado, que explota al pueblo.
Como se ve la continuidad entre marxismo y estalinismo pasa por una ruptura,
que invierte los términos básicos de la relación entre la clase revolucionaria
y el Estado emanado de procesos revolucionarios. Hay un cambio cualitativo
trágico, precisamente en lo que respecta a esto que nos ocupa del saber y el
poder. El saber de crítica radical al Estado, al cabo de una tortuosa parábola
de contrarrevolución en la revolución, resulta convertido en el saber del
Estado dedicado a idolatrarse, donde el partido comunista queda transformado en
una iglesia del Estado laico. Ocurrió una transformación muy extrema y
sorprendente.
No se trata de indagar los procesos históricos que condujeron a ese
resultado. De cualquier manera se tiene la impresión de que el marxismo en la
medida en que es el saber para la constitución de un modelo radicalmente
diferente de poder, digamos el modelo de un contrapoder, que disuelva ese dominio
concentrado y aparatista, aún no ha
encontrado la formulación correcto. Falta la formulación completa de
enfrascarse en la lucha política y transformar a la sociedad sin que ello
redunde en un efecto de camuflaje mediante el cual el movimiento de
emancipación socialista se transforme en una variante de lo que combatió
originalmente, que es la dictadura del Estado. O bien la formulación puede
estar cifrada y no la hemos descifrado lo suficiente.
Lo que fue el partido
Respecto del Estado existe una paradoja, que es la continuación de
problemas ya presentes en las organizaciones políticas por fuera del Estado. El
caso más notable es la del partido político. Sin duda el gran innovador de las
concepciones marxistas fue Lenin.[32]
La conceptualización y el perfeccionamiento práctico del partido político
proletario capaz de combatir a la burguesía y sus aparatos represivos se dieron
al calor de la lucha en Rusia. En Lenin encontramos una concepción acabada de
una estructura, que combina educación militante y la disciplina, la jerarquía y
la participación. Perfecciona la eficacia política, pero el centralismo suele
predominar sobre la democracia, y la educación en las jerarquías y su respeto, entonces
domina sobre las posibilidades de autogestión. De nuevo se le exige demasiado
al militante proletario, que debe dirigir al partido, que debe dirigir al obrero,
que debe dirigir al Estado, que debe dirigir a la sociedad entera. Se le pide
tanto como al rey Arturo.
En general, vale caracterizar al partido como una organización que
carece de suficiente libertad en las relaciones entre sus miembros.
Independientemente de si esa situación se justifica por situaciones impuestas
por un régimen represivo, esa falta de libertad subjetiva no capacita dentro de
un proyecto de largo aliento de liberación social en todos sus aspectos. Se
necesita al menos una compensación, una organización que tienda hacia la
liberación total, en el sentido de limitar las líneas enajenadas de la
política, desbordándolas sistemáticamente. Porque el problema está en que la
estructura leninista es semejante a las organizaciones políticas burguesas,
comparte con la iglesia, el ejército, etcétera. No es idéntica, pero hay
semejanzas suficientes para denunciar. Comprendiendo una parte de este
problema, la generación de Lenin insistió en la educación política y garantías
democráticas, pero el mayor énfasis lo encontramos en el significado de los
soviets, como organización propia del autogobierno proletario, que imprimía el
sello novedoso al régimen del Estado obrero.[33]
Por desgracia, los soviets son una forma representativa de gobierno, aún lejos
del régimen directo de los productores, que son susceptibles de vaciarse de su
contenido.
La transmutación de partidos opositores en Estados, nos revela que las
prácticas particulares pueden organizarse hasta convertirse en gobierno. El
conocimiento de la operación partidaria es importante como ejemplo destacado
del avance desde las prácticas dispersas hasta su unificación. La gestión partidaria
es un saber, portado por gente pensante, que tiene la capacidad de organizarse
y de actuar. Nos muestra la fuerza extraordinaria que adquiere la conciencia
clara y la organización cuando se atraviesa por momentos de crisis.
El saber de la acción partidaria llamada marxista, por lo común es
mixto, pues parcialmente se enlaza con un proyecto liberador inicial y asimismo
genera prácticas enajenadas, estableciendo un agridulce, que con el dominio del
Estado postrevolucionario se adapta al autoritarismo, con el amargo final. Aunque
mostró el caso más típico de una intensión para transformar el quehacer
político, en cuanto éxitos pragmáticos de esa acción para transformaciones
sociales.
Abriendo jaulas
Queda por integrar un conocimiento que supere el anhelo de autogestión
del artesano y la honorabilidad del samurái,[34]
que articula para radicalizar a la urgencia de una liberación más completa
frente a las miserias de la política. Liberar en cada individuo su propio poder
es una aspiración tan repetitiva de cada psicología y curso de superación que
hay trasfondo; su complemento corresponde a esa ante la prepotencia del
gobernante. La valía de la persona y el control democrático del Estado traman
un proceso indisoluble. La táctica de un gobierno autoritario implica
apropiarse despojar de capacidades a los demás y estigmatizar por algún
pretexto a los particulares. El poder positivo fluye con la fuerza de la
práctica en la vida, cuando esa dínamo se mantiene al ras del suelo, si evita
perderse en las alturas de la enajenación y desplegar cadenas de dominación. El
pequeño poder que posee cada mortal es precisamente "pequeño" en la
medida que atoró su práctica entre una red de servilismos y enajenaciones. El
simple trabajador (el desposeído, el oprimido, el olvidado, el otro…) no
liberará su potencial mientras no se desencadene ante el poder y las
reverencias abyectas que implica ante un statu quo opresivo.
En la misma tónica, cierto enfoque de Foucault, se pretende elaborar una
"microfísica de la libertad",[35]
pues las libertades desplegándose en el ámbito privado y público civil se
sostienen mutuamente. Aunque como la vida siempre es concreta, la actividad de
los individuos es determinante, pues ahí están los vínculos, entonces las prácticas
y políticas de la libertad son labores trascendentes. Son asuntos para estudiarse,
cuando se pretende conocerlo todo respecto del poder.
Elaborar una "microfísica de la libertad" es pensar en lo que sí
podemos y no. Implica un estudio microscópico del gobierno y el no-gobierno
revelando sus formas de dominio y de emancipación, sus formas de sometimiento y
de sublevación, formas de jerarquía y de igualación, sus formas de dispersión y
de alianza, sus formas de jerarquía y de igualación, sus formas de dispersión y
de alianza, sus formas de perder libertad y de recuperarla, sus formas de
carecer de autoconciencia y de adquirirla. De manera semejante a la existencia
de un estudio muy detallado de las cuestiones económicas, en las que se revela
la naturaleza de la cotidiana mercancía hasta las complejas crisis, una teoría
de la liberación afila su bisturí conceptual sobre la dimensión cotidiana. Ese
nivel integra parte indispensable de lo que urge saber del poder. En la medida,
en que crece esa clase de conocimientos el gobierno es menos absoluto, porque
quienes realizan las prácticas cotidianas cuentan con elementos para no extraviar
el espacio político propio. Si cada persona conociera el secreto de porqué su
espada personal está en la piedra, entonces cada quien no aguardaría en mutismo
por la llegada de una liberación final,[36]
sino que confeccionaría al nuevo rey Arturo y a su Merlín.
Epílogo
¿Qué tan sinceros somos cuando
argumentamos sobre el saber frente al poder? Uno habla desde la reflexión,
asumiendo el acto de pensar, y definiendo una distancia frente al mandato. Aunque
cualquier saber implica ya un vínculo con el poder, según el apunte de Francis Bacon,
convertido en escándalo por Michel Foucault.[37]
Cuando existe una enorme facultad capaz de revelar los más recónditos secretos
y guiar las acciones más portentosas entonces pesa una gran responsabilidad. En
este caso, descubro lo comprometido de quien pretenda involucrarse, aunque
flanqueado por dedos acusadores y metido entre fuegos contrapuestos, incluso en
su propia trinchera suenan los petardos. Si el conocimiento en todas sus
dimensiones fuera ajeno completamente al poder permanecería en un faro lejano a las turbulencias; si
estuviera por entero despojado de atributos mundanos cual anacoreta en su cueva quizá tomaría un partido tan radical que jamás
encontraría cabida en el reino de este mundo; sin embargo el conocimiento nace
rebozado en fuerzas, ya obrando a nivel discreto o pletórico de interacciones. Si
los intelectuales sirvieran al poder en un sentido burdo, como quien
intencionadamente vende su alma al diablo
a cambio de monedas, entonces la misión se reduciría a denunciar traidores
cuando sirven a los amos. En fin, exijamos a este final la sinceridad y dejemos para otra ocasión la relación elemental en la dualidad mando-obediencia con sus amplios significados.
NOTAS:
[1] Y no un
simple saber escuálido de anacoreta ni una carcajada en mitad del desierto,
pues el aparato mismo del Estado
es una organización colectiva de conocimiento. Cf. Nicos Poulantzas, Estado, poder y socialismo.
[2] Si bien, La muerte de Arturo de Marlory es la
narración más clásica, hay una amplia literatura, que conformó el canon de las
narraciones caballerescas.
[3] Conectar la
adivinación —la tan improbable cualidad de los magos— con la estabilidad del
Estado se hace por la conexión que controla un futuro. El “control” define un
cambio predecible, para lo cual se adivina o se gestiona una estabilidad. En un
extremo queda el mago adivino y en el otro el gobernando que controla. Para
Hegel el Estado se define por su determinación estabilizadora, véase Lefebvre
su texto Hegel, Marx, Nietzsche.
[4] Incluso en Kafka
cabría una alergia casi física a la realización y al Poder, véase incluso el
análisis de su última creación literaria, titulado La madriguera o la construcción, según versiones: https://carlosvaldesmartin.blogspot.com/2016/06/resumen-de-la-madriguera-o-la-obra-de.html
[5] Gramsci, Cuaderno de
la cárcel, emplea la metáfora del Centauro para resaltar un aspecto bestial, en
contraposición con la visión más clásica, que consideró al caballo-hombre como
un civilizador, cual un Quirón.
[6] Desde este punto de
vista el Fausto de Goethe es uno de
los mejores ejemplos literarios para dibujar el drama interior entre el sabio y
el poder. La frustración original del Doctor Fausto es su confinamiento
solitario dentro de las paredes del gabinete de estudios. El hambre de mundo
que se despierta en este personaje, completamente identificable con la
biografía de su autor, encuentra la oferta para saciarse en el "poder del
mal" donde la figura de Mefistófeles, da un sello mágico, pero la
tentación de los hombres del saber se encuentra en las ofertas de los gobiernos
terrestres. Es la peculiar facultad del detentador de saber que se puede
convertir en un vehículo para lograr otro poder, sobre todo el frío imperio
económico y el embriagador mando político. Aunque la mayoría de los seres
pensantes no acceda a las cumbres, de cualquier forma, dentro de los íntimos
juegos de las posibilidades personales, debe de encararse como tentación o
deseo el acceso a la espada.
[7] En cierto sentido, la
ingenuidad de desear servir al príncipe y tomar el camino directo de llevar el
compendio del saber es la fórmula del fracaso para Maquiavelo. Éste entrega una
descarnada obra maestra de ciencia política a César Borgia. El resultado es que
el príncipe de carne y hueso ignora el atrevimiento de quien se ofrece como su
consejero. Pareciera, en el ejemplo, que el camino directo no es el mejor para
transitar.
[8] Rasgando el velo de
Isis, el filósofo Ortega y Gasset señala que la esencia del poder está en el
gesto de mandar y obedecer, la relación básica.
[10] Muy conocidas las
críticas de Marx contra el aparato de Estado como instrumento de dominación,
que habría que desaparecer, cuya pervivencia demuestra la opresión misma. Marx
y Engels, Obras escogidas. Incluso
Lenin señala con claridad que su objetivo es la desaparición del Estado, que la
“dictadura del proletariado” representa una transición.
[11] El caso más paradigmático
dentro de la camada de dirigentes comunistas es Trotsky, quien critica
despiadadamente la línea dictatorial de Stalin en gran cantidad de textos y
muestra sus esperanzas en La revolución
permanente.
[12] En muchas leyendas del
mandato divino es una constante la presencia de la figura oscura, la deplorable
figura del mal gobierno (con usurpadores, tiranos y oportunistas), donde
contrasta mejor la grandeza del buen gobernante. Pero la presencia de la mujer
como protagonista central de estos dramas del reino remite hacia sociedades
anteriores al cristianismo. Retrata un reconocimiento de las facultades
políticas de la mujer, pero en un sentido negativo, como subversión del orden
del mundo. Eso nos hace pensar en el estigma que acompaña a la condición subordinada
de la mujer y la importancia de esa subordinación dentro de la estructura
social feudal temprana.
[13] Toda la antigua
teorización sobre el Poder comenzaba con recomendaciones éticas, las
multiplicaba y culminaba en lo mismo, por eso resultó un escándalo la
separación de un saber especializado con Maquiavelo.
[14] De nuevo nos
encontramos con que el camino entre el saber y el poder no avanza por la línea
recta, en este caso, la unidad eficiente entre el sindicalismo y el gobierno
priista pasó por el camino de las confrontaciones. Los sindicatos brotaron
desde la oposición para irse integrando en un sistema semi-corporativo. Cf. CORDOVA, Arnaldo, La política de masas del cardenismo.
[15] En los famosos Cuadernos de la cárcel Antonio Gramsci
propone esa definición funcional del grupo intelectual, al calificarlo por sus
funciones de organización del Estado, por tanto, los soldados, policías,
sindicalistas, políticos, jueces y maestros comparten la categoría de
intelectuales sin importar que unos empleen pocos conocimientos y otros muchos.
A su vez, el término orgánico se refiere a su mayor cercanía con las funciones
productivas, no a su cercanía con el proletariado ni a una afinidad ideológica,
como luego se alteró en la jerga política.
[16] Al decaer la popularidad
del marxismo, gran parte de la interpretación “avanzada” se ha centrado la
dicotomía entre resistencia y “estatu quo”,
lo cual plantea la interrogación sobre su resolución.
[17] La resistencia popular
e intelectual ante el poder político, —sobre todo en el despótico, porque la
idea de democracia es apenas la cresta de una breve ola— es un asunto de
milenios. Para tomar conciencia del hecho consideremos que la mayor parte de la
historia aconteció bajo gobiernos frágiles. Una lectura política de la institución
del interregno nos revela que el gobernante debe permanecer bajo amenaza de ser
fiel a su pueblo o de lo contrario se le aplicarán los milenarios derechos
populares al regicidio. Véase La rama
dorada de James Frazer.
[18] Benjamín había
adquirido un cuadro de Paul Klee con ese título que le sirvió de inspiración
para un famoso fragmento dentro de sus Tesis
sobre filosofía de la historia.
[20] El rey borbón Luis XIV
perfeccionó la teatralidad en el ejercicio gobernante, robusteciendo al sistema
absolutista. Véase HATTON, Ragnhild, Luis XIV.
[21] Mediante una
exageración y hasta inversión de términos, Georges Bataille interpreta a la
sociedad humana como fundada sobre la prohibición (también traducida como
interdicto), que es la facultad del gobernante para establecer las
prohibiciones, lo cual se ligaría estructuralmente con la moralidad. Véase El erotismo de Bataille.
[22] Se comprende que la
posición anarquista posee elementos de crítica y un cuestionamiento sobre la
hipótesis de una utopía sin Estado. En México, Ricardo Flores Magón expresó tal
posición con poética claridad.
[23] Siguiendo a Hegel
(donde el Espíritu es tan productivo mediante la dialéctica que lo crearía
todo) luego Marx coloca a la producción material como un fundamento radical;
pero su acierto se vuelve irónico cuando niega la historia de las ideas, como
si desde las ideas científicas no se escondiera la clave de sus afamadas
“fuerzas productivas”. Cf. La ideología
alemana, que niega una historia de las ideas o del pensamiento.
[24] El marxismo con su
énfasis en la producción material como la verdad última, pone mayor acento en
la economía y las “cadenas del dinero”, pero irónicamente recomienda
concentrarse en el “asalto al Poder” para remediar los males; con lo que
demuestra una inconsistencia y, ambiguamente surge otra “estatolotría”, bañada
de crítica.
[25] La secuela histórica
del cartesianismo es diáfana en su legado democrático, que por la discreción
del filósofo se ha descuidado.
[26] Cierto que es la
concepción más moderna, aclarada a partir de El contrato social, antes la justificación más usual era una
voluntad de Dios, por tanto, requiere de una religión dominante.
[27] La teoría y práctica
de los municipios reconoce que solamente un gobierno al acceso cercano del representado
posee un sentido, sin embargo, la escala de los gobiernos suele rebasar
cualquier localismo, quedando el gobierno local como un primer escalón.
[29] Existen excepciones de
interés como la división de poderes, el sistema legislativo, organismos
autónomos y descentralizados, el principio federal, las autonomías locales y
hasta las anticuadas ventas de puestos (de recaudador de impuestos o Casa de
Moneda).
[30] Claro que la
transformación hacia una variante llamada socialista liberal o socialdemócrata
sí generó una serie de efectos positivos en varios países, mientras el extremo
comunista se convirtió en deificación del Estado, que ha pervivido con pactos
para la reutilización del mercado, como en China. Cf. Wallerstein, Después del liberalismo.
[31] La investigación de
Marcuse titulada El marxismo soviético
se ocupa para demostrar que en la URSS se formó una ideología de Estado, una
jerga para justificar la acción del Estado, una monstruosidad desde el punto de
vista de un marxista imparcial.
[32] Sus propuestas
iniciales parecen de una trivialidad directa, un debate sobre quién debe ser
miembro del partido y otro sobre la conveniencia de contar con un periódico
centralizado, en Dos pasos adelante y
paso atrás, y ¿Qué hacer?, sin
embargo, su táctica y operatividad política terminó por imponerse en 1917.
[33] Sin embargo, el
“sovietismo” cayó en una ingenua concentración del poder mismo, pues abole la
división de poderes y la separación entre directores de producción y factótums
de la política; al fusionar ambos niveles, creó una presión autoritaria sobre
los obreros sometidos a la presión simultánea de que su dirigente también es su
patrón, coronando el autoritarismo.
[34] Masas proletarias
contra élites de excelencia se convirtió en un falso dilema, que con elegancia
Canetti desnudó al revelar que el fanatismo por la masa resulta más una emoción
sociológicamente sustentada que un programa realista en Masa y poder. A su vez, Ortega y Gasset se desliza en sentido
contrario al descubrir a las élites que se asquean ante La rebelión de las masas.
[35] Aunque el discurso de
Foucault prefiere la desconfianza contra el Poder y lo percibe introduciéndose
en el individuo en las sociedades que llama disciplinarias o de control. Vigilar y castigar.
[36] Foucault ofrece al
final del texto, en Las palabras y las
cosas, una explicación original de porqué la modernidad requiere una
perspectiva de una Revolución y su Utopía para embriagarse con una perspectiva
ilusoria, en lugar de arreglar cuentas con su presente.
[37] El paso desde la
perspectiva renacentista hasta la posmoderna señala una enorme culpa. Cf.
Foucault, Microfísica del poder.
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