Por
Carlos Valdés Martín
La leyenda del monje curioso
Hay una narración sobre un inventor europeo
de la pólvora[1]
o, al menos, de su aplicación para proyectiles, el monje Bertold Schwartz. Un
lindo relato surge bajo el supuesto de su curiosidad, incluso tal irrefrenable
curiosidad lo empuja para desobedecer a su superior en el convento.
Ubiquemos el relato en la Edad Media, que
está madurando para dar paso al Renacimiento. Los monasterios son instituciones
bien establecidas, amuralladas y protegidas legalmente con fuertes privilegios
y convenios entre los reyes y la Iglesia católica monopolio de la fe en
Europa. Periodo de grandes guerras y azolado por plagas, con
transportes lentos a paso de carreta de bueyes y un territorio de fronteras
interiores, donde el campesino está atado a la tierra y obligado por la
condición de siervo. Es la plena época de la intolerancia y la persecución a
brujos y a quienes levanten la mano señalando a la Iglesia. Quien no pertenece
a la aristocracia no posee derechos sino simples condiciones y además la
población es iletrada, siendo que el refugio del conocimiento está en algunos
monasterios y los burgos —ciudades prósperas por lo común amuralladas, aunque
pequeñas si las comparamos con las modernas.
Los monasterios están rigurosamente
regulados por una disciplina religiosa. Son sitios para alejarse del mundo
profano y violento que imperaba en los feudos europeos. Las reglas monásticas
de San Benito imponen horarios y actividades de manera rigurosa.
La anécdota de Schwartz
Volvamos a Bertold ¿Un monje tan curioso
que desobedece a la autoridad monástica? Pareciera una contradicción, pues los
monasterios fueron desarrollados para retirar a los varones de la tentación
mundana y voltear la mirada hacia las sagradas escrituras, entonces nada de
investigaciones y curiosidades. La ficción de El nombre de la rosa, nos recuerda que la inquietud mental se
oponía al estilo conventual, por más que los monjes fuesen personas con
inteligencia unida a la devoción.
Unos rasgos de ese relato del curioso Schwartz
indican que investigaba con pasión los materiales que tenía a mano, que
aplicaba una alquimia práctica, que resultaba en una química. Los superiores
del monje, por principio no estaban de acuerdo, aunque toleraban sus tendencias
por una mezcla de utilidad práctica de sus actos y la expectativa de corregirlo
con el paso del tiempo. Tampoco se suponga que los conventos estaban por
completo ajenos a las actividades productivas, pues los internos con frecuencia
debían manufacturar productos de campo para convertirlos en textiles, vino,
cerveza, etc. Además de las estrictas
ordenanzas morales de San Benito, los conventos florecieron en toda Europa
porque se adaptaban al entorno y funcionaban como unidades productivas que
complementaban a su vecindario. Así que no únicamente los rezos y los ejemplos
moralistas se prodigaban, pues había intercambios comerciales en la Edad Media.
Como fuese el relato del monje Schwartz
señala que él había conseguido y perfeccionado la pólvora. Debido a que China
era un sitio demasiado distante para mantener comercio regular y ni siquiera
noticias.[2]
Entonces para efectos del relato la pólvora era el invento de Bertold. Con esa
capacidad el monje obtuvo su emancipación, debido al espanto que causó este
“invento” entre los superiores del convento. Con el secreto oculto entre sus
posesiones, Schwartz se volvió un tipo de fortuna cuando le dio una utilidad
militar, al colocarla dentro de tubos de bronce y comenzar la confección de la
primera artillería europea. Con tales innovaciones se revolucionó el arte
militar y los campos de batalla cambiaron por entero, entonces poco a poco, los
arreos de la caballería armada dejaron de tener eficacia y comenzó un nuevo
tipo de milicias.
La condenada curiosidad
Fue la ideología tradicionalista y añeja
que ahogaba la curiosidad, repitiendo consejos como “La curiosidad mató al
gato” y otros adagios. Tantos refranes señalan la condena popular contra los
curiosos y algunas fábulas lo refuerzan. El temor se refuerza en el “ni le
busques”, o la advertencia “el que busca encuentra”, insinuando que son
problemas. Sin embargo, ahora la
curiosidad se acepta como un impulso sano de la infancia que luego va muriendo
cuando se insiste en castrarlo continuamente.
Y casi obvio, que los garantes del
pensamiento “prudente” en el sentido de medroso, eran los monjes, las personas
dedicadas en cuerpo y alma, que se retiraban del “mundanal ruido”. Que en ese
relato sea un propio monje el paradigma de una curiosidad explosiva es, cuando
menos, gracioso.
NOTAS:
[1] No el primero, ni el
único, parece que su contribución más bien se enfoca su utilización en la
balística. Se cree nació en 1318 y murió en 1384.
[2] Recordemos que los
viajes de Marco Polo representan una hazaña sin comparación, aunque sí existía
la Ruta de la Seda la cual conectaba a las regiones de Medio Oriente con China,
pero el paso hasta Europa ya resultaba indirecto y un reto tremendo. Marco
Polo, El millón o El libro de las maravillas o Viajes de Marco Polo.
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