Por Carlos Valdés Martín
El fundador mítico del pacto entre Yahveh y un nuevo
pueblo fue Abraham, pero resultaba anciano y estéril. Desposado con su amada Sara
envejeció sin poder concebir y ante lo avanzado del tiempo le fue permitido
seguir una treta al concebir con una criada con el consentimiento de su misma
esposa. Se justificaba por ser un patriarca legendario, de esos modelos del
“patriarcado” y causa de la moralidad imperante, en sentido de costumbres. Como
sea, Abraham seguía mortificado por procrear con su propia esposa, hasta que
surgió el mismo Supremo y le señaló que recibiría el don tan ansiado. Así,
nació Isaac a quien se amó como heredero legítimo y el consentido de la pareja
de ancianos. Hubo otro hijo, que fue con una concubina, Agar que dio a luz, a
otro hijo llamado Ismael, pero fueron despedidos del sitio y enviados hacia el
desierto.
El nudo
dramático
Cuando el niño Isaac crecía sano y alegre surgió un
contratiempo que nubló el horizonte y suponemos que el corazón de su padre. Al
parecer, los pueblos vecinos, que adoraban a dioses ajenos, eran tan devotos
que sacrificaban a sus hijos en ofrenda, mientras los judíos acostumbraban
únicamente ofrendar carneros. Un día, la voz de Jehovah ordenó a Abraham que
marchara a una distancia de tres días hacia el monte Moriah para hacer un
sacrificio, sin llevar un carnero. El relato de Génesis 22 narra que Isaac fue señalado para ese destino y que
sería entregado en holocausto, sin embargo, Abraham no reveló ese mandato a su
familia ni al propio hijo. Cubierta la jornada, el patriarca deja a sus
sirvientes y se hace acompañar únicamente de su hijo, con un cuchillo y fuego
para quemar en sacrificio. De las órdenes nadie más escucha —ni la familia ni
los sirvientes ni Isaac—, entonces guarda un designio “secreto” y así viajan a
lo alto de Moriah. Lo que intrigaba a Isaac es que no suban con un carnero
según su costumbre, ante lo cual su padre Abraham respondía “Dios se proveerá”.
Un huracán
ético
El relato bíblico no aclara los sentimientos y
razonamientos interiores de Abraham, tampoco explica sus palabras
tranquilizantes dirigidas a Isaac: “Dios se proveerá el cordero para el
holocausto”.[1] Quien
abordó a fondo los hondos problemas éticos que se desprenden del relato fue
Kierkegaard, el filósofo existencialista y cristiano, quien observó en el
pasaje un completo huracán de problemas morales. ¿Debe una persona acatar una
orden divina cuando su evidente implicación es la ruptura de las normas éticas
elementales que supone provienen de la misma deidad? Porque Abraham no
sacrificaba gente y menos a niños, el planteamiento en sí mismo es tan horrible
que sorprende la brevedad y el candor[2]
del relato. La orden obedecida coloca a Abraham en mitad de un absurdo ético,[3]
pues él está a punto de convertirse en un villano inenarrable y un sujeto
bestial dispuesto a segar una criatura por entero inocente. En el relato,
Jehová se comporta con la astucia de
un juicio salomónico, pues le basta la intención demostrada y en la misma medida
que resulta impedida limpiamente, hasta el último segundo. A final de cuentas
el relato ofrece una desviación fundamental, cuando en lugar de asesinar
personas se justifica utilizar animales, asumiendo la parte cazadora como la
condición insuperable, con ello el área del sacrificio hace coincidir una
voluntad desmedida (la devoción que raya en el absurdo) y el acto restringido
(únicamente aplicado al animal). Esto implica el cruce de dos dimensiones: una
voluntad sin restricción para conectarse con Jehovah mediante la obediencia (y
el temor) y una acción restringida por una ética, que el propio Dios establece
para evitar la violencia irracional, la cual sí es una posibilidad de material
(la hipótesis ilimitada de morir en cualquier instante, la factualidad limitada de que únicamente se muere una vez).
El temblor de
Abraham
Cuando el ángel detiene la mano dispuesta al filicidio
sobre Isaac, el hijo inocente, y entonces Abraham cambia su condición
radicalmente de asesino en potencia a un sacrificador ritual, salta de la tragedia
por obediencia hacia la santidad por la misma obediencia. El ángel cuando
transmite la contraorden explica el perdón a Abraham: “porque ya conozco que
temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.”.[4] De
ahí el título de Kierkegaard, que reza: Temor
y temblor. El otro giro del relato implica que se termina el silencio de
Abraham, quien actuó en secreto
respecto de su familia, asistentes e hijo, pero que deberá regresar con una
narración sobre lo sucedido, de lo contrario no existiría el relato. Aquí el
secreto funciona como facilitador, evitando tropiezos y obstáculos, sin embargo
acarrea consecuencias morales, porque Abraham pareciera asumir completa
responsabilidad, mientras su voluntad está por completo puesta en su Señor. El
secreto genera una dimensión de completo aislamiento de Abraham, la que llamo
la “soledad del líder”, pues provoca que la preparación del sacrificio de Isaac
pese por entero en sus hombros, y con ningún ser humano la está compartiendo.
Separarse de todos para entregarse a Jehovah ¿implica responsabilidad o la
completa elusión al colocarlas en su fe imperiosa? Lo segundo resulta más
lógico, pues justifica romper cualquier orden ético por la obediencia, lo cual
establece una jerarquía donde Dios está por encima de cualquier
responsabilidad, operado cual soberano para disponer de las vidas y la honras.
El último
momento: a punto de asestar el golpe, o la estructura del dramatismo
Con todo y su brevedad, este relato alcanza un clímax
dramático porque Abraham ya preparó todo para sacrificar a su propio hijo. Lo
ha colocado en la impotencia completa, sobre la leña donde será quemado después
de morir. El padre ha empuñado el cuchillo de los sacrificios y el movimiento
está completo para que nada humano interfiera en el desenlace. La aparición del
ángel para detener el desenlace funciona como intervención providencia, una
operación a la que nos acostumbran las películas y series de aventuras, aunque
se refieren a la presencia de lo extraordinario. La salvación en el último
segundo convierte los sucesos en más extraordinarios, a la vez, que disuelve la
tensión y las sombras ominosas; en ese mismo instante desaparece la amenaza y
se instituye un “orden natural”, por el cual las personas son preservadas de la
violencia del altar y se confirma que las cabras serán el vehículo del
sacrificio. Sin embargo, se confirma una equivalencia entre el objeto sustituto
y la existencia humana. ¿Qué es la existencia entera sino una larga lucha por
alejar el desenlace final? La conciencia de la fugacidad de la vida debe darle
a ésta misma un carácter más sagrado: hacer sacro algo, es la etimología
evidente de la palabra “sacrificio”.[5]
Dramas
interiores de Abraham
Arriba comentamos que el silencio que mantiene
Abraham y su “pocker face”, la cual oculta sus intenciones y obvio dolor, son
un ingrediente indispensable del relato. Curiosamente, se toma ese silencio y
disimulo sin tanta sorpresa, únicamente algunos pocos filósofos y pensadores
descubren un dolor paternal bajo la discreción del patriarca. Quizá el propio
relato bíblico, donde el mismo personaje ha atravesado por situaciones
dolorosas sin chistar, como los exilios y entregar a su esposa Sara (que en esa
parte del relato se llama Saraí) a los gobernantes locales. Al entrar en
Egipto, incluso la táctica parece una ocurrencia
de Abraham, quien reconociendo la belleza de Sara supone que a él lo matarán
para quedársela, por eso él inventa la mentira de que ella es su hermana y le
pide a Sara que lo divulgue. ¿Sufre el esposo de celos al saber que su mujer ha
sido arrebatada y que estará siendo enamorada por el gobernante extranjero?
Cualquier suposición elemental señala que debió arder en celos y lamentar sus
astucias. Que haya recibido regalos abundantes del faraón duplican ese martirio
interior, pues el bálsamo de los regalos apunta hacia la herida. Sin embargo,
la simpleza del relato regresa a la esposa con rapidez como si no hubiera
sucedido ningún contratiempo, pues la divinidad intervino para “plagar” al
faraón, quien sí cedió y con rapidez devolvió a Sara con Abraham.
El gran drama interior de Abraham permanece
desconocido bajo el pasaje de Isaac. La búsqueda de un descendiente legítimo está en el corazón mismo del
relato y el mandato de Yahveh para sacrificarlo estaría aniquilando esa
esperanza. Si el hijo único[6]
muere se derrumba la continuidad del pacto y la expectativa postrera, por tanto
el tiempo del mandato debería representar una carga enorme sobre la conciencia
de Abraham. La literatura y la filosofía se han intrigado muy poco sobre ese
drama interior, pues el mismo relato bíblico no está diseñado para ello, el
mismo final feliz es un antídoto contra las dudas del proceso. Lo tenebroso que
contiene el pasaje de aceptar y cumplir la orden asesinar al hijo se disuelve
en el final feliz, sin embargo, implica el terreno mental para asumir la vileza
imaginando que Dios la ordena, como
supondría el “ajusticiamiento” de Cristo.[7]
El clímax del drama de Abraham debería suceder en la
cumbre del Moriah donde ata a su hijo y lo coloca sobre la leña. Ahí está separado
de las demás miradas, únicamente los ojos de su inocente a quien habrá de
aniquilar, un único par de pupilar aterrorizadas al comprender que su propio
progenitor está listo para darle final. Algunas pinturas religiosas captaron
emociones propias de ese instante, en una de sus representaciones Caravaggio
muestra el dolor del hijo reducido a la impotencia, mirando con horror el
cuchillo que se aproxima, mientras oculta con una sombra el rostro del padre —quizá
no encontraba una respuesta ante la pregunta ¿qué transitaba por la mente de
Abraham? Para la argumentación religiosa cabría un sinfín de respuestas: desde
el gozo del santo que cumple el mandato divino hasta el arrepentido a quien le
asalta el escrúpulo, pues acaba de comprender que Dios mismo no infringe el más
elemental principio ético, y por ello lo que escuchó fue la voz del Adversario,
entonces… Caben tantas interpretaciones bajo este tipo de argumentos que
Caravaggio optó por dejar en la sombra el rostro de Abraham.[8]
Dramas interiores
de Sara e Isaac
Sara en los relatos del Génesis aparenta una dureza y maleabilidad extremas, únicamente
accesible a un celo postrero ante Agar, la concubina consentida. Consecuencia
del viaje a Egipto y una argucia Sara es tomada por el faraón egipcio, quien
colma de regalos a Abraham creyendo que se congracia con el hermano. En la
perspectiva, del siglo XXI ella resulta un objeto de cambio para provecho del
varón, un argumento que para el contexto de los pastores bíblicos carece de
sentido, pues la rudeza del ambiente no se escandaliza con tales trueques con
mujeres. Que el marido deje a Sara en manos de los egipcios para que hagan con
ella lo que les apetezca, en el Génesis
no pareciera insinuar ningún escándalo ni ella mostrarse dolida por las
visitaciones del faraón y sus cortesanos. Debemos asumir que Sara transita como ausente
por los acosos en manos de un rey y sus secuaces, para volver alegre y sin
resentimientos al lado de Abraham. El segundo relato donde ella cae en manos de
otro rey, Abimelech sí especifica que en realidad no fue tocada, pues Jehová se
apareció en sueños e impidió que ella fuera tocada.[9]
En el relato, siendo Sara la única esposa de Abraham
y elogiada por su belleza, eso no impide que le conceda a su sierva como
concubina, siendo propuesta de ella que él cohabite con Agar.[10] Después
de que Agar concibe y Sara sigue estéril ocurre el único desplante, pues la sierva
le desprecia y eso aflora un resentimiento. Después pare al hijo propio, Isaac,
dando la alegría completa, cuando Sara se realiza como madre en un milagro, por
la visita encarnada de Jehová y ángeles. El relato bíblico señala que Sara
desconoce por completo las órdenes de Abraham para sacrificar al vástago por lo
que no manifiesta agitación. El relato ella lo sabe después, donde valdría
interrogarnos por las imágenes de amenaza y pérdida subyacentes, pues ha sido
engañada y mantenida en la ignorancia por su amado Abraham, como si él debiera
cargar en solitario con la devoción y sus consecuencias.
La brevedad del sufrimiento de Isaac y su inocencia
ha dejado también fuera de las reflexiones, pues es hasta la modernidad que se
ha dado voz literaria a los menores, encontrando argumentos que parten desde la
inocencia. Las argumentaciones quedan para la existencia de Isaac como adulto,
bajo el signo de que Yahveh sería capaz de cambiar de opinión, abandonando las
promesas al patriarca y a su descendencia; pues la gracia es condicional a
mantener lo ordenado, así se establece la obligación religiosa. Conforme sí sobrevivió
un pueblo judío religioso, descendiente de Isaac suponemos que hubo un drama
interior para sostener las promesas anteriores y cuidarse de nunca dar pie a
una nueva presentación del Jehová de ceño amenazante.
La piedra de
los sacrificios
Las antiguas religiones sabemos que estuvieron
pobladas de piedras comprendidas como centros de poder, a manera de
manifestación de una dureza supra-natural. Y ara significaba simplemente
“piedra” en sentido etimológico, y el ara también se utilizó como piedra de los
sacrificios.
Considerando otras latitudes el ser humano ha
ofrecido ofrendas para mostrar a la divinidad su buena disposición de entregar
lo mejor de sí, ya sea en vida o bienes. De ahí nace la costumbre universal de
los sacrificios, y encontramos que ofrendar animales fue generalizado y, de
manera excepcional, encontramos las de personas.
En el Génesis
de la Biblia encontramos una
impresionante huella de tales sacrificios humanos en la narración de Abraham e Isaac,
el único hijo del patriarca. La costumbre se llamaba holocausto por el quemando
a la víctima después de matarla. En la cima del monte Moirah,[11]
Abraham se dispuso a cumplir la fatídica orden de sacrificar a su propio hijo,
y preparó un altar donde colocó la leña y amarró a su hijo colocándolo en el
altar sobre la leña. A Dios le bastó la intención de Abraham, quien no rehusó a
su hijo, su posesión más querida. Al momento, se apareció un carnero, con sus
cuernos trabados en un zarzal, el cual sí fue dado en holocausto. Esto indica
que, entre los judíos antiguos, el sacrificio de animales y la circuncisión reemplazaba
al de personas.
Palabra
cumplida
Contrastando, desde la sensibilidad antigua hay una
división de sensibilidades entre quienes asumen y quienes repugnan ante los
sacrificios humanos. La línea dominante del Antiguo
Testamento es rechazarlos, sin embargo, quedan casos de ofertas consumadas,
como la oferta de Jefté para sacrificar en holocausto a quien primero le
recibiera si derrotaba a sus enemigos por la bendición de Yahveh, luego resultó
que fue su hija única la que lo recibió quedando obligado a matarla.[12]
En ese drama bíblico ninguna voz angelical detuvo la mano de Jefté que debió
cumplir su promesa. Conforme han transcurrido más siglos, se rechaza de manera
definitiva este tipo de ofrendas bárbaras, y para el cristianismo, el Mesías
fue el último sacrificio carnal permitido.
En el relato de Abraham su palabra sí queda honrada
en la medida que aceptemos que el ángel fue quien detuvo su mano, con lo cual
queda inalterada la seriedad del juramento.
Sacrificio en
sí
Vale interpretar el sacrificio en sentido etimológico
de volver algo sagrado, por su segunda parte que es “ficio” derivado de “facere”
que significa hacer. Entones es la actividad que convierte en sagrado y,
recordando al inocente Isaac, ¿la vida de un niño inocente es sagrada en sí o
no? La respuesta inmediata es que sí. El gesto final del relato es no matarlo,
sino cuidarlo, y ese apartarlo representa el gesto sacrificador, el sustituir
al carnero en lugar del humano: una simple simbolización en el animal en lugar
de la persona vulnerable.
Interrogamos la anécdota de Abraham, aunque aceptamos
la intención profunda del sacrificio contenida en esta historia bíblica. El
gesto del patriarca al obedecer implicaba arrancando dramáticamente su mayor
afecto filial. Ahora, paradójicamente, las personas ordinarias amamos a
nuestros vicios y debilidades como si ellos fueran auténticos hijos nuestros.
Este amor irracional a los vicios lo demuestran el alcohólico y el drogadicto,
quienes arriesgan su salud y hasta vida antes que alejarse de sus placeres
efímeros. Este principio del sacrificio ético bien entendido ataca y disuelve
lo dañino cuando se enfoca. Imagina la posibilidad de hundir en pozos sin fondo
a los vicios, entonces no regresarían.
La ley del
tiempo, permutada por la eternidad
El gesto candoroso alrededor de este relato significa
que la vida está sometida a la ley del tiempo y de la mortalidad. Entonces
muere el anciano y hasta el niño, aunque al segundo se le procuran tales
cuidados como si la muerte nunca fuese a alcanzarlo. La ley del tiempo
finito para cada vida la impuso un destino superior, que para el creyente se
atribuye a Dios mismo. La eternidad misma como oposición conceptual a la
legalidad del tiempo es una de las mejores promesas de la religión, que
sustituye la mortalidad biológica por una esperanza en el espíritu (o alma)
inmortal. El gesto sacrificial da una alegoría sobre la
expectativa de inmortalidad bajo condición de reconocerse mortales, mientras la
amenaza contra el inocente acentúa el carácter paradójico del relato.
NOTAS:
[1] Génesis, 22.
[2] Resulta
difícil colocar un único calificativo para este aspecto: el relato es tan
sencillo que resulta candoroso y simple (de “simplicidad” en sentido moral),
pues no genera ninguna alerta por las consecuencias. La obediencia de Abraham
parece el gesto rústico que no comprende las consecuencias, sin embargo, lo
mantiene en una especie de secrecía.
[3] El
absurdo es un gran tema del existencialismo, que lo sistematizó Camus, en La filosofía del absurdo.
[4] Génesis, 22.
[5] Conviene
refutar a Bataille quien ha difundido el desatino de que lo valioso se
desprende del interdicto, como si lo prohibido fuese la fuente de lo sagrado,
cuando lo sacro está formado por un dispositivo de significados para rebasar lo
temporal y lo limitado, hacia lo eterno y universal. Cf. Bataille, Lo imposible. En cambio, concuerdo con
Eliade: “A través de la experiencia de lo sagrado, el espíritu humano ha
captado la diferencia entre lo que se
revela como real, poderoso, rico y significativo, y lo que está desprovisto
de estas cualidades, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas, sus
apariciones y desapariciones fortuitas y vacías de sentido” Mircea Eliade, La nostalgia de los orígenes.
[6] Este
carácter único de Isaac posee la ambigüedad del trato hacia su herma Ismael
quien es expulsado junto con la madre Agar, la sierva y concubina, que señala
no era legítimo, aunque posee también la bendición y cuidados de Jehová. De
enorme importancia histórica por considerarse la estirpe de los árabes y la
raíz del islam.
[7] Los
sacerdotes y el pueblo que condena a Cristo se comportan bajo la misma faz de
un rigor misterioso, repitiendo el gesto de Abraham, pues su conciencia les
indicaba que ese Hijo estaba de sobra y que su propio pacto don Jehová les
permitía asesinarlo. Y como no se aparece el ángel para detener la mano
asesina, cumplen la negra condena sobre Cristo.
[8] El
pintor Andrea del Sarto sí logra mezclar una expresión de dolor y sorpresa de
Abraham cuando está listo para la ejecución y se aparece un ángel para
detenerlo.
[9] Génesis 20, Jehová dirigiéndose a Abimelech,
rey de Gerar, otra región: “y así no te permití que la tocases. Ahora, pues,
vuelve la mujer a su marido; porque es profeta…”
[10] Génesis 16: “Y Sarai, mujer de Abram no
le paría: y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo, pues,
Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril: ruégote que entres a mi
sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al dicho de Sarai.”
[11] Para el
fenomenólogo de las religiones Mircea Eliade todos los lugares para rituales
simbolizan una montaña sagrada, en el sentido de un sitio central que une la
tierra con los cielos. Tratado de
historia de las religiones.
[12] Jueces 11:31-40.
1 comentario:
Es muy importante para poder hacer una introspección de nuestra forma de a actuar Felicidades por la aportación
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