Valor de uso en El
capital
En su obra
maestra, El capital, Marx inicia con
el tema del valor de uso para esterilizar el tema del “cuerpo” de las cosas
dentro de su sistema. Empleo esa palabra de “esterilizar” para ubicar un
procedimiento intelectual de aislar una determinación (el concepto valor de
uso) para que no contamine la obra intelectual. Ante todo, El capital es una obra de gran ingeniería intelectual donde cada
concepto está perfectamente embonado y de esa perfección surgen sus méritos o
las limitaciones de su sucesión.
Desde las
claras y distintas definiciones del Capítulo I de esa obra se establece el
“valor de uso” como un aspecto no problemático y con conexiones universales y
evidentes. En el valor de uso se abarca toda la materialidad de las mercancías,
no importando su forma o servicio particular. Además bajo ese concepto se
enlazan todas y cada una de las necesidades a satisfacer, sin importar que “se
originen, por ejemplo, en el estómago o en la fantasía, en nada modifica el
problema”[1] Dentro de esa
generalización, el cuerpo particular de las mercancías es irrelevante, sin
importar sean usadas directa o indirectamente, consumidas lentamente o
desaparezcan de inmediato. De modo rápido y directo quedan enlazados “valor”
(el tema de la economía), el uso (la utilidad de la cosa, el para sí de algo), la
necesidad del individuo (lo necesario como sea que sea), la materialidad (el cuerpo
de la mercancía), la mercancía (el objeto producto de la división del trabajo)
y lo natural evidente (la evidencia de la necesidad material). Queda
establecida una sólida cadena de argumentos que tardó en llamar la atención.
Con este
arrinconar el tema del uso, la necesidad y la material concreta sale de la
consideración central de la crítica un planeta entero. Para el análisis del
concepto del valor-trabajo esto resulta indispensable, y después, con habilidad
de relojero, Marx va reintroduciendo algunas características de “valor de uso”
que sí tienen sentido dentro de su sistema económico. Poco a poco, reintroduce
el cuerpo de los metales preciosos como adecuados para obtener el uso como
dinero. Se separa radicalmente la “mercancía fuerza de trabajo” pues para el
marxismo posee la cualidad única de producir más valor del que cuesta su
manutención, por tanto, ser la verdadera fuente de la plusvalía y de un sistema
de explotación. Después habrá que definir un cuerpo de cosas que se consume
productivamente y son medios de producción, por tanto contienen valores de uso
que se “consumen productivamente” y transfieren su valor. También irán
surgiendo otros rasgos globales para separar algunos valores de uso, como los
destinados a artículos de lujo que se compensan con la plusvalía en un circuito
de esquemas de reproducción de capital. En su momento Marx para el factor
productivo “tierra” encuentra una ubicación especial para discutir el añejo
tema de la renta de tierras[2].
Inquietud tras el 68
Para algunos
pensadores desde mediados del siglo XX, este esquema de Marx deja una inquietud
pues les apetece que él no aborda una discusión directa sobre esa “utilidad” y
“necesidad” que están correlacionadas en el valor de uso. Para decirlo de
golpe, a algunos les parece que ese “valor de uso” es una noción pre-crítica y
sometida a un fetichismo bastante grosero, como sucedería con Baudrillard. Si
bien, desde principios del siglo XX otra corriente de seguidores de Marx
descubrió el interesante instrumental crítico de la teoría de la enajenación y
fetichismo, para estas nuevas inquietudes no resulta bastante enderezar la
teoría económica con la teoría de la enajenación, cuando ellos —en gran medida
influidos por el psicoanálisis, el estructuralismo y la semiótica— buscan otra
clase de confrontación teórico-práctica. Muchos tributarios de Marx no estaban
conformes con las premisas existentes, cuando él consideraba que sobre la
mercancía “En cuanto valor de uso nada de misterioso se oculta en ella”[3].
En el ambiente
de la llamada “Revolución del 68” se enderezó otro tipo de crítica que tocaba
el tema del cuerpo directo de las cosas materiales o su contraparte indirecta
de la psicología, conciencia o necesidades. Es decir, al confrontarse con la
cáscara material de las mercancías y de las mentes necesitadas esos otros
teóricos descreyeron de “las relaciones diáfanamente racionales, entre ellos
(los seres humanos) y la naturaleza”[4] que surgirían al caerse el
velo de las relaciones capitalistas enajenadas. El problema mayúsculo era que
la URSS y China reclamaban ser la encarnación viva de las ideas de Marx, y esa
encarnación no resultaba ni diáfana ni racional, al contrario, eran sociedades
opacas y poco racionales dominadas por el Estado y con una ideología de “doble
cara” con discursos a favor del proletariado y beneficios para la nomenclatura.
Variedad de marxismos
Por un lado, enfrontarse
contra el socialismo real resultó indispensable para el renacimiento de la
izquierda en ese periodo, pues la dependencia a los clisés estalinistas había
sido un fracaso[5].
Una nueva generación buscó su propio camino y se pregonó regresar a las fuentes, volver a Marx
contra el Partido Comunista como el protestantismo exigió leer en directo la
Biblia. Surgió una nueva generación de exégesis de Marx, donde Althusser gozó
de glorias efímeras[6] y
se diversificó el análisis crítico. Al mismo tiempo, surgió una nueva ortodoxia
fuera del marxismo-leninismo-estalinismo-maoísmo que no estaba interesada en
los destinos del Estado supuestamente socialista, sino en las corrientes de pensamiento.
Surgieron las influencias del regreso a Hegel o Kant, las fusiones con el
existencialismo y el psicoanálisis.
En ese
territorio más complejo se inició una crítica directa a la cosa material, que
se interrogó por el “valor de uso” y la “necesidad” que estaba bajo esa cáscara
material. Aunque en Marx existen atisbos y anotaciones contra algunas
necesidades “imaginarias” o “caprichosas”, esos temas no resultan relevantes,
bajo la suposición de que el sistema social es el productor de las necesidades,
así que una alteración de tal sistema de necesidades (consumo) siempre es una
variable dependiente del sistema de producción, la cual define el perfil de las
necesidades sociales que se imponen a cada individuo de una sociedad
determinada[7]. Sin
embargo, si se presenta una ruptura en el enfoque de método ya aparece un nuevo
perfil teórico que sale del “continente” descubierto por Marx. Conforme algunas
visiones se interesaron por un enfoque fuera de las coordenadas del
materialismo histórico y dialéctico vino un cuestionamiento sobre los supuestos
del mencionado “valor de uso”.
El lado psicológico de la necesidad
Es posible que
el cuestionamiento primero sobre el “valor de uso” proviniese desde el costado
de la psicología. La psicología creció mediante el descubrimiento del
“continente del inconsciente”. Si Marx estudió un “continente historia” desde
el punto de vista radicalmente materialista” enfocándose primero en la
producción material, y así descifrar el conjunto, con Freud se estudió el
enorme territorio de la mente, enfocándose en las contradicciones entre la vida
psíquica consciente y la inconsciente. El punto de apoyo es diametralmente
opuesto y lo resultados también. Para la izquierda el psicoanálisis era
sospechoso de una desviación pequeñoburguesa, en otras palabras, una ideología
de distracción. Aun así, personajes de la izquierda simpatizaron pronto con la
obra psicoanalítica y se integró una obra de freudo-marxismo mientras el
estalinismo se consolidaba y el fascismo arreciaba. La manera en que las masas
proletarias de Alemania se sometían a los líderes fascistas orilló a Reich y a
Fromm a intentar nuevas interpretaciones, donde la necesidad económica parecía
quedar en un segundo plano. Para Fromm los proletarios estaban “escapando de la
libertad” y se sometían a líderes autoritarios por impulsos inconscientes, que
no estaban limitados a una obligación económica. En El miedo a la libertad Fromm realiza una pormenorizada
interpretación del sometimiento voluntario del individuo medio a condiciones de
explotación, de tal modo que la “necesidad” resulta un tema opaco y complejo,
que no se conecta en directo con la cosa material producida. En ese enfoque, no
es la cosa misma un “valor de uso” inocente, sino que la modalidad de consumo
pervertida ya está anclada en la psique y se debe liberar, para alcanzar un
patrón de consumo no enajenado, en ese sentido, la necesidad empírica está
cuestionada[8].
Por su parte
Reich también se esforzó para descubrir una explicación para el sometimiento en
La psicología de masas del fascismo.
De cualquier modo, la parte subjetiva de la necesidad quedaría cuestionada
radicalmente y no sería posible asumir una “neutralidad” de la contraparte
material. En diferentes tonos, Reich observaba esa contradicción entre el
discurso marxista y sus tesis de psicología. En cierto sentido, Reich como
teórico del orgasmo descubre la necesidad suprema en el sentido de intensidad: el placer al máximo[9].
Con esa revisión desde la psicología se podía revolucionar el paradigma de un
“valor de uso” natural. El conflicto potencial entre Reich y la izquierda
política tradicional era enorme, por lo que terminó siendo fuertemente atacado
por la izquierda contemporánea, aunque reivindicado
a posteriori en otros ámbitos.
El rediseño de objetos
Desde antes de
la guerra surgió una tendencia de reforma del “espacio material” que estuvo
inspirada desde la izquierda. La escuela del diseño del Bauhaus expresó una
gran inquietud por cambiar directamente el valor de uso, motivada por
tendencias contestatarias e ideólogos socialistas. Una parte de la arquitectura
modernista también expresó un anhelo de cambiar el entorno material para la
satisfacción de la gente con sentido contestatario. La escuela surrealista
pretendió una liberación trayendo el mundo onírico a la realidad. Y sería largo
enumerar las vanguardias prácticas que afectaron diversos aspectos del “valor
de uso” de modo deliberados para cambiar su mundo. Para una visión marxista
esto fácilmente se desecharía como un intento de reforma y no un revolución, a
la manera de un nuevo “socialismo utópico” plantando semillas de futuro en la
tierra caduca de la sociedad capitalista. Como sea, mientras el análisis de
Marx casi no toca la crítica del valor de uso, esas corrientes marcaron un
largo cronograma de “críticas puntuales” sobre el cuerpo del valor de uso.
Recordando de
nuevo a Marx, en algún pasaje de burla de los economistas apologéticos que
aceptaban investigar un modo de abatir el costo del consumo obrero, para
alcanzar el mínimo. Los prácticos del diseño o la arquitectura se interesaron
por darle al consumidor (cualquiera, en particular el simple obrero) una
porción mayor y mejor de existencia, es decir, procuraron darle un mejor valor
de uso, cuestionando lo que antes les daba el sistema capitalista de manera
automática. Esto implicó la presencia de una fuerte corriente de rediseño de
las cosas, una renovación en el terreno del valor de uso, lo cual significaba
una “crítica práctica” al “valor de uso”. Un ejemplo, curioso puede ser la
teoría ergonómica de Le Corbusier en su Modulor que rescata la “proporción
áurea” clásica con aplicación a la arquitectura.
La desaparición del hombre
Una oleada de
estructuralistas, posestructuralistas y semióticos, según Anderson terminó
ganándole la partida al marxismo en el ámbito académico. Conste que Anderson es
marxista y no lo dice en el sentido de contenido, sino como preponderancia
intelectual[10].
El ámbito intelectual universitario termina diciendo que la sociedad debe
interpretarse desde un paradigma diferente, que no se delimita en el espacio
del materialismo histórico y dialéctico, el cual quedó confinado a algunas
especialidades, como materias especializadas de economía, historia, sociología
o ciencia política. El paradigma predominante de las ciencias sociales en las
universidades se mantuvo en otro nivel, quizá más empírico y tradicional, no en
el marxismo. Lo importante es también notar donde quedó la aparente vanguardia del
pensamiento. Desde los sesentas en los estructuralistas-posestructuralistas,
luego al finalizar el siglo se presentaron los modelos de los posmodernos y se
anunciaron los sistemas complejos.
El
posestructuralismo presenta una apuesta intelectual interesante que en un punto
llamativo plantea la desaparición del “hombre” para cederle su sitio central a
los “sistemas” parciales que lo explican. Esa es una nueva “Revolución
Copernicana”, curiosa y llamativa. Una de las apuestas notorias en este campo
la planteó Foucault, quien señaló sin ambigüedades ese final del concepto de
hombre[11], aunque sin definir con
qué sería sustituido. Para Foucault la
conexión del valor de uso con el valor trabajo, y éste con un concepto de
Hombre (con mayúsculas de síntesis suprema) es una expresión clara de la
episteme del siglo XIX, un enfoque victoriano para ordenar las cosas con las
palabras de una historia[12]. Para él la transparencia
del valor de uso ligada a claras necesidades del sujeto consumidor es una
construcción de un sistema de pensamiento que ha terminado sus días y en la
reflexión posterior de Foucault termina siendo una derivación del Poder, que
atrapa en sus redes al consumidor[13].
Esta forma
radical de interpretación de desagregación en sistemas ha tenido sus frutos,
pero no ha resultado con ese corolario radical, seguimos pensando en términos
de ser humano.
Para lo que
nos interesa, esta desintegración de la interpretación del hombre ha tenido su
correlación en el “cuerpo” del “valor del uso”. Cada vez se cree menos en el
cuerpo de la mercancía, aunque se domina mejor su manufactura. En lugar de esa
convicción en el cuerpo de la mercancía, cada vez se cree más en la
mercadotecnia, la cual ha crecido como una densa red de economía y sociabilidad.
Hacia la crítica de esa densa red es que se centró Baudrillard con sus
interpretaciones de la sociedad de consumo[14]. Aunque no exista un
consenso sobre lo que significa, casi cualquier autor acepta que estamos en las
redes de una nueva sociedad planetaria de consumo. Cualquier crítica que se
pretenda relevante (por no decir radical) debe partir de esa proliferación y
densidad del sistema de consumo, aunque considere que una teconoestructura es la dínamo rectora[15].
Drogas y ecocidio: el valor de uso maligno
Los temas del
siglo XXI están marcados por dos modalidades de mercancías o “efectos” del
valor de uso que no son indiferentes. El gran revuelo de las adicciones y el
tema del narcotráfico están implicando una hipótesis sobre un tipo de mercancía
especial, que trastoca al individuo y el entorno social. Las drogas son
ancestrales, pero hasta este capitalismo tardío es que han presentado una
problemática tan compleja y de tantas repercusiones.
La destrucción
ecológica y su relación con los productos mismos, como los motores a
combustión, es otro tema enorme. La lucha por contener y revertir el daño
ecológico parece imposible de sacar de la agenda e ignorar al “valor de uso” en
su cuerpo material si está provocando tan graves daños.
Ante la
gravedad de estos dos temas resulta temerario esperarse al advenimiento final
de una revolución final salvadora, como nos recomienda un Wallerstein,
esperanzado en una catástrofe sistémica para el 2050[16]. El mínimo instinto de
sobrevivencia nos obliga a voltear hacia modificaciones en la oferta de valores
de uso para escapar de ese doble desfiladero. Recuperar el cuerpo y una
psicología básica en un ambiente ecológicamente sano son puntos elementales
para la sobrevivencia de la crítica y un posible rediseño del valor de uso
futuro. Si desde el proceso de producción-consumo se sigue devastando a la
naturaleza el camino del futuro será un calvario; entonces se requiere un
rediseño desde el valor de uso mismo, por tanto sí importa su “cuerpo material”
al estudiar nuestra economía y civilización. Algunos productos de diseño nocivo
debe restringirse y el tema parece evidente pero es complejo. ¿Cuál es el
límite del diseño de químicos nocivos? No lo sabemos. La búsqueda específica de
las empresas del ramo químico-farmacéutico, persiguiendo el sueño de panaceas
médicas parece una obsesión socialmente aceptable. ¿Esa tendencia también tiene
su límite lógico? En principio sí, pero esa clase de límites escapa de una
discusión para nuestro presente. De cualquier manera, el tema del valor de uso
debe liberar la imaginación sobre lo que podemos producir, aún bajo un sistema
global tan contradictorio como el capitalismo.
Conclusión
Todo esto
habrá servido para indicar que la “cosa misma” que encontramos como una
mercancía cualquiera (o también en un bien no mercantil) es un “valor de uso”,
pero ese viejo término de la economía política lo debemos tomar con cuidado. No
podemos ser ingenuos, debemos actuar como ese lejano personaje holandés que
retrató Vermeer en el distante año de 1669. El maestro pintor retrató a un
geógrafo del cual reprodujimos en el gesto de las manos diestras y delicadas.
En una mano está un compás y en la otra un libro, en medio se despliega un mapa
en elaboración. El objeto-mapa está ahí —el mapa antiguo y arriba de la escena
un globo terráqueo en miniatura— mostrando su utilidad, la cual no es pura
evidencia. El ser humano adquiere una relación singular, los objetos lo
conforman y confirman; aunque según encontramos y reconfiguremos a los “valores de uso”
nos colocaremos en nuestro mundo, con la gracia y tranquilidad del geógrafo. También habrá quien quede colocado en posiciones menos gratas, atrapado
por otra clase de “valores de uso” menos útiles y significativos.
NOTAS:
[2]
RICARDO, David, Principios de economía
política y tributación.
[5]
El estalinismo logró acaparar al movimiento comunista exterior y obligarle a
rendir culto al líder soviético recurriendo a toda clase de recursos, incluida
la más burda persecución de sus opositores o disidentes de izquierda, sin dudar
en cometer las más burdas y crueles acciones con tal de concentrar el poder en
un mando único. Cf. TROTSKY, León, La
internacional comunista después de Lenin.
[6]
ALTHUSSER, Louis, Para leer El capital.
[7]
HELLER, Agnes, Teoría de las necesidades en Marx, p.
56. Ediciones península.
[8]
FROMM, Erich, El miedo a la libertad,
Marx y su concepto del hombre, etc.
[9]
REICH, Wilhelm, La función del orgasmo.
[10]
ANDERSON, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico.
[11]
FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas.
[14]
BAUDRILLARD, Jean, El espejo de la producción.
[15]
TOFFLER, Alvin, La tercera ola.
[16]
WALLERSTEIN, Immanuel, Después del liberalismo, Ed. Siglo XXI.
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