Por Carlos Valdés Martín
Resulta
sorprendente que autores reconocidos de la izquierda académica identifiquen al
leninismo con el wilsonismo en el tema nacional. De hecho proponer un binomio
Wilson-Lenin para explicar la ideología de la liberación colonial es un
completo disparate de Wallerstein, para acomodar los hechos a su sistema-mundo[1]. Es evidente que los giros
de la historia, convirtiendo a los ganadores de ayer en los derrotados de hoy,
implica un cambio curioso de perspectivas. La perspectiva de Marx ha sido el
fundamento para la izquierda práctica y también para la académica de los
siguientes siglos. Si bien, el marxismo práctico sufrió una debacle y el
teórico quedó marginado, todavía el eco del “viejo topo” sigue resonando en
diversos ámbitos. En la historiografía de izquierda Hobsbawm[2] y Wallerstein son dos
importantes puntos de referencia para sus visiones. De Wallerstein resulta
sorprendente que empareje a la interpretación radical (bolchevismo ha sido
sinónimo de radicalismo), con el centro liberal. Quien conoce en detalle las
posiciones marxistas, sabe que la propuesta práctica de Lenin sobre la
“autodeterminación de las naciones” no es un objetivo en sí,
sino representa una propuesta transitoria, donde se establece una alianza entre
el proletariado y las clases de un país oprimido (un bloque popular, que podría
incluir a la burguesía local) en contra del imperialismo (la burguesía externa,
opresora y militarista). A diferencia del “programa de Wilson”[3], donde la nación misma es
un objetivo deseable, para Lenin el tema nacional pertenece a la táctica
política y no la búsqueda de un “principio nacional” superior al principio
socialista.
Existe una
curiosa armonía entre los opuestos del drama histórico. Para el marxismo Wilson
como gobernante de Norteamérica ha representado el bastión del imperio en
versión moderna: sostenido por la industria, amurallado por una democracia
formal, con dientes de armamentismo y garante final de la desigualdad mundial.
Lenin como artífice de la primera Revolución Socialista exitosa ha sido
admirado por ser quien culminó la ciencia social marxista y la convirtió en
práctica revolucionaria: quien aterrizó la teoría para convertirla en la
crítica de las armas. La contradicción entre Wilson y Lenin es la más obvia
para el marxismo clásico. Sin embargo, el tema nacional siempre ha generado
curiosas polémicas y una marxista ortodoxa, Rosa Luxemburgo protagonizó una
áspera polémica, cuando Lenin todavía era visto como un aspirante. La militante
alemana fue brutalmente asesinada por la derecha de su país, mientras Lenin
levantaba la victoria del “Octubre Rojo” y se definía como el faro de las
aspiraciones revolucionarias. El ruso se convertía en el paladín de una
estrategia victoriosa y la alemana era respetada por su heroísmo, pero olvidada
como estratega práctica. Así, que la polémica en torno a las tácticas
nacionales se resolvió de modo práctico y sin meditarlo demasiado, se desechó
el “internacionalismo abstracto” de Luxemburgo, quien no aceptaba la bandera de
la autonomía nacional dentro del programa socialista, por considerarlo como una
concesión al programa burgués. La discusión sobre el tema nacional (en su lado operativo)
se detuvo y se creó el prejuicio de que Lenin siempre tenía la razón práctica,
por lo que la autonomía nacional se integró como una demanda de izquierda
marxista, sin más dudas.
Al pasar las
décadas, algunos académicos de izquierda se han quedado perplejos y le colocan
un letrero extraño a Lenin para colocarlo junto con Wilson, su antagonista. En
el curso de los sucesos, el fenómeno de la oleada de independencias nacionales
y el fracaso en la construcción del socialismo terminan por confluir. Ya no
quedan los grandes contendientes que reclaman al socialismo-comunismo como una
sociedad alternativa. Permanecen muchos Estados nacionales como recuerdo de las
luchas pasadas.
Debemos
recordar el trayecto anterior, donde parecía claro que la “autodeterminación
nacional” de Lenin representaba un escalón en el trayecto de la federación de
repúblicas socialistas, y de hecho, el mentado derecho a la autodeterminación
de las muchas nacionalidades oprimidas se convirtió en integración dentro de la
URSS. Esto significó que el tránsito hacia el estalinismo aplastó las
autonomías nacionales bajo la mano de hierro de la dictadura, de tal modo que
la autonomía legal quedó como una ficción, bajo el manto del Estado
“socialista”. Quienes interpretan las historia a partir de intenciones (lo cual
casi siempre es absurdo) cuestionarían si el leninismo no es una zanahoria
nacionalista para disimular el palo estalinista. De todas maneras, incluir a
Lenin dentro del nacionalismo a secas es más que una injusticia y, al menos,
significa confundir el tránsito (ofrecer hasta independencia total a la nación
oprimida) con el objetivo de unificar en un solo organismo estatal socialista.
Para el marxismo esto era bastante elemental al inicio del siglo XX, pero al
final del siglo pareciera ser un argumento complejo.
Para
Wallerstein, la posición del Presidente Wilson es un eje del liberalismo[4], por cuanto remitiría a un
principio de soberanía popular como fundamento y además representaría la
afinidad con el principio nacional. Sin embargo, también el socialismo de los
siglos XIX y XX termina asimilado a variedades del liberalismo. Para eso
construye un concepto de liberalismo que no es ortodoxo ni estricto, sino
invento propio: adaptación al cambio que se acepta como la norma, asumir que la soberanía residen en el pueblo, algún concepto de libertades, pero
finalmente favorecer el poder del Estado. Ese concepto, para Wallerstein
termina coincidiendo con los conservadores y socialistas, que solamente serían
acentos de la misma ideología de fondo (una respuesta al cambio como normal,
desde el final del siglo XVIII, iniciado con la Revolución Francesa).
Basta una
mirada ligera para observar que las acciones y doctrinas de Woodrow Wilson no
expresan una pureza de principios nacionalistas (de “a cada nación debe
corresponder un Estado”), sino una mezcla inestable y adaptada a una época. Wilson
no fue un gobernante o ideólogo puro en el sentido de respetar el derecho de
las naciones a la autodeterminación, sino cuando ese principio parecía coincidir
con "su propio” interés nacional (incluso de grupo gobernante). De ese
modo, él promovió invasiones en México y Haití. La posición de la Primera
Guerra Mundial y su desenlace resultó favorecedora para una interpretación
“benévola” del wilsonismo, favoreciendo creer que sí establece el principio
nacional, sin embargo, eso es impreciso. En la práctica política, Wilson
también transige o favorece el mantenimiento del sistema colonial; en cambio,
Lenin sí fue enemigo de las colonias imperiales de ultramar. En ese punto
crucial, los líderes políticos presentaron opciones tan contrarias y
distanciadas que es un sinsentido proponer su unificación.
NOTAS:
[1]
Véase la síntesis en WALLERSTEIN, Immanuel,
Después del liberalismo.
[2]
También Hobsbawn utiliza el término de Wilson-Lenin para señalar la unidad del
principio nacional que identifica como deseable el Estado-Nación como programa
político. Cfr. Naciones y nacionalismo
desde 1780
[3]
Colocar al Presidente norteamericano Wilson a la cabeza de la oleada de
liberaciones nacionales es una injusticia histórica, casi una aberración. El
“principio” de independencia de las naciones fue planteado antes, por muchos y
con gran notoriedad. Por ejemplo, Benito Juárez en México. En cambio el programa
de Wilson fue muy timorato al respecto y adaptado a las necesidades de los
ganadores de la 1ª. Guerra Mundial.
[4]
WALLERSTEIN, Immanuel,
Después del liberalismo.
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