Por
Carlos Valdés Martín
El
“bien económico” pareciera un asunto trivial y hasta resuelto antes de
plantearse, sobre el cual ninguna discusión levantaría el vuelo. Pero esa
discusión obstruida obedece a varios prejuicios.
Basta
imaginar un mantel blanco para convencernos de la existencia de un bien
económico, sin embargo, hasta un mantel blanco podría esconder algo, agazapar
una pequeña sorpresa, convirtiéndose en la sábana fantasmal de los cuentos
infantiles. Empecemos con unas pocas definiciones y así, en principio, se
acepta generalmente como “bienes económicos” a los objetos escasos para
consumir directa (la sopa en el plato) e indirectamente (el piso de abajo) o
bien los que sirven para producir otros objetos (las máquinas fabricadoras).
Los bienes económicos de consumo se definen como los objetos aptos para
consumir por los seres humanos y los medios de producción son los objetos
materiales mediante los cuales se generan ulteriores objetos de consumo. En una
sociedad mercantil los bienes abarcan las mercancías de todo tipo y los
capitales (medios de producción), pero existe un objeto particular donde
concentra las bondades del mundo mercantil: el dinero. El dinero en su calidad
de medio de cambio universal y valor objetivo estructura al conjunto de los
bienes materiales de la sociedad mercantil y ofrece un nuevo sentido. Los
bienes económicos del mundo mercantil incluyen el comprar y vender, lo demás es
un espacio marginal de relaciones de otro género, como las domésticas, las
afectivas... Así, los objetos económicos consumibles son difícilmente
conmensurables y están sometidos a la más diversa arbitrariedad de los gustos,
mientras el dinero opera como el objeto social que sugiere su continuidad e
intercambiabilidad universal[1].
El
sentido del “bien” de los objetos económicos concretos de la sociedad
capitalista está adherido al cuerpo de los mismos, por lo que su particularidad
contiene todo el peso de la ecuación. Las mercancías se consumen de manera
privada y el sentido bueno o malo de su consumo cae dentro de una esfera
particular, por eso algunos ocurrentes consecuentes consideran que el consumo
de drogas no se debe prohibir porque resultaría un atentado contra la libertad
del consumidor.
Procurando
santificar ese “bien” contenido en las mercancías, los neoclásicos han tratado
de aislar un gozo abstracto o una utilidad genérica que sería posible
homogeneizar en cada producto mercantil. Esa utilidad general se convertiría en una medida homogénea para determinar
el valor de cualquier mercancía respecto del consumidor conjunto de
consumidores. Esta teoría centrada en el consumidor esconde un problema de
conversión de lo interior distinto de cada sujeto consumidor (su apetito con diferencias
concretas) en una cualidad homogénea. Por eso se ha reprochado al neoclasicismo
económico que se está reinventado al hombre en base a una abstracción y con una
hipótesis improbable: el homo económicus[2].
Ese homo económicus inventa al sujeto
del consumo y la producción comportándose tal como dicen los autores neoclásicos
que una persona debería comportarse en el mercado: con una racionalidad
completamente adaptada a las leyes del mercado (oferta y demanda, preferencias
consistentes en base a precios, movimiento consistente de necesidades en base a
precios). Pero las personas no se comportan ni consumen siempre bajo ese modelo
simplificado.
BIENESTAR
ECONÓMICO
No es
casual que el lenguaje de la economía esté tan impregnado del lenguaje de la
ética, porque de la vida misma depende el funcionamiento de cualquier sistema
social. La afirmación de la vida es el bien y el sentido todo el proceso
económico implica una orientación hacia ese simple bien (subvertido
parcialmente por tendencias en sentido opuesto, como puede ser un afán de lucro
desmedido, los efectos secundarios indeseados). La reproducción económica
implica un bien por la mera continuidad de la vida, y esa existencia, desgajada
de su continuidad con sus premisas, es un don y casi un milagro. La producción
de la vida es la premisa material del bien y su definición general. Decir
"bien" es permanecer vivo[3].
Bajo
las premisas generales y generalizadoras, cualquier economía implicaría un
bien, sin embargo, debemos observar las contra-tendencias y las situaciones
anómalas. El mantel blanco nos indica que la mesa está servida, y la
disposición de una mesa indica el periodo de alimentación, tan cotidiano e
indispensable. Al alimento se le enmarca con un mantel para indicar su
separación de un ambiente más tosco o que no es completamente asimilable.
El plato sostiene e indica que el bien que comeremos es indudable alimento, sin
embargo, su maravilla resulta poco apreciada, si no la colocamos en un marco
adecuado. El mantel se revela como el marco adecuado, pues al hecho se le
refuerza con su obviedad. Y luego de lo obvio conviene preguntarnos con
extrañeza si aparecen productos que definitiva y claramente no
sean buenos (nunca jamás).
OBJETOS
MALIGNOS
Si en
la esfera de la generalidad todos los objetos producidos son buenos porque
pretenden una utilidad, al aterrizar esta afirmación descubrimos su fracaso. La
producción humana, con su crecimiento y variedad ha creado también objetos
dañinos o mortales. La expresión más ácida de "bien económico dañino” (BED)
aparece con la densidad de una droga y un arma, que respectivamente descubren
las expresiones extremas del daño propio y del ajeno[4].
Bajo este rubro se crea un objeto maligno, que perjudica a la persona
completamente y sin lugar a dudas finales. Tanto el arma como la droga poseen
una antigüedad inmemorial, partiendo desde rudimentarias elaboraciones durante
la edad de piedra; su adecuación está ligada a las "debilidades del ser
humano": su abatimiento y muerte. El perfeccionamiento técnico generalizado
abarca todos los campos, pero existen condiciones especiales en esta sociedad. Una
masa enorme de la sobrepoblación (una población sin empleo útil para su
sociedad) serviría de carne de cañón potencial para las guerras. Bajo las leyes
de la sobrepoblación relativa se contemplará la posibilidad misma de la
masacre, porque el exceso de población lanzada a un suicidio bélico (hasta el
final silencioso después de una ruidosa campaña bélica) resulta funcional para la población remanente,
la cual después de una guerra sobrevive y se encarga de la reconstrucción.
Aquí
encontramos una paradoja moral-económica porque si se compran y obtienen su
demanda entonces los BED también integran bienes económicos. En especial, las
armas trazan su mercado perfectamente legalizado por los mismos poderes
públicos que regulan el mercado entero. Por un lado, existe un bien económico
(definido en base al consumo del sujeto) y por otro lado ofrece “malignidad”,
porque la única forma de consumo correspondiente implica destruir o herir
personas: des-utilidad extrema en lugar de utilidad. Claro, este drama se enmascara
suponiendo que el arma aporta algún bien para el sujeto cuando siente seguridad
con ella o la utiliza para su defensa o agresión, pues destruye a otro sujeto,
y por eso sigue siendo un bien económico particular y privativo. Deteniendo el
argumento en el beneficio de quien posee el arma se enmascara el resultado. A
nivel más general se mantiene intacta la dualidad antagónica de ese tipo de
objeto económico. Esta dualidad antagónica es clara si observamos el ejemplo de
un arma de destrucción masiva como las bombas nucleares, con cuyo empleo masivo
se dañaría tanto a la víctima directa como al usuario-beneficiario, según lo
revelan los estudios sobre el consecuente "invierno nuclear" fruto de
una guerra de tal calaña. El armamento atómico expresa globalmente la
producción de un “bien” económico cuyo consumo sería letal y entonces entregaría el peor de los males, generando un
claro BED.
Esta
contradicción de la producción/consumo de bienes malignos se presenta
particularmente clara en las drogas. El consumidor final paga mucho dinero por
un producto que atrae consecuencias atroces para el mismo sujeto que pagó. En
el principio del fenómeno sucede un disfrute de una droga y después viene tanto
una dependencia como situaciones fisiológicas desagradables, que impulsan para
repetir la situación agradable. Aquí el factor tiempo permite esta
contradicción dentro de cada adicto, quien paga mucho dinero y agota sus
recursos, para causarse un dramático malestar final. Primero disfrutar y luego
sufrir pagando como si únicamente se comprase el disfrute, muestra crasamente
una contradicción entre esencia y apariencia, entre momento inicial y final.
Pero esa tragedia también indica la situación estructural del sujeto bajo el
capitalismo, sometido a la presión del mercado y víctima de las apariencias.
La
convicción y aceptación legal sobre esa debilidad del consumidor, cuando su
voluntad es vencida (un sistema de necesidades alterado) por las drogas pone la
base teórico-moral para las legislaciones restrictivas en contra del tráfico de
drogas. Ejemplifica esta drogadicción el caso de un comercio que provoca un mal
profundo y no como causa secundaria o “externalidad” (ejemplar es el caso de la
ecología) sino inmediata, que trae su “veneno” en el producto y por eso emerge
una reglamentación coercitiva.
Basta
observar este caso para darse cuenta de la falsedad original planteada por los
apóstoles del mercado y los fanáticos del neoliberalismo. Que algo sea necesario o indispensable no implica que sea perfecto; así, el intercambio medido de objetos producidos se llama mercado, entonces es necesario el mercado, lo cual no implica que sea perfecto. Si se aceptara al
mercado como perfecto y que el Estado jamás debe intervenir con las
preferencias de los consumidores, entonces ese argumento extremista conduciría
a legalizar el consumo de drogas y santificar el comercio de armas. Para que el
mercado fuera un mecanismo perfecto entonces los consumidores deberían comportarse
cual ángeles del cielo.
LA
POBREZA Y LAS HABICHUELAS MÁGICAS
Otro mal
económico define a las personas carentes de bienes, su estatuto se denomina “la
pobreza” y ésta aparece absoluta (desamparo) o relativa (escala menor
respecto de cualquier vecino). Esas personas encarnan un malestar, (entendido
superficialmente como amenaza latente para quien posee bienes) por lo que desde
la perspectiva de los propietarios-privilegiados los desposeídos son una amenaza
viva, son los potenciales envidiosos, quienes quizá tratarían de violar las
fronteras santas de su propiedad privada. La pobreza sería un enemigo latente
sobre la riqueza. Aunque la propiedad privada es una institución elemental y legal, —escondiendo hostilidad
universal donde el principio básico es que cada quien vela por su interés
exclusivo— resulta que cualquiera esconde una amenaza potencial, incluyendo a
todos los demás propietarios privados. Aún así, en la conciencia superficial,
unos frente a otros los propietarios privados (por ejemplo, capitalistas) no se
miran como una amenaza directa, porque comparten el respeto (supuesto o
efectivo) a las reglas del juego. En cambio, el desposeído completo está fuera
de las reglas del juego (potencialmente) porque está excluido del mecanismo del
juego (realmente) sin embargo, permanece como “posibilidad” de ser consumidor
(la necesidad del pobre) y productor (el potencial de su empleo). Entonces
existe una hostilidad y miedo potenciales del propietario privado hacia el
desposeído, por eso decimos que el desposeído se presenta como el mal económico
(en potencia y no activo).
De
forma más contundente, el desposeído se presenta como el padecimiento del mal
económico, pues carece de los medios de consumo necesarios, conforme no tiene
bienes padece un malestar: la pobreza. La situación lacerante de tales personas
confirma la perspectiva relativa de lo que significa atrincherarse tras los
bienes materiales. Se confirma por medio de la comparación. La comparación es
sumamente importante, porque establece la riqueza y pobreza relativas; sin
comparación no hay sistema social. Un bien aislado dice poco sobre las
personas, necesitamos interpretar un conjunto de objetos y un marco de
referencia. Esto semeja la historia de las habichuelas mágicas, cuando un
crecimiento desproporcionado nos eleva hasta las nubes, entramos al mundo de
los gigantes, lugar donde las cosas poseen otra medida; así, una escala colosal
convierte a humanos ordinarios como enanitos. Y en el territorio de las
riquezas gigantes, por la simple comparación, entonces los “clasemedieros” se
vuelven pobres, los honrosamente pobres se convierten en miserables, y ¿en qué
se convierten los miserables? La concentración de riqueza proporciona un microscopio
para ver la pobreza, la cual crece desproporcionadamente en la sociedad
mercantil. En el último piso de los rascacielos, donde se colocan las
direcciones generales de las corporaciones multinacionales, se respira el aire
enrarecido de los gigantes y desde la altura nos debemos preguntar si ¿ellos alcanzan
a ver a las personas del suelo? Por este efecto de polarización, comprendemos la
preocupación y escándalo de las instituciones mundiales y los gobiernos para
combatir la pobreza extrema[5].
EL
EXTRAÑO CASO DEL SACRIFICIO
Siendo
que el producto adecuado a necesidades es el bien económico material cabría
sospechar que el consumo encierra el mal. Tal suspicacia es limitada, porque la
finalidad del objeto económico es consumirse, tal resulta su propósito de
nacimiento, entonces preservarlo del consumo es privarlo de sentido o
convertirlo en otra clase de objeto, como sucede con las colecciones. El
ascetismo y la avaricia se han practicado como conservación del objeto hasta el
límite, más allá del cual queda destruido tal objeto de modo natural (piénsese
en los alimentos) o es destruido el sujeto (su mismo destino de mortalidad).
Sin
embargo, a veces el consumo es bastante extraño y pareciera como si el destino
del bien trabajosamente elaborado fuera su destrucción caprichosa. Esta
situación brilla especialmente llamativa en el caso de sacrificios, practicados
por los pueblos antiguos. Por ejemplo, en una fiesta periódica, se sacrificaba
a una doncella maya bellamente ataviada y con joyas, lanzándola ritualmente a
un pozo natural, llamado cenote. Dejando de lado la cosificación extrema que
convierte a la persona en cosa a sacrificar[6],
resalta otro aspecto. El ritual de cenote sagrado nos indica el sacrificio de
lo más valioso, del bien generado con un gran esfuerzo y también de la flor de
la vida subjetiva (simbolizada por la doncella). El sentido de una decisión de destruir
el bien parece muy extremo, pareciera que todo el sentido de la creación del
bien fuese apresurar su muerte. Incluso en este extremo existe una analogía muy
poderosa respecto del consumo en general, donde sin importar la forma en que
ocurra, el objeto consumido desaparece para mantener y reproducir la vida del
sujeto, que se reproduce con sus mismas carencias, y estamos como al principio,
pero sin ese producto. La manera como ocurre el consumo se puede ignorar,
porque al fin cada consumo está hundiéndose en el pasado, mientras que aquí y
ahora permanece el sujeto pletórico de carencias.
En el
caso del sacrificio ritual, en tanto religión de un pueblo, la intención es
conservar la vida de la misma sociedad, reproduciendo su forma. Se espera que
el favor de los dioses sea ganado y el pueblo se mantenga, se espera continuar
las tradiciones. Ese consumo "inútil" lanzando a la doncella ataviada
al pozo contiene la mayor utilidad (fantasiosa, claro está) de preservar
simbólicamente a una comunidad determinada, y así garantizar su continuidad
ideológica. Además, en las sociedades agrarias era casi imposible pensar en un
torrente de acumulación de bienes, la misma naturaleza perecedera de los
alimentos, y la limitación estrecha para cualquier tipo de
"inversiones" favorecía a las actividades religiosas como una opción
para dilapidar los excedentes. Una dilapidación que, sin embargo, redituaba
para mantener unida a una comunidad y dar continuidad a su estructura social. A
través de ese dispendio, los creyentes esperan alcanzar los mayores beneficios
(en el trasmundo o mediante el orden mágico de su entorno), así asumiendo en
serio (al interior de sus ideas) el sacrificio no describe un regalo sino una
astuta oferta, por la cual esperaban ganar mucho.
LA
PRODUCCIÓN POR LA PRODUCCIÓN MISMA: VACIANDO LA PERSPECTIVA
Normalmente,
en la teoría económica se supone que la producción tiene como su finalidad
natural la satisfacción de necesidades dadas, que están inscritas en el corazón
y el apetito del consumidor. En base al oráculo interior de los misterios de la
necesidad escondidos en la biología, la psicología o las arbitrariedades
individuales impera la soberanía del consumidor. Incluso, los partidarios de la
teoría subjetiva del valor ubican el valor mismo de los bienes económicos en
una preferencia subjetiva de los consumidores (los bienes valen porque los
individuos los demandan sistemáticamente por preferencias definidas). Si esa fuese
una base “natural” de una teoría del valor debería instaurar una sustentación
muy sólida, precepto inicial para ordenar el resto del edificio, pero no es así.
Resulta
que en nuestra sociedad capitalista está demostrado empíricamente que los
procesos de producción (empresa capitalista que vende) están induciendo al
consumidor a generar la demanda. En ese sentido la producción dicta el libreto
del consumo, y el agente económico que controla esa producción es el director o
actor (según su rango), mientras que las necesidades moldeables del público son
resultado de esa monumental comedia. La interrelación entre producción y
necesidad en la que el papel protagónico, el lado activo, se ubica en la
producción ya lo había propuesto hace mucho Marx y desde el punto de vista más
general[7]. El
sentido de que la necesidad del consumidor nace
como reflejo del proceso social de producción lo exalta Galbraith[8],
mostrando que esta afirmación empírica pone en entredicho a la concepción neoclásica,
sustentada como teoría de las preferencias del consumidor.
Si la
producción reina sobre el sistema en el sentido de que inventa a su consumidor
adecuado, concibiendo la necesidad (el apetito manipulado hacia el producto) y
generando el poder de compra (mediante el salario, capacidad adquisitiva),
entonces sospechamos de círculo cerrado en la argumentación. Si la producción
de automóviles con asientos de piel inventa el apetito urgente por adquirir un
automóvil nuevo con asientos de piel, entonces el sentido de una nueva y
amplísima gama de bienes económicos queda cuestionada en su base misma. Ahora
no cuestiona la validez intrínseca del objeto, sino del proceso de su creación y arribo al rango de bien. El cazador tribal
no crea una necesidad nueva en su tribu, solamente satisface un mandato; en
cambio, la trasnacional de la moda inventa una tendencia cada temporada. La
creación impetuosa de necesidades pronuncia es relativamente nueva y de
tendencia ascendente; además en el horizonte no existe una muralla irrumpiendo para
definir su final. El problema no es que en
general la producción establezca lo determinante para el consumo, sino la intensiva
manipulación mercadológica-publicitaria, para inducir hacia nuevas apetencias.
Un problema de nuestra situación reside en que, efectivamente, sí existe una
maleabilidad psíquica para la creación de necesidades humanas. Con suficientes
recursos de producción y mercadotecnia casi cualquier fantasía (vaga aspiración
o miedo absurdo) se podría convertir en una mercancía. Por eso surgió con
fuerza arrolladora la definición de "sociedad de consumo", porque el
proceso de producción capitalista exige el consumo masivo más allá de cualesquiera
fronteras tradicionales, cuando el incremento espectacular de bienes se
convierte en una finalidad económica y exigencia del sistema. Entonces emergió
una economía global de manipulación del consumo, la cual está en correlación de
fuerzas desmedidas entre las empresas inventoras del apetito por sus productos
frente al consumidor aislado y seducido por los cantos de las sirenas de la
mercadotecnia[9]. En
esta perspectiva, el bien económico queda cuestionado desde su origen mismo
como una manipulación.
ALTERACIÓN
DEL SISTEMA DE NECESIDADES
Al
igual que las capacidades, las necesidades son un sistema (estructurado[10])
dentro de cada persona y esto fue revelado con bases teóricas también por el
psicoanálisis y las siguientes escuelas psicológicas, porque las carencias y
afectos se estructuran de un modo definido. El impulso hacia la satisfacción de
unas exigencias es promovido por esta sociedad mientras otras son inhibidas. En
especial, las gratificaciones alcanzadas por medio de la compra son las más
aceptadas, mientras que los requerimientos satisfechos por medio de las
personas no obtienen un gran apoyo. El presupuesto publicitario para
incrementar el consumo de bebidas de sabor dulzón es gigantesco, mientras que
el presupuesto destinado a promover un satisfactor tan básico como la amistad casi
no existe. Aristóteles colocó a la amistad en un sitio cumbre y no dio ningún lugar
a las bebidas de sabores en su referente de la virtud ciudadana o la búsqueda
de la felicidad[11]. Y
la comparación entre bebida publicitada y amistad se vuelve pertinente cuando los
anuncios de bebidas dulces ofrecen dar alegría o hasta felicidad.
En
general, el sistema de necesidades dentro del capitalismo queda alterado en
favor de actitudes receptivo consumistas[12]. Las
relaciones entre objetos, en la medida de lo posible, sustituyen a las
relaciones interpersonales, permitiendo una compulsión porque los objetos no sustituyen
cualesquiera necesidades entre personas, y la diversidad de lo que menciono es
profunda y variada: afecto, reconocimiento, comunicación, amor, etc. Entonces
el problema de la sociedad capitalista implica la tendencia a sustituir al bien
personal con el bien económico: aparecen prójimos devaluados en su valor de uso
al ser sustituidos por valores de cambio.
Entonces
cuando el sistema de producción (el poderío de las empresas) manipula alterando
el sistema de necesidades del individuo, entonces el concepto de bien económico queda cuestionado. Surge
la duda ¿esa cosa comprada por efecto de un apetito inventado en la
mercadotecnia es un “bien” económico o material? La medida mercantil del bien
económico surge cuando alguien lo compre y consuma, pero resulta que ese
consumidor no es el protagonista del proceso, sino que es un engranaje para la
realización de la venta, donde la acción del sujeto proviene a control remoto
desde la empresa. Esta alteración de las necesidades contiene repercusiones significativas
de valores y hasta filosóficas, porque la autenticidad de las acciones de las
personas queda cuestionada[13].
Entonces
esta crítica de la manipulación de necesidades implica concluyamos que se
generan seudo-bienes económicos en la sociedad capitalistas, únicamente
bienes porque son mercancías consumibles, pero cuya futilidad reconduce a su
rápida destrucción o su uso no redunda en satisfacción. La idea de la moda nos
indica de manera interesante el prototipo de esos seudo-bienes y su apariencia
distinta destinada a perecer, ejemplificado en que el destino unívoco de la
moda exige pasar de moda. Incluso, la "llamada teoría del consumidor"
de la microeconomía es preferentemente una matematización formal, sin enfoque
en el contenido concreto del objeto consumido. La investigación realista a la
economía contiene un campo fértil para sus estudios en este terreno, aunque
tradicionalmente el problema específico del valor de uso y su relación cualitativa
con el consumidor no se incluyó en el campo de la economía, y se dejó en áreas particulares
como el diseño o la ingeniería[14].
Este
último inciso, posee una especie de denuncia por la creación intencionada de
necesidades del consumidor, nacidas desde un requerimiento de la operación
mercantil. Sin embargo, queda implícito lo principal. ¿Recurrimos a unas
necesidades no creadas (originarias o “naturales”) mediante un regreso al
paraíso perdido (el buen salvaje, el hombre natural, etc.) o mejor invocamos a
otro poder que se imagina más racional o justo para las necesidades (un
Estado paternalista o una sociedad casi
perfecta o un profeta privilegiado, un enviado de Dios) o mejor reivindicamos
un único derecho del individuo para crear sus necesidades (un artista de su
propia existencia, un anarquista reivindicando su mandato soberano sobre sí)? No
toda invención de productos que inventa apetitos es perversa, incluso Marx miró
esto con ingenua complacencia. Pareciera que con esta crítica se cerraba un
capítulo, pero se abren tres nuevos y hasta aceptaríamos la inauguración de una
ciencia y un arte novedoso anunciado por el Bauhaus y otros: la creación de
necesidades como un fin en sí mismo, más allá de la pura mercadotecnia y de
cuestiones romas.
UN
CONSUMO DE SIGNOS
Para ampliar
la cuestión existente en torno al consumo sobrevolamos la interpretación de
Baudrillard. Este autor señala que con la madurez del capitalismo emergió una
novedad extrema, y se levantó un nuevo tipo de consumo, con una modalidad
radical. “El consumo no es ni una práctica material, ni una fenomenología, de
la abundancia, no se define ni por el alimento que se digiere, ni por la ropa
que se viste (...) sino por la organización de todo esto en sustancia
significante; es la totalidad virtual de
todos los objetos y mensajes constituidos
desde ahora en un discurso más o menos coherente. En cuanto que tiene un
sentido, el consumo es una actividad de
manipulación sistemática de signos.”[15] Esto lo afirma en un sentido muy estricto,
pues pretende no ofrecer un exceso retórico. Antes de la sociedad presente, él
afirma “no existió” el consumo (en esta definición), antes hubo proceso de
satisfacción de necesidades (las previas serían casi naturales) y ahora ya no
existe, desapareció enterrado en las arenas del ascenso capitalista. El
consumir de antaño ni siquiera se parecería a este consumo moderno. “Las
fiestas ‘primitivas’, la prodigalidad del señor feudal, el lujo burgués del
siglo XIX no son consumo”[16] Para esta nueva definición de “consumo” lo
consumible no arraiga en la materia de las cosas, sino su sistema de signos,
pues es “la idea de la relación lo que se consume”. En esta vuelta de tuerca
conceptual, Baudrillard se insinúa como tributario de Marx, indicando que
“Tocamos aquí, en su culminación, la lógica formal de la mercancía analizada
por Marx”[17]. Sin
embargo, Baudrillard gira en su teoría proponiendo una puesta de cabeza del
materialismo por una variedad del idealismo. “Esto define al consumo como una
práctica idealista total, sistemática que rebasa sobradamente la relación con
los objetos y la relación de interindividual, para extenderse a todos los
registros de la historia, de la comunicación y de la cultura”[18] Lo indicado parecería continuar con la crítica
de la ideología, cuando toma por ideal lo material, pero no es así; al
contrario, Baudrillard indica que lo ideal del consumo asalta y sustituye el
lugar de lo material, desplazándolo definitivamente, pues donde antes existió
materia satisfaciendo necesidades ahora concurre un consumo devorando signos. Concluye
que ahora los modernos (o pos-modernos) ya no consumimos la materia de los
objetos, sino otra cosa diferente ¿qué cosa? Nos indica Baudrillard una visión
de este talante: antes del capitalismo había materia extendida como un mar
donde flotaban unas islas de significado, pero ahora las islas de significado
cubrieron completamente la mar, ahora ya convertida y relegada esta materia en
un flujo subterráneo insustancial. Por ejemplo, con esta visión nos explica la
compulsión al consumo. “Si el consumo parece ser incontenible, es precisamente
porque es una práctica idealista total que no tiene nada que ver (más allá de
un determinado umbral) con la satisfacción de necesidades, ni con el principio
de realidad.”[19] Pero la acotación del entre paréntesis repite
lo que decían autores anteriores, quienes colocaban el significado como un
fenómeno parcial (un agregado) sin el privilegio total, y Baudrillard quiere
estatuir una teoría universal donde el privilegio
entero le corresponda exclusivamente al signo.
Estas
afirmaciones, que procuran un alcance extremo en Baudrillard, sin embargo
contienen una parte importante y hasta esencial de las trasmutaciones de
la modernidad. Los estudiosos, en distintas vertientes, deben aceptar la
mutación de los patrones del consumo, y la peculiar manera de integrar (des-integrar,
re-integrar) las necesidades bajo el capitalismo avanzado. Un cambio ha ocurrido
y continúa aconteciendo con la extensión del mercado capitalista, la cuestión
de fondo es si lo asumimos para reconocer y evaluar. No concuerdo con una tesis
de la sustitución absoluta del signo sobre la materialidad de la mercancía,
porque un importantísimo carácter de signo siempre ha existido, como lo
demuestran los casos de consumo más curiosos y sin finalidad de utilidad directa (sacrificios, donaciones). Es
decir, desde el amanecer de los tiempos, el consumo de materia también encierra
un importante componente de signos y símbolos. Incluso, convendría detenerse
para comprender el sentido de la “utilidad”, cuando tal término abonó un
materialismo desnudo (la cosa conteniendo un discurso evidente de su utilidad
material) y también existe un más allá de esa evidencia acostumbrada[20].
En la simple cacería nómada, las prácticas persistentes de tribus trashumantes indican
que ellos, además de obtener carne también le dan sentido a su existencia,
estableciendo simbolismos durante sus cacerías, es decir, obtienen más que nutrientes
indispensables para sobrevivir. Sin embargo, en la modernidad esto se debe
revaluar desde una perspectiva ampliada, la cual unifique los polos
aparentemente opuestos, pues el crecimiento del consumo del lado significativo
y simbólico, está acompañado del incremento absoluto de la riqueza material,
como si ambos lados de la ecuación se tornaran más densos, entonces no
perdiéndose uno a favor de otro como propone Baudrillard. Esto significa una
modificación social intensa del “bien económico”, donde el juicio básico sobre
los objetos cambia. El mantel blanco que nos entrega el bien económico es más
bien un tejido de signos y el apetito ha sido alterado por la mercadotecnia, la
situación del consumo es compleja. Ahora la situación global es tal que nos obliga
a cuestionar que no toda cosa producida y comprado genera un “bien”, por tanto
el fanatismo sobre el ingreso absoluto debe cuestionarse y debemos exigir una renovación
intensa de perspectivas[21].
NOTAS:
[1] La teoría
neoclásica del valor subjetivo parte del supuesto contrario, de que las
necesidades y los gustos de entrada son consistentemente intercambiables y
mesurables. Nuestra opinión es que el consumo permanece en una esfera
cualitativa-prerracional, pero por la práctica mercantil y las obligaciones del
trabajo dividido presionan hacia un comportamiento de los sujetos "como
si" se pudieran intercambiar las necesidades, cuando únicamente cambian
mercancías por dinero.
[2] Modelo criticado con elegancia por Kósik desde una óptica filosófica en Dialéctica de lo concreto.
[3]La teoría ética de Fromm resalta la relación entre
vida y bien con el término de biofilia, que es "amor a la vida", en El corazón del hombre.
[4] Los neoclásicos prefieren excluir esta posibilidad, y se concentran en las
“externalidades” como posibles distorsiones positivas o negativas en la
asignación de recursos mediante el mecanismo del mercado.
[5] Como lo muestra la trayectoria intelectual de Joseph Stiglitz y los debates
en los organismos internacionales, Cf. El
malestar de la globalización.
[6] GORZ, André, Historia y enajenación.
Para cierta visión, la enajenación podría resultar un hilo rojo para
reinterpretar nuestra historia.
[7]En la Introducción de 1857 a la Contribución a la crítica de la economía
política, establece ya un cuadro general de la relación entre producción,
consumo y distribución de la sociedad. Ahí es importante la mutua determinación
de producción y consumo, por lo que del lado del consumo, se establecen las
necesidades (consumo es la necesidad con el objeto).
[8]Galbraith, John K., La sociedad opulenta.
[9]Esta desproporción recuerda mucho la desproporción
entre la persona singular y el objeto tecnológico (máquina, robot, computador),
el cual se puede presentar como abrumador (como si se hubiera subvertido la
dialéctica entre trabajo vivo y muerto en favor del componente muerto) porque
condensa un saber colectivo de la humanidad, el fruto de muchos esfuerzos de generaciones
pasadas.
[10]La teoría económica neoclásica interpreta de
manera muy distinta al sistema de necesidades individual de tal modo parece más
homogéneo y fácil de operarlo matemáticamente. Supone que cada sujeto busca
maximizar su satisfacción en base a un presupuesto restringido, de tal modo
establece consistentemente una valoración de los bienes escasos. Esto implica
un comportamiento de los consumidores consistente y un funcionamiento
esencialmente cuantitativo y capaz de hacer transacciones con las necesidades
(unas permutadas por otras). Con esta regla el comportamiento de comprador
queda definido, pero se abstrae el conocimiento psicológico sobre la estructura
de las necesidades (donde también incluye comportamientos antieconómicos,
inconsistentes, contrarios al precio, etc.).
[11] Aristóteles, Ética
a Nicomaco.
[12]Erick Fromm en Ética
y psicoanálisis plantea una clasificación de las personalidades muy
relacionadas con lo que aquí anotamos. En ese caso él plantea la importancia de
la personalidad de rasgos receptivo-consumista, de las personas identificadas
con su boca y en actitud de succión constante, las más adecuadas al consumo
compulsivo.
[13] Este tema
es muy importante y se conecta con diversas interpretaciones de la enajenación
moderna. Para Marcuse la enajenación invadía a los sujetos creando al hombre
unidimensional (sometido a la única dimensión de la mercancía). Para Foucault
el poder lo contamina todo, dejando a penas un reducto metafísico en el deseo
no tocado. Y la lista puede prolongarse.
[14] En general, el ingenio y esfuerzo de los diseñadores, ingenieros,
arquitectos, etc. se ha enfocado a crear objetos benéficos en diversos sentidos.
Por ejemplo, se han propuestos criterios de ergonomía y utilidad diversos, lo
cual permite que gran parte de la innovación mercantil posea una “materialidad”
de bien (en el doble sentido). En ese sentido, un estudio económico del valor
de uso sería muy complejo e interesante. Por eso, Baudrillard le da importancia
al diseño y a temas como el Bauhaus y la arquitectura de Le Corbusier. BAUDRILLARD,
Jean, El sistema de los objetos y Economía política del signo.
[15]BAUDRILLARD, Jean, El sistema de los objetos, p. 224.
[16]BAUDRILLARD, Jean, El sistema de los objetos, p. 223.
[18]Ibid, p. 227. Para asumir una parte de esta posición
quedaríamos obligados a establecer un dualismo social u otros cortes más,
terminando con el monismo materialista del marxismo. Quizá no queda otra salida
ante la avalancha de la “sociedad de consumo”.
[20] Un agudo enfoque de la utilidad lo demuestra
Hegel, en el capítulo dedicado a la Ilustración en la Fenomenología del espíritu, cuando desnuda ese concepto que resulta
ser un “para sí” de la conciencia.
[21] Por ejemplo, un crítico radical del sistema
como Wallerstein queda preso en la ilusión de un futuro reparto del pastel
cuando se caiga el sistema mundo. No tiene la visión de un cambio cualitativo,
sino que se contenta con una estrategia de “pedirle más” a los amos del
sistema. Esto significa seguir hipnotizados con el “bien económico” tal cual lo
imponen las grandes empresas. Cfr. WALLERSTEIN, Immanuel, Después del liberalismo.
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