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domingo, 29 de septiembre de 2013

LLUEVA, TRUENE O RELAMPAGUEE SOBRE EUROPA



Por Carlos Valdés Martín


Niebla antes de la lluvia
La noción de Europa es milenaria, cubierta bajo la niebla de los siglos. Ya en la Historia de Herodoto se encuentra perfilada esta visión de una región enorme opuesta a Asia y sufriendo los embates de su oponente, entonces mediante el ejército persa invadiéndolo. Con el paso de siglos vinieron los grandes viajes, las exploraciones, migraciones, conquistas, comercio, mejoras en medios de transporte y hasta de vías de comunicación… con todo ello se fue redondeando Europa, que dejó de ser una idea nebulosa para aparecer como conglomerado de países, acontecimientos, hazañas y fronteras. En un momento dado, Europa pareció levantarse como el factor decisivo de los acontecimientos del planeta y  las grandes potencias europeas dominaron los confines de la tierra, convirtiendo las regiones exteriores en colonias sometidas.


El trueno de Thor y la resaca
En el inicio del siglo XX, Europa pareció peleada consigo misma y las naciones más poderosas se enfrascaron en dos Guerras Mundiales. Millones de muertos en pocos años, una destrucción inenarrable y heridas difíciles de cerrar. La resaca de esa orgía belicista dejó al conglomerado europeo casi sin rumbo y sometido a la férrea competencia de sistemas opuestos, llamada la “Guerra Fría”. En esa tensión entre un polo dominado por Norteamérica y el tildado socialista por la URSS, los países de Europa parecían sometidos a la lógica de un enfrentamiento mayúsculo.

El encono entre pueblos separados por el abismo de la guerra pareció imposible de resolverse, pero amainó tras un largo periodo de posguerra, para mostrar que el odio racial y el fanatismo nacional no son una vía aceptable en un mundo civilizado. Terminado una atapa de nacionalismos fuertes surgió una nueva visión de Europa como un conglomerado político posible.

El pensador Ortega y Gasset planteó que la unidad europea era una solución viable en el horizonte posterior, pues él temía (con razón) a los cañones de la guerra como acontecimientos futuros. Entonces esa unidad europea era una idea vaga, cuando predominaban los antagonismos. Poseía su visión de unidad el sesgo de utopía ante un periodo de belicosidad inter-europea ubicada en la década de 1930[1].
El mundo siguió su curso y surgió el acuerdo comercial de Europa, luego los entretejidos políticos para esos acuerdos comerciales fueron perfilando un sistema europeo de poder. Después de los acuerdos comerciales vino la perspectiva de una unificación mayor. Ayer la Unión Europea planteaba una vía de integración completa con una moneda común y una trama de instituciones legales. Hoy vuelven las interrogantes, abriendo un conflicto entre las tradicionales identidades nacionales y el sistema multinacional que se agrupa bajo la UE.


Distintos malestares
La crisis económica europea por sí misma provoca un fuerte malestar, sobre todo entre los desempleados, quienes pierden prestaciones importantes o permanecen en falta perpetua de perspectivas. Las poblaciones bien integradas en sus viejos sistemas nacionales sienten los golpes de la crisis y les acompaña un nuevo malestar: no se perciben un marco tan acogedor en la gran Europa. Los españoles o franceses podrían sentirse fuereños antes los alemanes y suecos. La sensación quizá sea pasajera, quizá se acreciente.

Dentro de esa falta de perspectivas, merece un capítulo especial una enorme migración de origen colonial, el capítulo de quienes no provienen de raíces regionales, sino que sienten la bofetada de una mezcla de herencia colonial y desprecio racista. No importa que la migración sea antigua sino que se mantenga un ambiente de subordinación y opresión para los emigrantes que provienen (principalmente) de África y Asia, pues no hay posibilidad de un mimetismo completo o una identidad accesible. La milenaria construcción de “lo europeo” queda cuestionada por una emigración masiva desde lejanos rincones del planeta. Ahí, surge un malestar de mala integración nacional, la emigración ocurre y el perfil de “comunidad nacional” no parece preparado para asimilar a esa población.

Nacionalidad a cambio de… ¿nada?
Las antiguas poblaciones que con dificultades formaron su perfil nacional moderno, parecieran colocadas en el trance de perder ese perfil. Marx dijo que los proletarios no podían perder su patria porque ya se las habían expropiado y los dirigentes políticos de la Unión Europea parecieran encarrilados a cumplir esa profecía. Sin embargo, en el trueque humano no resulta justo perder algo sin obtener nada. La integración europea prometía un plus que pareciera diluido en la crisis. Los franceses, españoles e italianos despiertan para descubrir que el arcoiris europeo parece no teñir ningún color definido, en cambio sus viejas naciones se están desdibujando. Ellos esperan algo a cambio de esa pérdida. Abandonar una nacionalidad no sería un daño inútil si se obtuviera algo mejor. Si el europeísmo formase una mega-nacionalidad, a la manera que Norteamérica fue absorbiendo a los emigrantes irlandeses y polacos sustituyendo un exilio con otra y su american way of life.  La oferta de una nacionalidad europea global quizá es un relámpago en la oscuridad que amenaza con desaparecer y dejar a los europeos en una situación de tinieblas. Con las antiguas nacionalidades disolviéndose y una nueva sin formarse nos debemos preguntar si ¿también se desvanecerá Europa? El conjunto supera a las partes, pero si las partes son reflejos del relámpago que cesa, entonces ¿ese reflejo de conjunto es un adiós? Esta situación rememora a la larga crisis posterior a la caída de Roma, cuando la añeja unidad romana era abatida, pero ninguna unidad política era capaz de sustituirla en la naciente etapa medieval. La Unidad Europea es un caparazón político, pero a nivel de las identidades y la reproducción del grupo humano, se mantienen las anteriores identidades y continúa operando el sistema de naciones “modernas” funcionando desde el siglo XIX. La noción de Europa es milenaria, pero no se convierte en nación. 
Los globalizadores suponen que los ciudadanos se adaptarán a un ambiente amorfo, sin fronteras definidas ni grupos de identidad fuerte. Tampoco se descarta por completo que el europeísmo termine por convertirse en una nación unificada, pues antes han sucedido procesos de unificación de unidades menores en mayores. No se descarta, pero ¿existe en realidad ese proyecto de mega-nación europea global o, al menos, una nación europea occidental? De modo implícito cabría suponerlo, pues las rutas políticas desde la unión aduanera, la estatal y luego la nacional son vías conocidas cumplidas en Italia o Alemania. En ese caso hipotético, se cambiaría una nación por otra y no acontecería una pérdida pura. El tema de fondo es si una nación europea occidental se está formando de modo práctico y operativo, como un sistema de reproducción humano eficiente, efectivo y eficaz que subsane las viejas heridas y brinde un marco de comunidad aceptable. Por el momento, son más las interrogantes que las respuestas.




NOTAS:




[1] ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas.

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