Por Carlos Valdés Martín
El
revolucionario Víctor Serge escribió un breve volumen sobre Lo que todo revolucionario debe saber sobre
la represión. ¿Solamente los
revolucionarios deben saberlo? No, pues es un tema que ocupa a cualquiera. El belga
Serge se comprometió con la causa revolucionaria en los años rudos y crudos del
inicio del siglo XX, bajo la causa marxista y bolchevique. En los años mozos muchos
lo leímos buscando fórmulas prácticas para defenderse de perseguidores y escapar
del acoso represivo. Lo escrito no es un manual de cocina contra la represión,
aunque algunos lo estimaron así y junta las recomendaciones prácticas con una
reflexión de más alcance.
Las fuentes de la policía política
Se encuentra
material interesante y verídico, en especial, la retroalimentación con los
informes de la temida Ojrana, el nombre de la policía política del Zar ruso. Leer
con detenimiento informes de laa policía secreta es tentador, cualquiera siente
curiosidad por las vilezas de una organización con facultades ilimitadas y
facilidades para cometer cualquier villanía: perseguir, torturar, espiar,
falsificar o robar. La vitrina transparente sobre la temida Ojrana resulta
interesante y permite lecciones sobre la mecánica y enfoque de la persecución.
Dentro de las vilezas descubiertas en esa policía zarista está la presencia de
los agentes dobles, los entonces llamados agentes “provocadores”. Ellos fueron el equivalente de los espías, pero con
una perversa tendencia a inflar e inflamar a las organizaciones revolucionarias
(o simplemente oposicionistas), para promover que cometieran acciones más
arriesgadas y hasta belicosas. El tema es harto interesante y nos habla de la psicología oculta desde el poder
¿engendrar a sus propios oposicionistas mediante agentes provocadores?
¿controlar al enemigo mediante una intriga de títeres infiltrados entre el
enemigo? Cabría suponer a un gobernante absolutista ansioso por controlar todo,
de tal modo coloca a sus propios provocadores para incendiar la pradera de la
protesta y luego aplastarla. El caso es extraño, pero existen testimonios y los
bolcheviques juraban que los archivos extraídos a la Ojrana eran verídicos,
incluso sirvieron para hacer juicios y desmantelar a la policía derrotada.
Paranoia y psicología del provocador
Hasta donde
conozco, esa operación de agente provocador se ha repetido en otras latitudes y
situaciones. De vez en vez, surgen reportes de esos agentes dobles que
servirían de correa de transmisión desde el Poder hacia las entrañas de la
oposición. En el extremo esa idea del provocador es paranoica y parte de las
más burdas teorías de la conspiración: el provocador haría creer que la
oposición jamás es real, sino una maniobra desde el poder. El tema encaja
perfecto con la visión paranoica para la cual todo es conspiración que enreda
sus hilos en una sola mano poderosa. Sin embargo, el paranoico está equivocado
de antemano, porque él muestra el mapa del ego al cual conducen todos los
hilos. Imaginar al Estado como la mente de un paranoico es un error teórico y
una ingenuidad…
La noción del
provocador es la de un títere extremo. Mientras el espía es imaginado desde la
autonomía del individuo aislado donde su entorno es el enemigo natural y su
fidelidad a un espacio distinto resulta explicable; en cambio, el provocador es
un títere extremo sin dosis de convicción moral ni de dignidad, siendo la
máquina del engaño y sometida a un poder externo sin corazón. En ese sentido,
la palabra “agente” adquiere el sentido extremo de cosa que sirve maquinalmente
a una potencia extraña; entonces el provocador es el agente por excelencia,
sirviendo como mera representación simulada. Además la revisión de expediente
le otorga a la actuación del provocador un
tinte patético que linda en la escoria humana caricaturizada por la gran
literatura rusa[1].
Por si fuera
poco, la recluta de la provocación no es un evento aislado, sino toda una rama
de la “burocracia” policiaca. En el punto máximo, Serge estima entre 30 y 40
mil provocadores reclutados por la policía política. De modo breve, estima dos
tipos de reclutas por el perfil psicológico: 1) el cobarde que cae en las redes
de la persecución y por chantaje/amenaza cede a convertirse en servidor del
Estado represor y 2) el aventurero que pierde principios (o nunca los tuvo) y
se enrola en la emoción aventurera de servir al enemigo simulando ser el héroe
de la causa revolucionaria[2].
El acosado pero triunfador
El contexto
general del periodo zarista y de guerras (y posguerras) es de acoso por parte
de un Estado represor. Si el provocador
representa una mentalidad paranoica, la situación de la dictadura y la guerra
expresa la encarnación de ese miedo
universal. La situación del revolucionario bajo la dictadura expresa el
temor perpetuo y no superficial, entonces la posibilidad de ser encarcelado y
golpeado es presente e intensa.
Sin embargo,
esta situación de peligro es compensada con una presunción de triunfo. Serge
escribe su libro en el contexto de triunfo de la Revolución Rusa. Cierto
ambiente de euforia y hasta candoroso satura el texto. De varias maneras, es un
texto de triunfadores que dicen: “sí, hemos sufrido persecución, pero somos los
ganadores, al final cualquier penalidad obtiene recompensa…” El resultado es un
apasionante drama de lucha y victoria: representación modernista del “melodrama
realista”[3] y del arquetipo del héroe
mítico, donde el chico ordinario se convierte en héroe bajo las circunstancias
más adversas[4].
El componente más esencial de ese “melodrama” es que debe contener los tonos de
realidad plena, pues el “mundo entero conspira” para dar ese resultado
estableciendo una “época revolucionaria”[5].
Lo que nadie
le explicó a Víctor Serge fue que regresaría el “mal pleno” desde su propio
campo, pues él fue perseguido y asediado por los triunfadores encumbrados,
cuando la Ojrana se convirtió en Checka (GPU y KGB) la policía política del
estalinismo, y cuando el zar de “todas las Rusias” se convirtió en Stalin (bajo
el culto a la personalidad del Padre de los Pueblos)[6] la continuidad de lo
ominoso devoró al principio de esperanza.
El factor de persecución
De modo claro
y con los ejemplos evidentes de lo sucedido, Serge expone las actividades de la
policía política rusa, cuando seguía y clasificaba a los inconformes de Rusia,
bajo los términos del “Gabinete Negro”.
Expone la enormidad y oprobio de la persecución, cuando la policía secreta
sigue y acorrala sin piedad a cualquier opositor, primero de modo velado y
luego de modo abierto. ¿Existía entre finales del siglo XIX y principios del XX
la posibilidad de pasar por completo desapercibido a los ojos de la policía
secreta? Me parece que la respuesta de Serge no resulta tan tajante. Este
revolucionario no maneja un romanticismo de la clandestinidad para suponer que
los clandestinos sí son capaces de esconderse ante el poder y que los públicos
caerán; más bien sigue el complejo
recetario de Lenin (el triunfador por excelencia): mezcla de discreción
clandestina revolucionaria y trabajo público, bajo una férrea disciplina de la organización[7]. La respuesta
revolucionaria es que la protección proviene más de la estructura
revolucionaria misma y de la clase ascendente proletaria, la cual se
complementa con una suficiente precaución. Serge no hace culto de la
conspiración, pues los métodos de clandestinaje extremo son miel para un
aparato represor, que se lanzará sobre ese dulce, por ejemplo, si los textos de
comunicaciones internas de un grupo revolucionario son cifrados, la policía
política se esforzará en descifrarlos. De acuerdo a la experiencia Serge estima
que la Ojrana siempre pudo descifrar los textos encriptados, por tanto encriptar textos es una precaución casi
inútil, nos dice: “Pero ¿y si los revolucionarios utilizaban claves en sus
cartas? Entonces la Ojrana le encargaba a un investigador genial que descifrara
el mensaje. Y se me certifica que jamás falló…”[8]
En resumen,
Serge indica que no existe un antídoto perfecto para evitar la persecución, sin
embargo, cree (con fe ingenua surgida en su contexto) que el movimiento
comunista es imbatible.
Una nota de
alerta interesante es el salto desde los gobiernos democráticos hacia las
medidas dictatoriales de modo súbito. Con la llegada de la Primera Guerra
Mundial todos los Estados involucrados tomaron medidas extremas y abatieron
libertades que parecían sólidas; para
Serge lo regímenes representaban dictaduras militares con pocas excepciones y,
para él eso eran: excepciones [9]a la regla. Ese argumento
resultó fuerte en el ambiente revolucionario, cualquiera que está moviéndose en
un sistema legal, puede terminar declarado ilegal por sus pretensiones revolucionarias.
Esa alerta no deja de ser preocupante. ¿Regresará la barbarie? De cualquier
modo, las recomendaciones de los viejos opositores resultan interesantes para
cualquiera involucrado en actividades políticas[10].
El factor de triunfo, el sabor de la victoria
El texto
inicia con una frase dedicada a la victoria: “La victoria de la revolución en
Rusia puso en manos de…” Repite el término varias veces y el enfoque completo
está bañado por esa iluminación de entusiasmo, cuando un bando se siente
ganador, tras muchas penalidades. Debo insistir en este punto pues también
Serge repite y termina indicando un último párrafo: “Aquellos que lo vieron
saben que la revolución es invencible aun antes de vencer.”[11] Ese entusiasmo sobre el
triunfo como argumento definitivo fue común a la versión leninista del marxismo
y del periodo posterior, aunque no tan característica de los fundadores[12].
No es el
estilo de un entusiasmo fácil o simplista, sino del combatiente convertido en
ganador, efecto de la justa retribución y casi “justicia poética”[13]. Esa corroboración
práctica en la fecha de publicación parece evidente y unos años después se
revela ilusoria. Y la convicción humana requiere de la retroalimentación
práctica, con lo cual según un elogio marxista, se convierte en sublime
“praxis”[14].
En el momento del triunfo cualquier sacrificio y dificultad del camino se
desvanece en la mente del ganador; en ese sentido, el escalador y el
revolucionario comparten una emoción sintética, para la cual la ruta se
desvanece en la cumbre. En parte, ese enfoque se basa en los procesos generales
(cualquier proceso de producción se sintetiza en su producto, muere el proceso
previo en las arenas del tiempo y pervive el producto en el presente). Aun así,
esta obra no es resultado de una persona son conciencia, al contrario, en el
texto saltan las chispas de crítica sin que se conviertan en las señales de
alerta, sobre el futuro. Es evidente que “al calor de la victoria” sería vano
entristecerse con dudas y sombras sobre el difícil camino, ni sobre lo que
vendrá. Con doble razón, la retrospectiva debe alertar a los ganadores sobre el
“mareo de la soberbia” que se repite en la historia, pues resulta fácil sobrestimar los triunfos propios en el
momento de la victoria.
Cuando escribe
Serge se imagina colocado entre la multitud victoriosa de proletarios,
agrupados con firme unión desafiando al capitalismo destructivo. Esa sensación
de marea ascendente parece justificar hasta lo injustificable como se señala
adelante. Unos años después él es un exiliado, escapando con dificultad del
terror estalinista, que es el eco de esa marea de lodo que Serge ver sin mirar,
que anota sin alcanzar a entender su extensión ominosa. La curva de su
existencia trágica semeja a la de Trotsky —el ejemplo más cimero, del líder
clave de la Revolución Rusa, quien termina asesinado en el exilio— y también me
recuerda la situación de Walter Benjamin. El intelectual alemán, en la euforia
de la oleada de descontento proletario alemán, escribe su aclamado Para una crítica de la violencia, y,
aunque el texto es rebuscado, deja lugar para la justificación de la violencia
fundadora cuando proviene de una causa justa, en especial por la rebeldía
proletaria.
Consejos prácticos al militante
Serge
recomienda mantenerse alertas respecto del seguimiento físico, dando rodeos al
destino, “mirando sobre el hombro”, cambiar las rutas y mantener cuidados
elementales, aunque debe evitarse “la manía de ver un soplón a todo el que
pasa”[15]. Aunque con la vigilancia
tecnológica esta parte resulta casi obsoleta.
También
recomienda encarecidamente evitar las notas inútiles. Si no se va a anotar debe
reforzarse la memoria. Las notas deben
contar con enmascaramiento sencillo, como indicar generalidades o alteraciones
del sentido literal, por ejemplo, usando iniciales o referencias indirectas.
Recomienda de modo directo el evitar las precisiones en las cartas sobre la
actividad, evitando con cuidado referencias de tiempo, persona, modo y lugar[16].
Exige
desconfiar de los teléfonos y estudiar bien los sitios de cita, advirtiendo los
puntos discretos y rutas de fuga.
Respecto de la
actividad militante recomienda no saber de más, evitar dar o recibir
información que no se deba: en fin, recomienda un silencio prudente en la
actividad política.
A los
detenidos les recomienda evitar declaraciones, lo menos posible se habla y se
exige la presencia de un abogado defensor. Evitar impresionarse por la
suposición de que lo “sabemos ya”. En caso de juicio, recomienda no intentar
restablecer la verdad de los hechos, pues ese puede ser un hilo de la
persecución; al revolucionario debe bastarle su “verdad histórica”. En esa
coyuntura el detenido debe ser más bien un propagandista que alguien interesado
en probar tal o cual inocencia reconstruyendo los hechos.
Patética defensa de la represión revolucionaria
No es que el
texto sea patético, sino que la evidencia histórica posterior así lo planteó.
El texto termina en los “alegres años veinte” del siglo XX, ante de captar la
ominosa situación del ascenso de Stalin. En descargo moral de Serge se debe
indicar que no había descubierto el triunfo de ese lado oscuro dentro del bando
revolucionario cuando escribió una larga justificación sobre la “represión
revolucionaria”. El tema es más significativo cuando se debe reconocer que Serge
no perteneció a la estirpe sanguinaria ni de adaptación al poder burocrático y
dictatorial, con los años él sería un perseguido de Stalin, y debió morir
exiliado y miserable en México en el año 1947.
Hecha la
aclaración, Serge justifica la represión revolucionaria a modo del mal menor (o
el fin justifica los medios[17]). Dice contundente: “La
Cheka es tan necesaria como el Ejército Rojo o como el Comisariado de Avituallamiento”[18] Reitera, recalca e
insiste que resulta indispensable un ingrediente de persecución y represión en
un régimen revolucionario, pues está rodeado de enemigos y amenazado
militarmente y saboteado. Este intenta que sea una evidencia mayúscula “No
negaremos que el terror es terrible. Amenazada de muerte, la revolución
proletaria lo utilizó en Rusia durante tres años, de 1918 a 1921.”[19] En algunos pasajes hasta
parece un apologista del mal cuando desdeña los procesos judiciales y las
pruebas, cuando se trata de defender al régimen bolchevique y exonerar a los
revolucionarios franceses del llamado Terror[20].
En ese
contexto, Serge procura trivializar la extensión de la violencia como el
ambiente de siglos de dominación burguesa, para exponer que no resulta
imaginable escapar de eso sin otra dosis de “violencia revolucionaria”. Algunos
de sus pasajes, vistos a la distancia, incluso resultan grotescos[21]. Bajo
el entusiasmo y la retórica de justificar todo lo que proviene del Estado
revolucionario, Serge se mantiene como un espíritu noble que intenta establecer
diferencias y contener el mal. Su argumento crucial es que la “terapia” del
Estado socialista va contra las causas y no contra los efecto del mal, en ese
sentido sería una terapia dolorosa curando los males milenarios de la
humanidad. El buen Serge se equivocó de modo completo: se encontró con otra
vuelta de tuerca cuando creyó en una solución final. Se plantea como un
apologista ingenuo del Estado, cuando sus orígenes ideológicos son de
“anarquista” convertido en marxista leninista. Señala: "El Estado soviético, al concentrarse
sobre las causas del mal, tiene evidentemente menos necesidad de la represión.
Mientras más se desarrolle, más su acción económica será eficaz, concertada,
previsora, y menos necesidad tendrá de la represión, hasta el día en que una
inteligente gestión de la producción suprima, con la prosperidad, males
sociales tales como la criminalidad, cuyo contagio se esfuerza en aminorar por medio
de la coercion...”[22] Un argumento así lo
firmaría cualquier Stalin y sus comisarios represores, ahí está la ilusión de
una dictadura solamente pintada. Claro, que Serge en ese momento no lo podía
saber a ciencia cierta.
Una débil barrera ante la marea represora
Anotemos en
descargo del autor, sí tiene conciencia y reconoce como lamentándose de los
exceso en la “justicia revolucionaria” después del 1917 ruso. Dice: “Repitámoslo: el terror es terrible. (…)la Cheka de la
Revolución Rusa juzgaba irrecusable, implacablemente a sus enemigos de clase;
(…)Se trataba más bien de golpear una clase a través de sus hombres que de
sopesar hechos concretos. La justicia de clase no se detiene en el examen de
casos individuales sino en los períodos de calma. Los errores, los abusos, los
excesos nos parecen funestos sobre todo frente a los sectores sociales que el
proletariado debe tratar de agrupar: campesinado medio, capas inferiores de las
clases medias, intelectuales sin fortuna; de igual manera con respecto a los
disidentes de la revolución”[23]
En el contexto de la pos-revolución rusa, Serge lamenta los excesos y los
justifica, no encuentra otra solución que la aplicación del terror rojo contra
el terror blanco. Explica que se deben tomar precauciones, por ejemplo, colocar
a los hombres más escrupulosos en esa tarea infame, Para la represión
revolucionaria no queda -y es una causa de errores y de abusos- más que un
personal subalterno bajo la jefatura de hombres que deben buscarse entre los
más firmes y puros (lo cual hizo la dictadura del proletariado en Rusia
-Djerjinsky- y en Polonia -Otto Corvin). Los asuntos de la defensa interior de
una revolución son los más delicados, los más difíciles, los más dolorosos y a
veces los más espantosos. Los mejores de entre los revolucionarios con elevada
conciencia, espíritu escrupuloso y carácter firme se le deben consagrar.”[24]
El marxismo que tanto se queja del idealismo del enfoque burgués, de pronto
queda por completo atorado en eso mismo que ha combatido. Si nos preguntamos
¿basta colocar a una persona honorable para que una avalancha de lodo sea
detenida? La respuesta la dio la misma historia: las medidas provisionales de represión
se comieron al naciente Estado revolucionario hasta convertirlo en Estado
burocrático y tiránico en contra del proletariado, porque la empresa entera de
la Revolución de Octubre era fantasiosa y anti-materialista en el más puro
sentido. Colocar como director de la policía política bolchevique a Djerjinsky no
detendría el advenimiento de un régimen total policíaco, pues era el Estado
quien se estaba apoderando de toda la operación económico-política, dejando al
proletariado con vanas promesas de amor. De modo casi profético e inocente,
Serge describe esta misma situación, cuando plantea su capítulo ¿cuándo es
eficaz la represión? Muestra como patético al “cordón” de policías políticos de
la Ojrana intentando salvar al Zar y detener la marejada de la Revolución. Ya
sabemos que la Cheka no detuvo el problema, sino que se convirtió en parte del
problema con la llegada de la dictadura de barniz rojo. En lo general, Serge
plantea una fórmula casi neutral y razonable para el tema doloroso: “La
represión es eficaz cuando complementa el efecto de medidas eficaces de
política general.”[25]
No por ser eficaz, resulta menos oprobiosa.
Imaginemos al cordón humano
de buenos y abnegados revolucionarios sirviendo como contención ante una marea
de lodo que ellos mismo han desatado, a la cabeza está el primer director de la
Checka y a su lado abnegados revolucionarios; algunos no alcanzan a
ver la inundación completa, el lodo sepultando a la Revolución Rusa. Los
mejores murieron antes de que terminara la inundación o por causa de la misma,
casi todo el Comité Central de la Revolución Rusa murió a manos del terror de
Stalin. Y los cálculos sobre el terror indiscriminado de Stalin contra su
pueblo rebasan la cifra de millones de muertos. Bajo las impresiones inmediatas
de un experimento social colosal, no es sencillo utilizar la ventaja de la
distancia ni tampoco está justificado el repetir los errores manifiestos.
Victor Serge tuvo el vigor para oponerse al lodazal, mientras Stalin y sus
esbirros se aprovechaban del esa marea. Serge murió en el exilio y la pobreza, haciendo
balances de lo sucedido y literatura que denunciara el oprobio
postrevolucionario del estalinismo.
NOTAS:
[1]
Notorio el caso de Julia alias la “Verdadera” esposa de un diputado
oposicionista, que sirve a la policía política; cae en desgracia y suplica por
subsidios; su caso es patético en los detalles de mujer desesperada y
estafadora, caída en decadencia moral extrema y desamparada, que busca seguir
siendo una provocadora hasta que se hunde en la niebla de la narración. Cf.
SERGE, Víctor, op. cit., pp. 7-8.
[2]
Como el caso más notable cita a un tal Malinovsky (no confundirlo con el famoso
poeta) quien fue un jefe del partido, que al triunfar la revolución exige ser
procesado por su negro pasado. Cf. SERGE, Víctor, op. cit., p 11.
[3]
Por la polarización entre personajes malos y buenos con máxima tensión de
emociones, no por la utilización de la música o argumentos simples.
[4]
CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil
máscaras.
[5]
De modo magistral, Georg Lukács muestra que el ingrediente esencial para el
marxismo es que la época se defina como revolucionaria en actualidad. Cf.
LUKáCS, Georg, Lenin: la coherencia de su
pensamiento.
[7]
CF. LENIN, V.I. ¿Qué hacer? MANDEL, Ernest, Teoría leninista de la organización.
[8]
SERGE, Víctor, Lo que todo revolucionario debe saber sobre
la represión. Además afirma que un famoso descifrador fue contratado por el
nuevo régimen revolucionario. Con absoluta inocencia, el autor parece halagar
ese “mantener” al personal y las viejas habilidades dentro del nuevo régimen.
[9]
“No quedan en Europa más que los países escandinavos, Inglaterra, Francia y
algunos pequeños países donde el movimiento obrero todavía goza del beneficio
de la legalidad democrática” Serge, p. 28.
[10]
Al activista Serge le recomienda “jamás ser ingenuo”.
[11]
Se refiere en particular a una exposición sobre los archivos de la temida
Ojrana expuestos en el Palacio de Invierno, pero la frase se aplica a la perspectiva
entera de Serge en la página 25.
[12]
Son conocidas las afirmaciones de Marx y Engels sobre lo lejos que estaba la
revolución socialista de su presente, después de la oleada de revoluciones de
1848 o luego de la derrota de la Comuna de París. Cf. MARX, Karl, La guerra civil en Francia.
[13]
Véase la interesante
diferencia de enfoques entre esa facilidad del “ganador” y el esfuerzo del
“combatiente, con quien el mismo Ortega y Gasset se identifica. Cf. La espala invertebrada.
[14]
SÁNCHEZ VÁZQUEZ, Adolfo, Filosofía de la praxis. Con lo cual el
“activismo” revolucionario adquiere el barniz de la sublime praxis
revolucionaria, con la auto-evidencia de la realización cumbre. De nuevo, el
tiempo mostró la debilidad de una evidencia —en el fondo— tan pragmática y con
falta de crítica aunque no del todo acrítica.
[15]
SERGE, Víctor, op. cit., p. 31.
[16]
Serte, Víctor, op. cit., p. 32.
[17]
Vale anotar que la
aspiración de Serge es por un mundo sin Estado, esa parte de la ideología
comunista le conmueve, pues él inicio como anarquista. “como marxistas, estamos
contra todo Estado” p. 46. A modo de objeción, contra todo jesuitismo se debe
anotar que para cosechar menos Estado no se debe sembrar el más grande de todos
los Estados, uno que controla la economía y sociedad enteras. Cf. TROTSKY,
León, Su moral y la nuestra. Cuando
critica el principio de justificación por “fines”.
[18] Serge, Víctor, op. cit., p. 37.
[20]
Cita a Dantón durante el Terror: “¿Qué me importa ser llamado bebedor de
sangre? Bebamos, si es necesario, la sangre de los enemigos de la humanidad?”
Recordemos que luego Dantón fue guillotinado también por los líderes de la
fracción revolucionaria. Serge, Víctor, op. cit., p.
37.
[21]
“Frente a la ley proletaria, ser rico incluso dentro de los estrictos límites
en que durante la NEP (siglas de Nueva Política Económica) se permitía el
enriquecimiento es siempre una circunstancia agravante” p. 41. También anota el
asesinato masivo de los policías y provocadores como si fuera una simple tarea
de higiene urgente: “Los policías, un día de disturbios, huyeron entre el
griterío de la muchedumbre; a los que se logró agarrar por el pescuezo se les
zambulló, definitivamente en los canales de Petrogrado; en su mayoría los
funcionarios de la Ojrana fueron fusilados. Todos los provocadores que se pudo
identificar corrieron la misma suerte.” P. 25.
[23]
Serge, Víctor, op. cit., p. 43.
[24]
Serge, Víctor, op. cit., p. 44.
[25]
Serge, Víctor, op. cit., p. 45. Al final, otros cuestionan
hasta cualquier resabio de “racionalismo” en el uso de la violencia, por
ejemplo Fromm en El miedo a la libertad.
Por mi parte, pregunto ¿no es la tarea del pensador pugnar por minimizar el uso
de la violencia, acotar a los grupos o al Estado en el uso de la fuerza?
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