Por Carlos Valdés Martín
Esta obra
es clave para comprender la Conquista de México y sus efectos, debe estudiarse con cuidado a la Historia verdadera de la Conquista de la
Nueva España [1]. En
particular, resulta relevante para analizar el crisol de los fenómenos
nacionales, observando la diferencia entre los procesos pre-modernos y los que
sucedieron siglos después, sobre lo que acostumbramos a pensar en términos
estrictamente nacionales[2].
Muchas de las categorías usuales como el territorio (delimitado y
definido con fronteras precisas) y la pertenencia a Estados
(inequívocas, vínculo entre el poder y el ciudadano) poseen otras dimensiones,
donde la vinculación es de otra índole entre
el individuo y su espacio (el desplazamiento de los conquistadores, la
ubicuidad de los monarcas, el traslado de la religiosidad, la movilización de
los intereses, la fundación de las villas), y entre el individuo (y grupos)
respecto de sus superiores (en la obligación de demostrar inocencia, lealtad y
hasta probidad, efecto de la relación feudal llamada vasallaje) por tanto el
poder (jerárquico, dual, complejo pero con una cúspide clara).
Ahora bien, conforme
el relato de Bernal resulta interesante para conectarnos con una serie de eventos,
también debemos señalar hacia los niveles profundos que lo sostienen y nos
interesan: economía y población. Esas dimensiones quedan imperceptibles
en muchos aspectos, pero el relato de aventuras sí nos revela situaciones
importantes sobre lo que mucho se ha comentado como la contraposición entre el
“hambre de oro” renacentista y la perplejidad indígena al respecto; la
alimentación de la campaña militar, la importancia de los caballos, etc.
También revela el tan conocido desnivel tecnológico entre dos civilizaciones,
con la evidente ventaja militar europea. Aparece de modo constante, aunque
caótico lo que interesa tanto para el tema nacional: la integración de la población
con sus tendencias y costumbres, aunque con sus relaciones comunitarias en
crisis bajo la presión militar.
Tales
diferencias también implican que la narrativa no sea una historia en el sentido
moderno de relato objetivo de lo sucedido, con fuentes de información,
documentos y testimonios verificables, sino un híbrido entre narración
fidedigna (que incluye su aspecto objetivo o de historia), junto con infinitos
elogios a los superiores (Cortés, Alvarado, el rey, etc.), relato de aventuras
y hasta de fantasías[3], justipreciación
de los compañeros de armas (su valor inigualable, más digno de novela de
aventuras que referente real: reiterativamente heridos en cualquier batalla y
abrumados por peligros sobrehumanos), argumentaciones casi paranoicas para
liberarse de sospechas sobre el robo del oro azteca y peticiones lisonjeras
para ganar los privilegios de conquista (obtener la encomienda perpetua:
objetivo explícito del alegato de Bernal).
Debido a las
dudas razonables que se desprenden del relato y a la falta de documentación, el
aspecto evidente del relato que es la historia militar, queda repetidamente a
la sombra; por lo tanto, el comentario se mantiene marginal. En su lugar, para la
posteridad ha predominado lo que vale llamarse “guerra ideológica” centrada en los
señalamientos sobre la maldad idólatra (incluyendo los sacrificios humanos y el
canibalismo[4])
contra la maldad conquistadora (desmembramientos, pira humana, encadenamiento,
masacre), lo cual sigue repercutiendo hasta nuestros días.
Desde el punto
de vista del estudio de formación de las naciones, este texto exige preguntarse
si está prefigurando una nación o bien otra clase de entidad. Siendo esa
la primera pregunta, también implica definir la “clase de entidad” (su rasgo,
al menos de manera exterior) está describiéndola Bernal. Lo cual implica tres
aspectos: la entidad del “nosotros”, si son españoles en el sentido moderno, o
¿qué colectividad de fondo perfilan los conquistadores?; la entidad del “ellos”
los indígenas (los combatidos y también aliados, en especial los “mexicanos”
asentados en Tenochtitlán).
Desprendiendo
esto, también surge, la pregunta de si al configurar esa entidad no-nacional
(Nueva España, el dominio de la corona como la entidad resultante con la
confluencia entre los vencedores y vencidos, bajo el signo de la cruz) está prefigurando
una posterior nueva nación de modo involuntario (sin duda[5])
pero ya operativo (la semilla del mestizaje, en especial). Por la cadena de
acontecimientos, la respuesta última ha sido obviada en sentido positivo, sin
embargo, cabría dejarla en interrogante, pues el periodo colonial duró
trescientos años, con lo cual nos habla de una sociedad sustantiva, densa en su
tendencia y relaciones articuladas; asimismo la acumulación territorial implicó
la expansión (hasta donde daban oportunidad los medios de desplazamiento) y
luego su disgregación (la mala fortuna de los reinos, etc.).
Para lo que nos
interesa analizaremos a continuación: 1) Poder, 2) Territorio, 3) Población, 4)
Economía, 5) Guerra material e ideológica, y 6) Grandeza de un mundo perdido,
7) Autoelogios y 8) Relato y anécdotas.
1. Poder
En Bernal las
fuentes del poder aparecen de modo descarnado, aunque
revestidas de velos importantes, para que no irrumpa cual dispositivo desnudo. La fuente descarnada es la
violencia armada con los filos de las espadas y demás pertrechos empleados
constantemente, contra propios y extraños. El vehículo supremo de esa violencia
es el grupo de hombres armados, puesto en constante y agotador pie de
guerra[6].
Para moverlos se requiere de una economía tangible: logística de
alimentos y transportes, acopio de armas y efectivo para comprar a los
soldados, además de las promesas de enriquecimiento. Y el grupo armado requiere
de un liderazgo (o sistema de lealtades con liderazgo) que abarca tanto la
capacidad militar como la obtención de lealtad por convencimiento, legalidad o
compra (las tres modalidades están presentes en el relato). Es evidente que ese
liderazgo está encarnado en Cortés y una parte interesante de la crónica
son los desafíos que encuentra y supera. Ese liderazgo proviene de: delegación
de poderes (la autorización monárquica de la empresa de conquista, vía el
gubernatura de Cuba), luego del carisma personal, después afianzado en
habilidad (militar, diplomática y astucia incluyendo las trampas[7]) y
los recursos económicos obtenidos en la aventura emprendida.
El relato
insiste en un poder frágil de los conquistadores (a punto de derrumbarse) por la suerte de las
armas y la “politiquería” del bando católico (las intrigas de Velázquez contra
Cortés y otras conspiraciones). Dicha fragilidad se reduce tras la conquista de
Tenochtitlán, aunque el relato insiste en la continuación del riesgo de
perderse ya que en el sistema de monarquía absoluta, el destino depende del
capricho del rey. Después se mantiene la fragilidad del grupo conquistador ante
el Rey y sus arbitrios, que además marca el destino de las pretensiones sobre
la encomienda. Además, el relato indica con pinceladas que la religión
católica es un sustento para levantar el nuevo poder.
2. Territorio
La frontera
móvil ente la colonia afianzada de Cuba respecto de las costas pobladas de
indígenas potencialmente hostiles es el punto de partida. Así, el espacio se
mide en un sentido laxo, más por jornadas recorridas y encuentros más o menos
afortunados, con marcas de sitios con comida y agua dulce.
El primer
gesto conquistador es desplazarse, para alcanzar un territorio inexplorado. Lo inicial es tocar un punto,
en ese oficio el conquistador primero es un viajero eficaz, internándose en las
zonas vírgenes o desconocidas[8].
El otro gran gesto es nombrar, colocando nombres con otra sonoridad y amparados
por alguna referencia sacra católica (un santo, la cruz…) que recrea al espacio
para definirlo como propio.
Sobre ese
espacio se van definiendo los recorridos y los gestos de conquista, con sus
sometimientos de indígenas y, aspecto esencial, la fundación de sus villas (o
ciudades) fortificadas ante el entorno: esos son los nodos donde los
peninsulares se afirman y refugian.
La geografía
misma resalta en alternativas como hostil (sin alimentos, accidentada) o bien amigable (con
nutrición, sin obstáculos orográficos), ante lo cual el itinerario es
desastroso o afortunado.
El aspecto
clave para definir los territorios termina siendo la población indígena y su
potencial para ser cautivada o derrotada. No son raras las situaciones de
pobladores que huyen y no aceptan ningún contacto con los conquistadores,
generando un vacío hostil. Es claro que la mayor importancia está en el tránsito
desde enemigo hasta derrotado que se somete, cual acontece con la narración
central.
3. Población
La división es
en dos clases: el grupo contado y selecto de los conquistadores (unos cientos)
frente al grupo incontable y amorfo de los indígenas para conquistar. Entre
ambos se levanta el segmento clave de los indígenas que se integran, colaboran,
sirviendo de traductores y formando el ejército conquistador, como los
tlaxcaltecas convencidos a la causa de Cortés.
En el exacto
intermedio entre la élite de los conquistadores se levanta una zona gris, desde
los primeros peninsulares extraviados en Yucatán que se habían adaptado al
bando indígena, aunque uno regresa (Jerónimo). La otra zona gris que surge son
los indígenas que se ponen al servicio de los conquistadores, y en esa región
adquiere una relevancia enorme quienes traducen y quienes cohabitan, en especial las mujeres intérpretes que servían integralmente.
En esta última
acepción está un personaje central del proceso que es doña Marina o Malinche,
según se prefiere la versión. Su adquisición de personalidad implica un cambio
de plano, pues los indígenas suelen confundirse en una masa amorfa, con nombres
episódicos que son puntos de referencia, pero casi imposibles de determinar una
personalidad. En dos casos la personalidad es notoria: Malinche y Moctezuma. En
la importancia de esta mujer está en su servicio valiosísimo como traductora
(en jefe) y por tanto colaboradora para interpretar el territorio y las
alianzas. Incluso, se alcanza un nivel de fusión entre Cortés y la Malinche,
cuando el relato llama al hombre con el mote de la indígena, refiriéndose
constantemente a ese nombre en gran parte del relato[9].
Esa identificación de un eco entre el vórtice de Occidente y los aborígenes,
efectúa una especie de cópula amplificada entre el yang conquistador y el yin
subyugándose por completo, a nivel de transmutarse en una capa protectora y
servicial.
En el proceso
de conquista existe una vaguedad relevante: simplemente los indígenas aparecen
en cuanto los visitantes se desplazan o se esperan cierto tiempo. En lugar del
proceso orgánico de nacimiento y formación de personas, el proceso se
simplifica al límite mágico: sencillamente aparecen más y más. Esta
caricaturización de los conquistados significa su reducción a objetos, masas
hormigueantes que llegan y se van.
Por último, en
el alegato de Bernal se convierten a las poblaciones en el legado codiciado. Si
el objetivo inicial fue el oro y otra riqueza móvil para saquear, la búsqueda
final es apoderarse de muchos indígenas dóciles y trabajadores.
4. Economía
Resulta
asombroso cómo la visión del bien económico se va desplazando a lo largo del
relato. El oro y alguna otra riqueza móvil está en la mira, pero su escasez
y exceso de persecución, con el consecuente reparto entre el rey y el bando
conquistador, termina provocando su rápida desaparición: su mismo exceso por
ser tan valioso obliga a su pronta desaparición del escenario. Esa notabilidad
del tesoro áureo también provoca una cierta confusión, como si la empresa de
conquista se limitara al saqueo de oro; el protagonismo del oro no implica
exclusividad en el argumento de Bernal. Su protagonismo exige tratamiento
reiterado y delicado, discutiendo rumores y aportando “pruebas” de descargo, ya
que el hipotético despojo al rey traía consecuencias de persecución y castigo.
El relato
militar muestra los excesos de la pobreza, en las coyunturas cuando la simple
agua dulce es fundamental; en general, la alimentación es la clave de éxito para
los ejércitos, por tanto los movimientos también exigen el avituallamiento y la
búsqueda desesperada de proveedores en espacios hostiles. El hambre en regiones
enemigas es el contra-protagonista de la riqueza fantástica perseguida, que va
perdiendo peso conforme se establece la conquista.
En segundo
plano, la producción de los enseres de la guerra está presente desde el
inicio del relato, de tal manera que la muerte de un caballo es una
pérdida irreparable, y la construcción de bergantines en el lago de
Texcoco resulta una hazaña militar. Desde el comienzo de la expedición la obtención
de capacidad de fuego es crucial para definir la ventaja militar.
Los
banquetes y las recepciones definen el boato de
los gobernantes para impresionar a los invasores, lo cual resulta paradójico,
pues más bien logra atraerlos e invitarlos para que permanezcan.
La riqueza
parece también definida por la presencia de las ciudades, que son los
núcleos de comercio y división del trabajo, indispensables para cumplir las
expectativas y predefiniciones de riqueza de los conquistadores.
Las relaciones
de intercambio, a lo largo del relato, escapan al código del comercio
ordinario. Predomina la desproporción entre el don (gracioso y voluntario, real
o supuesto), el pseudo-comercio (bienes por espejitos) y el arrebato por
conquista, siendo éste el obvio predominante; es decir, predomina el
no-intercambio. El apoderamiento completo de las regiones y personas
(bajo el manto de las justificaciones de época, en especial religiosas y también
por la supuesta inmoralidad de los indígenas: perversos, caníbales, sacrificadores,
traidores…) marca el resultado.
5. Guerra material e ideológica
La acción
bélica define el reparto de bienes y personas en ese tipo de guerra primitiva.
Ese código maneja que todos los bienes son para el ganador y que los perdedores
deben resignarse a su suerte.
En el discurso
de Bernal las dificultades, hambres, heridas y muertes de los soldados están en
el eje de su justificación. De hecho, en los capítulos finales Bernal recuenta
la participación en batallas para probar sus pretensiones sobre los privilegios[10].
Para los
enamorados de las batallas y su historia este relato mantiene algo hueco y casi
falso, pues está marcado por una doble desproporción: 1) La muy sabida asimetría
entre las tecnologías y prácticas europeas que fincaban una superioridad bélica
abrumadora y 2) El contraste entre los centenares de soldados conquistadores[11],
el número de los nativos y la extensión territorial, factores que son
sistemáticamente sobrevalorados por Bernal, en su apología del valor de los
conquistadores y el favor divino que los acompañaba. Ese exceso doble ha oscurecido
los detalles y el interés en lo estrictamente bélico, pues siempre un puñado de
soldados católicos doblega a miles de indígenas.
El relato, de
modo sistemático, subestima la colaboración masiva y decisiva de los indígenas
enemigos de los aztecas, que sirven la causa de la Conquista[12].
Anota y reporta la participación de los caciques y pueblos que los alimentan y
se alistan contra los aztecas, pero la impresión siempre es de una colaboración
menguada, sin brío y jamás la determinante, cuando una simple suma de fuerzas
indica otra circunstancia.
La guerra
ideológica se centra en la superioridad por dogma del catolicismo, contra una idolatría pagana unida a la
barbarie y desvergüenza de los enemigos indígenas, con sus importantes matices,
como el reconocimiento a los aliados, la reverencia ante Moctezuma, el gusto
por las mujeres indígenas[13],
etc. En el contexto del siglo XVI la acusación de paganismo era un
pecado suficiente para condenar a muerte, despojo y tortura, así que en ese relato
no resultaba importante hacer demasiado énfasis en los males autóctonos para justificar
la guerra, tortura y confiscación de la Conquista[14].
6. Grandeza de un mundo perdido
Los relatos
contenidos en esta Historia verdadera…
han contribuido a realzar la grandeza prehispánica: “Desde que vimos tantas
ciudades y villas pobladas en el agua y aquella calzada tan derecha nos
quedamos admirados”[15]
El predominio de Tenochtitlán ante sus vecinos y una combinación de
circunstancias, indica lo mismo que sucedió con otras grandes civilizaciones
que se hundieron bajo las arenas del tiempo. La fanática violencia que acarreó
la Conquista colocó varias capas de lejanía entre los sucesores mexicanos
frente al periodo culminante azteca. La situación de una civilización derrotada
en su periodo de auge, evoca una épica trágica y pletórica de alusiones e
interrogantes[16].
Si bien, los peninsulares estaban interesados sobremanera en un
tipo de riqueza (el oro y demás), el relato muestra otras fuentes de riqueza en
el territorio (la prodigalidad natural), de los productos (sus alimentos[17] y
artesanías), construcciones (las pirámides y templos) y la gente (la belleza y
nobleza de los nativos); tales dones son más interesantes para la posteridad
que los lingotes (tejos) de oro hundidos en el lago que tanto lamenta el relato.
7. Autoelogios y a Cortés
El enfoque
general sirve para elogiar al bando conquistador, en especial resulta halagador
para Hernán Cortés en su primera parte y siempre corea apologías para los
“auténticos” conquistadores. Ese sesgo de apología resulta por entero
comprensible, pues se trasluce un interés político y material del texto, para
reforzar a Bernal Díaz como regidor y encomendero, situación última que aspiraba
a heredar y por tanto genera un interés permanente.
El personaje
Hernán Cortés debió resultar fascinante y cautivador para su círculo cercano,
por su sorprendente capacidad de liderazgo que atravesaba sus facultades para
desobedecer a sus superiores y salirse con la suya; armar a su gente y
motivarla siempre; sus dotes de político y hasta histrión, cual actor consumado
presto con la lágrima para modificar el ambiente o saltando hasta la amenaza,
cumpliendo los castigos más crueles, aunque notoriamente con una medida
suficiente para mantener la lealtad e interés de los amigos y el miedo de los
enemigos. Desde el punto de vista de la retrospectiva, sin duda resaltan los
defectos morales del líder conquistador y se minimizan sus capacidades para
obtener sus resultados, porque desde la Independencia brota la repulsa contra el
bando colonizador, por las sobradas motivaciones de forjar una personalidad
mestiza en el nuevo crisol cultural[18].
8. El relato y las anécdotas
Esta obra se conserva
en el gusto del público y como tarea escolar obligatoria por la consistencia
del relato, que permite imaginar las aventuras y tristezas de la Conquista del
centro del México. Desde las intrigas iniciales y dificultades entre el bando
de Cortés en la isla de Cuba contra el Gobernador Velázquez hasta las
expediciones posteriores hacia el sur, en Centroamérica, una vez conquistada la
capital azteca. El tono anecdótico y prolijo para describir las dificultades y
enfrentamientos otorga carisma al relato. Las más famosas anécdotas quedan
plasmadas: desde la inutilización de los propios navíos, las alianzas con los
Tlaxcaltecas; las victorias contra las incursiones de los propios peninsulares
que venían a apresar a Cortés; la estratagemas y engaños jugados; los temores
de Moctezuma y la bienvenida a los conquistadores en Tenochtitlán; la ambición
despierta por los tesoros; la captura de Moctezuma; la sublevación indígena; la
huida y pérdida de tesoros en la escapada; el asedio contra Tenochtitlán; las
batallas; las lágrimas melodramáticas de Cortés; la muerte y peste
extendiéndose alrededor del lago; las crueldades ambos bandos; la victoria
definitiva sobre la capital Tenochtitlán; el desplante del jefe apresado
Cuauhtémoc[19]
con su cautiverio y tormento; la
consolidación y extensión de las conquistas territoriales; las intrigas ante el
rey y un largo etcétera según la proliferación típica del Renacimiento[20].
La
investigación requiere confrontar el punto de vista del relator (que no siempre
es el más exacto pues esgrimía diversos intereses y prejuicios en su obra),
disculpando a su propio bando y desvirtuando a sus contrarios (su memoria de
combatiente está prejuiciada por su marco conceptual y de valores). La visión
de los vencedores —manifiesta en Bernal Díaz del Castillo— recibió un amplio
cuestionamiento a partir de la Independencia, sin que se haya desaprovechado la
amplitud de los relatos de la Historia
verdadera de la Conquista de la Nueva España. Descartar las afirmaciones de
primera mano, requiere de investigaciones y pruebas en contrario de testigos
directos o materiales contrapuestos; entonces, mientras sus aciertos no queden
rechazados, este prolijo relato seguirá entreteniendo a los novatos y
apasionando a los especialistas.
NOTAS:
[1] La autoría misma de
Bernal Díaz del Castillo, también ha sido cuestionada por Christian Duverger,
al extender la hipótesis de que la Historia
verdadera… podría ser obra de Hernán Cortés mismo, que luego fue retomada
por un hijo de Bernal; lo cual plantea Duverger en su Crónica de la eternidad.
[2] “El uso del nombre
España y del gentilicio españoles en el contexto de los siglos XVI y XVII es
relativamente inexacto, porque las diversas monarquías de la Península Ibérica
mantenían su individualidad y no existía un ‘reino de España’”, Nueva historia mínima de México ilustrada,
GARCÍA MARTÍNEZ, Bernardo, “La época colonial hasta 1760”, p. 117.
[3] Se ha cuestionado,
la fantasía del conquistador al aceptar que hubo gigantes en las regiones por
unos huesos enormes que dice vio (HVC cap. LXXVIII), un ruido de rayos
ensordecedor en la noche de la conquista de Tenochtitlán (HVC cap. CLVI), por
mencionar el polémico tema del sacrificio humano con canibalismo (HVC cap. XCII),
etc.
[4] “Y tenían sacrificados de aquél día dos mochachos (sic), y abiertos por los pechos y los corazones y sangre
ofrecida aquel maldito ídolo”, HVC,
p. 22
[5] Muchos relatos
históricos olvidan que la Colonia fue diseñada para mantenerse como una
dependencia que formara una unidad inseparable de su metrópoli; siendo la
perspicacia de Octavio Paz capaz de notar ese aspecto (El laberinto de la soledad), cuando otros relatos brincan hasta el
resultado y consideran que las relaciones carnales entre Cortés y Malinche en
automático formaban una nueva nación.
[6] Incluso el terror
provocado por el castigo ejemplar, es motor de estos eventos, “Cortés mandó
prender hasta diez y siete indios de aquellos espías, y dellos (sic) se cortaron las
manos, y a otros los dedos pulgares, y los enviamos su señor Xicotenga (sic, el nombre usual es Xicoténcatl)” HVC p. 61.
[7] Tras ganar una
refriega en Cholula contra el bando azteca que pretendía detener a los
conquistadores, Cortés manda a decir a los enviados de Moctezuma, que no le
echan la culpa, sino que lo exculpan de la sedición. HVC p. 69, Capítulo
LXXXIII.
[8] Una gran pregunta de
ese periodo es la amplitud del mundo, cuando parece que está volviéndose
redondo y definiendo sus confines. ¿Los soldados están a la altura de esa
proyección? “Entre nosotros hobo (sic) soldados que habían estado en muchas partes del
mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma” HVC, p. 75, donde compara
la plaza de Tenochtitlán estimándola como la más grande del mundo
conocido.
[9] “En todos los
pueblos por donde pasamos llamaban a Cortés Malinche y ansí (sic) lo nombraré de
aquí en adelante” HVC p. 63.
[10] “Memoria de las batallas
y encuentros en que me he hallado” está redactada como un capítulo aparte sin
numeración con indicación de fecha y rúbrica de Bernal, pp. 194-200.
[12] Cuando después de
Cholula los locales se quejaron de los aztecas, Cortés les promete ayuda y les
solicita únicamente “veinte indios”, HVC p. 71, sin especificar cuántos aliados
proporcionaron su veintena hasta alcanzar cuántos combatientes aliados. “La
conquista de Tenochtitlán fue una victoria de los tlaxcaltecas, los
tetzcocanos… dirigida sin embargo por un pequeño ejército que no pertenecía a
esa historia” Nueva historia mínima de
México ilustrada, ESCALANTE GONZALBO, Pablo, “El México antiguo”, p. 109.
[13] “trajeron ocho
indias para volverlas cristianas (…) mas sé que Cortés las repartió entre los
soldados.” P. 49. “tenían concertado entre todos los caciques de darnos sus
hijas y sobrinas” p. 64.
Es un dogma católico matizado a conveniencia, adaptado a la astucia de los conquistadores.
Es un dogma católico matizado a conveniencia, adaptado a la astucia de los conquistadores.
[14] “y les decían: Agora
(sic) hemos
de matar a esos que llamáis teules (sic, término para
los que creyeron dioses) y comer
sus carnes” p. 56.
[15] Esa es la primera descripción surgida de la vista propia que hace
de la gran Tenochtitlán. HVC, p.
72.
[16] Octavio Paz dibuja
esa interpretación sobre el pueblo joven y vigoroso que cae durante su
mediodía, la tragedia es muy distinta para quienes fueron vencidos en su
decrepitud colectiva. El laberinto de la
soledad.
[18] Crece el esfuerzo
para restablecer la “visión de los vencidos” rescatando el punto de vista
indígena, según la atinada metáfora de Miguel León Portilla en su obra La visión de los vencidos.
[19] “preso ante tu
persona y poder, toma ese puñal que traes en la cinta y mátame luego con él”
HVC p. 137.
[20] En ese exceso de
detalles y falta de sistematicidad, al final del relato inserta el capítulo CCV
dedicado a las edades y complexiones de los capitanes más importantes. HVC, p. 187. Esa prolijidad del enfoque
renacentista, la considera Foucault, un rasgo sistemático de su “episteme” en Las palabras y las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario