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miércoles, 7 de febrero de 2024

CONFLUENCIA DE MICTLÁN ENTRE NEPAL Y AGUASCALIENTES

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Cuando Avelino se concentraba en el trabajo era difícil distraerlo. Él seguía buscando el auténtico centro de la república, a manera de un punto geométrico equidistante a cada litoral del país, cuando su novia empujó la puerta. La novia tóxica, Liliana Robelo, que cíclicamente invadía su espacio para acusarlo de infiel. Esa vez correspondía a una alumna de la universidad de rizos rubios y un mechón color verde, en signo de vocación ecológica.

En el pizarrón Avelino Herrán había manuscrito una frase motivadora: “El ser humano en un punto del universo. El punto, es su vez, la concentración de la materia. Basta con mirar por microscopio electrónico un punto y notar los múltiples puntos que lo componen.”

—Has tomado. No vengas aquí con aliento alcohólico —dijo él, sin levantarse de la silla, pues el de vigilancia ya le había advertido.

Recordó la voz de indígena burlón con la que lo advertía el guardián por séptima vez, diciendo “Viene su fiera, más fiera que nunca.” Y el empleado se reía al terminar la frase. Cualquiera advertiría que esperaba un pleito con gritos y lágrimas que se escucharan tras los cubículos y bajara por el cubo de luz, hasta la entrada del patio, donde descansaba el guardián.

—Es que no me respetas —afirmó ella, con unas lágrimas rodando por sus mejillas.

Él, sin levantar, la vista del monitor, soltó palabras suaves y conciliadoras, fingiendo que no se daba cuenta de las lágrimas de ella. Dijo:

—En cualquier momento me llega la información que he buscado durante tres semanas seguidas. No me puedo separar de aquí.

Liliana miró alrededor y buscó un motivo para enfurecerse. Miró la calabaza y una cadena de calaveritas, alrededor del cubículo. La inspiración fue instantánea:

—Pretendes que estás tan ocupado y como niño inútil te desperdicias al adornar de Halloween en el cubículo.

Avelino intenta no prestar atención y mantiene un tono despreocupado.

—Al que le gustan esas tonterías es al Dr. Sigfrido, el físico matemático, que encargó un paquete por Amazon de pegotes para Halloween. Y él mismo los pega. El próximo mes pondrá un arbolito de Navidad de plástico, con todo y esferitas, junto con lucecitas y escarcha falsa. A mi no me llama la atención esa fruslería. Estoy alistándome para la expedición geodésica para Nepal. La altura de los Himalayas está cambiando, en algún punto eso se comprobará.

Liliana arrancó el cartón con la calabaza sonriente y lo pegó en la pantalla que Avelino miraba.

—Odio que no me mires. Pasan los días y sigues hipnotizado en ese proyecto, para investigar lo mismo que ya se ha investigado desde hace dos siglos. Las montañas crecen, los volcanes explotan y tú, junto con los jodidos geodésicos, sigues enredado en las mismas telarañas.

Él retiró con suavidad la imagen de la calabaza para recuperar la vista a su pantalla. Ella vuelve a la cargada:

—Sometido a la basura comercial, no respetas las tradiciones originarias, que sabes bien que, como antropóloga de corazón, sí respeto. Lo que importa es el Mictlán; respetar las tradiciones originarias y no arrodillarse a las modas extranjeras.

Ella mira un pequeño cenicero en el escritorio que le corresponde a Sigfrido. Para una mirada descuidada hubiera pasado desapercibido el detalle, pero cenicero únicamente tiene una colilla con una leve mancha carmesí.

Liliana Robledo sigue hablando de las culturas precolombinas y el auténtico significado del Mictlán con su Día de Muertos, luego alterado por los influjos hispanistas. Con pasos laterales rodea a Avelino, que ha recuperado la atención a la pantalla. Acerca la mirada para comprobar su hipótesis.

—A veces supones que soy tonta por no controlar la ciencia pura y los guarismos puntuales; pero te delatas solito. Sigfrido no fuma ¿verdad?

Avelino no entiende la malicia de ese comentario.

—No, no fuma.

—Y asumir que la única vegetariana que se interesa en ti fume cigarros mentolados es una burla al código ético de la naturaleza natural. Eres un sarnoso. Y no creas que te esperaré cuando regreses de Nepal.

Liliana dio dos pasos en reversa, jaló la puerta y la azotó.

Todavía no termina la corrida de las ecuaciones y Avelino entiende que Liliana vio una colilla acusadora. Retira la vista de la pantalla piensa que el Dr. Sigfrido volvió a fumar.

Él se arrepiente de recién haberle dejado la llave de su departamento a Liliana. Falta una hora para terminar el turno y se imagina que al regresar de su viaje hacia los Himalayas pasando por Nepal y Bután, sus muebles estén destrozados o arrojados por la ventana. ¿Qué hacer si ella hace algo más alocado?

Han pasado pocos minutos y suena una llamada.

—Si no llegas al departamento voy a hacer algo muy radical.

Él trata de explicar que su remplazo tarda una hora más en llegar.  

Liliana vuelve a llamar y suena más alcoholizada.

—Me voy a terminar tu tequila, tu ron, tus wiskis, tu ginebra… todas tus porquerías.

Avelino dice que se apurará, aunque el remplazo tarda. En el camino de regreso, Avelino espera un disgusto, pero no lo que se encuentra.

Al llegar al edificio, ella está en el balcón del primer piso, gritándole a la Luna que Avelino es un desconsiderado, que se tarda mucho.

—Aquí estoy, se tardó el Dr. Sigfrido.

Ella se asoma por el balcón y él le responde desde el piso. Ella agita una botella casi vacía.

—Solamente la Luna me entiende, tú eres un autómata insensible, un corazón de piedra. Me podría morir de pena y sigues en una pantalla, con la cara de idiota.

—Pero pichoncita, sí te quiero.

—Ahora mismo me lo vas a demostrar.  

Liliana pone las manos sobre el barandal metálico, levanta una pierna y se lanza hacia los brazos de él. La distancia son más de tres metros. Avelino, sorprendido, extiende los brazos para cacharla.

El cuerpo de ella golpea sobre Avelino y disloca una vértebra. Con el impacto ella se fisura la muñeca y grita de dolor. En el suelo él también se retuerce de dolor. Liliana sigue llorando por su convicción de amor perdido:

—Por una colilla me he dado cuenta.

Mientras Avelino sigue negando y susurrando un “Noooo” con tonos de agonía y conmiseración.

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