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miércoles, 2 de enero de 2019

SOMBRA DEL PERRO Y EL TROMPO QUE A SU VEZ…





Por Carlos Valdés Martín


Érase una vez un perro que perseguía la sombra de su cola... aunque de este animal, jamás sabremos sus motivos a ciencia cierta, pues el más plausible sería la equivocación, ya que las sombras al mediodía parecen tan reales que confunden.[1]
Ese domingo en el parque, al perro lo miró un niño que lo remedó ladrando y peleándose inútilmente contra su sombra. El can sorprendido se echó al piso para mirar al nuevo amigo. De inmediato, el niño con dulzura se puso a jugar con un trompo para entretenerse y distraer a su nuevo amigo canino. El pequeño quedó absorto y divertido… La cuerda tensada en una rotación ordenada dando vuelta al tropo sobre su mano, incluida. Una mirada absorta y dedicada, poniendo el máximo esfuerzo en la pequeña proeza de lanzar con perfección el trozo de madera, mediante un jalón fuerte y sostenido. El éxito completo cuando el trompo salta zumbando y la mirada absorta del niño que no se detiene, como si bebiera el sonido de la punta del trompo girando y riéndose de satisfacción.
El chico cada vez dominaba mejor sus lanzamientos de trompo y el bailoteo duraba unos instante más, mientras su mirada se alegraba y asombraba, como si siempre fuera la primera vez que lanzaba y bailaba el trompo.
El niño siguió un rato, hasta que llegó un filósofo que miró la escena y se maravilló de la atención que ponía el infante.
El filósofo pidió intentarlo y descubrió que nunca había dominado el arte del trompo así que se puso a aprenderlo ahí mismo y pasó largo rato enredando la cuerda, lanzando por el aire y fallando muchos intentos hasta que empezó a enderezar el asunto.
Como buen filósofo no le interesaba dominar la cuerda, así que entregó el trompo al niño y lo dejó que efectuara las maniobras, para él sacar la libreta de apuntes. Pero resultaba inútil apuntar ante el zumbido pretencioso y elegante del juguete, el filósofo intentaba tomarlo con sus manos para atrapar tal movimiento que parecía desafiar al sentido común.
En eso apareció el escritor, amigo de ambos, que tomó la libreta de apuntes y recibió la encomienda de anotar lo más significativo en ese bello encuentro. El escritor se emocionó haciendo apuntes sobre la recuperación de la infancia desde la inteligencia, elaboró varios croquis señalando las ondulaciones del trompo y cómo los poderosos rayos solares provocaban más euforia.
Apareció el cineasta que se alegró de ver a unos vecinos tan entretenidos. Mandó a traer refrigerios y unas sombrillas grandes para soportar el calor, mientras su asistente colocaba un par de cámaras. El cineasta revisó un argumento para concluir sin espacio para dudas que esa escena cabía perfectamente en un largometraje, donde la infancia es amenazada por las drogas y la violencia urbana, por lo que acompañado de su inseparable amigo canino, alecciona a su maestro en las artes deportivas, lo cual arrastra al increíble descubrimiento que un Premio Nobel de Literatura, que casualmente transitaba por ahí, se emocione hasta las lágrimas porque el noble gesto del niño permite el rescate de la madre, injustamente encarcelada al ser confundida con la novia de un peligroso narcotraficante que es cómplice de los policías corruptos.
La escena está montada y el cineasta explica a todos sus nuevos papeles. El escritor se inconforma y discute que esa argumentación no es suficientemente estética y violenta los principios elementales de la narración; el filósofo redobla la objeción por ausencia total de parámetros de crítica; el niño no les hace caso y sigue jugando con el trompo; el perro aprovecha un descuido para abrir una bolsa con comida que traía el ayudante del cineasta.
—¡Perro malo!
Con ese grito del ayudante el animal sale despavorido y se olvida de perseguir sombras o mirar trompos. De inmediato, se rompe el sutil equilibrio del mediodía, cuando cineasta decide que discutir es perder el tiempo así que se despide con un gesto. Mientras el escritor sigue tomando notas de cómo el filósofo le suplica inútilmente al niño que le regale ese trompo; el niño con la mirada busca al perro y éste, alejado del bullicio, vuelve a perseguir a su sombra.
Y cuando parecía descansar la escena aparece el asesor (de esas mentes que colaboran en todo y sirven para nada) que observa: para que esto demuestre su afinidad con los giros del trompo cuando menos debe establecer su Eje Central colocando el instante de tiempo—lugar—modo.
Queda concedido al Asesor, que el tiempo es el 7 de noviembre de 2018, que se parece a tantos otros pero es el aniversario luctuoso de una madre (tierna y generosa como cualquier madre, con la dulzura de la leyenda de Ruth y, en caso de extrema penuria, la fiereza del dios Marte). Y si le agregamos horas, minutos y segundos ya caemos en el desperdicio, porque bastó la referencia al mediodía, para indicar que el Sol se detiene en el cenit, para señalar que el tiempo es tan pleno como la luz solar.
El lugar debe ser un cruce de direcciones, una eficaz encrucijada para que arriben un perro juguetón, un niño entretenido, un filósofo un escritor y el director con su ayudante, para sumarse al final un asesor. Sin lugar a dudas es una encrucijada, por tanto el escenario queda en un país de cruces, y la palabra México adquirió una “X” en su nombre para señalar ese encuentro de rutas.
La modalidad de lo acontecido no resulta tan sencillo de desentrañar, pues aunque para las mascotas y los niños la existencia es un ocio fecundo, para los adultos esa condición resulta discutible. El filósofo ¿qué de él si hubiera resuelto el giro del trompo como Descartes estableció el “cogito ergo sum”? Entonces sus juegos ociosos no serían despreciados. Del escritor suponemos que su existencia completa es disposición para las inspiraciones pasajeras, que perduran cuando quedan plasmadas en papel (antes, ahora en brillantes bits de libros electrónicos). Y, por último, sería azaroso que la fama de un cinematografista se gane con descubrimientos callejeros, aunque un mito nos recuerda que Chaplin armó su personaje con sobrantes de vestuarios. En conclusión, la modalidad la define un cruce de los ocios juguetones con los azares.
Después de ponerle punto final a este relato encontré a un amigo escéptico… ¿Qué pruebas? Y no es la primera vez que padezco ese tipo de cuestionamientos, así que conservé en el cajón del armario la sombra de la cola del perro y el sonido del trompo al que interrogaba nuestro filósofo, cuando gusten se los puedo mostrar el próximo mediodía del 7 de noviembre de 2018.  



[1] Inspirado en El filósofo y el trompo de Kafka.