Por Carlos Valdés Martín
A los 10
años, Carmen Mondragón (antes de rebautizarse Nahui
Olin con el signo náhuatl) adivina su destino, cuando se educaba en una escuela de Francia y se describe:
“soy una llama
devorada por sí misma y que no se puede apagar”[1]
Sí, su
existencia desata incendios, el primero comienza afuera desde las acciones militares
de su padre, Manuel Mondragón el general que protagoniza la Decena Trágica cuando
provoca el asesinato de Francisco I. Madero y el martirio de su hermano
Gustavo. Ese fuego bélico trae una secuela extraña cuando su padre golpista, siendo
ganador de la contienda, resulta un estorbo para el dictador Huerta, quien presiona
para sacarlo del país. En ese trance, ella, aún sin suficiente malicia, se
precipita al matrimonio juvenil con el capitán Manuel Rodríguez Lozano.[2]
El cambio de
las sensibilidades posmodernas celebra a esas mujeres fogosas, entonces volverá
su estrella a brillar conforme más destaque su dualidad entre incendio y
catástrofe.
El desenlace
en la vejez sobrecogedora de Nahui Olin empuja y engrandece la imaginación sobre
la “llama devorada por sí misma”. A
veces, de lo sublime a lo patético basta un paso… y la congoja del corazón
obliga a mirar lejos, para comparar al personaje envejecido y patético con esa flama
de la mujer sol que fue Nahui Olin.[3]
El incendio principal
proviene desde Nahui en plenitud de facultades descubierta como musa y artista…
estrella fulgurante que enamora a la lente fotográfica que la retrata sin
descanso, buscando el secreto de la mirada de olas marinas y el plenilunio de
su desnudez escandalosa y deseable.
En el mediodía
de la diva, sus enormes ojos verdes dominan el panorama y deslumbran a los
pintores, fotógrafos y escritores más famosos del país. La frase más célebre
sobre sus ojos sentencia: “De que Nahui Olin tenía el mar en los ojos no cabe
la menor duda. El agua salada se movía dentro de las dos cuencas, y adquiría la
placidez del lago o se encrespaba furiosa tormenta verde, ola inmensa,
amenazante. Vivir con dos olas del mar dentro de la cabeza no ha de ser fácil.”[4]
Ella es un
incendio que atrapa al amante, el doctor Atl (Gerardo Murillo) arrastrado en el
juego de la pasión suprema. Su vida íntima da mucho qué hablar, el
apasionamiento delirante entre el amor y el odio provoca la curiosidad, hasta
sellar su aureola de llamarada andante y disfruta el exhibicionismo. “Nahui y
Atl eran muy fiesteros y Nahui recibía a los amigos desnuda, una charola de
tacos y tostadas bajo sus dos senos.”[5]
Cuando se acaloran van a refrescarse a los tinacos del viejo exconvento que
habitan, aunque los vecinos se quejen. Vienen sesiones fotográficas de desnudos
que la consagran, aunque la época se escandalice.
Por si fuera
poco su extroversión, es inteligente y sensible, escribe y compone música,
sirve de musa y de médium. Aparece en diversos murales de los consagrados, sus
escritos parecen caer en el olvido empequeñecidos por el personaje escandaloso.[6]
El medioambiente mexicano de 1920 no es apto para tales escándalos ni desnudez.
Cada relación
amorosa de Nahui desemboca en crisis y tragedia. Resulta memorable cuando
colocó un revolver amartillado en el pecho del dormido Dr. Atl. Años después, cuando
estabiliza un romance con el capitán Eugenio Agacino, hacia 1934 éste fallece
de manera súbita y ella se derrumba interiormente, en una conmoción próxima a
la demencia.[7]
Luego
sobreviene otra fase legendaria, de una vejez misantrópica sin relaciones
personales, conversión en una extraña bruja de caricatura que únicamente se
relaciona con los gatos. De Nahui envejecida se sospecha delirio y se confirma
abandono. La diva del ayer se ha convertido en vieja esperpento y delirante a
quien nadie quiere comprender ni recordar, ella deambula andrajosa por las
calles disfrazándose como un sepulcro anticipado. Muere atenazada por la
antípoda de la belleza y la fama, entre repudiada y olvidada, a veces hasta
compadecida, lo cual resulta peor para quien guarda memorias de sus glorias
pasadas.
Demasiada belleza —la de Nahui Olin naufragando
entre el mar de sus ojos— fue “una llama devorada por sí misma y que no se
puede apagar”.
NOTAS:
[1] El libro de Nahui Olin A
los diez años, en mi pupitre (1923), trae ese pasaje. “Soy un ser
incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones,
de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno y por eso
estoy destinada a morir de amor. No soy feliz porque la vida no ha sido hecha
para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar;
porque no he vencido con libertad la vida teniendo el derecho de gustar de los
placeres, estando destinada a ser vendida como antiguamente los esclavos, a un
marido. Protesto a pesar de mi edad por estar bajo la tutela de mis padres.”
[2] Un personaje
complejo, con el don para despertar pasiones imposibles en el sexo opuesto, la
más famosa tragedia fue la de María Antonieta Rivas Mercado.
[6] El enfoque feminista
encontrará grandes y buenas explicaciones sobre la oposición entre la musa-diva
y la aceptación de cualquier talento.
[7] “En la navidad de
1934 Agacino sufre la menos poética de las muertes: intoxicación por mariscos.
Nahui se queda esperándolo en el muelle de Veracruz. Allí la ve Germán Lizst
Arzubide: deshecha, demente, sucia, sin un centavo, caída para ya no levantarse
jamás.” En “Nahui Olin, desdicha y esplendor” Por
José Emilio Pacheco , Proceso, 19
marzo, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario