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jueves, 23 de febrero de 2023

EXAMEN DE INOCENCIA

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Estaba bajo amenaza de expulsión y no lo entendía, lo tomaba a broma. Braulio ignoró las advertencias del “sentido común”, cuando guardaba en la mochila un tesoro inesperado ¿Quién no se intoxica con una fortuna encontrada por casualidad? El estudiante Braulio era impulsivo, rayando en lo absurdo y, para su infortunio, le desagradaba a la directora, doña Catalina, la dueña de la escuela. Si, en verdad, Braulio estaba advertido: por reincidencia con la próxima falta, le llegaría su expulsión definitiva. Los alumnos aplicados del liceo recelábamos de los desplantes de Braulio y nos aconsejábamos.

Era una escuela secundaria, con alumnos entre los doce y quince años, de concurrencia mixta. Su estatuto académico era privado, sin demasiadas pretensiones económicas, que presumía de un nivel exigente y con estándares pedagógico alternativos.

Entre los maestros de la escuela secundaria Alexis llevaba un récord extraño. Él era quien más amenazaba, aunque no cumplía con los castigos, por lo mismo su prestigio resultó ambiguo. Afirmaba cuestiones raras como que dormía en una cama de clavos y que su cabecera era de piedra bruta. Presumía que cursaba una maestría y que hasta los licenciados eran mediocres frente a los cursos “muy superiores”. Lanzaba bromas hirientes para quien no entendía sus clases de biología, como que la leche es blanca por causa de los “cerebros de mosquito devorados por las vacas”, mientras un buey se sobaba a sus espaldas. Para Braulio ese maestro susurró que había preparado una cuerda de horca suavizada con manteca de cerdo. Platicar sobre animales le afilaba el sentido del sarcasmo.

En eso sonó la chicharra y comenzó el recreo. Era lo más alentador después la clase del maestro Alexis, que impartía justo antes del recreo del mediodía. El patio retumbaba con griteríos, brincos y alharacas. Bajo la algarabía de la hora de recreación se integraban los grupos afines, ya sea para compartir almuerzos, jugar desafíos, contar novedades o compartir información del gremio estudiantil. Los aficionados al deporte nos juntábamos en el extremo del patio escolar, donde botaban las pelotas según la temporada. Predominaba el fútbol de coladeras o a escala entre el grupo deportista. Además, el maestro de deportes nos hacía encargos para que aprendiéramos otras disciplinas deportivas como voleibol y básquetbol, para lo cual había dos canastas de prácticas.

Braulio se juntaba con un grupo de no deportistas, integrado en un trío de lo que después se llamarían looser (por influjo del inglés). Ellos preferían almorzar con calma, intercambiando sándwiches, tortas, fruta y golosinas que traían desde sus casas. Lo otro que les entretenía más a esos looser eran las revistas cómicas y de historietas del momento, con tantas variedades dispares como Archie, Memín Pingüin, Disneylandia, La Familia Burrón, Duda, el Libro vaquero, Lágrimas y risas, Fantomas… Ellos preferían sentarse en una banca de cemento junto a un muro gris, que recibía la frescura de un árbol de laurel frondoso. Ese día el grupo looser rompió su rutina y se dirigió a la zona de deportistas, la cual está alejada de la vista del prefecto.

Para asuntos confidenciales los alumnos hacíamos bolita (los pochos decían: team-back) y se encargaba a uno de vigía. Nos juntamos los deportistas y los loosers para recibir una tremenda novedad de Braulio. El maestro Alexis olvidó en el escritorio un folder conteniendo el examen final del curso de Biología. Braulio afirmaba que venía dificilísimo.  

—Viene un examen con saña, es para tronar a todos. Esta vez nadie pasará ni de panzazo.

Varios dudamos que fuera cierta esa versión, así que él invitó a una visita urgente para comprobarlo en su casa. Su hogar estaba cerca de la escuela. La visita no sería difícil, bastaba pretextar alguna tarea apremiante. Así, que se formó una comisión.

Braulio tenía un perro simpático, era uno de raza dóberman color café con manchas, que llamaba Bozo, como un payaso popular. Por más que esa raza tenía mala fama por agresiva, este animal era dócil y hasta cariñoso. Por la urgencia, esa misma tarde dos colegiales conseguimos permiso para visitarlo, bajo pretexto de una tarea que él tenía el apunte, porque no nos dio tiempo de copiar el pizarrón y alguien se adelantó con un borrador. Allá la dificultad era que Marcela, la única hermana carnal de Braulio, cinco años mayor, era metiche y le jugaba en contra, así que aguardamos a que se metiera en su habitación a ver la televisión.

Reunidos en su habitación Braulio demostró que había ocultado con cuidado su “tesoro”, arriba del closet, sobre una repisa alta, disimulado entre unas revistas usadas, reunidas en una caja. Fue sacando las revistas una a una:

El Santo contra las momias; Rarotonga, reina del África; Pato Donald viaja por el mundo; la Pequeña Lulu se escapa; Fantomas la amenaza elegante; un Asterix empastado… Y el secreto mejor guardado de la Isla Pirata.

Agitó en el aire un folder caqui que traía unas hojas engrapadas, que salieron volando con la agitación.

—Bruto, que lo rompes.

—Son papeles, nada les pasa.

Los tres no sentamos sobre la cama de Braulio para ver el examen sustraído. Eran hojas blancas tamaño carta, con un rótulo en plumón rojo de encabezado que sí apuntaba “Examen Final de Biología.” De inmediato comenzaban líneas trazadas a mano, con un número y guion a la derecha. Algunas eran preguntas directas y otras eran acompañadas de alternativas. Las preguntas sencillas eran del tipo “¿Cuáles son los aminoácidos del ADN?” o “Diferencias entre fanerógamas y criptógamas”. Luego había otras de las cuales desconocíamos el significado de las palabras, como “partogénesis en haploides”; “ciclo de los licopodios”; etc.

En la última hoja había un letrero inexplicable, con letras más grandes y rojas: “T-amo Mar”. Seguido de un corazón dibujado en dos trazos curvos. Lo más extraño era que parecía escrito con lápiz labial. Estábamos tan absortos y atemorizados que no prestamos suficiente atención a ese último letrero.

El primer impulso fue copiar el examen completo, porque llevarlo a fotocopiar lo consideramos demasiado arriesgado y, además, confirmaría el hurto del examen. Platicamos mientras decidíamos qué era lo correcto y la opción de deshacer el enredo.

—Ahora sí nos reventó el maestro, mira que hasta parece amable —lamentó Edgar—. Si lo copiamos y estudiamos, cuando la mayoría no lo hemos ni visto en clase, será tan obvio responder bien. Sería tan obvio.

—Miren —les comenté— al final del escrito viene una fecha; esa debe ser la fecha del examen final.

Discutimos si correspondía al calendario escolar y parecía coincidir. Discutimos si era la letra del maestro Alexis y la comparamos con unos recados y observaciones a las tareas. En todo, esa letra era idéntica.

—Y lo tenemos que devolver lo más pronto, porque cuando se dé cuenta que perdió el examen con seguridad lo cambia por un más morrocotudo de difícil.

Utilizamos el cuaderno rayado de Edgar para hacer anotaciones sobre el examen. Luego arrancamos las hojas por precaución. Y discutimos cómo devolverlo, considerando que sería fácil al menos que el encargado se pusiera nervioso. En cuanto el maestro Alexis dejara sus cuadernos sobre el escritorio del salón, bastaría con que dos alumnos comenzaran una pelea en el pasillo para que el maestro corriera a calmarlos. Ese tipo de situaciones habían sucedido en ocasiones anteriores, así que confiábamos en que se repitiera artificialmente.

—Deben hacerlo Toño y el Cochinilla, de por sí son escandalosos y de mucha confianza, que esto no se sepa.

—¿Entonces lo mejor es devolverlo al maestro Alexis? ¿No hay duda?

Seguimos discutiendo qué hacer. El plan acordado era la única alternativa, al mismo tiempo, honorable y razonable.

Que un maestro hiciera un examen diferente a lo estudiado en clases, para los alumnos se consideraba una falta y acto de villanía desproporcionada. Bajo la óptica de lo desproporcionado de un examen imposible, el hecho de enterarse de un examen perdido por casualidad no parecía una falta moral, a menos que lo descubrieran los maestros. Porque si los maestros descubrían la sustracción sí había consecuencias. Ninguno dudaba que Braulio terminaría expulsado y a él ninguno le tenía enojo. Anticipar su expulsión provocaba conmiseración. Bajo tal amenaza parecía mejor no estudiar ni difundir ese examen. La única opción resultaba en devolver con urgencia el texto. La explicación ante los demás alumnos era algo que discutimos hasta tarde. Lo verosímil fue un examen de la licenciatura universitaria y no para nuestro nivel.

Después estaba el qué hacer en caso de que sí recibiéramos un examen dificilísimo y eso no lo alcanzamos a acordar. Lo importante era “borrar huellas” y que no expulsaran a Braulio como autor material. Urgía regresar la situación a su punto original, antes de la sustracción. La idea de devolverlo fue de Edgar. De momento pareció genial, con una mezcla de valentía y astucia digna de la Odisea.

Como al “mal paso hay que darle prisa”, el día de la devolución llegó en la misma semana.

El Toño y el Cochinilla se comportaron a la altura, pero lo demás hubo una falla de ejecución. El Cochinilla el gritó al Toño que le birló su torta y se la había comido. Gritaron y se jalonearon de los suéteres, amenazando con pelear. De inmediato salió Alexis para regañarlos y obligarlos a entrar a la clase. La calma volvió tan rápido, que Edgar se puso nervioso y no colocó bien el folder bajo los libros y cuadernos de Alexis, dejando el folder solamente sobre el escritorio, sin cubrirlo.

En ese mismo momento Alexis notó la alteración de papeles y miró el contenido del folder. El maestro miró alrededor del salón con un tono retador, mientras los alumnos terminaban de ocupar sus lugares.

—¿Quién me dejó un presente en el escritorio? Que levante la mano, se merece una recompensa.

Con lo acostumbrado a las ironías de ese maestro, el resto del salón de clases no entendió nada. En un instante Alexis cambió de opinión y distrajo la atención del grupo en otra dirección.  

—¡Olvídenlo! Vamos a la clase, abran su cuaderno de Biología en la página 67, donde viene la anatomía de las flores.

Impartió la clase con mucha energía, como si estuviera en una carrera. No dio oportunidad a que algún alumno preguntara sobre qué “presente” habló al comienzo de la sesión. Salió corriendo al sonar la chicharra, cuidando de no dejar nada en el escritorio.

El temido chisme no llegó a la dirección. Regularmente Braulio sí se acordaba de la complicidad, se acercaba a mí y a Edgar para refrendar un recuerdo. Proponía que estudiáramos juntos, que lo visitáramos. Por mi parte, accedí a visitarlo. En una de esas visitas me enteré que Marcela estudiaba en la misma escuela superior de Biología que nuestro profesor.

A partir de esa revelación, puse en duda la versión de Braulio sobre cómo obtuvo el examen. En la perspectiva de que su hermana y el profesor se conocían surgía un cosmos de posibilidades para hacer llegar un examen de biología rematado con un recado amoroso. Por otro lado, parecía un disparate que la hermana tuviera un examen universitario de Alexis y aprovechara para mandarle un recado romántico por medio de los alumnos de secundaria que no tenían ni idea de qué se traían entre ellos. Por mi cabeza pasaron hipótesis más descabelladas para unir a Alexis y Marcela, lo cual hacía más difícil abrir el tema con Braulio. Opté por el silencio hasta no tener algún indicio concluyente.

Braulio quedó molesto ante mi negativa para estudiar juntos, mientras exigía que ninguno contestara perfecto el examen, porque eso evidenciaría la falta.

Transcurrieron dos meses hasta la llegada del temido examen final. El examen final no tenía ninguna relación con lo descubierto por Braulio. El maestro Alexis preguntó únicamente lo expuesto en el salón de clases. Entre los 20 incisos del examen final no había complicaciones ni preguntas capciosas. Nada de preguntas extrañas sobre “partogénesis en haploides”.

Por un pacto explícito, para ratificar nuestra inocencia, los tres que tuvimos a la vista el examen sustraído, teníamos el compromiso de dejar alguna respuesta intencionadamente incorrecta. Edgar no cumplió con ese pacto. Cuando le pedimos una explicación a Edgar, recitó un verso para el 28 de diciembre:

—“Inocente palomita que te has dejado engañar, hoy por ser día de los inocentes, nada se debe prestar”.

Luego supimos que él estaba buscando una beca por buenas calificaciones.

Años después coincidí en una fiesta con el maestro Alexis. Comentamos las anécdotas de cuando él fue nuestro profesor. De modo inevitable le confesé la anécdota del examen devuelto. Él negó con la cabeza diciendo:

—Esa Marcela era tremenda, mira que engañarlos para mandarme un recado.

Cuando lo cuestioné si habían relacionado íntimamente, Alexis negó con la cabeza, pero se le encarnaron las mejillas, signo exagerado de quien falla al mentir.

 

sábado, 18 de febrero de 2023

“EL HOMBRE QUE SERÍA REY” DE KIPLING: ANÁLISIS LITERARIO Y VIAJE

 



Por Carlos Valdés Martín

 

Este cuento de Rudyard Kipling fue publicado en el libro en The Phantom Rickshaw and other Eerie Tales (El carro fantasma y otros cuentos espeluznantes)[1] en el año 1888, cuando el autor —a los 23 años— luchaba por hacerse notar como literato, más allá de su actividad periodística. De esa colección de cuentos, el relato “El hombre que sería rey” (The man who would be King) resultó afortunado con el rodar de los años, hasta convertirse en la base de una película del año 1975, dirigida por John Huston. Esa adaptación no es casual, pues este cuento está estructurado a manera de viajes de aventuras, donde las costumbres y el exotismo son ingredientes principales, por lo mismo, este relato fue salpicado por condiciones obsoletas del Imperio Británico en la India.[2] Resalta la antigüedad de esa institución, en tanto expresión de un mundo desaparecido, que mira (en la ficción) a otros mundos desaparecidos. La narración montada sobre paisajes locales y costumbres, ambienta los chispazos del talento de Kipling, el Premio Nobel de literatura más joven, registrado en 1907. El autor fue un viajero tenaz en la India, alcanzando sus extremos y viviendo en carne propia las dificultades y atmósferas que refleja en su narrativa. El año de publicación de este cuento fue el penúltimo de su estancia en la India colonial, cuando había recogido una amplia experiencia, antes de regresar a Inglaterra.

El título de este cuento ha presentado dificultades en su traducción al español, pues el término del inglés “would be” se ha traducido de maneras distintas, incluyendo algunas poco exactas, como “pudo reinar”. Otro reto que surge con la mezcla desconcertante entre la antigüedad exótica con referencia a Alejandro Magno, junto con el vestigio de una francmasonería legendaria, fusionada en la tribu de los kafires.  

Los viajes literarios

El interés por los viajes se liga con lo exótico de lejanas regiones, donde hay costumbres y condiciones desconocidas para los lectores. Los rincones hindúes donde visitó Kipling despertaban una sincera curiosidad en los lectores de Europa, lo cual agregó un ingrediente para el valor literario de esta obra. Por ello, “El hombre que sería rey” despertó un interés con la visita a un espacio desconocido, que se presenta en dos escalones: la India imperial y una región más allá, la zona no tocada por los colonizadores británicos. Con la modernidad la narración de viajes ha ido cambiando y en el siglo XIX un tema realista se refiere a “los últimos confines” que escapan a la exploración y/o la colonización. En este caso, el objetivo de dos amigos aventureros es alcanzar una región remota, más allá de Afganistán donde se coronen como reyes sorprendiendo a los nativos. En esa situación hay varias referencias con hechos y geografías reales, porque aquí la efectividad del relato de viajeros depende de un fuerte nivel de realismo. La cadena de causas temporales remonta hasta lejanos hechos ancestrales, cuando la conquista de Alejandro marca la referencia más remota y la raíz primera de que esa zona sea habitada por población blanca,[3] incluso hasta de piel más clara que los ingleses.

El reino lejano para conquistar es llamado Kafiristán, el cual se señala más lejano que Afganistán, la frontera bárbara que bordea la India (en la nación separada de Paquistán) conquistada por los británicos.[4] En la actualidad, Kafiristán es una región lejana y montañosa de Afganistán muy próxima a Paquistán, que en vida de Kipling formaba parte de la frontera del territorio hindú, recién controlado por los británicos. Esa región en el siglo XIX representaba una confluencia geoestratégica entre la expansión británica y rusa frente a los reinos iranios, afganos e hindúes que chocaban en sus intereses y ambiciones territoriales. En especial, esa zona de Kafiristán sí se había mantenido independiente de sus vecinos, protegida por las montañas y desfiladeros, además de que la conversión religiosa musulmana no se había cumplido ahí durante el periodo del relato. En el año, 1885 se reportó la primera exploración Kafiristán por un militar inglés, donde testimoniaba una religión local politeísta y costumbres tribales.[5]

 

Personajes principales en trío: la pareja de aventureros más el periodista

El narrador es un corresponsal de periódico británico en la India, quien permanece solitario en la trama, el cual sirve de observador y participante marginal de principio a fin de los sucesos. Los protagonistas activos son una pareja de aventureros, que se asocian en sus correrías. El primero en aparecer es Peachey Taliaferro Carnehan, caracterizado por las cejas y el bigote, además de anchos hombros. El siguiente en surgir es Daniel Dravot, pelirrojo de barba enorme, que llenar el espacio por donde irrumpe. Los aventureros funcionan como unidad, aunque se desplazan con facilidad para transitar hacia su separación, especie de matrimonio por pasión compartida. El motivo de esa unión es múltiple: similitud existencial de aventureros, afinidad secreta por hermandad masónica, ilusiones compartidas, facilidad para complementar un potencial, capacidades semejantes (especie de profesionistas de la aventura) dan la impresión de pertenecer a una subespecie distinta. Esa afinidad no la explican de manera suficiente ni la nacionalidad ni la vagancia ni la masonería, hay más profundidad como el mito de las “medias naranjas” platónicas, cuando los gigantes desafían a los dioses.[6] La unión de Dravot y Carnehan posee esa desmesura que se expresa en ese mito, donde unidos saltan de la condición irrisoria y mísera de vagabundos estafadores hasta la de conquistadores. El relato desliza esa sobrecapacidad de la pareja hacia una petulancia o hybris, que se vuelve carrera desbocada hacia la tragedia, motivada por su propia temeridad. El ascenso y caída de la pareja de conquistadores sucede con rapidez, así como la audacia sin límites para avasallar al Kafiristán otorga la corona en su cabeza, también la despoja con velocidad de vértigo. En ese sentido, el relato implica dos ritmos: uno ordinario, representado por el narrador con sus distancias precisas, las temporadas del país y los calores agobiantes en una redacción de periódico, frente a otro ritmo extraordinario, presentado por las andanzas de los conquistadores, que encaramados en las montañas se apoderan con facilidad del territorio.

Los dos aventureros funcionan como unidad dinámica en la trama, sin embargo, no se diluyen las personalidades y sí existe un nivel de tensiones sobre decisiones clave, además que la corona queda ligada a uno solo. Además, la condición final de quién sobrevive acentúa la soledad del gobierno y la imposibilidad de la fusión, por más que exista una amistad leal.    

 

Personajes secundarios

Entre todos los personajes secundario únicamente Billy Fish posee una gran relevancia, que lo coloca al borde del protagonismo. El motivo de su importancia reside en su papel de vincular dos mundos, siendo el principal puente entre los conquistadores y los conquistados, además se utilizar como una síntesis de los jefes sacerdotales locales. Su nombre es un apodo, como con los demás jefes locales integrados a la logia que se funda. Los otros sacerdotes-masones de la tribu son apodados Holly Dilworth, Pikky Kergan y a un viejo jefe lo llaman Kafuzelum. El personaje Billy Fish sirve de referencia para la reorganización de reino, el establecimiento de la francmasonería local y es clave de la huida ante la sublevación local, pagando con su vida la defensa de los conquistadores.  

El otro personaje secundario con un rol significativo es la prometida para el rey, que entregan en la boda. Debido a creencias locales, está espantada porque se imagina que desposarse con un dios la aniquilará. La descripción de ella es breve: “muy robusta que era, cubierta de plata y turquesas, pero blanca como la muerte”.[7] En cuanto ella surge en la escena, simplemente muerde en el cuello al rey Dravot y lo sangra. La sangría de inmediato provoca un escándalo, al quedar desenmascarado, que él no es un dios, así que la muchedumbre se subleva, desencadenando la tragedia.

Hay otros personajes que permanecen más a la distancia, como gobernantes de pueblos y reinos vecinos, en especial, el emir de Kabul, que es donde hay un comercio de fusiles. Hay muchos personajes locales, como ayudantes de caravanas y aprendices de soldados, que no alcanzan a recibir un nombre. Al final, un misionero acoge al moribundo Carnehan. Otros personajes dan referencias marginales al contexto sin intervenir en la trama como el rajá inglés de Sarawak y el rey de Inglaterra; así como las referencias históricas a Alejandro Magno y la reina Semiramis.

 

Argumento del relato

Durante un largo y tedioso viaje el narrador, que es un periodista inglés en la India, toma un tren de clase inferior, donde la incomodidad de los vagones compartidos facilita la plática. En ese vagón, conoce a Carnehan quien le hace plática para suplicarle un favor, que es darle un mensaje a otro viajero unos días después. La economía de los personajes se dibuja precaria, con el mínimo dinero para alimentarse y viajar, donde la condición de “vagabundos” se comparte, por más que el narrador sí cuenta con empleo fijo, mientras el otro depende de triquiñuelas y aventuras para ganar sustento por unos días. Carnehan le presume al narrador que para ganarse la vida finge que representa algún periódico con lo que estafar o sacar ventaja de los príncipes y jefes nativos.

El narrador accede al favor solicitado, aunque a quien da el aviso, Daniel Dravot, se muestra hosco y nada agradecido con el sencillo aviso, de que se dirija al Sur donde lo espera su socio de aventuras.[8]

En un breve giro de la trama el narrador denuncia a los aventureros, bajo el argumento de que los protegería de enredarse en problemas, por lo que son expulsados y desenmascarados de su personalidad careta de corresponsales. Esa denuncia no genera rencores y un tiempo después los dos aventureros visitan al narrador en su oficina del periódico, para exponer su plan temerario. Planean internarse en la región hostil para conquistar alguna tribu ingenua. Aunque al narrador esa tentativa le parece descabellada, se porta complaciente y colaborador brindando mapas, informes y otras pequeñas facilidades. En la oficina del periódico, los dos aventureros firman un contrato privado para demostrar su seriedad. En las siguientes jornadas, los amigos compran vituallas, se organizan y disfrazan para lanzar su viaje en caravana.

Superando los riesgos de tribus y reinos hostiles de Afganistán los aventureros alcanzan la región buscada y se apresuran a su invasión. En una alocada carrera de ataques armados, engaños, audacias, tráfico y aprovechamiento de ventajas conquistan su pequeño reino.[9] Utilizan la astucia y el engaño, conocimientos del arte militar, la fuerza bruta de las armas, aprendizaje de lenguas locales, el reclutamiento de los nativos y, por su fuera poco, aprovechan una extraña afinidad, cuando descubren que una masonería ancestral se asentó en esa zona desde el siglo de Alejandro Magno.

En el extremo norte de la región hostil a los ingleses, ellos unifican un reino entre las tribus dispersas. Dravot y Carnehan establecen un gobierno utilizando su intuición para fingir una religión aceptable al ambiente local, aprovechan que los locales los confunden con dioses o demonios mientras monopolizan la violencia armada. Además, descubren por serendipitia que ahí se practica una masonería limitada, entonces los aventureros aprovechan para someterla a sus intereses de poder. El nuevo gobierno se impone con facilidad, aunque adaptándose y conviviendo con las costumbres locales, las cuales, en el desenlace, mostrarán su fuerza y persistencia. El engaño se termina de manera fulminante y violenta, cuando la ceremonia de Dravot para desposarse con una doncella nativa se realiza con torpeza. Las mujeres están atemorizadas con el rey divinizado, por una creencia de que ese matrimonio las destruirá. Ante la renuencia de los lugareños, Dravot se enfada y precipita una ceremonia matrimonial pública, sin embargo, como la novia seleccionada está aterrorizada durante la ceremonia lo muerde y lo hace sangrar. Ante la sangre los nativos enfurecen al grito de "¡Ni dios ni diablo, sino hombre!", por lo que se sublevan y atacan. La ceremonia de boda se vuelve una batalla, donde un pequeño grupo de fieles salva a Dravot y Carnehan durante un largo trecho, intentando escapar. La huida termina en fracaso, por lo que los leales a los ingleses son arrinconados. Dravot queda herido y únicamente se quedan con él, Carnehan y el jefe local llamado Billy Fish. Durante la captura, Billy Fish es degollado. Quedan los dos ingleses, aunque contra quién los nativos muestran más furia es contra el rey, a quien martirizan picándolo en ruta hasta un puente colgante. Desde el puente colgante y sobre un gigantesco precipicio, el rey Dravot se comporta retador y los captores cortan las cuerdas para que caiga destrozado. A Carnehan Peachey Taliaferro lo crucifican entre dos maderos cruzados, dejándolo ahí para la agonía, sin embargo, como no fallece por el terrible castigo, entonces los nativos cambian de opinión. Afectado como al borde de la locura, a Carnehan sus captores lo dejan libre, afirmando que sí debería tratarse de alguna divinidad, pues resistió un castigo imposible para un ser humano y, además, le entregan el despojo de la cabeza de Dravot y la corona que utilizó en vida.

Malherido y en la miseria, Carnehan deambula de regreso hacia la India, sobreviviendo como un mendigo cubierto de harapos. Ante el corresponsal, termina Carnehan su relato y, para comprobar sus increíbles revelaciones, le muestra la cabeza decapitada de su amigo con la corona de oro. El corresponsal intenta ayudar a Carnehan para su rehabilitación, encargándolo con un misionero de un asilo. El daño físico y mental era irreparable, por lo que un día después fallece Carnehan en el asilo, indicándose que la causa probable de muerte es la insolación. De la cabeza y la corona no más noticias ni hay indicios de su destino.[10]  

 

La corona única, el rey único

Este relato incluye reflexiones sobre el poder absoluto de un rey, los modos de lograrlo y los matices que esto representa. El comienzo, bajo la perspectiva del periodista, incluye una lamentación ambigua sobre la escala social desde el pordiosero hasta el rey. Que no es lo mismo, trabar amistad fraternal con los extremos de la escala que convertirse en rey, cuando el narrador recuerda que le prometieron que él también lo sería. De hecho, el título marca la hipótesis condicional de convertirse en rey, especie de reto y llamado a la curiosidad para los lectores, que con seguridad no somos monarcas. Justamente la emoción de fondo es el crecimiento desde la oscuridad cotidiana —donde los aventureros y el corresponsal son casi parias unos cognitarios sin destino— para que los audaces salten hasta el “cielo de la jerarquía”, al obtener una corona auténtica.

La decisión de la pareja por conquistar un reino, comienza con un pacto formal donde, en pocas palabras, juran compartir la posición de rey. Esta voluntad de compartir resulta anómala, pues una posición de rey representa mando único, que en el objetivo firmado se evita cuando ambos prometen en su breve Contrato: “Uno Que yo y tú resolveremos este asunto juntos; i. e., ser reyes de Kafiristán.”[11]. Este matiz indica una primera línea de interpretación: los reyes menores (hindúes, bárbaros, kafires…) no representan el tipo de poder unitario como el establecido en Inglaterra. De hecho, hay una fantasía, que no alcanza a comprobarse en el relato, con la hipótesis que ellos después cedan su reino al rey de Inglaterra.[12] Bajo esa línea argumental, el Kafiristán representaría una posesión transitoria. De hecho, el ambiente real hindú comprobaba la presencia de múltiples “reyes menores” bajo el paraguas del imperio británico.

En el periodo cuando los aventureros consiguen conquistar a los kafires, el pelirrojo Daniel Davot se manifiesta como la figura dominante y ocupa en exclusiva el mando, por más que primero compartan la corona y, además en privado, sí coparticipe el mando con su amigo. Quien ostenta la corona es Dravot y ante quienes los nativos se someten es a él, así declara Carnehan: “—Yo no fui rey —dijo Carnehan—. Dravot era el rey, y muy distinguido que parecía con la corona de oro en la cabeza y todo eso.”[13] A ambos los consideran “dioses” los lugareños, mientras el trono compartido “por contrato”, en la práctica, queda ocupado exclusivamente por Dravot.  

La aparente desventaja de que Carnehan no porte la corona le otorga una posición singular en el relato, porque él refleja como el “espejo del rey”,[14] acompañando el ascenso y caída fulminantes, para conservar la memoria y testimonio del acontecimiento.

 

El papel de la hermandad

En esta narración adquieren una enorme funcionalidad los vestigios de una fraternidad masónica, aunque el sentido de hermandad desborda lo que se afirme de la organización. El cuento comienza con un pacto, que a primera vista resulta inexplicable, por la petición del primer aventurero al narrador, para dar un mensaje urgente a Dravot. El narrador ofrece una ayuda gratuita, que le reporta molestias y tiempo perdido, que no parece recompensada por nada, ni un mínimo gesto amable de Dravot. Luego de esa generosidad excesiva, el narrador adopta una posición curiosamente contrapuesta y decide denunciarlo, aunque sin intención maliciosa, sino para prevenir que ellos terminen mal. El narrador pasa súbitamente de la devoción a una contraposición; sin embargo, los afectados terminan agradeciendo y no muestran rencor. En la siguiente reunión, cuando se juntan los aventureros con el narrador se hace evidente que comparten la filiación masónica y que se tratan de “hermanos” entre ellos, lo cual explica las nuevas atenciones que el narrador les dispensa.

 

El viaje de aventura hacia el reino desconocido vuelve a poner en la mesa la francmasonería, bajo raros matices, pues los nativos poseen una masonería heredada del pasado, aunque carece de un grado jerárquico superior, que los aventureros deciden aprovechar. Para los aventureros la masonería incompleta se convierte en una oportunidad para incidir con los locales, en parte con un nivel de alianza, pero más para satisfacer sus ambiciones.  Los dos aventureros sí son fraternos entre ellos, mientras hacia las tribus de Kafiristán más que alianza hay hipocresía interesada. Un grupo selecto de los nativos sí es leal con los conquistadores, siendo en extremo devoto uno nombrado Billy Fish.

 

Es importante subrayar que los aventureros confiesan ser unos francmasones falsarios, que, sin el auténtico conocimiento iniciático, fingen para engatusar a los locales. Aprovechando la ignorancia local, son tomados erróneamente como dioses al presumir que sí poseen los grados masónicos principales, lo cual es falso.[15]

 

Los prejuicios y visión religiosa locales oscilan entre considerar dioses a los extranjeros hasta aborrecerlos, cuando descubren que no son divinos porque sangran. Frente a tales prejuicios la instalación de logias nativas resulta una contención inútil. Por más que la hermandad falla para demostrar su moralidad o funcionalidad, en el relato sí sirve para amortiguar tensiones y, en cambio, resulta manipulable por los ambiciosos, por lo cual no hay un balance claro sobre la viabilidad de la masonería.[16] El desenlace no se contrapone con esta consideración, ya que la unión entre Darvot y Carnehan está en el nivel de máxima intensidad, es una identidad intensa que rebasa el término ordinario de “fraternidad”.

 

Aprovechar las supersticiones y tecnologías dan las claves de éxito

Es usual que en las narraciones de conquistadores las claves del triunfo se expliquen por la combinación de superioridad material (tecnología, valentía, organización…) conjugada con inferioridad mental (superstición, ignorancia, traición), una combinación afortunada para explicar lo sucedido. Además, el pueblo derrotado también posee un monto de fuerza suficiente para desencadenar una lucha con agonía, pues la extrema facilidad implicaría demérito. En este relato las tecnologías que dan ventaja son rifles marca Martini contra los mosquetes nativos y otra ventaja son los conocimientos militares de los aventureros, entonces el enfoque es de tipo realista. El complemento de la explicación son las creencias (supersticiones, religiosas, prejuicios, valores) donde se coloca en el terreno de la psicología humana. Esta combinación no es artificial, sino una regla consolidada, casi un enfoque forzoso desde los tiempos antiguos. Este relato confirma esquemas que aparecieron desde las primeras Historias de Herodoto o los informes de Julio César,[17] lo que implica que son tanto explicativos como valores de perspectiva. La radicalidad de un cambio requiere sus justificaciones, en este caso, El hombre que sería rey ofrece un relato visto desde el imperio ganador, bajo un “nosotros” triunfante. La excepción resulta interesante; en esta anécdota, Darvot transita desde aventurero mísero hasta rey para acabar como el despojo de una decapitación coronada.  

La superioridad militar británica sostiene la temeridad de los aventureros, pues ellos poseen conocimientos militares y consiguen rifles mejores a los locales. En este cuento, la correlación entre ventaja tecnológica y superstición es ostentosa, por ejemplo, al comienzo del viaje, cuando se demuestra que cargan modernos rifles: “te venderé un amuleto... un amuleto que te convertirá en rey de Kafiristán. Entonces lo vi todo claro como el día (...) Toqué la culata de un rifle Martini, y de otro, y de otro más. —Llevamos veinte —dijo Dravot plácidamente—. Veinte, y la munición correspondiente…”[18]

 

En fin, aprovecharse de la superstición sirve para doblegar a los locales. Durante la despedida entre el corresponsal y los aventureros hay una segunda referencia sobre cargar amuletos británicos, ahí sí un discreto adorno, para Dravot disfrazado de sacerdote: “Saqué un pequeño amuleto en forma de compás de la cadena de mi reloj y se lo tendí al sacerdote.”[19] El aventajar con las supersticiones funciona de maravilla, hasta que fracasa abruptamente cuando sangra Darvot a causa de la mordida de su atemorizada novia. En esa escena de la boda malograda sucede un giro, transitando del triunfo que aprovecha la ignorancia, hasta la irrupción de la multitud en furia de venganza, unida a rencores y prejuicios que buscan aniquilar a los extranjeros.

 

Distancias como abismos

La literatura de viajes exige desplazamientos sobre distancias, que mientras más intensas y extensas resultan más interesantes. Este relato engarza una combinación de distancias e intensidades para despertar la admiración. Para el lector no hindú (sea local o colonizador británico) el subcontinente entero impone con su enorme geografía; después los pequeños pueblos y paisajes interiores del país, señalan una siguiente distancia; más allá está el reino hostil de los afganos y, en el último extremo, permanece el país no conquistado, la intocada Kafiristán.

Esas lejanías del subcontinente hindú presentan sus rutas difíciles marcadas por el ferrocarril, las caravanas y el deambular peatonal. En esos años el sistema ferroviario representa el transporte más rápido posible y el gran devorador de las distancias; lo que está tocado por el ferrocarril deja de estar lejos, atado a un sistema de referencias fijas y rutas sometidas a itinerarios. Más allá de ese transporte de hierro y vapor el panorama cambia, entonces los viajes están sometidos a diversas dificultades. Las caravanas son lentas y quedan expuestas a ataques, por eso requieren de ardides y disfraces para desplazarse, entonces, los temerarios requieren de disfraces perfectos para alcanzar Kafiristán.[20] Andar a pie resulta peligroso a menos que sea una avanzada militar; además, la típica lentitud del peatón considera excepciones, en esta narración, ejemplificadas por la loca carrera de la huida y su persecución.[21] La fragilidad del peatón resulta remarcada por la última vagancia de Carnehan, quien con signos de locura y un secreto en su alforja tarda un año en regresar con el corresponsal. Cumplida la dramática ruta de regreso, basta únicamente un día adicional, para que Carnehan muera por una insolación —quitándose el sombrero—, como la gota que derramara el vado, para finiquitar la carga trágica que arrastraba.

En estos viajes de aventuras, Kipling nos muestra la gran variedad de formas para atravesar las distancias, sin embargo, éstas permanecen retadoras y vengativas, tal como lo simbolizan los puentes colgantes. Los puentes de cuerdas entre abismos de montaña separan al reino aislado frente a las zonas visitables, de tal manera que ese mismo dispositivo se convierte en el instrumento para ejecutar al rey Dravot por una caída espectacular, la cual se describe con exageración “Dan cae, dando vueltas y vueltas y más vueltas, veinte mil millas, porque tardó media hora en caer hasta que se estrelló contra las aguas”.[22] Con esa manera de morir triunfa la distancia y se castiga una transgresión al orden tribal; el abismo restablece la separación y regresa el aislamiento.

 

Muchas transgresiones y la prometida prohibida

Los personajes aventureros integran transgresiones permanentes en su carácter, que están equilibradas con unas cuantas fidelidades y límites definidos; aunque su tendencia a la transgresión es un proceso, sin un límite definido. Los límites están marcados por su sistema de valores (la complicidad indisoluble entre dos, la fraternidad hacia el narrador, alguna gratitud cuando los nativos acogen) y sus posibilidades (como el realismo al evaluar sus recursos, la referencia hacia el soberano inglés con su reino, en especial, el disparo de los fusiles como frontera). El límite en la narración surge con el deseo matrimonial de Dravot, que lo presiente Carnehan como un tabú, la única gratificación que exige prohibir mediante su contrato privado; sin embargo, una vez coronado, el rey Dravot insiste en traspasar esa línea. Desde el punto de vista cotidiano el deseo de casarse no representaría tal frontera, pero aquí sí. El argumento es comprensible, aunque no tan convincente.[23] ¿Cuál es la prohibición sacrílega en la esposa para quienes acostumbran brincarse todas las barreras? Quien se apoderó del reino completo ¿cómo habría de renunciar al deleite de la alcoba? La estructura de esa última prohibición recuerda al relato del Edén bíblico, cuando Adán y Eva gozan del paraíso entero con excepción los frutos prohibidos. El apetito matrimonial del rey Dravot precipita el derrumbe del reino, cayendo cual “castillo de naipes”, en una insurrección instantánea durante la ceremonia de boda, aunque más por un vuelco en el “marco de referencia” que por un tabú. El giro ocurre cuando se rompe la condición mayestática y sagrada del rey, pues él sangra, entonces Dravot se desenmascara como un humano profanador.

 

El desvanecimiento terminal

El relato mezcla varios géneros literarios, cuando recorre la comedia, conforme los personajes aventureros traspiran un humor de travesura, la épica de la conquista del último bastión inalcanzable, el descubrimiento de antiguos misterios y termina en una tragedia de muerte, castigo y derrota, para los trasgresores. El efecto estético de esta narración busca su momento mayestático, que aquí surge en ciertos pasajes. El descubrimiento y conquista de los kafires posee ese significado al agregarles rasgos fuera de lo ordinario, para este relato son los ingredientes de una francmasonería perdida y la presencia de descendientes de Alejandro Magno. La grandeza ganada se complementa con la fase trágica del cuento, cuando la muerte de Dravot resulta una especie de suicidio lleno de soberbia; luego con el martirio extremo de Carnehan y su sufrimiento posterior. La narración establece una especie de equilibrio entre los momentos culminantes positivos y negativos. En el aspecto más externo hay una correspondencia entre alcanzar el reinado en las montañas y el caer desde un puente colgante de veinte mil millas (la cifra es una obvia exageración). Hay una segunda equivalencia entre la odisea de los aventureros sinvergüenzas con el castigo recibido, en especial, el de Carnehan, martirizado con crueldad en una variedad de crucifixión, luego extraviado y bajo un colapso mental. La tensión dramática se extiende con la conservación de la testa coronada en una bolsa, un testigo mudo de la hazaña frustrada. Y después la tensión finaliza, cuando se desvanece el testimonio simultáneamente con el último temerario. Permanecen el narrador y el lector observando la disolución del esplendor convertido en fracaso.   

NOTAS:



[1] Algunas ediciones posteriores modificaron el título para quedar en cuentos fantasmas, como “gosth tales”.  

[2] Por más que hay muchísimos rasgos de las narraciones sobre la India que son olvidables, queda un aliento de admiración y respeto que permanece, como en la frase final del poema Gunga Din, que son las palabras de un militar británico a un humilde cargador de agua (en mexicano se le llama achichincle): "...you are a better man than I am, Gunga Din", “usted es mejor hombre que yo, Gunga Din”.

[3] Kipling, “you’re white people — sons of Alexander — and not like common, black Mohammedans”.

[4] Kipling, “sólo hay un sitio ahora en el mundo en donde dos hombres fuertes puedan reinar como el rajah de Sarawhack. Lo llaman Kafiristán.” P. 5. El cuento completo reelabora los hechos en Malasia donde el inglés James Brooke desde 1841 se estableció como gobernante independiente y, en la región de Sarawack dejó una dinastía que duró hasta su conquista por Japón en la Segunda Guerra Mundial. Luego esa región se integró a Malasia.

[5] La conquista musulmana y la conversión al islam esas zonas montañosas del actual Afganistán, en efecto, fue tardía y en el periodo del relato se afirma que conservan costumbres y creencias previas, que se remontaban miles de años atrás.

[6] En el Banquete de Platón una de las hipótesis de la pasión amorosa está en una raza perdida de seres dúplices dos personas en una, la cual fue soberbia y terminó partida por un rayo de Zeus. La hipótesis que se atribuye a Aristófanes.

[7] Kipling, p. 15.

[8] La respuesta de Darvot es: “-Se ha ido al sur a pasar la semana -repitió-. Bueno, vaya cara más dura. ¿Dijo que yo le daría algo? Porque no lo haré” Kipling, p. 3.

[9] Deleuze y Guattari, Lógica del sentido. Explica la funcionalidad literaria de la “loca carrera” a manera de serie privilegiada recorrida por el elemento anómalo, aquí por la pareja de aventureros.  De otra manera, en Mil mesetas, explicando el cuento de Chacales y árabes de Kafka, p. 39.

[10] El narrador al final pregunta al misionero: “—Sí —dije—. ¿Por casualidad llevaba algo consigo cuando murió? —No que yo sepa —dijo el encargado. Y así quedaron las cosas.” Kipling, p. 17. Esto indica la desaparición de la cabeza y su corona.

[11] Kipling, p. 6.

[12] La unicidad del rey y su reino es un concepto más absolutista (en el sentido de feudal tardía) que “occidental”, en el sentido de moderno; se trata de un concepto arcaico frente al capitalismo y hostil a la democracia. La situación de una composición de reyes menores, bajo un imperio (o un auténtico Rey) corresponde más la jerarquía asimétrica del feudalismo, una modalidad de la transición previa a los reyes absolutistas. En ese sentido, la relación entre los tipos de gobiernos inglés y locales resulta compleja. Véase Anderson, El estado absolutista, y Poulantzas,

[13] Kipling, p. 10.

[14] Es interesante comparar la funcionalidad del aventurero Carnehan respecto del cuadro de Las Meninas en la interpretación de Foucault en su libro Las palabras y las cosas. El cuadro Las Meninas de Diego Velásquez ofrece un mérito peculiar, para colocar al espectador en “el lugar del rey”. En este relato, sucede de otra manera, a modo de una complicidad radical, que salva la cabeza coronada que se separa del cuerpo.

[15] Uno de los nativos más adelantados le dice Carnehan “Creíamos que erais hombres hasta que vimos el signo del Maestre.”, entonces él reflexiona con un tono de arrepentimiento: “Entonces deseé haberles explicado desde el principio que no conocíamos los genuinos secretos de un Maestre masón; pero no dije nada.” Kipling, p.

[16] El relato entero plantea tres modalidades de francmasonería exótica: la alterada por los aventureros, la interpretada por el corresponsal y la más extraña de los nativos kafires, que tras sobrevivir siglos oculta se dejan manipular por los aventureros.

[17] En los relatos de Las Guerra de las Galias, funcionan esos elementos, lo mismo que en Las cartas de relación de Hernán Cortés.

[18] Kipling, p. 7.

[19] Kipling, p. 8.

[20] Enrolados con la “Segunda Caravana Estival que va a Kabul” Kipling, p. 8.

[21] La excepción del ritmo del pedestre queda marcada por el intento por escapar del reino de Kafiristán, donde quienes huyen son detenidos por la mayor rapidez de los perseguidores.

[22] Kipling, p. 16.

[23] Hay teorías psico-sociales del tabú, que lo consideran un fundamento inalterable de la existencia, por ejemplo, para George Bataille, quien sostiene el pacto social y la estabilidad emocional en la presencia de la prohibición, por ejemplo, en El erotismo.