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sábado, 29 de agosto de 2020

DIOS PARA SÚPERINTELIGENTES

 



 

Por Carlos Valdés Martín

It's always the people who believe I exist, who provide the strongest evidence I don't.

De la comedia “An act of God”.

Advertencia

Hay pruebas científicas de que los superdotados niegan, disimulan, distorsionan o no aceptan su condición, pues la mayoría siente angustia o rechazo, por lo que se consideran más como desadaptados o inteligentes a secas. Asimismo hay la falsa noción que los no creyentes son asaz de inteligentes o que los inteligentes viven faltos de fe, pues dados los desatinos de los fanáticos no resulta raro ese prejuicio.[1] Rompiendo el esquema acostumbrado esta lectura unirá las indagaciones entre fe y ciencia, con sus encuentros y desencuentros, para empujar en el sentido de la inteligencia.

Este escrito facilita el camino entre las arduas explicaciones de los filósofos, científicos, teólogos e ingeniosos de todos los tiempos. Al recorrer los capítulos los que se atreven a dudar con su propia mente quedarán satisfechos con el camino y, también, quienes poseen una fe definida disfrutarán de un horizonte más amplio. Quienes están tranquilos con sus creencias encontrarán divertimento en los argumentos expuestos y, en especial, quienes sientan la grieta entre lo que recibieron de jóvenes contrastado con el mundo cambiante sentirán aliento. ¿Por qué dirigir el análisis hacia el nivel superior de inteligencia? Nuestra sociedad altamente informatizada permite un acceso inmediato a una colosal biblioteca (la red misma) que potencia la mente de cada quien, por lo que con facilidad cada quien alcanza el peldaño siguiente. Los autores sin pretender un IQ proverbial, tienen la ventaja de recorrer el tema sobre los hombros de los gigantes intelectuales del pasado y seguir tras sendas abiertas facilita alcanzar un puesto elevado, así que el lector sacará sus conclusiones y ventajas. Los que recorran esta narración sacarán su propias conclusiones ante las preguntas mil veces formuladas de ¿Existe Dios? ¿Está opuesta la Ciencia a la creencia en Dios? En el transcurso, el lector encontrará claves para descubrir las relaciones de la divinidad con las matemáticas, el arte, la mitología, la injusticia, la moralidad, la conciencia, la evolución, el azar, las drogas, los milagros… Con lo cual abordamos suficientes temas para un breve volumen.

Inquietudes

Los sobradamente dotados a veces quedan rodeados por prejuicios de su entorno, entonces resulta imposible dialogar ante argumentos faltos de sentido. A veces, los “guardianes de la fe” no son tan listos y quien crece en tal ambiente, sintiendo desagrado con tales guardianes los rechaza y prefiere un agnosticismo espontáneo. Cuando personas poco dotadas propagan la fe entonces los inteligentes suelen perder la suya o guardar silencio. El lector de Víctor Hugo encuentra que el campanero Cuasimodo y la gitana Esmeralda demuestran su fe con una dotación mínima de razonamientos, mientras el sacerdote, Frollo disimula hipócritamente, entonces se descubre una intriga pues los ambiciosos disfrazados de sacerdote se aprovechan de la ingenuidad de los creyentes, aunque no surgen alicientes ni un veredicto sobre las verdades últimas. Si hay estafadores disfrazados de sacerdotes o encontramos inmorales agitando una Biblia (como sucedió en Salem) entonces el escepticismo se justifica.  A veces los argumentos escépticos son atractivos, aunque no lleven a ningún sitio. Otras veces las amenazas del fuego eterno no intimidan a la inteligencia, por tanto este escrito escapa de lo rutinario para mostrar qué pensamientos descubren un concepto de divinidad que no fue sazonado para mentes enmohecidas.  

Prueba de una civilización suprema

Una característica usual que se atribuye a la divinidad es “inteligencia suprema” ¿Cómo acercarse de manera correcta a esta característica? Lo supremo parecería imposible, bastaría delimitar una inteligencia superior, para lo cual analizar las correlaciones entre niveles de civilizaciones es lo conveniente.

En La voz del amo, Stanislav Lem conjetura qué sucedería si atrapamos un mensaje complejo elaborado por una civilización que ha evolucionado millones de años adelante de la nuestra. Reconocemos que unas décadas representan un salto tecnológico ¿qué sucederá con millones de años de civilizaciones maduras en ciencia y tecnología? El resultado sería paradójico, por efecto de una búsqueda hacia lo incomprensible, ya que el código primitivo no descifra al código superior.

El paso de los siglos implica un salto aún más radical y la prueba misma de una “civilización superior” desaparecería. El genial ingeniero de la antigua Grecia fue Herón de Alejandría, pero si él recibiera en las manos un sencillo aparato con chips y pilas no comprendería qué diseño oculta tal artefacto. Los principios científicos y técnicos en los que se basa la manufactura electrónica jamás estuvieron al alcance de los antiguos. Por más inteligente que fuese, Herón nunca resolvería ese rompecabezas tecnológico. Entonces, para divertirnos, supongamos que el objeto apareció en ese siglo cuando no hay estaciones de radio, en la antigua ciudad de Alejandría en el siglo I d. C. y los sabios antiguos encabezados por Herón se reúnen para conjeturar sobre su naturaleza. Cuando los sabios atinen a encender, por ejemplo un sencillo radio o celular, ellos se maravillarán por unos ruidos de estática y las imágenes de la pantalla. ¿Cómo interpretar los sonidos?... Una interrogación llevará a otra, sin oportunidad para que la congregación de los más sabios del siglo I d. C. lograse discernir qué prodigio están observando. Si variamos este ejemplo, un microchip que apareciera en una época pretérita se interpretaría como una simple impresión sin ninguna relevancia.

Las maravillas tecnológicas de la electrónica y la radio escapaban del alcance, por tanto serían interpretadas como un misterio divino o como una insignificancia, que en términos de los griegos se remitirían al lenguaje enredado de los oráculos. En este ejemplo de tecnologías hay demasiados peldaños entre un nivel y otro para que el inferior comprenda al superior; sin embargo, en otro sentido presuponemos lo contrario, que cuando ya resulta superior por tanto es capaz de comprender a cualquiera inferior. Visto con más detenimiento, qué nos sucede si nos encontramos un nivel de pensamiento que sí sea superior al nuestro.  

Otro clásico argumento sobre la incomprensión hacia lo manifiestamente superior aparece en la novela Solaris del mismo Lem: “y vi de pronto el delgado folleto de Grattenstrom, uno de los autores más excéntricos de la literatura solarística. Yo conocía el folleto; era un ensayo dictado por la necesidad de comprender aquello que supera al hombre (…) trataba de demostrar que los logros más abstractos de la ciencia, las teorías más altaneras, las más altas conquistas matemáticas, no eran sino un progreso irrisorio, uno o dos pasos adelante, respecto de nuestra comprensión prehistórica, grosera, antropomórfica del mundo de alrededor.”[2] En el mismo argumento de esta novela, la presencia del planeta Solaris con manifestaciones misteriosas advierte que hay una inteligencia superior o hasta una divinidad que desde ese planeta se comunica con los exploradores espaciales.

Por regla de tres, los escalones superiores de la evolución resultan imposibles de comprender desde los peldaños muy inferiores.[3] La anatomía afirmó que la clave para entender a los organismos menos evolucionados estaba en los más evolucionados, dando pie también para comprender el encadenamiento de la misma tesis evolutiva. Si nuestros antepasados han interpretado a Dios con términos demasiado humanos, en exceso de antropomorfismo con pasiones y defectos de personas, conviene darnos el gusto de dar unos cuantos pasos imaginarios adelante para mostrar argumentos más conforme nuestro propio nivel. El novelista Asimov imaginó superar la muerte por entropía cósmica alimentado a un mega-computador que revirtiera la tendencia final, pues ante el Universo congelado y oscurecido, pronunciaría un bíblico: “¡Hágase la luz!”.[4] 

 

Anhelo por las nubes

Es casi un reflejo relacionar a la Divinidad con lo alto y, tal impulso resulta mejor imaginando lo más alto. Por eso la tendencia a colocar a Dios sobre las nubes y alabarlo con el término “altísimo”, por rebasar cualquier estatura y colocarse por encima de todas las cosas. Quien no coloca a Dios en esa posición imaginaria, entonces tiende a rechazar la idea de lo divino.  

Los egipcios, imaginando una paradoja compararon a un escarabajo empujando una bolita de estiércol con un dios acarreando al Sol. La ingenuidad de los egipcios antiguos nos hace sonreír, pero nosotros conservamos algo de esa puerilidad. El chico actual que sube a un avión se siente al nivel deidad… Esa sensación de superioridad se presta a choteo, como en  la ilustración siguiente, cuando dos bromistas discuten sobre la existencia o inexistencia de Dios.

 

Bajo la broma permanece un gesto, que consiste en levantar la cabeza para mirar desde arriba, el primer gesto del ganador o el escalador cuando traman en cuál dirección está su objetivo. Con nuestras ideas buscamos estar más alto, nos colocamos mentalmente arriba del avión, por encima de la nube y anticipamos nuestro cielo, como si fuese un sitio adecuado para nuestra mente.

 

Imposible demostrar la inexistencia: la Tetera fantástica de Russell

En principio demostrar inexistencias cae en lo imposible, por tanto un filósofo esgrimiendo sus argumentos ateos, optó por la burla y caricatura, con lo cual pareciera ganar la partida. A modo de caricatura metafórica lo propuso Bertrand Russell, jugando con la imagen de una tetera escurridiza que viaja por el espacio interplanetario.

“Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista incluso por los telescopios más potentes.”[5]

Ahora bien, demostrar una “existencia concreta” como una tetera requiere de métodos concretos; pero “demostrar” un más allá de la existencia no es recomendable por tales procedimientos. Bien lo señala Unamuno: ese reto pertenece a los infinitos. Así que las demostraciones materialistas para argumentar un Ser divino no materialista resultan casi inútiles. Todavía más difícil resultará demostrar la inexistencia si no estamos de acuerdo sobre qué tipo de Ser vamos a “atrapar”. Los argumentos ateos procuran atrapar la forma burda de los relatos para colocar luz en esa zona; así demuestran que Dios no está en las nubes ni más arriba ni atrás de la Luna. Primero definieron al Dios barbón con luces en la cabeza y bata blanca de las representaciones populares, después lo van expulsando de los espacios físicos mediante telescopios. Con eso también se explica (en parte) la vieja aversión de la Iglesia Católica por los astrónomos como Galileo, ya que los telescopios no mostraban a ningún anciano barbón entre las estrellas de la esfera celeste.

La imposibilidad anterior implica que para el ateo ingenuo la batalla de ideas está perdida de antemano, porque será capaz de expulsar de la Tierra y del Universo a muchas representaciones materiales de Dios, pero al concepto mismo de la Divinidad no lo logrará jamás. Por lo anterior, un ateo militante debería ser en extremo paciente para esperar hasta que se cumpla un número infinito de demostraciones sobre la inexistencia de Dios. ¿Un número infinito de eventos? El ateo argumentativo debería esperar un infinito número de años, por tanto deberá sentarse en un sillón infinitamente resistente, con un cuerpo Eterno y una paciencia Eterna… Uf, pero eso ya suena a argumentos favorables al teísmo: infinitos, eternidades, paciencia perfecta…

La apuesta de Pascal

El contexto de brillantez recuerda que Blas Pascal fue un genio clásico, un talentoso pensador de la Ilustración que desarrolló el análisis de probabilidades numéricas, por eso su argumento sobre Dios se recuerda de una manera curiosa.[6]

En favor de la llamada “existencia de Dios” hay un ingenioso y preciso argumento de este filósofo, quien lo elaboró en términos de una especie de apuesta. Su contenido más que probar una existencia o no de la Divinidad reflexiona sobre lo cerrado que resultan las consecuencias para cualquier teísta y ateo siendo que tengan o no razón al final de cuentas. Este argumento de Pascal se elabora por la correspondencia directa entre “existencia de Dios” y la “inmortalidad del Alma”. Para nuestra tradición judeo-cristiana entre la existencia de Dios y la inmortalidad espiritual hay una identidad incuestionable. Dado tal binomio Dios-Inmortalidad asumido como premisa y en el contexto de un sistema de recompensas en el más allá, el filósofo elaboró un pequeño cuadro mental, que ahora suele representarse de manera gráfica. Si la persona con fe atina recibirá el cielo; pero si está equivocada su alma no es inmortal, entonces recibirá la nada. Si la persona atea acierta en su predicción sobre la inexistencia del más allá, entonces recibirá la nada; pero si está equivocada, bajo el supuesto católico, recibirá el infierno por su impiedad.

 

La conclusión inmediata de este cuadro para el inteligente será comportarse como si Dios existiera, motivado por un beneficio propio. La recomendación única que resulta de este cuadro en honor a Blas Pascal es la siguiente: actúa como si creyeras, no importa que las pruebas científicas no sean concluyentes. Si mueres dentro de una religión saldrás ganando o bien no sucederá nada, pero si mueres fuera de cualquier religiosidad saldrás perdiendo mucho o no sucederá nada tras la muerte.[7]

Anotemos, este argumento no considera las opciones intermedias o ambiguas a la manera de quien busca creer pero duda, o que cree pero lo hace hipócritamente porque posee certezas en contrario, por tanto no incluye las dificultades de situaciones intermedias, como lo hace cualquier argumento que abarque generalizaciones universales. Bajo la “apuesta de Pascal” el pensador pragmático encontrará conveniente la religiosidad; quien prefiera obstinarse desafiando las recomendaciones del filósofo, estimará que las “consecuencias” no son una prueba alrededor de las premisas. Si en una mesa de juego hay una combinación que ofrezca el premio más grande, no por ello todos los jugadores optarán por colocar su apuesta en la misma combinación ganadora.

Un argumento interesante surgiría por la psicología del apostador enfermizo, sostén de la millonaria Industria del Juego, mediante la cual la persona que juega sistemáticamente, por su tendencia inconsciente, se empeña en perder. A esa actitud se le ha puesto el nombre de ludopatía para describirla como una enfermedad psicológica. El ciclo del jugador empedernido implica que las emociones se desbordan, entonces tanto ganar como perder obliga a repetir la actividad. La repetición compulsiva favorece las probabilidades calculadas por la Industria del Juego, y los apostadores compulsivos terminan por perder. Entonces, aunque encuentre razonable este argumento de Pascal, el ateo desafiante no lo aplicará porque está tentado en perder, porque su inconsciente (o una culpa inconsciente) lo empuja hasta perder; asumiendo la figura de la ludopatía, caería en una enfermedad del alma que se complace con la visión del vacío, cual víctima propiciatoria de la Nada.[8]

Para comprender y comportarse bajo la argumentación de “la apuesta de Pascal” bastará conocer las premisas de infinitos beneficios y la conveniencia propia. Según las encuestas mundiales, en todos los países las mayorías se comportan como si reconocieran las premisas  de Pascal y ejercieran sus apuestas de manera bastante lógica.[9]

Paradoja del Existir es igual a limitación: cualquier “existente” no es Supremo

La definición de lo “existente” incluye su delimitación, por tanto buscar la existencia de Dios es convertirlo en ser particular y que deje de ser Supremo. En el libro de Job se vislumbra esa paradoja, cuando se apela a la incomprensión, mediante la “acusación” de Zofar el naamatita, frente a los lamentos de Job por su desgracia. Zofar lo confronta mediante estas preguntas: 

¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos: ¿qué harás? Es más profunda que el seol: ¿cómo la conocerás? En longitud sobrepasa la tierra, y más ancha que la mar. Si él pasa y aprisiona, y si llama a juicio, ¿quién podrá oponérsele? Y si él conoce a los hombres vanos, al ver asimismo la iniquidad, ¿no hará caso? Pero un hombre vano será inteligente, cuando la cría del asno montés nazca hombre.”[10] Las reflexiones sobre la imposibilidad última para comprender a Dios o definirlo implican que la parte (la consciencia) admita que no rebasará al Supremo hacedor, no le alcanza para atrapar al Todo del Todo. El intento de atrapar o cazar a Dios comienza por la imposibilidad de limitarlo a un “existente”, de ahí que la consciencia limitada pretenda enfrascarse en la discusión sobre la existencia de Dios.

Aquí proponemos que quien lee esto es muy inteligente, incluso súper, de tal manera que dicha imposibilidad de alcanzar un concepto supremo no resulta en una barrera absoluta, como quien sufre de una ignorancia incurable. ¿Cómo se alcanza la cumbre? Paso a paso, siempre que se tenga una dirección correcta y ascendente. El término de Dios es un concepto que cualquiera cree conocer, pero eso no significa que haya el acuerdo detallado; en especial, pronunciar la palabra cohete no implica capacidad para fabricarlo, pilotarlo o alcanzarlo en la estratósfera. Alcanzar un extremo de una serie implica sortear el camino de cada eslabón de dicha serie; el viaje de la imaginación es presuroso, pero sistemáticamente se salta las etapas y se “imagina” que alcanzó la última.

Intentemos seguir una serie razonable hasta aproximarnos a un concepto de Dios. Paso uno: el “aquí y ahora”. Destino final: el Absoluto. Tentativa: “Demostrar la existencia o inexistencia”. Cuando partimos desde la hipótesis de que entre ambos extremos hay una cadena infinita de eslabones, entonces la tentativa de Demostrar la existencia o inexistencia mediante un silogismo de tres argumentos cae en una necedad. En la filosofía la diseñada por Hegel consiste en remontar primero ese camino desde la vaga percepción hasta alcanzar el Absoluto (que denomina el Espíritu Absoluto) y para lograrlo emplea lo que llama el método dialéctico, donde cada contradicción genera un paso de la serie, cada metamorfosis de las contradicciones marca un paso (real-filosófico) para alcanzar la Cumbre.  

Recapitulo lo anterior: estamos en el “aquí y ahora”, la única manera correcta de saltar de esa inmediatez es vía el método dialéctico, advirtiendo que va paso a paso. La mentalidad súperinteligente (con la impaciencia) dirá: “preferiría saltarme los pasos intermedios”. Este apartado sirve para advertir un error de la impaciencia; buscarle “existencia” (material) a Dios resulta pueril, sería tenerlo atrapado sin darle antes caza, con el respeto que debe mostrar el cazador por una enorme y única presea ambicionada durante la entera historia de la humanidad.

 

Series que afirman llegar a lo Divino: la Escala de Jacob

Que estamos en este mundo es la evidencia y una vez que aceptamos la noción de las conexiones quizá interese llegar a otro lado, pero de manera elegante y elocuente tocar las puertas del cielo, el sitio donde se comprobaría alguna existencia de Dios.

La escalera de Jacob es un sueño en la Biblia y aunque cada sueño es fantasía, este está armado y reforzado con otras creencias que aceptan la presencia sutil de una “serie”[11] que sube hacia un terreno de más allá, donde se alberga lo sagrado, sitio donde Dios habla con voz humana a los sueños.

La descripción indica que Jacobo había huido, luego: “Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar. 12 Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. 13 Y vio que Yahveh estaba sobre ella”. Lo que escuchó sale de esta consideración, para que saltemos a la conclusión: “Despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» 17 Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!» 18 Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. 19 Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz.”[12] El extremo está en la tierra, en la humilde piedra y durante el sueño surge una escala, donde suben y bajan seres alados, de signo no-humano, a modo de intermediarios; pero de inmediato se alcanza a ver entre el cielo, al mismo Dios que atemoriza. Para lo que aquí interesa, el flujo de intermediarios fluye sobre la escalera, los ángeles, el doble recorrido de ellos (suben y bajan) así como la vista y voz de Dios. Significativamente, dentro del sueño Jacob no pone ni un pie en la escala, esa queda para los ángeles y tampoco Yahveh se desplaza, sino que se mantiene en la distancia, presente en imagen y voz. El relato especifica que esto sucedió durante el sueño, que no hubo materialización, pero que en la base estaba una humilde piedra, que siendo estimada como el punto de unión, la erige como estela y la consagra derramando aceite, gesto de consagración del sitio. La piedra representa al aquí y ahora inmóvil que se engarza con una serie que alcanza los cielos de golpe. ¿Cómo dar un solo paso sobre la escala? Pareciera imposible y arbitrario en el relato, pues el personaje Jacob no estaba intentando un gesto piadoso ni sacro, sino que casualmente puso la piedra bajo su cabeza y se durmió. La cabecera de piedra se une con el ensueño para formar la serie, pero no se levanta paso a paso, sino cual serie súbita, a manera de la Luz que avanza nivel límite; que para los ángeles relatados esto implique un subir y bajar paso a paso no corresponde al humano, que mira en un instante el camino entero y descubre asombrado la cúspide de Dios. Sin que Jacob pretenda subir los peldaños, con devoción, se agarra del eslabón más bajo, que es la piedra, gesto humilde repetido por los masones cuando afirman su afinidad con la piedra tosca.

Con lo anterior obtenemos una descripción curiosa, por cuanto el primer peldaño y el último afirman su radical diferencia, mientras los intermedios (la escala misma) aseveran su homogeneidad; es decir, que principio, medio y final se distinguen en completa diferencia, cuando estamos buscando el punto de contacto. La dialéctica hegeliana afirma que el mundo se mueve al ritmo de tesis-antítesis-síntesis, traspasando los polos opuestos mediante la mediación. En este caso, la tesis es la naturaleza-piedra-humano que permanecen en la tierra y son incapaces de elevación; la antítesis es un Dios Yahveh encumbrado en el cielo, inalcanzable por pasos humanos. La síntesis (elemento medio) se encuentra en los ángeles desplazándose por una escala. El lector superinteligente desesperará y objetará que esos extremos opuestos están consabidos, que los materiales mismos de la serie media, los escalones no indican ninguna materia, sin color ni forma; únicamente afirmando que son pisados por ángeles. Los ángeles, en este pasaje tampoco tiene rosto, sin sonidos ni formas; se reduce la actividad angelical al subir y bajar, justo a la tarea de mediadores. Dicho lo anterior, convendría encontrar una serie más significativa, que indique el paso de un estado a otro, para definir algo mejor que un “sueño”, porque para la polémica racionalista, ni un millón de ensueños probarían la existencia de Dios o del Inconsciente.

La serie de Darwin y el eslabón perdido

Además de proporcionar una enorme polémica por sí misma, la serie que propone Charles Darwin para la selección natural de las especies permite una explicación de nuevas especies a partir de la sucesión en el tiempo. Según la anotación anterior la escala de Jacob no nos indicaba ninguna diferencia entre sus escalones intermedios, sino una enorme diferencia entre principio y final, situación que también repite la “selección natural de las especies”, pues la repetición de la misma especie en generaciones iguales o con diferencias insignificantes no dice nada. En cuanto las sucesiones revelan una nueva especie, entonces ya sucedió algo significativo. Curioso rasgo de esta escalera evolutiva es que desaparece su operación en el tiempo, pues lo observable es la identidad entre padres e hijos, por cuanto la sucesión de un ratón a un oso es impensable en lo inmediato, lo mismo que el viaje del pez al humano, por no hablar de consabido simio. Conforme se alarga demasiado la serie, pareciera que no hay tal serie sino que se convierte en una línea lisa, sino gradas; al comprimirla desaparece esa impresión y es como si salieran conejos de la chistera: el pez genera al dinosaurio, éste al ratón y el baile de las series resulta un carnaval sin reglas. En la narración de la escala, entre la humilde piedra y el Dios celeste también se alargó demasiado la escala, brincando de montaña en montaña; si pretendemos el camino evolutivo entre una piedra y un ser vivo también el camino es demasiado largo.

La idea del “eslabón perdido” entre el mono y el hombre resumía la perplejidad ante tales escalas demasiado largas que se disuelven, dejando de parecer series de sucesiones directas, para convertirse en saltos mortales. El súperinteligente no suele contentarse con ese agregado de granos arenosos representados por las mutaciones microscópicas que por sí mismas dan un sentido acumulativo de cambios, para sacar un humano pensante desde un pequeño simio de la selva tropical. Por cierto, la objeción típica es que un millón de cambios moleculares pudieron ocurrir en cualquier sentido, dando por resultado cualquier cosa a partir de un simpático mono. Si un ciego azar guiara los cambios moleculares, también cabría cualquier involución o deriva de las especies, la sensación misma que ofrece el término “evolución de las especies” es de una escala bien consolidada con peldaños firmes, con una magnífica coherencia entre ellos.

Desde finales del siglo XIX se organizaron expediciones de arqueólogos entusiastas para encontrar los restos óseos de un “eslabón perdido” que cuadrara la teoría de la evolución. Por lo expuesto arriba, la serie evasiva se contrapone con un “eslabón concreto” que buscaron hasta satisfacer la exigencia de coherencia en el marco teórico. Después proliferaron más eslabones. Para el devoto se requeriría el equivalente de un peldaño preciso de la escala de Jacob, una prueba concreta, que no sea ni terrestre ni celeste, pero que justifique una hipótesis de un “starway to heaven” mejor que una canción de The Rolling Stones.

Como epílogo a este argumento cabría preguntarse si con Darwin se desvanece Dios como creador del Hombre, bajo la afirmación de “a su imagen y semejanza”.[13] Como expliqué arriba, la selección natural no ha establecido una ruta definida para conducirnos hasta el confín de una figura concreta. Entre el mono y el hombre sigue presente un salto en el vacío, con el 99% de ADN “casi idéntico”,[14] basta una pequeña porción, donde se aloje un abismo entre el instinto y la razón para seguir bajo un manto milagrosos (religioso, esotérico o científico según se prefiera) y aseverar un “milagro” por tal abismo entre monos y hombres. Mientras más pequeña sea la porción de materia biológica que atesore el salto desde la materia instintiva a la espiritual (recordemos el diminuto recinto pineal del alma para Descartes) más consistente es la tesis deísta del Dios relojero que deja a su universo funcionar correctamente sin meterle más la mano.  

 

Serie infinita y Causa Primera

Espero que con lo anterior haya quedado claro que las series muy largas presentan problemas especiales a la mente, en especial para encontrar los puntos de saltos cualitativos, indicados en cada escalón lógico (paso de la cantidad a la calidad, decían los dialécticos). El tema de la Causa Primera nos hace suponer que recorremos con relativa facilidad la serie, hasta conquistar su último peldaño, visto desde nuestra regresión o el primer peldaño visto en un orden sucesivo bajo un “principio de los tiempos”. 

La serie elegida para la teoría de Darwin se refiere a un pequeño cambio en la sucesión de las causas. Con ese enfoque el huevo seguido de gallina rompe su identidad tras un pequeño cambio, una mínima alteración… que con el correr de la serie se convierte en un salto colosal. La persecución de la “causa primera” pareciera que no va perdiendo nada gradualmente, sino que da un salto y ya. Toda gallina viene de un huevo, pero demos un salto hasta el principio de los tiempos y Dios se define como lo que carece de causa. Ese salto desespera, porque no hay una curvatura en la serie que sugiera que al ir hacia el pasado a cada paso encontremos algo menos causal que lo presente. Darwin sugiere una multitud de pequeños pasos hacia atrás que hacen al humano menos humano, los genetistas suponen una mínima alteración genética que se acumula en el tiempo, hasta encontrar un salto en el eslabón perdido. ¿Existe en la reversión de causas un argumento que nos haga pensar en que las causas anteriores estaban alterándose de tal manera que nos llevan hacia una Primera? Los argumentos usuales no nos conducen hacia esa visión. Sin embargo… una peculiar explicación del Big Bang sobre los “instantes después de la explosión” sí avanzan en ese sentido. En los instantes posteriores a la Gran Explosión debieron estar cambiando las leyes mismas de la física, entre ellas lo que conocemos como sucesión del tiempo, sustento de nuestra comprensión de las Causas. Sin adentrarnos en esos instantes posteriores al Big Bang, para esto nos importará que haya un cambio cualitativo súbito en la cadena causal, lo cual resulta desconcertante para el sentido común.

La teoría física positivista y el ateísmo usual del siglo XIX afirmaban que el universo era eterno, siendo la materia eterna y, entonces, resultaría que el argumento sobre la reversión de causas era un sinsentido. Para ese positivismo físico hermanado con el argumento ateo la materia implicaba un ente eterno y por tanto era inútil argumentar una “Causa Primera”. El argumento más que basarse en la observación, estaba sustentado en una paradoja lógico, pues irnos hacia atrás en la serie de las causas no exigía remontarnos un infinito de veces y llegar al presente nos exigía una cantidad finita de tiempo; era imposible lógicamente que hubiera transcurrido ya una cantidad infinita de siglos. Por tanto, para el positivista del siglo XIX el universo no debía tener principio ni fin, entonces un Dios Omnipotente externo no atraparía a ese mundo, que este universo sería la máquina soberana y autónoma sin intervención alguna. Ese universo Eterno, material y maquinal (por simplificar) tardó en mostrar sus debilidades, hasta que se derrumbó en la astrofísica y la cosmogonía elaboró la teoría del Big Bang, ahora principalmente aceptada. El problema con esa teoría sigue siendo lo que está alrededor de dicha gran explosión. ¿Hay algo antes y qué sucede exactamente en los primeros instantes explosivos? Los dos eslabones alrededor del Big Bang siguen sometidos a la especulación teórica y la imposibilidad de reproducción experimental. Los dos problemas del Big Bang son los mismos que se han cuestionado a la Causa Primera (el Dios de Aristóteles, digamos). ¿Qué causó la Causa Primera? ¿El primer efecto desde la causa primera ya contenía el Todo de Todo?[15]

Este episodio sobre la serie infinita lo redondeamos con un chiste montado sobre la progresión infinita, el cual sirve para calar un poco sobre qué sucede con los infinitos:

— Soy un Genio, te concedo 1 deseo.

— Mi deseo es que quiero contar con otro deseo.

— Concedido.

— Quiero otros 2.

— Está bien.

— Ahora quiero 3.

— Va.

— Ahora que sean 5.

— Yaaaaa…. Eres Fibonacci, mejor toma una Serie Infinita.

Hasta donde sabemos el tiempo futuro es infinito, en el sentido de que no hay un límite definido. La teoría del Big-Ban lo podría detener, nada más provisionalmente, pues sería viable establecer una nueva explosión, otro recomenzar de los ciclos cósmicos. De nuevo estamos saltando a velocidad mental desde un comienzo hasta en supuesto final, buscando establecer un patrón… pero ¿qué sucede si algún eslabón es tan denso que no permite un paso rápido y previsible? La progresión se detiene y esa objeción no es irrelevante.

 

La serie como paso de la Recta numérica a la Jerarquía

Con la argumentación anterior un súperinteligente seguirá insatisfecho con lo expuesto alrededor de la Serie. Argumenté que nos conformamos con series limitadas pero para este tema requerimos de series infinitas, además que deben estar enlazadas para resolver el tema cualitativo por excelencia que consiste en el salto de lo material-humano a lo divino como tal.   

La forma de la Recta numérica nos facilita pensar el tema de las series infinitas a cambio de transitar desde lo cualitativo y sus densidades, hasta la cantidad en su estado puro, simple sucesión numérica que establece una serie lineal. Asumo que sería una digresión establecer qué es la pura cantidad, como sea, la sucesión de números de modo intuitivo aceptamos que seas ilimitada, siendo siempre viable establecer un número mayor por la simple adición de la unidad, o viceversa, establecer números cada vez menores. ¿Cuál es el número más grande de todos? Ni el enorme gúgol lo establece, siempre hay un número más grande.[16]

Una vez transitado por esa pura cantidad… su suma no nos trae cualidades. La unidad hacia la cualidad no permite pensar en la escala de la Jerarquía. Cuando explicamos en términos de cualidades sin reducción y su conexión es una jerarquía, el salto de grado podría quedar bloqueado. Cuenta la historia que los reyes mongoles de la India fueron muy longevos, tanto que sus hijos caían en desesperación y se sublevaban antes de que la naturaleza les entregara el trono.

 

El silencio de Zacarías padre de Juan Bautista: la palabra sagrada

Cuenta la Biblia que el sacerdote piadoso Zacarías no podía tener hijos y había envejecido, pero en una visión (o un sueño) se le apareció al Arcángel Gabriel para anunciarle el prodigio de que procrearía un hijo. En el mismo, sueño Zacarías pidió una prueba de que se cumpliría un imposible, siendo la respuesta que quedaría enmudecido por completo, hasta el momento en que naciera el hijo. ¿Cómo interpretar el silencio forzado si no es a modo de castigo? Procurando obtener algo mejor, volvemos a la diferencia entre la serie material de mera continuidad frente al salto jerárquico con el espíritu. Mientras el sueño ordinario representa un salto indefinido que no es ni superior ni inferior a la vigilia, cuando sucede una revelación su superioridad ¿cómo se manifiesta? Se manifiesta con signos exteriores al evento, se confirma por lo que sucede en la vigilia. En este caso, acontece mediante un silencio sin otra explicación más que lo advertido en sueños y, luego, mediante un nacimiento imposible. En cualquier tradición, lo sagrado está separado del mundo y, en este caso, la separación acontece mediante un silencio prolongado, la voz desaparecida establece la distancia entre el humano Zacarías y su ensueño de revelación. La inusual prolongación del silencio implica que incrementa el carácter sacro de lo que rodea. La espera de este relato se dirige hacia el nacimiento de Juan Bautista y en el arte renacentista, se representa a Zacarías escribiendo el nombre de su hijo; la representación misma indica que ese nombre posee algo de sacramento. La ancestral idea de una primera o única Palabra Sagrada, se metamorfosea en el gesto de nombrar a un hijo, cuando su origen testimonia un milagro. Con independencia de que es imposible validar una anécdota sucedida hace miles de años, su estructura nos sigue revelando la estructura del salto cualitativo que acontece en lo sagrado. El habla ordinaria es una sucesión de sonidos y silencios, donde las pausas se descuidan, pues el flujo se da por un supuesto. El silencio extremadamente prolongado (que no recomiendo para efectos prácticos) es la condición para la irrupción notoria de una Palabra Sagrada en mitad del mundo práctico. En la sucesión de sueños, solamente uno sirve como revelación a condición de que se preste suficiente atención y posea un modo para comprobarse.

La palabra clave en el relato de Zacarías es el nombre del hijo, Juan, que resulta el intermediario quien bautiza a Jesús, estableciéndose la escala descendente para materializar lo divino en la tierra. En este aspecto solamente quiero destacar que para avanzar en un salto cualitativo es suficiente comenzar a tocar la punta de la madeja; en este relato basta un sueño lúcido, o basta un silencio prolongado, o basta un nombre o basta un nacimiento.

El superinteligente regresa a cuestionarse y pregunta si el prolongado silencio que da el espacio suficiente para esa única palabra entonces ha muerto, regresando las cosas a su estado inicial. Asimismo, la narración de la muerte de Juan el Bautista va en el mismo sentido, pues tras tantos prodigios de anunciaciones y la existencia virtuosa al final, resulta que el tirano Herodes decapita al Bautista. Pareciera que la materialidad más burda y la vileza absurda terminan por acabar, con la fuente de la palabra. Ahora bien, la prolongación del relato de Juan Bautista, nos lleva a expandir la paradoja, pues cada vida es signo de mortalidad, por lo que la presencia de la muerte trágica no termina la serie del espíritu sino que la continúa. La misteriosa frase que sintetiza la relación bíblica entre Juan y Jesús es “Él debe crecer y yo disminuir.”[17] Lo cual oculta un sentido astronómico sobre los equinoccios, pero también esclarece la continuidad del salto cualitativo, que rompe una serie tanto como la continúa.

Desierto alrededor de Juan Bautista y la comunidad esenia

Complemento respecto de la narración del silencio de Zacarías, es la definición de sí mismo que se conserva del Bautista. Los mensajeros judíos fueron a investigar si él era el Mesías, a lo cual se negó repetidas veces, afirmando que él no lo era, por más que tenía seguidores. Entonces apremiado por los mensajeros, el Bautista les respondió: “Yo soy la voz que clama en el desierto: Enderecen el camino del Señor, según dice el profeta Elías.”[18] El desierto es al territorio lo que la mudez es a la voz, de tal manera que la ubicación del Bautista reproduce el acontecimiento de su padre, sacerdote Zacarías enmudecido tras la visión del prodigio.

En las visiones heterodoxas del cristianismo y entre los esotéricos resulta muy estimada la leyenda de los esenios como una comunidad escondida entre el desierto, dedicada a la virtud, a rectificar el camino espiritual y preparando la venida del Mesías, incluso arropando a Jesús mismo o hasta educándolo en los Misterios.[19] Para no detenernos en abundantes detalles, entre el individuo que representa a lo sagrado y la comunidad que presenta la misma función, hay un único paso, pero tan enorme como los nueve meses de silencio de Zacarías. Por cierto, algunas comunidades de iniciados o esotéricas colocan alrededor suyo al silencio, con esa función de proteger lo intocado, como en la afamada regla de silencio de los pitagóricos. En esta narración legendaria, los esenios colocaban el desierto entre ellos y el resto del pueblo, a manera de barrera y espacio que permite su reflexión y purificación, que luego regresa a modo del oasis o el manantial de agua pura en mitad del desierto.

Para no abundar demasiado, el salto entre el individuo Juan Bautista como singularidad tocada por lo sagrado y una comunidad sacra de los esenios también hay un abismo, que es el mismo entre la estructura plena del individuo y el portento de lo social. Ese paso pequeñísimo y hasta innecesario por cuanto todo individuo es un ser social y toda sociedad está formada por individuos, también representa un abismo como lo indican las diferencias radicales entre la teoría liberal (basada en el individuo) y la marxista (basada en lo social), por más que los apologistas de ambos extremos pretendan que respetan a su opuesto. Ese abismo entre individuo y sociedad repercute en el mismo pequeño paso entre lo material y lo sagrado; el individuo permanece como irreductible al colectivo, y la sociedad queda como inabarcable por el individuo.  

Argumentos ateos: el humano fabrica a Dios por accidente biológico o conveniencia social

Hay un argumento ateo levantado desde una especie de “psicología evolutiva”[20] de que a los mamíferos que son presas de cacería (por ejemplo, cervatillos pastando) les conviene imaginar que los ruidos en la hierba son depredadores intencionados, conduce a suponer que los humanos (siendo todos descendientes de mamíferos perseguidos) deben inventar seres fantásticos tras cada “ruido” de la naturaleza. Remite al argumento de la personalización o proyección psicológica, ya que existiendo una tendencia a descubrir caras en las manchas o en las piedras, entonces la mente es proclive a crear “seres personales” en cualquier fenómeno, se le denomina pareidolia, pues bastan tres rasgos para inventar un rostro, como dos puntos como ojos y una línea como boca. Una vez fantaseado el rostro es viable inventar alguna persona detrás del rostro, así nos remitimos a la noción de que los “primitivos” fueron animistas, pues daban vida a la naturaleza entera, mientras que el proceso posterior se basa en una objetivación, una retirada de cualquier persona animada tras los fenómenos naturales, tal como señala la Ilustración. El filósofo Hegel señaló —con su típica destreza dialéctica— que cada investigación científica para analizar los componentes del vino expulsa a cualquier noción de “espíritu” resulta indispensable, pero eso no significa que la repetición conduzca a una verdad específica sobre el concepto de espiritualidad ni de Dios. 

Este tipo de argumentos ateos de la “psicología evolutiva” lo plantea Shremer como la conveniencia de definir depredadores sobre simples sonidos o una mancha moviéndose, lo cual acostumbró a mamíferos para alertarse de modo constante. La mejor objeción contra este tipo de argumentos reside en su irrelevancia. El argumento anterior que se puede rotular como la “paranoia de los cervatillos” no es relevante como explicación de una tendencia básica de la humanidad, aunque resulta evidente que la historia muestra al primitivo concibiendo algunos dioses y mirando espíritus en la naturaleza, incluso sin pruebas específicas. ¿Y eso qué relevancia tiene? El hecho de que existan millones de frases vacías y fórmulas sin sentido, no descarta la presencia de fases plenas de sentido y con sabiduría, por ejemplo, esos millones de fórmulas sinsentido no descarta a Pitágoras con su cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos. Que existan millones de observaciones erróneas no quita la posibilidad para lograr observaciones sólidas que sirvan a la práctica diaria[21] o den pie a lo que llamamos ciencia y, también, que haya una tendencia psicológica para apartar una convicción fuerte para aferrarnos a ella (la llamada “fe”) no le resta importancia a las nociones científicas o filosóficas relacionadas con alguna fe.

El argumentar lo superior por lo inferior, es un recurso analítico que cuando se delimita es válido,[22] pero cuando se universaliza resulta una falacia, compañera de una mentalidad depresiva y enamorada de lo insignificante.[23] Remitir la discusión sobre Dios y el destino ulterior del espíritu al “mecanismo de defensa” de un cervatillo que escapa ante el pequeño ruido, comienza siendo una metáfora de exageración desbocada. Es obvio que no hay una conexión directa entre el animalito asustadizo con la discusión de Dios, y si invertimos el sentido con un cervatillo sediento en el Salmo 42, donde la metáfora tampoco explica por sí misma a la divinidad. La cadena del argumento entre el ciervo espantado con la creencia en Dios resulta absurdamente larga, saltándose en tiempo (millones de años de evolución si suponemos una continuidad de los mamíferos) y saltándose de niveles al identificar un mecanismo de defensa (la huida) con una esfera de pensamientos (la discusión sobre Dios).   

Al estilo de argumento para relacionar lo superior con lo inferior Descartes le señaló un hueco radical. Mientras con la razón es posible avanzar parte por parte, para construir modelos superiores a partir de inferiores, por ejemplo, de eso trata la geometría analítica, sin embargo, ocurre un salto cualitativo cuando la referencia es hacia lo “perfecto” (o lo infinito). Ya que lo perfecto nunca se alcanza por composiciones de imperfecciones, ni sumándolas ni restándolas, a Descartes le pareció que había descubierto un nuevo argumento en favor de la existencia de Dios, ya que la noción innata de un ser perfecto no debe provenir desde la experiencia limitada, sino que el Ser Supremo debería de inocular esa idea grandiosa, como la jeringa inocula la vacuna.[24] 

Aunque sea un argumento ateo que descansa en los alrededores sin ir al fondo de la cuestión, la presencia de tanta superchería, fantasías, absurdos y estupideces alrededor de las religiones acarrea un gran aliciente para permanecer escéptico. Con terca frecuencia las creencias en Dios están rodeadas de cualquier abanico de supercherías; aunque tales supercherías siendo elementos exteriores o alrededor cabría ignorarles como quien abandona los papelillos y migajas que sirven de amortiguador para un objeto valioso que es embalado para un largo viaje. Los creyentes racionalistas han lidiado con el catálogo interminable de estúpidas supercherías que se afirman junto con las religiones; la adivinación mediante los pájaros atravesando huecos de los santuarios o abrir las vísceras de los animales sacrificados resultaba usual para los romanos, en cambio fue motivo de horror o burla para los cristianos, quienes —en cambio— se alarmaban con la presencia de los cometas… Tantas falacias y falta de razonamientos dan motivo a que llamemos mitologías a las religiones, lo cual nos conduce al argumento de la “conveniencia”.

 

Resulta bastante conocido el argumento ateo sobre la conveniencia socio-política de las religiones, por su utilización por el Estado; por ejemplo, si la religión invita a la mansedumbre y la obediencia de los creyentes, esto se aprovecha por los gobernantes. Una de las modalidades más populares aparece en esta frase de Marx de que “la religión es el opio del pueblo”.[25] Si bien este argumento, sirve para comprender la popularización de ciertas religiones y la represión de otras, tal utilización de una creencia no refuta el contenido del argumento religioso. Que las balas sean utilizadas para sostener gobiernos más que para derribarlos no descredita su existencia ni eficacia, por más que la mayor parte del tiempo, permanezcan inútiles y silenciosas adentro de las cartucheras. Que el emperador Constantino haya descubierto que una religión emergente fuera conveniente para su reinado, cuando sus antecesores persiguieron a los cristianos, no suma ni resta para la discusión de fondo.  

Los dos primeros argumentos ateos confluyen en una noción empírica que se resume de este modo: “el hombre creó a Dios, no al revés”. A nivel social este es el único argumento ateo relevante, para definir al hombre dentro de la categoría de fabricante de ídolos que los cree dioses y, por eso mismo, en simultáneo sería manufacturero de ídolos falsos. Este es un argumento favorito del ateísmo para desmontar la noción de Dios —a menos que haya una revelación íntima en una experiencia directa o presencie un “milagro”, según argumentos que discutiremos más adelante—, pues siempre conoceremos a la divinidad por medio del pensamiento, palabra u obra de personas (como individuos o sociedades), en tal sentido, práctico los testimonios nos indican que Dios es “construido” por quienes creen en él y, de modo inmediato, para el ateo esto implicaría que enfrenta a un invento artificial y, asimismo, falso. La principal demostración de que Dios es en exclusiva un invento humano se explica porque cada pueblo adora dioses con sus propios rasgos, expresivos de sus tendencias locales y sus periodos históricos: los pueblos guerreros nos relatan sobre dioses belicosos, los pueblos nómadas suponen dioses viajeros, los pueblos sensuales evocan dioses lujuriosos, los pueblos austeros recuerdan dioses ascetas, los pueblos abstractos avisan de divinidades metafísicas[26]… Muchas veces presentan mezclas de tendencias, presentes en familias de dioses. Este argumento ateo no resulta tan sagaz, pues simplemente confunde la manifestación con la esencia, las muchas envolturas donde se construye la experiencia divina no resuelven sobre el veredicto final sobre Dios. De hecho, los fenomenólogos de las religiones han logrado una comprensión que no se delimita a las coordenadas históricas, para entresacar una estructura más general del fenómeno de lo sagrado, sacro, divino y espiritual, según lo logra Mircea Eliade. Aún, así este terreno de la discusión termina por eludir la discusión de fondo, para contentarse con las divinidades concretas y repartir candela contra la diversidad de creencias; la discusión atea de fondo es ¿cómo refutar para siempre a Dios o alcanzar una comprensión más allá de los periodos históricos diversos? En ese sentido, el argumento ateo de que tales dioses pertenecen a tal grupo social no resuelve mínimamente la discusión, sino que la desplaza, porque el hecho de que un pueblo tenga creencias que hoy nos repugnan o que la mayoría actual del planeta difiera de nuestras ideas no demuestra algo sobre Dios.

El argumento de la fabricación de Dios por humanos queda reforzado por el apasionante argumento de las religiones persecutorias como lo muestra Nietzsche, cuando la elaboración de falacias y mentiras conduce a una imposición universal de la idiotez, una persecución de lo diferente hasta imponer un modelo religioso.[27] El argumento ateo adquiere un tono de alarma cuando denuncia que la casta de sacerdotes a cambio de una ficción de inmortalidad se apodera de las sociedades e impone una persecución contra la ciencia y cualquier pensar recto, impone la noción del pecado que tuerce los sanos instintos y sostiene a las monarquías que martirizan a los pueblos. El recuento histórico señala que los grupos sacerdotales en su mayoría han sostenido tiranías y persecuciones, pocas élites sacerdotales han promulgado la libertad de pensamiento y el amparo a la indagación científica. La élite religiosa cuando impone su Inquisición y ataca la ciencia, también destruye al pensamiento razonable, entonces infecta con dogmas absurdos a los pueblos y, esa desgracia, la intercambia por una falaz promesa de que Dios quedará complacido con un reino plagado de miserias.[28] Sin embargo, hay que redondear que la élite sacerdotal simplemente es el “mensajero”, donde su error o desvarío, no implica que el remitente sea inexistente o controle al mensajero; por tanto, que el argumento posea algunas virtudes no implica la inexistencia del remitente. Este resultado de persecución y atraso por la manipulación de la religión vía los sacerdotes propicia que el argumento ateo parezca más sano y menos peligroso que la salvación prodigada por los sacerdotes, conduciéndonos a otro aspecto de los “argumentos ateos”.

Argumentos ateos: La injusticia trágica y el silencio de Dios

La presencia de tragedias o la existencia de males injustos integran el corazón sentimental del ateísmo. Dada la creencia espontánea en la bondad de Dios es que la presencia de injusticias manifiestas, tragedias dolorosas y presencias del mal sin castigo han motivado  la descreencia. Dadas las tragedias vividas o imaginadas con prevalencia del mal, que son padecidas sin una corrección milagrosa, surge reforzado el argumento ateísta. Para millones de personas a lo largo de la historia han sucedido situaciones trágicas con enfermedades, hambrunas, guerras o accidentes fatales, siendo sufridas tales adversidades, entonces el lamento se convierte en un argumento contra la bondad sagrada o contra la existencia misma de la divinidad. Con intención en este texto he dejado completamente de fuera el tema de la “bondad” divina ya que se resuelve en una paradoja contradictoria: quien se lamenta busca que la divinidad suprema se ajuste a su impresión individual de lo que representa una situación moralmente buena. Que cualquier interpretación individual sobre una situación buena no corresponda a las expectativas inmediatas de un “padre celestial” resulta un hecho, que resulta igual la presencia de la ciencia: durante millones de años las personas existieron sin una noción científica de las leyes físicas, vivieron convencidos de que sus impresiones superficiales eran por entero ciertas, pero ahora no compartimos su espontánea “ligereza” prefiriendo el lado de las Leyes Naturales.

Bueno, detengámonos un poco más en este lamento sobre la injusticia del mundo sobre la muerte (en especial de lo queridos), la enfermedad y la miseria. La muerte de los niños ha resultado lo más desconsolador; la muerte de los héroes o del gran justiciero se lamenta y hasta se reniega (afirmando que sigue vivo). El misterio de lo mortal lo asumimos con facilidad cuando el dramatismo de las escenas nos escandaliza o golpea. La narración bíblica de Job procura dar un argumento completo sobre las tribulaciones del justo,[29] sin embargo, resulta con un final feliz, lo cual es una “concesión al lector” y nunca está garantizado. La pregunta sobre la recompensa de felicidad o la falta de ella para los justos intrigó desde el despertar del espíritu inquisitivo de los griegos. La inquietud por tales situaciones hasta parece el motor para la línea de pensamiento y acción budista, que propone adquirir el desapego completo ante el mundo con su ciclo de muerte y dolor. Recordemos ¿qué sucedió con Job? Él era el hombre justo y piadoso, creyente de Dios, que viene un diablo para cuestionar contra Job, que esa piedad y fidelidad para con el Supremo, provenían de los beneficios obtenidos; entonces Dios pone a prueba a Job, permitiendo la acción del mal y cambiando sus bienes por males. Siendo Job el más piadoso y justo, creyente y devoto, entonces recibe una cadena de desgracias procurando quebrantar su fe. La cadena de desgracias pone a Job hasta el límite para luego ser redimido en el mundo por la misma voluntad divina que lo hizo sufrir. Los argumentos finales del Libro de Job dejan la apología de la misteriosa acción divina al nivel de preguntas, por lo que no se alcanza una respuesta clara. ¿Para qué hay injusticia sobre los justos? El argumento se contenta con negar la capacidad de los protagonistas para conocer los designios divinos.

Sin elementos para remitirnos al tiempo real de Job ni definir su existencia histórica, el relato sirve como una intención: a todos nos gustan los finales felices y nos desespera el silencio de Dios. Todo lo que parece una injusticia inexplicable abona hacia una sensación de absurdo final, por tanto a rechazar la creencia en cualquier divinidad de esencia bondadosa. Por el contrario, la injusticia es viable relatarla desde una presencia divina que le otorga sentido al sufrimiento a manera de una prueba o reto. Si la tragedia se interpreta bajo una presencia divina que le dé sentido a tal malaventura, entonces queda reforzada esa percepción, como se contrasta con los relatos de las Plagas de Egipto para el Éxodo. Desde el punto de vista ciego de quien sufre por las plagas, en especial la muerte de los primogénitos implica el absurdo del sufrimiento, por tanto implicaría la ausencia de Dios; en cambio, si se explica como un “castigo personalizado”, motivado por peculiares ofensas del Cautiverio, entonces la explicación encaja. Aquí llegamos al meollo de la debilidad de este argumento de la inexistencia de Dios por la presencia de la injusticia, al asumir la hipótesis que la desgracia terrible de millones de sujetos puede interpretarse como el bien para otros, tal como señala la plaga de la muerte de los primogénitos; cualquier guerra cabría interpretarla en el mismo sentido de horror para los perdedores y de una gloria para los triunfadores.  La conseja popular lo resumía en el dicho de que “Dios no endereza jorobados ni concede antojos”. Una conclusión importante es que la desdicha personal no concluye hacia la existencia o inexistencia de Dios, sino que nada más disuelve el argumento subjetivo de quien está sufriendo sin sentido; mientras quien sufra bajo un esquema mental distinto, los mismos hechos podrían afirmarle la presencia divina.

A un nivel moderno ambos argumentos (la injusticia y el silencio) pierden su peso pero nos permiten concluir que la objeción no es tal, sino simple lenguaje del sufrimiento subjetivo. Ante la desgracia, para estos argumentos lo relevante es si somos capaces de “hacer hablar a Dios”. Si ocurre un milagro (como se analizará más adelante) nos ahorramos cualquier esfuerzo; la otra opción yace en la capacidad explicativa y la convicción de una presencia del más allá. Platón en su escrito más famoso, la República, comenzando con la investigación de qué es justicia, después de analizar las posibilidades para construir una ciudad con instituciones perfectas basadas en la justicia, finaliza explicando que las almas renacen mediante un relato ilustrativo, lo cual sugiere que la inmortalidad del alma es la argumentación que concibe algún tipo de justicia en los acontecimientos mundanos. La conclusión es muy simple, ya que ante la convicción de la inmortalidad del alma cualquier desgracia en el espacio-tiempo presente resulta trivial, pues convierte la más longeva y desgraciada biografía en un microsegundo de una cadena infinita de rencarnaciones o en un breve trago amargo antes de ingresar eternamente en los cielos. Cualquiera que sea la desgracia, la convicción de la inmortalidad del alma convierte los castigos terrestres en trivialidades irrelevantes.  Los clamores de injusticia por la pérdida de familiares queridos, de la salud propia o de las personas más nobles, la aniquilación de la belleza y hasta la desaparición de los reinos más gloriosos, incluso la misma caída de Judá y la destrucción del Templo de Salomón[30] resultan minucias frente a una idea de la inmortalidad del alma y su complicidad con Dios.  De hecho las desgracias personales atroces han sido tantas y sus posibilidades resultan tan variadas, que algunos resentidos han postulado al “demiurgo travieso” que se dedica a martirizar a los humanos, engañándolos y provocando sus caídas,[31] para sustituir a la Divinidad suprema o (al menos complementarla), sosteniendo que este Mundo está regido por una divinidad perversa. 

Frente al argumento sentido de la injusticia, los diferentes argumentos racionalistas resultan inútiles, pues quien sufre exige un bálsamo y no acepta el cáliz amargo para su consolación. La visión de una cadena infinita hacia atrás o adelante resulta irrelevante para la persona que sufre, pues la intensidad dolida define un presente que no se despega de sí mismo. Ningún presente está más desgarrado de pasado y futuro que el adolorido, que habita un vacío centrado en sí mismo; ante tal aislamiento, un argumento sobre la “inmortalidad del alma”, nada más repetiría en un eco infinito el drama de clavar los clavos de su cruz.[32] Cuando se abandona la fase intensa del dolor por injusticia, entonces sí una visión de futuro podría representar el consuelo, como lo propone hasta el marxismo a modo de una cura ante los males presentes. En ese horizonte la noción de la recompensa de los justos en el más allá ha sido un consuelo para la mayoría de las generaciones y con suficiente alivio para motivar la adhesión a las grandes religiones. Para que tal alivio esté aliado con la inteligencia se requiere de argumentos racionales; que el corazón se conforte con la visión de una recompensa postrera, que permita aliviar la sensación agobiante de la injusticia presente, por tanto dejamos esta “objeción por injusticia” como un argumento parcial para seguir adelante.  

Los matemáticos racionalistas explicando lo Divino (los de Pitágoras)

Con los argumentos ateos da la impresión de que quienes argumentan sobre Dios no son amantes del racionalismo, cuando tenemos una larga tradición de racionalistas y, en especial, de matemáticos que han argumentado la presencia de la divinidad de maneras poco ortodoxas. El pitagorismo unió la fascinación por los primeros descubrimientos matemáticos y geométricos con una devoción, para esa antigua escuela filosófica la naturaleza y la divinidad son matemáticas.  Si bien, las enseñanzas de Pitágoras en la Grecia antigua parecían perdidas entre la bruma de las leyendas, su herencia recobró ímpetu entre los romanos y se conservó durante milenios. Para el pitagorismo los números expresan perfección y la divinidad está ahí: en cada cifra y operación, en cada trazo geométrico y teorema.

Debemos imaginar el alboroto unido al gozo cuando los antiguos matemáticos y geómetras pitagóricos se reunían para calcular la elevación de una enorme columna, como las colocadas en el Partenón. Las deliberaciones y requiebros para establecer las circunferencias exactas, mezcladas con una leve reducción ascendente de los conos; las proporciones de los ensambles, y la estimación audaz para sostener el imponente frontispicios. No queda ninguna memoria de cálculo de ese proceso, pero la huella pétrea sobrevivió a sus creadores. A su manera, devotos ante sus dioses olímpicos, los discípulos de Pitágoras consideraron que los números y los espacios representaban a la esencia de la divinidad misma; les bastaba representar con puntos los diez primeros números para descubrir ecos de eternidad y fórmulas sacramentales. De manera simultánea iban desentrañando los primeros teoremas y fórmulas numéricas, encontrando las relaciones de proporciones matemáticas con los sonidos musicales, anotando las trayectorias evidentes de los astros… para comprobar que existía un orden tan preciso que debía emanar de un plan superior. A partir de esas tardes soleadas y noches estrelladas de la antigua Grecia se perfiló una nueva noción de la perfección divina hermanada con un cosmos secretamente ordenado y, en ese mismo sentido, perfecto; dicho de otra manera, la perfección que el intelecto descubre en los números y la geometría se engarza con conceptos devotos.

La afinidad de los antiguos matemáticos con la percepción de lo Divino (y las variedades de concepción del trasmundo) es más evidente cuando también reconocemos que el número no existe en el sentido material. Al descubrir otra manera de existir diferente a la de las presencias concretas, el gusto de la mente por alcanzar esas abstracciones la familiariza con el sentido más abstracto de la divinidad, que la hace concluir que la respuesta a los interrogantes del universo se dirige hacia una existencia que no existe (en el sentido ordinario), por tanto dar una nueva visión de Dios, que no se delimita dentro de la mitología. El número puro nunca se encuentra en el mundo de los sentidos, por tanto el antiguo matemático se encontró inmerso en otro cosmos, que Platón llamó de las ideas. El pensador pítagórico observaba el número 2 en su mente, pero por ninguna parte de las existencias materiales, aunque es sencillo juntar 2 piedras o frutas para ilustrarse sobre el número. La mayor maravilla para el pitagórico fue encontrar relaciones numéricas invariables, que siempre funcionaban y no se desprendían directamente de la observación. Y ese funcionar siempre de los números se aplicaba inflexiblemente al mundo material, por tanto les parecía que una relación ideal se estaba imponiendo sobre la superficie de sus sentidos. Más fascinante para los pitagóricos resultó combinar esa percepción de números más allá de lo sensorial, cuando se combinaba con geometría que les permitía operar con más eficacia sobre el entorno real.

Para los pitagóricos bastaban los 10 primeros números para argumentar la presencia de la divinidad en el mundo, para ello daban una interpretación cualitativa a esa numeración y la ordenaban en una pequeña pirámide de puntos llamada “tetrakys”.   

 

Para la interpretación de la tetrakys se realiza un desliz del nivel de abstracciones y los números son interpretados como “categorías”,[33] convirtiendo al uno en la unidad, en el sentido de lo primero; al dos en la dualidad; el tres a la trinidad… Y así, como un camino que interpreta lo manifestado mediante un esquema mental que implica los números y esa manifestación se entiende tanto a modo del Génesis como principios de explicación del cosmos.

 

 

 

 

 

Contra el nivel “Existir”

Si luego de varias exposiciones no ha quedado claro que el término “existir” no aplica a Dios en un sentido estricto, trascendente o mayor, ya que la forma espontánea en que captamos lo existente siempre se refiere a una “parte”. Es evidente que Dios no es una parte del universo ni de nuestro entorno, por más que nuestra mente pretenda captarlo como una parte; podría ser un Todo (según el Panteísmo) o un Más-Allá-del-Todo, pero no una parte, porque terminaría inferior a la misma naturaleza, una entidad dependiente del Cosmos. Si se desea relacionar con el “existir”, entonces Dios implica un meta-existir, con características que rebasan el concepto usual de existencia.

El problema de fondo es que la definición espontánea de Dios suele colocarse en el nivel de existir cotidiano. Hay versiones muy burdas que creen que Dios es la imagen que está en un recinto, por tanto quien la fabrique será un “diosero”,[34] creencia atacada bajo el término idolatría por los mismos cultos religiosos. La noción de un divinidad-personal sí coloca el tema en términos de “existencia” y discutir si existió o no Jesucristo, el ente concreto en un espacio tiempo, sí acontece en términos de tal manifestación externa. Esa no la estimo una discusión para súperinteligentes, pero muy digna de historiadores y creyentes.

Por el problema de pensar un meta-existir es que también se empata el problema de sus cualidades que rebasan lo ordinario y las coordenadas del espacio tiempo en las cuales sujetamos la existencia, que suelen considerarse como omnipotencia, omnisapiencia, etc.

 

 

Definición usual de Dios

Una definición bastante aceptada de Dios implicaría “ser personal supremo, distinto del mundo y creador del mundo”,[35] aunque para mí resulta parcial pues el estricto meta-nivel de Dios escapa de lo estrictamente “personal” y lo de “distinto del” mundo no aplica en cualquier contexto, según encontramos al meditar con el argumento panteísta.  Además, las dos consecuencias más importantes de concebir a Dios son “la inmortalidad del alma” y su constituirse como “rector de la moral”. Entonces una mejor definición la sintetizaría en: “ser supremo, creador del mundo con cualidades meta-existentes como omnipotencia y omnisapiencia, del cual deriva el misterio de la inmortalidad del alma y rector de la ética (o la moralidad en un sentido trascendente)”.

Sobre el carácter de “personal” no lo rechazo en absoluto, pero creo que también resulta posible conceptualizar a Dios sin el tinte personal, como lo han mostrado el budismo con el Nirvana y taoísmo con el Tao inefable; aunque la concepción de que el nivel “personal” posee la cualidad de lo perfecto y por eso se prefiera considerarlo como un rasgo, lo considero viable.[36] Desde la época de la Ilustración se cuestionó ese carácter personal de la divinidad, estimándolo una proyección antropológica; pero quizá resulte casi indispensable por la dificultad inherente para colocarse en un plano tan abstracto e impersonal. Aunque, en este ensayo, intento hacerlo continuamente en ese plano.

Además en lo que vamos, todavía sería una definición provisional, porque no se ha argumentado cada parte, sin lo cual los superinteligentes no estarán satisfechos. Además como no he manifestado mi plena adhesión a una definición, los superinteligentes estarán inquietos para encontrar tal representación para discutirla más a detalle.

Tres motivos para lo personal

Considero hay tres motivos principales para aceptar una definición de “lo personal” en Dios.

El primer motivo es el más débil, aunque resulta el nivel indispensable, pues como seres personales tendemos a personalizar el cosmos, por tanto nuestros antepasados comenzaron personalizando todos los fenómenos naturales y nosotros seguir haciéndolo con las mascotas y con los “personajes literarios”. Este nivel psicológico implica que nuestra mente mira a Dios como persona, aunque esto no implica un hecho, sino un filtro que está predispuesto en nuestra mente.

Y esa predisposición con facilidad contrabandea un error lógico (o pre-científico) que se ha llamado antropomorfización o pareidolia. El problema con este enfoque es que fácilmente lo consideramos un error y que ponernos más “objetivos” nos sacará de esa consideración. Los iconoclastas creen que es viable quitar la apariencia personal, para conservar una esencia de persona en la divinidad, con el recato de expulsar a los ídolos del templo. La experiencia histórica no indica que se respete ese límite, bajo el término “desantropomorfización”, unos autores han sostenido que esa es la tendencia de largo plazo de Occidente.[37]

El segundo motivo es una variación del primero, que afirma una encarnación personal del Verbo divino, más trascendente, para lo cual se explicaría la figura de Jesús. Bajo esta línea el Dios supremo encarnaría a un Dios humano para servirle de interlocutor, ya que su siguiente nivel podría considerarse ya trans-personal. Esta hipótesis estaría más próxima a la dialéctica de Hegel, que establece una doble vía de materialización compensada con espiritualización. Bajo este argumento, el verdadero espíritu es más intelectual, a modo de Espíritu Absoluto, pero se sirve de su careta más personal, pues los polos opuestos deben oscilar, para interconectarse, ocurriendo en el punto medio, mediante el mensajero en la figura del Mesías.

El tercer motivo es la aceptación directa de que el carácter “personal” está en el nivel supremo mismo, por tanto el Espíritu que abarca el mundo sí posee siempre su dimensión personal. Este argumento lo sostiene Unamuno, un argumento que levanta a modo de exigencia estética, pues la búsqueda desesperada para mantener la inmortalidad del alma personal, conduce a exigir la presencia de un Dios personal. En este argumento, el término “exigencia” es en un sentido fuerte y clave en la hipótesis. Para Unamuno la divinidad impersonal del budismo resulta insatisfactoria para colmar el corazón humano, por tanto únicamente una divinidad personal resulta aceptable para curar el “sentimiento trágico de la vida”. Este argumento está ligado con la afirmación de que la perfección requiere de “ser persona”. En el argumento más antiguo o escolástico, la importancia del principio personal como atributo divino era idéntico a su nivel racional, “persona significa lo más perfecto de toda la naturaleza, es decir, el subsistente de naturaleza racional”[38] y por tanto la afirmación que el carácter de Dios es su racionalidad y, al trascenderse, es Omnisciente que lo sabe todo. Además implica que nos comunicaríamos con la divinidad por medio del pensamiento racional, que sería la parte que trasciende de alguien cuando fallece. A los superinteligentes les motiva que la divinidad sea definida por una racionalidad suprema, pues ese es el puente por donde buscarían comunicarse con el mundo del más acá o del más allá.

El mono antepasado y la fobia a Darwin

Al menos en Occidente la teoría de la evolución ha sido un blanco casi fóbico para muchos creyentes. La frontera entre el animal y el humano parece ser el motivo psicológico de tal oposición tan tenaz en contra de un antepasado simio. En un nivel más abstracto, la hipótesis de que antes de los humanos evolucionaran las especies no es un argumento que desaparezca la noción de Dios, que claro eso sabemos que no está en la Biblia. Sin embargo, casi nada de la ciencia moderna y sus técnicas están en la Biblia, por lo que la ausencia de jitomates y cacao no vuelve herejes a quienes se alimentan con piza y chocolate; la ausencia de lámparas, focos y pilas no convierte en diabólicos a los electricistas ni a quienes se alumbran de esa manera; la ausencia de máquinas de combustión interna no vuelve pecadores a los conductores de automóviles, barcos o aviones… Todo lo anterior, junto con millones de objetos derivados de una ciencia que no está presente en la Biblia ni el Corán ni la Torá ni el Tao Te King… Ah, pero imaginar un remoto pasado donde la procreación de simios terminó dando resultado en humanos eso sí se “siente” desagradable y hasta insulta, aunque con un insulto inexistente (reconozcámoslo), pues a los simios no les interesa molestar.

Algunos psicólogos se han interesado bastante por esas atracciones y repulsiones entre humanos y animales, porque respecto de algunas especies y situaciones hay afinidades electivas. La misma mitología antigua muestra que algunas aproximaciones entre humanos y animales eran consideradas viables, como las conversiones transitorias de Zeus en Cisne, mientras otras provocaban tremendos escalofríos o pesadillas. La literatura gótica nos regresó a los vampiros y los lobos para provocarnos tremendos sustos y que hasta los adolescentes se proyecten en pose de vampiros o lobeznos enardecidos. Mi opinión, es que tal afán anti-Darwin está bastante motivado por sentimientos y emociones envueltas que molestan cuando alguien nos confronta con la proximidad del reino animal. 

Por más que a algunos les desagrade ¿Dios no nos pudo emparentar con los simios como nuestros antepasados más próximos y debió optar por el simple polvo como la mejor opción? Para los que creemos que las narraciones bíblicas son más simbólicas que temas de hecho, esa pregunta no nos asusta. El polvo no es un pariente encomiable para un ente biológico, a menos que a ese polvo los consideremos como una metáfora de la fina materia orgánica que se adhiere para formar tejidos y demás elementos. Si por polvo entendemos agregados de sílice entonces estos no se integran al sistema biológico, al menos en la tierra; pero si por polvo entendemos compuestos de carbón, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno entonces sí tenemos los ladrillos moleculares de la biología. Los escribas de la Biblia ¿tenían algún motivo para acudir a una tabla periódica de los elementos? Con certeza no, su mundo era más rústico que este, incluso si estuviesen inspirados por Dios, sus términos nunca debían provenir de un modelo tan complejo y especializado como la tabla periódica química. La ventaja es que el Génesis no da demasiados detalles y con lo que entrega vale para estirar las interpretaciones en favor de Darwin: “Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.”[39] Contra los que sostienen que el pasaje anterior es un gesto de alfarería primitiva, cabe recordar que la Omnipotencia parecería no delimitarse a unas manos que juntan polvo. El mismo ritmo del texto, pareciera indicar millones de años, a modo de una frase y de un simple día. ¿En serio el Omnipotente requiere de 24 horas del día para fabricar un milagro? ¿Y se cansa el Omnipresente luego de 6 días humanos de 24 horas por lo que requiere de reposar? Según una interpretación de que Dios “reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho”, lo cual hasta sería evidentemente blasfemo para el mismo cristianismo y judaísmo. Si lo supuesto antes que por un “día de Dios” en el Génesis, conviene de entender millones de años, entonces ese “polvo” que crea al humano, también implica una metamorfosis de materiales biológicos a lo largo de millones de años, implicando una larga cadena evolutiva tal cual lo propone Darwin. 

 

El Diseño Inteligente aunque no tanto

Como alternativa opuesta al darwinismo se ha inventado una argumentación que se ha dado por llamar el Diseño Inteligente. La objeción de fondo hacia el evolucionismo consiste en que la presencia de especies superiores y de sus órganos complejos, como el ojo, hacen creer que la meta está prestablecida en la evolución y que millones de pequeños cambios en la selección micro de la naturaleza no va a dar como resultado el gran cambio. En otros términos, la objeción consiste en que los pequeños cambios de cantidad (mutaciones mínimas) no explican la presencia del cambio de calidad (la gran creación de un órgano nuevo). Ante el resplandeciente y perfecto ojo los partidarios de una creación sin precedentes están satisfechos. Los argumentos preferidos son dos: o nunca hubo evolución o, si la hubiera, su objetivo estaba predefinido para alcanzar un salto milagroso hasta el órgano perfecto, por mandato divino, que predefinió el Diseño Inteligente y que equivale a lo existente actualmente.

El problema de arranque con el Diseño Inteligente es que no proporciona una teoría explicativa, sino una argumentación posterior (a posteriori diría el lógico latino), de tal manera que se conforma con tomar el ojo humano del presente, para afirmar que es tan complejo y perfecto que merece resultar de un Diseño Inteligente (adelante DI para abreviar), por lo que debe atribuirse a Dios mismo, mientras que cualquier suma de pasos previos resultan irrelevantes o inexistentes. El cierto que la distancia morfológica y/o evolutiva desde una célula fotosensible de un organismo pluricelular hasta un ojo tipo mamífero es tan colosal que no se encuentra una manera de incorporar los extremos desde la primitiva célula fotosensible hasta el ojo evolucionado. La distancia en el ejemplo de la evolución del ojo es tan enorme que sirve de argumento, pero muchos aspectos de las sucesiones temporales ofrecen cambios tan grandes que provocan semejantes perplejidades.

En sus formas más recurrentes la visión del DI es una versión maquillada del creacionismo que procura restablecer textualmente al libro del Génesis, con la intención de desembarazarse de las teorías evolucionistas de la biología y la cosmogénesis. A su vez, una parte de la interpretación del DI está prefigurada en las nociones escolásticas del sentido teleológico de la naturaleza, las llamadas intencionalidades del mundo natural, las cuales establecerían las intenciones posteriores de cada cambio. El término “diseño” quizá resulta más sutil que el teleológico, pero nos lleva hacia lo mismo, porque si el “ojo” estaba ya diseñado en la inteligencia suprema de Dios, su intención teleológica en el tiempo, fue mover las formas biológicas inferiores, para alcanzar el nivel de su pre-diseño del “ojo” más perfecto que los sistemas fotosensibles primitivos. 

Debe anotarse que la visión teleológica antigua daba sustento a una interpretación para un Dios que estaba fuera del mundo, sin intervención personal ni milagros, en lo que se llamó teísmo, bajo la imaginería afamada de un Dios-Relojero (o Arquitecto) que diseña bien el universo, lo pone en marcha y no tiene motivos para interferir con su Creación. En ese sentido, una tesis de Diseño Inteligente no abonaría a un creacionismo en el sentido de ortodoxia bíblica, sino como sustento para una heterodoxia teísta.

Sin embargo, el DI también encierra paradojas irresolubles mientras no encuentre un “Libro de Diseño” suficientemente válido, pues las discusiones detalladas y que sí involucran argumentos científicos terminan por separarse de la Biblia. Ante la evidencia de una biología cambiante y de un universo que ha evolucionado, el DI se encuentra con una obligación de desplazamiento constante, por tanto no es capaz de determinar una posición definitiva, pues no es capaz de presentar los planos del Diseño por fuera de lo que ha resultado de la ciencia tradicional.

Dios separado del mundo: Kant y Marx

Hegel encontró el argumento de que cuando separar radicalmente algo respecto de tu sistema pensante, luego te resultará imposible regresarlo desde donde lo mandaste. La misma visión de teísmo como un Dios-Relojero si bien resulta más acorde al background científico que el creacionismo bíblico, esto implica un problema para el creyente. La separación radical entre la Realidad y lo Otro trae el problema clásico de la reinserción como lo puso de manifiesto la elaboración de Kant y las discusiones posteriores.

La crítica kantiana busca establecer los fundamentos del pensamiento y lo real con una gran sutileza, aunque conlleva hacia ciertos “callejones sin salida”. La tesis de Kant sobre “la cosa en sí” o nóumeno opuesto a “la cosa percibida” o fenómeno termina infiriendo hacia la Gran Parte de la realidad imposible de conocer, sin embargo, que es su fundamento (dejando el espacio para una divinidad, si se argumenta en ese sentido). Si bien, la sutileza y elegancia de las tesis del filósofo Kant lo colocaron como el eje clásico, a partir del cual se perfeccionó el aparato crítico del saber, ese enfoque dualista entre fenómeno (lo que se conoce) y nóumeno (que no se conoce, pero es esencial) provocó una reticencia abriendo tres interpretaciones significativas: la dialéctica de Hegel, el materialismo de Marx y la fenomenología de Husserl. De las tres es el materialismo militante para la cual unir esa dualidad bajo el sello de la materia resulta metodológicamente indispensable.

Engels es quien más directamente implementa la crítica a Kant apelando a la ciencia natural, como argumento que “disuelve” al enfoque del nóumeno o “cosa en sí”. El sencillo argumento de Engels es que conforme avanza la investigación científica y se establece una causa de cada fenómeno particular entonces desaparece un segmento de la “cosa en sí”, con lo cual el nóumeno se va retirando como un segmento desconocido de lo real. La actuación práctica del marxismo, descubre que en esto opera una “sustitución pragmática” donde la Materia sustituye a Dios (estableciéndose a la Materia como Ser Eterno, Fundamento de todo, Creadora de Todo, fuente del Saber y Garante de la continuidad),[40] y el propio marxismo opera como religión, con lo que se abre un “culto a la personalidad del dirigente” como nueva religión de Estado, ejemplificada claramente ocurrió en la URSS, China, etc.[41] 

Dios regresando al mundo: Hegel

Con Hegel se presenta la refutación más elegante de la separación entre el fenómeno y nóumeno, al establecer que la conciencia razonando es quien funda y define tal separación, conforme lo indica al comenzar su Sistema de pensamiento. La solución para distinguir tales oposiciones entre fenómeno y nóumeno mediante una razón está en la dialéctica que va avanzando mediante oposiciones, de tal manera que resuelve continuamente las contradicciones. Esta solución dialéctica lo llevó a proponer un Sistema donde la lógica misma opera a la manera de la divinidad, mediante la creación a partir del Ser como nivel más general, con su oposición al No-Ser estableciendo el Devenir. Esto implica que la materia entera es la presencia de la divinidad, por tanto es la manifestación el Espíritu. Una presencia enajenada de éste, que debe descubrirse paso a paso, por tanto la ilustración para Hegel coincide con una teodicea. Lo que está a la sombra del argumento de Hegel explicaría que Marx (frenado en su etapa de “joven hegeliano”[42] para intentar una “inversión” teórica) sea convertido en una figura de tipo religioso para un culto del Estado. Por eso se le ha llamado panteísta a Hegel, a un nivel filosóficamente sutil.  

Una vez que separamos radicalmente del universo algo esencial y fundamental ¿cómo lo regresaremos? Algunos caminos son, de antemano intransitables, otros sirven para alejar cada vez más eso que escapó. La sutura para regresar eso esencial y fundamental debería suministrar una medicina muy radical o bien, escalar un peldaño privilegiado en la Escala de Jacob. El camino de regreso para Hegel se llama filosofía y recorre el Todo al ritmo de su dialéctica, que es un paso a paso que incluye una revelación racionalista y el éxtasis del arte, variedades de lo que él llama el “Espíritu Absoluto”.  

La conciliación entre dioses y el término clave GADU

Para aliviar los conflictos concretos entre religiones se ideó una universalidad, expresada en el término ecumenismo, donde una de las soluciones más prácticas se popularizó en la Inglaterra del siglo XVIII mediante la noción de Gran Arquitecto del Universo. Este término elegante y enigmáticamente condensado en el acróstico GADU, sirvió de explicación e insignia para conciliar las diversas creencias religiosas y favorecer una convivencia tolerante. Durante la Edad Media la profesión del gremio masón adquirió gran brillo, logrando algunas ventajas y hasta privilegios, para que ellos construyeran las catedrales, iglesias, castillos, mansiones… Pero este gremio adquirió costumbres peculiares y con los siglos modernos un aliento singular para integrar elementos pensantes, que fortificaran su organización con las “artes liberales” del pensamiento. En ese proceso se descubrió un procedimiento para combinar el fervor religioso usual, con la aceptación de diferentes versiones que surgían en Europa, entonces el gremio de los constructores proyectó las creencias cristianas hacia un Dios algo más abstracto, pero acorde a su antigua profesión, de ahí nació el término de un Gran Arquitecto del Universo. Algunos pergaminos medievales o renacentistas representaban a Dios con un compás y a los santos con otros utensilios de albañilería. Cuando la masonería operativa dio paso a la especulativa desde 1717 pronto el término GADU reveló sus ventajas para promover la tolerancia entre las diferentes agrupaciones religiosas que confluían en las logias.[43]

Para el observador confundido, este término GADU correspondería a un nuevo Dios, y eso representa un burdo error, pues la masonería no se inventó una deidad adicional. El término sirve como un nivel de abstracción, para que el fervor religioso no choque con la convivencia y la libertad de pensamiento, entonces permitiendo que católicos, protestantes, calvinistas, bautistas, judíos… en fin, adultos de todos los credos se reunieran para convivir pacíficamente  e intercambiar ideas. Con el tiempo, se perfeccionó la divisa de la tolerancia y se amplió el credo liberal, con el cual se debía respetar las creencias religiosas diferentes, ante lo cual el término GADU continúa presente como un recordatorio de la tolerancia.

El nombre de la rosa, no el de Dios

Según el final de la novela “stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”, que se traduce como “persiste el nombre de la rosa primigenia, el nombre desnudo tenemos.” En cambio, las creencias de muchos pueblos refrendadas por los cabalistas judíos indican lo peligroso e importante que es poseer el “Nombre de Dios” pues encierra un poder inmenso, diríase que es la llave para pactar con la Omnipotencia.

De un modo humano radical, lo que no podemos nombrar no existe suficientemente o simplemente no es; en ese sentido, el primer peldaño para acceder a la divinidad sería nombrarla. La dupla inseparable de lenguaje/pensamiento es la vía para el acceso al prodigio, sin la cual no habría modo. Ahora bien, las tradiciones religiosas, a veces son muy cautelosas ante tal posibilidad. ¿Por qué no hablaba Moisés? Era traducido por Aarón bajo esa perspectiva de que lo divino es intocable, mantiene distancia y pronunciar su palabra directa es sacrílego. El Antiguo Testamento insiste en la imposibilidad de mirar directamente a Dios, pues lo cubren humos o nubes; quien pretende tocarlo queda fulminado, incluso ni el Arca de la Alianza debía manipularse, por eso las varas para cargarla y la muerte de quien la toca con la mano. Asimismo, la insistencia en que la entrada al Tabernáculo está vedada; asimismo, el Sanctasanctórum está reservado al sumo sacerdocio, no es un sitio para posar la mirada popular. 

La cábala por milenios ha incluido investigaciones ingeniosas y constantes para descubrir el Verdadero nombre de Dios, con lo cual nos venimos a enterar que siempre lo mencionamos con un nombre sustituto. Incluso los estudiosos del Antiguo Testamento nos señalan numerosos nombres para la divinidad, lo cual debería ser una indicación de que no estamos en posesión del absoluto. Además, los antiguos judíos hasta consideraban blasfemo pronunciar directamente ese nombre sagrado, por lo que se hacía alusión a las cuatro letras, que en griego, resultando el Tetragramaton tan agradable a los ocultistas. Son cuatro letras porque la grafía tradicional omitía las vocales por lo que únicamente se marcaban YHVH para esa palabra prodigiosa. Según la interpretación tradicional un significado directo implica que escribir las cuatro letras alude a “Él es”, por tanto únicamente le atribuye el Ser a la divinidad. Al interpretar YHVH se alude a su creación absoluta, como el Creado por Sí, con paradigma de la autonomía suprema y la libertad absoluta que se crea ella misma.[44] 

Después del nombre principal, para los hebreos existen muchos otros varios que aluden a sus características particulares, que no trataremos por no abundar. Asimismo, la prohibición de la pronunciación del nombre correcto de Dios entre los judíos era significativa, lo cual nos sugiere una doble vertiente: las letras objetivas y un pronunciar subjetivo, son los dos lados de la moneda. 

Ahora bien, en lo anterior encontramos que le pensamiento ha ofrecido un universo sin Dios y se plantea el camino de regreso. El peldaño obvio parecería ser el nombre de la divinidad, para invocarla y establecer el punto de contacto; pero la tradición hebrea indica que eso está prohibido, es sacrílego. Sospechamos, entonces, que la palabra tradicional del Tetragramatón con YHVH (sin sus vocales) se ha levantado cual Palabra Sustituta, pues la original está oculta de modo forzoso. La película Pi el orden del caos nos ilustra una búsqueda de una palabra tal que resulta ser un número, que a su vez es un programa computacional, que relaciona las predicciones de la Bolsa, con la generación de vida, la cábala y la intriga que está presionando a una mente juvenil más allá de sus límites.  

Entonces ¿qué con la rosa con su nombre? Ella misma sirvió de representación de la divinidad, en especial de Cristo durante la Edad Media, evocando el aspecto delicado y fugaz de la “existencia”.

La estética divina

Si cuando desaparece la rosa nos deja únicamente su nombre, según revela la frase elegida por Umberto Eco para finalizar su novela… ¿No nos entrega algo más permanente? El romanticismo fue un grito entre las épocas que movió las sensibilidades al límite y vislumbró una religión del arte, por tanto sería en la sensibilidad estética donde lo divino se manifiesta con más potencia.

Claro, para una perspectiva de lejanía de Dios con el mundo lo más recomendable es una opción iconoclasta, que condena la representación. La opción iconoclasta está entroncada con las creencias bíblicas y, además, crea una dificultad para la representación estética. Siendo que los sentidos son “las puertas del alma”, el plasmar mediante los sentidos una percepción tan sublime que se perciba ya trasmundana resulta una opción importante.

Pero en el romanticismo el espacio para una religión del arte no fue como en el medioevo de evidente utilidad para la iglesia, sino un proyecto más ligado a lo sublime, como lo explicó Kant. Lo sublime estético sirve como un eslabón clave en el argumento de Lyotard, para definir la posición de lo moderno y su paso a lo siguiente; lo moderno ha sido romántico-sublime, definido al modo de Kant, que implicó una desmaterialización en favor de un espíritu inefable[45]. Ya en el concepto estético de lo sublime existe una escapatoria frente a lo real, al tiempo que un remitirse a la realidad; situación que se está rompiendo con lo posmoderno.

Entonces la estética de lo divino, cuando menos, presente tres alternativas: el ícono (la estética piadosa presentando la cara de un Dios hierático al estilo bizantino y tantas variedades de la grandeza en sí, como también lo es una pirámide egipcia), el barroco que mezcla (en especial al humanizar la divinidad y “curvarse” ante tal representación, como los Cristos sangrantes y las pasiones dentro de catedrales góticas) y la tendencia hacia lo sublime (en sí misma tan indefinida, como la poesía mística de San Juan de la Cruz o el romanticismo de la naturaleza convertida en un panteísmo sensorial).

En especial, lo sublime está más allá de las palabras y entronca con la emoción cuando la desborda, rebasa al sujeto y quizá hasta lo anonada (en una “nada” primordial) ante la grandeza, por eso se enlaza con la visión de la divinidad. La sublimidad sirve de prueba de vida y señal de que hay algo distinto a la mera y llana existencia, sin embargo, para el superinteligente se reconoce la hipótesis del autoengaño, tan presente en el tema de las drogas.

Con lo explicado aquí no se acaba el espacio para una consideración sobre las manifestaciones estéticas de lo divino. Los expresiones más contrastantes como la comicidad son dignas de consideración en las interrogaciones sobre una presencia trascendente. Según una afirmación irónica de Dienesen “el verdadero arte de los dioses es lo cómico… Con tal que tu burla sea de auténtico gusto divino, puedes burlarte de los dioses y seguir siendo, sin embargo, su sincero devoto.”[46] Lo anterior se relaciona, incluso con la blasfemia, pues la representación mundana de lo divino está sujeto a cualquier reto y la risa suele considerarse una blasfemia frente a la seriedad del devoto. En realidad, la risa es un retorno a los orígenes y a los límites del silencio, por tanto, permite un retorno hacia la interrogación, por lo que no implica un sacrilegio. Está permitido reírse, ningún Adán fue expulsado por sus carcajadas y esto se integra en las dudas que nos despierta la estética.   

Por educación cristiana estamos más acostumbrados a asociar la devoción caritativa con la religiosidad. De manera convincente algunos nos recuerdan que en el cuerpo del pobre existe Cristo, por tanto señala su vía favorita de ganarse el cielo. Espero que los argumentos anteriores por sí mismos, permitan comprender que la proclividad al pobre como signo redentor —o, su opuesto, un amor perverso por la riqueza— representan niveles irrelevantes para una trascendencia. Si bien, estamos de acuerdo con practicar sistemáticamente la filantropía y aliviar al que sufre, eso no resuelve ningún acertijo intelectual respecto del acceso a la divinidad.

 

Las drogas sagradas

Antes de que fueran un asunto de salud pública tan dramático, algunos autores clásicos de la exploración personal se interesaron por la vinculación antigua entre la sustancias psicotrópicas y lo sagrado. El más notable por sus antecedentes, Aldous Huxley buscó los efectos de la droga mezcalina contenida en el peyote, para expresar una experiencia sagrada con los ojos de un artista. Sus explicaciones son las más paradigmáticas sobre esta experiencia por ejemplo, Huxley indica: "Yo miraba mis muebles no como el utilitario que ha de sentarse en sillas y escribir o trabajar en mesas, no como el operador cinematográfico o el observador científico, sino como el puro esteta que sólo se interesa en las formas y en sus relaciones con el campo de visión o el espacio del cuadro. Pero, mientras miraba, esta vista puramente estética de cubista fue reemplazada por lo que sólo puedo describir como la visión sacramental de la realidad. Estaba de regreso en donde había estado al mirar las flores, de regreso en un mundo donde todo brillaba con la Luz Interior y era infinito en su significado."[47] Con diáfana claridad Huxley, un educado escritor con una sólida formación racionalista, establece el vínculo entre su experiencia con un alucinógeno particular y la percepción mística de un infinito más allá del mundo material.

Siendo un argumento históricamente importante, este tipo de situaciones sirve para el contraargumento ateo donde se complace en que una sustancia química sirva para alterar el funcionamiento normal y entre tales brumas aparezca o se intuya una divinidad. Para el materialista, entonces el “verdadero” generador de divinidades sería un alucinógeno y se remitiría a otro doblez sobre la frase de “la religión es el opio del pueblo”,[48] pero interpretada la frase biológicamente, pues el demandante de “opio religioso” sería el cerebro. La pregunta sería ¿cómo la mayoría de las alucinaciones son simplemente eso mientras algunas son “las puertas de la percepción”?

En especial, un argumento de Huxley que aquí se acepta es que el mundo desborda hasta la percepción y que nuestra mente ordinaria sirve como un desfiladero estrecho o, mejor, como el ojo de una aguja para empobrecer la percepción, donde ese “empobrecer” la percepción mantiene la estabilidad material del mundo, dejando de lado el desbordamiento místico… En este caso, tal desbordamiento es un indicio de la divinidad, cual meta-existencia. ¿Mera ilusión ese desbordamiento de una meta-existencia? Tras mucho viaje intelectual, la física cuántica considera que el espacio-tiempo más diminuto es un hervidero de posibilidades, donde confluyen hasta universos paralelos. Desde este punto de vista, este tema de las drogas no sirve para nada concluyente, quedando dos opciones para la elección: o una alucinación es el fondo o bien hay algo más allá espléndido que hasta una alucinación respeta y ni la mente alterada lo puede destruir.

Prodigio: la adivinación del futuro

El contraargumento de que una sustancia alucinógena es la causa de lo divino nos lleva directamente hacia la narración del Oráculo de Delfos. La adivinación del futuro fue una institución religiosa fundamental entre los antiguos griegos, y entre todos los oráculos el más reconocido fue el de Delfos que funcionó durante más de un milenio. A la distancia, esa institución resulta increíble: acudían los griegos de las distintas ciudades y comarcas con preguntas sobre el futuro a la pequeña ciudad de Delfos donde había un adoratorio de Apolo, ahí unos cuantos sacerdotes custodiaban a la Pitonisa, que era una sacerdotisa a quien estimaban dotada para adivinar el futuro. La Pitonisa se sentaba en una caverna vaporosa, entraba en una especie de trance y decía frases misteriosas para responder a los peregrinos. Los viajeros daban generosos regalos para el templo y la fama del Oráculo era tal que servía como un eje político religioso, hasta para dirimir las diferencias entre los pueblos o para decidir si se participaba en las grandes guerras, como contra los Persas. Recordemos que entre esos mismos pueblos nació el racionalismo y la filosofía, reconocidos por sus vecinos como los más astutos y desconfiados de las supercherías. El primer libro al que consideramos de indagación histórica importante, las Historias de Herodoto, se pone a reflexionar seriamente sobre el Oráculo y da ejemplo de cómo los reyes probaban esa institución, no vaya ser que fuesen engañados por vaguedades.

Desde la modernidad positivista se desestimó cualquier facultad profética de la Pitonisa de Delfos en base a dos argumentos. El primero es la ambigüedad como elemento del discurso, donde un dicho ambiguo encajaría en cualquier episodio posterior. La famosa consulta sobre una guerra donde la adivina respondió que un reino perecerá es un ejemplo citado de la indefinición. La presencia de casos indudables de éxito predictivo no son concluyentes por la ausencia de medios de contraste o control, aunque sí hay aciertos tan desconcertantes como los del “Pulpo Paul” vaticinando y acertando todos los partidos del Mundial de fútbol Sudáfrica 2010. Una capacidad predictiva tan clara como una línea de 8 partidos seguidos, bajo los reflectores de la prensa es desconcertante, pero queda en pregunta, porque no se repite.  

El segundo argumento tradicional para desechar las predicciones de la Pitonisa es el de que las palabras extrañas fueron provocadas por una peculiar intoxicación de gases en la caverna de Delfos, durante mil años. La explicación resulta todavía más desconcertante ¿cómo una doncella intoxicada pudo generar predicciones aceptables durante un milenio para engatusar a los astutos griegos?

Pasando a un argumento favorable a Delfos, cabría suponer que el futuro sí ha ocurrido, por tanto sería viable detectarlo mediante un salto cuántico o una transposición dimensional (la espiritistas suponen una cuarta dimensión que les daba acceso al futuro). Lo cual hasta la fecha es mera especulación, pero sí nos sirve para imaginar un plano superior al existir.[49] Si en un plano adicional del ser hay un tal Ser que traspasa la línea del tiempo, entonces se explicaría el prodigio de la premonición y la profecía. Ahora bien, el acceso a esa dimensión superior que salta entre las barreras del tiempo podría también ser interpretada como un milagro. 

Milagro: el argumento favorito del Dios bíblico

Debido a la tendencia recurrente de los antiguos judíos del periodo del Éxodo a recaer en la idolatría y la desobediencia se argumenta que los milagros resultaban tan necesarios como los castigos de YHVH, lo cual fue un argumento favorito en los relatos. Los antiguos milagros eran las comprobaciones para la fe, sin embargo, el desarrollo de la ciencia ha vuelto el tema más complejo; pues en la antigüedad bastaba que un evento fuera sorprendente o majestuoso para considerarse acuñado por un milagroso.

Que Daniel se encerrara en el foso de los leones y saliera indemne pudo resultar de causas naturales, pero en el relato bíblico se imputa un milagro. Ya que el relato no es exacto, sabemos de hipótesis donde unos leones no se comen a una persona. Si un evento descrito simplemente parece contravenir las leyes de la naturaleza o carecer de causa, para el escéptico es un tema a estudiar, y se estudiará algún día conforme sea reproducible, observable, controlable, verificable… En fin, el milagro siempre es un evento indócil, si lo consideramos fuera de lo ordinario y además confirmamos que no hay modo de reproducirlo ni controlar su medición.

Ahora bien, la presencia de milagros inesperados entraría en armonía con la característica afirmada de Omnipotencia de la divinidad. Aunque hubiera un Creador tipo Dios relojero, su lejanía le quitaría interés emocional al tema, aunque valga la hipótesis de que el Omnipotente de modo voluntario restringe sus intervenciones en el universo, por no ser caprichoso y respetar la perfección de su universo creado.

Los cazadores de lo sobrenatural son perseguidores de milagros, aunque no se den cuenta abonan la presencia de un trasmundo que nos remite a un principio mágico y trascendente. El cazador de lo natural puede adquirir una plaza razonable en una universidad o en un laboratorio científico; el perseguidor de lo sobrenatural debería inscribirse en un seminario religioso o mantenerse en los márgenes de las revistas sensacionalistas. Para el cazador naturalista cualquier prueba de un milagro es un reto para demostrar que es un mito, la misma tarea básica de la Ilustración, en principio lo rechazará y no importará cuán probado permanezca un caso milagroso, como sucede en las curaciones inexplicables. En el sentido escéptico, un milagro lo será mientras no se pruebe lo contrario; en el sentido, religioso lo mismo sucede con el universo material entero que es “material” mientras no se demuestre lo contrario según una hipótesis del tipo Berkeley o una narración de Borges.

El argumento súperinteligente sería capaz de mantener ambas hipótesis y actividades intactas, tanto el fructífero cazador de realidades que desenmascara las fantasías, como el audaz perseguidor de meta-realidades que no desmaya ante las pruebas de la ciencia ni de lo ordinario, para rescatar el caso imposible (antes de su gesto audaz).

Conclusión I: ¿De qué hablamos con “existencia de Dios”?

En lo que sigue reforzamos el concepto básico de esta discusión: intentar una “existencia” particular de Dios implica reducirlo a un fenómeno material, con lo cual también lo vulneramos. La capacidad para comprender los números nos indica la presencia de “realidades abstractas” que no se delimitan a su cuadrante material, los antiguos pitagóricos al concebir los números se dieron cuenta que la materialidad concreta estaba rebasada, al mismo tiempo que eran las más valiosas herramientas mentales para comprender su realidad. De ahí, los pitagóricos establecieron una relación directa entre los números y una especie de teología de la manifestación.

Una vertiente racionalista ha logrado interesantes logros expulsando a Dios y los conceptos religiosos de la naturaleza, para ganar en objetividad y deshacerse de mitos. La ilustración consistió en desechar de las brumas de la fantasía, sin embargo el proceso llegó a un nivel culminante y en los temas de la totalidad se atascó: el cosmos adquirió el perfil de una divinidad material.[50]

La cosmología moderna, lejos de refutar la noción de un Génesis, la ha reformulado en otros términos. Y que el principio astrofísico nos lleve hacia un punto único (donde el tiempo carece de sentido) vuelve a las ideas aristotélicas sobre un “primer motor”, bajo gran complejidad de sus formulaciones. Dirigir la mente hacia un principio antes del tiempo-espacio bajo otras leyes físicas, no resulta distinto a la especulación teológica, cuando ha aseverado que hay una Inteligencia Suma ordenando el universo.

El silencio de Dios no resultaba un tormento para el pitagórico aunque quizá sí un desafío cuando jugaba con los números y las geometrías que le explicaban lo sagrado. El argumento emocional más disolvente es la convicción de una injusticia para el justo, lo cual se resuelve con el argumento platónico: siendo el alma inmortal, cualquier desgracia resulta un episodio templado ante la largueza del retorno.

El debate continuo entre las distintas religiones, además de las muchas guerras del pasado, ha servido para relativizar las creencias y dar argumentos sobre la importancia de la tolerancia. Resulta inútil atacar a otras las religiones como supercherías y defender la propia como revelación cuando intentamos armar una solución inteligente.

Es indispensable enarbolar el análisis racionalista, pues durante milenios la jerarquía religiosa obligó al pensamiento arrodillarse ante las puertas de la fe. El análisis racional es el medioambiente de la inteligencia, por eso no se paraliza más ante las puertas de la fe. Espero que con lo anterior, algunas convicciones ciegas queden sacudidas y las falsas oposiciones se disuelvan ante la luz de la racionalidad, aplicada en todos los campos, incluido cada más allá. El futuro pertenece a la inteligencia multiplicada por los medios científico-tecnológicos, bajo el nuevo ambiente el espíritu se habrá de adaptar y mostrar de qué está hecho. Los antiguos afirmaron que el espíritu, en su recóndita esencia y su manifiesta grandeza, es el pensamiento más puro que, al revelar su divinidad, se conecta con fuentes infinitas de saber.[51] El futuro revelará qué tanto fue una emanación acertada o una hipótesis a revisar.

NOTAS:

[1] La fe ha servido de mascarada para toda clase de abusos de poder, por ejemplo, si se investiga la historia de la Inquisición, se encontrará cómo la Iglesia perseguía violentamente cualquier opinión disidente, castigándola con tortura y asesinato.

[2] Stanislav Lem, Solaris, p. 94

[3] Debemos permanecer alerta ante cualquier intento de simplificar las escalas, pues siempre una “sensación” de superioridad con facilidad se convierte en prejuicio; pues los cambios de nivel son cualitativos y poseen enormes complejidades, tal como se esforzó en reinterpretar el pensamiento previo Levi-Strauss en El pensamiento salvaje.

[4] Isaac Asimov, La última pregunta.

[5] Bertrand Russell, en el artículo «Is there a God?» (‘¿Hay un Dios?’) Anoto que la hipótesis de algo tan pequeño que no se alcanza a ver ni a medir suele ser una hipótesis en el camino de la ciencia, persiguiendo neutrinos o cuarks, hasta que el vestigio diminuto encaja en una teoría consistente. Entonces la tetera voladora no es un disparate de la religión, sino una metáfora a medio camino entre el investigador y el creyente. Asimismo, la segunda parte de este argumento, muestra gran maestría retórica, para defender una posición agnóstica o atea, cuando continúa:  “Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo ilustrado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.”

[6] Los apuntes póstumos de Blas Pascal se recompilaron bajo el título de Pensamientos sobre la religión y otros asuntos, en el año 1669.

[7] El texto original en los Pensamientos… de Pascal dice: “Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no resulta más perjudicada al elegir la una o la otra, puesto que es necesario elegir. Ésta es una cuestión vacía. Pero ¿su bienaventuranza? Vamos a sopesar la ganancia y la pérdida al elegir cruz (de cara o cruz) acerca del hecho de que Dios existe. Tomemos en consideración estos dos casos: si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste a que existe sin dudar.”

[8] Derivada de esta situación la lucidez de muchos filósofos existencialistas, han mostrado que esta enfermedad es casi una ruta forzosa para la inteligencia. Véase a Kierkegaard y la posterior narrativa.

[9] Una estimación de 2007 planteó que solamente el 2% de la humanidad es abiertamente atea y el 11% no es practicante activa de ninguna religión, aunque no se manifiesta atea. The World Factbook, editado por la CIA, 2007.

[10] Biblia, Job 7-12, Traducción Reyna Valera.

[11] Toda escala es una serie en el sentido amplio, siendo un conjunto que sirve para conectar, sin tal utilidad dejaría de ser una escalera.

[12] Génesis 28,11-19. Versión Biblia Vaticano.

[13] Estos términos del Génesis merecen también una larga discusión, sobre ¿qué es “imagen y semejanza” entre una Omnipotencia y un ser espacio-temporal finito?

[14] La afirmación sobre ADN posee también su buena dosis de exageración, pues basta el cambio de una molécula para indicar que hay una diferencia. Entre dos ordenadores idénticos al 99.999% basta que a uno le quitemos el enchufe de corriente y con esa diferencia de 0.001% se convierte en absoluto inservible y sin servicio. Pero si el ADN contiene 3 mil millones de “letras”, la diferencia de especies se estima que un 1% son 30 millones de diferencias. ¿A eso se le puede llamar idéntico? Pues, simplemente, no merece tan identidad.

[15] De manera casi cómica la Hipótesis Omphalos especula alrededor de ello al suponer que Dios creó una huella de antigüedad enorme al universo y a la tierra, incluso colocando un ombligo a Adán, cuando no nació de una mujer, no tuvo cordón umbilical y, entonces, el ombligo carece de sentido.

[16] Isaac Asimov, De los números y su historia.

[17] Juan Evangelista 3, 27-31

[18] Juan Evangelista 1, 19-23. Las interpretaciones bíblicas también creen que Juan Bautista sí representa el regreso del profeta Elías, pero no fue reconocido por el pueblo judío, por tanto se mantuvo en su figura distinta.

[19] Edouard Shuré, Los grandes iniciados, Cap. VIII, “Jesús la misión del Cristo”.

[20] En este caso, por “psicología evolutiva” entiendo a una mezcla de psicología empírica, hipótesis conductual y tesis de la evolución de Darwin adaptada al ser humano, no me refiero al término “psicología evolutiva” en cuanto estudio de la evolución de la mente desde la tierna infancia. Argumento de Michael Shermer de la Skeptic Society.

[21] Siguiendo el mismo ejemplo metafórico, del ciervo asustadizo es viable argumentar por la preferencia hacia las observaciones acertadas por sobre las equivocadas. La experiencia orilla a preferir las correctas y desechar las incorrectas. ¿Todos los ruidos entre la hierba provocan estampidas? No, no lo hacen, solamente cuando resultan parecidos al sonido del predador o se suma un lejano aroma a cazador.

[22] Este remitir superior a inferior, exige que se avance paso a paso, como lo hace la geometría axiomática, la filosofía analítica de Descartes, y cualquier investigación seria, los saltos mentales deben ser muy cuidadosos.

[23] Nietzsche se burla y martillea contra esa “psicología” que explica cualquier tendencia humana por un irrelevante eco de briznas de costumbres que se han sedimentado en los siglos, esto con motivo de su Genealogía de la moral.

[24] Descartes, Meditaciones metafísicas.

[25] Marx, Crítica de la filosofía del derecho.

[26] Aunque la noción divina, al mismo tiempo, manifiesta las carencias humanas: inmortalidad, súper poderes, etc. Ampliando el argumento, el filósofo materialista Feuerbach expone cómo todos los conceptos propias del cristianismo son extrapolaciones y ampliaciones del ser individual y, en especial, social del hombre, argumentación que desarrolla mediante el concepto de alienación que retomará el joven Marx en un sentido más social.

[27] La amplia obra de Nietzsche apunta en esa denuncia de la religión como una enfermedad que ha carcomido la razón y la salud de los pueblos, como en Genealogía de la moral y Así hablaba Zarathustra.

[28] De modo inquietante, Nietzsche señala la afinidad entre el triunfo arrollador del cristianismo primitivo entre los pobres y las tesis radicales que buscan justicia como las jacobinas o socialistas, como procesos que traen la persecución del saber racional y la expansión de una enfermedad colectiva en El Anticristo.

[29] El Libro de Job representa el pasaje más clásico de la Biblia encarando la ironía del justo sufriendo de injusticias.

[30] La actitud bíblica ante la misma caída de Israel y su Templo más sagrado resulta muy significativa para este argumento, quien ahonda en tales argumentos, encuentra respuestas para estas paradojas.

[31] La hipótesis de un demiurgo malicioso se repite incansablemente entre las mitologías y los pensadores, para dar una salida satisfactoria a las innumerables desgracias que asolan a la humanidad.

[32] Interesante argumento de Nietzsche sobre el Eterno Retorno, donde también lo adolorido se convierte en eterno presente mediante un regreso fatídico.

[33] La filosofía utiliza el término “categoría” para referirse a los conceptos más generales que sirven para la explicación de todo o para la operación básica del pensamiento, lo cual es clave en los sistemas de Aristóteles y Kant.

[34] Así llamado entre comunidades indígenas al artesano que creaba figuras de dioses.

[35] Definición de F.C. Copleston en su debate contra Bertrand Russell en torno a la existencia de Dios.

[36] Véase la explicación de Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida.

[37] Horkhaimer y Adorno en La dialéctica de la ilustración.

[38] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q.29 a.3.

[39] Génesis 2:7.

[40] Este carácter metafísico y fundante de la Materia se desprende con claridad en las interpretaciones de Engels cuando establece su visión radicalmente materialista, tanto en su discusión con Dühring como en la Dialéctica de la naturaleza. Especialmente notoria es la noción de la eternidad de la material cambiante y la hipótesis de un regreso de los tiempos, como dice una canción “cuando las estrellas se apaguen…”.

[41] El argumento completo está claro en los Ensayos de Jorge Cuesta, aquí saltamos su detalle.

[42] En especial, la meta-teoría social de Marx es la congelación en un capítulo de la Fenomenología del Espíritu, llamado “Dialéctica del amo y el esclavo” o “del señor y el siervo”, que corresponde al burdo despertar de la conciencia, según el ambicioso. Pero ahí se queda la versión de la lucha de clases, convertida en la clave materialista como el final de la dialéctica. Compárese el Manifiesto comunista con la Fenomenología del Espíritu.

[43] La Constitución de los masones de 1723 llamada de Anderson ya indicaba la mutua tolerancia religiosa.

[44] Curioso que un filósofo de vertiente atea como Jean Paul Sartre haya captado brillantemente que la libertad absoluta es una característica del concepto de Dios en El Ser y la Nada.

[45] Francois Lyotard, La posmodernidad explicada a los niños, Que para explicar el tránsito hacia la posmodernidad se desliza a hacia lo “impresentable”, a su vez, consistente en un enmascaramiento para ocultar lo indeseable.

[46] Isak Dienesen, “El acre del dolor”, en Cuentos de invierno. Algunas actitudes recomendadas por Erasmo de Rotterdam van en el mismo sentido.

[47]HUXLEY, Aldous, Las puertas de la percepción, p. 27

[48] Karl Marx, Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel

[49] Hay una elegante explicación en Cosmos de Sagan sobre la hipótesis de un plano superior que pudiera traspasar la barrera del tiempo.

[50] La materia del universo, en Engels adquiere el perfil de una divinidad: eterna y creadora, obligada por sus leyes a producir una humanidad, en una eternidad de tiempo; con lo cual la misma hipótesis dialéctica queda vulnerada. Engels, Anti-Dühring.

[51] Para Basílides se integra una Ogdoada Gnóstica según la cual todo lo Inteligente, lo Sensible y lo Material emanan en flujo inagotable de la Deidad representada por la gran Estrella Polar, en tanto que la Mente, la Razón, el Entendimiento, la Sabiduría, el Libre Albedrío, la Virtud y la Conciencia, manan desde las siete estrellas pequeñas. Véase Jorge Luis Borges: Una vindicación del falso Basílides.