Música


Vistas de página en total

domingo, 22 de noviembre de 2020

SIRENAS MUDAS, DESCUBREN

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Esta curiosidad volvió cuando descubrí al viejo pescador que cohabitó con una y quedó su testimonio . Ya era un anciano cuando lo encontré y no abandonó por gusto a esa hija de Neptuno.

La estirpe de las Sirenas ensordecida por su propio canto, también enmudece por amor. Su canto bello y seductor, brota desde el torbellino de sus laringes donde convergen placeres del agua convertida en brisa, desplazándose rítmicamente sobre playas y acantilados, aunados a la dureza aérea de los riscos cuando éstos resisten la tormenta nocturna y convocan hasta la violencia del rayo. Ese canto de brisas se encadena y retorna arrollador mediante la alianza acuática y femenina; al sumarse, tal conjunto magnetiza y arrastra. Desde la protectora lejanía una Sirena solitaria resulta bella y hechicera, en cambio el coro de Sirenas avasalla cual torrente de río embravecido, agregando arroyuelos cautivadores hasta convertirse en catarata magnética que arrastra sin tregua. Únicamente desde la distancia se capta al coro de Sirenas, mientras su cercanía se convierte en inaudible ya que su ímpetu deja sorda la conciencia, baldado al oído y simula su opuesto: un túnel de silencio durante una tormenta. En la cercanía, paradójicamente, el orfeón de Sirenas resulta inaudible por efecto de su arrastre, el navegante conducido por ese canto permanece insensible ante cualquier ruido, mientras se empalaga y embriaga con las encantadoras hijas del mar.

Quienes afirman haber escuchado el canto de las Sirenas desde la distancia confirman que perdieron la noción del tiempo, entrando en un sueño de delicias irresistibles (luego, en completo sopor) hasta desmayar entre la oscuridad del olvido. La comparación corresponde a un ahogamiento empalagoso, arrastrado por una catarata de sonidos.

 

Por diseño natural, las Sirenas soportan una variedad de sordera singular agudizada por el contacto humano. Aunque un amigo atacó esta idea indicándome que las formidables fauces del tigre no le empujan a devorarse, sigo opinando que el sonido es expansivo, no respeta sino las fronteras del aislamiento y la distancia. Cuando el retumbo es intenso y cercano ni siquiera el mejor tapón nos liberaría del golpe sonoro; en cambio, la distancia brinda garantía contra un sonar pernicioso.

 

En la ciudad y puerto de Crotona —donde nací—, el relato de una Sirena cautivada por la gentileza de un pobre marinero cobró fama. Hasta hoy ningún anatomista ha examinado a una Sirena ni viva ni difunta; entonces para saciar mi curiosidad interrogué a marineros, encontrando relatos interesantes aunque de segunda mano y sin la fuerza de la verosimilitud, hasta que descubrí al viejo pescador, de nombre Dorian, quien permaneció en compañía de una hija de Neptuno y aislado durante décadas. Era muy anciano cuando lo encontré, porque desde joven habitó en un arrecife, alejado de las personas y sitiado por los regalos del mar. Sobre ese islote tan pequeño resultaba sorprendente la supervivencia, pues se delimitaba en pocos metros rocosos rodeados de un oleaje veleidoso: ora calmo, ora enfurecido. En el centro se elevaba un promontorio y bajo su suelo yacía una estrecha cavidad, donde manaba una provisión permanente de agua dulce. Las condiciones del clima agobiaban por lo cálidas durante el verano y rigurosas en invierno. Nosotros, abrigados en el puerto de Crotona, no comprendíamos los motivos para habitar en sitio tan inhóspito y sin acceso a cereales y frutos de tierras costeras. Al ocaso de sus años ese marinero abandonó su aislamiento para languidecer junto a su pueblo natal.

 

Platiqué con Dorian, y meses después remonté más allá de nuestra costa hasta encontrar y desembarcar sobre el islote donde habitó. Ahí comprobé los restos de su rústica morada, ya derruida por la inclemencia de los elementos, y además probé el agua dulce de la pequeña gruta al centro del promontorio. Un sitio tan pequeño que nunca antes recibió nombre, luego de confirmar sus infortunios los marineros empezamos a llamarlo también arrecife de la Sirena.

Él mismo me contó su ventura y desventura, jurando sobre la tumba de sus antepasados la rectitud de sus palabras. Relató que en su juventud una fresca madrugada se alejó para la pesca solitaria, montado en una barcaza de solo una vela como ya era su costumbre. Ese barquito conformaba su única herencia, sus padres habían fallecido unos años antes durante una epidemia y se enemistó con sus hermanos. Una doncella que antes amó, lo despreció para casarse con un agricultor próspero, quien se diría rico al compararlo con un pescador solitario.

Aquella temporada fue mísera y las redes regresaban vacías, como si los dioses castigaran a los pescadores. Durante esa madrugada se alejó lo más posible de la costa, esperando alcanzar un banco de grandes peces, con el cual había soñado. Dorian se enfiló hacia el poniente aprovechando un viento constante; avanzó más allá de lo prudente para ese barquito unipersonal, pero amaneció animado con un presentimiento intrépido. Ese amanecer tampoco le trajo pesca ninguna y al mediodía el viento se varó por entero. Resultaba ocioso remar por la enorme distancia hasta la costa, así que descansó durante el cálido día. En la noche refrescó una suave brisa, pero con dirección hacia el norte. Desesperándose por la demora, entonces intentó aprovechar ese viento contrario, pero terminó navegando en zigzag pues bajo el oleaje fluía una contracorriente marina, la cual escapaba en tangente opuesta a la dirección de la lejana costa. Imaginó para consolarse que esos movimientos zigzagueantes lo acercaban hacia los peces anhelados. En la madrugada siguiente lanzó sus redes y capturó un par de atunes de tamaño modesto.

Los dioses debían estar molestos, sin escuchar súplicas de marineros. En el día sació su hambre con pez crudo, pero cayó en cuenta que la provisión de agua dulce era escasa y la sed sería un peligro si no soplaba un viento favorable el próximo día. El día siguiente no tuvo fortuna con los peces ni con el viento. Con el último trago de agua dulce agotado, miraba con desesperación las nubes implorando por lluvia para refrescar la garganta.

Sin mejores opciones tomaba el viento desfavorable, modificando la dirección con su rústico timón, así derivó en vaivenes rumbo del norte hacia una región desconocida para él. La dirección fue confirmada por las estrellas, cuando esa noche a lo lejos divisó una tormenta furiosa, cuajada de terroríficos relámpagos, con sus enormes luces castigando la superficie marina y un eco de voz grave. Los rayos asecharon su bote, mientras grandes olas lo obligaban a remar para enderezar la proa y mantener el precario equilibrio. El combate nocturno por sostener la verticalidad de su bote lo fatigó y casi quiebra su voluntad. Ya muy agotado, al clarear la madrugada Dorian vislumbró el islote entre la bruma. La música es mercancía de lujo vedada para los pobres de la costa y le sorprendió un sonido entre melodía dulce y llanto con una mezcla desconocida para sus oídos rudos. El canto era tenue, casi un susurro, y la sensación de un llanto sustituía a la melodía de fondo. La mente del marinero se turbó y entró en un espacio de nieblas interiores y dejó de percibir el contorno claro de la cosas. Olvidó el cansancio arrastrado por la ansiedad de alcanzar ese tenue canto, ignorando los consejos populares sobre la voz mortal de las Sirenas.

Cuando despertó de su ensueño ya estaba entre las rocas y arrodillado junto a una Sirena trigueña, la cual yacía desmayada, con marcas de golpes recientes sobre un cuerpo con mitad de fino mármol rosa y mitad escamas de iris. El rostro plácido y armonioso lo describió según las delicadezas de las hijas de Diana; más virginal que el amanecer y tan resplandeciente como la Luna. Sorprendido ante la belleza e indefensión de la criatura quiso ayudarla pues notó que su corazón latía con debilidad. Imaginó que la furia de la tormenta nocturna la arrojó, golpeándola contra las rocas de la isla. El elemento tierra daña a las Sirenas, causándoles sequedad enfermiza cuando permanecen expuestas. Gracias al agua dulce de la gruta, a la cual el marinero atribuyó propiedades curativas y una magra provisión de peces cuidó a la Sirena.

Ella no temía a los humanos, por lo que aceptó los cuidados de Dorian sin oponer resistencia. Los primeros días de recuperación de la Sirena fueron extraños y hasta enloquecedores para el pescador, porque ella cantaba por ratos, como si esa fuese su voz inconsciente. En esos lapsos, el extraviado Dorian perdía la cabeza, quedaba en trance y se acercaba sonámbulo hasta ella, para abrazarla con torpeza y magullarla sin querer. Ese estado de trance también le causaba debilidad y torpeza, así el marinero nunca la lastimó seriamente. Según parece ella terminó dándose cuenta del perjuicio causado por su voz, así que progresivamente minimizó sus sonidos hasta desvanecerlos y esterilizarlos.

Tras varios atardeceres ambos ya habían tejido mutuo afecto. El marinero le habló de distintas maneras, pero únicamente el lenguaje más simple de señas resultó de utilidad, así él relató que su Sirena era sorda aunque quizá el burdo lenguaje marinero le resultaba incomprensible. 

Con el tiempo, la Sirena adormeció su canto habitual (el peligroso hipnotizador de navegantes) convirtiéndolo en un susurro menos que imperceptible, el cual también encantaba a Dorian pero ya no lo enloquecía.

Esa ubicación del promontorio le resultaba desconocida y los vientos circundantes seguían paralizados, el marinero se resignó a sobrevivir en calidad de náufrago, aunque disponía de su bote intacto. Cada mañana él se sentaba en la orilla y la Sirena —ya recuperada por entero— lo animó mediante señas para sumergirse y mejorar su nado, porque este marinero flotaba con torpeza como hacen los perritos, con la cabeza arriba del agua y agitando las extremidades por abajo. Ella, por breves ratos, salía del mar para descansar sobre la orilla y compartían peces frescos, agua dulce de gruta, mimos y caricias. Por medio de señas ella le daba votos de amor y promesas de regresar cada amanecer, porque dormía bajo las aguas profundas. Empezó como una solución provisional y terminó vocación perpetua: Sin familia ni mejores esperanzas él fue feliz durante años con la compañía susurrante de la Sirena.

 

¿Cómo ama la Sirena? En este punto el escepticismo griego y la curiosidad egea estallaron en interrogantes. Ningún relato anterior me convenció, entre quienes han contado nadie ha explicado cómo satisfacían su pasión física las hijas del mar. Este punto debía quedar claro; la embriaguez del canto serviría de anzuelo para evadir una aclaración. El argumento de que la boca sirve para todo no surgió en esta ocasión; Dorian explicó: “Ella es de agua; cuando se excita se vuelve gelatinosa y tinta ardiente que no se retira sino se pega cada vez más; entrando por los poros y los orificios del cuerpo; por momentos no deja respirar; esa argamasa de pasión trata de entrar a uno y lo logra.” Pedí más explicaciones, intrigado por la invasión ardiente de gelatinas apasionadas. “Con cada caricia sus manos tornan en gelatinas, la piel escurre; su cara pierde contornos… Es una ebullición peligrosa; a eso se refieren los relatos sobre náufragos muertos por Sirenas; no ha sido intencional, sino pasión de sustancias acuáticas que nos ahogan.” Siguió convenciéndome que si la unión ocurría sobre tierra, ella se untaría en la roca y no regresaría; si el encuentro sucedía entre aguas bravas, el riesgo era que él terminara asfixiado, al mezclarse el cuerpo diluido de la Sirena con la misma mar. Al terminar la pasión, ella volvía a solidificarse, revitalizada y alegre. En un sitio tan pequeño fue sencillo descubrir el tálamo idóneo: en el bajo pozo de agua dulce donde él no se ahogaba y ella recuperaba su sustancia al terminar la pasión. Al concluir esas preguntas, mi curiosidad quedó tranquila y siguió el relato.

En el transcurso de los años, cuando embarcación se acercaba al promontorio, él prefería ocultarse para evitar un rescate inoportuno. Su existencia transcurrió entre dietas magras, una pasión extraña y sin complicaciones. Cuando sobre el rostro de Dorian las arrugas se multiplicaron, ella todavía conservaba su lozanía radiante.

Una fatídica noche de invierno alrededor del promontorio cayó una tormenta terrible y cuajada de rayos, la más violenta que observó jamás. A lo lejos el marinero escuchó gritos terribles, aullidos anunciando heridas y muertes. Temió por su Sirena, pasó esa noche en vela y deambulando con movimientos inciertos, dando voces hacia la lejanía nocturna en espera de respuesta. El amanecer le trajo desesperación y tristeza: silencio con olor a sal de cementerios. Un día después divisó a lo lejos una procesión de Sirenas silenciosas (otra afonía, anuncio de epidemias), nadando a la distancia hacia el lado sur del islote: inconfundibles cabelleras iridiscentes, pieles rosáceas y escamas brillantes, una tras otras, ondulando una cadena sucesoria. Su mente divagó cuando creyó distinguir a todas las Musas en orden alfabético: Calíope, Clío, Erato, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Conforme desaparecían las figuras fantasmales en el horizonte temió que desfilaban en cortejo fúnebre. Gritó sin obtener respuesta e intentó alcanzarlas usando su pequeño bote, aunque su esfuerzo fue vano, pues el viento soplaba en contra.

Esperó durante más de un largo año el regreso de su Sirena, pues ella jamás lo hubiera abandonado por voluntad. En ese entonces, ya el reflejo del agua le devolvía la imagen de un anciano y se sintió derrotado. Se convenció de que la Sirena había fallecido durante aquella terrible tormenta, juntó escasas provisiones para regresar a su pueblo y así adormecer la vejez y esperar la muerte cerca del santuario de Crotona. Una brisa persistente y con rumbo exacto lo arrastró directamente hacia el puerto en una jornada sostenida, como si la mano de Eolo se apiadara del viejo.

Cuando regresó a su pueblo natal nunca volvió a pescar, ni siquiera se acercaba demasiado a la orilla. El mínimo pago por remendar redes para los pescadores novatos le bastaba, mientras que aguardaba por el próximo invierno. Cuando le invitabas bebidas él insistía en contarte su desventura completa y una lágrima rodaba por su seca mejilla mientras olía la brisa salada.

 

Por esta narración descubro que las enamoradizas Sirenas enmudecen. La potencia de su canto espontáneo resultaba peligrosa; conforme se interesan por marineros silencian su dulce voz torrencial y eléctrica. Si Eros intensifica la epidemia de amor jamás recibiremos más noticias de Sirenas, pues un muro de silencio las ahogará; luego quedará conocerlas por relatos como este y los de Ulises, el príncipe de los marineros mentirosos.

 

 

domingo, 15 de noviembre de 2020

JUAN BAUTISTA SU SIGNIFICADO ENTRE LA PURIFICACIÓN Y PSICOLOGÍA DE CASTRACIÓN

 

 



Por Carlos Valdés Martín

La tragedia del predicador Bautista y los Juanes

La trágica muerte de Juan Bautista ejemplifica la injusticia cometida por los tiranos en contra de varones justos y líderes populares.[1] Según el relato bíblico, el Bautista restableció la purificación mediante el agua e invitó el pueblo a recuperar las virtudes religiosas de modo sencillo y honesto. Esa disposición de Juan Bautista disgustó al tirano Herodes Antipas y según ese relato el santo despertó un deseo lujurioso en Salomé,[2] quien solicitó la cabeza de ese predicador a cambio de un baile sensual. Si bien vale descreer del motivo anecdótico de una petición de Salomé, para mantener la culpa en el tirano; pues las mismas narraciones bíblicas e históricas lo colocan como modelo de depravación al desposar con la esposa de su hermano, de manera ilegítima; por lo que resulta cuestionable que mantuviera su palabra en contra de sus caprichos.

 

Con el estudio de las virtudes cardinales, una de ellas es la templanza y su función es dominar los apetitos, convirtiendo energías salvajes (sexuales) en energías sublimes, es decir, estableciendo una alquimia que cambia el plomo del burdo deseo en el oro del amor. El Bautista había derribado el dominio del deseo (o mejor aún: el deseo de dominio) metamorfoseándolo por el amor al pueblo, sin condición. El tirano contrataca al método sublime de dar abluciones gratuitas y restablece el apetito carnal como ley impuesta, con ironía Herodes derriba la cabeza superior para que impere su apetito. Sustituyendo el sublime sacrificio voluntario del instinto por la regresiva carnicería del mártir, el tirano muestra su intención cortando la cabeza: lanzando a los pies aquello que se había elevado.

 

También sabemos que los Santos Juanes representan a los fenómenos astronómicos, siendo los herederos de del dios romano Janos, por tanto personifica a los guardianes del tiempo. Asumiendo que el tirano Herodias Antipas fue el auténtico autor del crimen contra el Bautista, entonces con su brutalidad intentó detener al destino, pero es imposible y el cielo sigue su marcha. La memoria del Bautista obtiene su condición de profeta perene tras el sacrificio.

Entonces las causas verdaderas de la muerte de Juan el Bautista, están en el sentido humano y de poder, donde la tiranía entierra la verdadera ética, para satisfacer los bajos instintos del gobernante. Mientras la rueda de la existencia astronómica mueve las estaciones, para sustituir la plenitud del Solsticio de verano hacia la temporada otoñal.

 

 

Psicología de la decapitación

La decapitación en psicología simboliza a la separación extrema, ya que rompe la unidad entre la mente (la personalidad, el Ego, el Yo) con el cuerpo completo (la materia, el sentimiento, Eros, el Carácter). Esta separación representa la situación esquizofrénica en el sentido de separación entre los sentimientos encontrados de una psique. Aquí por esquizofrénico no significa una enfermedad psicológica, sino en el sentido de una tendencia psíquica a la separación.[3] Implica la separación radical entre el pensar y el sentir, entre idealidad y materialidad, entre moralidad y cuerpo, entre Tánatos y Eros, convertida en una modalidad (más o menos) violenta. Por esa misma radicalidad de la separación fue que los reyes utilizaban la decapitación para sus enemigos extremos, como el dispositivo punitivo, para dramatizar un daño extremo y humillante, mediante el cual se pretende que su enemigo jamás vuelva a reunirse, por eso reduciéndolo a la impotencia perpetua. En especial, para la psicología freudiana (la fundadora) tan cargada de significados sexuales se relaciona con un impulso de castración, aunque desplazado hacia otra zona. Incluso sin espacio para una argumentación mayor cabe señalar una ecuación freudiana, donde “castración = decapitación” y viceversa.[4] 

Para el simbolismo psíquico la relación entre castración y decapitación no siempre resulta tan clara, incluso podrían contraponerse o disociarse para quedar sin revelar. La reflexión sobre la castración estricta no resulta tan común, por más que hubo alguna institución de eunucos al servicio del Gobierno, en especial del harén del Sultán. Incluso la relación simbólica del harén pareciera ser de transición, donde la pérdida de virilidad de los eunucos complementa una sobre masculinidad del gobernante, como si aconteciera un desplazamiento mágico de las potencias perdidas de los eunucos.

 

La santidad del Bautista

En la leyenda de Juan el Bautista, donde se relaciona la decapitación con la lascivia del Poder, acaparado por el rey Herodes, aunque delegado en la de Salomé, a modo de una complicidad, para mancillar la santidad de Juan. Existe un argumento más usual para el machismo, de que la santidad provoca una lascivia en quien la contempla, así se imagina que la santidad del Bautista excitó a Salomé (o a su madre). El argumento de la leyenda elabora una paradoja, si el Bautista actuase cual pecador normal correspondiendo para satisfacer a Salomé entonces no habría castigo, pero como restringe el impulso abajo, se le martiriza arriba.

Recordemos que Juan Bautista es una figura específica del Nuevo Testamento, más adecuada a la narrativa del Cristo donde el martirio y la redención se unifican.  Asimismo, para la figura del Bautista la separación de la cabeza simboliza la unidad espiritual, entonces señala el paso del sacerdote al santo; donde la santidad se concibe como la unidad del espíritu, atravesando la fragmentación del cuerpo. En ese sentido, es tan frecuente el martirio, mutilación y decapitación en las aventuras de los santos cristianos, incluso cabría señalar una aspiración al martirio.[5] Para la imaginación colectiva judía de la antigüedad el pueblo entero era el mártir, para el cristianismo ese rasgo corresponde al Mesías (torturado en la Cruz) y a sus elegidos, los santos que transitan por el martirio.

 

La energía mutada de la castración y pérdida, hacia la osadía y la educación.

Para la psicología freudiana el sentimiento masculino de castración se liga en un horror de la mente infantil al percibir con ingenuidad que la mujer representa un cuerpo castrado, por tanto, sentir una angustia irracional en el niño varón. En paralelo, para la niña implica un miedo y sentimiento de pérdida descubrir que los varones poseen un extra de carne, por tanto ellas se imaginan ya castradas y entonces el fundador de la psicología afirma la llamada envidia inconsciente del pene.[6] Claro que el desarrollo sano de ambos género supera tales terrores infantiles y canalización de emociones hacia un espacio manejable. El miedo masculino trasmuta positivamente en osadía (audacia, valor, arrojo bajo cualquier impulso conquistador, viajero y expansivo) y la envidia femenina sublima con éxito en educación (cuidados, crianza maternal, el “care” del inglés con su sentido tan amplio), con la educación que es el saber en actividad y su expansión.

 

La energía sexual siendo la más briosa en la psique, esa tendencia espantosa a percibir una castración inconsciente requiere de una canalización constructiva y convertirse en algo distinto al miedo. La misma leyenda del sacrificio de Isaac y la costumbre judía de la circuncisión, para quitar el prepucio muestran cómo canalizar los miedos centrados en los genitales. En esa tradición, al hijo no se le sacrifica, a cambio se entrega una ofrenda de prepucio para garantizar que la virilidad se encause y esté “bendita”, según la acepta esa cultura. Por su parte, las leyendas de santos bordean entre la mutación positiva en bondad, efecto del medioevo como un “sangrado” permanente sobre la vitalidad de los bárbaros germanos.[7] Como sea algunas pocas anécdotas de castración voluntaria son excepcionales, incluso la famosa de Orígenes, ha sido cuestionada. En cambio, la canalización de las energías genitales para su aprovechamiento aparece de manera regular en las más diversas culturas.[8]

 

Disculpa de Salomé y las argucias

Culpar a la mujer del pecado representa una típica argucia patriarcal, que se volvió en una bandera ideológica para el occidente cristiano. Basta un poco de perspicacia para observa que la muerte del Bautista era un objetivo del tirano Herodes Antipas, que requería de algún pretexto (por risible que parezca a la distancia), para matarlo. Resulta tan grotesco como pueril el argumento de Herodes: “Es que me emocioné con el baile de mi hija o ahijada, por eso tuve que cumplir un caprichito como poner una cabeza en bandeja de plata”.

El santón aunque despertase la lascivia de una doncella,[9] el deseo es inocuo sin la violencia del rey y el relato bíblico dejó entrever que era un pretexto para desviar la atención y la responsabilidad hacia un personaje secundario. Si Salomé no manda en el reino y su palabra no es decreto, entonces no posee capacidad de decidir en el reino.

Sin embargo, la herencia cristiana y la narrativa literaria de pasajes bíblicos se traga el pretexto del cruel Herodes, lo cual deriva de la ingenuidad, aunque sí nos muestra una estructura psíquica profunda. Quedan dos aspectos notables: la mujer como chivo expiatorio y el interés por la lujuria como un actor autónomo del relato. El personaje Salomé se convierte en un “chivo expiatorio” del acto del autócrata y la narrativa con facilidad traga ese anzuelo. El “chivo expiatorio” forma parte de las narrativas del autoritarismo y las justificaciones falsarias, como cuando se culpa a los judíos de cualquier tragedia. La narrativa se repite en el personaje emblemático de Mata Hari, quien canaliza la ira y frustración de los franceses durante la Primer Guerra Mundial, por lo que exigen el máximo castigo, para una actriz irrelevante, al parecer manipulada por los bandos militares.

 

La purificación por agua y el simbolismo de la mujer

Las actividades del Bautista quedaron selladas como un novedoso ritual donde el agua purifica a la persona, pues basta la inmersión con una intención sacramental para limpiar los pecados. En lugar de la limpieza material, tan importante para la higiene, se escenifica una limpieza del espíritu, que es aceptada también en mucha culturas. Por ejemplo, entre los hindús resulta indispensable sumergirse en el Ganges para purificarse y no fueron el único pueblo con rituales de inmersión.[10]  

De manera armónica, la representación de la mujer se relaciona con las aguas y ésta con su facultad de fertilidad.[11] La contraposición y asociación psíquica de ideas entre un santo varón controlando la magia de las aguas regeneradoras y la doncella deseosa es evidente en su contenido; lo cual nos invita a pensar en que hay un motivo para dramatizar ambos personajes. Por tanto, en el relato el simbolismo de la mujer presenta la máxima tensión, donde en lugar de fructificar resulta un pasaje a la muerte, en lugar del lecho de procreación se dibuja una “charola de plata” fatal. En ese sentido, el relato completo insinúa un fracaso de la purificación por agua (al menos relativiza su eficacia) para anunciar el venidero evangelio donde se bautiza por espíritu y fuego.[12]  

 

 

PD: Etimología de Bautismo

De la etimología de Bautizar, Baptizar o Batear, encontramos que  Las palabras castellanas bautizar, baptizar y batear proceden del idioma griego a través de la lengua latina. Las dos primeras (bautizar, baptizar) vienen del latín baptizare y el último (batear) se deriva del latín baptidiare. Los verbos latinos baptidiare y baptizare proceden del griego de1verbo (baptizein =sumergir, anegar, empapar, bautizar, estar hundido, ahogado) y este del v (baptein =sumergir, introducir, hundir, empapar, remojar). Encontramos el verbo (w con el significado "ahogarse" desde el siglo V a.C. en la obra "Epidemias" de Hipócrates de Cos: "ávtrrvtev W<; ÉK TOO Jk~o9al". "respiraba como uno que se está ahogando” y en Mateo 28:19 con el significado actual: "Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".”[13]

 

 



[1] Mateo 14. “Herodes, que quería matar a Juan, tenía miedo de la gente, porque todos creían que Juan era un profeta.”

[2] O en su madre, que se supone la aconseja, Mateo 14, “Ella entonces, aconsejada por su madre, dijo a Herodes: —Dame en un plato la cabeza de Juan el Bautista.” La Biblia no da el nombre de Salomé, pero por oras fuentes históricas se conservó como el adecuado.

[3] Véase Deleuze Kafka por una Literatura menor, Lógica del sentido, etc.

[4] Zanchettin, Joceline Fátima, El horror en Freud, Revista V Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2013. Dice “la Cabeza de Medusa es el símbolo del horror en la mitología griega y en sus paralelos en otras mitologías (Freud, 1940 [1922]). Freud va a plantear la horripilante cabeza decapitada de medusa como metáfora de la castración. “Decapitar=castrar. El terror a la Medusa es entonces un terror a la castración, terror asociado a una visión.” Freud, S. (1940 [1922]) La cabeza de Medusa. Obras Completas, Vol. 18.

Buenos Aires: Amorrortu Editores (2005).

[5] Ana Basarte, Cuerpos fragmentados: mutilaciones y decapitaciones en la literatura medieval europea, Revista Signum, 2011, vol. 12, n. 1.

[6] Concepto que se ha cuestionado como anticuado de Freud, pero lo sostienen otros teóricos como Deleuze en Lógica del Sentido.

[7] Ortega y Gasset señala este sentido del cristianismo como una “sangría” para modelar la vitalidad desbordada y peligrosa de los bárbaros germanos que arribaron a Europa. Cf Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo y otros.

[8] Las más conocidas son las de procedencia china e hindú, pero están extendidas en todo el mundo. Véase Eva Wong, Taoísmo, Jolan Chang, Tao del amor y el sexo.

[9] Es cierto, que en sí el deseo despierta porque el santón está vedado para el sexo, es en sí interesante. El argumento está presente en la literatura posterior, como en Wilde y su Salomé. El atractivo de la virginidad está plasmado en el Diario de un seductor de Kierkegaard.  

[10] De hecho, la costumbre de consagrar con agua a los niños fue común entre los romanos, que consideraban esa purificación con agua lustral y después el cristianismo se fusionó con esa costumbre, estableciendo una única costumbre del ritual católico de bautizar al infante en lugar del adulto.

[11] Eliade, Tratado de historia de las religiones, T 1, p. 223. “La inmersión en el agua simboliza la regresión a lo preformal, la regeneración total, el volver a nacer, porque la inmersión equivale a una disolución de las formas, a una reintegración en el modo indiferenciado de la preexistencia;”

[12] Mateo 3:11. Afirma que el propio Juan Bautista predice la llegada de un futuro bautismo en “Espíritu y fuego”, complemento simbólico de su dotación lustral.

[13] Etimologías grecolatinas, http://etimologias.dechile.net/?bautizar