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domingo, 6 de octubre de 2019

RESUMEN DE “GERMINAL” NOVELA DE EMILIO ZOLA










Por Carlos Valdés Martín

                                                                     A la memoria de Enrique Bustillo Hansen

                                       “No soy más que un convencido soldado de lo verdadero.                             
                                      Si me equivoco, mis juicios están aquí, impresos, y dentro de 
                                      cincuenta años se me juzgará a mí, se me podrá acusar de 
                                       injusticia, de ceguera, de violencia inútil. Acepto el veredicto
                                        del porvenir.” Emilio Zola.

La novela Germinal ha logrado fama y se ha conservado en el gusto del público por varios motivos. La prosa realista de su autor es clásica y convence que lo expresado con minucia revela la pura verdad, es decir, incita a creer. Su rigor ahonda tan al detalle que a su estilo se le denomina “naturalismo”, siendo una escuela de estricto realismo, tan apreciada en el siglo XIX por sus variedades nacionales francesa y rusa. El tema reflejó una gran sensibilidad social, resultando casi una profecía sobre la importancia del movimiento obrero al final del siglo XIX y principios del XX. Además el drama de los mineros y sus riesgos mortales se sigue repitiendo a lo largo y ancho del mundo; esa profesión sigue enfrentando enorme precariedad y cada año fallecen personas en accidentes que sacan a la luz otro drama. 

Protagonista y personajes
Por si fuera poco, los personajes están delineados con perfección y las situaciones resultan conmovedoras, por eso es importante observar con más detalle esta novela. El hilo de la trama lo conduce el personaje principal Esteban (Étienne) iniciando con su traslado al pueblo minero, su inmersión en la existencia miserable del trabajador manual, su participación en una lucha reivindicativa, las aventuras mortales y morales que acontecen, hasta la derrota y el último viaje del protagonista a París buscando lograr eco para su lucha.
Existe un co-protagonista colectivo en la masa obrera del sitio. El argumento de cómo y por qué esa colectividad levanta un “personaje” está en la maestría de Zola, quien no agita un panfleto para inventar un “sujeto colectivo” abstracto, basándose propaganda. Es cierto, que el escritor conoce lo básico de la teoría social, pero su perspectiva es plástica y concreta, mostrando cómo se mueve su escenario desde lo individual separado (los conflictos entre los obreros individuales y sus familias) hasta las agrupaciones episódicas en contingentes laborales, mítines, huelga, confrontaciones, accidentes masivos… y de nuevo el disgregarse. En ese juego, la población entera funciona como un actor colectivo que se coagula y disgrega al ritmo de la trama. Esta dualidad resulta interesante por la oposición entre el individuo con ideales (Esteban) y su entorno, donde se identifica con la masa mediante la unidad de experiencia vívida y teorías sociales.
La trama incluye a muchos trabajadores y familiares, pero el personaje crucial para el movimiento es Toussiant Maheu, quien encarna el sufrimiento, dudas, decisiones e imposibilidades del colectivo. El sufrimiento durante la extracción del carbón encuentra una descripción magistral en él, cuando Zola nos cuenta que: “Maheu era el que más sufría. En la parte de arriba, la temperatura subía hasta treinta y cinco grados, el aire no circulaba, y a la larga, el ahogo y la sofocación se hacían mortales. Para ver bien, había tenido que fijar la linterna en un clavo cerca de su cabeza; y aquella linterna, que le calentaba el cráneo, acababa de hacerle arder la sangre. Pero su suplicio aumentaba principalmente a causa de la humedad. La roca, por encima de él, a pocos centímetros de su cara, chorreaba agua, gotas gruesas, continuas y rápidas, que corrían, produciendo una cadencia acompasado al caer siempre en el mismo sitio. Por más que torcía el cuello y volvía la cara, las gotas le caían en la frente, en los ojos, en la boca, sin interrumpirse ni un momento. Al cabo de un cuarto de hora estaba mojado y cubierto de sudor al mismo tiempo. Aquella mañana, una gota que le había caído en un ojo le hacía jurar. No quería dejar el trabajo; golpeaba incesantemente con el pico, que hacía chocar contra las dos rocas, como una pulga cogida entre dos hojas de un libro y amenazada de que la aprieten para estrujarla.”[1]
La entera familia Maheu enfoca y aglutina esta trama, sus miembros resultan los más cercanos emocionalmente con Esteban y, de modo dramático, representan los padecimientos por su condición social. Esta familia es un conjunto complejo, arrastrando los extremos de la miseria social, incluyendo una hija jorobada e inútil para enfrentar esa existencia.  La simple descripción de la casucha donde viven ya nos muestra la “máquina colectiva” que los integra, con sus camas hacinadas, los harapos colgados a la pared y la precariedad generalizada. Conozcamos esa casa: “En la casa de los Maheu, en el número 16 del segundo cuerpo, no se había movido nadie. Espesas tinieblas envolvían la única habitación del primer piso, como abrumando bajo su peso el sueño de los seres que se adivinaban allí, amontonados, con la boca abierta, destrozados por el cansancio. A pesar del frío intenso del exterior, el aire enrarecido tenía un calor vivo, ese aliento caluroso de los cuartos que huelen a ganado humano. Las cuatro sonaron en el cucú de la sala del entresuelo. Pero nadie se movió; continuaba oyéndose la respiración de los que dormían, acompañada de sonoros ronquidos, hasta que de pronto se levantó Catalina. (…) La vela alumbraba ya la habitación, que era cuadrada, con dos ventanas, y estaba ocupada con tres camas. Había también un armario, una mesa y dos sillas viejas de nogal, cuyo oscuro color se destacaba fuertemente del fondo de la pared, pintada de amarillo claro. En la pared se veían ropas colgadas de clavos, y en el suelo un cántaro junto a un cuenco de barro que servía de palangana. En la cama de la izquierda, Zacarías, el hijo mayor, mozo de veintiún años, estaba acostado con su hermano Juan, que acababa de cumplir once; en la de la derecha, dos pequeñuelos, Leonor y Enrique, la primera de seis años y el segundo de cuatro, dormían uno en los brazos de otro, mientras que Catalina compartía la otra cama con su hermana Alicia, tan pequeña y endeble para tener nueve años, que ni siquiera la hubiera sentido, si no fuese porque se le clavaba a menudo en las costillas la joroba de la enferma. La puerta vidriera estaba abierta, y por ella se veía el corredor y una especie de antesala, donde el padre y la madre ocupaban otra cama, junto a la cual había sido necesario instalar la cuna de la más pequeña, Estrella, que tenía tres meses no cumplidos.”[2] El espacio miserable comprime a la familia, la presiona para resaltarnos todavía más su unidad; quedan todos amasados en una agrupación forzosa de compactación, a la que también contribuye la miseria, la urbanización (es una casucha en un conjunto obrero), la mina (comprimiendo en socavones a los carboneros), etc. A su manera, el texto implica una teoría precisa sobre la conversión del individuo en una masa[3], suficiente para sugerir cualquier tesis socialista, que dibuja un trasfondo explícito de esta novela.
Los muchos personajes se resisten a quedar simplemente achatados por esa especie de molino de carnes que nos presenta la novela, y esta metáfora es muy explícita: la mina material es devoradora de hombres y la empresa económica es su cascarón. ¿Crueldad de la naturaleza vengándose de ataque humano a sus entrañas o avaricia humanas organizada en empresa que remonta hacia lejanísimos accionistas y un mecanismo económico desconocido? El autor parece dejarnos con nuestra duda al filo del realismo propuesto. El anciano o la señorita despertando al amor se resisten a quedar como simples cifras en una catástrofe colectiva; los adultos inquietos alrededor de Esteban encarnan ese mismo plan, incluso en el filo del absurdo como Souvarine, el anarquista dispuesto a sabotear por desesperación y rencor. A su manera, cada cual intenta escapar al cruel destino, el cual se resiste y sigue con su crudeza e ironía derrotando las esperanzas, las cuales no quedan por entero clausuradas y de ahí el viaje de Esteban a París, el centro de poder, que cierra la novela. Cada personaje se enfrenta al ambiente y, en el bando perdedor colectivo, cada quien padece diferentes pérdidas (muerte, salud, pobreza, etc.) y así describen el tétrico panorama de la “condición obrera” al final del siglo XIX. 

La mina actuando
La mina principal también adquiere el nivel de personaje, es mina-objeto-empresa que se describe bajo una naturaleza amenazante y hambrienta: “La Voreux iba saliendo como de un sueño ante la vista de Esteban, que mientras se calentaba en la hoguera sus ensangrentadas manos, miraba y distinguía cada una de las partes de la mina, el taller de cerner, la entrada del pozo, la espaciosa estancia para la máquina de extracción y la torrecilla cuadrada de la válvula de seguridad y de las bombas de trabajo. Aquella mina, abierta en el fondo de un precipicio, con sus construcciones monótonas de ladrillos, elevando su chimenea de aspecto amenazador, le parecía un animal extraño, dispuesto a tragarse hombres y más hombres.”[4] En la novela esa cualidad tan hostil de la mina no se atribuye exclusivamente al aspecto natural (la maldición de la materia) ni al económico y social (la avaricia humana o al sistema social defectuoso). La mina hostil es fuente de vida y riqueza, a la vez que de dolor y muerte; recuerda la divinidad terrestre de los aztecas en su aspecto de terror mortal: falda de corazones y cráneos arrancados.  

Despertar y búsqueda
La trama refleja la inquieta búsqueda de una explicación y el valeroso arrojo para intentar cambiar un destino van de la mano. En un sentido explícito, es una novela que se alimenta de la ideología socialista creciente de la segunda mitad y la realimenta. Desde el siglo XVIII el crecimiento explosivo de la miseria urbana en las principales naciones europeas propició el surgimiento de ideologías y explicaciones socialistas, las cuales continuaban el ideario liberal en su aspecto de igualdad. La pobreza masiva era evidentemente producida de modo artificial y fruto del progreso tecnológico, de tal manera que el crecimiento de la riqueza y la miseria se tomaban de la mano. De ahí creció un clamor creciente para aplicar medidas de justicia social y la idea de un nuevo sistema social, que superara los límites del capitalismo naciente. El movimiento interno de la novela nos muestra las causas y explicaciones del ideario socialista, exponiéndonos al núcleo teórico y práctico del socialismo, en una clase obrera concentrada y explotada, junto con el despertar mental de sus personajes ideólogos. La virtud de esta trama es que todo ocurre desde abajo, las nociones de justicia surgen desde los eventos prácticos, como la falta de alimento y vestido, de tal modo que no es un esquema inventado sino un evento concreto naciendo desde la narrativa de lo cotidiano. En esos procesos de despertar y búsqueda ocurren muchas aventuras, en especial las luchas individuales y colectivas contra la precariedad, la huelga y su fracaso, el accidente catastrófico y el regreso a la normalidad. 

La tierra y los ensueños[5] terribles de la tumba.
El suelo convertido en panteón representado por la mina de carbón encierra la metáfora dominante en la novela completa. No es una casualidad que las materias duras despierten la voluntad y la virilidad para conquistarlas, la dureza de la roca ofrece el medio para una batalla singular entre el humano y la naturaleza. En este caso no es el carbón aislado donde yace la dureza, sino en el conjunto de la mina que representa la fiera resistencia natural en contra de cualquier designio humano. En la novela surge una lucha implacable entre la tierra difícil y recóndita que mantiene al carbón en un ambiente de hostil peligro subterráneo. La férrea voluntad de lucha entre los obreros es un canto a la virilidad casi derrotada, de la cual se aprovecha la empresa, de ahí el segundo coro con notas tristes: la gran injusticia. El minero del carbón semeja un sucio guerrero en contra del seno terrestre, que es herido o muerto en el intento. Alrededor de ese eje belicoso, se sobreponen los otros escenarios belicosos: en la cumbres, una batalla entre empresas que buscan aniquilar al competidor; entre los obreros y el capital una guerra de clases, que se extiende hasta sus familias, en especial sus mujeres, como señala este tenso pasaje de la novela: “Y la muchedumbre de huelguistas invadió la llanura, blanca de escarcha a la pálida luz de aquel sol de invierno, y se alejó desbordándose por la carretera a través de los sembrados de remolacha. Esteban había tomado el mando. Sin que nadie se detuviera, daba sus órdenes, organizando la marcha. Juan galopaba a la vanguardia, haciendo sonar la bocina. Luego, en las primeras filas, caminaban las mujeres, algunas armadas con palos; la mujer de Maheu, con una expresión salvaje en los ojos, miraba como buscando la prometida tierra de la justicia; la Quemada, la de Levaque, la Mouquette, alargando el paso cuanto podían, bajo sus andrajos, como soldados que parten para la guerra. En caso de tener un mal encuentro, verían si los gendarmes osaban hacer fuego contra las mujeres. Luego seguían los hombres en una confusión indescriptible, armados de barras de hierro y palos, dominados todos por el hacha de Levaque, cuyo acero brillaba a los rayos del sol.” El conflicto entre los grupos llega al máximo, en su agudeza se convierte en fuerza bruta: palos y balas. La organización conducida a la desnudez amenaza resolverse en la fuerza brutal y mortal, por eso acuden las mujeres como un último posible valladar moral contra la temida desgracia.[6]
Siendo que la guerra merece llamarse así es porque esconde la amenaza terrible del final, donde el hueco de la tierra lo representa perfectamente. Para la cultura occidental el interior de la tierra representa siempre la tumba y el destino universal que eso implica. En contra de la resignación está la lucha, y el cara o cruz de la guerra es sobrevivir o no. En este relato, la situación de que los mineros trabajen en peligrosísimas condiciones agrega un acaso adicional: la posibilidad del encierro en vida. Si bien aporta un tema para cuento de horror, los relatos realistas y hasta las noticias abordan esa perspectiva. Cuando para cualquier ciudadano aporta un tema imaginario, en cambio para el minero del carbón el entierro en vida es una ominosa posibilidad, que sucede en ocasiones. En esta novela se describe un pasaje sobre ese drama, que contiene sus matices memorables. 

El despertar de la razón desde el subsuelo
La guerra, con su violencia y estruendo, no es simple acto material, incluye un pensamiento; con más razón, una singular guerra entre civiles que solamente están buscando su bienestar material, donde derechos iguales deben ser dirimidos a la fuerza. Este relato de luchas entre los factores de la producción conduce por la senda de un despertar y el intento de elaborar un concepto adecuado. El personaje Esteban y sus amigos combatientes también buscan atrapar esa serie de verdades que les expliquen su situación y cómo superarla. Al final de la cruel lucha obrera, que en el relato no trae ningún beneficio económico, queda un remanente muy importante. Para finalizar la novela, cuando Esteban está listo para alejarse, pero no escapando sino por un propósito esperanzador: “La mañana era magnífica, y a propósito para inspirar esperanzas. Esteban las tuvo, y acariciándolas, acortó el paso, mirando a derecha e izquierda, para disfrutar de aquella alegría primaveral. Pensaba en sí mismo; se consideraba fuerte, madurado por su triste experiencia en el fondo de la mina. Su educación era ya completa, y salía de allí armado, como soldado razonador de la revolución que declaraba la guerra a la sociedad tal como la veía, tal como la condenaba. El gozo de reunirse con Pluchart, de ser, como Pluchart, un jefe considerado, le inspiraba discursos, cuyas frases hilvanaba en alta voz. Pensaba en ensanchar su programa; el refinamiento burgués, que le había sacado de su esfera, lo lanzaba a un odio más grande a la burguesía. Él mostraría a aquellos obreros, cuya vida miserable le repugnaba ahora, como algo grande y glorioso, la única parte noble y sana de la humanidad. Ya se veía en la tribuna triunfando con el pueblo y respetado por él.”[7] Sin embargo, en la novela no es una ambición simple de beneficio personal, sino un deseo de reivindicar a sus hermanos de sufrimientos y mantener viva una lucha. El campo de la acción cambiaba de escenario, pero se abría un horizonte más prometedor. Ese escenario mejor depende de un espacio, pero también de una comprensión, en la cabeza de Esteban se han afianzado ideas y razonamientos para una sociedad mejor, que anuncia a las revoluciones socialistas que estaban por venir y donde el preclaro literato se metamorfosea en profeta[8]. Si anotamos que Zola es un naturalista convencido, también descubrimos que su descripción sociológica está próxima al materialismo histórico, al cual comenta brevemente en el relato, donde los resortes de los intereses son importantes y la agrupación en clases corta con su bisturí analítico.   

Integración de un microcosmos nacional
De gran interés literario y sociológico es que el relato entero forja una pequeña nación en el pueblo, de tal manera que se observa entera a la Francia contemporánea de entonces. Esa sociedad-pueblo aparece detalle a detalle, con cada característica laboral, familiar, generacional, económica… hasta armar el conjunto apretado y asfixiante donde se enmarcan las opciones para las personas. En este esquema se dibuja un realismo de situación donde las posibilidades concretas del individuo se restringen con precisión, dando las pautas psicológicas y los resultados en la acción, entonces cada personaje surge con una veracidad pasmosa. Este procedimiento para cada personaje, también funciona con el conjunto, el pueblo entero opera bajo pautas muy definidas, y ofrecen un panorama verídico al momento de divertirse en una taberna o de acudir a una lavandería, revelando a las instituciones a nivel particular, como gobierno local, lavandería local, etc. Entonces este microcosmos de nación posee un dinamismo que pugna por salir de la miseria, pero se retuerce en contradicciones que deben olvidarse para mantenerse unidos, de tal manera que Germinal refleja a la Francia entera de su época. 

El desenlace trágico
El movimiento es liderado por Mahue y Etienne, quienes intentan alcanzar un acuerdo con la empresa, pero no reciben una oferta positiva, por lo que exasperados intentan extender la huelga a los poblados cercanos, donde sí los aceptan. La extensión del movimiento desencadena en una intervención policíaca y que la patronal contrata a extranjeros belgas. Los obreros se enfrentan a la policía intentando restablecer la huelga, pero hay forcejeo y represión, donde muere Toussaint Maheu. El hambre hace estragos en el movimiento, y una parte de los inconforme responde con sabotajes, por lo que muchos quedan atrapados, y algunos quienes intentan el rescate, como el hijo de los Mahue, mueren también. El abuelo enloquece de dolor, descargando su furia contra la hija de uno de los patrones. Etienne sobrevive al accidente y se volverá un líder político. El relato termina con la derrota completa del movimiento y el regreso al empleo en condiciones miserables, aunque se advierte que esa lucha ha sembrado una semilla, que algún día germinará.



NOTAS

[1] Germinal, p. 18.
[2] Germinal, p. 6.
[3] Sin duda, una fuente literaria de inspiración en una perspectiva tipo Canetti en Masa y poder.
[4] Germinal, p. 2
[5] Véase BACHELLARD, Gastón, La tierra y los ensueños de la voluntad.
[6] Germinal, p. 154.
[7] Germinal, p. 239.
[8] Incluso adelanta, en la imaginación de Esteban, una profecía para su futuro próximo: “Pero una idea repentina disipó sus dudas; la de interpretar aquella teoría la primera vez que hablase en público en el sentido de que si alguna clase debía comerse a otra, sería ciertamente el pueblo, que al fin y al cabo era vigoroso y joven, y no la burguesía, caduca y pervertida. La sangre nueva engendraría una nueva sociedad. Y en aquel esperar una invasión de los bárbaros que regenerase las viejas nacionalidades caducas, reaparecía su fe absoluta en una revolución próxima, la verdadera, la de los trabajadores, aquélla que hacia fines del siglo arrollaría todo lo existente en estas sociedades”. Germinal, p. 340.

martes, 1 de octubre de 2019

EN LA PELÍCULA CABARET “SALUDAS A CARLOS”

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Cualquier cabaret era lugar de espantosa reputación, así, con sólo imaginar la cercanía las madres aplicaban pellizcos disuasivos o agitaban la mano como lanzando agua bendita. A veces, la amenaza se convertía en hechos, por ejemplo, recuerdo que el tío César agitó un cinturón y sí un latigazo alcanzó al primo, eso no era fantochada ni finta; hasta le gritó: “La próxima va con la hebilla”. Un único cintarazo que restalló en la pierna y su hijo mayor salió corriendo hacia el patio trasero, hasta un rellano que servía de asador y permitía brincar la barda para ese joven atlético. Sin embargo, mientras más escándalo hubiera con una película, mayor era la curiosidad para un chico entrando en la adolescencia.

Con el pretexto de comprar unos cuadernos pautados, nos juntamos cinco amigos y alcanzamos la avenida Reforma 133, frente al cine Roble. Ese cine mostraba un letrero tras una vitrina con la palabra “Cabaret”, abajo una enorme ilustración de una mujer provocativa, con un atuendo desconcertante. El más chaparro del grupo susurró: “Ligueros y medias.” La imagen de la mujer enseñaba ropa entallada con brillos y un sombrero curioso, labios extremadamente rojos y una pose exótica sobre una silla. Alrededor del letrero había pequeños letreros presumiendo premios Oscar. El nombre Cabaret me provocó un sentimiento indefinido y le solté un ligero codazo a Oscarito, que permanecía absorto.

También miraban esa cartelera dos adultos de corbata, sin duda oficinistas, mientras platicaban entre ellos con un tono de expertos: “Resulta un cántico al erotismo desbordado, con sugestiones de sodomía…”  El interlocutor agregaba: “La censura sudó tinta para filtrar ese atentado a la ‘bona costume’ —mientras reía—, a cambio de un surtidor de promociones; en lugar de prohibido, quedó en clasificación C; para mí que merece triple equis.”

Cuando los adultos se alejaron, entre los amigos comenzamos una ardua discusión sobre si existía alguna fórmula para entrar con esa clasificación de película prohibida. “Mi primo utiliza una credencial falsa, es una licencia.” Comenzó una discusión sobre lo inverosímil de su afirmación y los modos de conseguir una “falsa identificación”. Otro sostuvo: hay una manera para entrar por la salida del cine Paseo, mi hermana mayor una vez lo logró. Causó hilaridad machista que hasta una mujer fuera capaz de irrumpir en una sala cinematográfica prohibida, mientras que nosotros, a punto de transitar a la escuela secundaria, todavía no adquiríamos tales habilidades aventureras.

Nos despedimos en grupos. Oscar me acompañaba para una visita al departamento familiar. En el camino inspeccionamos varios puestos de periódicos y encontramos que en una revista aparecía el anuncio de la película en la contraportada. Discutimos un rato hasta juntar monedas para esa revista y ocultarla como un trofeo de un nuevo estatuto. Murmuramos al ojearla: “Adentro están las fotos de la sonda Mariner 9, eso es un pretexto por si nos cachan; nos vayan zurrar por alocados; esto justifica, el viaje hasta Marte, la exploración espacial; la luna de Marte es Phobos.”

Subimos a un camión por Insurgentes hacia el Sur, luego tomamos un tranvía hacia el Occidente de la ciudad, para bajar rumbo a Mixcoac. En el camión vimos a unos tipos raros, que repartían un volante que decía “Krishna”. Aunque tampoco les dimos ninguna moneda, ellos dejaron el volante con la foto borrosa de un hindú barbón y letreros sobre una religión desconocida.

Abajo del tranvía, platicamos de la Olimpiada 1972 de Sapporo, Japón, por el descenso en sky. Mi amigo asomó su frustración “Nuestro país no ganó ninguna medalla en juegos de invierno; si ni en fútbol ganamos.” A veces, le surgían conductas impulsivas, dijo que sisaría “un Gansito o unos Pingüinos” de la tiendita que está en el camino. Por más que le llevé la contra era evidente que lo intentaría. Salí corriendo bajo el juguetón grito de “¡Vieja el último en llegar!” Su espíritu competitivo lo arrastró atrás de mí. Después de la tiendita aflojé el paso para observar al chango de la casita sobre el árbol. Cuando la calle se vuelve ancha hay un árbol frondoso y con ramas nudosas, donde sostiene a una casita para un mono tití, con una cadena amarrada al cuello. El animal a diario se columpia entre las ramas con una mano mientras con la otra sostiene su cadena para no lastimar su cuello. En esos años no escuché a nadie que opinara que eso fuese una “crueldad animal” para una especie en peligro de extinción. A mitad del tronco una tabla que sirve de frutero para ofrendarle manís y plátanos. Lo curioso son unos pequeños exvotos de lámina colocados a una altura inalcanzable, lo que hace suponer que este mico correspondió con algún milagro católico. Desde antes de mudarme de casa siempre había estado ahí ese mono como la mayor rareza de esa demarcación.   

Nos detuvimos para recuperar el aire y descansamos esperando que asomara ese animal. Al parecer dormía dentro de su casa de madera. En el último tramo del camino, adquirimos más osadía y nos detuvimos para ojear la revista. Había más fotos de Liza Minnelli y entonces era imposible definir si era en extremo guapa o su atractivo provenía del escándalo que provocaba. “¿Te imaginas colarnos a ver esta película?” Poco después supimos de Leopoldo, un chico del siguiente año escolar, que presumía su travesura para colarse a una película de adultos.

En la casa, Oscar sintió urgencia por conseguir boletos para la final del Cruz Azul y el América. Predijo: “Los de la máquina celeste, sin lugar a dudas, los campeones.” Mi madre profesaba la afición por la Chiva rayada del Guadalajara, en ese caso rechazaba el vaticinio de que levantarán la Copa los de la máquina celeste. “Además, uno de los defensas es un guarro.” Oscar no entendió y ella le explicó que era un cerdo, palabra castiza incluida en el diccionario, y que lo dijo por faulear cual “puñalada trapera”. Cuando se alejaron los adultos, él comenzó a repetir “Guarro, guarro, guarro…” para memorizarlo.

Ese mismo día acordamos el plan para colarnos a ver la película de Cabaret. El día elegido fue el sábado. Francisco se unió para integrar un trío de audaces preadolescentes, en convocatoria sobre avenida Reforma esquina con avenida Insurgentes. “De aquí nos vamos a pie, que no falta mucho.” “La hora perfecta es al oscurecer, a las 8 pm que es la función nocturna.” Al caminar sobre la acera Francisco daba brincos laterales, como bailando. Por su parte, Oscar dibujaba su semblante preocupado como si fuera a comparecer ante un examen final.

Cuando nos posicionamos en la calle Madrid, atrás del cine Roble, los nervios de Oscar lo estaban traicionando y en tono pusilánime dijo: “Mejor no lo hago.” Mientas yo intentaba animar a Oscar, Francisco se adelantó para inspeccionar. Un portón metálico sin señales indicativas, estaba entreabierto y el amigo se introdujo con lentitud, atisbando que no hubiera vigilancia. Después de esa puerta, había un pasillo sin iluminación de unos pocos metros y luego una cortina negra, gruesa para proteger la sala cinematográfica de la luz exterior. Francisco regresó por nosotros, pero Oscar se rehusó y quedó descartado. El momento exacto para la travesura era hasta que la película estuviera por empezar, pues hasta ese momento se apagan todas las luces interiores de la sala. Francisco y yo quedamos en el pasillo oscuro, a la espera de que se apagaran las luces de la sala para entrar a la zona de asientos. Miré por una rendija de la cortina negra, hasta que se apagaron las luces y comenzó la proyección de anuncios previos. Adelanté unos pasos para meternos hasta una fila de asientos vacíos.

Cuando comenzaron a proyectar la película resultó que era otra, no proyectaban “Cabaret”, sino “Ben, la rata asesina”. Una película de terror con una canción tierna, en la voz del chico Mikel Jackson. Cuchicheamos desconcertados, hasta que Francisco salió a los pasillos, donde está la dulcería y los letreros. Regresó descubriendo que el cine acababa de cambiar los horarios de las películas, dejando Cabaret para la función de la medianoche. Musitó: “Confundimos la gimnasia con la magnesia”. Por más que nuestra treta resultó impecable, a esa película de terror sí hubiéramos entrado de manera normal.

Calculamos los horarios, el horario de salida de una “·función de medianoche” y las dificultades por el corte del transporte nocturno. Considerar las dificultades siguientes, disolvió el ánimo y nos quedó el gusto por ese éxito de colarnos para ver una película.

Acordamos que era inviable quedarnos escondidos para una función de medianoche. Compartimos unas palomitas y al terminarlas, discutimos qué hacer. Después de rascar el bote de palomitas nos levantamos y tratamos de salir por la misma ruta. Con pasos sigilosos, con el cuerpo agachado y en silencio, nos deslizamos y atravesamos la cortina negra, luego cruzamos el pasillo. Para nuestra sorpresa encontramos que la puerta de metal estaba cerrada. “¿Qué sucede? Los empleados la cierran durante la función y la abren cerca de la hora de salir.” Regresamos a los asientos y seguimos platicando en voz baja. “Podemos terminar de ver la película y salir luego… ¿Si nos quedamos?... No hay camiones cuando salgamos, no nos alcanzará para tomar taxi.”

Cayó la arena en el reloj antiguo, goteó la clepsidra, avanzaron las manecillas cronometradoras y transcurrieron los minutos. Antes de que terminara la película “Ben, la rata…” notamos que se movía la cortina y se colaba un ruido de metal, luego asomó una persona, desde la oscuridad levantó la voz y dijo “Me saludas a Carlos…” Algunos espectadores se molestaron por la voz altisonante, otros se rieron al comprender el albur y luego rechiflaron unos instantes, hasta gritaron el tradicional “¡Cácaro!”. Volvió el silencio en la sala cinematográfica. Sin duda, las fauces de terciopelo hacia la salida estaban abiertas.