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sábado, 6 de noviembre de 2021

GRAN LUZ

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Nuestros ojos no sirven para mirar directamente la luz del Sol y esa intensidad nos lastima, asimismo, una luz intensa la asociamos con emociones vívidas. Cuando el pintor Vincent Van Gogh estaba abatido pero ansioso por mejorar su pintura, descubrió que una mayor luminosidad le cambiaba radicalmente y motivaba su entusiasmo. Una iluminación más intensa en el sur de Francia le descubría intensidades de colores junto con nuevas emociones.

El gusto por luces más intensas es generalizado y nos lo confirma la más famosa alegoría filosófica, llamada “la caverna”. En ese relato de la caverna, Platón señala otra situación frecuente, cuando la permanencia en la penumbra provoca tal contraste, que la luminosidad deslumbra los ojos. Ese relato es consistente con una experiencia cotidiana cuando alguien transita precipitadamente de la oscuridad a un mediodía intenso.

Los eventos de júbilo colectivo se han relacionado con grandes luces, desde que nuestros antepasados cada exitosa cacería o cosecha las celebraban alrededor de una fogata. La afición por los “fuegos artificiales” la desarrollaron los chinos y ahora se comparte en el globo entero.

Para las religiones y devociones la luz representa la presencia divina. A la luminosidad divina se busca mantenerla cerca de la humanidad cultivándola en los templos y reliquias. A los grandes personajes dignos de devoción se les llama “iluminados”. La única arca adecuada para atrapar la luz inmaterial es el espíritu humano.

El término Ilustración se refiere a una gran profusión de las luces intelectuales mediante la investigación racional, la ciencia y la educación.

Dados los antecedentes, resulta usual que al gran público el término de “Gran Luz” no le resulte familiar y quede reservado a los círculos especializados en fenomenología de las religiones y con conocimientos del esoterismo.