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domingo, 1 de abril de 2018

LA PESADILLA DEL DIRIGENTE

 



Por Carlos Valdés Martín

 

Las nubes no permitían adivinar cuantas Presencias observaban el comienzo del Juicio. El ambiente era solemne y luminoso, pero el de la voz sonaba constipado:

—Te juro San Pedro que sí los procuraba —bajó la voz, cual gesto dramático de oratoria— como a niños y velaba por su mejoría.

—Es una mala opción para escaparte de una condena —respondió el que en este momento llamamos Gran Espíritu— el suponer que aquí ignoramos a detalle.

—El pueblo sí quería.

—El corazón de quien crías desde la infancia, educas bajo tu escuela, te debe su habitación, su padre es tu asalariado, tu periódico es lo único que lee, tu radio es la única que escucha… la opinión entre tal pueblo no la considero informada.

—Pero San Pedr…

—¡Deja de llamarme San Pedro! No es un nombre propio para juzgarte y menos si afirmaste ser un ateo, como para doblar la cabeza bajo un cielo cristiano ante el cual solicitas clemencia.

—Está bueno, ¿cómo debo llamarle?

—Entre mis nombres descubrirás: Torcedor Eterno, Misterio Insondable, Infinito sin Nombre, el Absoluto que pretendías superar… o mejor para ti, la Espera del Pozo sin Fondo, el Silencio final, las Estatuas de Mármol terminarán siendo Polvo y las Efigies son la Grotesca Caricatura del Ego Inflado…

El Dirigente comienza a mover la boca con disgusto, con muecas involuntarias, mientras pretende la mayor seriedad. Piensa que la respuesta es difícil de digerir y contiene amenazas que no le agradan. Interrumpe:

—¿Me van a matar?

—A los muertos no se les mata, aquí estamos un paso adelante.

El Dirigente comprende que es un difunto, pero no lo siente en los huesos ni en la carne.

—Entonces hay vida después de la muerte.

—No para todos los espíritus; en eso estamos aquí, de eso trata el Juicio.

—Entonces soy mi Espíritu; estaba equivocado con eso del desdén a la religión y mis tesis materialistas resultaron charadas, resulté “un punto”.

Quien se comenzó a llamar Torcedor Eterno, guardó silencio esperando a que Dirigente sacara las conclusiones.

—Hubiera preferido anticipar este Más Allá; en dado caso, fuera diferente, pero así las cosas, no hay para atrás… De haber sabido.

El Torcedor Eterno siguió aguardando, mientras Dirigente cavilaba: “Supongo que veré a mis amigos y enemigos; mis enemigos serán implacables como yo fui en su momento; espero me valga la opinión de tantos que favorecí.”

—¿Puedo hablar con alguien en este Más Allá y que abogue por mí? Que la profesión de abogado es respetable. En mis años juveniles me defendí ante el tribunal del opresor, pero este ambiente es tan distinto, aunque cabe suponer leyes en este Juicio.

Comenzó a responder el Torcedor Eterno:

—Tendrás tu defensa, quizá de una manera que no esperas. Tu condena es la más honda si resultas condenado. Una gran responsabilidad acarrea también un gran castigo. El niño recibe otra oportunidad sin más miramientos, pero la responsabilidad en la conducción de pueblos resulta enorme. Aniquilar un Espíritu con potencial para la Eternidad es un gesto de enormes repercusiones. Cuando te colocabas tras el fusil y disparabas contra un enemigo, lo más que arrebatabas era la biología terrestre. Aquí las decisiones finales son más terminantes: todo o nada. La extinción completa de la luz del Espíritu es un castigo peor que la caída a los Infiernos, a los cuales merecería llamarlos un indulto.

—Entonces son dos opciones.

—Son tres: desaparición por la Eternidad, descenso a un nivel Infernal o regreso para Encarnarse.

—Desconocer el verdadero final ¿no es una desventaja para conducirse por la vida?

—En tu caso es disculpa; pues desconocer las consecuencias últimas reduce la responsabilidad. Por más que tus discursos hablaron de consecuencias que no revelaste: “Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.”

—Era el momento del triunfo, alertando al pueblo, siendo sincero.

—Luego se acabó, vino la realpolitik… de seguir y seguir arriba a toda costa. El amor al Poder no engaña acá.

—Pero evité los monumentos, ni mi nombre en las calles ni avenidas.

—Que el país entero sea tu monumento no es mucha diferencia y heredar para tu hermano, típico de las monarquías.

—“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.

—Citar a José Martí —hizo una pausa— distrae, nada más distrae, en especial, si la interpretación de la frase puede confundirse tan humilde como ególatra…

Recordó su descrédito público hacia el tema “vida eterna”, en la cual no creyó con sinceridad y cuando una vez explicó que si alguien perviviera 500 años “terminaría aburrido terriblemente”. Siguió vagando entre recuerdos, atesorando lo que suponía sus mejores acciones y las decisiones que dañaban a otros. Le surgió otra pregunta:

—Esto es como una estación de tránsito que se termina; un sitial de ferrocarril que espera el arribo de su tren sin saber a cuál estación siguiente ir ¿Esto es así?

Por encantamiento, los efluvios del éter se disiparon y el sitio indefinido se convirtió en un escenario semejante a una vieja estación de ferrocarril provincial, con un tendido de vías único, unas cuantas bancas para la espera, una plancha cementada para que los viajeros aborden y se desplacen con facilidad. Más allá de las vías, palmeras y selvas agrestes, evocaciones gratas.

Sonríe en su interior, suponiendo que ha avanzado con el cambio de escenario. Este reto le resulta desconocido, pero si él abatió al tirano y al tigre, esta sorpresa quizá no le sea insuperable. Además, el sitio le trae recuerdos de infancia, cuando la humilde aldea que lo vio nacer vibraba ante ecos de lejanía y la distancia fue visión de un tren humeante y ruidoso.  

Una vieja locomotora pitó en la lejanía y captó su atención una columna de humo que semejaba un hilo disolviéndose. Sonrió en su interior, eso era un regreso a la infancia. La voz severa lo sacó de esa vista bucólica:

—Los actos son un engranaje en la cadena universal, ninguna maldad se hace sin el espacio abierto para tal acción; hasta los pensamientos más oprobiosos se gestan en un área preparada por mil millones de años de evolución cósmica… Así, el espacio de cada responsabilidad está limitado, pero conforme asciendes en la escala de Poder, ese pequeño espacio atrás de tu frente adquiere mayores repercusiones, diminuto cual el botón que controla la máquina enorme, así es el resorte íntimo que te dirige en cualquier circunstancia. Las guerras más terribles son diminutas chispas que escapan desde la hoguera de la historia humana, así que no hay tanto para rescatar o repudiar de los actos públicos. Si tu figura pública, incluso en tus momentos de tiranía, fuese insoportable cualquiera de los atentados que fueron tramados en tu contra, por una combinación de casualidades se habrían cumplido con éxito… Pero no… tu vida estaba alineada para ser larga y tu talante se mantuviera al frente de tu país. Quienes más te condenaban tuvieron el recurso de colocar la mar de por medio, así que tus labores quedaron facilitadas desde el principio. Respecto de lo que imaginas tu obra material, en poco tiempo se derrumbará como otros castillos en la arena de la playa cuando sube la marea, tus elucubraciones sobre un régimen perfecto y la nación heroica asediada se derrumbarán en su momento.

—Eso no es posible…

—Tus creencias sobre el futuro ya no son tema —atronó la voz— que aquí toca analizar el gesto más meridiano e íntimo, el cual refleja a plenitud tu timbre interior, para preguntarnos si merece seguir corriendo por las selvas y bosques de la Tierra o debe quedar esterilizado en un infinito inmóvil, para siempre en las eternidades estériles. Regresar al turbulento río de la vida, continuando con las transformaciones del espíritu en su cadena infinita o detenerse por los eones, dejando este dilema en tu propio interior.

—¿En concreto se me acusa de algo?

—Si has seguido el razonamiento anterior con cuidado, observarás que el dilema está entre un legado final que cristaliza a tu pueblo en un modelo y, no porque sea posible en lo real, sino porque conservas esa fijeza en tu interior. El otro polo está en dejar ir esa etapa cual la fiebre de las juventudes ardorosas, para reinventar en la Tierra…

Mientras la explicación fluía, el viejo tren alcanzó el principio del andén y sus ventanillas mostraban la alegría de rostros y manos traslúcidas, especie de fantasmas que disfrutaban de vacaciones.

El Dirigente interrumpió:

—Comprendo, me dan la opción como de abjurar por mis convicciones materialistas y modelo basado en las estructurales de la historia.

—El tema del espíritu ya ni siquiera es importante debatirlo, la prueba es contundente; sobre tus ideas, aquí no hay espacio para juzgar a las sociedades terrestres, lo único importante es si estás dispuesto a liberar tu espíritu de los lastres de tus ideas y hasta de tu grandeza personal, en el sentido de que aquí la Igualdad se comprende de manera muy distinta a lo que empleabas.

—¿Y a la basura esta fe junto con mis logros? —levantó la voz, comenzó a gritar— Abjurar de mis ideales de Patria, dejar de lado a los muertos; darle la espalda a los millones que sufrieron junto a mí…

Siguió hablando cada vez más fuerte, como si declamara ante la plaza pletórica de masas y agitara su puño potente, para exigir a los enemigos respeto absoluto a la Revolución. Conforme su discurso fluía le resultaba más una copia textual de sus añoranzas, cual si mirase una película de sus alegrías. La imagen traslúcida de su cuerpo comenzó a cristalizarse mientras su sonido amainaba y el entorno se volvió oscuro pero luminoso (cual región interestelar), integrando el arcoíris de batallas y proclamas, salpicadero de prisiones y barcazas, cañaverales incendiados por las zafras y negros con machete sin encadenar, estrofas de Martí, octavillas en los Ministerios y asambleas en las barriadas, madrugadas con sol y sin electricidad, huracanes tocando las costas, trovas reinventadas y bongós bajo la Luna, selvas bullendo entre disparos nocturnos, sobrevuelos de advertencia y prisioneros sin juicio, estadísticas frías y miseria caliente, remolinos entre las nubes y banderas cayendo de sus astas, helados de sabores en labios de los niños, ancianos bajo las tumbas, partos en cabañas solitarias… El torbellino de tantos elementos le resultaba asfixiante, convirtiéndolo en estatua y silencio. Mientras su mente inmaterial se apagaba, entonces un horror inenarrable lo sacudió por las atrocidades que salpicaban enemigos abatidos en batalla, víctimas casuales, prisioneros sin juicio, exiliados forzosos…

Los elementos se fusionan en arcoíris traslúcidos que son silenciados entre ese espacio frío e infinito. En el vacío estelar finalizaba el Juicio, las Presencias se retiraban, el Torcedor daba los toques finales al residuo de un arcoíris que se colapsaba dentro de una Nebulosa. La constelación de Orión, el guerrero estelar, se mantuvo indiferente cuando se apagó el último destello de ese arcoíris.