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sábado, 20 de enero de 2024

EL AMOR NO ES UNA ENERGÍA SANA

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

“Si el amor fuera sano, lo vendrían las farmacias y lo recetarían los médicos.”

Stadupero anónimo.

 

 

Es un acierto afirmar que el amor es la energía más poderosa para nuestras emociones. Carecer por completo de amor es una condena. De cómo se cultive y desarrolle depende la alegría o la frustración perpetua. Con seguridad conoces personas que nunca encuentran a su auténtica “media naranja” y se la pasan lamentándose de lo malas que les fue en su enamoramiento.

 

También he sufrido los fracasos amorosos. ¿Quién no ha sufrido algún desamor? Pero voy a poner un ejemplo bastante típico con el que se entenderá que el amor no es una “energía sana” por sí mismo[1].

 

La típica enredada con el casado

Eleonor secándose una lágrima: —Con sus desaires, su infidelidad, su inseguridad, con su manera tan seca de demostrarme su amor, con su falta de atención y tan mentiroso. Jimmy me dijo cien veces que ya había terminado con su esposa, que solamente le preocupaba cómo explicar a sus hijas que un nuevo amor iluminaba su vida.

— Y... ¿Qué sucedió?

— Se fue de viaje con ella, con la esposa. Jimmy se fue hasta París y para mi no le alcanza ni para un paseo en trajinera de Xochimilco. Pero, luego lo malo se pone peor —toma una pausa y hasta solloza— me acabo de dar cuenta que Jimmy se metió con otra maestra de su escuela.

 

En este relato, ¿está presente el amor? Está actuando en todas las formas, en especial, con maneras enfermizas del enamoramiento, como la compulsión de la infidelidad del macho tradicional; el amor de quien ruega por migajas; el amor a los hijos que no está claro cómo entran en una ecuación de infidelidades y amoríos furtivos.

 

Voy hacia esto, que el amor sea la energía más poderosa en tu mente y en la mía no lo hace que sea sano y benéfico. Para que el amor sea el camino de la felicidad requiere de saber llevarse con una sensata elección. Es muy conocido el tema de que el “amor es ciego” y que lanza sus flechas a lo tonto[2]. Pero tú no eres ciego.

 

En este relato, a primera vista se nota que la amiga Eleonor se involucra con un casado, engañándose en que no hace “nada ruin” metiéndose con el casado. Se auto-engaña pensando que el señor infiel solamente será infiel hacia su esposa, pero nunca hacia ella. Hay mucha ingenuidad o tontería en ese tipo de involucramiento.

 

La quemadura y la hoguera

El fuego vivo es muy poderoso y vale elogiarlo, pero quien pretende tomarlo descuidadamente con la mano, se quemará sin remedio. El amor es potentísimo y abordarlo a lo loco suele también provocar quemaduras. El gran asunto es que las quemaduras en el alma no se notan tanto y es fácil auto-engañarse de que fueron mil cuestiones las que hicieron fallar una relación. En el ejemplo puesto, la relación estaba enferma y moribunda desde el principio.

 

La leyenda de Prometo nos recuerda que las personas podemos ser tontas y desconocer el uso del fuego[3]. Sí, el amor mismo es el fuego y, de hecho, suele ser su símbolo. La felicidad en el amor llega hasta que aprendemos a colocarlo en el sitio correcto, tomarlo de la manera correcta, utilizarlo de la manera correcta y mantenerlo vivo de la forma adecuada. Hasta que los pueblos antiguos padecieron hambre hasta que aprendieron a conservar el fuego en hogueras, estufas y chimeneas, entonces se creó el arte culinario. De manera semejante los psicólogos y filósofos nos hablan de un “arte de amar”. En un libro con ese título Erich Fromm señala la importancia de alcanzar un “amor maduro” que sea fuente de una larga felicidad y no un simple capricho de meterse con el casado o la casada, como en triste ejemplo[4].

 

El amor no es una energía sana, a menos que…

Visto como una fuerte energía primigenia, potente y desbordante el amor no es sano ni enfermo. El romanticismo en la historia del arte fue un redescubrimiento del amor humano, porque la Edad Media intentó canalizar el amor hacia un único objeto, hacia a la divinidad y que fuera controlado mediante una religión oficial[5]. Para la psicología y la filosofía el amor humano es indispensable, aunque su canalización exclusiva hacia la adoración de lo no-humano posee un matiz enfermizo cuando se vuelve fanatismo y obsesión.

El amor se puede canalizar de diferentes maneras y muchas son poco sanas. ¿Qué es sano? Un equilibrio que favorece el desarrollo de la vida; en este caso, la vida del alma o psique. Por sí mismo, el amor no sana ni enferma, la forma en que es expresado sí sana o enferma. Por sí mismo, el fuego no produce bienestar ni daño, la forma en que es empleado es lo que produce un agradable calor o una dolorosa quemadura.

 

Ni siquiera el “amor incondicional” es una energía sana

La ya trivializada afirmación de que el amor “debe ser” incondicional para que sea de lo mejor fácilmente se vuelve una afirmación de sinsentido. Cuando se aplica hacia los hijos y a la filantropía está muy bien, porque ese tipo de amor no debe esperar nada a cambio. En cambio, el amor de pareja sí implica convivencia y establecimiento de reciprocidad. El sometimiento de una de las partes de una relación amorosa a “no esperar nada” resulta en un despropósito.

Lo incondicional con facilidad implica una especie de vacío en la argumentación. ¿Puedes construir tu casa sobre un lago? Es imposible. Lo mismo sucede con las relaciones de amor. Está muy bien cuando pensamos en un gesto aislado de amor y en un tipo de amor que se lanza desde un único lado como la paternidad y la filantropía donde no se exige nada a cambio. Esa unilateralidad está bien llamarla como un acto “incondicionado”. Sin embargo, todo individuo está siempre condicionado por sus circunstancias.

Volviendo al fuego, aceptemos que la flama está condicionada por la presencia del oxígeno y del material que sirve de combustible al fuego. El fuego jamás está incondicionado ante el oxígeno, pues cuando desaparece el oxígeno se destruye el proceso de combustión.

 

El ingrediente para que el amor sea una energía que sana

El ser humano es el único ser pensante y con esa facultad pudo canalizar el fuego exterior para evitar desgracias; con la misma capacidad puede canalizar su amor. Esto es bastante obvio, pero hay una objeción típica.

El amor lo sentimos con alto grado de espontaneidad, no se puede programar artificialmente y resulta inútil el manipularlo; porque un amor que no es sincero entonces tampoco es amor. Ahora bien, la sinceridad es mirar con intensidad y abrir el corazón, lo cual no implica una forzosa ceguera. ¿Amar a alguien por la ilusión falsa que nos provoca es amor? Eso se llama deseo. ¿Amar a alguien por lo que sí es y así mirar su alma auténtica que despierta sincera pasión? Eso se llama amor sincero.

El amor franco y que mira bien a quién ama, apasionándose por su esencia y gustando de su apariencia es el camino de un amor sano y duradero.

 

A menos que el amor sea el fuego que no quema y sí regenera

Cuando el fuego de amor triunfa auténticamente y no proviene de un capricho pasajero, sino de una potencia de encuentro extrema, entonces triunfa y lo miramos en su más alta expresión. Ese es al amor para el cual cantaron sus poesías los inspirados románticos, es la pasión prístina que destilan las mejores novelas. En ese caso no estamos hablando de un “amor promedio”, sino la combustión transformadora de la vida.

Este tipo de amor es el que describen cuando ha bastado una mirada o un beso para que se abra un mundo al enamorado.

Ese amor transformador posee una potencia de sanación que desborda fórmulas[6].

Ese amor compensa los tropiezos de las variaciones torpes de los amores fallidos y enfermizos, el reto es que levante el vuelo y no nunca caiga.  

 NOTAS:



[1] Tanta preocupación por encontrar los estilos diferentes de hombres y mujeres, señalan las dificultades del amor como en John Gray, Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.

[2] Temo inspirador del Elogio de la Estulticia, para Erasmo de Rotterdam.

[3] Frazer, La rama dorada. Todos los pueblos antiguos conservaban un fuego ritual que recordaba un tiempo lejano cuando literalmente no había más manera de obtener fuego que robándolo de un incendio provocado por el rayo.

[4] Fromm, El arte de amar.

[5] Amor y Occidente, de Denis de Rougemont.

[6] Alberoni, Enamoramiento y amor, que explica el amor como la potencia transformadora extrema.

jueves, 18 de enero de 2024

YEMEN NO EXISTE EN ESTE PLANO



                                                                                   Por Carlos Valdés Martín

A los invitados del Coloquio Internacional de Filosofía fueron desalojaron del salón principal para descender al salón del sótano, con incomodidades e improvisaciones. El huracán Otis no avisó de su ascenso en categoría, golpeando al territorio a un nivel superlativo. Así, que la última parte del Coloquio que se refería a la Paz Espiritual y Pacifismo comenzó bastante agitada. No se terminaban de sentar los asistentes y ya uno de los invitados estaba adelantado sus opiniones…

Repetía en silencio Baudrillard después de afirmar que la “Guerra de Irak no existe”. El salón de clases estaba lleno, ningún pupitre sin ocupar, los visitantes distinguidos en sillas, los últimos improvisados se recargaban en las paredes o se sentaban en el suelo. El polémico camarada Lyotad respondía que son “efectos posmodernos donde no hay verdad, sino performatividad”. Pensaba en las guerras, en las heridas y las catástrofes.

Los privilegiados que asistían a este encuentro de pensadores tan renombrados, sentían el pecho hinchado de contento y no cesaban de tomar apuntes a mano o con el celular grabando.

Movió su cabeza brillosa y pulida, Foucault para apuntar lo que cualquiera sabe por él:

—Son efectos del Poder que habla por nosotros, se apodera de nuestros discursos, para desear un biopoder belicoso, masoquista y autógeno. El nuevo panóptico expandiéndose…

Deleuze manoteó en el pupitre y lo sonó como tamborilero para distraer al colega y anotó:

—Las máquinas deseantes montadas en la máquina de guerra, que desterritorializan un desierto para reterritorializar una notica de la trágica serialidad; encadenando al rizoma de los signos y destilando una “literatura menor” a la de Kafka.

Por su parte, Lipovetsky rayó el gis sobre el pizarrón, provocando un escalofrío sonoro, para alegar:

—La era del vacío se llena de dolores, irrupción de conciencias fetichizadas. Y se toma la palabra Chomsky se adivina que culpará al imperio. La falta del respeto del francés inhibió al norteamericano que ya había levando la mano para decir lo que se adelantó a señalar.

Aprovechando la pausa, Zizek aprovechó para dejar su punto:

—Algo imperialista y capitalista se junta con la irracionalidad fascista de los teócratas musulmanes, que juegan papel de víctimas de ocasión.

La Applebaum no resistió chocar con esa opinión:

—Los amigos de la tiranía, sin argumentos válidos, utilizan a los pueblos oprimidos como pretexto para cancelar la democracia y nublar las mentes.

Byung Chul se quejó:

—Esta depresión crónica de la desaparición está cansando tanto a todos y cada uno.

Rompió el silencio Baudrillard, para soltar lo que tramaba su mente:

—Nadie va a Yemen, nadie saluda a los aldeanos, nunca nadie mira sus minaretes ni bebe en sus aguas; para que ese país existiera y dejara de ser un simple símbolo de la continuación de los ataques y los atracos, habría que tocar tierra. Y nadie lo hará, todos creerán que las pequeñas imágenes de explosiones y declaraciones de militares son lo real, cuando en el fondo sabemos que Yemen no existe.

Zizek hizo un gesto amenazante, aunque no era precisamente contra quien hablaba, sino hacia una idea cinematográfica que le recordó al mal absoluto, el matar por el matar mismo.

En eso el sonido del bastón contra el piso interrumpió al francés. Era un ciego con su bastón, el invidente de ojos azules era Borges. Habla con voz temblorosa:

—Cuando tenía vista y leí Las mil y una noches, entonces existían todos las Arabias y los Yemen. Ahí estaba todos, vivientes y plenos de sueños, ingeniosos y vibrantes. Cuando escribí sobre Averroes nadie se dio cuenta que también estaban las arenas del desierto infinitas en la esquina de Yemen, que se llenaban de lamentos; pero los lectores únicamente observaron a Averroes incapaz de comprender la tragedia y la comedia de Aristóteles. En fin, hubo un embrollo, pero lo que debería importar es que hay vidas palpitantes en juego que no saben de geopolítica ni de intereses materiales ni fanatismos religiosos. Bajo cualquier guerra despierta la tragedia de los inocentes perdidos. ¿Y cómo explicarles que “En el instante en que yo dejo de creer en él, "Averroes" desaparece”[1] bajo lágrimas, porque (aunque no existiera) habría que inventar otro Yemen?

En ese punto, al anciano de ojos azules lloraba y dos filósofos apiadados de su arranque sentimental lo condujeron hacia su habitación en un hotel cercano, para evitar el debate bizantino. Los filósofos materialistas supusieron que era una broma, con un disfraz para un falso Borges. Los filósofos románticos creyeron en un fantasma que les recordaba la sensatez en mitad de la inhumanidad.

 

 

 NOTAS:



[1]Jorge Luis Borges, En busca de Averroes, en El Aleph.