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sábado, 18 de agosto de 2018

ANÁLISIS DE “NO OYES LADRAR LOS PERROS”, CUENTO DE JUAN RULFO




Por Carlos Valdés Martín

El ocaso de la Revolución Mexicana
Dentro de un estilo costumbrista, los cuentos de El llano en llamas se caracterizan por un dramatismo estricto y agobiante. En particular “No oyes ladrar los perros” relata el esfuerzo agotador de un padre por cargar a su hijo agónico hasta un pueblo donde abriga esperanza de que lo salvará un médico. Su ubicación temporal señala los episodios revolucionarios o posrevolucionarios cuando grupos campesinos se volvían bandidos sin causa definida, tal es la culpa que señala al hijo; siendo que la Novela de la Revolución había representado un subgénero en México, algunos escritores del medio siglo XX, plantearon el desencanto consecuente. La narración ocurre en un descampado, rumbo al pequeño pueblo de Tonaya, Jalisco, una ubicación real donde termina la narración con la muerte del hijo y el ladrido de los perros. 

Trama
El relato es sumamente sencillo y lineal: un padre carga en su espalda a su único hijo malherido. Avanzan solitarios en la noche por el campo rumbo al pueblo de Tonaya, una cabecera municipal donde el padre cree que habrá ayuda para curar a su vástago. En un ágil diálogo descubrimos que hay un rencor irreconciliable, pues Ignacio, el hijo ha sido antagónico, desairando los valores familiares al cometer desmanes con una gavilla armada, la cual ha sido diezmada y únicamente el hijo sobrevive. El padre culpabiliza a su hijo moribundo por crímenes, incluida la muerte de su padrino de bautizo Tranquilino. El motivo por el cual el padre carga a Ignacio se explica por darle gusto a la madre difunta, pues el padre es incapaz de confesar afecto por su hijo. La manera en que carga el padre al herido es molesta y dolorosa, pero se justifica como la única salida y además imposible de modificar, pues si lo bajara un momento de sus espaldas, no sería ya capaz de auparlo. El hijo pide repetidamente que lo baje, a lo cual el padre se niega. La incomodidad se acrecienta pues el herido se aferra al cuerpo clavando las piernas y apretando los brazos, por lo que los oídos queda tapados. La dificultad del padre para ver y oír marca el título, pues repetidamente le solicita al hijo que lo oriente con los ladridos de los perros. Al llegar a Tonaya el hijo ya se advierte muerto por su rigidez y al apearlo, el padre le reclama su inutilidad, en un final dramático.

Costumbrismo y peso muerto
En este relato predominan los rasgos reales y resalta el costumbrismo mediante las palabras folclóricas, el manejo de valores y el paisaje humano. Si bien la suma de las imágenes de un campesino cargando por parajes desiertos a su hijo agónico se liga en una figura fantasmal por la sombra alargada, la explicación se mantiene bajo supuestos realistas. El modo de cargar se justifica repetidamente y con detalle se muestra cómo se le va la vida al hijo. Bajo una alegoría cristiana Ignacio se convierte en una especie de cruz que hinca sus filos en su progenitor, “porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas.”[1] La imagen del hijo lastimando con su simple inercia física, sirve de interesante metáfora del mundo rural, que ahoga a sus habitantes por simple inercia. En general, el costumbrismo de Rulfo posee ese signo ominoso de inercia, peso de un trauma colectivo, especie de maldición edípica de la que nadie escapa.

Simbolismo específico del cargador
Para la antigüedad grecolatina hubo un cargador mítico en la figura de Atlas, que en este relato adquiere la humildad de un campesino. Cuando resulta imposible renunciar a la carga a riesgo de una catástrofe, le otorga ese aspecto del titán griego que no estaba conforme por llevar el mundo a cuestas. La otra gran figura es el Cristo cargando la cruz, que representa el gesto para expiar los pecados del mundo, mediante un sacrificio de esfuerzos previo a dar la vida. Aquí, la vía desesperada implica una expiación de los pecados, a manera de los penitentes en Semana Santa. Sin embargo, esta redención peculiar es trágica.

Padres ante la muerte de los hijos sin conciliación: leyenda de Lacoonte
También una leyenda griega expresa el conflicto del padre perdiendo a los hijos bajo un límite del sinsentido. Cuando Troya era sitiada recibe el engañoso regalo del Caballo, el astuto sacerdote Lacoonte procuraba desenmascarar el engaño enemigo, para evitarlo entonces los dioses fatídicos enviaron dos serpientes. El personaje descubre con desesperación que sus dos hijos son víctimas de las serpientes y él mismo cae ante una lucha desigual. Una famosa escultura representó la desesperación del padre ante la muerte inminente de sus vástagos y de él mismo. La situación completa, al perderse el futuro debido a la muerte de los hijos, resulta doblemente trágica.  

Derrumbe de jerarquías
El drama entre padre e hijo se multiplica por una sublevación imposible, en lugar de las fuerzas juveniles empujando hacia algún logro, es la debilidad de la vejez que carga con el fracaso de la nueva generación. La relación padre-hijo se ha invertido sin aparente intención, es piedad por la agonía que lo coloca arriba físicamente. Aunque la jerarquía está rota, el varón opera cual “piedad”, que se lamenta del retoño agónico. La piedad es parcial, existe el acto físico, pero el rencor ha crecido, pues el discurso del padre destila un rencor sin fin. La reconciliación es imposible y el nihilismo de la muerte rompe el sentido. El gesto y su esfuerzo sin límite, no redime al padre en un gesto de amor, que sigue reclamándole, incluso al cadáver: “— ¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”[2]    

Costumbrismo del lenguaje
El padre sostiene el peso del relato y marca el tono costumbrista mediante el lenguaje, empleando palabras locales y giros idiomáticos costumbristas durante las repetidas explicaciones y reclamos.  Siendo un lenguaje local, el autor lo aplica con riqueza por los verbos por ejemplo: mortificar, agarrotar, derrengar, trajinar, retacar y zarandear. También sustantivos locales fuera de los diccionarios: “llenadero” o “destrasito”.[3] El habla del personaje principal aplica una combinación de las personas verbales utilizando tú y usted alternadamente.

Línea y desenlace
El tiempo avanza de manera lineal y sin variaciones, mientras la trama mantiene su interés por el drama de la agonía y la posibilidad de que se salve el hijo. Poco a poco, entre los personajes se va demostrando un gran rencor acumulado y un conflicto sin solución.

Metáforas favoritas
El breve cuento está salpicado con metáforas poéticas, con un tono trágico y acorde a un ambiente campirano, de costumbrismo y de vibraciones hondas. En especial, la combinación de Luna, perros, soledad… traen la imagen casi mítica, como si el inconsciente creyera en los poderes de la Luna. Por ejemplo: “La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.” “porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas.” “Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja.” “El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.” “Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros.” “al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. — ¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”

Integralidad de los canales perceptivos
Emplea una perfecta confluencia de los canales visual, auditivo y quinestésico (únicamente falta el canal lógico-matemático que no se suele emplear en la literatura). El balance entre estos múltiples canales facilita la asimilación de la obra desde diferentes sensibilidades. Canal auditivo: El título y el lema repetitivo del “ladrar los perros”, además señalado como ausencia marca una tensión constante, la búsqueda de un sonido, que surge hasta la escena final del libro. Canal visual: La luz de luna, con las sombras alargadas, la lucha contra la oscuridad. Canal quinestésico: La carga del hijo, sensaciones de agobio, presión física y cansancio constantes; las emociones de un viejo rencor que fluye continuamente.

 Sensibilidad ante las víctimas y la mentalidad 1953
El conjunto de la literatura de campesinos fantasmales de Rulfo es imparable y trágico. ¿Cómo es que el gusto literario de la época se enganchó con esa percepción nostálgica del campo, trágica pero poética? A su manera, la sensibilidad de Rulfo engancha con el “victimismo”, asumiendo que la visión de los vencidos sigue arraigada y etérea, adormecida y tan fuerte como en la alborada trágica de 1910. El campesino representa la repetición trágica, ante la cual los editores y maestros del medio siglo XX se plegaron, sin embargo, esa afirmación no dio más frutos. Nunca surgió una “escuela” a partir de Rulfo, su siembra fue un árbol estéril, los intentos para reeditar las narraciones fantasmales de campesinos no surgieron o fracasaron, a diferencia del romanticismo del siglo XVIII, ese peculiar “realismo mágico” quedó en el mortinato.

NOTAS:

[1] Rulfo “No oyes ladrar los perros”.
[2] Rulfo “No oyes ladrar los perros”.
[3] Palabras que no aparecen en el diccionario dan la marca más directa del regionalismo, pero también lo poco usual señala el costumbrismo.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente...pude comprender mas

Jesús Manuel dijo...

Cuál es la idea principal de este cuento

Anónimo dijo...

Cual es la causa de la muerte de la madre?

Carlos Valdés dijo...

La madre murió al parir al siguiente hijo, aunque el relato no da mayores detalles. Esa muerte sucede antes del tiempo de la narración,su contexto importa para remarcar la fuerza del vínculo del padre hacia el hijo moribundo.

Unknown dijo...

Este texto está narrado en segunda persona plural

Bolas-girón dijo...

gracias, me encantó