Prólogo por Carlos Valdés Martín
De la misma manera que Papini realizó innumerables entrevistas imaginarias con personajes reales[1], aquí se realiza un cuento bajo la modalidad de entrevista de ficción con un personaje que encarna a un alter ego. Este personaje entrevistado, con rasgos mexicanos y alma quijotesca, representa a cualquier escritor novato, como entonces lo era el propio Carlos Valdés. Emplea su característico estilo realista, que el autor dominó y siempre lo acompañó, bajo un enfoque de “paranoia crítica”, recomendada por Dalí y otros muchos intelectuales heterodoxos. Este método se acerca también a la elaboración de caricaturas, que marcó a tantos satíricos españoles, del llamado “Sigo de Oro” con Francisco Quevedo y el esperpentismo de Ramón del Valle Inclán.
Este cuento presenta dos valores adicionales a un cuento normal. El primero es un marcado carácter autobiográfico, donde los personajes conocen a la perfección las aspiraciones a ser escritor consagrado. Visto desde el presente, resulta otro aspecto revelador: hay fuertes profecías sobre la trayectoria posterior de Carlos Valdés.
El texto entretiene mucho, aunque en la actualidad cuesta entender su trasfondo, pues debe releerse o dotarse de algún “aparato crítico”. En el presente, son casi desconocidos los detalles del ambiente literario mexicano en la mitad del siglo XX y el auténtico perfil de la generación donde se desarrolló Carlos Valdés. De este cuento llamará la atención una aparente agresividad de las críticas mordaces, que se contraponen al cordial aprecio que había entre los literatos de esa generación. Por si fuera poco, Carlos Valdés fue un intenso promotor cultural, que de manera gratuita incluía a nuevos talentos en su revista literaria Cuadernos del Viento. Un emprendimiento quijotesco de revista literaria independiente, editaba en su propio domicilio y sin ningún subsidio, junto con Huberto Batis[2].
El lector disfrutará del estilo irónico y la agilidad vertiginosa con que se muestran las entrañas de la actividad literaria en México, que no difiere demasiado del resto del mundo. De la lectura saldrán risas involuntarias y curiosidad sobre cómo era el ambiente literario donde departían con Carlos Valdés los personajes como Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, José de la Colina, Rosario Castellanos y otros.
“ENTREVISTA A UN DESCONOCIDO” DE CARLOS VALDÉS
Editado originalmente en Revista de la Universidad (UNAM), en abril de 1958.
RESULTA más interesante la opinión del portero de la ópera que la de un cantante famoso. El criterio de los humildes es más leal, auténtico y humano, está menos oprimido por el respeto. En cambio, los personajes conspicuos ofrecen versiones oficiales y asépticas. Adivinamos lo que dirá el funcionario sobre determinado tópico; pero nos llena de júbilo o de espanto la opinión
arbitraria del hombre de la calle.
Se han realizado muchas entrevistas sobre literatura. Cuando se interroga al literato del día, nadie entiende sus cautas palabras sibilinas, y continuamos ignorando las intimidades de la vida artística. También es inútil entrevistar al joven brillante; teme aún más comprometer su carrera. Pero el público quiere conocer al escritor en mangas de camisa.
¿A quién acudir? ¿Habrá alguien que reúna las características del anonimato y de la juventud atrevida?
En las nieblas de mi recuerdo aparece un rost.ro; lo he mirado en todas partes y en ninguna. Juraría haberlo visto detrás de un escritorio burocrático, y aburriéndose en una conferencia. Pertenece a un hombre que me han presentado en los cocteles literarios, y que siempre tengo "mucho gusto" en conocer, sin que logre dominar la sospecha de que lo he encontrado antes.
En mi memorándum debo tener su domicilio. Tal vez ahí esté la pista del escritor convenientemente joven y anónimo. Me hago la ilusión de que hallaré a un muchacho laborioso y modesto: él me mostrará hasta los camarines donde se retocan las estrellas de la literatura nacional.
He, tenido que recorrer los rumbos más lóbregos. Ya en el campo ratifiqué el domicilio ante un edificio de apartamentos. En la escarpada escalera me vi en peligro; Por poco sucumbo ante la carga de una chiquillería sucia y traviesa. AI fin nuestro hombre en persona me abrió la puerta. Es soltero por necesidad y por gusto: Ocupa sus horas libres en escribir y soñar. Desde hace algunos años colabora en las revistas que lo consienten; pero sus escritos (como yo lo sospechaba) no han tenido la suerte de llamar la atención. Nadie lo conoce ni se interesa por él. Es franco, feo. casi enano, y posee rasgos indígenas. Su falta de fortuna no me sorprendió: En nuestro país (aunque no existen problemas raciales) un rostro moreno dificulta la carrera. Lo confieso: Su diminuta figura me hizo dudar. Pensé que no tenía talla de Hércules para limpiar los establos de la literatura. Sin embargo, juzgué inoportuno arrepentirme después de haber subido cinco pisos.
Primero, el escritorcito se negó a contestar mis preguntas. al fin lo convencí de que el gran público lo exigía. Después de hoscos y prolongados silencios. Cambiando de parecer. ardió en deseos de sacrificarse sobre el ara pública. Hasta logró contagiarme su espíritu optimista.
—¿En dónde nació usted, maestro?
"Maestro", di le yo, pues aún al abstemio lo emborracha una gota de elogio.
—Por fortuna en el Municipio de Iturbide. Allá nos enseñan a ayunar. Buena práctica, porque el ascetismo es el primer precepto que debe guardar el aspirante al Parnaso: poca carne, mucho hueso, y abundante espíritu de sacrificio.
Su desnutrida figura encarnaba (si la paradoja vale) la veracidad del enunciado. Sin embargo, en la habitación había algunos rastros de comodidades. Los muebles hasta se podrían calificar de lujosos; no en sí mismos, sino por lo caro que resultan los abonos usurarios.
—No diré que sea rico; sin embargo, usted posee más que otros.
El joven escribidor me arrebató la palabra, como perro que se roba un filete.
—A mí me pagan por no escribir —susurró con un dejo de falsa modestia—. Como no gano bastante me ayudo con uno que otro artículo, un cuento o un poema. Actividad ésta como la del chico que para tener dinero de bolsillo se acomide a hacer recados.
El ruido del vecindario interrumpió la entrevista. Llantos de niños, una disputa matrimonial, radios en competencia de volumen, un loro que profería maldiciones. Luego, tan misteriosamente como se había encendido, la algarabía se apagó. Pude continuar:
—¿Ha publicado usted algún libro?
—Sólo uno, y duerme en el polvo de las librerías. Sin que el fracaso me haya desanimado, preparo nuevos textos: poemas, traducciones, ensayos, novelas. Pero le tengo más fe a mi volumen de cuentos; es el género más frecuentado y menos leído. Hablando con franqueza: el menos peligroso.
—¿Cómo lo titulará?, —le interrogué fingiendo interés.
—Aún lo ignoro. Se lo preguntaré a un amigo mío. Se dedica a la publicidad, y es muy hábil para inventar títulos.
No indagué si el amigo suyo también era fabulista, pasé a la siguiente pregunta:
—¿Dónde piensa usted publicar sus cuentos?
—En la colección "Letras Mexicanas"; no hay otra[3].
El joven anónimo insinuaba que nuestra industria editorial es paupérrima. Pero yo no le permití explayarse. (El tema se lo remito a los economistas, tan ingeniosos para zurcir teorías extranjeras que rediman a la patria. Justo que el poeta opine sobre Rengifo; pero que no invada el terreno de caza de la ciencia, so pena de sufrir el chasco del médico que extirpaba erratas.) Intenté reducirlo a sus límites naturales con una pregunta brutal:
—Y ¿si le rechazan su libro?
—Lo imprimiré por cuenta propia. Como usted sabe: la literatura, querida ruinosa e insaciable, exige múltiples sacrificios[4].
Su intento me pareció absurdo. Para disuadirlo, procuré refrescarle la memoria:
—¿Cómo trató la crítica al primer libro suyo?
—Lo pasó por alto olímpicamente. Su desprecio no me entristece; por el contrario, me alegra. Los mexicanos no podemos soportar la fama[5], nos incomoda más que una lápida sepulcral. Los ejemplos son lamentables: muchas jóvenes promesas mueren junto con su primer libro. Los prudentes no queremos terminar como cartuchos quemados, ni en eternos niños precoces, por eso nos escondemos en el anonimato, o por lo menos nos enmascaramos detrás del seudónimo.
"El verdadero artista trabaja para la posteridad. Un grupito de fabuladores trabajamos, en las sombras. con la esperanza de engañar a los pacientes lectores del siglo XXI: ellos creerán que en México había literatura viva. Nuestro orgullo es forjar una falsa y espléndida imagen de esta generación perdida, para pecar de exactos, inexistente."
Yo guardé silencio piadoso. Comprendí su recatado deseo de gloria, antes que confesar su pasión se cortaría la mano; admiré su sed y hambre rabiosas de lectores. Tal vez ese estado famélico, pensé, fuera propicio para la verdad.
—¿Cuál es el defecto más grave del escritor mexicano?
—Carece de conciencia profesional. Escribe sin método ni constancia, por mero pasatiempo, y sólo para agradar a los amigos. Aspira a la indulgencia, no al mérito, como los escolares que recitan versos delante de los profesores satisfechos de antemano. Si no tenemos amigos ni familia nadie nos lee.
—Usted se parece a un incorruptible crítico que afirmó no tener amigos[6].
—Él molestaba porque era un crítico activo: pero yo no soy crítico ni incorruptible. Deseo tener amigos; no para fatigarlos con mis obras. La amistad por la amistad. Sin embargo. ella me esquiva. Ignoro si soy antipático, o si es que el agua y el aceite se repelen.
Me incliné a creer lo primero, más sus apreciaciones personales poco me importaban.
—¿A qué se dedica el escritor que fracasa como perrillo faldero?
—Naturalmente, a la crítica. La que fue noble labor. hoy languidece en manos de los resentidos. y de los ineptos.
—¿Cómo explica usted nuestra crítica indulgente?
—Porque se ha convertido en una manera de agradecer los obsequios de los editores (que la honra de los libreros quede limpia; sólo regalan los libros que ellos imprimen), y también en una próspera industria de dorar la píldora. Los perspicaces sabemos que detrás de la azúcar se encuentra el ácibar[7].
—Entonces, ¿usted cree que los críticos carecen de valor?
—No hay que culparlos. Adoptan actitudes olímpicas, pero comen igual que todos los mortales. En México los literatos, poetastros, genios mayores y menores dependen más o menos del presupuesto oficial. Usted conocerá la afortunada frase: "El único error, estar fuera de la nómina". Aplicable al noventa por ciento de los casos. Las Secretarías de Estado empollan los intereses literarios: hay escalafón de ensayistas, antigüedad de poetas, y hasta jubilados de obra completa. Usted comprenderá: si nadie se atreve a criticar al jefe, menos al influyente amigo del señor Ministro[8].
Me sorprendió la parcialidad de sus juicios, y su modo de reducir a esquemas el
ámbito multicolor de la vida artística. No pude menos que objetarle:
—¿Cuál es el origen de las polémicas que a veces alborotan el cotarro[9]?
—Pregunta difícil de contestar. Los intereses creados son a la vez de naturaleza simple y complicada. No tiene gran objeto discutir, por elemental, la raíz egoísta del interés; en cambio, su manera de enraizar es apasionadamente compleja. La sujeción del escritor al presupuesto es mera apariencia. En su fuero interno ninguno está conforme. La literatura mexicana es un lago de superficie tranquila, y dorada por la mediocridad; pero en el fondo se producen continuas borrascas. Las profundidades submarinas son crueles: los escritores se agrupan en clanes o perecen. Los círculos de elogios mutuos, las capillas de adoración perpetua sólo ofrecen la necesaria seguridad. Su organización se parece a los castillos feudales: el incienso es para los moradores, y el desprecio para los bárbaros de afuera. La verdad oficial no impide que la lucha interna se propague. Todos quieren ocupar el trono. Para guardar las apariencias, la rivalidad se oculta. El traidor puntapié bajo la mesa, y los chismes de pasillo, son las cartas del triunfo.
Nuestro escritorcillo no se dejaba interrumpir. Se entusiasmaba en su papel de Catón abominando las costumbres corrompidas.
—En nuestro medio el chisme ha sustituido con ventajas a la crítica. Para criticar es necesario leer los libros, quebrarse la cabeza, y sobre todo, dominar el arte de no comprometerse en dos cuartillas.
En cambio, murmurar del prójimo es muy sencillo: basta fijarse en sus defectos luego juzgarlo, condenarlo y ajusticiarlo en ausencia. Los cocteles y las comidas literarias se eternizan, supongo, porque nadie quiere iniciar la marcha. La mayoría de los ataques son personales. Nadie acusa al escritor de maltratar la sintaxis, sino de homosexual o cornudo. Se ataca la persona, no la obra, porque el éxito del escritor es social y no artístico. La gente no se preocupa si los versos están mal medidos, sino de la perfección del nudo de la corbata.
—¿Qué gracias sociales debe poseer el escritor para prosperar?
—Ayuda la abundancia de consonantes en el apellido, y provenir de buena familia; pero, ante todo, el ingenio. Cultivarlo es cómodo y productivo. Las conversaciones brillantes hacen olvidar que el autor no publica nada. Pulir frases resulta menos fatigoso que escribir novelas. Además hay pocos lectores y muchos oyentes. El ingenio se cotiza casi tan bien como el escándalo[10].
—¡Cómo es eso!
—Cuando el audaz se cansa del anonimato, rompe lanzas contra los valores consagrados por el uso. A continuación las canonjías y las becas le llueven. Es el premio de gritar lo que los demás sólo se atreven a murmurar. Quizá el iconoclasta sufra la rechifla de los timoratos; pero a la larga el escándalo siempre se paga. "Siembra vientos y cosecharás tempestades". Y quien sabe capear huracanes llega muy lejos.
—Ya que conoce la clave del éxito, ¿por qué no la usa en beneficio propio? — dije no sin cierta ironía.
—Tan pronto ha olvidado, señor periodista, que no intento colarme en las primeras filas burocráticas, sino dedicarme por entero a la literatura. Para inclinar la espalda y recoger migajas, nunca hubiera abandonado la provincia.
—¿A qué, entonces, debemos el honor? — dije un tanto amoscado.
—He hecho un retrato feroz del ambiente. Sin embargo, aquí habitan los justos (aunque en cortísimo número, no llegan a la bíblica suma de diez). Sin su ejemplo hace mucho me habría perdido. Para perseverar en la senda inhospitalaria del arte, me basta mirar a los sabios sumidos en sus papeles, sordos a los aullidos de la masa pedantesca que se disputa los insuficientes caminos de la vanidad.
Lo interrumpí temeroso de que citara los nombres de los siete sabios[11].
—Hemos hallado mucho de que en México no existen escritores ni público; pero ¿con qué llenan las páginas de las revistas?
—Frecuentemente son el producto de dos o tres personalidades[12]. Esto no obedece al monopolio, sino a la escasez de plumas; si no fuera por las traducciones[13], las revistas aparecerían con regularidad de cometas. Para obrar con justicia agruparé a los plumíferos por clases: a) Los menopáusicos; la mayoría aplastante. b) Los que escriben de cuando en cuando; ejemplar casi extinto. c) Los prolíficos; unos empecinados que se aferran al número para ocultar su poca calidad. Pero la juventud es la plaga que consume a la fauna literaria. Hasta los viejos siguen siendo inmaturos. La prisa y el deseo de triunfo fácil han ocasionado infinidad de partos monstruosos[14]. Se podría instituir un museo de fetos y abortos; hasta sobrarían ejemplares para regalar. Las naciones cultas se maravillarían de nuestros ensayos sin columna vertebral, de las novelas sin pies ni cabeza, y de los poemas que no alcanzaron el tercer mes del embarazo.
—¿Qué piensa usted de los jóvenes, de los cachorros, como se les ha llamado? —le pregunté mientras lo imaginaba hundiéndose en el pantano de su perdición.
—Padecen los mismos defectos de los viejos, sólo que magnificados. Escritorzuelos a la última moda, engolosinados con cualquier forma que alcance un poco de éxito, pordiosero del ingenio, indigente de todo talento. Si en Francia alguien triunfa con un ensayo sobre la inverosímil vida de las ranas, aquí cien fracasarán en el mismo tema[15]. Si en México obtiene aplausos un soneto marxista, en adelante todos los versificadores lo tendrán por modelo[16]. Toda regla alcanza sus excepciones; pero los justos, en este caso, no suman cinco.
El escritor anónimo se había transformado en Júpiter. Continuó lanzando rayos sobre los mortales.
—De los jóvenes, de quienes algo se espera, son los primeros en traicionar el ideal. Si algún talento poseen se apresuran a cambiarlo por un plato de lentejas. Ellos no son culpables, sino quienes devoran los bodrios, y se regocijan ante los manitos amaestrados; y la ley del mejor esfuerzo se impone fatalmente. Yo me inclino a la indulgencia con los gustos reblandecidos por la edad, pero a la juventud no la perdono.
Harto de juventud, cambié de tema:
—¿Cree usted que estimulan a la literatura los juegos florales[17]?
—Cuando alguien los menciona, toda la gente comienza a hacer guiños. El primer paso sería restituirles el prestigio; el segundo, una propaganda efectiva. Mientras que los concursos se anuncien en cartelitos ilegibles y furtivos, sus organizadores tendrán que declararlos desiertos, aún más en donde los escritores no bastan para formar el jurado.
—¿Qué opina de las becas?
—La única salvación en donde no hay público que pague —los ojos del escritor se iluminaron, no con la llama de la codicia, sino con la visión profética—. Si se desea que exista literatura, el Estado debe crear un gran número de becas generosas y de duración ilimitada. Es urgente evitar que los jóvenes se contagien de empleomanía, para que se dediquen sin preocupaciones a escribir en serio. A la vez que las becas debe fomentarse la cultura en todas las formas y grados entre el pueblo. Cuando el público educado sienta necesidad de leer, exigirá obras de autores mexicanos, que para entonces ya serán más tratables.
—Su plan me parece utópico.
—Lo que he señalado es un medio artificial. Algo como el cultivo de las flores en invernaderos. Pero si alguien ama las plantas, en invierno tiene que valerse de ellos. El ideal del floricultor sería meter el campo al invernadero; mas se conforma con levantar uno proporcionado a sus dimensiones humanas. También nosotros deberíamos construir pequeños refugios para las letras.
—Entre tanto el gran público ignora las obras mexicanas.
—Se requiere mucho tiempo para que la cultura florezca. Los pueblos antes de llegar a ella recorren muy largos caminos. La literatura no se da en el vacío, necesita el suelo firme de la tradición. Para entender la profundidad de nuestra incultura y mala fe, basta recordar que cuando alguien dice que deberíamos estudiar nuestros clásicos, todos pensamos que se le está haciendo propaganda a alguna editora que no logra deshacerse de Altamirano o de Sor Juana.
Comenzó a citar nombres y títulos; no hay nada más aburrido y turbio que un escritor que habla de textos ajenos, como si el que otros hayan escrito buenas obras, lo absolviera de haberlas hecho malas. Me despedí rápidamente.
En la calle suspiré. Era un alivio estar lejos de ese joven gris que pensaba como un viejo, que era tan de una pieza que no se adaptaba al ambiente, y que poseyendo inteligencia se conformaba con el orgulloso, anonimato. No debería haber dejado su provincia, pues allá hubiera sido feliz, y hasta honrado por sus virtudes mediocres. En cambio, aquí se pudre detrás de un escritorio mientras sueña en ser muy leído por la posteridad. ¡Pobre Quijote nacido a deshora! Afortunadamente no nos volveremos a encontrar. Si acaso sucede, ya no me acordaré de ti y si te recuerdo, fingiré no saber quién eres.
[1] Entrevistas imaginarias de Giovanni Papini, reúne interesante entrevistas imaginadas.
[2] Su amigo de juventud Huberto Batis desarrolló una importante labor editoria, crítica y literaria, más reconocido por dirigir el suplemento cultural llamado Sábado, del periódico nacional UnomásUno.
[3] Referencia real a una colección editada por el Fondo de Cultura Económica, reconocido sello editorial, propiedad del Estado Mexicano. En efecto, Carlos Valdés publicó en esa editorial y en esa colección unos años después de este relato. Anticipo al estilo Casandra.
[4] El autor también publicó por cuenta propia, en particular, una de sus novelas más ambiciosas Los antepasados, bajo el sello de Cuadernos del Viento, la revista que dirigía.
[5] Claro reflejo autobiográfico, cuando el autor, después de haber sido funcionario en la UNAM hasta 1968 abandonó en lo posible las actividades públicas, sin descansar de su labor literaria.
[6] Referencia a Emmauel Carballo, crítico literario, quien destacó por las antologías del cuento en México y una amplia obra de crítica. Conocido por su crítica implacable, rayando en lo desagradable. En la juventud fue muy cercano a Carlos Valdés, primer socio literario en su natal Guadalajara. El libro autobiográfico Ya nada es igual. Memorias 1929-1953, incluye pasajes de la vida en común.
[7] Planta amarga, en el RAE ahora se acentúa distinto, “acíbar”. En la poesía y la tradición iniciática se refiere al trago amargo de la vida, que forzosamente llega para cada persona.
[8] Algunos escritores habían alcanzado elevados puestos en el periodo anterior, con los casos notables de Agustín Yáñez, gobernador de Jalisco y Carlos Pellicer, como senador de Tabasco.
[9] Deriva de coto. Reunión o grupo de personas con las mismas características.
[10] Evidente referencia al maestro Juan José Arreola, el mejor charlista público en el medio literario mexicano del siglo XX. Tuvo algunos programas televisivos de Pláticas con Arreola.
[11] En el círculo intelectual mexicano era una referencia el modelo griego de unos “siete sabios”. Para la literatura ya estaban reconocidos ampliamente Alfonso Reyes y otros. En las preferencias de Carlos Valdés, sin duda estaban incluidos en el ambiente mexicano Alfonso Reyes, Jaime García Terrés, Juan José Arreola, Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Revueltas y los entonces valores emergentes a quienes apreciaba como Juan Rulfo, Rosario Castellanos, etc.
[12] Referencia a su propio proyecto de los Cuadernos del Viento.
[13] Pasión y oficio de Carlos Valdés, dedicado profesionalmente a la traducción durante toda su vida después de su participación como funcionario en la UNAM.
[14] El autor aplica los métodos de la “paranoia crítica” y del “esperpentismo”, para crear enfoques extremos pero consistentes, para generar una caricatura de lo real.
[15] Tema recurrente de la época, lamentarse sobre el “malinchismo” cultura, puesto en evidencia y boga desde Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México y retratado magistralmente por Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad.
[16] Por disciplina intelectual, Carlos Valdés se alejó de toda producción de poemas, para centrarse únicamente en la prosa y el ensayo. El comentario quizá hace alusión a Enrique González Rojo Arthur, un poeta y apasionado contemporáneo (1928-2021), en particular, referiría a su poesía marxista humorística, en “Discurso de José Revueltas a los perros en el Parque Hundido”.
[17] La denominación de “juegos florales” para los concursos está en desuso, aunque el texto de la continuación hace evidente su significado. Los "Juegos Florales" se denominan así por su origen en certámenes romanos dedicados a la diosa Flora, donde las composiciones poéticas se premiaban con flores. Esta tradición, que combinaba literatura y festivales florales, fue retomada en diferentes países, adaptándose a diversas culturas y lenguas.
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