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lunes, 28 de febrero de 2022

DE VAPEADORES Y VOLTERETAS


 


 

Por Carlos Valdés Martín

 

 

El sorprendente impulso de un automóvil en el instante de levantar una llanta del suelo atrae la vista. Ese impulso para torcerse en una dirección indefinida tambaleante; como cabecean las bestias en las luchas por territorios hostiles. Frente al vuelo inesperado del automóvil, la mirada queda atrapada por movimientos rápidos e inesperados; hay una incredulidad auténtica, más orgánica que intencional. Esa agitación obliga a mirar como a través de una mirilla de arma. En ese breve vuelo del chasis hay un comienzo de asombro e incredulidad. Un sonido seco y explosivo acompañó al levantarse del vehículo; de inmediato un vuelco hacia un costado y el choque de la armadura con el piso, convertido en obstáculo que empujó hacia la detención completa; un cambio de dirección alcanzando el giro redondo. El empuje lateral continuó con los vidrios estallando hasta que el polvo se levantó súbito, mientras las puertas se abrían y cerraban alternativamente, aleteo absurdo de láminas retorcidas. Lanzaba chispas por roce de metales contra el pavimento; ruidos como lamentos y un polvo que crecía mientras ocultaba el movimiento de cuerpos alejándose del vehículo.

Los demás vehículos viajaban a suficiente distancia para no chocar con el que daba las volteretas. Los adelante se alejaron sin darse cuenta, los de atrás de inmediato bajaron su velocidad para no colisionar.

En el segundo giro, el vehículo terminó su peripecia con el toldo en el suelo, a un costado de la carretera. El polvo siguió saliendo y una llanta girando sobre su eje y rozando el aire, en tributo a su inercia.

**

Alicia mantenía un compromiso con un novio formal que viajaba mucho. Ella le marcó por teléfono y le dijo: no te vas a imaginar cómo encontré algo que me regalaste y creía perdido. Ella casi no lo veía ni le importaba, pero él compensaba con regalitos cada vez que se reunían.

**

El patrón repetía cual un mantra místico que “la llanta es el alma del automóvil”. A contrapelo de esa sensatez patronal, su trabajador, de nombre Amado, estaba harto y desesperado. El motivo de Amado comenzó, cuando su puerta fue pateada por un extorsionador que le había amenazado: “Pagas o lo pagan tus niños.” El rufián azotó contra su pecho un papel donde le exigía unos billetes, que él no tenía. La mañana siguiente, Amado le pidió prestado al patrón, aunque no le explicó el motivo. Después de regañarlo, el patrón le extendió un billete pequeño que no cubría la urgencia. Cuando Amado quedó solo se le ocurrió cómo resolver su urgencia. A escondidas permutó un gallo (llanta reparada que vale una fruslería) por una llanta nueva de un cliente. La utilidad de ese hurto fue suficiente para resolver su urgencia.

**

Alicia, la cuñada, sentada en el sitio del copiloto:

—Llevo una semana tratando de quitarme el vicio del tabaco y con un vapeador me ayudo, sin embargo, con tristeza me entero que los prohíben. Vaya despropósito el prohibicionismo. Si son medicinales, tengo receta de un doctor para ir disminuyendo las dosis de nicotina. Si es un mecanismo de vapor y ahora no lo encuentro. Aunque si una patrulla nos detiene por lo acelerado que manejas, segurito que ellos, los tecolotes de la ley, sí lo encuentran… Mejor haz parada en la próxima gasolinería y compro unos churritos, chicles, churrumais, chocotorros, gansitos, rufles, wafles o bombones que la ansiedad me agobia.

Viajaban rumbo a Teotihuacán en la vieja camioneta Ford propiedad de su esposa, estaban sus dos hijos y la cuñada Alicia, de carrera enfermera. Faltaba la esposa, Belinda, motivada por una discusión, cuando ella insistió en acudir a la marcha del 8 de marzo. Una amiga estaba desaparecida desde hacía dos semanas y ella lo sentía en el corazón, como un grito de desesperación. Por las noches ella tuvo insomnio, cuando la imaginaba amarrada como animal dentro de un chiquero, custodiada por un loco pervertido. Al día siguiente era el cumpleaños de la suegra, la madre de él, Nicolás.

—Niños busquen el vapeador entre el suelo —el papá acomoda el espejo retrovisor y baja ligeramente la velocidad para comprobar que le hagan caso—, entre el suelo se pudo rodar.

Responde el más grande, sin moverse y sigue mirando el videojuego en un ipad sostenido entre sus piernas:

—Un vaporizador no cabe entre los asientos.

—Si empiezas de argüendero te quito el videojuego.

El más chico responde:

—Lo buscamos, pero ¿si vamos a la tiendita como dice mi tía Alicia? Tengo sed de churritos.

Cuando el padre-piloto se cerciora que sus dos hijos están encaramados hacia el suelo buscando un vapeador, aprovecha y desliza una mano hacia la pierna de la cuñada. Ella responde con un movimiento rápido para retirar la mano, que toma de la muñeca y la regresa. Con la otra mano agita un dedo en sentido negativo; luego tuerce el cuello para mirar a sus sobrinos y comenta:

—¿Conocen el poema del tiempo? Seguro que no, dice así: hay un tiempo para amar y otro para olvidar, hay uno para la siempre y otro para huir del lugar…

Mientras Alicia altera la letra del poema mira fijamente a Nicolás con las cejas arqueadas como retándolo.

**

La madre se ha subido en el subterráneo metro para reunirse temprano con una amiga, con la cual darse más valor para acudir a la marcha. Nunca había asistido a algo así. Le dijeron que era conveniente llevar un pañuelo morado o verde, así que su amiga le prestaría uno. El sitio de reunión era una cafetería sencilla, al aire libre, junto al Monumento a la Revolución.

—Faltan muchas horas para que esto comience.

—Nos da chance bastante para actualizarnos. Y tú vas a ser a la primera que le cuente, que mi hija está embarazada, viene un bodoque, y todavía no termina la escuela secundaria. Lo peor es que dice que no sabe quién es el papá. Ya tiene meses y ni manera ni de abortar. Se metió con dos chamaquitos al mismo tiempo. No sabe cuál es el padre. Quesque ella estaba como desesperada por dejar la virginidad y que se puso como loquita. Traía un humor de perros, se la pasaba de pleitos conmigo. Y de repente se volvió tranquilita. Le preguntaba y preguntaba que qué traía. Ella con puros pretextos, hasta me cuenteó que fue a la Basílica a rogar a la Guadalupana para ya ser una hija sin pleitos, conmigo era puro cuento: Luego se iba a un rave de fiesta temprano que era un desmoche y hasta tachas se metía, junto con Julieta.

—Barajéamelo más despacio, amiga, estoy en shock.

Continúan platicando de la hija embarazada de la amiga y luego ella, Belinda, le empieza a comentar que su marido Nicolás ha cambiado mucho, que él está desinteresado de ella, que dejó de ser caballeroso y se volvió patán. Que por los niños no le hace escándalo, pero su instinto le dice que está siendo infiel, aunque no ha visto nada.

**

Nicolás se detiene en la tiendita de una gasolinería. Los niños bajan al baño público acompañados por él. Paga la cuota de cada uno, pasando por un torniquete mecánico. La cuñada Alicia se mete en la tienda y hace la incursión de las golosinas; además compra un refresco grande para compartirlo entre todos, eso por ahorrar. A ella se le antoja una torta de aguacate con pimienta, como cuando estaba embarazada, pero sufrió un mortinato y no prosperó. Desde entonces se siente gordita, por más que Nicolás le diga que es una gordibuena, aunque ella piensa que él es un guarro mentiroso. Que lo mejor que debería hacer su hermana es mandarlo a volar, aunque ella sea una fácil y algo frustrada; nada más se imagina como una herramienta de la mano de Dios, que está ordenando para que su hermana se dé cuenta de lo tremendo que es el marido Nicolás. Sale de la tiendita con una bolsa grande de antojos.

Se queda recargada junto a la camioneta, y un chofer de un camión que avanza hacia la tiendita, aprovechando que la ve sola, le murmura algo soez,. Ella alcanza a escuchar la palabra “bizcochito”. Ella responde entre dientes:

—Mamarracho infeliz —también murmura, por precaución y sigue entonando como si estuviera cantando— botarga de chiquero, abonero de la procrastinación, vomitivo arrastra-lápiz, incesto de xoloitzcuintle con Godzila, inmaculada abyección, aborto de King Kong, diarrea de Drácula, traga-sapos embarazado, gonorrea del crápula, culpa ambidiestra, hemorroide por vocación, mentecato amateur, impotencia obsesiva, traga-boas disecadas, rodilla raspada, faraón de lo banal, lamebotas sin botas...

Le hace un gesto obsceno para asentar que repudia al patriarcado opresor, cuando el mamarracho atraviesa la puerta del local de la tiendita. Ella se empieza a reír sola. Por precaución se mete al automóvil, quizá una telepatía resultó tras sus insultos murmurados. Pasa otro minuto y mira al mamarracho alejarse. Los acompañantes se tardan en regresar, ella pone música en el radio. Cuando los varones regresan ella está inquieta y frustrada, quiere desquitarse por algo.

—Miren niños, aquí hay para escoger golosina, pero no se las terminen. Mientras, Nicolás acompáñame a la tiendita que se me olvidó algo.

Ella lo invita al fondo de la tienda. Ella se cerciora que en ese corredor lejano, junto al refrigerador no se alcanza a mirar desde donde están los niños. Con la mano le indica a Nicolás que se acerque más y levanta la trompa como si buscara un beso, él se precipita a “robarle el beso”. Ella se ríe y le suelta una cachetada ligera, de las que marcan distancia sin hacer daño. Nicolás se sorprende. Ella le dice riendo:

—No me tienes tan contenta; pero haz méritos y quizá aproveches que tu madre está bastante sorda, para hacer alguna travesura esta noche. Además, me descuidas mucho, un mamarracho me ofendió mientras los esperaba en el auto.

Él finge que va a golpear a alguien a sus espaldas. Ella termina de explicar qué sucedió.

— Que ya se fue, pero cómprame algo sabroso, vayan a sospechar los chiquillos.

**

Unos kilómetros adelante había baches disimulados por una lluvia reciente. El vehículo pisó algunos hoyos y brincoteó. Cuando el camino volvió a ser recto y sin baches aparentes, Nicolás aceleró para recuperar el tiempo perdido; miró el velocímetro rebasar ligeramente el límite establecido. El misterio de una llanta mal reparada estalló sin avisar. El vehículo dio una especie de cabezazo y comenzó a girar de manera imprevisible. Los pasajeros de adelante llevaban cinturón de seguridad, lo niños atrás no estaban sujetos.

Nicolás despierta del desmayo cuando un automovilista piadoso le insiste en no moverse, que permanezca acostado. Él no hace caso a la recomendación, se incorpora, siente su pie fracturado, le duelen las costillas y respira con dificultad. Llora cuando descubre que el hijo menor yace sin vida, tendido sin reacciones ante ninguna súplica. El hijo mayor está sentado en el suelo, con la vista espantada, preguntando por el aparato de videojuegos. La cuñada permanece recostada sobre la tierra, a la vera de la carretera, levanta una mano ensangrentada, mirando que está completa. Casi junto a su cara yace el vapeador extraviado; ella cree que es un signo de fortuna y que allende de ese espantoso accidente hay sobrevida.

**

Belinda cuando se enteró de la tragedia no dejó de culpar a Nicolás por el accidente. Nunca le gustó la manera en que él manejaba y, era cierto, esa vez había rebasado el límite de velocidad. Si el neumático estalló por otra causa desconocida a ella no le importaba; su hijo más pequeño no volvería de la tumba. Belinda rompió la comunicación con Nicolás, aunque el hijo mayor no quiso alejarse del padre ni de su tía.

**

Cuando el novio de Alicia le marcó por teléfono ella irradiaba un ánimo extraño.

—Ni te imaginas de qué manera encontré un regalo tuyo que creía perdido.

—Déjame adivinar ¿el vapeador?  

 

viernes, 11 de febrero de 2022

HUAPANGO COMO HAZAÑA EMPÁTICA Y EFERVESCENTE

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

La palabra edulcorada, se disolvió cuando triunfó la candidez, cuando el rayo de luz señaló directo hacia la pieza musical. ¡Qué placer oír el Huapango cuando fulgura al país! Melodía que se desborda en una catarata de vibraciones incontenibles. Una alegría picante y nostálgica levanta el emblema y regalo para un país de fantasía vaporosa. Acude una nota triste y fúnebre, lo desconsolador es que él, José Pablo, murió demasiado joven; todavía en su flor vital, soltó su batuta y no disfrutó más las mieles de la Diosa Fortuna.

Antes del último adiós, orquestó una linda rebambaramba con esa melodía, peregrina y cadenciosa. Cada travesía cuenta con un comienzo y ésta sucedió en el puerto de Alvarado, rumbo jarocho y sonero, el motivo casual, flor de inspiración veracruzana para componer tal partitura. Costa de Golfo con olor a madreselvas, ramadas tropicales y amaneceres contagiosos, se reunieron para empujar al joven JP Moncayo —de cuna tapatía. Escuchó en la bulliciosa plaza municipal alvaradeña el Siquisiri, el Balajú y el Gavilancito, preguntándose porqué ellos no están invitados a la fiesta de las armonías (las clásicas y señoriales, las de estudios académicos y tradiciones occidentales), si las Musas soplaron en el corazón de los anónimos jaraneros que trinaron en cada fandango. El compositor imagina que resolverá una injusticia, colocando en el mapamundi esa notas alegres y localistas para convertirla en pétalos de delicados sonidos, danzando en un salón señorial de conciertos, para acomodarlos junto a Mozart y Brahms.

Aun así, perduró el ánimo clásico, por el instrumental de bamboleo o por el pellizco a los violines, protagónicos. Un pianoforte para encontrarse con un zapateado, cuando sigue rebotando y dispuesto a revivir. Paseando desenfadadamente de un ritmo a otro, más todavía cuando tema son melodías populares, mezcladas y agitadas, que porfían para trabar amistades con nuevas armonías. Revitalizado por noches de mezcal y amaneceres de cerveza, rescató el caleidoscopio vibrante de sones tradicionales y remasterizó regionalismos melódicos.

Para el oído distraído, sea caricaturista sonámbulo o soñador despierto, resulta desafiante detectar el rompecabezas de sonoridades ensambladas con las astillas del país del águila y la serpiente. El memorándum se extravió: redactado para entretejer cuando el Altiplano o el Golfo hicieron concordato, para ensamblar sus rítmicas.

El instante feliz de esa creación galopa rápido como saeta, luego se precipita el silencio. Concluida la sinfonía, la orquesta calla, el público se dispersa. En contra del anhelo puro del joven compositor, llegó el apagón con su perno incontrastable, el súbito apagón con su metrónomo paralizado, el indeseable apagón con su colapso irremediable.

Los cultos y avanzados lobos esteparios, adictos a adelantarse mediante un rápido googleo, ya concluyeron que el protagonista fue José Pablo Moncayo, de alegre memoria. La nostalgia sobre es país del “mediodía del siglo XX”, cuando las urbes se llenaban de edificios y multifamiliares; los hogares de radios y televisores; las calles de automóviles, camiones y ruidos; las alacenas de enlatados y conservas… Cuando del otro lado del Atlántico insistían en que esto era “Méjico” con la tradicional jota castellana.

Había que lucirse, demostrar que por estos rumbos aztecas y de ensarapados descansaban en hamacas de redención, que los sombrerudos y las cananas cruzadas se pacificaron junto con la Revolución Mexicana. Era oportuno (llegado el instante, sonada la hora, cumplido el plazo) presumir acogedores Conservatorios y escuelas de Bellas Artes, organizadas y florecientes, disciplinadas y sonrientes. El tiempo para demostrar que el mosaico de las tradiciones en cantos y bailables no había desaparecido, sino renacido en una polifonía con métrica, con claves exactas y bemoles impecables.

Con tal huapango sinfónico quedaba coronado el siglo de las pequeñas dosis que se multiplicaban, los remedios cual homeopatía, donde lo empático se junta con lo simpático. Por más que la sinecura no aparezca puntual, cuando los perros deambulan callejeros, que los limosneros apostados en las esquinas, que los maizales sin fructificar, los obreros carentes de motivación, los oficinistas con overol de burocracia y una infinita serie de puntuales fallas que se pretenden disimular. Las falencias son polvo y al polvo regresarán, entonces brinca a la palestra el pelotón sinfónico, cuando siendo alocadamente optimistas y melódicos, entonces la música (bálsamo de mortales y dioses) sí lo vendría a remediar.

El bálsamo es esa otra fiesta, la sinfonía que culmina en bacanal, cuando luego de incontables crescendos los metales se reúnen con las cuerdas, los trombones concilian con timbales, los flautines coquetean con los trombones, las arpas brincan las trancas y juguetean con los chelos… Se orquesta un mitote de regocijos que desbordan y encantan en el final apoteótico del Huapango.

Portentosa pieza el “Huapango de Moncayo”, hermoso emblema del país que no sucedió, tierra de las maravillas que —todavía esperanzada— aguarda surgir.