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martes, 1 de febrero de 2022

ANÁLISIS DE “BAUCIS Y FILEMÓN”

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

El relato griego de Baucis y Filemón[1] expuesto en Las metamorfosis de Ovidio[2] enlaza cinco intensas consideraciones éticas y antropológicas, de las cuales algunas son magistralmente retomadas por Fausto. Esas consideraciones se plasman en las estructuras de otros relatos parecidos, en especial resulta notable la semejanza con la huida de Gomorra, por resultar tan popular. Estos aspectos relacionados son: 1) La obligación tradicional de la amabilidad ante los viajeros extranjeros; 2) Muerte masiva ante un infortunio; 3) Condición del sobreviviente ante un desastre; 4) Destino de una pareja ante la adversidad y la muerte; 5) Fruto del trabajo sencillo con el beneficio de compartirlo. Estos puntos no tienen un correlato en ese orden, aunque algunos aspectos son como “pares dialécticos” o caras de la misma moneda, como por ejemplo ocurre con la catástrofe y el sobreviviente. Asimismo, hay dimensiones en estos aspectos que cruzan cualquier relato como el trabajo, el compartir, la muerte, etc. En especial, anotamos que en los relatos de sobrevivencia casi siempre predominan los heroicos, cuando aquí es un relato de inocencia, cuando las almas más puras sobreviven.

Relato de Ovidio

En la región de las colinas frigias, entonces había sido una enorme colonia griega y en la actualidad es el centro de Turquía, se relata había un lago y una región de habitantes impíos. Disfrazados de humildes extranjeros viajan Zeus y Hermes solicitando amabilidad y posada, siendo rechazados con hostilidad unánime; hay recorrido la región y le han condenado, sin embargo, encuentran a la pareja humilde Baucis y Filemón. Los personajes son ancianos y trabajadores, sin ayuda atienden una cabaña y la proveen con lo indispensable, quienes sí reciben a los desconocidos y les ofrecen todas las comodidades a su disposición sin pretender retribución. El relato se detalla en cómo la pareja se esfuerza en dar comodidades y alimento a los visitantes desconocidos, pues los anfitriones tienen poca leña, su mesa está renga, etc. El clímax de la amabilidad queda marcado cuando los invitados empiezan a multiplicar el vino y los ancianos se disponen a sacrificar a su único ganso para dar un alimento agradable, entonces los dioses lo impiden, mostrándose en sus auténticas personalidades. Entonces Zeus les ordena que abandonen su casa para acudir a lo alto de la montaña próxima, pues el sitio será inundado y un lago quedará. Los ancianos Baucis y Filemón son obedientes y antes de alcanzar la cima miran la región inundada. En esa cima una cabaña metamorfosea en un templo con lujo palaciego. Un dios pregunta a Baucis y Filemón cuál es su deseo para cumplirlo, y ellos piden ser sacerdotes del recinto, para tener el privilegio de partir a la misma hora, para sufrir la pérdida recíproca. La petición es concedida y ya muy ancianos resulta que mirándose mutuamente se convierten en árboles sagrados, así, hay “un tilo contigua una encina”.[3]

Obligación de la amabilidad al extraño

Este principio moral resulta bastante universal, aunque curioso, pues desde un punto de vista del interés propio parece un sinsentido desbordarse en amabilidades con extraños. Recordemos que los pueblos agrícolas viajaban poco, eran personas arraigadas al terruño, mientras los pueblos pastores y comerciantes dependían de moverse; todo esto, en un tiempo cuando las regiones colindantes podían convertirse en hostiles con facilidad. Cuando las murallas resultaban una obligación en las ciudades, pues sin ellas era fácil sucumbir ante asaltos inesperados, ¿qué opción tenían los aldeanos aislados o los pastores disgregados? Al parecer, la costumbre de la amabilidad con los forasteros evitaba conflictos y favorecía la tranquilidad de las regiones. La condena a Gomorra está marcada cuando intentan abusar de los visitantes, quienes son ángeles disfrazados que acuden para comprobar que Lot sí los recibe amistosamente. En este relato, hay un gran elogio a Baucis y Filemón pues comparten al máximo, dispuestos a tratar al extranjero mejor que a sí mismos, lo cual es una generosidad que se elogia.

Una catástrofe

En la mentalidad religiosa, cualquier catástrofe proviene de la divinidad y sus sentencias enfadadas con la maldad terrenal. En este caso la maldad de los habitantes de la región es que “mil casas cerraron sus trancas”[4], ante la petición de Zeus y Hermes disfrazados de humildes viajeros. La catástrofe es una inundación, que como testigo deja algunos techos visibles.[5] Desde una perspectiva lejana el motivo no aparenta justificación, aunque arriba anotamos lo condenable de tal negativa a la hospitalidad.

El pasaje de Fausto juega a una inversión del relato, pues en el Acto V por el trabajo del pueblo se logra formar un dique que evita la invasión de las aguas, sin embargo, había que mover de lugar a Baucis y Filemón, pero los torpes encargados (movidos por las crueles ironías de Mefistófeles) en vez de reubicar a los viejos en una cómoda mansión lo que hacen es quemar el sitio, lo que indica la muerte de los ancianos y los árboles. Mientras el anciano personaje Fausto encuentra una fórmula satisfactoria antes de morir, pues descubre que un pueblo libre trabajando en libertad, merece ganarse su vida y felicidad;[6] aunque eso es sólo una etapa del relato de Goethe. Comparando esta segunda versión del mito, Goethe apunta a que basta el atropello contra unos ancianos para que las buenas intenciones de las obras no sean satisfactorias, en cambio el relato de Ovidio, implica que basta salvar una pareja para disculpar la catástrofe.

Los sobrevivientes inocentes

Los relatos de sobrevivencia son más típicos para héroes y guerreros como protagonistas, aunque también en variadas circunstancias se destaca el triunfo de los inocentes, incluso cuando no haga nada más que estar ahí, como Moisés en su canasta rescatado de las aguas. Con el relato de Baucis y Filemón se agrega la bondad y el trato amable con desconocidos, lo cual redobla la cualidad ética. En esta anécdota hay un ambiente de casualidad, pues cabría suponer que en una comarca existiera alguna otra alma caritativa, pero se requiere de un efecto de contraste, con mil portones atrancados que cierra el paso a los dioses. Ahora bien, que las deidades finjan que son especies de mendigos corresponde a un concepto que adoraban los grecolatinos: el engaño. Los lugareños de Frisia son engatusados por los dioses olímpicos facilitando que surja su auténtica naturaleza egoísta y hostil; en se mismo contexto, la inocencia de Baucis y Filemón es espontánea, en otros términos, muestra el candor, el cual incluye un sentido de sabiduría. Manifestar un buen trato con todos, incluso los más lejanos (no solamente los prójimos)[7] es la cualidad de estos ancianos.

Para acentuar la continuidad de la vida se relatan algunas oposiciones, que continúan con el cambio de rústicos a sacerdotes del templo, y, al final, la maravillosa de ancianos a convertirse en árboles sagrados. Además de esas conversiones explícitas, de modo implícito Baucis y Filemón se convierten en leyenda, en imágenes para el recuerdo.

Amor de vejez

La cultura grecolatina resultaba poco afecta al amor romántico y monogámico,[8] predominando otros matices en las relaciones, sin embargo, aquí descubrimos un sorpresivo relato de amor de senectud, a manera del juramento de por vida. Incluso, aquí la relación de Baucis y Filemón va más allá del tradicional “cuando la muerte nos separe”, para permanecer unidos después de morir. Resulta evidente que el inicio y planteamiento no gira sobre el amor de pareja, sin embargo, el desenlace permite interpretar que lo único que perdura es el más auténtico y puro amor.

El lector acostumbrado a las pasiones juveniles y a la importancia de la belleza en las narraciones amorosas, en este relato pasará desapercibido el intenso contenido de amor. Ayuda a esa impresión que el de Baucis y Filemón es un relato mítico, para subrayar el poderío de los dioses y las recompensas por seguir sus preceptos. El fragmento del relato clave que indica esa pasión infinita de Baucis y Filemón es la conversión en árboles bajo una mutua mirada, un ocaso pedido y cumplido, que les permitirá permanecer unidos.

Compartir el fruto del trabajo  

Resulta un gran tema de polémica interpretar cómo interpretaban los antiguos grecolatinos al trabajo, basándonos en que se trató de una sociedad esclavista, donde la operación manual estaba signada por notas sombrías. Tratándose de un fenómeno tan amplio y básico, la consideración del trabajo en la sociedad siempre es múltiple conforme existe una gran variedad de ocupaciones, posiciones jerárquicas, urgencias de producción y consumo, etc. Esta multiplicidad está signada por qué tipo de actividad predomina, escasea, se asume importante, se desprecia por algo, se teme, implica protección o riesgos, etc. Los mitos griegos suelen expresar algunos matices que resultan ajenos a la mentalidad actual, como son un desprecio al simple trabajo (que encargaban a los esclavos) y el deleite por las astucias.[9] El desprecio al trabajo que aquí llamo simple posee algunos matices curiosos como el sobajar al comercio y su asociación con el bandidaje, tanto que el mismo dios Hermes rige ambas funciones. El trabajo que ofrecen Baucis y Filemón es un don gratuito, en la modalidad de las donaciones y sacrificios,[10] con la peculiaridad que lo ofrecen a los más bajos en la escala por se extranjeros y miserables que resultan ser los dioses supremos; donde surge algo curios, pues ambos extremos de la escala del “entregar objetos” terminan tocándose de modo explícito. Dar al miserable extranjero se convierte maravillosamente en la mejor ofrenda a los dioses, por tanto, es lógico que Baucis y Filemón se conviertan en sacerdotes.

El retrato bucólico del trabajo se presenta como escaso y realizado por las propias manos, careciendo de ayuda y sin especializar funciones, cumplen unidos el mandar y obedecer,[11] abordando las múltiples tareas (de hortelano, cocinero, granjero, leñador, etc.) con magros resultados, aunque suficientes para salir con la reparación cotidiana. Esa labor simple de Baucis y Filemón apenas resulta suficiente para cubrir la propia necesidad, casi sin remanentes, aunque dispuestos a compartir. Esa existencia humilde se juega al límite del hambre y la amenaza de que basta perder un poco (simbolizado por el ganso) para que surja la desgracia, pues prácticamente no hay reservas ni socorros a la mano. Sin embargo, ese microcosmos hogareño sí funciona, como debió suceder con millones de pequeños aldeanos a lo largo de siglos; por lo mismo, las poblaciones no crecían y sobrevenían desgracias imposibles de resolver, tal cual relata la inundación.  Anoto que el “compartir” si multiplica las potencialidades, tanto en sentido mental (la comunicación es potenciadora) como en sentido económico de la “división del trabajo”.[12] En este caso, la mesa se llena de comida apetitosa, lo cual simboliza esa proliferación de bienes compartidos y ofrece un espejo de riqueza. Después, la recompensa es por vía mágica, cuando los dioses hospedados multiplican el licor y luego crean un templo.

 

 

Texto completo de Ovidio Filemon y Baucis en Las metamorfosis de Ovidio versos 611 a 724


     El caudal tras esto calló; el hecho admirable a todos
 había conmovido: se burla de los que lo creen, y cual de los dioses
 despreciador era y de mente feroz, de Ixíon el nacido:
 «Mentiras cuentas y demasiado crees, Aqueloo, poderosos,
 que son los dioses», dijo, «si dan y quitan las figuras». 615
 Quedaron suspendidos todos y tales dichos no aprobaron,
 y antes que todos Lélex, de ánimo maduro y de edad,
 así dice: «Inmenso es, y límite el poderío del cielo
 no tiene, y cuanto los altísimos quisieron realizado fue.
 Y para que menos lo dudes, a un tilo contigua una encina 620
 en las colinas frigias[13] hay, circundada por un intermedio muro.
 Yo mismo el lugar vi, pues a mí a los pelopeos campos
 Piteo me envió un día, reinados por su padre.
 No lejos de aquí un pantano hay, tierra habitable en otro tiempo,
 ahora, concurridas de mergos y fochas[14] palustres, ondas. 625
 Júpiter acá, en aspecto mortal, y con su padre
 vino el Atlantíada,[15] el portador del caduceo, dejadas sus alas.
 A mil casas acudieron, lugar y descanso pidiendo,
 mil casas cerraron sus trancas; aun así una los recibió,
 pequeña, ciertamente, de varas y caña palustre cubierta, 630
 pero la piadosa anciana Baucis y de pareja edad Filemon
 en ella se unieron en sus años juveniles, en aquella
 cabaña envejecieron y su pobreza confesando
 la hicieron leve, y no con inicua mente llevándola.
 No hace al caso que señores allí o fámulos busques: 635
 toda la casa dos son, los mismos obedecen y mandan.
 Así pues, cuando los celestiales esos pequeños penates tocaron
 y bajando la cabeza entraron en esos humildes postes,
 sus cuerpos el anciano, poniéndoles un asiento, les mandó aliviar,
 al cual sobrepuso un tejido rudo, diligente, Baucis 640
 y en el fogón la tibia ceniza retiró y los fuegos
 suscita de la víspera y con hojas y corteza seca
 lo nutre y las llamas con su aliento senil alarga
 y muy astilladas antorchas y ramajos áridos del techo
 bajó y los desmenuzó y acercó a un pequeño caldero 645
 y, la que su esposo había recogido del bien regado huerto,
 troncha a esa hortaliza sus hojas; con una horquilla iza ella, de dos cuernos,
 unas sucias espaldas de cerdo que colgaban de una negra viga,
 y reservado largo tiempo saja de su cuero una parte
 exigua, y sajada la doma en las hirvientes ondas. 650
 Mientras tanto las intermedias horas burlan con sus conversaciones
 y que sea sentida la demora prohíben. Había un seno allí
 de haya, por un clavo suspendido de su dura asa.
 Él de tibias aguas se llena y unos miembros que entibiar
 acoge. En el medio un diván de mullidas ovas 655
 ha sido impuesto, en un lecho de armazón y pies de sauce2.
 Con unas ropas lo velan que no, sino en tiempos de fiesta,
 a tender acostumbraban, pero también ella vil y vieja
 ropa era, que a un lecho de sauce no ofendería:
 se recostaron los dioses. La mesa, remangada y temblorosa 660
 la anciana, la pone, pero de la mesa era el pie tercero dispar:
 una teja par lo hizo; la cual, después que a él sometida su inclinación
 sostuvo, igualada, unas mentas verdeantes la limpiaron.
 Se pone aquí, bicolor, la baya de la pura Minerva
 y, guardados en el líquido poso, unos cornejos de otoño, 665
 y endibia y rábano y masa de leche cuajada
 y huevos levemente revueltos en no acre rescoldo,
 todo en lozas; después de esto, cincelada en la misma plata,
 se coloca una cratera, y, fabricadas de haya,
 unas copas, por donde cóncavas son, de flavas ceras untadas. 670
 Pequeña la demora es, y las viandas los fogones remitieron calientes,
 y, no de larga vejez, de vuelta se llevan los vinos
 y dan lugar, poco tiempo retirados, a las mesas segundas.
 Aquí nuez, aquí mezclados cabrahígos[16] con rugosos dátiles
 y ciruelas y fragantes manzanas en anchos canastos 675
 y de purpúreas vides recolectadas uvas,
 cándido, en el medio un panal hay: sobre todas las cosas unos rostros
 acudieron buenos y una no inerte y pobre voluntad.
     Entre tanto, tantas veces apurada, la cratera rellenarse
 por voluntad propia, y por sí mismos ven recrecerse los vinos: 680
 atónitos por la novedad se asustan y con las manos hacia arriba
 conciben Baucis plegarias y, temeroso, Filemon,
 y venia por los festines y los ningunos aderezos ruegan.
 Un único ganso había, custodia de la mínima villa,
 el cual, para los dioses sus huéspedes los dueños a sacrificar se aprestaban. 685
 Él, rápido de ala, a ellos, lentos por su edad, fatiga,
 y los elude largo tiempo y finalmente pareció que en los propios
 dioses se había refugiado: los altísimos vetaron que se le matara

 y: «Dioses somos, y sus merecidos castigos pagará esta vecindad
 impía», dijeron. «A vosotros inmunes de este 690
 mal ser se os dará. Sólo vuestros techos abandonad
 y nuestros pasos acompañad, y a lo arduo del monte
 marchad a la vez
». Obedecen ambos, y con sus bastones aliviados
 se afanan por sus plantas poner en la larga cuesta.
 Tanto distaban de lo alto cuanto de una vez marchar una saeta 695
 enviada puede: volvieron sus ojos y sumergido en una laguna
 todo lo demás contemplan, que sólo sus techos quedan;
 y mientras de ello se admiran, mientras lloran los hados de los suyos,
 aquella vieja, para sus dueños dos incluso cabaña pequeña,
 se convierte en un templo: las horquillas las sustituyeron columnas, 700
 las pajas se doran, y cubierta de mármol la tierra
 y cinceladas las puertas, y de oro cubiertos los techos parecen.
 Tales cosas entonces de su plácida boca el Saturnio dejó salir:
 «Decid, justo anciano y mujer de su esposo justo
 digna, qué deseáis». Con Baucis tras unas pocas cosas hablar, 705
 su juicio común a los altísimos abre Filemon:
 «Ser sus sacerdotes, y los santuarios vuestros guardar
 solicitamos, y puesto que concordes hemos pasado los años,
 nos lleve una hora a los dos misma, y no de la esposa mía
 alguna vez las hogueras yo vea, ni haya de ser sepultado yo por ella». 710
 A sus deseos la confirmación sigue: del templo tutela fueron
 mientras vida dada les fue; de sus años y edad cansados,
 ante los peldaños sagrados cuando estaban un día y del lugar
 narraban los casos, retoñar a Filemon vio Baucis,
 a Baucis contempló, más viejo, retoñar Filemon. 715
 Y ya sobre sus gemelos rostros creciendo una copa,
 mutuas palabras mientras pudieron se devolvían y: «Adiós,
 mi cónyuge», dijeron a la vez, a la vez, escondidas, cubrió
 sus bocas arbusto: muestra todavía el tineio, de allí
 paisano, de un gemelo cuerpo unos vecinos troncos. 720
 Esto a mí, no vanos -y no había por qué burlarme quisieran-
 me narraron unos ancianos; yo ciertamente colgando vi
 unas guirnaldas sobre sus ramas, y poniendo unas recientes dije:
 «El cuidado de los dioses, dioses sean, y los que adoraron, se adoren».

NOTAS:



[1] La tradición grecolatina coloca primero al varón, pero ahora la cortesía obliga a colocar en primer término a la mujer.

[2] Las metamorfosis es el clásico poema de Ovidio con el tema de los cambios fantásticos según la mitología grecolatina.  

[3] Ovidio, Las metamorfosis, verso 620. En algunas versiones, en lugar de encina se señala un árbol de roble, que es más usual como representante de la divinidad suprema Zeus, por la afirmación de que atraían rayos y perduraban a esa fuerza desatada. Como son de la misma familia botánica de las fagáceas.

[4] Verso 630.

[5] “volvieron sus ojos y sumergido en una laguna todo lo demás contemplan, que sólo sus techos quedan” verso 700.

[6] Berman de una interpretación muy completa de los alcances de este pasaje en Todo lo sólido se desvanece en el aire.

[7] El tan discutido pasaje bíblico del amor a “prójimo” (próximo) o al más lejano.

[8] Según Denis Rougemont en Amor y Occidente, ese ideal de la pareja enamorada resulta de una creación europea tardía, basada en un relato de adulterio. Por su parte, Friedrich Engels mira ese amor monogámico como una creación socio-histórica tardía también del periodo capitalista relacionado con la propiedad privada, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

[9] En el personaje mítico de Dédalo se condensa tanto la aspiración del ingenio técnico, como una desconfianza contra sus logros, tal como relata la caída del hijo Ícaro o el Laberinto de Creta convertido ent trampa. Ovidio, Las metamorfosis.

[10] La antropología ha estudiado ampliamente este fenómeno oponiéndose al criterio de la igualdad en el intercambio de la economía, véase a uno de los primeros tratados de economía, que está en Ética nicomáquea de Aristóteles.

[11] “toda la casa dos son, los mismos obedecen y mandan.” Verso 640.

[12] El dividir el trabajo hace “estallar” una productividad muy superior, lo cual es un argumento de economistas, que el relato parece no tomar en cuenta. Véase La riqueza de las naciones de Adam Smith.

[13] Antigua designación de la amplia región de Turquía colonizada por pueblos de origen griego y escita.

[14] Aves de la región.

[15] Designación poco usual de Hermes, el mensajero divino, que se debe a su abuelo, el titán Atlas; a su vez, padre de la ninfa Maya, la madre del dios Hermes.  

[16] Frutos de la higuera silvestre.

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