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sábado, 29 de enero de 2022

ADAM SMITH CON ALFILERES HIZO SU "RIQUEZA..."

 



 

Por Carlos Valdés Martín

A Adam Smith se le cita por una mano invisible guiando al mercado, lo cual es un exceso,[1] pues lo primero será recordarlo por los alfileres y sus “división del trabajo”. Una “mano invisible” ya ha ido demasiado lejos, se coloca más allá de la materia, en el terreno de los magos que desaparecen. ¡Por la música de las esferas! Si Smith fue inventor de lo que es un economista: el estudioso de la cuestión más material, ¿cómo iba a comenzar por el acto de Houdini? No, eso es un sinsentido que surge del gusto por las metáforas para niños. Esto no significa que se demerite a Smith como investigador novedoso y profundo, “pater patria” de la ciencia económica.

La materia pequeña

Cuando vemos economistas que estudian hasta el bostezo las diferencias de ingresos como si de ellas derivara una Revelación,[2] vale volver a Adam, quien por su perspicacia sigue siendo ejemplar. Y siguiendo su ejemplo nos fascinaremos con sus principio y aspecto más pequeño: elaboración de objetos diminutos. En el siglo XVIII lo pequeño eran alfileres, clavos y botones, ahí yacía lo más liliputiense de la producción, pues ni soñar en microchips y nanotecnología. Con sagacidad digna de un Salomón, por ahí comienza el célebre Smith: cuidar dónde surge lo diminuto (el alfiler) para mirar hacia lo más grande (la nación, el mundo, la plétora de bienes), así comienza La riqueza de las naciones.  

Cabe recordar la pequeñez de la semilla, sin embargo, la cosecha implica una agrupación; la mazorca y la espiga son agrupaciones, donde ya se formó la pequeña semilla. No hay una producción laboriosa de la semilla separada, ahí nada más se la extrae y, la sembrarla, se reconoce su potencial de renacer o fructificar. La mentalidad popular y religiosa sí quedaba como hechizada por esa fuerza de lo pequeño cuando hablamos de la semilla, tal como se recuerda el culto a Deméter (los misterios Eleusinos y demás en Grecia clásica), así como su transformación en el pan de la eucaristía para los cristianos. La fuerza de lo pequeño cautivaba a los primeros pensadores y así surgió la noción del átomo, esa materia que ya no se rompe, siendo elemental y eterna en Demócrito. Anotemos la originalidad y empirismo de Smith quien no pretende que el alfiler sea un átomo ni renazca cual semilla, sino que aparece ahí como objeto discreto que demuestra un movimiento de división a su alrededor, al cual Smith analiza y llama: la “división del trabajo”.[3]  

Espacio fijo: el taller

La primera parada en el viaje intelectual de La riqueza de las naciones llega a una manufactura o simple taller, de un objeto de lo más sencillo para esa época: el pequeño taller para elaborar alfileres. Los comienzos son de importancia suprema y éste de Smith resulta de un diseño excelente, lo bastante para que con único libro se le considere el padre de la economía política clásica, casi como quien dijera el primer economista en serio.

Para esta explicación el taller manufacturero resulta de una evidencia absoluta, incluso Adam Smith comenta que el taller se observa desde la ventana o la puerta, donde hay un lindero. Ahí estaba esa organización proliferando en el medioambiente de Europa, la cual había visitado el autor para obtener observaciones precisas.

Entonces el taller es un hecho, evidente y cotidiano, aunque todavía novedoso. Como en otros siglos eran un hecho el cazador, el recolector y el agricultor, aquí hay algo más que ver. Sucede algo diferente al artesano, pero emparentado con el “gremio”, sin embargo, modificado, pues acontece un espacio que se transparente. Recordemos que cada gremio era opaco, un grupo encerrado o de cónclave, según las reglas de los estamentos medioevales, que prohibían compartir sus secretos.[4]

Otro punto importante: comienza comparando la capacidad de un individuo solitario: un operario individual para fabricar un simple alfiler, señalando las diversas actividades para hacerlo, hasta conseguir su elaboración. Sucede la correspondencia renacentista en el hombre y el macrocosmos, pues por esta vía de equiparar, la escala humana se mantiene conectada con el conjunto, particularmente por la vía de la ley del “valor trabajo”, como una regla para la economía.

La “división” mantiene la unidad global

El argumento de fondo es una operación muy fuerte que atraviesa el sistema mediante la “división del trabajo”, que rebota hacia una compensación constante, para establecer la red del sistema mercantil. Esa división resulta un concepto clave para la construcción de la obra teórica y para comprender su visión sobre la economía y el capitalismo, porque resulta una división que mantiene unidas a las partes, que son muchísimas y alcanza a engranar un sistema complejo de actividad.[5] El concepto completo es la división del trabajo, que se complementa con otras divisiones que abarcan los ramos, la oposición de ciudad y campo, las naciones lejanas para formar un mercado mundial, etc. Al menos, resulta crucial diferencial la división dentro del taller y la que acontece fuera del taller, por lo que la unidad manufacturera resulta una integración indispensable.

Conforme resulta más intensa la división del trabajo dentro del taller, como equilibrándose, va a requerirse de una unión de ese trabajo dentro del taller. La unidad de la manufactura en cada unidad productiva depende de ese dividirse para reunirse, mediante lo cual se logra un salto tremendo de la productividad del trabajo. El argumento crucial de este capitulo es que conforme se logra dividir más y mejor el trabajo, entonces hay muchísima más productividad en la unidad productiva, lo cual resulta una revolución y una bendición, cuando se compara con lo que producen los individuos aislados que se dedican a cumplir integralmente todos los aspectos de un producto. Ahí establece Smith la gran distinción entre sociedades y épocas, pues son los pueblos bárbaros o los periodos anteriores cuando el trabajo integrado es tan poco productivo que la salida es sacrificar a las personas, por ejemplo, señala “Entre las naciones salvajes de cazadores y pescadores son tan miserablemente pobres que por pura necesidad se ven obligadas, o creen que están obligadas a veces a matar y a veces a abandonar a sus niños, sus ancianos o a los que padecen enfermedades prolongadas”[6]

El segundo nivel más general de la división del trabajo implica el intercambio, por tanto forma el mercado, respecto del cual Smith lanza elogios por el complejo requerimiento de bienes para integrar la producción cotidiana. Este nivel de división implica un intenso y extenso intercambio que trae las variedades exóticas de bienes.

Distancias, complicaciones

Cuando el objeto producido no viaja grandes distancias, sí lo hacen sus componentes; sobre lo cual Smith subraya que hasta los productos sencillos ya traen la complejidad en sus componentes y es crece con las distancias. El argumento explica sobre una “revolución de la vida cotidiana” la cual está mejorando de manera notable la existencia de la gente, y con ejemplos cotidianos, Smith nos señala los grandes avances de su periodo.

Encontramos un tono de elogio mesurado ante los logros de esa nueva producción. “Especialmente ¡cuánto comercio y navegación, cuántos armadores, marineros, fabricantes (…) y que a menudo proceden de los rincones más remotos del mundo!”[7] Decía Descartes que la primera emoción es la admiración, la cual está como abriendo las puertas del alma, para que todas las emociones avancen después de ella.[8] Esta admiración por lejanía, aplicable a una discreta tijera, la amplifica al notar la distancia tremenda de los viajes. Si ya la humilde herramienta se admira por tal proceder, ese entusiasmo se incrementa con la escala, pues hay “máquinas tan complicadas como el barco del navegante, el batán del batanero, o incluso el telar del tejedor”[9] Y también conserva un tono admirativo, cuando considera al algún bien en particular, como el cristal, esa materia que mantiene la vista y el calor de los hogares: “la ventana de cristal que deja pasar el calor y la luz pero no el viento y la lluvia, con todo el conocimiento y el arte necesarios para preparar un invento tan hermoso y feliz, sin el cual estas regiones nórdicas de la tierra no habrían podido contar con habitaciones confortables”[10]

Productividad: el crecimiento exponencial

Además de un ser un concepto, la productividad, resulta un salto y agrega la emoción de ese brinco, donde el ejemplo del taller de alfileres resulta clave. La productividad resulta un concepto que relaciona trabajo y recursos implicados con el resultado en bienes materiales útiles. Con Adam Smith la productividad se transforma de un concepto abstracto (que lo es) y alcanzar el júbilo de ese crecimiento súbito.

¿Por qué habría de importar el crecimiento súbito? Ese carácter importa para las emociones y las expectativas. Esto se explica con Zeus, quien es el dios-hijo capaz de vencer el dios-tiempo, al terrible Cronos; lo cual implica que para ganarle a la fatalidad, los antiguos asumieron que el crecimiento súbito del rayo, que de la nube transita hasta el relámpago. El paciente agricultor imagina el súbito crecer de las semillas, mientras se sienta a esperar los lejanos meses de cosecha. El ejemplo de Zeus pertenece a la imaginación mítica; el caso del agricultor corresponde a impaciencia de las estaciones; en cambio, Smith apunta a un acontecer cotidiano.

La fórmula sencilla de “Productividad = Productos generados/ Recursos utilizados” se debe reducir a un mismo elemento de medida. En este caso, lo que Smith emplea es “tiempo de trabajo”, que se abstrae en un flujo de horas, simple tiempo en que transcurren las jornadas empleadas. El argumento de crecimiento maravilloso de la productividad, es tan evidente, en cuanto basta dividir el trabajo en operaciones separadas, para que el trabajador sea más productivo. Ele ejemplo del taller de alfileres resulta en un se pasa de 1 a 4,800 en términos de productividad y bastó ese salto de la productividad para “revolucionar el mundo”. Ese proceso de la división del trabajo fue el fundamento de las ciudades (la revolución agrícola y urbana desde haca milenio), que en el periodo mercantil se aceleró.

Objetivo del bien vivir: riqueza  

Smith es recordado con gratitud porque su humilde intervención resultó en la mejor de las intenciones y, efectivamente, logró una repercusión práctica positiva. Curiosamente este capítulo ofrece un criterio para mejorar en la conquista del objetivo: “Es mucho más probable que los hombres descubran métodos idóneos y expeditos para alcanzar cualquier objetivo cuando toda la atención de sus mentes está dirigida hacia ese único objetivo que cuando se disipa entre una gran variedad de cosas.”[11]

El propio Adam Smith, como estudioso enfocado en un campo del saber tan poco roturado, logra una especie de revolución del modelo.[12] Al plantear Smith, la riqueza como objetivo deseable de las naciones, el objetivo que propone está al ras del suelo, pues la producción creciente está al alcance de la mano, dependiendo de cada pequeño taller. El objetivo abarca los sitios más lejanos, aunque no llegue a las fantasiosas Agartha y Lemuria, porque la cadena del trabajo dividido exige incluir materiales y proveedurías desde los puntos más remotos y, viceversa, implica alcanzar las regiones más distantes. El objetivo se mantiene cerca de los bolsillos humildes, de las manos callosas, de las espaldas encorvadas, para terminar con el desabasto y siempre interesado por la condición de las más diversas índoles. El objetivo no es utópico, pues con sencillez constata el avance del “estado de las cosas tal como son”. El objetivo no resulta hostil al Estado, pues la economía política, incluye las metas generales del gobierno.[13]

Ventajas de especialistas y evidencia de máquinas

El argumento completo de este libro se dirige hacia la ventaja de los especialistas (en el sentido más simple de este término) y el triunfo de las máquinas. De manera explícita este capítulo es un canto opuesto a la idea renacentista y fourierista del individuo integrador de múltiples capacidades, cuando insiste en que mientras más simple y repetitiva resulte una tarea, se hará mejor y con más eficiencia (velocidad, destreza, ahorro de tiempos muertos, menos distracción, perfeccionamiento, concentración de esfuerzos, etc.)

El argumento de este capítulo está centrado en la ventaja colosal de integrar a varios trabajadores en un taller para manufacturar cualquier objeto, basado en el caso de los alfileres. Basta una decena para saltar desde un resultado insignificante de elaborar un único alfiler por trabajador, para alcanzar un promedio de 4,800 por obrero. En este caso, Smith observa con detalle los motivos de tan dramática ventaja.

Un primer y crucial motivo para que la especialización aventaje tanto, es la concentración de la mente: “Es mucho más probable que los hombres descubran métodos idóneos y expeditos para alcanzar cualquier objetivo cuando toda la atención de sus mentes está dirigida hacia ese único objetivo que cuando se disipa entre una gran variedad de cosas.”[14] Basta la concentración para avanzar al éxito, hasta parece un promocional de técnicas de Mindfulness. Ahí coloca Smith la clave: de modo espontáneo la concentración en una única tarea proporciona un sinfín de ventajas productivas.

La ventaja de la máquina no la argumenta en este capítulo, pues la deja como una evidencia, ya arraigada en el sentido común: “todo el mundo percibe cuánto trabajo facilita y abrevia la aplicación de una maquinaria adecuada. Ni siquiera es necesario poner ejemplos”[15] La proliferación de las nuevas máquinas en suelo británico había progresado lo suficiente para considerarse una evidencia sin objeción y asimismo se especializó pues “la fabricación de máquinas llegó a ser una actividad específica por sí misma.” La expansión de las máquinas, incluso, ha creado un lenguaje para las nuevas partes y procesos, como pistones, válvulas, manivelas, etc.  

El propio desarrollo manufacturero estaba dando más protagonismo a la máquina de vapor, que era la consentida del periodo, y este proceso ha permitido la presencia de máquinas muy complejas como el barco, el batán y la tejeduría.[16] Estas últimas máquinas más complejas quedan alineadas en la avanzada del periodo,[17] así, las admira Smith para integrarlas en su investigación.

Resultado: fluyendo hacia

El panorama que percibe Smith resulta de un optimismo radiante, señala un fluir de productos expandiéndose y derramándose hacia todos los individuos, incluso el más humilde trabajador. Resulta un sistema de multiplicación que redunda en objetos que escurren en una plenitud para el conjunto: “La gran multiplicación de la producción de todos los diversos oficios, derivada de la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa riqueza universal que se extiende hasta las clases más bajas del pueblo. Cada trabajador cuenta con una gran cantidad del producto (…) y una plenitud general se difunde a través de los diferentes estratos de la sociedad.”[18] A cada hogar llegan productos, cada quien recibe más beneficios de lo que aporta, aunque el intercambio sea en equivalentes el resultado resulta superior a las premisas.[19]  

Esta tendencia benéfica, resulta reforzada a la tendencia hacia el entramado universal, pues una mayor “división del trabajo” siempre será más eficiente, por tanto, arrastrará a todas las partes hacia el mercado. Así, Adam Smith advierte la tendencia hacia el mercado mundial, unida al crecimiento de la riqueza; al final de cuenta, explora un optimismo a toda prueba.

NOTAS:

[1] En el libro solamente hay una referencia marginal a esa metáfora de la mano invisible, cuando señala “Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos.” Smith, p. 553.

[2] Por ejemplo, Thomas Piketty.

[3] Precisamente ese es el nombre del primer capítulo de la obra de Smith: “La división del trabajo” y al cual se dedican estas páginas.

[4] Huizinga, El otoño de la Edad Media.

[5] “la división del trabajo ocasiona en cada actividad, en la medida en que pueda ser introducida, un incremento proporcional en la capacidad productiva del trabajo.” Smith, p. 35.

[6] Smith, p. 28.

[7] P. 42. Esa expresión de “los rincones más remotos del mundo”, implica una extensión constante, una expansión de la serie sin término, que terminará con alcanzar cada rincón. La cuestión es que además la flexibilidad del mercado, podría implicar que surjan nuevos rincones, aunque Rosa Luxemburgo esperaba la desaparición de cualquier rincón ante el capital expansivo. Véase. Luxemburgo, La acumulación de capital.

[8] Descartes, Las pasiones del alma.

[9] P. 42.

[10] Pp. 42-43.

[11] P. 39.

[12] Tiempo después algunos teóricos como Foucault se interesarán mucho por el efecto que posee un paradigma nuevo, un modelo global que se convierte en una especie de fábrica de conceptos; en el Foucault temprano, existe una “episteme” de época que permite visualizar un periodo. Explicación apasionante del posestructuralismo, aunque con fragilidades, véase Las palabras y las cosas.

[13] “La economía política, considerada como una rama de la ciencia del hombre de estado o legislador, se plantea dos objetivos distintos: en primer lugar, conseguir un ingreso o una subsistencia abundantes para el pueblo, o más precisamente que el pueblo pueda conseguir ese ingreso o esa subsistencia por sí mismo; y en segundo lugar, proporcionar al estado o comunidad un ingreso suficiente para pagar los servicios públicos.” Smith, p. 539.

[14] P. 39.

[15] P. 39.

[16] P. 42.

[17] La forma productiva más avanzada marca los periodos históricos, así el concepto de tecnoestructura de Toffler en La tercera ola y El cambio del poder.

[18] P. 41.

[19] En ese sentido, Smith parte de una premisa antagónica a la de Marx, quien se devanó el cerebro intentando demostrar que la relación de intercambio igual implica una pérdida neta para la mayoría (de obreros), y mediante su concepto de plusvalía denuncia una explotación. En este panorama de Smith todos deben salir ganando, y en el de Marx, casi todos perderán. Véase Marx El capital, etc.

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