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sábado, 18 de agosto de 2018

ANÁLISIS DE “NO OYES LADRAR LOS PERROS”, CUENTO DE JUAN RULFO




Por Carlos Valdés Martín

El ocaso de la Revolución Mexicana
Dentro de un estilo costumbrista, los cuentos de El llano en llamas se caracterizan por un dramatismo estricto y agobiante. En particular “No oyes ladrar los perros” relata el esfuerzo agotador de un padre por cargar a su hijo agónico hasta un pueblo donde abriga esperanza de que lo salvará un médico. Su ubicación temporal señala los episodios revolucionarios o posrevolucionarios cuando grupos campesinos se volvían bandidos sin causa definida, tal es la culpa que señala al hijo; siendo que la Novela de la Revolución había representado un subgénero en México, algunos escritores del medio siglo XX, plantearon el desencanto consecuente. La narración ocurre en un descampado, rumbo al pequeño pueblo de Tonaya, Jalisco, una ubicación real donde termina la narración con la muerte del hijo y el ladrido de los perros. 

Trama
El relato es sumamente sencillo y lineal: un padre carga en su espalda a su único hijo malherido. Avanzan solitarios en la noche por el campo rumbo al pueblo de Tonaya, una cabecera municipal donde el padre cree que habrá ayuda para curar a su vástago. En un ágil diálogo descubrimos que hay un rencor irreconciliable, pues Ignacio, el hijo ha sido antagónico, desairando los valores familiares al cometer desmanes con una gavilla armada, la cual ha sido diezmada y únicamente el hijo sobrevive. El padre culpabiliza a su hijo moribundo por crímenes, incluida la muerte de su padrino de bautizo Tranquilino. El motivo por el cual el padre carga a Ignacio se explica por darle gusto a la madre difunta, pues el padre es incapaz de confesar afecto por su hijo. La manera en que carga el padre al herido es molesta y dolorosa, pero se justifica como la única salida y además imposible de modificar, pues si lo bajara un momento de sus espaldas, no sería ya capaz de auparlo. El hijo pide repetidamente que lo baje, a lo cual el padre se niega. La incomodidad se acrecienta pues el herido se aferra al cuerpo clavando las piernas y apretando los brazos, por lo que los oídos queda tapados. La dificultad del padre para ver y oír marca el título, pues repetidamente le solicita al hijo que lo oriente con los ladridos de los perros. Al llegar a Tonaya el hijo ya se advierte muerto por su rigidez y al apearlo, el padre le reclama su inutilidad, en un final dramático.

Costumbrismo y peso muerto
En este relato predominan los rasgos reales y resalta el costumbrismo mediante las palabras folclóricas, el manejo de valores y el paisaje humano. Si bien la suma de las imágenes de un campesino cargando por parajes desiertos a su hijo agónico se liga en una figura fantasmal por la sombra alargada, la explicación se mantiene bajo supuestos realistas. El modo de cargar se justifica repetidamente y con detalle se muestra cómo se le va la vida al hijo. Bajo una alegoría cristiana Ignacio se convierte en una especie de cruz que hinca sus filos en su progenitor, “porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas.”[1] La imagen del hijo lastimando con su simple inercia física, sirve de interesante metáfora del mundo rural, que ahoga a sus habitantes por simple inercia. En general, el costumbrismo de Rulfo posee ese signo ominoso de inercia, peso de un trauma colectivo, especie de maldición edípica de la que nadie escapa.

Simbolismo específico del cargador
Para la antigüedad grecolatina hubo un cargador mítico en la figura de Atlas, que en este relato adquiere la humildad de un campesino. Cuando resulta imposible renunciar a la carga a riesgo de una catástrofe, le otorga ese aspecto del titán griego que no estaba conforme por llevar el mundo a cuestas. La otra gran figura es el Cristo cargando la cruz, que representa el gesto para expiar los pecados del mundo, mediante un sacrificio de esfuerzos previo a dar la vida. Aquí, la vía desesperada implica una expiación de los pecados, a manera de los penitentes en Semana Santa. Sin embargo, esta redención peculiar es trágica.

Padres ante la muerte de los hijos sin conciliación: leyenda de Lacoonte
También una leyenda griega expresa el conflicto del padre perdiendo a los hijos bajo un límite del sinsentido. Cuando Troya era sitiada recibe el engañoso regalo del Caballo, el astuto sacerdote Lacoonte procuraba desenmascarar el engaño enemigo, para evitarlo entonces los dioses fatídicos enviaron dos serpientes. El personaje descubre con desesperación que sus dos hijos son víctimas de las serpientes y él mismo cae ante una lucha desigual. Una famosa escultura representó la desesperación del padre ante la muerte inminente de sus vástagos y de él mismo. La situación completa, al perderse el futuro debido a la muerte de los hijos, resulta doblemente trágica.  

Derrumbe de jerarquías
El drama entre padre e hijo se multiplica por una sublevación imposible, en lugar de las fuerzas juveniles empujando hacia algún logro, es la debilidad de la vejez que carga con el fracaso de la nueva generación. La relación padre-hijo se ha invertido sin aparente intención, es piedad por la agonía que lo coloca arriba físicamente. Aunque la jerarquía está rota, el varón opera cual “piedad”, que se lamenta del retoño agónico. La piedad es parcial, existe el acto físico, pero el rencor ha crecido, pues el discurso del padre destila un rencor sin fin. La reconciliación es imposible y el nihilismo de la muerte rompe el sentido. El gesto y su esfuerzo sin límite, no redime al padre en un gesto de amor, que sigue reclamándole, incluso al cadáver: “— ¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”[2]    

Costumbrismo del lenguaje
El padre sostiene el peso del relato y marca el tono costumbrista mediante el lenguaje, empleando palabras locales y giros idiomáticos costumbristas durante las repetidas explicaciones y reclamos.  Siendo un lenguaje local, el autor lo aplica con riqueza por los verbos por ejemplo: mortificar, agarrotar, derrengar, trajinar, retacar y zarandear. También sustantivos locales fuera de los diccionarios: “llenadero” o “destrasito”.[3] El habla del personaje principal aplica una combinación de las personas verbales utilizando tú y usted alternadamente.

Línea y desenlace
El tiempo avanza de manera lineal y sin variaciones, mientras la trama mantiene su interés por el drama de la agonía y la posibilidad de que se salve el hijo. Poco a poco, entre los personajes se va demostrando un gran rencor acumulado y un conflicto sin solución.

Metáforas favoritas
El breve cuento está salpicado con metáforas poéticas, con un tono trágico y acorde a un ambiente campirano, de costumbrismo y de vibraciones hondas. En especial, la combinación de Luna, perros, soledad… traen la imagen casi mítica, como si el inconsciente creyera en los poderes de la Luna. Por ejemplo: “La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.” “porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas.” “Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja.” “El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.” “Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros.” “al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. — ¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”

Integralidad de los canales perceptivos
Emplea una perfecta confluencia de los canales visual, auditivo y quinestésico (únicamente falta el canal lógico-matemático que no se suele emplear en la literatura). El balance entre estos múltiples canales facilita la asimilación de la obra desde diferentes sensibilidades. Canal auditivo: El título y el lema repetitivo del “ladrar los perros”, además señalado como ausencia marca una tensión constante, la búsqueda de un sonido, que surge hasta la escena final del libro. Canal visual: La luz de luna, con las sombras alargadas, la lucha contra la oscuridad. Canal quinestésico: La carga del hijo, sensaciones de agobio, presión física y cansancio constantes; las emociones de un viejo rencor que fluye continuamente.

 Sensibilidad ante las víctimas y la mentalidad 1953
El conjunto de la literatura de campesinos fantasmales de Rulfo es imparable y trágico. ¿Cómo es que el gusto literario de la época se enganchó con esa percepción nostálgica del campo, trágica pero poética? A su manera, la sensibilidad de Rulfo engancha con el “victimismo”, asumiendo que la visión de los vencidos sigue arraigada y etérea, adormecida y tan fuerte como en la alborada trágica de 1910. El campesino representa la repetición trágica, ante la cual los editores y maestros del medio siglo XX se plegaron, sin embargo, esa afirmación no dio más frutos. Nunca surgió una “escuela” a partir de Rulfo, su siembra fue un árbol estéril, los intentos para reeditar las narraciones fantasmales de campesinos no surgieron o fracasaron, a diferencia del romanticismo del siglo XVIII, ese peculiar “realismo mágico” quedó en el mortinato.

NOTAS:

[1] Rulfo “No oyes ladrar los perros”.
[2] Rulfo “No oyes ladrar los perros”.
[3] Palabras que no aparecen en el diccionario dan la marca más directa del regionalismo, pero también lo poco usual señala el costumbrismo.

domingo, 5 de agosto de 2018

“LA ISLA A MEDIODÍA” RESUMEN Y ANÁLISIS




Por Carlos Valdés Martín

Este cuento de Julio Cortázar se integra al género fantástico, partiendo de un ambiente enteramente realista, al intercalar dos perspectivas para contar la misma historia desde la visión del protagonista. En la narración principal, el personaje Marini trabaja como “steward”[1] (aeromozo, azafato) en una aerolínea comercial en una posición rutinaria. La existencia del protagonista transcurre sin preocupaciones ni sobresaltos hasta cuando mira una isla del Mar Egeo por la ventanilla y queda impresionado.  

Contexto literario
Este cuento “La isla al mediodía” se publicó dentro de la colección Todos los fuegos el fuego en el año 1966. Esta colección surgió en una etapa de plena madurez cuando el argentino había ya producido varios volúmenes como Bestiario, Final del juego y Las armas secretas y, también, su obra cumbre, Rayuela del año 1963, su novela para armar.
Justamente en la década de los sesentas surge el fenómeno de crecimiento del mercado literario y consagración de íconos de la literatura Latinoamericana, llamado el Boom. Sin que sea viable unificar en pocas líneas un gran movimiento literario, la característica fusión de la realidad con la fantasía, aunado al interés por la historia concreta, aparecen en Cortázar, considerado uno de los cuatro grandes autores de ese auge.
Asimismo, Argentina reunía un hervidero de talentosos creadores, de los cuales Julio asimiló perspectivas e intercambió aportaciones. Además, el escritor se embarcó en una emigración voluntaria que lo colocó en el escenario europeo tan proclive a las vanguardias artísticas, que para el cuento “La isla a mediodía” resulta significativo.
La afinidad personal de Julio Cortázar con las literaturas grecolatinas resulta evidente desde su periodo de primeras creaciones, dando frutos como el curioso poema que modifica el mito de Teseo contra el Minotauro sin alterar el resultado, titulado Los reyes, o cuentos de evocación a una anécdota de la Odisea como “Circe”. En este relato la conexión está más en el ambiente y la referencia indirecta hacia las peripecias de naufragios que inspiraron el nacimiento de la poesía homérica.[2]

Ambiente histórico
Si bien para las particularidades de este cuento los ambientes y resonancias sociales y políticas dan referencias discretas,[3] en cambio el contexto de la vida laboral, comercial y cultural sí implica interesantes conexiones. En este cuento, el auge de la aviación comercial y el turismo proporcionan el ambiente para su desarrollo, dando un toque de modernidad, opulencia y situación límite. Con el éxito de la aviación comercial en los principales países, el vuelo turístico o por trabajo se convierte en una realidad cotidiana, pasándose desde la maravilla tecnológica hasta su normalización.
Para el protagonista trabajar en una aeronave resulta bastante rutinario y los compañeros comparten esa perspectiva. La tripulación forma un conjunto enrolado en sus preocupaciones egoístas y que sonríe mecánicamente por compromiso durante los vuelos: “todo un poco borroso, amablemente fácil y cordial y como reemplazando otra cosa, llenando las horas antes o después del vuelo, y en el vuelo todo era también borroso y fácil y estúpido”.[4] Los pasajeros dormitan más interesados en las bebidas alcohólicas que en los paisajes que se divisan desde las alturas y, en ese contexto de indiferencias cotidianas, el protagonista cultiva una mirada maravillada ante una isla singular, llamada Xiros.
La contraparte social son pescadores empobrecidos que siguen viviendo de la misma manera que sus antepasados hace siglos, tejiendo redes y empujando botes rústicos de madera. Sin embargo, este cuento no se interesa demasiado en el detalle de la vida rústica ni en el contraste frente a una clase acomodada. Las situaciones socioeconómicas contrapuestas entre los empleados satisfechos y los rústicos pescadores sirven más como especie de pistas para un encuentro fantástico.

Argumento
El protagonista, Marini se aburre de su cotidianeidad al servicio de una aerolínea cuando descubre un pequeño punto en el océano que le fascina. Pronto la pequeña isla de Xiros se convierte en una obsesión, entonces la repite mentalmente, así como investiga su geografía. Marini luego de una decepción amorosa y tras renunciar a cambiar de ruta aérea, termina decidiendo que visitará esa isla solitaria que no forma parte de las rutas turísticas. Tras un breve viaje o sueño[5] llega a Xiros donde queda fascinado por el ambiente rústico y la naturaleza agreste; rápidamente decide que abandonará su antigua existencia y se quedará ahí para siempre. De inmediato sucede la tragedia, cuando mira al cielo y observa que un avión de la ruta donde ha trabajado cabecea y se precipita en el mar. Sorprendido se lanza a nadar hacia el desastre y descubre una mano agitada, dándose a la tarea desesperada de rescatar a quien parece el único sobreviviente. Jala a un herido y en misión portentosa lo arrastra hasta la orilla, comprobando que agoniza debido a una abertura en la garganta.[6] Al alcanzar la orilla, el viejo patriarca solamente observa un cadáver entre el grupo de isleños y esa tragedia inusual. El final insinúa que la visita a la isla dibujó una ilusión del steward que soñaba antes del accidente.
La peculiaridad fantástica de la trama radica en la hipótesis de una bifurcación del argumento lineal, para que Marini en calidad de visitante en la isla se rescate a sí mismo como náufrago de la tragedia aérea, para depositarse sobre la playa convertido en cadáver. Bajo esa narrativa para que el tiempo se mantenga en su línea de progresión única, mediante el ensueño se divide el personaje tomando dos rutas distintas, que se encuentran en el desenlace trágico.

Personajes
El protagonista Marini[7] es el único descrito a profundidad, mientras los demás son tratados con breves pinceladas, en particular la serie de mujeres: Carla, Tania, Lucía, Felisa… que confirman su rasgo de mujeriego superficial. Él es un joven empleado de línea aérea que sirve en un oficio que no le interesa demasiado, cumple con su cometido funcional hasta que descubre su pasión por ese lejano arrecife. Su indiferencia con las mujeres se acentúa en el alejamiento de Carla, quien revela está embarazada con un hijo suyo pero que prefiere no tenerlo y se casará con otro sujeto. Entre todas ellas señala que quizá Felisa lo comprende un poco. Su relación con los demás empleados es más superficial, aunque sirven para la trama dando informes o abriendo oportunidades. Una vez descubierta su pasión por la localidad Xiros, se dibuja un carácter obsesivo que es tragado progresivamente por su objetivo. En ese punto, transita de la pasividad hacia una decisión firme para viajar al sitio paradisiaco como para identificarse ahí, hasta idear la manera de permanecer mimetizándose y la decisión de rescatar al sobreviviente, que fusiona con su propia llegada fatal a la playa.
La contraparte del protagonista es la “isla”, sobre la cual cabría valorar si alcanza ese estatus de personaje. Por la manera en que la describe con figura de tortuga, atribuyéndole verbos activos, por sus rasgos paradisíacos y huellas del pasado inmemorial,[8] más sus efectos transformadores y míticos sí merece tal categoría. Una naturaleza casi virginal y mitológica transfigura al protagonista para mimetizarlo con la condición de aldeano, mediante gestos rituales como quitarse la ropa y zambullirse a modo de bautismo. El final paradójico nos indica que el sitio permanece inaccesible e imposible la profanación para quienes no sean sus aldeanos.
Entre el conjunto de los isleños destaca el patriarca, Klaios,[9] quien semeja un arquetipo de sencillez y encarna el eje de una envidia naciente. La evocación hacia el modelo del “buen salvaje” resulta patente, al concentrar este grupo cualidades de sencillez y nobleza espontáneas. La visión final del cadáver y la confirmación final por el narrador de la soledad de los isleños frente al mundo, cierra perfectamente la narración: “Pero como siempre estaban solos en la isla, y el cadáver de ojos abiertos era lo único nuevo entre ellos y el mar.”[10]

Símbolos de aislamiento y distancia: islas y aviones
Los vuelos a través de miles de kilómetros también facilitan el establecer grandes distancias en las separaciones. El propio autor se dirigió a Europa descontento con la situación de su país: la velocidad aérea facilita la ampliación de las distancias. Por su parte, la geografía de las pequeñas islas siempre ha simbolizado la separación y el individualismo, tal como nos lo muestran los relatos de náufragos, hasta se acuñó el adjetivo de “robinsoniano”. La teoría social aseveró que la perspectiva del aislamiento individual se consolidó recién hasta la época del capitalismo temprano, pues los antiguos tribus y pueblos parecían incapaces de cultivarse en la soledad extrema.[11]  Así, una isla con forma de tortuga que despunta en la lejanía chispea cual espejo del individuo solitario, el protagonista indiferente ante su propia rutina se la imagina espléndida. Asimismo, un fragmento de tierra rodeado de la inmensidad marina también levanta un emblema de la esperanza, cuando no se posee el alma de marinero; aún diminuta, una porción de tierra concentra las cualidades de refugio y hogar ante las inmensidades azuladas de los mares.
Cabe destacar también la fuerte humanización de la propia isla, que va adquiriendo rasgos de personalidad, en especial por el modo de describirla, mediante verbos activos que le dan categoría de sujeto: “en el óvalo azul de la ventanilla entró el litoral de la isla (…) las colinas que subían hacia la meseta desolada”[12] Este efecto de personalización de la isla resulta consistente desde el punto de vista de una revelación de Deleuze sobre otra novela robinsoniana.[13]
El vuelo y los aviones sirven para simbolizar a la imaginación que despliega alas y se aleja del mundo, aunque con esa superioridad de las alturas suele aparecer el miedo. El relato de Dédalo e Ícaro muestra el arquetipo de los temores ante el vuelo,[14] pues acercarse al Sol nos derrite la cera con que tramamos nuestras aventuras, por lo que una caída suele asociarse con tal escenario. Por más que la aviación comercial logra récords aceptables de seguridad, un artista animoso jamás ignorará ese lejano horizonte fatídico. La presencia de un motivo jerárquico siempre ha indicado que el cielo merece ser la morada de los dioses, por lo que la aviación posee un toque de gesto sacrílego, por tanto, el temor ordinario se duplica.

La indiferencia y el encuentro
Por más que aerotransportándose viajen a velocidades inauditas para acercarse a sus destinos físicos, el ánimo interior resulta refractario antes los sucesivos acercamientos; ocurre una indiferencia que intrigó al existencialismo y, a veces, se denomina “enajenación”. Mientras para el protagonista los encuentros físicos con el sexo opuesto le resultan accesibles, el amor elude a su radar personal. Ninguna lo comprende, quizá un poco lo hace Felisa, pero Carla se aleja embarazada y dispuesta a ligarse con otro. El protagonista se sabe remplazable, por eso cuando afirma que permanecerá en la isla, él: “imaginó a (…) su reemplazante, tal vez Giorgio o alguno nuevo de otra línea, alguien que también estaría sonriendo mientras alcanzaba las botellas de vino o el café.”[15] La línea de la indiferencia crece con rapidez hasta abarcar el planeta con excepción de una pequeña mancha de tierra con forma de tortuga que se llama Xiros, por eso desde la lejanía de una ventanilla de avión el protagonista decide su nuevo hogar.[16]
La indiferencia termina por convertirse en un resorte apretado contra el alma, entonces la escala de la indiferencia se convierte en lo contrario, cuando la borrosa referencia geográfica trasmuta en el deseo de habitar, adquiriendo un sitio propio bajo el sol, aunque sea alejado de cualquier comodidad y civilización. En ese sentido, buscar la isla se convierte en un encuentro amoroso, donde el steward se convierte en el amado que cortejó largamente a la pretendida. La descripción de la llegada a Xiros está plena de contactos físicos como “La piel le quemaba de sol y de viento cuando se desnudó para tirarse al mar desde una roca; el agua estaba fría y le hizo bien (…) Se dejó caer de espaldas entre las piedras calientes, resistió sus aristas y sus lomos encendidos (…) Bajó a toda carrera por la colina, golpeándose en las rocas y desgarrándose un brazo entre las espinas”[17] Los sentidos a plenitud son sacudidos y revitalizados por la naturaleza, de ahí que se convierta en un paraíso comparado con lo que abandona y resulta inevitable la elección de permanecer en ese sitio. De ahí la decisión definitiva: “Supo sin la menor duda que no se iría de la isla, que de alguna manera iba a quedarse para siempre en la isla”[18] El protagonista ha encontrado su paraíso perdido, pero también la nube de la ambigüedad o la tragedia.

Las aguas de la transfiguración y la ambigüedad
En las diferentes tradiciones culturales las aguas proporcionan el marco y la fuerza para transfigurar, ya sea para una regeneración o para un cambio inopinado, ya que el simbolismo propio de las aguas se identifica con la femineidad siempre tan productiva como inesperada.[19] Que una isla permanezca invicta en medio del océano indica también que las facultades generativas de las aguas han de despertar.
La travesía, todavía turística, hacia la Xiros corre con la velocidad de un suspiro: “la escala en Rynos, la negociación interminable con el capitán de la falúa, la noche en el puente, pegado a las estrellas, el sabor del anís y del carnero, el amanecer entre las islas. Desembarcó con las primeras luces, y el capitán lo presentó a un viejo que debía ser el patriarca”[20] Una transportación tan fugaz que hasta resulta casi inverosímil para una embarcación.  Una vez en el destino prometido una zambullida confirma que las aguas limpian y transforman: “la isla lo invadía y lo gozaba con una tal intimidad que no era capaz de pensar o de elegir(…) cuando se desnudó para tirarse al mar desde una roca; el agua estaba fría y le hizo bien; se dejó llevar por corrientes insidiosas hasta la entrada de una gruta, volvió mar afuera, se abandonó de espaldas, lo aceptó todo en un solo acto de conciliación que era también un nombre para el futuro”.[21] La felicidad repentina resultó una tregua breve ante el desenlace con la caída del avión que deja a un náufrago moribundo, para que en una alocada inmersión Marini arrastre al cadáver. Paradójico encuentro, que dramáticamente insinúa el colapso entre dos aspectos del protagonista, el afortunado que renunció al mundo y el desafortunado tripulante que fallece con una herida en la garganta. Las aguas juegan a la confusión, cuando la transfiguración y la fatalidad se aferran de las manos.

Mediodía representado
La hora del mediodía que marca el título del cuento posee una gran carga simbólica, por cuanto la describe el autor como una hora mágica y ambivalente. Esa hora del sol pleno, este relato la relaciona especialmente con la palabra de saludo griego “Kalimera” porque se refiere exclusivamente al día, pues en la mañana y la tarde el saludo es distinto. A diferencia de interpretaciones más literales como una hora de plenitud sin más, este mediodía corresponde a esa curiosa congelación del tiempo por la contraparte de la medianoche de las brujas. Aquí, esa hora es cómplice de un portento en la duplicación del personaje colocado simultáneamente en la isla y en el avión caído, como inyección de fuerza que trastoca los órdenes normales. Semeja al mediodía simbólico de la añeja masonería, donde la hora sin sombras alinea perfectamente a la plomada, para levantar los muros de las catedrales e  impedir su caída.[22] Es el mediodía cuando la falta de evidencias y sombras, para el enceguecido por luz levanta la sospecha suprema. Como sea, de esa manera funciona la literatura, convirtiendo la evidencia trivial en un efecto deslumbrante, para dar claridad a dimensiones insospechadas.

Un sacrificio con sentido
Más allá de la ambigüedad, este relato convierte una existencia trivial en el viaje único de un enamorado para alcanzar a la su amada. Si la opción más obvia nos convence, entonces el empleado sobrevive a la catástrofe pero únicamente lo suficiente para alcanzar la plaza y morir acariciando su tierra adorada. Entonces, el protagonista semeja al soldado de Maratón que corrió el camino para avisar a sus conciudadanos sobre la batalla y, cumplida su misión, desfallece en el umbral.[23] En este cuento, el amante maniático que admiraba el sitio a la distancia recibe la bendición de un accidente aéreo que lo deposita en su “tierra prometida”; la muerte accidental se convierte en el sacrificio buscado y el encuentro perfecto. Si preferimos seguir una de las caras del argumento, sí viajó Marini por su cuenta hasta la isla y su espíritu se ha liberado, el agónico náufrago con la garganta cortada recibe su piedad. Si al final, el patriarca y los isleños ya no lo observan es porque el visitante oculta un designio singular y se ha mimetizado [24]. Como sea, el relato ha proporcionado un sentido singular a una existencia abatida por lo ordinario, dando paso a lo extraordinario.

NOTAS:


[1] Dejar el término en inglés, es una elección deliberada, Julio Cortázar fue un traductor experto, celebrado por su versión de los cuentos de Edgar Allan Poe. La palabra inglesa steward posee más amplitud que lo correspondiente a aeromozo y azafato, siendo utilizada en gran variedad de posiciones, desde administrativas superiores u ordinarias, de vigilancia física y custodia, camareros, representantes, rituales masónicos o eclesiásticos, ayuda doméstica, etc.
[2] Claro que las referencias de la Odisea en este relato permanecen sutiles y más de ambiente.
[3] El simple título y geografía proporciona un sinfín de evocaciones por la referencia a la Cuba revolucionaria como una “isla” material y de excepción política en el contexto latinoamericano, mientras la referencia directa queda en otro cuento de Todos los fuegos el fuego. 
[4] Cortázar, “La isla a mediodía”. También hay distancia y desprecio, incluso a sus espaldas llaman a Marini “el loco de la isla”.
[5] Las hipótesis de que el viaje a la isla resulta un sueño resalta el lado fantástico y le agrega dramatismo al final del relato, siendo la muerte del náufrago Marini el desenlace.
[6] En la anécdota es un accidente, pero en la evocación es un punto de sacrificios (el degüello ritual) y un eje de la comunicación misma, cumpliendo también con un símbolo de castración múltiple: avión caído y herida en garganta, con un cadáver a los pies del patriarca local.
[7] El significado italiano es “marino” en clara evocación a la tragedia y al contexto del cuento.
[8] Destacan los jeroglíficos en dos piedras talladas empleadas como pilotes, que por la situación fronteriza de esa plaza trágica nos evocan a las columnas que flanqueaban el Templo de Salomón.
[9] El significado griego de “klaio” es lamentar o sollozar con fuerza. Esta elección adquiere sentido en la escena final del cuento.
[10] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[11] Marx y Engels teorizaron abundantemente alrededor de esa hipótesis sobre la inexistencia de un verdadero individualismo pre-capitalista, por ejemplo, en Engels, Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, y Marx en su Contribución a la crítica de la Economía Política.
[12] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[13] Deleuze en Lógica del sentido al analizar la novela de Michel Tournier calibra el efecto de la desaparición del otro, para la eclosión de la isla desierta como un Ello emergente, por tanto eje de otro tipo de placer, diferente al habitual.
[14] Ovidio, Metamorfosis. Otro aspecto refiere al miedo primigenio ante la técnica, de la cual Dédalo representa al iniciador, en Jorge Veraza, Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida.
[15] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[16] “todo era borroso y fácil y estúpido hasta la hora de ir a inclinarse sobre la ventanilla de la cola” Cortázar, “La isla a mediodía”. El anhelo por habitar crece conforme se ha despojado de un sitio propio para el individuo.
[17] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[18] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[19] Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones.
[20] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[21] Cortázar, “La isla a mediodía”.
[22] Frau Abrines, Diccionario enciclopédico de la masonería.
[23] Carlyle, Los héroes.
[24] Desea aniquilar al patriarca del sitio para ocupar su lugar, el protagonista piensa: “No sería fácil matar al hombre viejo, pero allí en lo alto, tenso de sol y de espacio sintió que la empresa era posible.” La mímesis absoluta se conjetura en otros relatos de Cortázar como Axolotl.