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jueves, 25 de agosto de 2022

GRANADAS COMO SÍMBOLO DESDE SALOMÓN

 



 

                            Por Carlos Valdés Martín

 

Diversas frutas poseen simbolismos múltiples, lo mismo sucede con las granadas que representa los signos de vitalidad y proliferación, ligados al modelo de sabiduría de la tradición bíblica. La anécdota escrita en Reyes y Crónicas señala que unas granadas adornaron las dos columnas broncíneas del gran Templo de Salomón. El detalle no es irrelevante considerando que ese fue el primer modelo de un adoratorio monumental para la religión monoteísta. Aceptando a Salomón como personaje de referencia resulta necesario mirar el Cantar de los cantares y sospechar que el bebedizo de granada servía de afrodisíaco para complacer a sus centenares de esposas y queridas.

En algunos contextos, la granada fue identificada erróneamente con la fruta prohibida, aunque la tradición terminó asignándolo a la manzana, como el vicario definitivo. En los prolijos cuadros del Bosco, resulta usual la presencia de las granadas alternando con los otros frutos rojos (fresas, cerezas, manzanas) para señalar al fruto prohibido o de tentación, lo cual recuerda que cualquier fruto rojo servía para señalar el episodio de la caída en el Edén.

El fruto de la granada se expandió en las regiones mediterráneas y fue la referencia de una vida mejor para los griegos. Hay un interesantísimo pasaje de la iniciación de Eleusis (Misterios eleusinos) donde se debía distinguir entre el dulce grano de Granada y el nocivo de Opio, para salvarse de la Ilusión; alegoría para otro relato sobre un “fruto prohibido”.

En España este fruto dio nombre a la fértil región granadina, lo cual destaca la importancia de este producto en la región del Mediterráneo. Asimismo, la joya llamada granate representa una alusión a este fruto.

La delicada disposición de pequeñas semillas, con un saco dulce rodeando cada porción, sirvió de recuerdo para apuntar a lo delicado de las uniones entre las personas, en especial, los francmasones. El fino acomodo de los granos permite su maduración y la presión exterior destruye fácilmente el contenido. En ese aspecto, el fruto de la granada sirve de recordatorio sobre la unión humana y los riesgos a que está sometida.

lunes, 8 de agosto de 2022

MARMITA DE LA ETERNIDAD NÓMADA

 

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

 

 

Sin advertencia previa explota una bomba en una biblioteca de una universidad en Ankara, Turquía. Un desconocido sale corriendo del sitio entre el humo y la confusión, corre a toda prisa con los oídos zumbando y polvo en la ropa. El único herido no está grave. Cuando los gritos y el humo se disipan, él ya está muy lejos. Ha abandonado la computadora portátil por temor a que se trate de una trampa más que un atentado; una trampa para involucrarlo y retenerlo lejos del deber. Cuando llega al puerto está lleno de sudor y manchas de polvo. Su mirada es inquieta y decidida.

 

Por su parte, la oficial de peritajes en esa universidad de Ankara encuentra la computadora abierta y con un intenso relato que hace suponer en una ficción, aunque en realidad conecta toda la trama con esa explosión. El nombre firmando el archivo en la computadora indica fue enviado por A. Ignea para un discípulo.    

 

El texto comienza así:

Avanza el peligro, de nuevo asechan a la invaluable Marmita donde se ocultó el secreto de la eternidad. ¿Para qué a nosotros, infortunados, viajeros del desierto del siglo XXI, se nos cargó los hombros con una obligación tan pesada? Cierta oscuridad que devora el universo desde sus entrañas quiere terminar con la eternidad, o más precisamente con su secreto; porque desde los primeros tiempos los opuestos se enfrentan en discordia y la eternidad está amenazada desde lo inmemorial y por siempre. Quizá la eternidad completa no dependa de este secreto, pero sí depende nuestro mundo, nuestro gran entorno conocido, más allá de lo que conocemos, y aún más lejos de donde alcanzan los telescopios. A diferencia de una potencia divina que preexiste al universo, la eternidad no parece tan grandiosa. La eternidad se resume en el emblema de Odradeg la serpiente primordial que sostiene al mundo desde abajo, mientras se muerde la cola, porque su principio y final coinciden El alfa y omega son lo mismo para la serpiente infinita Odradeg y ella no tiene madre ancestral porque ya estaba ahí al principio, por eso simboliza a la eternidad misma.

 

Pero los humanos, efímeros y con las horas contadas en nuestro reloj personal, no parecemos buenos guardianes del secreto de la eternidad; somos guardianes deficientes, para empezar, porque ignoramos la eternidad misma, en su plenitud como entidad genérica. En cambio, deseamos una especie de eternidad personal; por eso a Juan Ponce de León, afamado conquistador español que exploró las costas de Florida, se le recuerda como posible descubridor de la “fuente de la eterna juventud”, un arroyo mágico que debía recuperar la mocedad para los ancianos. El arroyo mágico por el cual Ponce de León se hizo legendario no formaba parte del plan del conquistador, pero después se convirtió en un emblema de quimeras. Esa fuente de la juventud simboliza la aplicación de la eternidad a la vida personal, lo cual es una versión egoísta y casi vanidosa de lo que ofrece la eternidad misma.

 

La Marmita de la eternidad existe, no como un ente metafórico sino como uno físico, como un talismán portentoso y de efectos precisos: la sobrevivencia de la memoria del mundo mismo, su conservación como entidad de continuidad existencial. Un filósofo se atrevió a insinuar que el tiempo es el reflejo móvil de la eternidad y eso se confirma de esta manera, porque la eternidad define una especie de sello de garantía, mediante el cual, ante el perpetuo cambio de los fenómenos naturales, se mantiene la cadena de la continuidad. ¿Se han preguntado si es posible dividir indefinidamente el tiempo en unidades tan pequeñas e insignificantes que la mera existencia se desvanece? A diario se divide el tiempo, pero a niveles micrométricos la operación matemática deja de tener sentido. Colocándonos en un lapso tan insignificante que ni una partícula luminosa se mueva, nos aproximamos hasta un extremo, porque a medida que la fracción de tiempo sea más pequeña descubriremos esta situación: en esa “micronésima” nada está sucediendo en el universo entero. Cuando la fracción temporal que dividimos es tan insignificante que hasta el movimiento del veloz e infatigable fotón se detiene entonces algo preocupante estaría sucediendo en el universo. Mientras nuestra inocencia nos proteja de esta clase de elucubraciones asumiremos que la práctica nos dicta la inexistencia del problema. Por inocencia creemos que no existe problema con dividir el tiempo en fracciones infinitesimalmente pequeñas, porque una división es una mera hipótesis de trabajo y a nada arribamos con tales especulaciones febriles. Aquí supongo que intuimos ya algo interesante, por ejemplo, Descartes había supuesto que entre dos fracciones tan pequeñas de tiempo la continuidad hacia la siguiente fracción únicamente estaba garantizada por Dios mismo, porque el pegamento entre las tajadas de navaja del tiempo no estaba garantizado de antemano. Luego resulta que no es Dios “en persona” quien garantiza la continuidad del tiempo, quizá él tenga urgencias más importantes, porque deja esa tarea al secreto de la eternidad.

 

El secreto de la eternidad tiene un nombre y radica en un objeto pequeño, que no es de factura humana, sino un legado supremo. Posiblemente, su entrega sea la obra de un dios menor, incluso he pensado que la leyenda de Prometeo y otras, cuando hablan de un dios entregando el fuego a los humanos esconden otro tipo fuego, más importante que el útil de cocina. Resulta absurdo el por qué Zeus enfurece con Prometeo por entregar algo tan rudimentario como el fuego ordinario. Claro, para el avance civilizador el fuego mismo era importante, pero a nivel de las divinidades no tenía sentido molestarse por una hoguera en casa para cocinar. Creo que la leyenda de Prometeo esconde, bajo manto del fogón ordinario, al fulgor del secreto de la eternidad. Y es lógico que la leyenda griega confunda los términos, en principio ellos no fueron los destinatarios del secreto, sino que fue entregado a sus vecinos no tan cercanos y sí más antiguos.

 

Los antiguos egipcios llamaron al secreto de la eternidad con el nombre de “Ho-ra”, término compuesto para expresar algo así como “vibración primordial del dios solar”; donde indican una relación entre Ra el dios solar y Horus el dios halcón, príncipe de la bondad, pero bajo su aspecto de sonido. El sonido relatado por los egipcios ahora debemos interpretarlo como una vibración, una frecuencia especial. La luz y el sonido poseen en común ser ondas, que es la forma de expansión de la energía, pero en este caso, el secreto tiene una frecuencia única, tan breve, tan diminuta que sirve como puente constante entre dos instantes cuánticos del cronómetro. El tiempo no dibuja una línea continua sino un salto sobre puntos infinitesimales separados, entre los cuales se extiende un abismo de brevedad inferior al tiempo, y ese abismo menos que microscópico, se debe saltar siempre para pasar de una unidad de tiempo real a otra. Si se dejara de saltar ese abismo la existencia caería vulnerada, pero una vibración suficientemente pequeña, para ajustase a esos microscópicos abismos es el puente constante que mantienen la continuidad del tiempo. Cada vez que una unidad de tiempo infinitamente pequeña alcanza su final la vibración contenida en el Ho-ra sirve de puente para saldar la deuda con el vacío y llegar a la materialidad del siguiente instante del tiempo. El mecanismo para este efecto es la vibración del Ho-ra, la cual es inconcebiblemente intensa y pequeña, tan diminuta que ningún material o artefacto emanado de este universo podría crearla. Por eso este Ho-ra resulta irremplazable, no se volvería a fabricar, incluso reuniendo todos los conocimientos existentes y por existir.

Ellos, los sacerdotes egipcios, tuvieron suficiente cuidado con ese objeto valioso, aunque ignoro si aquilataron su importancia. Es evidente que al recipiente lo colocaron abajo de un alto obelisco de roca, tal como se le encontró miles de años después. El obelisco es un rectángulo de piedra terminado en punta, semejando una antena radial, que transmitía el poder desde el secreto de la eternidad. La transmisión mediante el obelisco parecía garantizar la correcta marcha del tiempo, pero también existen relatos indicando los beneficios secundarios, como el convertir en ligera y dúctil a la dura roca de la región durante ciertas fases astronómicas. Durante días el efecto del Ho-ra sobre las piedras cercanas generaba suavidad y ligereza a la piedra facilitando la obra constructiva de grandes pirámides, pero pasadas esas fechas estelares las piedras recobraban su peso y consistencia. De hecho, hasta ahora nadie ha confirmado cuál fue el obelisco original ligado al Ho-ra.

 

Después de la invasión napoleónica a Egipto el furor por extraer los bellos obeliscos en piedra no era casual, pues alguien encumbrado en Roma sabía que bajo los obeliscos dormía un gran tesoro y que de ellos salía una emanación de poder. Afortunadamente, las extrañas cualidades físicas del Ho-ra le permitieron que su descubrimiento quedara en la sombra, y que su viaje a Francia ocurriera bajo el mayor sigilo. Un investigador ha sugerido que las convulsiones de la Revolución Francesa que abrieron el camino a Napoleón significaban previsoras emanaciones del Ho-ra preparando su ruta de salida desde Egipto, cual Moisés escapando del cautiverio. La nación egipcia hacia milenios había perdido su brillo histórico, entonces una región olvidada y sin fuerza no era el asilo adecuado para mantener esa clase de portento[1].

 

El Ho-ra concuerda con una creación divina, directamente una emanación desde los orígenes del universo, porque su rango de acción sobre el curso del universo es tan esencial que no es creíble sea una invención tardía. Los científicos avanzados de la física creen que en el chispazo inicial se crearon las leyes fundadoras del universo, dentro de esas leyes se creó el tiempo y su sentido (que del pasado avanza hacia el futuro surcando mediante el presente). El tiempo cambiante se parece a las fotografías que se diferencian perfectamente en la película cinematográfica, con las 24 exposiciones por segundo, pero el ojo cree que es una continuidad ininterrumpida. De manera similar el efecto temporal puede imaginarse como una infinita unidad de saltos cuánticos, de pequeños abismos de cambio, nos parecen juntos por una especie de milagro, que los mantiene atados, la unidad entre esos microscópicos abismos de tiempo es mantenida por una fuerza externa que liga los tiempos móviles hacia su referente unitario, su continuidad en un fondo de eternidad. El Ho-ra se encarga de mantener atados los minúsculos trazos de tiempo, se encarga de pegar las fotografías separadas y las mantiene atadas ante la retina del universo, que las observa como una continuidad aparentemente indisoluble. ¿Por qué el pegamento del tiempo, que garantiza la continuidad en eternidad debe estar concentrado en un objeto pletórico de energía? Esa pregunta me asalta repetidas veces, pensando que sería más seguro, que esa garantía de continuidad eterna estuviera dispersa junto con las ondas esenciales, esas radiaciones difusas que nos recuerdan cuando el universo se originó en una gran explosión. Si la continuidad del tiempo se repartiera dentro del mismo como una característica esencial de su materialidad, de su ser íntimo, no estaría revelando esto. Tampoco puedo saber si el Ho-ra que radica en nuestro planeta tiene una eficacia delimitada en nuestra región contigua del universo, quizá sí está disperso el Ho-ra y existe un sistema de estos objetos repartido entre los diferentes puntos de nuestra galaxia y luego millones más repartidos entre los millones de galaxias. Espero, por el exceso que implica un objeto de estas características colosales, que existan más, incluso millones de millones de Ho-ra dispersos entre esta galaxia y las demás. Si fuera cierta la multiplicidad de los Ho-ra entonces el riesgo de su pérdida nos afectaría como seres humanos y quizá afectaría a sistemas planetarios contiguos, y supongamos a la galaxia entera; sin embargo, no es lo mismo la pérdida de nuestra galaxia a la desaparición del universo, porque quizá existe vida en millones de galaxias diferentes.

 

Así como el pueblo judío debió construir el Arca de la Alianza para recibir las leyes divinas, el pueblo de Egipto debió de recibir una severa instrucción para resguardar el Ho-ra. Evidentemente una Marmita para recibir tal objeto no surge de una tecnología primitiva, sino que nace de una precisa instrucción desde fuerzas superiores (angelicales, metafísicas, civilizaciones superiores o lo que sea). El objeto está forjado con cristal metálico, cuya fórmula precisa no me es permitido revelar. La singularidad de esta aleación de cristal metálico radica en que genera un campo electromagnético inigualable, el cual impide que el Ho-ra esté en contacto con cualquier objeto material externo. El campo magnético tan fuerte se convierte también en campo gravitatorio, el ligero Ho-ra flota sobre su Marmita, pero también se aleja de las paredes y la tapadera, incluso se distancia de los gases atmosféricos circundantes; se mantiene alejado incluso en caso de fuertes saltos y vibraciones. Aislado dentro de un campo magnético seguro, el secreto de la eternidad cumple sus funciones con precisión. El diseño de la Marmita opera por el material único de su fabricación, la fuerza de los enlaces metálicos poseedores de inaudita dureza combinada con el orden intrínseco de los cristales poligonales, alineados en cadenas de moléculas poseedoras de un orden perfecto. Esa singular alineación dura y cristalina, que llamamos “hipersíntesis” metálica-cristalina resiste golpes y presiones. Sobre las presiones recordemos que ha durado siglos enterrada abajo de un obelisco, soportando toneladas de roca vertical sobre ella. La figura macroscópica de la Marmita, asemejando a un huevo en su interior, está diseñada para resistir, porque esa forma de aovada permite un reparto de las presiones superiores e inferiores hacia el conjunto del recipiente. Ante presiones laterales la forma de huevo no es específicamente resistente, pero recordemos que en este mundo la fuerza acumulativa mayor es la gravitatoria, entonces se debe poner especial empeño en neutralizar la presión de la gravedad. Al parecer, aunque jamás ha sido puesta ante tal prueba, la resistencia ante el peso de la parte superior es de varios cientos de toneladas. Además, el mismo diseño hace que la Marmita quede siempre de pié por una disposición simple pero ingeniosa, ya que en la forma ovoidal traslada su peso hacia la parte inferior.

 

Para evitar las tentaciones y flaquezas humanas, la Marmita recibió un exterior poco atractivo, y las instrucciones de diseño incluyeron colocarla dentro de una vasija de barro, también en extremo endurecido y resistente, y luego pintado con signos amenazadores. Los adornos externos evocan maldiciones, incluyendo alusiones gráficas al peligro de manipular tal recipiente. Los jeroglíficos exteriores, entre otras cosas, dicen: “peligro, esto emana un veneno activo, respirar los gases le causará la muerte”. Calaveras pintadas acompañan esta advertencia, y unos cadáveres próximos entristecían el escenario de la cámara donde el Ho-ra se ocultaba debajo del obelisco. Como atestigua el paso de los siglos, el diseño de seguridad de la Marmita era convincente y durante los reinos egipcios jamás estuvo cerca del saqueo. Triste trance para las tumbas faraónicas, pues éstas siempre eran saqueadas por las riquezas que escondían, pero la cámara debajo del obelisco únicamente albergaba una urna junto a escombros y cadáveres, así ningún saqueador se interesó por violar sus secretos.

 

Ignoro cuándo los sacerdotes olvidaron los poderes del Ho-ra. La naturaleza del conocimiento secreto y celosamente oculto, reservadísimo a una minoría más que selecta, implica el riesgo de perderse. El conocimiento de su fabricación, hasta donde tengo noticia no se conserva en ningún papiro y tampoco aparece ningún jeroglífico sobre el confinamiento del Ho-ra. Pregunto ¿cómo llegó hasta su recipiente? ¿antes estuvo en otro recipiente? ¿Acaso se lo entregó a los sacerdotes egipcios un fuerza galáctica o angelical? Si fuera cierto, que la Marmita sirvió para la construcción de las grandes pirámides, como lo sospecho, entonces después de dos reinados se clausuró la utilización de esta cualidad gravitatoria sobre las enormes piedras. Quizá sólo pocas generaciones de sacerdotes mantuvieron el secreto del Ho-ra, lo guardaron tan hermético, que algún mal día una convulsión política o una epidemia rompió la cadena de este saber. Bajo el obelisco quedó resguardada la Marmita, lejos de las miradas de los curiosos, disimulada con miedo y una apariencia de barro humilde.

 

Después de la invasión napoleónica, en Francia cundió la manía por lo egipcio y de ahí se expandió por Europa. Creció el interés por los objetos vistosos y los europeos pagaban pequeñas sumas a los nativos, que para entonces eran atractivas; antes que la arqueología surgiera como disciplina el apetito por el simple saqueo había crecido. Tengo perfectamente claro el itinerario inicial de la Marmita saliendo de Egipto, pero aquí no viene al caso revelarlo (consultar en apartado 14 de Caracalla). A Francia la Marmita llegó ya sin su cubierta de burdo barro la cual dentro de su cámara subterránea se fracturó espontáneamente con el paso de cientos y cientos de años en encierro. En su nuevo país la Marmita fue renombrada por el primer investigador, quien fue cautivado por este objeto. Por él se le llamó,l’énigme”, porque descubrió que el recipiente era enigmático, verdaderamente extraño ante los ojos de un apasionado. Y el misterio se mantendría mientras no se abriera para revelar el secreto. Resulta que el enigma no se abría a pesar de su apariencia un tanto cristalina, como un objeto de cristal cromado casi traslúcido, que adivinaba una tenue emanación de luz desde el interior. El investigador a que me refiero era Olivier Rampal, un discreto aficionado a la ciencia y a la alquimia por parejo, en tiempos cuando la alquimia ya había pasado de moda. Creo que la afición por el misterio de Olivier se debió tanto a su curiosa sicología como a su ingreso juvenil dentro de una sociedad masónica, en la cual aprendió las ventajas de la discreción ante los ojos extraños. Durante décadas Rampal conservó en reserva su objeto y sólo un reducido grupo de amistades tenía acceso a su maravilla privada. Me imagino la sorpresa de sus amigos cuando Rampal oscurecía completamente su habitación y sacaba de una caja desvencijada su “enigma”, que emanaba una ligera luminosidad azul, asombrados ellos debían de exclamar, que eso brillaba sin una flama interior. Luego él mostraba otros portentos como la dureza del objeto al golpearla contra una barra de metal, pues su dureza la había observado cuando accidentalmente el objeto cayó al suelo con un golpe seco, sin vibraciones. Finalmente, como una nueva prueba para el rey Arturo, ofrecía el premio de un apetitoso habano importado para el amigo que abriera su enigma, porque parecía estar coronado con una simple tapa enroscada. En efecto, el borde superior de l’énigme indicaba el rastro de una rosca del mismo material hundiéndose en ella; eso era una invitación a probar fuerza como ante un frasco de mermelada. Ningún amigo logró jamás abrir la Marmita, y eso era de esperarse, pues ya antes el mismo Rampal había intentado lo mismo, pero aplicando ingenios mecánicos mediante pinzas y tornillos de prensa. Al principio supuso él que la dificultad radicaba en algún atasco por sustancias pegajosas desde hace siglos, después creyó que una abolladura metálica impedía el movimiento de rosca, pero no encontró evidencia de alguna deformación del recipiente.

Creo que la emanación del Ho-ra genera un efecto directo sobre algunas mentes, porque el caso de Olivier fue portentoso. Este primer depositario, antes simple ciudadano sin ningún vuelo se fue convirtiendo en un erudito múltiple, pero con un capricho por ocultar las dimensiones de su talento. Mi investigación particular llevó a la conclusión inequívoca que Olivier entregó diversos trabajos científicos a terceras personas para que acapararan la fama y la fortuna mientras él se contentaba con las delicias de un saber desconocido por el mundo. Unos los beneficiarios de sus aportaciones procuraron ignorarle y otros le guardaron gratitud, contribuyendo a la protección económica de ese genio misterioso que brillaba en la mente de Rampal. De alguna manera él sabía que la casual posesión de su l’énigme había atraído una aceleración mental extraordinaria y le aportaba un beneficio más sustancioso que ganar la lotería. El convencimiento de que ese objeto era su talismán personal le trajo una actitud de reverencia y de estudio minucioso. Dejando las bromas, Olivier ocultó sigilosamente la existencia de su talismán, pero en la mitad de un siglo XIX pleno de avances científicos, los nuevos métodos de la ciencia se practicaron con cuidado y sistema sobre l’énigme, desde 1833 hasta 1888. Las múltiples investigaciones parecían no resolver nada sobre el objeto, cada indagación parecía alejarse de la hipótesis y el resultado esperado. Los progresos con electromagnetismo fueron los únicos que mostraron una relación consistente con la Marmita, pero no se alcanzaron conclusiones definitivas.

 

Olivier tuvo dos herederos de sus investigaciones, a quienes personalmente les encargó resolver los misterios de su objeto. Al morir las mayores esperanzas de Olivier estaban en Bernard X (como firmaba sus documentos), quien tenía nacionalidad francesa, pero provenía de la región alsaciana, y a quien afectaron las vicisitudes de una zona fronteriza que cambió de manos de Francia a Prusia. Este Bernard X fue el depositario de l’énigme pero no parece haber sido feliz con esa responsabilidad, pues en algunos escritos privados describe vagamente como “una losa que aplasta su vida”, como “una carga que no le permite alegrarse a ningún precio”. De acuerdo con esas opiniones parece que se alejó personalmente del objeto y luego de muchos años encargó al otro discípulo que recuperara la custodia definitiva. Por su parte, al cambiar el siglo emigró hacia Alemania poseído por una pasión amorosa y agotado por largos años de estudios, se consideró a sí mismo un jubilado, se cambió de nombre y adoptó una identidad alemana, que no le fue difícil por sus rasgos de alsaciano rubio. Aunque se consideraba un retirado, continuó haciendo investigaciones científicas en el campo de las matemáticas, la física y le apasionaban los temas de códigos indescifrables. Debido a que Bernard cultivó hasta sus últimos días el método de entregar a otros sus investigaciones terminadas, nunca se comprobará que el sistema criptográfico del ejército alemán de la Segunda Guerra Mundial para enviar códigos indescifrables emanó de su ingenio, pero el nombre de ese sistema de claves coincide con el apodo que su maestro le dio a la Marmita misteriosa.

 

No sé por qué, pero siempre el caballero más joven, como Pércival, debe resolver el misterio. El segundo alumno de Olivier era Fabrizzio del Toro (un mestizo en quien las ascendencias de italianos con españoles y hasta africanos eran evidentes) siguió un desarrollo pausado. Este fue el último alumno de Olivier, pero aventajaba en una singular materia crucial para lo que aquí discutimos: era erudito en la ciencia física, un estudioso de la estructura interior de la materia. Si la Marmita no se abría, y además la petición más expresa de su maestro era cuidar con su vida que esa herencia no fuera dañada, entonces lo que debía investigar era la tenue luz azulada que emanaba desde el fondo. Ahí emanaba una luz que, al menos, seguía irradiando desde hacía más de dos mil años; ninguna otra fuente conocida tenía esas propiedades, y entonces se entrelazó con el estudio de lo que ahora es conocido como una emisión luminosa debida a radiación débil, como en los efectos de materiales fluorescentes. La investigación de las radiaciones era el camino correcto porque la antigua hipótesis de la electricidad, que en su momento pareció tan plausible a Olivier, se había desechado. Piénsese en la conjunción de un campo electro magnético con una emisión luminosa, es un argumento directo para razonar en términos de electricidad, pero después en la Marmita no se encontró evidencia de una emisión notoria de electrones. Una débil radiación podía durar por miles de años y solamente Fabrizzio estaba buscando explicar dos mil años, pero después estaba otra idea ¿si el contenido de l’énigme era mucho más antiguo? Casi veinte años después las investigaciones de la radiación de Fabrizzio encontraron otro callejón sin salida, porque parecía que tampoco emitía suficiente radiación directa detectable para explicar así su luminosidad.

 

Si bien el desarrollo intelectual de Fabrizzio creció con los años y sus comunicaciones con diferentes científicos cambiaron de matiz, porque ya no ocurrió como durante la vida de su maestro que simplemente comunicaba un invento terminado, sino que ahora existía un diálogo entre iguales. De nuevo surgió una discreción como la del maestro, de nuevo un afán de ocultarse, pero ahora los descubrimientos parecían avanzar en avalancha, saltando muchas veces por encima de las intuiciones del poseedor de l’énigme. Las razones de la discreción finalmente resultaron evidentes para Fabrizzio cuando varios de sus corresponsales escaparon de la Alemania nazi. Con la sombra de la Segunda Guerra cerca él también decidió escapar de un escenario tan adverso por lo que aparentó ser un coleccionista de antigüedades excéntrico. Además de un telescopio que se creía perteneció a Copérnico y un violín Stradivarius su única verdadera reliquia era la que ya sabemos. Como no tengo testimonio de este viaje, la localización de ese violín en Chipre y del telescopio en Sudáfrica, suponemos que su itinerario fue accidentado. Quince años después de la guerra en 1960 aparece en Mérida, una ciudad provinciana de México, cercana al meteorito que destruyó a los dinosaurios hace cincuenta millones de años. Entonces Fabrizzio toma un discípulo a quien le revela la relación entre el meteorito y el material con que se construyó el querido l’énigme y además de mostrarle el primer diseño teórico de una estratagema para abrir la Marmita. Ambos permanecen haciendo diversas investigaciones durante una década más hasta que falleció Fabrizzio.

Al siguiente discípulo lo llamaremos, de acuerdo a su pasaporte John Aguiar, nombre que parece una deformación angloparlante de Juan Aguilar. Por motivos que deduzco, su discípulo decide adoptar la ciudadanía norteamericana, viaja repetidamente a Estados Unidos y establece relaciones con científicos de universidades. Las reglas de discreción de Olivier fueron convertidas por su discípulo en unas reglas de simulación. Mediante su simulación, él se presenta como un avanzado en la biotecnología, ciencia que no le interesa, mientras se adentra en el campo de los estados alterados de la materia, la situación de plasma y los campos magnéticos antigravitatorios. La aplicación de los campos magnéticos antigravitatorios es la continuación del esquema de su maestro, que tenía una solución teórica al problema de la apertura de la Marmita, según la cual, la única forma de abrirla es reproduciendo la condición que existe en su interior. La condición de su interior, según se debe recordar, establece un campo magnético que genera el efecto antigravitatorio; ese impulso en un pequeño espacio también genera un efecto expansivo hacia afuera. Mientras adentro el centro se suspende mediante una repulsión equidistante hacia sus orillas, también a espaldas de este efecto existe una expulsión y esa fuerza de salida, por la geometría del recipiente genera que los cristales metálicos se enganchen de tal manera que presionan sobre la superficie interior, atorando herméticamente la tapa con el cuerpo, impidiendo con una potencia de cientos de toneladas que se mueva la tapa superior. Recapitulando esto se parece a una olla exprés que bloquea una tapa con la fuerza expansiva, con la diferencia de que la fuerza interior nunca está oscilando, ni acumula energía, pues la mínima variación de energía escapa en forma de una luminosidad residual. Para aflojar el sistema la única alternativa parece ser crear exteriormente el campo de magnetismo gravitatorio suficiente que neutralice la presión interior, mientras mantiene a la Marmita flotando, y entonces la rosca se girará con suavidad y sin problemas, para finalmente revelar el contenido interior.

 

Por alguna de las casualidades del destino, John consiguió los efectos personales de Bernard X, entre los cuales descubrió una docena de cartas dirigidas a su maestro pero que nunca fueron enviadas. En la última encuentra la petición reiterada y casi obsesiva de no abrirla hasta que garantice que su contenido no es peligroso. Esa misiva fechada en 1943 le recuerda a su colega que los descubrimientos científicos se están usando para matar, lo cual es el extremo de las aberraciones humanas, le indica entre líneas que él sabe del futuro uso militar de la energía atómica y que ha recurrido a sus contactos con los jóvenes científicos alemanes para desalentar cualquier investigación al respecto. El legado de Bernard X es una advertencia:Si un militar imbécil tuviera en sus manos la oportunidad de fabricar un instrumento para destruir una enorme ciudad, lo haría; si tuviera en sus manos fabricar un instrumento para destruir un país entero, también lo haría; si tuviera en sus manos fabricar un instrumento para destruir un planeta, lo haría; pero si tuviera en sus manos la oportunidad de fabricar un instrumento para destruir el universo entero... espero que no sea nuestro legado lo que proporcione ese instrumento destructor ... Siempre es mejor detenerse, y volver a fingir ignorancia... A veces temo que me obligarán a trabajar para ellos o que descubran mi pasadoResulta evidente que esta carta jamás llegó a manos de Fabrizzio porque Bernard X jamás salió de Alemania, murió en un bombardeo durante el año 1944.

John permaneció pensativo muchos meses y luego abandonó el proyecto de abrir la Marmita. Tomó mayores precauciones y prefirió saber más del contenido de l’énigme antes de intentar su apertura. La posibilidad de una desastrosa utilización de sus conocimientos y los de sus predecesores empezó a convertirse en una especie de obsesión para John. Además, a partir de entonces, se volvió más desconfiado, intentó seguir el camino de una más estricta discreción ocultando dentro de claves herméticas los resultados de sus investigaciones y buscando un refugio material más seguro para l’énigme.

Al revisar años de actividades descubrió que había dejado demasiadas huellas visibles, en especial, recordó su incursión dentro del mundo académico. Después repasó las pisadas de su maestro y luego las huellas del maestro de su maestro, donde se detuvo porque no sabía nada más. Al repasar pasajes que le contó su maestro, los cuales sabía de memoria, y luego enlazar investigaciones, un detalle le fue pareciendo cada vez más sorprendente: en ese largo camino acontecía la facilidad más nítida, cualquier obstáculo se abría, cualquier barrera caía. Recordó que su maestro, Fabrizzio, la huir de la guerra tomó un camino difícil, vagó por latitudes extrañas, tuvo desvaríos y descarríos. En el oriente islámico se robó a una doncella, y, contra la costumbre regional, el juez del pueblo lo perdonó tan rápido como inexplicable; en Chipre unos salteadores primero lo apresaron y lo amenazaban de muerte, cuando repentinamente cambiaron de opinión y le regalaron dos caballos. Si bien Olivier era de un carácter completamente apacible, las convulsiones políticas parisinas parecían no hacer ningún efecto en su vida cotidiana, incluso eventos tan tensos como el sitio de los Prusianos y la sublevación de la Comuna parecían tenerle sin cuidado, mientras los soldados asaltaban la casa del vecino la suya era respetada. Algo parecido aconteció con Bernard X que saltó por encima de la Primera Guerra, incluso con su extraña condición de francés convertido en alemán, y luego sobrevivió hasta el final de la Segunda; solamente, su muerte por una bomba parecía esquivar al “club de la buena estrella”, sin embargo, entonces él ya rondaba los 72 años, una edad en la que hasta los resfríos matan. El tema de la buena suerte excesiva inquietó a John durante un par de años, hasta que redobló sus preocupaciones cuando, por medio de sus indagaciones, dio con el paradero del resto de la correspondencia no enviada de Bernard X, en la cual se explicaban, a retazos, los motivos por los que l’énigme le abrumaba tanto. El poseedor que renuncia a la herencia no es por una falta de carácter sino porque percibe un contexto extraño, año con año, va sopesando cierto entorno insólito, y termina descubriendo que existe una especie de conspiración en torno a su legado. Por diversos indicios descubre que existe una organización secreta que está más interesada en l’énigme que él mismo, pero no se trata de un grupo de operación sencilla, no se refiere Bernard X a un grupo de bandidos, sino a una escisión de los seguidores de Seketh. Ese grupo se mueve bajo la premisa de que “Ho-ra no revela sus secretos a los descendientes de Seketh”. Ellos son la continuación de una ramificación rival de los sacerdotes egipcios, y son los tataranietos de seguidores de Seketh, diosa de la noche guerra y la doctora de la madrugada, patrona del escorpión de la venganza y justiciera repartidora de antídotos, pero requieren de sus antagonistas, de los vástagos del Sol, de Ra y de Horus, el día y la bondad, para apoderarse del contenido de l’énigme, porque el recipiente cerrado no tiene sentido para ellos. Los derivados de la noche intentan manipular a los vástagos del día, quienes ignorantes llegarán a abrir inocentemente la Marmita. Bernard X creía que los filiales de Seketh habían perdido la brújula y eran los extraviados quienes buscaban extraer el poder destructivo, que ellos suponían era el máximo del universo; en cambio, la mayoría de los descendientes de los sacerdotes estaban conformes en que la contraparte custodiara algo tan peligroso. Como era vigilado, Bernard X hacía un doble juego haciendo creer que él mantenía oculta la Marmita, que no era Fabrizzio quien la estaba custodiando. Los derivados de Seketh —la facción extraviada de esa cofradía ancestral— no cayeron en el engaño, pues entonces también vigilaban al errabundo portador de l’énigme. Estas revelaciones helaron la espalda de John, porque tenían la indicación en clave de que “los emanados de la noche me matarán si descubren que busco impedir que mi colega abra la Marmita... los conozco tan bien, adivino que simularán mi muerte en un bombardeo”. Esta era la última nota y tenía una fecha de dos días antes de la muerte de Bernard X ocurrida durante un bombardeo.

 

El perseguido, de alguna manera tendría que convertirse en perseguidor, para enfrentarse a su legado. Comúnmente, la inteligencia trae aparejado un exceso de confiada inocencia. Al descubrir a los de Seketh, John urdió un complejo plan para escapar de cualquier vigilancia, y establecer un código de protección para la reliquia primordial. Semejante al antiguo reino egipcio, algunos años después, John también ordenó a una minúscula élite sacerdotal, quienes no escondemos otro propósito que proteger la Marmita del Ho-ra, impidiendo que otras almas bien intencionadas descubran el secreto que podría destruir al universo.

 

Los de Seketh, con toda seguridad asechan, aunque no nos aniquilarán porque se acabaría la posibilidad de abrir l’énigme. Intentan desatar nuestra ambición de saber o desbarrancar nuestra imprudencia. Ellos andan tras nuestras huellas y nosotros procuramos esquivarlos. Nuestra obligación sacerdotal de mantener este conocimiento en un estrecho círculo es tan peligrosa como los vástagos de Seketh, porque una accidental conjunción de adversidades podría dejar al Ho-ra, perdido e ignorado, como ya sucedió antaño.

 

Ahora la estrategia no es ocultar en un lugar fijo a la Marmita, estamos obligados a ser custodios nómadas, a continuar un largo viaje que quizá inició en el estallido primordial, en el primer microsegundo. El nomadismo también preserva al planeta de efectos funestos, porque recordamos que una cualidad secundaria del Ho-ra es un efecto antigravitatorio externo, que fue controlado por un gran obelisco, pero sin ese obelisco preciso y precioso no existe una garantía. Nuestra tarea es preservar el secreto entre caminos apartados y desérticos, lejanos a las miradas curiosas, distantes de las investigaciones inocentes. Contagiados por la preclara inteligencia que irradia el Ho-ra hacia sus poseedores nos esforzamos en desviar nuestra atención de la curiosidad —capaz de abrir el recipiente—, así la inteligencia despierta obliga a un juramento de ignorancia. Debemos contentar nuestras inquietas mentes en juegos matemáticos, lingüísticos o indagaciones de biotecnología, siempre con divagaciones alejadas del magnetismo antigravitatorio y de los estados de la materia plasmática. A la responsabilidad enorme debemos agregar la tristeza de jamás resolver el misterio que ha ocupado y ocupará nuestras vidas hasta el último día. Por nombre cifrado, Andrea Ignea, en mis hombros se ha depositado la pesada carga, y ahora sabes —querido discípulo— lo que te significará seguir las huellas de mi estrecho sendero. Todavía no sabes lo suficiente y todavía puedes retirarte, mañana tu permanencia en nuestro círculo se convertirá en un compromiso imposible de escapar. Si deseas continuar lee con cuidado las instrucciones antes de que sean borradas…

La siguiente parte del texto fue borrada.  

NOTAS:

[1]El tema de los efectos sicológicos y sociales a distancia del Ho-ra no está resuelto. Únicamente se han podido observar los efectos directos sobre sus custodios inmediatos, los cuales son intensamente positivos. Pero existen quienes se preguntan si la desertificación del Medio Oriente tiene que ver con una presencia demasiado prolongada y si el auge místico por milenio de la misma región está conectado con este legado. Otros de nuestro círculo se preguntan si la convulsionada historia de la Europa del siglo XIX hasta mediados del XX no tiene que ver con las emanaciones enigmáticas.