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sábado, 27 de marzo de 2021

GARCÍA PONCE EN UN MURAL DE SUS BIOGRAFÍAS

 



 

Recopilación por Carlos Valdés Martín

 

A Juan García Ponce lo vi por primera vez siendo un niño, cuando Juan y mi padre Carlos Valdés trabajaban juntos en la Revista de la Universidad y hacían literatura a diario, así que compartían muchas afinidades entre ellos. Entonces yo era un infante y desconocía por qué los adultos se interesaban tanto por esas hojas llenas de letras, que escupían las máquinas de escribir mecánicas, de marcas Remington y Underwood. Los estantes de los amigos estaban llenos de libros con distintos tamaños y olores, las mesas con escritos apilados para su revisión, entre ceniceros y tazas de café dispersos por los rincones. Unos años después comprendí que la expresión de tristeza de mi madre, cuando dijo “Es que Juan está enfermo, mucho”, con un dramatismo incomparable al de las ordinarias gripas y caídas. Corría el año 1967 cuando una extraña enfermedad postró a Juan García Ponce en una silla de ruedas y lo mantuvo alejado de la “vida social”, hasta el día de su muerte. A partir de entonces lo vi en contadas ocasiones, pues mi padre también era bastante huraño y evitaba las reuniones. Los libros de Juan se integraron en los estantes de la casa paterna y escuché algún programa de radio con su voz.

Corría el año 2003 cuando los diarios apuntaron su muerte. Un personaje clave de la generación literaria del medio siglo fue Juan García Ponce; aunque con la usual falta de atención de nuestro país sobre el trabajo serio de creación, él parece un páramo olvidado en el paisaje. Su obra literaria fue variada, enérgica y original, por la cual merece ser recordado. De él algunos de sus cuentos son memorables y hasta sus traducciones están catalogadas. Con algo de nostalgia, reuní una serie de biografías y materiales sobre Juan García Ponce accesibles en la red, con ellas formando una especie de mural, que a cualquier curioso le dará un panorama de su vida y obra.

 

 

UNA BIOGRAFÍA BREVE DE JUAN GARCÍA PONCE

Tomada de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/garcia_ponce.htm

Juan García Ponce

(Mérida, 1932 - Ciudad de México, 2003) Escritor mexicano. Juan García Ponce cursó estudios de filosofía y letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1957 y 1958 fue becario del Centro Mexicano de Escritores, beneficio que también le concedió la prestigiosa Fundación Rockefeller a comienzos de los años sesenta (1960-1961).

Durante diez años (1957-1967) desempeñó el cargo de secretario de redacción en la Revista de la Universidad de México, donde fue adquiriendo un merecido reconocimiento que pronto le permitió trabajar y colaborar en las principales publicaciones culturales del país azteca, como la Revista Mexicana de Literatura (1963-1965) y las mundialmente conocidas Plural (1973-1976) y Vuelta, ambas fundadas por el premio Nobel de Literatura Octavio Paz.

Su incesante actividad editorial le impulsó también a fundar y dirigir la publicación Diagonales. Su obra se hizo pronto merecedora de galardones prestigiosos como el Premio Teatral Ciudad de México (1956), el Premio Elías Souraski (1974) y el Premio Anagrama de Ensayo (1980). En julio de 2001 recibió el Premio Juan Rulfo, uno de los galardones literarios más importantes de Latinoamérica.

De su obra teatral destaca El canto de los grillos (1958), obra que presenta el contraste entre la vida rural en provincias y la vida urbana en México D. F., y la pugna generacional entre los partidarios de la primera (los viejos) y los que se han habituado a la segunda (la juventud). La puesta en escena de El canto de los grillos, realizada por el poeta y dramaturgo Salvador Novo, fue elogiada unánimemente por la crítica y el público, y constituyó uno de los mayores éxitos teatrales de su tiempo.

En su faceta de narrador, Juan García Ponce se inició con recopilaciones de relatos breves: Imagen primera (1963) y La noche (1963). En su primera novela, Figura de paja (1964), combinó elementos realistas e ingredientes fantásticos a la hora de reproducir la atmósfera en la que se desenvuelven sus protagonistas, mientras que La casa en la playa (1966) enfrentó las formas de vida de dos parejas en sus respectivos ambientes de Mérida y Progreso.

En su amplia producción ensayística estudió la obra de Robert Musil, Jorge Luis Borges, Pierre Klossowski y Herbert Marcuse, entre otros autores. Dedicó asimismo numerosos ensayos a la pintura (Paul Klee, de 1965; Nueve pintores mexicanos, de 1968) y a temas diversos.

 

UN SITIO DEDICADO A JUAN GARCÍA PONCE

 

https://www.garciaponce.com/

Hoy es puesto en línea este espacio dedicado al notable escritor Juan García Ponce, un proyecto que surgió en 1998 y que hoy cobra realidad.

Desde los inicios de mis estudios académicos estuvo en mi pupitre La cabaña, una de las novelas de Juan García Ponce que me había tocado leer, como tarea, en la Facultad de Filosofía y Letras. El libro pertenecía a la biblioteca de la UNAM y, por fortuna, el plazo de entrega podía extenderse fácilmente. Desde ese día la obra de Juan García Ponce ha formado parte esencial de mi vida académica y personal, así como me enseñó a leer a Musil, a Klossowski, a Bataille o a Blanchot, me condujo a apreciar la grandeza y libertad de espíritu de su creador. La profunda admiración y dilección por esta obra y por su autor, me vuelve a reunir con ambos aquí y ahora.

Aspiro a que este Sitio logre su objetivo: ser un constante homenaje a la obra de Juan García Ponce, una obra que traza un juego de inteligencias, de imágenes, de palabras y erotismo, un erotismo que es una celebración a la vida. Es un ámbito siempre abierto a recibir las colaboraciones de escritores, investigadores y estudiosos del arte y la literatura, esencialmente de la obra de este autor, uno de los principales pensadores hispanoamericanos del siglo XX con un lugar único dentro de la historia de la literatura.

Agradezco profundamente el apoyo y participación de los miembros del Consejo de Honor, destacados escritores, críticos literarios y poetas: su presencia es insigne.

 

BIBLIOGRAFÍA Y OBRA

 

Muchas de estas obras han sido reeditadas por la misma editorial que las publicó originalmente o por otras. Aquí sólo señalo las primeras ediciones. El segundo volumen de obras reunidas de Juan García Ponce aparecerá en marzo de este año de 2004, bajo el Fondo de Cultura Económica de México (FCE). El volumen incluirá las novelas cortas Figura de paja, La presencia lejana, La vida perdurable y El nombre olvidado. Los dos tomos fueron diseñados por Pablo Rulfo. El primero fue publicado en 2003 y reúne los siguientes libros de cuentos: La noche, Imagen primera, Encuentros, Figuraciones y Cinco mujeres. En el primer tomo García Ponce señala: “este prólogo está escrito en la misma anticuada máquina con la que hace un incontable número de años mi vocación de escritor se hizo pública: esto data de cuando el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines me entregó en la Ciudadela el Premio Ciudad de México que gané a los veinticuatro años con una obra de teatro: ‘El canto de los grillos’. “Ahora ya soy viejo y dicto estas líneas”.

TEATRO
El canto de los grillos, México: Imprenta Universitaria, 1958.
La feria distante, México: Cuadernos del Viento, 1959.
Doce y una, trece, México: UNAM, 1961.
Catálogo razonado, México: Premiá Editora, 1982.

POESÍA
Réquiem y elegía, México: Edición privada, 1969.

CUENTO
La noche, México: ERA, 1963.
Imagen primera, México: Universidad Veracruzana, 1963.
Encuentros, México: FCE, 1972.
Figuraciones, México: FCE., 1982.
Cinco mujeres, México: Conaculta/Del Equilibrista, 1995.

NOVELA
Figura de paja, México: Mortíz, 1964.
La casa en la playa, México: Mortíz, 1966.
La presencia lejana, Montevideo: Arca, 1968.
La cabaña, México: Mortíz, 1969.
La vida perdurable, México: Mortíz, 1970.
El nombre olvidado, México: ERA, 1970.
El libro, México: Siglo XXI, 1970.
La invitación, México: Mortiz, 1972.
Unión, México: Mortiz, 1974.
El gato, Buenos Aires: Sudamericana, 1974.
Crónica de la Intervención, 2 t., Barcelona: Bruguera, 1982.
De Anima, México: Montesinos, 1984.
Inmaculada o los placeres de la inocencia, México: FCE., 1989.
Pasado presente, México: FCE., 1993.

ENSAYO
Cruce de caminos, México: Universidad Veracruzana, 1965.
Nueva visión de Klee, México: Librería Madero, 1966.
Rufino Tamayo, México: Galería Misrachi, 1967.
Desconsideraciones, México: Mortiz, 1968.
La aparición de lo invisible, México: Siglo XXI, 1968.
Nueve pintores mexicanos, México: ERA, 1968.
Entrada en materia, México: UNAM, 1968.
Manuel Álvarez Bravo, México, 1968.
Cinco ensayos, México: Universidad de Guanajuato, 1969.
El reino milenario, Montevideo: Arca, 1970.
Vicente Rojo, México: UNAM, 1971.
Thomas Mann vivo, México: ERA, 1972.
Joaquín Clausell, México: Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1973.
Trazos, México: UNAM, 1974.
Leonora Carrington, México: ERA, 1974.
Manuel Felguérez, México: ERA, 1974.
Teología y pornografía, Pierre Klossowski en su obra: una descripción, México: ERA, 1975.
La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski, Barcelona: Anagrama, 1981.
Diferencia y continuidad (Aforismos de Juan García Ponce que acompañan a 24 serigrafías de Manuel Felguerez), México: Multiarte, 1982.
Las huellas de la voz, México: Coma, 1982.
Una lectura pseudognóstica de la pintura de Balthus, México: El Equilibrista, 1987.
Imágenes y visiones, México: Vuelta, 1988.
Las formas de la imaginación: Vicente Rojo en su pintura, México: FCE, 1992.
Ante los demonios, México: UNAM/El equilibrista, 1993.
De viejos y nuevos amores, Volumen 1: Arte, México: Mortiz/Planeta, 1998.
De viejos y nuevos amores, Volumen 2: Literatura, México: Mortiz/Planeta, 1998.
Tres voces. Ensayos sobre Thomas Mann, Heimito von Doderer y Robert Musil, México: Editorial Aldus, 2000.
Entre las líneas, entre las vidas, México: Oceano, 2001.

AUTOBIOGRAFÍAS
Juan García Ponce. Nuevos escritores mexicanos del siglo xx presentados por sí mismos, México: Empresas editoriales, 1966.
Personas, lugares y anexas, México: Mortiz, 1996.

ANTOLOGÍAS
Apariciones (Antología de ensayos), Selección y prólogo de Daniel Goldin, México: FCE., 1987.
El gato y otros cuentos, México: FCE, 1995.
Cuentos completos, Prólogo de Christopher Domínguez, México: Seix Barral, 1997.
Novelas breves, México: Alfaguara, 1997.
Obras de un escritor yucateco sobre su tierra: Juan García Ponce, 2 t., Mérida: Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán, 1997.

TRADUCCIÓN
William Styron, La larga marcha, México: Mortiz, 1965.
Herbert Marcuse, Eros y civilización, México: Mortiz, 1965.
Herbert Marcuse, El nombre unidimensional, México: Mortiz, 1968.
Herbert Marcuse, Un ensayo sobre la liberación, México: Mortiz, 1968.
Pierre Klossowski. La revocación del Edicto de Nantes, México: ERA, 1975.
Pierre Klossowski, La vocación suspendida, México: ERA, 1976.
Pierre Klossowski, Roberte esta noche, México: ERA, 1976.
Pierre Klossowski, El Baphomet, Valencia: Pre-Textos, 1980.

CASET
Tajimara: voz del autor. La dirección de literatura de la UNAM ha reeditado en disco compacto “Tajimara”. La edición original de “Tajimara” para Voz Viva de México se hizo en acetato. La presentación entonces era de Huberto Batis. Ahora, la reedición en disco compacto es presentada por Christopher Domínguez Michael, quien apunta al principio de su texto: “Juan García Ponce concita una devoción insólita entre los escritores mexicanos. Tirios y troyanos, letrados y pintores de diferentes corrientes artísticas y políticas, dueños de caracteres fuertemente contrastados, solemos hacer una tregua de admiración ante García Ponce: su amor a la literatura está por encima de nuestras querellas”. “Tajimara” es un cuento extraído del libro La noche. Ahora, subraya Domínguez Michael, grabado en un disco en voz del autor se convierte en “un documento”.

 

UN HOMENAJE ESCRITO A JUAN GARCÍA PONCE

Tomado de https://www.letraslibres.com/mexico/juan-garcia-ponce-1932-2003

Por Alfonso D'Aquino

29 Febrero 2004

 

A nadie mínimamente familiarizado con la obra o la persona de Juan García Ponce podría resultarle extraña su muerte, acaecida hace unas semanas. Si de algún escritor mexicano puede decirse que literalmente vivió entre la vida y la muerte durante décadas es, sin duda, de él. Desde mediados de los años sesenta, cuando le fue diagnosticada la grave enfermedad con la que durante todo ese tiempo aprendió a convivir, su vida y su obra pendieron de un hilo: el hilo cada vez más débil, pero también más profundo, de su voz. Con una fuerza de voluntad auténticamente nietzscheana, en la que la lucidez y la soberbia alcanzaban en todo momento el punto más elevado, García Ponce hizo de su vida, más allá de las limitaciones físicas, pero también gracias a ellas, una entrañable obra de arte. Como diría Thomas Mann, hay un "sentido de la enfermedad que se podría hacer derivar de Nietzsche... el sentido de la enfermedad como medio de conocimiento". Por su parte, García Ponce, en su imprescindible libro sobre Mann, cita aquella reveladora frase de Tonio Kröger que dice que "la literatura es la muerte y para escribir hay que estar como muerto". Y más adelante, al hablar de Adrian Leverkhün, afirma que ese emblemático personaje "acepta convertirse en espíritu puro, toma para sí la frialdad de la nada que reconoce, para poder insuflarle a su arte la fuerza de la vida como una inversión del puro valor de ésta, en el sentido de que él tendrá el derecho de usarla, dado que ha aceptado negarla..." Y afirma: "El sentido de esta inversión es claro. La fuerza de la vida estará en el arte, pero éste no alimentará a aquélla, sino que hará triunfar a su propio valor, al espíritu, tal como Adrian lo reconoce en su fondo último, convirtiendo la vida en muerte." O, como dice en el ensayo "Thomas Mann y lo prohibido": "Ante la descarnada negación que representa la muerte, sólo queda convertir su vacío en voz."
     Para García Ponce, como para ese otro gran escritor marcado por la enfermedad, en la tradición mexicana, que fue Jorge Cuesta, el arte, gracias a la colaboración del demonio o de la enfermedad, se convierte en "un puro objeto intelectual". Desde esa perspectiva habría que ver la obra y la prolífica actividad cultural del escritor yucateco. Una obra hecha de obsesiones personales y literarias, regida por una incomparable búsqueda espiritual, y una actividad que abrió una singular perspectiva para la literatura y el arte mexicanos del siglo XX, no sólo por la cantidad de autores y obras que dio a conocer, sino también por la visión que a partir de ellas fue instaurando, primero en su propia obra y, a través de su reflexión, en la literatura mexicana. Como dijo Cuesta: "Una poesía que no fascina es una poesía sin belleza, y no hay belleza sin perversidad." Sin la decidida intervención de García Ponce, el lado mórbido o prohibido de la gran literatura del siglo pasado habría llegado a nuestro provinciano ámbito cultural de una manera diluida, insuficiente. Las obras de Mann, Musil, Bataille o Klossowski encontraron en la de García Ponce el medio de cultivo ideal para sus insidiosos planteamientos. En ella vemos desbordado el sentido ordinario de la palabra "influencia" y, como siempre sucede en García Ponce, transvalorado. Normalmente se tiende a disimular, si no es que de plano a negar, las influencias posibles; en él es al contrario: no negó nunca sus modelos, son parte de su obra, y García Ponce, en vez de ocultarlos, los divulga. A unos los tradujo, les dedicó ensayos, libros, conferencias, programas de radio, en una vasta labor de difusión que nos permite ver cómo esas influencias formaban parte de un juego cultural más amplio. Dentro del plano estrictamente narrativo, esos acercamientos hacen evidente una secuencia de figuras que van de una obra a otra, de un autor a otro, repitiéndose casi miméticamente. Influencia como representación: los personajes de García Ponce son conscientes de que repiten ciertos gestos que otros personajes ya hicieron en la literatura. Más que de una imitación, hablaríamos de una prolongación de motivos en su obra, de una íntima relación entre ésta y la de aquellos que la preceden y que conforman la tradición que él, con la suya, culmina. Pero el círculo no se cierra ahí, ahora habría que ver la influencia que el mismo García Ponce ha generado, como figura mediadora, entre aquellos insignes autores y las nuevas generaciones.
     En ese sentido, más allá de su ejemplar fortaleza, no hay que olvidar que hubo también desde un principio, y que fue especialmente exacerbado por la enfermedad, un García Ponce negativo, acre, malo, que podemos detectar tanto en la feroz e intolerante crítica, que siempre ejerció, sobre todo en la cantidad de entrevistas que le hicieron, como en la debilidad, también ejemplar, que una y otra vez proyecta sobre los personajes masculinos de sus cuentos y novelas. Por eso aquello de que García Ponce "detestaba" que asociaran su literatura a su enfermedad no era sino otra de las patrañas que a él mismo le gustaba fomentar, sin duda para salvaguardar el sentido más profundo de su obra, así como para no romper con la imagen que públicamente le gustaba dar. Como si fuera posible separarlas, como si una no se nutriera de la otra, como si el que escribía no fuera la misma persona que el que padecía, como si el carácter oral de su literatura no dependiera de su condición fisiológica y, peor todavía, como si su obra tan sólo contuviera un puro optimismo sin ideas, que nada aprendió del sufrimiento. Por el contrario, desde su gran amor por las contradicciones (que le permitía incluso decir lo contrario de lo que pensaba), García Ponce enfrentó desconsideradamente todos los valores socialmente aceptados y supo colocar la obscenidad, la enfermedad y la muerte en el alto lugar que les corresponde. En un agudo juego de polaridades, enfrenta y reúne los contrastes desde una mirada que los abarca y los concilia.
     Por ello, es su propia manera de pensar la que nos obliga a verlo en toda su complejidad, es decir, desde sus propios contrastes. Como escritor de la vida privada desarrolló una concepción del amor, que más allá del puro sentimiento, se despliega como un libre juego de sensualidad y reflexión, que deriva directamente de la idea del amor como conocimiento de Musil, y que no excluye ni la traición ni la exacerbación de los deseos hasta un punto en que llegan a atentar contra la unidad de la pareja y contra la persona misma. Así, algunos de los temas profundos de sus novelas de amor no son otros que la tentación, la traición y la locura, el carácter destructivo del amor. Y más allá de la novela rosa que algunos quieren seguir leyendo en las novelas de García Ponce, lo que esas obras proponen es la puesta en vida de una concepción estética del amor que aún estaría por entenderse. Lo que importa es lo que implica y hasta dónde llega. Como ensayista, junto al estudio y la difusión de sus autores predilectos, delinea la trayectoria de un pensamiento que convierte las actitudes morales y las formas de vida en hechos estéticos, es decir, un pensamiento que se realiza como arte y que busca intervenir en la realidad sobre todo mediante una sutil capacidad de corrupción de las costumbres (no de las buenas costumbres, claro) para subvertir un orden de ideas dado e instaurar otro, basado en "la sublimación no represiva de las pulsiones", que transforma los instintos en arte (que vendría de Marcuse, a quien admirablemente García Ponce tradujo en los años sesenta y cuyo pensamiento permea por completo su propia obra). Como crítico de arte, apasionado admirador de la pintura, no sólo contemplaba y pensaba las imágenes, sino que, en su infatigable labor de promotor, impulsó el desarrollo de una sensibilidad y un gusto que acabaron conformando un cada vez más amplio ámbito artístico. No obstante, su misma debilidad por la imagen hizo de García Ponce en sus últimos tiempos un crítico un tanto complaciente con el medio al que ayudó a formar, dando demasiada manga ancha a su pasión. Y si bien, ese abaissement de la exigencia crítica estaba propiciado sobre todo por el medio, halagar las (bajas) pasiones a través del arte le valió a García Ponce, a lo largo de su vida, verse rodeado de una cantidad de seguidores (entre amigos y admiradores, aduladores y simuladores) que, montados sobre su imponente aunque deteriorada figura, encontraron la forma de medrar en sus vidas, sin que él pudiera hacer nada por sacudírselos de encima. Los mismos que ahora buscarán ubicarse banalizando su obra o sobredimensionando públicamente su figura en los sitios estratégicos del circo que levanten sobre el vacío que la muerte de Juan García Ponce nos deja.
     Claro que debe de ser un gran placer verse adulado por un grupo de gente bieninteresada. Pero a mí no me pareció nunca ni lícito ni necesario acercarme de esa manera (o de ninguna otra) a la persona de García Ponce, frente a la vastedad y la belleza de su obra. Mi primer contacto con él, antes de conocer sus novelas o de tener idea de la importancia de su figura para la cultura mexicana, fue a través de su voz.
     Era el año 1974 y él tenía un programa radiofónico los jueves por la tarde en Radio Universidad, "El mundo de la novela". Llegué hasta allí por una afortunada conjunción de casualidad y curiosidad: en medio del insulso panorama auditivo, encontrar al azar aquella extraña voz representó uno de los encuentros más significativos de mi inquieta adolescencia, porque más extrañeza que esa voz profunda y velada me causaba, lo que realmente resultaba extraordinario era lo que esa voz decía. Lo que había dicho esa tarde en los últimos minutos de un intenso programa de radio. El nombre de Georges Bataille y de sus personajes Eduardo y María, pronunciados por esa voz, me hablaban de otro mundo, diferente al de toda la literatura hasta ese momento conocida por mí. García Ponce había hablado de ese maravilloso relato llamado El muerto, y lo que dijo y lo que en el relato sucedía abrieron ante mí un nuevo conocimiento, dorado por un brillo maligno que lo hacía aún más fascinante. Y, como dice Cuesta, "no hay fascinación virtuosa". Al otro día, ansiosamente intenté sintonizar aquel programa, pero para mi desilusión y desesperación no lo hubo ni ése ni los siguientes días. Tuve que esperar una semana para volver a oír, en un estado de febril excitación, esa voz ronca, empañada, lenta, que curiosamente me hacía recordar la de mi abuela, muerta poco tiempo antes. "Georges Bataille. L'abbe C...", empezó diciendo. Dos grandes espacios se abrieron ante mí: el atroz y fascinante de la faz negra de la literatura, que representa, como enseñó García Ponce, lo mejor de la literatura contemporánea, y aquel otro, de brillantes superficies y ocultos abismos, que nos entregan los libros del escritor mexicano. Había que seguir, pues, aquel hilo negro encontrado al azar en el oscuro laberinto de una voz.


     Desde entonces, sin que mi admiración decaiga ni un momento, he leído y releído tanto la deslumbrante obra de García Ponce como la de la mayoría de los autores que a su vez lo "eligieron" como portavoz y punto de reunión de sus obras. La admiración inicial acabó siendo una pasión y luego un vicio. De algún modo, para mí, García Ponce había estado siempre como muerto, como dice Pavese que se escribe, "para estar como muerto, para hablar desde fuera del tiempo, para convertirse en recuerdo para todos". Un autor consagrado en vida por una obra que formaba parte de la literatura desde siempre. Una obra que, dada a pensar, como el paso siguiente a su contemplación, nos revela una serie de oscuros conocimientos de la que es cabal depositaria. En el límite de un pensamiento que al pensarse a sí mismo se transforma en imagen, que a su vez se da a pensar, y que mediante una luminosa escritura, que es su principal característica, despliega su juego sensual de oposiciones y síntesis brillantes, esa obra es el más notable caso, en nuestras letras, de una literatura que encuentra su verdadero lugar al abrir un espacio mental en el lector, donde, como en un nuevo espacio del arte, las figuras que propone aparecen y desaparecen como tentadoras fuerzas en conflicto. Qué duda cabe que, aun en esta época en la que todo se publica pero nada se lee, o al menos nada permanece, una obra como la suya está destinada, o condenada, a perdurar. Pero no debería leerse impunemente.


     De García Ponce puede decirse que escribía como quien contempla. Libros, cuadros, cuerpos se abrían ante sus ojos escrutadores y le entregaban su múltiple verdad. Como a tantos de sus protagonistas, podemos verlo sentado en su sillón, inmóvil, absorto ante la danza de las oposiciones que en cada cosa que veía desataba. Como Arturo mira a Liliana y al invitado, en "Rito", "desde la más inalcanzable elevación, la que lo hace desaparecer y lo disuelve por completo en Liliana a través de la contemplación". O como R., el protagonista de la que es sin duda la mejor de sus novelas, quien desde su sillón de enfermo veía los rayos de luz que entraban por las ventanas enfrentadas de su cuarto, "hasta que uno de esos rayos se posaba directamente sobre su cuerpo", mientras el otro atravesaba el espacio, y en ese cruce se abre para él el ámbito de la imaginación, en el que encuentra lo inesperado, lo imposible. Como ellos, García Ponce, oscuro y luminoso en su hierática actitud, es a un mismo tiempo un personaje y una imagen. El soberbio y enigmático personaje de su propia vida, oculto detrás de sus palabras. Y la imagen más elocuente de la literatura: esa inconcebible cabeza parlante —como la de un Orfeo al que las mujeres han vuelto a amar— que no cesa de decir y de fascinar con su decir, pues éste se dirige al placer de todos los sentidos, los mismos que, junto al resto de su cuerpo, él habría perdido. Henry Miller dice en alguno de sus libros: "¿Para qué quiere un escritor los brazos y las piernas? ¡No le sirven para escribir!" No es sino aquella voz —que ya no era la suya, sino, como le gustaba llamarla a García Ponce, "la voz de la literatura", voz interior, anterior, sin dueño y que "seguirá hablando siempre" para celebrar la vida— la que habla por su obra. Y voz es vida. Por eso las palabras de García Ponce regresan a él, y lo que alguna vez dijera en la muerte de uno de los escritores a los que amó, lo comprende: "Su muerte transforma su vida y nos entrega su auténtica voz..." Nadie como él supo habitar su muerte desde antes de morir y hacer de ella y de su vida una obra de arte, generadora de otras, de muchas otras obras de arte. Sus libros son, sin duda, las huellas de esa voz; al que las sigue se le abre una doble perspectiva en el largo camino hacia las altas y heladas cumbres de la literatura. Allí mora Juan García Ponce desde siempre. Allí nace el irrompible hilo de su voz. ~

 

NOTA SUBRE SU FALLECIMIENTO

 

https://www.abc.es/cultura/abci-muere-garcia-ponce-grandes-autores-mexicanos-ultimo-medio-siglo-200312280300-229147_noticia.html

CIUDAD DE MÉXICO. El novelista, dramaturgo, ensayista y traductor mexicano Juan García Ponce falleció el sábado a los 71 años de edad, mientras dormía en su casa, a causa de una insuficiencia respiratoria derivada de la esclerosis múltiple que padecía desde 1967, según confirmaron ayer sus familiares. Los restos mortales del prolífico escritor serán incinerados hoy en la capital mexicana, apuntó su hermano Antonio. Se espera la llegada al país de sus hijos Juan y Mercedes, que viven en Madrid y Oxford, respectivamente. Serán ellos quienes determinen dónde reposarán las cenizas de su padre.

 

El presidente de México, Vicente Fox, expresó sus condolencias en una carta enviada al hermano del escritor. En ella manifiesta que «lamentablemente, las letras mexicanas prescinden ahora de uno de sus más grandes creadores, que entregó su vida sin reticencias a la palabra escrita». Nació en la ciudad de Mérida el 22 de septiembre de 1932. Se formó en las Escuelas Maristas y se graduó como profesor de Letras Alemanas en la Universidad Autónoma de México. Era el hermano mayor del pintor Fernando García Ponce, que formó parte de la generación de la ruptura y que murió en 1987.

Numerosos reconocimientos

Considerado uno de los más notables intelectuales de México, Juan García Ponce recibió importantes premios, como el Juan Rulfo, que le fue otorgado en noviembre de 2001 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Además del Juan Rulfo, también ha sido distinguido con los premios Ciudad de México, el Javier Villaurrutia, el Nacional de Literatura, el de la Crítica, el Anagrama de ensayo y la Medalla Eligio Ancona (1996). Fue reconocido además por los Gobiernos de Alemania y Austria por su labor en la difusión de escritores europeos, al traducir a Robert Musil, Heimito von Dederer, Julian Gracq, Pierre Klossowski, George Bataille y George Trakl, entre otros.

 

Su vasta creación comprende medio centenar de libros: ha escrito novelas como «La cabaña», «La casa de la playa», «La presencia lejana» y «Figura de paja»; obras de teatro como «Doce y una, trece» y «El cantar de los grillos»; ensayos como «Cruce de caminos», «Desconsideraciones», «Autobiografía», «Entrada en materia» y «Nueve pintores mexicanos», y varios cuentos, entre los que destacan «Imagen primera», «Encuentros y figuraciones», «La noche» y «El gato y otros cuentos». García Ponce también tradujo al español libros como «La larga marcha», de William Styron; «Eros y civilización», «El hombre unidimensional» y «Ensayo sobre la liberación», de Herbert Marcuse, entre muchos otros. Desde 1958 desempeñó diversas actividades editoriales. Dirigió la «Revista Mexicana de Literatura», fue miembro de las redacciones de las revistas «Plural» y «Vuelta» y en 1985 fundó «Diagonales».

 

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y diversas entidades artísticas privadas anunciaron actos de homenaje en memoria de García Ponce. Su muerte se produjo apenas tres días después del fallecimiento del escritor y dramaturgo mexicano Hugo Argüelles.

 

Polémico y transgresor, calificado como «teólogo de la pornografía», García Ponce dejó trabajos como «Inmaculada o los placeres de la inocencia», de 1989. En 1967 le diagnosticaron la enfermedad que lo postró en una silla de ruedas durante más de tres décadas.

miércoles, 17 de marzo de 2021

PENTALFA Y LA PROPORCIÓN ÁUREA


 

 

 

Por Carlos Valdés Martín

 

 

Las estrellas inspiran y, al despertar ese estado inspirado, relacionan la lejanía con lo íntimo.[1] Aquí consideramos una forma de estrella que desde la antigüedad llamó poderosamente la atención pues era relacionada con el cuerpo humano y sus atributos. A la estrella de cinco puntas, inscrita dentro de un pentágono regular, los pitagóricos la llamaron penta-alfa, cinco veces la primera letra del alfabeto, colocada en opuestas direcciones. La figura geométrica de la letra alfa de los griegos es igual a nuestra letra A mayúscula, de tal manera que corresponde con semejanza exacta, porque cinco letras “A” mayúsculas colocadas en torno a un centro, dibujan una estrella característica.

 


 

La relación entre esta estrella y el pentágono aparece en la construcción geométrica, y basta unir con diagonales los puntos opuestos dentro del pentágono para formar la estrella pentalfa. Como los griegos fueron creadores de la ciencia geométrica antigua, encontraron múltiples relaciones entre estas figuras y con otras más. Según nos recuerda la historia, este pueblo de filósofos y geómetras, prefería utilizar sólo regla y compás para sus diseños.[2]

En este caso, la inscripción de la estrella dentro del pentágono, también tiene otras implicaciones. La diagonal desde un punto hacia sus opuestos forma un triángulo isósceles, de tal manera se crean tres triángulos mayores, que van desde la base del pentágono hasta su punto más lejano. Y también se forman cinco triángulos más pequeños desde el pentágono interior hacia el pentágono más grande, además se complementan con otros cinco triángulos señalando desde el pentágono externo hacia el interno. Al interior se forma un pentágono más pequeño por lo que existe un principio de generación (o reproducción) en el trazado de esta figura. Esta generación fue considerada una maravilla misteriosa, la cual posibilita que dentro del pentágono interior se repita la formación de otra estrella interior, la cual será completamente proporcional, pero se formará de cabeza o invertida, de ahí una interpretación moralizante.[3]

 


El punto y el origen

Luego esa estrella más pequeña tendrá un pentágono todavía menor e invertido. Por este camino sería viable que imaginemos arribar hasta un sencillo punto (unidad elemental) que carece de dimensión y únicamente tiene posición. Recordemos que para la geometría euclidiana la mínima definición (axioma) se inicia con el punto: con posición, pero sin dimensión.[4]

Ahora bien, esta progresión de una figura hacia un punto la podríamos imaginar en cualquier figura, pero la existencia del punto como lo mínimo nos trae a la memoria dos relaciones. Una es la discusión sobre la naturaleza, que ya aconteció entre los griegos, y que derivó hacia la teoría atómica (Demócrito), la cual indicaba que existía un nivel indivisible en la naturaleza. Ese nivel indivisible se conoció como el átomo y su expresión posterior es la teoría atómica. En otro aspecto este proceso recuerda la hipótesis del primer origen. La teoría cosmogónica del Bigbang nos remite hacia una compresión originaria del universo, y esta compresión todavía no es cuantificada. Esta compresión de la materia comprimida por efecto de una gravedad sumada de toda la materia existente en el universo, nos arroja hasta la falta de dimensión, precepto similar a lo que ocurre con el punto geométrico. Por ambos lados, el punto encierra el concepto que remite al origen del universo.

 

Microcosmos humano

Al mismo tiempo, la pentalfa era considerada la representación geométrica del humano, y una de las gráficas más importantes de esta estrella explica su relación con el cuerpo. Las puntas representan las extremidades, y la punta superior es la cabeza. Esta relación era considerada como clave para la medicina antigua, y también la estrella se utilizaba para un talismán relacionado con la salud, o la protección mágica.

 

Esta figura humana se relacionaba con una concepción de los elementos distribuidos en un conjunto de cinco. Los grecolatinos utilizaban el sistema de cuatro elementos, con tierra, agua, aire y fuego, pero también empleaban un sistema de cinco elementos o esencias componentes de la naturaleza completa. Por medio de esos elementos se estructuraban los remedios médicos y de salud. Mediante la farmacopea tradicional montada sobre esos elementos se combatían los excesos y las carencias, de fuego o de enfriamiento, se compensaban los elementos desordenados y se utilizaban las características de las plantas y alimentos, para sanar cada órgano. En esta visión, resultaba esencial la integración del humano como un microcosmos. Para pensar con orden al microcosmos de los griegos, resultaba esencial el acomodo geométrico del cosmos y la correspondencia armónica del individuo dentro de ese ordenamiento.[5]

Los sólidos geométricos planteados por Platón,[6] fueron una herramienta esencial para comprender ese orden, de tal manera que desde la astronomía se comprendía con  ese orden, y así se creía que las circunvoluciones planetarias estaban relacionadas con los sólidos estructurados en el espacio. Todavía Kepler, quien encontró por primera vez la verdadera trayectoria elíptica de las órbitas planetarias, primero buscó formas que estuvieran relacionados con la inscripción dentro de los sólidos platónicos, las figuras regulares capaces de llenar el espacio.[7]


 

Estas bellas construcciones de sólidos dentro de sólidos, para encontrar una regularidad incluían al ser humano. Que mediante esta estrella pentalfa el cuerpo se relacionaba con el pentágono y su construcción de un sólido en base a pentágonos, formado por doce lados, el dodecaedro. Digamos que dentro del pentágono se inscribe la estrella del ser humano, que está ligada con la lejana órbita planetaria adecuada al dodecaedro dibujado por pentágonos. Y este vínculo es indispensable para captar una visión coherente de microcosmos. La teoría del microcosmos afirma que cada ser humano implica el cosmos completo pero en miniatura, no solamente un ejemplo o una analogía, sino su reproducción a escala terrestre. Para los antiguos esta no fue una visión metafórica (literaria, estética), sino una guía práctica para unificar la religión, la moral, la alimentación, la salud, la astronomía, la astrología, la geometría, la arquitectura, etc. El Renacimiento recuperó esta visión al indicar que “el hombre es la medida de todas las cosas”, pero este término después no lo interpretamos en un sentido radical, sino como una operación de semejanza. Por lo mismo, esta unidad entre el microcosmos y el macrocosmos para una vista moderna se interpreta como semejanzas superficiales y no como la llave maestra del pensamiento.[8] Hasta antes de la irrupción del cartesianismo, esta relación entre macro y microcosmos se tiene que interpretar como una unidad verdadera y absoluta, tal como la religión cristiana interpreta la unidad entre el devoto y su Dios, en una completa fusión.

Entonces, basta mirar con cuidado a la pentalfa para descubrir la primera clave geométrica para entender que el individuo está inscrito en un orden geométrico divino, que más recientemente se está denominando “geometría sagrada”. Debajo de las curvas relativas de la carne y la gran variedad de extremidades reales, el geómetra griego observó una regularidad maravillosa, y creyó estrictamente que el individuo correspondía con esa estrella, ligada a la generación.

 La proporción áurea

La proporción áurea quedó al descubierto con la geometría griega, esa ciencia indispensable para ingresar a la Academia de Platón.[9] Entre las tesis resueltas por Euclides está la idea de dos segmentos que guardan una relación proporcional, adecuada a un crecimiento. Esta proporción significa que entre el segmento mayor y el segmento menor la proporción es la misma que entre el segmento mayor y la suma de los dos segmentos. Esta relación la crearon de forma visual y sencilla, mediante una operación geométrica, antes de que se desarrollara en forma matemática.

En la figura de abajo se muestra cómo hacían los geómetras griegos para encontrar una proporción áurea con regla y compás, sin requerir de mediciones, con la simple observación.


 


 

La literatura nos describe el procedimiento: “El segmento de partida es AB. Para aplicarle la Sección Áurea se le coloca perpendicularmente en un extremo (B) otro segmento que mida exactamente la mitad. Se define así un triángulo rectángulo con los catetos en proporción 1:2. Pues bien, a la hipotenusa se le resta el cateto menor (arco de la derecha) y la diferencia, que llevamos al segmento AB con otro arco, es la sección áurea de éste. La parte menor Bfi es a la mayor Afi como ésta es a la suma AB.”

Con la letra griega phi se indica la proporción áurea. Fue descrita por Euclides, que ya tenía resuelto ese problema en sus textos, pero todavía faltaba adentrarse en la interpretación matemática. Su interpretación matemática se enriqueció con el italiano renacentista Fibonacci y se divulgó con Paccioli. En términos numéricos se encontró que ciertas series tenían que llegar a un número, a la cifra 1.618033939. Y este número contiene una sucesión que se ilustra en la tabla de abajo.

 

 



 

La característica de estas cifras que es la suma de los dos anteriores resulta el valor de la derecha, que además es una progresión de potencias. Con este singular valor del número de Fibonacci sucede que la adición y la potenciación numérica se mantienen en identidad.

En fin, para no ahondar demasiado en procesos matemáticos, baste comentar que esta proporción áurea arroja una relación de variación específica, adecuada a procesos de crecimiento que en matemáticas son series.

 

La pentalfa y la proporción áurea

Existe una curiosa relación entre la pentalfa y esta particular cifra de la proporción áurea, que es su presencia múltiple. En las relaciones numéricas de la estrella pentalfa encontramos reiteradamente las proporciones áureas de la cifra 1.618... Y esto resulta en interesantes evocaciones. El gráfico de abajo indica las relaciones áureas entre los brazos y los segmentos.


Además ya habíamos comentado, que en la construcción geométrica de esta figura se trazan dos tipos del triángulo isósceles, el cual también está marcado por la proporción áurea. El tipo de isósceles esbelto posee ángulos interiores dos de 72 grados y uno de 36 en su parte aguda.

 



 

Finalmente, en la construcción de la estrella, fuera de la misma se dibuja otro tipo de triángulo isósceles, de tal forma que es ancho en su base, con los ángulos internos dos de 36 grados y uno de 108 grados. Esta figura también está marcada con las relaciones de la cifra de Fibonacci.


Crecimiento infinito

La relación entre la proporción áurea y el pentagrama no resulta casual, cuando observamos la condición indispensable para el proceso del crecimiento. La pentalfa dibuja una figura tal que es perfecta para crecer o decrecerse. Observemos que a partir del pentágono la estrella decrece al inscribirse en su interior y viceversa con su exterior. Este crecer o decrecer sigue una regla de proporcionalidad exacta porque se reproduce, a partir del nuevo pentágono interior y su formación de otra estrella interna. Estos tipos de relaciones están implicadas en el concepto inicial de la proporción dorada, ya que es una relación entre dos segmentos de espacio, de tal modo que la mayor siga la misma proporción con la totalidad. Esto implica una pauta completamente regular, dada por que la suma de dos partes nos lleva hacia una tercera, que puede duplicar el proceso. Pauta de crecimiento tan regular como potencialmente infinita hacia lo grande (cosmos) como hacia lo pequeño (el punto o individuo).  

Si observamos en un gráfico de la relación entre los brazos de la estrella con las cifras de la proporción dorada encontramos las repeticiones. En la totalidad del brazo, de punta a punta está la relación de φ, y la podemos separar en dos segmentos, que serán el equivalente a 1 y el que corresponde a 1/ φ, así que la suma de 1 con 1/ φ , no da el valor de φ. Luego todavía nos encontraremos con otro segmento, que es algo más pequeño, el cual sumado con 1/ φ,  nos dará el valor de 1, y se define como 1/ φ². Mi argumento consiste en que esta serie posee un proceso de crecimiento, conforme a la lógica de la progresión dorada. Además de la pentalfa, hay más modelos de crecimiento geométrico asociados con la proporción áurea, por ejemplo, permitiendo espirales típicas.

 

El doble cuadrado y la “geometría sagrada”

Según se observó la primera manera para obtener la proporción áurea es mediante el triángulo rectángulo con proporción 2 a 1 entre sus catetos. Su elaboración resulta sencilla e intuitiva y su duplicación ofrece un “cuadrilongo” (también llamado doble cuadro) tan popular para las construcciones, incluso para los templos. Ese doble cuadro también usual en los lienzos de arte había sido descifrado por los geómetras como la vía rápida para obtener la proporción áurea, base de una visión especial sobre las propiedades de la geometría.

Entonces basta colocar dos cuadrados formando el cuadrilongo para encontrar la proporción aérea y establecer las diversas evoluciones que se generan en el arte y el diseño a partir de tal correlación. No por esto anterior se piense que toda planta de templos y catedrales requiera esta base arquitectónica, por más que sea una plataforma útil para establecer correlaciones para una “geometría sagrada”.

Uniendo el “cuadrilongo” con la proporción áurea se traza con relativa facilidad la pentalfa, con lo cual esta familia de relaciones geométricas se plasma. Esta correlación en ocasiones ha sido explícita, pero comúnmente se perderá de la observación inmediata y se requiere de una cuidadosa revisión de planos para darse cuenta de esa coincidencia, o bien contar con la experiencia de los geómetras de compás y regla (o escuadra) de la antigüedad.

 

NOTAS



[1] La representación más constante de las estrellas señala hacia la esperanza.

[2] En parte para minimizar la intervención de los dispositivos manuales, llevando esta operación a la mínima expresión. En Asimov, Los números y su historia.

[3] La identificación entre la geometría y la ética resulta infrecuente entre los pensadores, sin embargo, cabe anotar algunos fulgores, como el rasgo euclidiano de la Ética de Spinoza. Además, esta correlación pasa desapercibida para los modernos y posmodernos cuando miran al pasado, quizá con excepción de algunos como Deleuze y Guattari, por ejemplo, en Lógica del sentido.  

[4] La ausencia de dimensión apunta hacia una perfección paradójica, como si le minimización nos llevara hacia un ámbito distinto, hacia lo inmaterial, cuna del idealismo. Platón, La República.

[5] Esta visión de la correspondencia entre el hombre y el universo recobró fuerza en el Renacimiento y siguió siendo relevante en algunas concepciones, por más que la ilustración tendió a desantropomorfizar los conceptos. El hermetismo se mantiene dentro de tal concepto de correspondencia entre humano-mundo-Dios como el espejo de que “como es arriba es abajo” y viceversa. El Kybalión muestra un resurgir popular de tal visión armónica.

[6] En especial el Timeo de Platón.

[7]…Kepler (…) Pensó que en la geometría de Euclides vislumbraba una imagen de la

perfección y del esplendor cósmico. Más tarde escribió: La Geometría existía antes de la Creación. La Geometría ofreció a Dios un modelo para la Creación... La Geometría es Dios mismo.” En Cosmos de Carl Sagan.

[8] Con claridad y hasta radicalismo, Foucault señala la separación entre la “episteme” del Renacimiento y lo que él llama la “Època Clásica”, donde ubica a la revolución del racionalismo cartesiano. En Las palabras y las cosas.

[9] En la Academia de Platón «está prohibida la entrada a toda persona que no sepa Geometría». González Urbaneja, Pedro Miguel - Platón. Matemática en la filosofía y filosofía en la matemática