Por Carlos Valdés Martín
En este Capítulo
VII de La República es donde se
expone el más famoso mito[1] o
metáfora del campo filosófico en todos los tiempos. Muchos señalan
la importancia de este momento para establecer la identidad y el nacimiento de
la filosofía y hasta la metafísica de Occidente[2]. Hay
quien ha remarcado que el crecimiento de un mundo artificial (moderno,
posmoderno, de imágenes o simbolizaciones…) otorga más sentido a este tema,
pero también lo cambia de dimensión y lo desdibuja. Algunos, insisten en que
sirve para exponer la noción clave del sistema de Platón con la Idea de Bien,
como eje de su sistema. Sin embargo, el “mito”
filosófico de la caverna es un tema en sí mismo, por ejemplo, para
argumentar que la ciencia requiere de un modo de legitimación en Lyotard.[3] Esa
alegoría se ha enraizado tanto y triunfando sobre los siglos, que nos sigue
dando hasta la imaginería del ser filósofo y lo que representa su labor.[4]
Mediante un
diálogo ágil entre Sócrates y Glaucón se presenta este argumento, donde Platón
explica que unos hombres existían atados, prisioneros desde niños, mirando
siempre hacia el fondo de una caverna; atrás de ellos había una luz artificial
que proyectaba sombras de objetos que se movían a modo de juego de titiriteros.
Las sombras proyectadas para los hombres cautivos dentro de la caverna
representaban su realidad completa y, a fuerza de mirarlas siempre, ellos creían
firmemente que eso era todo lo real. Este comienzo reúne elementos inquietantes
como la cautividad, la inmovilidad, el encierro y las sombras, integrando una
enorme metáfora del encierro[5].
El gran filósofo, surgido entre un pueblo tan enamorado del engaño como el
griego, elabora esta hipótesis del engaño absoluto que rondó en la mente
teórica y sigue dando frutos en la posmodernidad, con la noción de “simulacro”.[6]
Un cautivo
inquieto fue sacado de la caverna descubriendo que había algo más que sombras,
pero se mantiene incrédulo suponiendo que las sombras habituales eran la verdad[7].
Fue obligado a subir gradualmente, primero miró una hoguera, fuente de la luz
que proyectaba sombras; cuando alcanzó la salida quedó cegado por la
luminosidad y sufrió. Luego poco a poco se acostumbró hasta descubrir un gran
mundo iluminado y luego fue obligado a ver el Sol que se manifestó como fuente
suprema de luminosidad.[8] El
modo gradual como el prisionero liberado se va acostumbrando a ver algo más que
sombras permite elaborar una interpretación del conocimiento gradual, desde las falsas apariencias y
la representación hacia la plenitud del saber ideal, que va paso a paso: las
sobras, la hoguera artificial, los objetos que proyectan sombras, los objetos
exteriores y hasta el final la visión directa del Sol.
Una vez
acostumbrado a la luz, su noción de las sobras cambia, pero está más contento
de conocer el mundo inteligible, por lo que no hay retroceso para quien
adquiere el conocimiento. Se hace la
pregunta de qué sucedería si el ascendido regresara con sus compañeros de
cautiverio para convencerlos de que también salieran de ese espacio de sombras,
pero ellos reaccionarían en su contra por los “disparates” que les contara y estarían
dispuestos a someterlo o hasta matarlo[9]. Visto
el conjunto de La República, a final
de cuentas, quien mire el mundo inteligible sí debe regresar con los “prisioneros”
del mundo de sobras, para educarles, pues tal es el plan de conjunto y la tarea
de los reyes filósofos.
De inmediato
Platón expone por boca del personaje Sócrates que los titiriteros con las sombras creadas son los sentidos y su mundo sensible; mientras que el exterior
iluminado es el mundo de inteligible, regido por ideas, y que el Sol
deslumbrante es la idea del Bien. De modo breve, Platón destaca que esa idea
del Bien produce un efecto en el todo, aunque no la define con precisión.[10] Esa
deslumbrante idea del Bien, quedando indefinida, ha causado extrañeza y muchas
interpretaciones.[11]
Expone las
materias que debería estudiar el rey filósofo, comenzando desde la gimnasia,
música, poesía y guerra. A partir del estudio de la aritmética y geometría
indica de modo más preciso el aspecto que debe destacarse en tales materias,
diferenciándose del pragmático operar con cifras para adentrarse en los
misterios numéricos y sus armonías. Termina con la astronomía y la dialéctica, siendo esta última
comprendida en un sentido amplio a modo de lógica, clasificación, etc. Señala
el riesgo de soberbia pues al dominar la dialéctica se puede abusar de la duda para caer en el
escepticismo, asimismo indica el riesgo de polémicas donde se argumenta cual
dentelladas.
Plantea algunas
cuestiones interesantes sobre la educación, como la conveniencia de que se
comience jugando con los niños, para ascender gradualmente. Luego en la
juventud se seleccionaría a los mejores, mediante un sistema de grados y
especializaciones. A modo de consecuencia tiránica, Platón indica que el modo
más directo para establecer su Estado ideal, sería retirando de sus
progenitores a todos los niños mayores de diez años, para educar a la niñez en
las nuevas costumbres. Con esa inquietante sugerencia termina este Capítulo de La República.
NOTAS:
[1] Se le suele llamar
“mito de la caverna”, aunque no se presenta como mito en sentido estricto, sino
como un ejemplo alegórico o metafórico sobre la sensación y las ideas,
concebidas como mundos opuestos.
[2] Por ejemplo, Jorge
Juanes en su Metafísica de Occidente establece una continuidad milenaria en una
manera de la Razón, cuya identidad suprema implica un desvarío. En una original
distancia, el Delueze de Lógica del
sentido, nos plantea una separación respecto de la identidad primera,
siendo que la caverna platónica presupone una identidad de la verdad y el mundo
de las ideas.
[3] Jean-Francois
Lyotard en La condición posmoderna,
recurra al análisis de este mito, para mostrar cómo el inicio de la ciencia
requiere de un relato que la justifique, en este caso mostrando que es un
diálogo con participantes que juntos aceptan las “reglas del juego”, que
—además— se inscribe en una referencia al poder, pues ese es el tema de La República. “la alegoría de la
caverna, que cuenta por qué y cómo los hombres quieren relatos y no reconocen
el saber”, p. 25.
[4] Gilles Deleuze en Lógica del sentido indica ese
enraizamiento sobre nuestra noción de cómo asciende la tarea del filosofar: “La
imagen del filósofo, tanto la popular como la científica, parece haber sido
fijada por el platonismo: un ser de las ascensiones, que sale de la caverna, se
eleva y se purifica cuanto más se eleva. En este «psiquismo ascensional», la
moral y la filosofía, el ideal ascético y la idea de pensamiento han anudado
lazos muy estrechos. Dependen de ella, la imagen popular del filósofo en las
nubes, y también la imagen científica según la cual el cielo del filósofo es un
cielo inteligible que nos distrae de la tierra de la que no comprende su ley.”,
p. 108.
[5] Anotemos que entre
los pueblos antiguos no era una institución permanente el encierro, sino una
coyuntura mientras de decidía la suerte ulterior de los prisioneros.
[6] Con Jean Baudrillard
en su ensayo La precesión de los
simulacros, no explica la explosión de lo ilusorio que ha devorado a lo
“real”, si es que alguna vez ocurrió; eso da pie a la ficción de Matrix y un
sinfín de cuestiones de la época actual.
[7] “¿No crees que
estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más
verdadero que lo que entonces se le mostraba? —Mucho más— dijo” Platón, La República.
[8] Con la intervención
de Descartes se terminó de asumir que el filosofar es provocar efectos de luz,
luego viene la “ilustración”, con la misma raíz. Cf. René Descartes, Meditaciones metafísicas.
[9] “¿Y no matarían, si
encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y
hacerles subir? —Claro que sí— dijo.” Platón, La República. Cabe también señalar que para los griegos también una
visión desde la caverna significaba la profecía de la Pitonisa, donde la de
Delfos era la más afamada; de tal modo que rebotaba una oposición en el
argumento. Consultar al Oráculo ¿era regresar el mundo de las sombras y
mantenerse voluntariamente ahí? Recordemos que Sócrates fue acusado de
impiedad. Cf. Apología de Sócrates.
[10] “una vez percibida,
hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello”. La República, p. 517ª. También habría
que notar que la posición suprema aparecen de modo distinto en otros diálogos
como en El Banquete donde la Belleza
está en la cúspide o el Ser en El sofista.
[11] Ese Bien supremo e indefinido se ha interpretado de diversas formas, como anuncio del monoteísmo para
los cristianos o cifra mágica para los pitagóricos.
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