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miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL GINKO: LA SITUACIÓN DE LOS ANCIANOS

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Un buen amigo platicaba de la vejez, pues a sus 45 años recién cumplidos sentía que su juventud se alejaba, con pasos rápidos y sin regreso. Las situaciones irreversibles nos ponen a pensar, son serias y no provocan a la risa: aceptar con seriedad la vejez es reconocer que no hay escapatoria: “lo hecho, hecho está”.

Hablando socialmente, la juventud es admirada mientras la vejez es temida. El temor a la vejez se motiva porque es la última etapa de la vida, la antesala de la muerte acompañada con debilidad de salud y vigor. Sin embargo, en algunas sociedades antiguas existía un papel destacado y preciso para los ancianos; así, los ancianos tenían ganada la primera posición en el espacio de la política y de la conducción espiritual. Una huella de la importancia de los viejos en el mando aparece en el término “senado”, que en la Roma clásica era la única cámara legislativa y a la cual accedían sólo varones mayores.

En la sociedad actual, el papel ideado para el anciano es el de consumidor a título gratuito; esto sólo en el mejor de los casos, cuando una jubilación recibe una pensión razonable. La jubilación marca el papel social moderno para gratificar al anciano. Pero el concepto jubilación implica una marginación gentil, apartar de la vida útil (igual a productiva) y el paso hacia una inacción con ingresos. Incluso, la situación de jubilación como papel social, más que un premio integro, retrata una no-posición, el vacío para alguien que ha producido y luego se traslada al sillón del consumidor pasivo.

 

Con el tema de papel social indicamos una exterioridad, un diseño de posición definido desde afuera. Sin embargo, cada etapa de la vida también es un “yo soy”; forzosamente, tenemos que descubrir el “yo soy anciano”. La vejez vista desde dentro marca un problema humano, es una situación interna contrastante con la definición social, así, surge la subjetividad que asume/protesta ante su yo soy anciano. Además de definir un papel social, la condición de anciano es la irrupción de la naturaleza, la llegada irresistible y arrolladora (pero lenta) de la biología, con el extraño reloj interno que conduce al final de su marcha. Pero es la biología de la debilidad involuntaria, la decadencia irreparable de funciones, el descenso sin regreso.

 

Teoría socialista y viejo dictador

La teoría social alternativa marxista integró una propuesta global, acorde a la posición material de las clases sociales, ofreciendo esperanza de redención al ser humano en cuanto trabajador. El papel del anciano en la sociedad no resultó para el marxismo un tema interesante, pues la posición marginal del anciano para la teoría y la práctica no exigía respuestas, ni siquiera se habían planteado las preguntas. En una ironía de la historia, la perversión del marxismo protagonizada por regímenes estalinistas reinventó la problemática de la tercera edad, pero en el seno del gobierno tiránico. Por su lógica política peculiar, el estalinismo (y una gama de sus variaciones lo repite en regímenes de mando central) produce una especie de “gerontocracia”, con el gobierno acaparado por los mayores. El monopolio ilimitado del poder origina la perpetuación del mando y una especie de fosilización de los dirigentes en sus puestos; de lo cual se sigue falta de movilidad política y a un abismo generacional. Al seno de la élite política la monotemática respuesta ante la vejez fue mantener al dirigente perpetuándose; en lugar de la jubilación, el dirigente estalinista permanece encaramado en su jerarquía.

Resulta lógico, desde su punto de vista particular y egoísta, que un dirigente desee perpetuarse en el poder, pues el arribo a la jubilación no es un verdadero premio, ya que se trata de una no-posición. En el caso del gobernante “comunista” no existe obligación a la renuncia por un mecanismo eficaz de rotación; así, su respuesta privada a su necesidad de mantenerse en acción (en un papel vital) implica conservar su coto de jerarquía hasta su último aliento, el final de su capacidad biológica. Entonces el interés egoísta de los dirigentes coincide con la perpetuación de una dictadura, aunque se disfrace de “comunismo” o “interés social”.

De suyo, el poder despótico está aliado con una sicología de la paranoia, pues cualesquiera son enemigos potenciales del tirano o rey[1]. Esta tendencia se alía con el drama de la vejez, pensando en su fase final, pues las leyes naturales del universo entero conspiran para que el cuerpo desemboque en la muerte. En ese sentido, sucede una alianza entre la dictadura y la vejez; los mejores dictadores deberían ser ancianos, pues los jóvenes quedarán inmaduros en ese papel de dictador. Al final, los mecanismos naturales que derrotan al cuerpo parecerán conspiradores contra el gobernante envejecido, y ellos vencerán al jerarca. El simple transcurso del tiempo es la mejor arma de la nueva generación y es la guadaña de la naturaleza contra la dictadura[2].

 

Carácter práctico del humano y vejez

Ahora bien, no debemos de aceptar con ingenuidad el papel social del anciano, porque la “jubilación” entendida como entrada al consumo pasivo y unilateral es contraria a la esencia profunda y práctica del ser humano. La gratificación social por treinta años de labores garantizando un ingreso regular es correcta, pero debe complementarse con una inserción efectiva en una esfera de actividad reconocida. Colocar a las personas de esencia activa en una pasividad completa, únicamente ligadas al consumo, implica simular una “antesala de la muerte”, una especia de salón de inactividad preparatorio a la inacción absoluta y emblema de la muerte.

 

Una vez que se reconoce un ingreso de tipo jubilación, ese “júbilo” por un ingreso garantizado debe acompañarse de la alegría por una actividad satisfactoria. Los campos político, ético, educativo y otros están en armonía con la acumulación de experiencias. Claro, que el papel político del anciano no debe surgir en una dictadura, sino en un sistema con derechos universales. La gerontocracia estalinista fue, entre otras cosas, resultado de una falta de diseño y aceptación de contradicciones sociales en curso, de tal manera que intereses egoístas del jerarca se desbordaron y extrapolaron. La intervención de personas con “cabecitas blancas” en la política no es un peligro, sino una ventaja, según el tipo de poder de cual se envistan, como sucedió con los senadores romanos y el “consejo de ancianos” de las tribus.

El papel educativo de las personas mayores es evidente como resultado de la acumulación de experiencias. El papel proclive a la intervención moral o religiosa del anciano también es evidente, pues toda religión incluye la respuesta ante el problema de la muerte; ad obvium, que el ocaso de la vida es el momento para reflexionar sobre el modo de salir.

 

Mantenerse activos y Universidad de la Tercera Edad

Como reformas parciales que pudieran aliviar los tormentos de la vejez improductiva se puede contar una gran variedad de iniciativas. Se debería analizar el retiro paulatino de actividades por medio de tiempos parciales o días sueltos de labor, cuidando las maniobras sobre los ingresos, porque el objetivo sería “ingreso de retiro completo” más horas extras por trabajo efectivo. Existe una gran diferencia cualitativa entre el retiro total (aparentemente más protector) y un retiro parcial, en especial, desde el punto de vista subjetivo. También debería quedar organizado y codificado un proceso alternativo para re-capacitarse y aprovechar experiencias en campos relativos o distintos a su labor previa, sin caer en mera ociosidad de bricolage (talleres de manualidades). En ese tenor de ideas, se podría instituir una Universidad de la Tercera Edad[3] que aprovechara las capacidades previas para generar nuevas actividades, actualizaciones, posgrados, etc.

 

 

Fondo ideológico dramático

Por mucho que se evalúe y se revalúe el papel social del anciano, todavía queda por abordar la reflexión interior. El telón de fondo ideológico del dramatismo atribuido a la vejez se sostiene en la falta de convicción de que exista una vida mejor después de la muerte. La vejez es pesada carga porque establece la antesala de la muerte; por eso no configura una situación curable sino una “cadena perpetua” que finaliza en la tumba. Los pueblos que creen más fervorosamente en una vida posterior, manifiestan una mejor adaptación ante la adversidad de la vejez. Sin embargo, no se propone una institución de jubilación en base a una ideología que ya no existe. Mejorar la situación de los ancianos, independientemente, de sus esperanzas resulta una tarea significativa y con un sustento realista. 

 

La sonrisa del árbol longevo

Por su longevidad los árboles milenarios son el símbolo de la vejez. Adicionalmente, en China al Ginko se le encontraron virtudes para prolongar la vida y mejorar la salud de los ancianos, y por eso ha sido su emblema. Sin embargo, el proceso de la vejez humana levanta escenarios de cambios desagradables y ese ocaso de la existencia pareciera tomarnos por sorpresa, sin preparación ni guía. Los árboles perduran y envejecen sin evidenciar los estragos de Cronos; su silencio tranquilo hasta su hora final ofrece un emblema de esa entereza, sin angustia ni dolores, que quisiéramos lograr para nuestra propia vejez.

 

 NOTAS:

 



[1] Cf. CANETTI, Elías, Masa y poder.

[2]”la muerte es el triunfo de la especie sobre el individuo”. MARX, Karl, Manuscritos económico-filosóficos de1844.

[3] El original de este texto es de 1998, y varios años después en la Ciudad de México se instituyó una versión llamada “Universidad de la Tercera Edad”, donde se imparten diversos cursos bajo la tutela del gobierno local.