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jueves, 20 de enero de 2022

CONCEPTO DE LA BELLEZA SUBLIME

 



Por Carlos Valdés Martín

El romanticismo señaló que, a veces, la belleza irresistible adquiría un cariz terrible, capaz de hundir al alma, la cual no era tan fuerte para resistirla. La pesadilla del romántico es la belleza devorando a la pasión, no a Cronos devorando a sus hijos; sino una Pentesilea aniquilando a su amado Aquiles en la tragedia de Kleist.[1]

No es casual que algunos de sus máximos exponentes fueran almas atormentadas. Incluso un Goethe —que fue un personaje práctico y elogiado por sus contemporáneos, bien adaptado a su circunstancia y respetado por los poderosos— destacó el aspecto dolorido del espíritu ante la belleza inalcanzable o abrumadora.[2]

Cuando Kant, ese ejemplo de puntualidad y precisión, descubrió que “lo sublime” reflejaba mejor el concepto de belleza romántica,[3] la cual resulta desbordante ante el concepto clásico, la contraposición era evidente. Aunque ese oponerse cabía colocarlo como dos pliegues de la propia Belleza, que en su intensidad resulta difícil de contemplar y abrumadora; lo cual implica que lo terrible y hasta el horror pueden considerarse bajo algún concepto de belleza sublime.

Para convencer sobre este punto cabría imaginar la singular belleza mortecina de algunas heroínas románticas y lo contrahecho de algunos enamorados, lo cual también incluye al reino animal. En un ejemplo de esa sublimidad, está la trágica narración de la “Lluvia de fuego” de Lugones, quien expone la tragedia de unos leones atacados por una pertinaz llovizna desde las nubes, que los acosan y empujan hacia la ciudad destruida, donde el sobreviviente los contempla: “Era un tropel de leones, las fieras sobrevivientes del desierto (…) Pelados como gatos sarnosos, reducida a escasos chicharrones la crin, secos los ijares, en una desproporción de cómicos a medio vestir con la fiera cabezota, el rabo agudo y crispado como el de una rata que huye, las garras pustulosas, chorreando sangre -todo aquello decía a las claras sus tres días de horror bajo el azote celeste, al azar de las inseguras cavernas que no habían conseguido ampararlos. Rondaban los surtidores secos con un desvarío humano en sus ojos (…) Ah… nada, ni el cataclismo con sus horrores, ni el clamor de la ciudad moribunda era tan horroroso como ese llanto de fiera sobre las ruinas. Aquellos rugidos tenían una evidencia de palabra. Lloraban quién sabe qué dolores de inconsciencia y de desierto a alguna divinidad obscura.”[4]

En tales perspectivas, con cierto enfoque y circunstancias, también el dolor forma parte de la belleza, bajo la modalidad de lo sublime.



[1] Pentesilea de Henriqch von Kleist.

[2] Por ejemplo, Las penas del joven Werther.

[3] Kant, Emmanuel, De lo bello y lo sublime.

[4] Lugones, Leopoldo, “Lluvia de fuego”, en Las fuerzas extrañas.

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