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domingo, 7 de septiembre de 2025

CURIOSIDAD 3, 2, 1... DESPEGUE

 

                Por Carlos Valdés Martín 

La curiosidad surge en la infancia, aunque casi siempre se va diluyendo con la edad, cuando decrece ese vigor de los primeros años. Muchísimos pueblos y religiones han castrado ese impulso de la curiosidad, por ejemplo, el dicho de que “la curiosidad mató al gato” muestra cómo se inhibe agresivamente ese sentido de investigación. Algunos lograron la afortunada canalización de la curiosidad cuando se refinó y se convirtió en escuelas, investigación, libros, etc. Las naciones más prósperas se han caracterizado por patrocinar a su talento científico mediante laboratorios de investigación en todas las materias.

Con el internet y sus maravillas, resulta habitual que la curiosidad se enrede en tareas inútiles, cuando el ímpetu curioso “quema su pólvora en infiernitos” enfocándose en la simple morbosidad por divagar. La curiosidad hay que hacerla más fuerte y no desperdiciarla con búsquedas frustradas que no concluyen. Dedicar tiempo en hacer preguntas interesantes y dedicar un tiempo suficiente para responderlas y anotar los resultados, es un buen hábito para fortalecer la curiosidad y conservar beneficios.

Una curiosidad vigorosa y bien canalizada se convierte en una virtud, que siendo impulsada con método y estudios se consolida en saberes. Así, la curiosidad bien cultivada es motivo digno de elogio y la semilla de la ciencia. La curiosidad es una luz entre las tinieblas.  

 II

En una misión espacial de la NASA, se diseñó un “astromóvil” para explorar el planeta rojo, denominado “Mars Science Laboratory” (abreviado como MSL). A través de un concurso infantil y juvenil, se seleccionó el nombre Curiosity (Curiosidad en español). La elección del nombre fue brillante, resultado de un proceso participativo. El nombre ganador vino acompañado de una emotiva explicación escrita por su autora, Clara Ma, de 12 años: “La curiosidad es una llama eterna que arde en la mente de todos. Me hace levantarme de la cama por la mañana y preguntarme qué sorpresas me deparará la vida ese día…”.  

Una definición filosófica de esta cualidad es la de “hambre de conocimiento”. Este singular apetito no se satisface con facilidad, debido a cierto reflejo de humildad entre quienes saben mucho y, por lo mismo, citan a Sócrates con frecuencia: “Sólo sé que nada sé”.  Esa modestia del hambriento por obtener más conocimiento es un ardid para no interrumpir un diálogo recién comenzado.

Quien ha perdido esa hambre de conocimiento está en riesgo de que envejezca su cerebro y su proceso de aprendizaje se paralice. Quien recupera, por alguna circunstancia afortunada, esa sed de saber más está en camino de ser más productivo y quedar más satisfecho.

El inglés posee la ventaja de que la palabra “wonder” aplica tanto al preguntar como al encontrarse con algo maravilloso. Lo mejor que sucede al curioso es tropezar con aquello que le asombra tan positivamente. El propio Einstein consideró esta cualidad como su única notoria, cuando dijo: “No tengo talentos especiales. Sólo soy apasionadamente curioso.”

 

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