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viernes, 5 de mayo de 2017

PELÍCULA “5 DE MAYO” Y RETÓRICA NACIONAL







Por Carlos Valdés Martín


Primero adquirió notoriedad la celebración del 5 de mayo como una fecha de conmemoración mexicano-norteamericana y después surgió el proyecto comercial de esta película. El antecedente es una expansión de esta celebración en EUA, que se ha ido oficializando como el día de los mexicanos allende del Río Bravo. De esa confluencia surge una película con un discurso interesante, quizá más apegado a la verdad dramática que a la histórica, como sucede con los productos comerciales.
El respaldo económico y el acervo de participantes resultan interesantes, al grado de ofrecer un producto con balance para satisfacer el gran público. El casting para elegir villanos que molesten y héroes que conmuevan ha sido efectivo. A los héroes mexicanos les colocan suficientes defectos como para hacerlos creíbles, con un soldado raso que intenta desertar pero se arrepiente y un general Ignacio Zaragoza que, de momento, pierde los estribos ante el asalto del enemigo.
El curso de los acontecimientos es tan conocido que no existe sorpresa en el desenlace global, así que deben quedar personajes en la cuerda floja y hasta caen algunos de los buenos en la película. Así, no es un discurso que endulce la violencia, al contrario, la dramatiza y no deja a la imaginación en cuanto a escenas con muertos y heridos.
En ocasiones, las frases acartonadas de los personajes históricos hacen temer por el hundimiento de la trama, pero ésta sobrevive. Hay suficientes pasiones y detalles para matizar la grandilocuencia de la defensa de la patria. De principio a final, predomina el protagonismo del soldado raso con sus distracciones amorosas y sus miedos motivados ante un enemigo implacable.
El filme juega diestramente con las emociones del espectador, permitiendo que poco a poco se involucre en la tensión de los defensores de Puebla y aprecie los azares de esa guerra, quedándose con una lección de historia fácil de digerir.
Según el director, Rafael Lara el guion se elaboró con estricto apego a los acontecimientos históricos y asesorado por profesionales en la materia[1]. El agudo conflicto entre liberales y conservadores se expone sin explicar demasiado. Queda resaltada la figura de Benito Juárez con una selección de actor acertada y el grupo liberal aparece como variado en estilos y motivaciones. El bando conservador no presenta sus motivaciones más allá de un deseo de revancha, pero se muestra la sumisión ante la petulancia de los invasores.
En el desenvolvimiento de la película, de modo casi natural, la retórica nacionalista se presenta en cada escena y resulta más efectiva, conforme menos se hace evidente. Curiosa la discusión entre los dos soldados rasos, cuando el protagonista se dispone a desertar argumentando que él no posee propiedades ni familia que cuidar. Casi me recuerda al Manifiesto Comunista, con su “los proletarios no tienen patria”. Y en el giro de tuerca de la narración, al protagonista le matan al amigo, quedándose con una culpa inmensa que lo obliga a participar en la batalla.
Merece una reflexión la mezcla de vicios y virtudes que se expone en el bando mexicano. Grupo desigual, desorganizado y dividido, pero con corazón y determinación para vencer. Una parte de los personajes encarna la derrota anticipada y otra protagoniza la victoria anticipada, como voluntad guerrera dispuesta a afrontar cualquier adversidad. En la batalla heroica predomina la decisión del sacrificio, pero no como cualidad única, sino que se combina con la astucia (derribar la torres, colocarse en la fortaleza), la anticipación (atacar en mitad de camino en la escaramuza de Acutzingo), la inteligencia estratégica (las decisiones de Zaragoza), la disciplina (el joven Porfirio Díaz aceptando órdenes) y la abnegación.
Un resultado interesante es que la retórica nacionalista aborda el tema militar, pasando de lo defensivo a lo ofensivo (en el sentido táctico, no el moral) con acento en el triunfo. Antes en México ha predominado una tradición de no apreciar al triunfo, lo cual ha sido casi una institución: el creerse perdedores. Imbuidos por el ambiente norteamericano, colocar el tema de la única gran batalla ganada al “gran ejército” señala un matiz de nuestros productos nacionalista. ¿Está creciendo una retórica del nacionalismo victorioso? El camino de la victoria primero se dibuja en la mente, como una ruta de ensueño y termina convirtiéndose en realización, conforme una voluntad enérgica lo convierte en hechos.


[1] Entrevista, Revista Proceso 29 de marzo de 2013.

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