Por Carlos Valdés Martín
Primero adquirió notoriedad la celebración
del 5 de mayo como una fecha de conmemoración mexicano-norteamericana y después
surgió el proyecto comercial de esta película. El antecedente es una expansión
de esta celebración en EUA, que se ha ido oficializando como el día de los
mexicanos allende del Río Bravo. De esa confluencia surge una película con un
discurso interesante, quizá más apegado a la verdad dramática que a la
histórica, como sucede con los productos comerciales.
El respaldo económico y el acervo de
participantes resultan interesantes, al grado de ofrecer un producto con
balance para satisfacer el gran público. El casting para elegir villanos que
molesten y héroes que conmuevan ha sido efectivo. A los héroes mexicanos les
colocan suficientes defectos como para hacerlos creíbles, con un soldado raso
que intenta desertar pero se arrepiente y un general Ignacio Zaragoza que, de
momento, pierde los estribos ante el asalto del enemigo.
El curso de los acontecimientos es tan
conocido que no existe sorpresa en el desenlace global, así que deben quedar personajes
en la cuerda floja y hasta caen algunos de los buenos en la película. Así, no
es un discurso que endulce la violencia, al contrario, la dramatiza y no deja a
la imaginación en cuanto a escenas con muertos y heridos.
En ocasiones, las frases acartonadas de los
personajes históricos hacen temer por el hundimiento de la trama, pero ésta
sobrevive. Hay suficientes pasiones y detalles para matizar la grandilocuencia
de la defensa de la patria. De principio a final, predomina el protagonismo del
soldado raso con sus distracciones amorosas y sus miedos motivados ante un
enemigo implacable.
El filme juega diestramente con las emociones
del espectador, permitiendo que poco a poco se involucre en la tensión de los
defensores de Puebla y aprecie los azares de esa guerra, quedándose con una
lección de historia fácil de digerir.
Según el director, Rafael Lara el guion se
elaboró con estricto apego a los acontecimientos históricos y asesorado por
profesionales en la materia[1].
El agudo conflicto entre liberales y conservadores se expone sin explicar
demasiado. Queda resaltada la figura de Benito Juárez con una selección de
actor acertada y el grupo liberal aparece como variado en estilos y
motivaciones. El bando conservador no presenta sus motivaciones más allá de un
deseo de revancha, pero se muestra la sumisión ante la petulancia de los
invasores.
En el desenvolvimiento de la película, de
modo casi natural, la retórica nacionalista se presenta en cada escena y
resulta más efectiva, conforme menos se hace evidente. Curiosa la discusión
entre los dos soldados rasos, cuando el protagonista se dispone a desertar
argumentando que él no posee propiedades ni familia que cuidar. Casi me
recuerda al Manifiesto Comunista, con
su “los proletarios no tienen patria”. Y en el giro de tuerca de la narración,
al protagonista le matan al amigo, quedándose con una culpa inmensa que lo
obliga a participar en la batalla.
Merece una reflexión la mezcla de vicios y
virtudes que se expone en el bando mexicano. Grupo desigual, desorganizado y
dividido, pero con corazón y determinación para vencer. Una parte de los
personajes encarna la derrota anticipada y otra protagoniza la victoria anticipada,
como voluntad guerrera dispuesta a afrontar cualquier adversidad. En la batalla
heroica predomina la decisión del sacrificio, pero no como cualidad única, sino
que se combina con la astucia (derribar la torres, colocarse en la fortaleza),
la anticipación (atacar en mitad de camino en la escaramuza de Acutzingo), la
inteligencia estratégica (las decisiones de Zaragoza), la disciplina (el joven
Porfirio Díaz aceptando órdenes) y la abnegación.
Un resultado interesante es que la retórica
nacionalista aborda el tema militar, pasando de lo defensivo a lo ofensivo (en
el sentido táctico, no el moral) con acento en el triunfo. Antes en México ha predominado
una tradición de no apreciar al triunfo, lo cual ha sido casi una institución:
el creerse perdedores. Imbuidos por el ambiente norteamericano, colocar el tema
de la única gran batalla ganada al “gran ejército” señala un matiz de nuestros
productos nacionalista. ¿Está creciendo una retórica del nacionalismo
victorioso? El camino de la victoria primero se dibuja en la mente, como una
ruta de ensueño y termina convirtiéndose en realización, conforme una voluntad
enérgica lo convierte en hechos.
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